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Valórame


Serius Red River

Edad: 18 años


Alzo la mirada, no estoy feliz de toparme con un intruso inesperado e indeseado, que acaba de arribar, echando abajo mi puerta y mi poca alegría que comenzaba a crecer junto al día, aparentemente, tranquilo y provechoso. 

Cierro el libro de cuentas y dígitos, aplastando un sobre, cuyo interior resguarda una carta a mano, que recién comenzaba a escribir para mi primo, que seguro, es el motivo principal por el que este viejo asesino vino hasta el infierno. Desesperado, asustado, molesto. 

Muy molesto. 

Sin molestar más en su caprichosa persona, deslizo el libro a un lado, sobre el plano liso del escritorio, cruzo las manos y espero, algo tiene que decir, o hacer, o deshacer, viniendo de él, no hay posibilidades poco reales. Rompe mis expectativas, rompe los límites, y no de la manera que uno esperaría.

—¿Dónde está? —pregunta, apretando su mandíbula y los puños. 

¿Va a golpearme? 

Oh, seguro que lo hará. Ese vejestorio andante no va a irse de aquí sin lo que quiere, y como no puede obtenerlo, se irá luego de destrozarme. 

Muevo los dedos con discreción, aprovechando su ira y falta de capacidad racional en momentos explosivos, para tocar levemente el botón interno en mi anillo. 

Quizá muera.

Sí. ¿Y qué? 

El precio de una vida, mi vida, habrá logrado salvar la del resto de mi gente. O los pocos que aún queden vivos. Su entrada seguro fue a base de sangre y no se irá hasta que el resto del piso quede bañado también en esa sustancia que nos acompaña en uno de los dos colores representativos de la familia.

—¡Te hice una pregunta, mujer! —exclama eufórico.

—Y yo no estoy obligada a responderla. Viejo. —recargo mi cabeza en la palma entreabierta de una de mis manos. —¿Qué? ¿Tu preciada ave fénix ha dejado vacío el nido? No sé qué te sorprende, sabías que tarde o temprano iba a terminar así.

—¡¿Dónde está Neus?!

—En mi bolsillo seguro y no. 

—¡Serius! —golpea la pared, y ese golpe descuelga el recuerdo enmarcado de una familia feliz hecha, en su mayoría, de fantasmas y sueños. Vaya, ni la porcelana es tan frágil como lo fuimos nosotros, como lo somos ahora. Humanos al fin de cuentas, patéticos humanos. —Habla.

—Vai all'inferno diavolo. (Vete al infierno, diablo) —digo, y me agacho para esquivar la bala disparada por uno de sus guardaespaldas. 

Más metal vuela en un intercambio que va de mi mano a sus cuerpos, y de las suyas a mi posición. La lluvia de muerte comienza, atraviesa ventanas y rompe cristales, un jarrón de porcelana, con valor de una cabeza humana, explota en pedacitos con el impacto certero de una línea de energía. 

Cargo y disparo a los pies de alguien, escuchando su grito desesperado y el brusco sonido que hace al chocar contra un librero y ser aplastado por el peso de este. Una lástima que la persona muerta no haya sido mi abuelo, o la pérdida total de balas habría valido la pena.

—¡Te lo advierto Serius, incluso si no me dices dónde está Neus, voy a encontrarlo! ¡Tu silencio no sirve de nada! ¡Las mujeres jamás sirven para nada!

¡Cállate!

¿Qué es esta mierda de la que hablas? 

¿Qué no servimos de nada? ¿Por eso mataste a mi abuela sin piedad? ¿Por eso le quitaste a Ryu sus primas? ¿Sus tías? 

¡Cállate! Ya no quiero escucharte. 

Salto hacía ellos, evitando una bala y sintiendo el roce de la otra pasar cerca de mi mejilla. No duele y el hombre que tiró del gatillo es incapaz de decir lo mismo al tenerme encima, torciendo su cuello en un ángulo que le quita la visión y la vida. 

Ryu dice que somos perros, y tiene razón. Siempre lo hemos sido.

"Perros de la reina". 

"Perros del gobierno".

"Perros de la alianza".

"Perros del abuelo".

Perros...

Pero, aparte de ladrar, no hay que olvidar que los canes también sabemos morder. Y es justo lo que hago. Muerdo, jalo la piel y el tejido, lo sostengo, lo rompo, entierro mis colmillos en las partes blandas y vulnerables, en esas zonas preciadas que los guardaespaldas olvidan, son letales. 

Caen las balas. 

Caen las armas.

Caen los hombres.

Y nosotros, los animales, los "perros", nos mantenemos de pie, listos para morder la mano de nuestro "amo". 

—Tus ojos hablan lo que tu boca calla, Serius. —la bestia con disfraz de hombre mueve los labios y arroja más veneno. —Sabes que en la alianza la traición es castigada con la muerte.

—Que pena que yo no pertenezca a la alianza. ¿No? Tantos años viviendo con ellos te ha hacho olvidar que los Red River no integramos la alianza, le servimos. ¿Qué? Oh, ¿te molesta? ¿Te molestan tus orígenes? ¿Te molesta recordar de dónde vienes? ¿Qué esperabas viejo? También eres un perro. La diferencia está en que eres peor que nosotros. 

—Claro, ustedes jamás serían capaces de hacer esto... — dice, y avanza, y cuando intento evitarlo la diferencia sigue ahí. Su puño se enfrenta a mi rostro y lo arrincona contra la pared, golpeando y aplastando. El sangrado comienza en la ranura de mi labio y la nariz doliente que, por suerte, no está rota. Me preparo para volver a golpearlo y fallo.

Y fallo.

Y fallo de nuevo.

Y otra vez.

Y otra.

Moretones púrpuras y verdes se crean en mi rostro, en mis brazos, en mí... Escupo sangre contra la pared, y vomito, contaminando las páginas crema de un libro abierto. 

La lluvia de golpes es reemplazada por una de puñetazos. No veo su rostro, ya no lo veo, tan solo queda el residuo opaco de una imagen distorsionada y una oscuridad invaluable. 

Golpe tras golpe, hueso a hueso, mi cuerpo se parte y cae. Cae. 

Cae. 

Y por más que lo intento, dando todo lo que queda de mí, ya no puedo levantarme. Él se arrodilla y tira de mi pelo, obligándome a verlo a los ojos. 

 Quiero escupirle, eso hago. Sonríe ante mi defensa tan vulgar, inhala profundo y estrella mi cara contra el tapete, una vez, dos... Pierdo la cuenta. No siento las facciones cuando vuelve a elevarme. 

—Mírate Serius. ¿En qué te has convertido? Tan patética. ¿Sigues sin querer hablar todavía?

—Jo-De-Te. —suelto, esforzándome al máximo. 

—¿Neus vale tanto cómo para guardar silencio en su nombre? ¿Cómo para aguantar perder la dignidad y el orgullo?

—¿Me crees idiota? —hablo jadeando, inhalado aire a regañadientes. Aire que se acompaña de un aroma a sangre, a podrido. —Dime tú, ¿Ryu vale tanto para venir hasta aquí y hacer todo este teatro por él? Dime, abuelo. ¿Qué tanto vale él para ti? Porque siempre, sin importar lo que respondas, él valdrá el doble para mí. Para ti, él tiene un precio, él es un trofeo, para mí sigue siendo mi primo, sigue siendo humano.

—Y ese es tu error. Por ello nunca serás apta para liderar. —me suelta y agradezco su gesto, aunque no sea por compasión o amabilidad. —Me decepcionas, Serius. Me decepcionaste desde el día en el que naciste siendo una mujer. Agradéceme ahora que te libraré de este pecado, disolveré esta carga tan pesada que tus frágiles hombros jamás debieron llevar. 

Saca una pequeña caja de cerillas de su bolso, y quiero reírme de lo patético que es todo. ¿Un Red River usando cerillas? ¿Qué mundo es este? Pero, me callo al escuchar mi risa en forma de lamentos. 

La chispa prende un fuego y el fuego arma una  hoguera con la tela de las cortinas a las que fue lanzado, y esa hoguera, a su vez, es el comienzo de un incendio hambriento que va a devorarnos a todos. 

—Adiós Serius. —me lanza el pañuelo con el que se limpió las manos e inclina su sombrero. —Hasta nunca. 

Camina despacio, y, aunque es seguro que no voy a morir por un simple y patético fuego, algo en mi interior me dice que es la última vez que tendré que enfrentarme a este perro, a esta bestia. 

Muevo mis dedos, arrepintiéndome con el dolor entumecido que habita en cada extremidad roja.

—Hasta nunca, viejo. 


Serius Red River

Edad: 18 años


Encuentro algo de mi voz cuando el fuego ha avanzado hasta comerse la orilla de los sofás con forma de media luna, mis ganas de levantarme regresan cuando las llamas arden cerca de mí, devorando las putas de mi cabello y el listón rojo con el que lo até por la mañana. No me molesto en extinguir el resto de las brazas, que se apagan por sí mismas al entrar en contacto con la sangre húmeda cuando me levanto. 

Caminar es doloroso, aunque no tanto como respirar; el humo que se acumula arriba quema, raspa la parte sensible de mi garganta y la seca, trago y toso ceniza, sangre. Hay tanta sangre.

Tropiezo en el comienzo de las escaleras y caigo, ruedo, parte de mi cabeza golpea en un esquinero, en el barandal, y en cada, maldito, escalón que genera raspaduras. Me sostengo del final, el fuego ya es amenazante en el segundo piso, luego de que me marche, no habrá vuelta atrás, la mansión que por tantos años fue motivo de orgullo, se desmoronará hoy.

—Lo siento. —digo, y no es todo lo que mi interior busca expresar. 

"Les fallé, lo siento".

"Lo siento".

Los... 

Aprieto mis manos en puños y salgo, arrastrando una pierna y un brazo. 

"Los vengaré".


Serius Red River

Edad: 18 años


Voy por el décimo golpe cuando la puerta por fin se abre y dos rostros, estúpidamente, felices, se asoman, uno detrás de otro. Ryu detrás de Daniel. Las expresiones de ambos cambian al darse cuenta del desastre que ha venido a verlos, Ryu busca el auto a mis espaldas y lo encuentra hecho una carcacha inútil, Daniel se aproxima con recelo y preocupación, y yo lo aparto.

—Serius. —insiste. 

—No es nada. Iré al sótano a curarme. Necesito pensar un poco. —digo, avanzando entre su impedimento y el de Ryu, cuyo rostro empeora al ser consciente de que no es la primera vez que estoy aquí.

No.

Este maldito lugar, podrá pertenecerle a Daniel, pero desde hace tiempo que he marcado un lugar propio para mí. El sótano, el hoyo que necesito para ser feliz. ¿No ocurría los mismo con los Hobbits?

—Serius, ven aquí. —pide Ryu. —Serius.

—No Ryu. —digo, al ser consciente de qué estuvo a punto de usar su autoridad para darme una orden que me será imposible desobedecer. Entro al cuartucho bajo tierra y los miro por la pequeña ranura que deja la puerta entreabierta. —Hoy no. —suelto, y cierro la puerta.

No puedo respirar tranquila hasta que el seguro hache click, poniendo una barrera definitiva entre ambos.

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