Quiéreme
Daniel Jelavick
Edad: 20 años
No hay alarmas molestas, ni voces que me despierten, de hecho, no hay nada; eso consigue que mi descanso se vuelva ameno y pacífico, sin interrupciones ni ningún otro contratiempo de por medio.
Se siente bien despertar, aunque, el dolor de querer ser padre, punza todavía al nivel de mi cadera y más abajo.
Muevo las sábanas y bostezo, mi reflejo me imita en el espejo enfrente de la enorme cama; puedo verme enterito, desnudo, con marcas y recuerdos de la noche por aquí y por allá, mi cabello está peor que una escoba usada por años, y ni hablar del trabajo que va a costarme desenredarlo.
Podría seguir así por horas, perdiéndome en la nada, acompañado únicamente de pensamientos absurdos, pero, una sombra vestida de blanco atrae mi atención desde la alfombra, en medio de almohadones y trenzas hechas con terciopelo.
—Buenos días. —digo, deslizando mis brazos y parte de mi peso sobre la espalda de Ryu, causando que la bata blanca que lleva puesta se ladee, exponiendo piel marcada por mis dedos y mi boca. Él soba mis manos, repartiendo calor y besos delicados.
—¿Dormiste bien? —pregunta.
—Mejor que un bebé.
—Es bueno saberlo.
—¿Y? —interrogo, sentándome a su lado, sin despegar la mirada de la pequeña mesa puesta con manjares recién hechos, cuyo aroma dulce flota por aquí y por allá. —¿Qué es todo esto?
Ryu sonríe al intuir mis intenciones, y dicha acción me da por sentado que el fin del mundo se acerca.
Pellizco sus mejillas, conservando a propósito esa sonrisa que se baja preocupada.
—¿Qué?
—Sonreíste. —le digo. —Sonreíste. —me afirmo. No he procesado del todo cuando ya lo he derribado, abrazándome a su cuello con inmensa felicidad. —¡Sonreíste! Oye, oye... Por cierto, —agrego, levantándome y ayudándolo a hacer lo mismo. —No es por querer agriar tu mañana ni nada por el estilo, pero, ¿por qué sigo vivo? ¿Dónde se metió tu abuelo?
Se encarga de remover el té un largo rato, aprovechándose a propósito de los pétalos de las flores que navegan por encima del agua para no tener que responderme de inmediato, aunque, naturalmente, luego de un par de minutos evadiéndome, suspira y se rinde.
—Deja de mirarme así. Te lo diré. ¿Bien?
—Bien. —jalo la otra bata que quedó olvidada cerca de este mismo tapete la noche anterior, cuando se suponía que era hora de dormir y terminó siendo el intento número... Bueno, perdí la cuenta, pero, fue uno de los tantos intentos, obviamente fallidos, de tener un hijo. Cubro mi cuerpo con aquella prenda y espero, dándole tiempo para encontrar las palabras adecuadas mientras yo preparo una rebanada de pan con miel y fresas.
Tivye estaría feliz de estar en mi lugar, seguro disfrutaría mucho de comer tanto dulce como le fuera posible.
—Lo encerré.
Detengo mi pan a medio camino y si hubiera sido más descuidado, la rebana habría terminado cayéndose al suelo.
—¿Cómo dices?
Bebe un sorbo de su taza, absorbiendo también el vapor caliente que escapa paulatinamente en un suspiro ahogado.
—Lo encerré. Voy a necesitar tu ayuda para cuando lo libere.
Esta vez mi pan sí que se cae al suelo.
—¡¿Liberarlo?! ¿Estás....?
—¿Loco? No. —lo piensa y su expresión cambia por completo, volviéndose decaída. —Puede ser. No importa. Lo que quiero hacer es alterar la realidad que él cree que existe. Le haré pensar que lo que más odia es lo que está aconteciendo. —atrapa mi mano y la besa. —Creerá que somos pareja y estamos a punto de casarnos.
—¿Por qué?
—¿Por qué no? —alza la mirada, perdiendo las sombras, que quedan sustituidas por una gran carencia de expresión y sentimientos. —Ya estoy harto, Daniel, tan harto de que todo el tiempo el final llegue con violencia, con una bala tirada por mi mano. No deseo eso para él. Si va a destruirse, que lo haga él mismo. —me ve y no es él, no está vivo en esa mirada. —No voy a ensuciar mis manos con la sangre de alguien que no vale la pena.
Ryu
Edad: 19 años
—¿A dónde me llevas? —pregunto, al detectar las imperfecciones en el camino y los aromas mezclados de gente y comida, animales y naturaleza, así como el humo que sueltan los autos que transitan cerca nuestro. —¿Daniel?
—No diré nada, pero, seguro te gustará. —dice, fingiendo alegría para encubrir una preocupación que nos viene acompañando desde muy temprano por la mañana.
Intuyo que esa preocupación es culpa mía, ya que, luego de haberle dicho mis planes con el viejo, a detalle, su expresión decayó tanto que se veía enfermo, demacrado, perdido. No dijo que no ayudaría, pero, su respuesta tampoco fue más allá de una sencilla contestación con la cabeza, de ahí, insistió tanto en salir de la mansión, que alcancé un punto en el que me pareció sofocante seguir dentro.
Quería huir, volar, escaparme y no volver jamás. Ahora temo lo que pueda pasar si no regreso antes de que el reloj marque la media noche.
—Ya estamos aquí. —Daniel se posiciona detrás de mí y retira la venda, corbata, que me mantuvo en la ignorancia por un cuarto de hora. —¡Taran! ¿Qué te parece?
—No diré nada.
—¡Ryu!
Analizo el lugar; un puesto pequeño en medio del parque que, por lo visto, frecuenta más que su escuela, a la cual, por cierto, se negó a asistir el día de hoy, bajo la premisa de que "sus caderas no lo soportarían".
El carrito que soporta una cubierta metálica, es pequeño, hay letreros desde varios metros antes, hechos con tiza sobre un pizarrón negro o un cartel especial para que se pueda pintar o escribir sobre su superficie, arriba de nosotros flotan secuencias de focos amarillos y blancos, también banderas puntiagudas y estrellas. La mayoría de las mesas son improvisadas, con bancos de madera y tinas volteadas del mismo material, que hacen su papel como mesa; cada una está forrada con tela cuadrada, algunas blancas, otras azules o dorado, en el centro, un florero con improvisaciones que simulan planetas, flotan gracias a espirales de alambre.
Los meseros atienden disfrazados de algunos personajes que no reconozco, y, en la cocina, la chef lleva un exagerado sombrero negro de cocina.
—¿Qué es este lugar?
Daniel avanza, tirando de mí para que no me quede detrás o tenga la intención de huir. Busca una mesa debajo de un aro con más estrellas cayendo de él, me empuja a la silla y se sienta a mi lado, satisfecho con su misión.
—Es un buen restaurant, niño rico. Está bien comer cosas preparadas especialmente para ti por chefs de primera, pero... —soba su estómago. —Necesito comida de verdad.
—El desayuno fue comida de verdad.
—Me refiero a que necesito algo como esto. —señala un platillo en el menú, una mezcla extraña de carne y salsa, mucha, pero mucha salsa. —Tú pide también, no te me quedes viendo que no te daré nada de lo mío. ¿Okey?
—Pareces Tivye. —añado, recogiendo mi propia carta, dispuesto a darle una oportunidad a los platillos y, sobre todo, a él.
—Es mi mentora, no esperaría menos.
Reviso la comida una y mil veces, sin embargo, cada platillo es más raro que el anterior, más picante también. Hay carne, mucha carne, gran parte del menú consiste en una dieta carnívora. Encuentro ramen, y algo similar a pizza con figuras extrañas hechas con la harina y el queso.
—¿Quieres que pida por ti? —me pregunta Daniel, terminando de recitarle su pedido a la mesera que nos ve con ojos extrañamente fascinados.
Cierro el menú y asiento.
—Adelante.
—Tráele una pizza especial, —comienza, sin siquiera ver los platos, lo que me da a entender que era algo que ya tenía planeado desde el principio. Muy listo, Jelavick, muy listo. —con un extra de salsa, pero, que sea aparte, sin queso en las orillas, no le agrada nada. —agrega como explicación al ver la cara de confusión de la chica al escuchar que no le ponga queso. —También trae un plato individual de los rollos enchilados, un té especial de fragancia floral, una malteada de arándanos rojos y frutos de temporada, y de postre... ¡Ya sé! Un trozo de pastel primavera, con bastante jalea.
La señorita repite el pedido de ambos y Daniel asiente ante cada cosa, al final le agradece y espera a que se marche para volver a dirigirme la palabra.
—¿Qué tengo en la cara?
—No sabía que podías conocerme tan bien. —respondo, un poco avergonzado porque me haya descubierto embobado con su conocimiento y poder sobre mí.
—¿Qué esperabas? —se cruza de brazos, pareciendo sereno en el extremo, pero jugando con fuego debajo de la superficie; entrelazando su pierna con la mía, buscando quemarse a la hora de frotar su tobillo contra el mío, lento, muy lento. —Cada cosa que dices la recuerdo o la gran mayoría al menos. Te gusta la pizza, pero no con orilla de queso, ni champiñones, casi no te gusta el azúcar, a no ser que sea en postres, en especial pasteles, te desagrada que la comida se mezcle, por eso prefieres que el platillo y sus aderezos o salsas vengan por separado. Y si comes, tiene que haber tres tiempos, la entrada, con un platillo ligero con aderezos, o sopas, el plato central que no sea fuerte, sino todo lo contrario, algo ligero que combine con la entrada, para cerrar, siempre te gusta beber un té, preferentemente de flores, a menos que sea de noche, ahí te gusta más los que son de hojas verdes, menta, hierbabuena... Y, aunque lo niegues, las malteadas no pueden faltar en tus cenas, acompañadas de un postre, ya que odias mezclar postre con té, porque dejan migajas en el fondo.
—Me apena decir que no sé tanto de ti cómo tú de mí. —digo. —Espero que eso cambie con el tiempo, no me gustaría seguir rezagado en estos temas.
—Creo que tampoco te conozco tanto. —trenza sus mechones, aunque su cabello no es tan largo, tiene una medida que le permite ser peinado sin destruirse al instante, sin embargo, tampoco se conserva sin una liga de por medio. —No como antes. Muchas cosas han cambiado.
—Supongo. —digo, y es todo lo que tenemos que decirnos.
La comida llega poco después, el sabor no es malo y se lo hago saber, Daniel se carcajea con mi respuesta y al finalizar, viendo mis platos limpios, vuelve a estallar, haciendo comentarios que hacen reír incluso a la mesera, que se aleja sonrojada por el exceso de burlas.
Daniel insiste en pagar la cuenta y tenemos una pequeña batalla para decidir quién se hará cargo esta vez. Gana, por supuesto, gana con trampas, aunque la mesera lo pasa por alto y acepta su dinero.
Creo que llegó a agradarme.
Nos despide junto a algunos miembros más del personal cuando nos levantamos para irnos, Daniel agita su mano sin detenerse hasta que quedan muy lejos, muy separados de nosotros.
Ahí, en medio del parque, bajo la luz lunar y la de algunas farolas, el silencio nos rodea, agradable y único, hasta que decido romperlo.
—Quiero irme a vivir a las montañas. —sentencio.
Daniel deja de caminar en la orilla de las jardineras, retomando al darse cuenta de que yo no me detengo.
—¿Y eso?
—Pienso disolver la tripe alianza luego de terminar con el viejo, esta es la última misión que tengo como heredero. Ya no es vida estar dentro de esa casa, me persiguen los fantasmas que ahí habitan, me hablan los monstruos que siguen escondiéndose en cada grieta, no me dejan, no van a dejarme a menos que decida salir. —le tiendo una mano, él la toma y salta, dando un giro al caer de vuelta al concreto. —Ya no me siento cómodo ahí, Daniel. Al principio me aterraba la idea de dejarlo todo, de echar a perder años y años de herencia, planeación y vida, pero, no creo que a mis ancestros les moleste, y si sí, entonces, me consolará saber que los monstruos no reviven.
—Así que lo dejas.
—Sí, lo dejo. Esta vez para siempre.
—¿Qué harás con la mansión?
—Voy a subastarla, todo de hecho. Cada propiedad y empresa con la que cuenta la alianza, voy a subastarlas todas. Con el dinero que tengo nos alcanza para vivir bien el resto de nuestras vidas. Podemos viajar por el mundo unos años, y luego, compraré un lugar en algún país con montañas bonitas... Creo que estar en contacto con la naturaleza me vendría bien.
—Yo también lo creo. —toma mi mano y sonríe, imitando mi paso para poder ir junto a mí. —Y, si es lo que quieres, lo haremos. Viajemos, vayamos a todos los lugares que quieras. Juntos, Ryu.
—Juntos, meig solerumg. —le respondo, y al capturar sus labios, la gloria que antes estaba tan lejana, se acerca hasta quedar al alcance de mis manos.
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