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A veces es mejor una verdad cruel que una ilusión agradable; pero para mí, no era así, porque cuando finalmente podía dejar de ver, de sentir cada célula de mi delgado cuerpo, de sentir los latidos de mi corazón y de escuchar cada irrelevante sonido en las cuatro paredes de mi lúgubre habitación, o quizá cuando no tenía que pensar en nada más, disfrutaba pensar que por tan solo unos instantes era feliz en las falacias que mi propio subconsciente me hacía creer que eran reales, pero claramente, yo no me podía permitir el lujo de probar tal emoción, así que, por más quisiese creer que esto no era una mala pasada, lo era, y dolía, si, dolía como mil infiernos estar consciente de que esto no era nada más que una deserción de la mismísima realidad en donde solo estábamos yo y la soledad.

Quizá esa estúpida frase que siempre encuentras en las páginas de los tomos de Filosofía tenía razón: la soledad era un consuelo para las almas entristecidas, porque cuando comienzas a considerar a este mundo como lo más pútrido, aborrecer a todo ser existente en él y estar aislado en una cueva en la que de alguna u otra forma morirás solo, contar tus tristes días es lo mejor opción y, aunque sabía que todo esto no era más que sueño, yo... Quería disfrutarlo.

Con todas mis fuerzas, quería hacerlo.

Mi mirada ubicó las olas que se agrupaban en la costa de la playa: reculando hacia el inexplorado océano después del encuentro violento con la misma. Una corriente de aire bastante fría arremetió contra mi delicado cuerpo haciendo temblar cada parte de mi piel. Se sintió tan real que hasta creí estar delirando. Mis rosáceos contemplaron el sinfín de colores y matices de las calles doradas del cielo, haciéndome olvidar que estaba en un sueño del cual temía abrir los ojos por la mañana, porque sabía que una vez los tenía abiertos, ya no podía volver a cerrar los párpados hasta la noche.

La gente suele decir que los sueños son excursiones a lo que muchos conocemos como el limbo de las cosas, básicamente, un desahogo de la prisión humana y, tal vez, una pequeña parte de mí también lo sentía así, porque muy en el fondo también quería que mi alma fuese salvada de las profundidades de la soledad. 

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