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Témeme


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https://youtu.be/H5x6lZHK_hs

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Ryu

Edad: 19 años


Detrás de mí, la secuencia de pasos se vuelve reconfortante, no porque me sienta seguro en medio de estas personas, que, en un pasado no tan lejano, no dudaron en disparar en contra mía, en contra de mi familia y mi abuela, traicionando a la alianza y sus principios. No. Nada de eso, es reconfortante en un sentido distinto; quizá porque me dice que lo he hecho bien, o porque ya no soy más su títere, sino que, ahora, soy yo el titiritero que controla las cuerdas y a los muñecos.

Odiaban al mocoso mimado de dieciocho años, vaya sorpresa que ahora no hayan dudado en arrodillarse y barrer el suelo con sus cabezas por el mismo mocos mimado, con la diferencia de que tengo diecinueve años.

Un año de diferencia.

Un montón de poder y crecimiento de por medio.

No me respetan, pero me temen, y con eso me basta en esta vida, que me teman y, por ello, no sean capaces de ir más allá. Fue lo mismo con el abuelo. El miedo mueve a la gente, los hace obedecer, los hace ser algo racionales, guiándose por su instinto nato de supervivencia. 

—Amo. —dicen a coro los que custodian la entrada de aquel cuarto, cuyo potencial y verdadero uso permaneció oculto gracias a la estupidez necia de un viejo que siempre se creyó superior a todos. 

Superior a mí.

—¿Ya despertó? —pregunto, cubriendo mis manos con los guantes blancos que quedan como un recuerdo de mi padre. 

—Sí.

—Perfecto. 

Ingreso a la cabina, construida sobre un material que resiste el peso suficiente como para permitirme instalar un centro de mando, por debajo, en la habitación blanca, una réplica oscura de la que pertenecía a mi abuela, el viejo camina por todas partes, sin encontrar una salida, un respiro que lo conecte al exterior. 

Desde un principio la habitación estuvo planeada en mi mente, tomé mi miedo y lo usé, lo mejoré y obtuve esto. Una caja cuadrada sin escapatoria, ni por arriba, ni por abajo. 

Me acerco a las pantallas y los micrófonos, encendiendo uno en presencia de los guardaespaldas que juraron fidelidad a mi abuela antes que al ser despreciable que he capturado, cual sabandija sin escrúpulos.

Una jodida plaga, o peor. Eso es lo que es.

—Un aguante tan potente que puede resistir el impacto de un misil. —comienzo. Él se queda estático, perdido al principio y molesto al darse cuenta de que soy yo quien habla. —Esa es la durabilidad del techo que cubre tu cabeza, aunque, claro, tu no vez nada más que blanco. Y, respecto al blanco, es un color especial que atrapa la luz y se encarga de reflejarla, llegará un punto en el que quedes ciego, claro, si no mueres antes. No hay control de calefacción, pero sí dos áreas en cada esquina, que se encargan de expulsar fríos gélidos o vapores tóxicos. 

—¡Neus! ¡Deja de bromear y sácame de aquí ahora! ¡Es una orden!

—¿Qué derecho tienes tú para ordenarme algo? Mírate, no eres más que un desamparado.

—¡Neus! ¡Te lo advierto! ¡NEUS!

—Te diré una última cosa, viejo. Cada tres horas habrá una fuga de sangre, chorros y chorros. ¿Sabes a quién pertenece esa sangre? —sacudo la cabeza al darme cuenta de lo estúpido que es preguntarle algo a un loco. —No, por supuesto que no. 

—¡Neus!

Me alejo del micrófono, regalándole una línea final antes de cortar la transmisión.

—Por muchos años estuviste en la cima, pero, se te olvidó algo de vital importancia, viejo. Si alguien sube al trono gracias a un baño de sangre, debe estar preparado para ahogarse en sus profundidades. 

Cierro el micrófono y él estalla, toma algunos muebles fundidos con el color principal de la habitación, corre a estrellarlos contra la pared. Busca algún arma, revolviendo cajones, en dónde encuentra ropa, réplicas exactas de los vestidos y trajes de mi abuela, cuyo perdón sigo rogando por haber usado sus cosas en un acto tan blasfemo que corrompe su imagen.

Le causa algo ver aquellas prendas que quemó con fuego y rompió con garras.

Grita maldiciones al dar con un corazón falso que jamás le fue entregado como símbolo de amor y aceptación absoluta. 

Es verdad, fue el esposo de mi abuela, pero jamás, en ninguna vida, llegará a ser su amor eterno. La falta de ese corazón de oro en su cuello, lo demuestra.

Repite mi nombre tantas veces que llego a odiarlo, rasga las almohadas, y el relleno, plumas rojas vuela a la deriva, transportadas por su demencia, que parece igualarlas a las hojas que se desprenden de los árboles en pleno otoño.

—Amo...

—Reproduzcan la melodía.

—Pero, amo...

—Reproduzcan la melodía. —reitero, y ellos asienten. 

La canción empieza con el sonido de un arpa, el arpa de ella, de mi abuela, después se suma una flauta y un violín, a mitad del medio minuto llega su voz; melodiosa y profunda, una tormenta que choca con las rocas afiladas en los riscos altos, una marea devastadora que viene de las profundidades inhabitables, en dónde resuena igual de fuerte. 

Su voz es fuego, una erupción grosera que no lleva cenizas, solo lava.

Su voz es tierra, segura y bien plantada. 

Su voz es poder. Una simple palabra hace caer de rodillas al hombre que aguarda dentro de una ilusión blanquecina.

Canta, y cuando la canción termina, agito mi mano y vuelve a repetirse. 

Una vez tras otra, por una hora, dos, todas las que hagan falta para que no salga de su mente. 

La manecilla que marca las horas se ha movido tres veces cuando finalmente les ordeno que paren. Al primer suspiro de alivio del viejo inserto otra grabación y asiento para que ambas suenen por igual.

En una está su voz, su música y sus sueños.

Está mi abuela.

En la otra hay gritos, súplicas, risas, charlas; hay vida de aquellos que fueron y ya no podrán seguir siendo, están sus momentos felices, audios extraídos de grabaciones cuando todos compartíamos una mesa en año nuevo, una cena en navidad, una celebración de cumpleaños, alguna fiesta dónde había vino, comida, peleas menores y amor. En ese mismo audio está la contraparte, dónde se escuchan los gritos que profirieron al momento de morir, uno a uno, todos ellos. Resuenan los impactos de balas, los ladridos de perros y gruñidos... Recuerdos grabados por el viejo y usados por mí. 

La confusión se vuelve alarmante, inclusive para los hombres que escuchan en la seguridad de una cabina, con la posibilidad de escaparse y dejar de escuchar, de vivir...

Ladeo la cabeza, sintiendo la sangre fresca que se esparce con el primer disparo.

La primera muerte.

Sigue llanto y un segundo dedo que aprieta el gatillo. 

Dos.

El tercero se cubre la boca y me ve una última vez antes de seguir a sus compañeros, el cuarto aguanta media hora, aguanta hasta que la grabación pasa a las súplicas de una madre que, a pesar de estar menguando en vida y posibilidades, continúa pensando en su hijo, mientras unas bestias hambrientas la destazan como a un filete. 

Ahí todavía estaba viva. 

Ahí dijo sus últimas palabras.

"—Quiero verlo... Por favor, papá... Déjame ver a mi hijo."

Y su grito.

Su final.

El hombre que queda tiembla en cuerpo y palabras.

—¿Por qué? —cuestiona.

—Puedo preguntarte lo mismo. —le digo, y su muerte lo termina todo para ellos.

Al mismo tiempo, mi madre deja escapar su último suspiro y se extingue. 

Debajo, los gritos de mi abuelo acompañan los de los difuntos, sus orejas están sangrando por culpa de sus rasguños, los ojos se le han abierto tanto que empiezan a enrojecer. Camino hasta el centro de mando y ajusto el volumen, encargándome de dejar una repetición que durará hasta que la energía falle o el sistema colisione por el uso excesivo. 

Saco un pañuelo de mi bolsillo y salgo del lugar, temiendo que, si me quedo, también llevaré una pistola cargada a mi cabeza. 


Ryu

Edad: 19 años


Regresar al cuarto en el silencio y la soledad de la noche es menos terrible ahora que tengo el control que cuando no lo tenía. Las sombras ya no me aterran del todo y los suspiros que se pierden me parecen menos ociosos.

Al entrar a la cama de nuevo, Daniel se mueve entre sueños y abre levemente los ojos, queriendo despertarse y luchando por volver a dormir.

—¿Dónde estabas? —dice somnoliento, bostezando y abrazándome con algo de torpeza.  

Lo cubro bien con la sábana y le regreso el abrazo, disfrutando del calor que deja su piel desnuda al entrar en contacto con la mía. Es agradable estar así, solo él, solo yo.

Solo nosotros.

Beso su frente y sonrío al sentirlo acurrucarse contra mí.

—Te estaba buscando. —le digo.

—Tonto. —bosteza, acomodándose para rendirse por fin al sueño, terminando de balbucear un par de palabras a penas entendibles. —He estado aquí siempre...

—Lo sé. —acaricio su rostro y me relajo al ver que no es otra ilusión más. Está aquí, y con esa verdad en mente puedo ir cerrando lentamente mis ojos. —Lo sé. —murmuro cuando el mundo comienza a volverse negro.

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