Respétame
Ryu
Edad: 19 años
El tiempo se vuelve una tortura cuando no quieres hacer más que escapar de él. Un año se extiende al tope con cada día vivido, cargado en el fondo con un aura de estar muerto.
Un año. Un maldito año ya.
Van 365 días sin que pueda ver el exterior, más allá de las imágenes atrapadas al otro lado del cristal polarizado y reforzado que tiene cada ventana y balcón existente dentro de esta jaula que antes podía llamar hogar.
Avanzo con prisa en los bordes del gran salón, aprovechando las sombras que crea la noche y la luz de los candelabros, para intentar pasar desapercibido a aquellos ojos que no han dejado de observarme como un filete. A lo lejos, el viejo saluda y conversa con cada invitado que está aquí por él, porque ha cumplido un año más de vida, y eso, al menos en su opinión, es algo grande para festejar.
Ja. El día que ya no exista, ni en cenizas, será cuando yo festeje, haré una enorme y merecida celebración que dejará en mal esta hipocresía de tres días.
La vida siempre se festeja, pero, en su caso, será su muerte lo que la mayoría recordará más.
—¿Quién llegaría a pensar que, el gran heredero de la alianza está escondiéndose, como un niño pequeño que teme a fantasmas, detrás de la mesa más remota y oscura de bocadillos? ¿Uh?
Freno en seco, volviéndome para mirar a la chica enfundada en la seda azul de un vestido largo con abertura en una de sus piernas, la cual deja a la vista un trozo delicado de piel con maya. Sostiene entre sus dedos, enguantados en cuero, una copa a medio beber con vino rosa y uvas. Su acompañante, un chico robusto y fornido, cuyo cuerpo resalta el doble por el traje apretado que ajusta sus músculos, se ha convertido en su sombra, pegado a ella como un cangrejo a su presa.
Ladeo la cabeza y, sin creérmelo, les sonrío a medias.
—Y pensar que los rumores que la alianza parecían ser ciertos. —Tivye mueve el contenido líquido dentro de la copa y suspira, empañando los bordes con cristales de azúcar y brillos comestibles. —Un caballero guapetón que está todo el tiempo rodeado de su séquito petulante de damas y cortesanas. ¿Qué? ¿Me dirás que la buena vida ya te ha cansado?
—No es buena vida si lo que quieres es no recibir toda esa atención. —le respondo, acercándome más para que los alrededores, llenos de algunas almas desgraciadas, dejen de prestar atención a nuestro círculo íntimo de conversación. —Resulta nefasto. En especial porque todas ellas están aquí por mi dinero y posición, no por mí.
—Pues, parece que el viejo por el que celebramos aquí hoy está bastante satisfecho con tu recién adquirida popularidad en el mundo de las mujeres algo mayores e interesadas. ¿Piensa casarte?
—Me sorprendería si no. —agarro una copa sin licor y la muevo, siguiendo un patrón de ondas que gira en contra de las manecillas del reloj. —Desde hace un año hace lo que quiere conmigo. Me corrijo, desde siempre ha hecho lo que quiere conmigo.
—Patéalo en el trasero. —bebe un sorbito y se ríe de su propio comentario. —Y que sea cuando esté a punto de bajar las escaleras, verás que tal rueda o rebota. Poing, poing. Si no se muere, al menos te dará el tiempo suficiente para que tú lo mates. Y, ¿quién sabe? Tal vez el año entrante estemos aquí, bebiendo buen vino y festejando su deceso en lugar de un día más de su miserable existencia.
Bebo de jalón el contenido mineral y regreso la copa vacía a su lugar, negando con la cabeza para intentar quitarle esa idea suicida de la cabeza.
—Va a matarte si te escucha decir eso.
—Estoy segura de que me matará incluso si riego mi bebida sobre su fina ropa. Además, aquí nadie, aparte de las paredes, nos escucha. ¿A qué le tienes tanto miedo?
—A él, supongo. Ya no lo sé.
Tivye me observa con tristeza, sombras cubren sus ojos, encerrando la vitalidad que debería tener una chica que no pasa de los veinticinco, abre la boca, está a punto de hablar cuando Kian le roba la palabra, sin despegar la vista del fondo rosa de su propia bebida.
—Está aquí. —dice, y mi corazón se acelera. Aún así lo disimulo, busco esconder ese palpitar violento que choca, creando resonancias lejanas que van y vienen. Detengo mi júbilo al caer en cuenta de la realidad y de lo que esto significa.
Si está aquí el viejo puede verlo y si él lo ve...
—No debería. —agrego secamente. —Daniel no debería estar aquí.
—Una pena que nunca le haga caso a nadie. —Tivye se termina también su bebida y, después de limpiar la boquilla la deja olvidada a un lado de la mía y toma la de Kian, quién, al instante, toma una nueva que seguro será para más tarde. —Mantén los ojos abiertos Leprince, Daniel podrá ser un tonto, pero es bastante bueno con los disfraces.
La voz de mi abuelo presentando en debut de la noche corta nuestra conversación, y cuando quiero seguir el hilo dejado a la mitad, una música exótica suena de fondo y el ruido de aplausos eclipsa mis palabras.
Tivye se disculpa con la mirada al no poder entenderme y se apoya de Kian, yo suspiro desanimado y me resigno a aplaudir también, concentrándome de mala gana en el centro del espectáculo.
El pequeño pabellón interior, está ocupado por cinco bailarinas, todas ellas bastante jóvenes, lo cual me causa lástima, más al presenciar la mirada de morbo que recae sobre sus cuerpos desde el estrado principal.
Giran al compás de la música, moviendo abanicos y listones, además de ramilletes cerrados con rosas rojas y camelias. La multitud está encantada con su sincronía y no tardan en llenar el lugar con gritos y exclamaciones al ver aparecer a un sexta dama.
No. Alto.
De dama tendrá la coraza, porque esos ojos son, inconfundiblemente, los de Daniel. Y que me parta un rayo si me equivoco.
Giro hacía Tivye y ella hace lo mismo, ambos con los ojos llenos de horror y pánico. Kian no tiene una expresión mejor, trastornado con lo que ve, parece querer pellizcarse para comprobar que es real y no una mala pesadilla.
Exacto, pesadilla, eso es lo que está sucediendo.
De todas las formas posibles... ¿Por qué tuvo que elegir la que lo entregaba a mi abuelo en bandeja de plata?
Si, es verdad que su peluca de un rojo intenso es lo contrario al negro natural de su cabello, y los pechos no tienen nada que ver con el busto plano de un hombre, pero... Es él. De cerca, de lejos, con vestido o sin él, es él, es Daniel.
Aprieto mis puños y los cierro con más fuerza al notar un brillo felino aparecer dónde mi abuelo. Ya no es más la bestia observando a un rebaño de conejitos, ahora es un cazador listo para atrapar a su presa, devorarla.
Me molesta. Me molesta mucho.
Daniel atrae, de manera natural, esa atención de la audiencia, la embelesa y le roba suspiros, aplausos y ojos de amor. Amor. Así es como lo ven, con amor y humedad en sus bocas y otras partes del cuerpo, que se marcan a través de sus pantalones ajustados y faldas, en algunos casos.
Baila rompiendo la belleza de la música, baila llevando en alto la cabeza y conectando conmigo en un giro, baila y no deja de verme, de sonreír con los ojos.
Y yo tiemblo, quiero esconderme y huir, en especial porque esa mirada es atrapada por él viejo, cuya entrepierna es la más sobresaliente de todas.
Cuando el número termina y la música se apaga, bajo de mi escondite, buscando llegar a él antes que los hombres del viejo, pero, cuando alcanzo a vislumbrar de nuevo el pedazo dónde bailaba mi sol, transmitiendo sus rayos al mundo, está vacío.
Daniel Jelavick
Edad: 20 años
No sé que es peor, haber visto al demonio en los ojos cavernosos de un Ryu molesto o estar siendo arrastrado por una triada de guardaespaldas que me conducen a una muerte casi segura.
"Que estúpido te has vuelto"
Cállate, infeliz.
Sacudo la cabeza y suspiro por cuarta vez en el transcurso interminable de pasillos y puertas, y puertas, y, oh maravilla, más puertas.
—¿A donde vamos? —pregunto, agudizando mi tono para que mi voz salga tan melosa y femenina como sea posible.
No me responden. Ese silencio se vuelve pesado y molesto, y resulta peor cuando me introducen de golpe en una habitación cerrada, sin otra salida aparte de la que acabo de cruzar y que ya se ha cerrado con llave a mis espaldas.
—Woah. ¡Vaya forma de tratar a una dama! ¡Eh! —me quejo y es el peor error que he cometido.
—Una disculpa mi señora. —esa voz levanta de su tumba a cada uno de mis ancestros y eriza hasta es más dormido de mis vellos. —Son unos bárbaros. A pesar de que les repetí que trataran con cuidado a una bella flor como usted, le han hecho tanto daño.
Intento no mostrar mi miedo y desconcierto al ver tan cerca al viejo que le ha jodido la vida a Ryu.
Que ganas de partirle la cara.
"Hazlo, pártesela en pedazos, que no quede nada, ni siquiera para el recuerdo".
Trago saliva y me paro derecho, ignorando el aroma a licor que proviene de todas partes y, también, a la voz que vuelve a mí, menos odiosa pero igual de molesta que antes.
—¿Puedo ser curiosa mi señor
Él viejo se ve satisfecho con mi actitud, asiente moviendo su brazo y la botella en él.
—Adelante preciosa.
—¿Por qué se ha tomado la molestia y consideración de traer a una humilde bailarina como yo hasta sus aposentos?
Suelta una risotada estridente y da un sorbo considerable a su licor.
—He visto como lo miras, cariño.
—¿Perdón?
—A Neus, me refiero. Vi la manera en la que tus ojos destellaban al verlo. Es un chico apuesto, lo admito, lo he criado para que todas se mueran por él, pero, debes saber linda que no es el mejor partido para ti.
—¿Qué quiere decir?
—¿Por qué ir tras el heredero de la alianza cuando el líder todavía está aquí? —se apunta a si mismo y mis ganas de pegarle una patada incrementan. Terrible descarado narcisista que es. —Te gusta Neus. ¿Quisieras verlo siempre? ¿Sabes una cosa? Últimamente ha estado muy triste, demasiado sumido en si mismo y en sus pensamientos, atormentado por la partida de mi señora. Creo que le haría bien tener a alguien con quién conversar, estaría feliz de tener una abuela. Alguien alegre que le comparta su energía, alguien efímera y amorosa. Alguien como tú.
Quiero reírme y llorar.
Dioses, ¿qué clase de loco está hecho tu abuelo violinista? No quiere dejarme ser tu pareja pero está más que dispuesto a permitirme ser tu abuela.
Por dios, este hombre está fuera de sí.
—Entonces, ¿qué piensas? ¿No te gusta la idea? —el acercamiento es una tortura, su aliento, cargado de licor y peste, me hace voltear la cabeza y sus manos retienen mi mentón, obligándome a mirarlo de frente.
—Me das asco. —le digo, y su rostro se descompone.
"Mátalo".
—¿Cómo te...?
Un puño cerrado golpea su mandíbula antes de que complete esa acusación pesada. Retrocede tambaleándose, cubriendo su rostro con una mano, como si buscara evitar que la sangre mane a causa del impacto.
Es inútil, el rojo se derrama y tiñe su ropa, mancha el suelo, volviéndose la gota que colapsa el vaso, rompe el cristal y se riega por doquier. Eso le enfurece de sobremanera.
—¡Inútiles! —grita, y veo en esa abertura una oportunidad para escapar.
Es loco, es estúpido, y, aún así, cuando paso a su lado, ninguno de los hombres se molesta en intentar atraparme, no como antes, que me aprisionaban con ferocidad. Ya no encuentro esa resistencia, y, aunque corro como si el mismísimo diablo viniera detrás de mí, no hay pasos que me sigan.
Me detengo una vez que creo haberme alejado lo suficiente, mientras busco la manera de recomponerme, un pensamiento inusual llega a mi cabeza.
¿Qué rayos pasa?
Ryu
Edad: 19 años
Los pasos acelerados frenan antes de chocar conmigo. Son tres guardaespaldas y un idiota viejo, que está en un estado vulnerable, más ebrio que nunca.
—¡Neus! —grita, y yo alzo una ceja, indiferente a su nuevo reclamo.
—¿Qué le pasó? —pregunto a su séquito, los hombres se agachan e intercambian miradas, algunas cómplices y otras vacías.
—¡Tráeme a esa bailarina, Neus! ¡Traemela! ¡Se escapó! ¡La quiero de vuelta! —hace una rabieta, golpeando las paredes y quebrando en pedazos la botella de vidrio con restos de licor y droga para dormir. Se tambalea, golpeándose repetidamente contra los percheros y los marcos de ancestros y pinturas que cuestan una fortuna.
La misma droga que me causó problemas lo tiene ahora contra las cuerdas, y en sus estado de demencia ni siquiera se da cuenta.
Sonrío de lado sin poder evitarlo.
Choca con fuerza contra la esquina del pasillo y cae, regando gotitas de sangre en las losetas pulidas y recién enceradas. Le hago un gesto a sus hombres, atienden de inmediato, inclinándose y esperado órdenes.
—Nuestro "líder" se encuentra en un estado delicado, —digo, y todos ellos se estremecen. Ahora hacen el papel de niños pequeños que temen a su madre, a alguien con más poder del que ellos jamás tendrán. —háganme el favor de llevarlo a "sus aposentos especiales" para que descanse, esta vez quiero ahorrarme la fatiga de hacerlo yo mismo.
—Sí joven amo.
—Y, una cosa más. —agrego, reteniéndolos cuando están a punto de darme la espalda. —Que no salga hasta que de la orden de liberarlo. —dejo que caiga la máscara, permito que se rompa como la botella que permanece esparcida en el suelo y la alfombra. —Maten a cualquiera que intente actuar por su cuenta.
Me retiro, pasando por encima de los tropiezos y errores que cometí en el pasado, aplastando como a un insecto, al antiguo Ryu que esperaba que el miedo se fuera por sí mismo en lugar de apartarlo y ser fuerte.
—Joven amo. —me detengo.
—¿Sí?
—¿Qué hacemos con los invitados que esperan abajo?
—Déjalos festejar, en el fondo saben que esto no es por él. ¿Qué importa si se quedan ahí hasta mañana?
No espero a que me respondan, los dejo con su tarea y me centro en la propia, pasando del segundo piso al tercero, ahí dónde las huellas de una huida son más obvias. Llego al final y empujo la puerta, abierta por descuido mío hace tiempo, ¿quién pensaría que le resultaría tan útil en un momento así?
Entro, y mi enfoque traspasa los instrumentos para alcanzar el primer y único baúl que acompaña los estuches centrales de las guitarras. Levanto la tapa y Daniel se encoje, suspirando de alivio al ver que no es el viejo quien lo ha encontrado. Sacude una de sus manos y crea una sonrisa algo fingida, algo natural.
—Hola. —saluda.
—Hola. —le respondo.
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