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Recuérdame


Ryu


La niebla que rodea a Serius se comienza a expandir en la superficie real del cementerio. Mis pies quedan invisibles por la cortina semi transparente que no parece provenir de ningún lado en específico. La miro, y ella a mí; lejana, una estrella a punto de colapsar en un sistema solar gastado por el uso y el desánimo que florece al compás de la lluvia que retorna en gotitas frías, empapando nuestros cuerpos, nuestras vidas.

No odio la lluvia, pero sí mojarme. Por eso no es de sorprender que no tolere un tercer impacto caer sobre mi cabeza.

—Me marcho. —anuncio. Acomodo mi traje y comienzo el descenso al infierno. 

—¿A dónde irás? —su voz, con asperezas y ronquera, detiene mis pasos. —¿Vuelves tan pronto a la mansión?

—¿Y a dónde más puedo ir? Sabes que tiene la capacidad de encontrarme dónde sea.

Por el rabillo del ojo detecto el movimiento de sus labios, a punto de gesticular palabras que se ahogan en el tumulto que nace en la entrada, en los gritos molestos y ardientes que discuten sin nada de respeto a los muertos. 

—¿Qué es ese escándalo? —busco a la distancia algún rostro conocido entre el grupo de personas que forman un círculo, encerrando en el interior a un cuerpo que combina bien por las vestimentas oscuras, pero, que poco o nada tiene que ver con la R.R Family.

Serius aprovecha la distracción para llegar a mí lado. Ha borrado la nada en su rostro, sustituyendo esa carencia de expresión por una radiante, incluso algo animada.

Sonríe de medio lado y creo estar muerto.

Sí, sería la única respuesta a esta tontería. Oh vamos, hace tiempo que ella no ha dejado su máscara de frialdad, de mármol gélido. ¿Y ahora sonríe?

¿Qué es hoy? ¿Mi cumpleaños?

—Siempre tan impuntual. —murmura entre risas bajas y tonos cálidos. —Llegó tarde de nuevo. —finaliza, usando un tono poco más alto. Como si esa simple frase me explicara todo.

Alto. ¿Debería explicarme algo? ¿Debería interesarme lo que pasa?

Chasqueo la lengua y, de mala gana, la sigo cuando marca con energías renovadas su regreso y su llegada para poner orden.

—¡Les digo que sé a quien pertenece este lugar! ¡Oigan no soy un vagabundo! ¡Hey, idiota! ¡Te escuché! ¡Te escuché bastardo! ¡Vuelve a llamarme de esa manera y verás de lo que soy capaz de hacerle a tus desgracias inferiores! 

Esa voz...

Parpadeo, sin embargo, la borrosidad no desaparece de mis ojos, el mundo tiembla por debajo, y el camino empedrado se hunde, arrastrándome consigo.

—¿Qué me ven imbéciles? ¿Acaso no han visto a otro hombre en su vida? ¿O es que les gusto? Mis condolencias a sus entrepiernas señores, hace tiempo que le vendí mi cuerpo y mi corazón a alguien más. 

Esa tenacidad...

Los recuerdos parpadean, se mezclan con la realidad; los veo fusionarse y sufrir cortos, como las películas rayadas en una televisión que ni siquiera funciona.

Hay colores, sonidos, una risa estrepitosa, pero, no por ello menos dulce. Hay fuego y llamaradas ardientes en mi pecho, y luego... Nada, silencio, oscuridad. Realidad abrupta en la que yo sigo a Serius como el perro que soy, dejando un rastro rojo que se borra con el agua furiosa que refleja las lágrimas del cielo, del mundo.

Y... Él. 

No ha desaparecido.

No se ha ido con el despertar.

Sigue aquí, presente; con una mala cara oculta debajo de su capucha de terciopelo, las manos metidas en los bolsillos, poniendo una pose amenazadora, que de poco le serviría si de verdad los guardaespaldas de Serius buscaran atacarlo.

Espera... ¿Atacarlo?

Me pierdo de nuevo en su figura, empapada por la lluvia y temblorosa, un temblor sutil, que no llega a ser perceptible por la bola de idiotas que le rodean con ojos de depredador.

¿Por qué está aquí?

Gruñe y maldice, todavía sin percatarse de que estamos cada vez más cerca. Ninguno ahí parece notarlo, notarnos. 

Lo empujan entre ellos y su voz se alza como el grito de guerra de un griego al atacar Troya. Me motiva su seguridad, más, me espanta que se escuche en el fondo como una plegaria de auxilio.

¿Por qué esos guardaespaldas están tan cerca?

Manos se enrollan en sus brazos, Daniel los golpea, derriba a uno, pero quedan siete. 

¡¿Por qué me molesta tanto?!

Culparía a Kill si no me conociera. Culparía a mí día de mierda si no fuera consciente de lo que encierro en las paredes sangrientas de mi corazón.

—¿Y bien? ¿Quién sigue? —reta, ocultando con sus puños vendados la inseguridad de estar a punto de enfrentar algo que no ganará.

Puede que sea eso lo que me termina por consumir. O, tal vez, yo ya estaba hecho cenizas desde hace mucho tiempo, y él nada más me ha ayudado a darme cuenta. 

¿Cuánto calor es capaz de encerrar un cuerpo? ¿Un corazón?

¿Cuánta paciencia puedo albergar sin que mi instinto duela?

No lo sé, pero sí estoy al tanto de que, cuando Serius piensa intervenir, yo ya lo he hecho.

Es estúpido no enfrentarme al problema directamente, es estúpido abrazarlo al ver llegar el puñetazo y no detener el golpe y regresarlo, que es lo más común que habría hecho. Es estúpido, porque podría haber detenido todo con una simple palabra o un simple gesto, y aún así... 

Quiero abrazarlo, sostenerlo, así sea un instante demasiado frágil, que se perderá cuando el ataque cese. Pero, quiero... Quiero.

¡Maldita sea! Lo quiero.

Me pego más a él, lo cubro por completo con mi cuerpo, sintiendo su respiración detenerse y salir pausada en mi cuello, sus manos atrapan mi saco y lo sostienen con fuerza, sin despegarse, dejándome cuidarlo, permitiéndome sentirlo vivo... Vivo.

—Daniel... —su nombre escapa repentinamente de mis labios y hace que el par de ojos más sincero que he tenido el privilegio de observar, se empañe. 

Es todo lo que digo, lo que alcanzo a pronunciar antes de que el golpe se estrelle en mi columna y tenga que morderme para ahogar un grito y una bocanada de sangre.

¡Idiotas!

En ese punto no...

Inhalo con dificultad. Duele... 

—¡Joven amo! —las voces temerosas llegan en consecuencia. —¡Joven amo! ¿Se encuentra bien? Discúlpeme, yo no vi que era usted, si no...

—¿Sino no habrías golpeado? —me niego a mostrarme vulnerable, me niego a dejarlo ir. —¿Y lo golpearías a él en mi lugar?

—Yo... Lo siento joven amo. Él fue...

—Silencio. —ordeno, y él guardaespaldas retrocede asintiendo.

—Ryu... —Daniel habla y se detiene al instante. Inseguro. —No lo regañes, fue mi culpa. Además, estoy acostumbrado a los golpes. 

—¿Cómo te atreves a llamar al joven amo por su nombre? ¡Tú...!

—Se ha ordenado silencio. —Serius camina con ligereza, brazos cruzados y una expresión satisfecha. —Por lo visto ninguno de ustedes sabe escuchar. Antes también les di  órdenes precisas para que lo dejaran entrar. ¿Qué show es este?

—Ryu. —de nuevo mi nombre. De nuevo la vacilación. —Estás sangrando.

Sigo la línea de su visión, hasta toparme con el rasguño de bala que Kill dejó como recuerdo. Sacudo la cabeza y me separo. 

—No es nada.

—Déjame vendarte, yo...

—He dicho que no es nada. 

Sus ojos se vuelven duros, severos. Y veo en ellos una reencarnación lejana de mi madre, de mi abuela. 

Y no sé cuál de las dos es peor.

—Siéntate, Leprince. —dice tirando de una de mis orejas, conduciéndome a la banca más cercana. —Muéstrame el brazo.

—¿Quién te crees para...?

—El brazo.

—No.

—No te estoy preguntando. —acto seguido tira de mi extremidad y rasga la tela, dejando al descubierto una herida mucho más fea de lo que imaginé. Incluso Serius hace una mueca de asco. —¿Y dices que no es nada? ¿En qué cabeza cabe que esto es nada? ¿Eh?

—Ya bueno. Da igual. ¿Tú qué derecho tienes de gritarme? 

—Es que soy médico y me preocupo por salvar vidas de idiotas. —responde con cara de fastidio.

—¿Enserio?

—No. —se levanta la camisa y el mundo se oscurece al cerrar mis ojos, no tarda ni dos segundos para volver a tener luz y sombras. Sus manos desenrollan hábilmente una de las vendas que cubren su torso, y la piel va quedando expuesta; suave a la vista y marcada por moretones y cicatrices más o menos que las que tengo yo. 

La ira vuelve, y antes de que comience su trabajo de vendarme, lo sostengo.

—¿Quién te hizo eso? 

—Nadie. Permíteme... ¡Au! ¡Salvaje! Eso duele animal. —gruñe, sin estar molesto.

—¿Quién te hizo eso? —repito.

—Te diré si me dejas curarte.

—Dime primero. —insisto. —Cumplo mi palabra.

—¡Lucifer dame paciencia, porque si me das fuerza te lo envío con moño y todo! —exclama quitándose la capucha, dejando al descubierto un rostro familiar, aunque más joven y diferente; mientras que en mis sueños, vive con un aura de delicadeza y amor, el Daniel delante mío desprende un aura que se mezcla con el orgullo y la necesidad de aparentar una rudeza que no va a juego con su personalidad. Ni siquiera con el arete esférico de obsidiana me transmite el aura de un delincuente, más bien es sexy...

NO.

No te encariñes.

No...

—¿Tienes más perforaciones? —pregunto en su lugar, sintiéndome un niño curioso y un idiota estúpido.

Asiente, saca su lengua y puedo verlo, la figura de una perla plateada. Aprovechado como es, usa eso de distracción, y cuando menos me lo espero, el vendaje en mi brazo comienza a ponerse rojo por la sangre de la herida.

—Tengo más. Pero si te los muestro aquí te enamoras. —agrega, lanzándome un guiño y una sonrisa que no es tan fingida como quiere aparentar.

—Parece ser que estás muy seguro de ello. 

—Y tu muy duro. —suelta sin escrúpulos. —¿Qué? ¿Acaso crees que porque mis ojos se centran en los tuyos no ven otras partes? 

Una mano traviesa baja con picardía, la detengo antes de que compruebe una afirmación en exceso verdadera. 

—Ya me curaste. Ahora dime. ¿Quién te hizo esas cicatrices?

—¿Vas a seguir insistiendo con eso?—pregunta. Muevo la cabeza con dificultad. Repentinamente mi cráneo pesa más que toda mi vida junta. — Veo que sí... 

—¿Entonces?

—Estas.... ¿Estás bien? —su mano contraria se coloca en mi frente, y el frío de sus dedos me da a entender que no, no me encuentro estable. —¡Demonios y llamas, estás ardiendo en fiebre! —exclama apresurado, tropezando con las palabras y los movimientos, que a mis ojos se tornan lentos y predecibles.

Lo suelto e intento alejarme. 

Error.

El mundo que conozco recae en los borrones y las manchas, en las fallas que me han acompañado en los últimos meses. Rostros conocidos pero ajenos, fotos congeladas de otra vida que no es la mía, un bucle incesante, que se repite una vez tras otra. 

Y en medio de ese caos, una única cosa real.

ÉL.

Siempre es él.

Siempre es...

—Daniel. —llamo, y no tarda en apoyarme, aunque no puedo verlo, no me deja. No me abandona. —Sácame de aquí. 

—Ryu... ¡Serius! ¡Serius ven, Ryu está perdiendo pulso! ¡Rápido!

—Daniel...

—Calma, calma, estarás bien. Pasará. —sé que me recuesta en algún lugar, tal vez en la acera húmeda, ya que mi cuerpo se carga con el agua y el sabor metálico de la sangre. —¿Qué le ocurre? Estaba bastante bien hasta hace poco y...

Sus palabras se alejan, las caricias que hacen sus dedos alrededor de mi rostro se pierden, y cuando intento alcanzarlas, la imagen sólida, se quiebra.

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