Perdóname
Ryu
Es agobiante volver aquí sin compañía.
Es doloroso recurrir a los muertos en busca de consuelo.
Es tan real el hecho de estar de pie delante de una lápida, inmóvil, con la vista perdida en los grabados de oro, que indican el nacimiento y el deceso de la única persona que podía llevar sobre sus hombros los trabajos más pesados, el de esposa de un demonio y líder de varios.
Leo su nombre repetidas veces, me lo sé de memoria sin necesidad de repasarlo, pero, en momentos como este, en los que mis emociones predominan en mi interior, rugiendo por salir, mi atención debe desviarse a otro lado, mis sentidos deben quedar en suspense y el mundo debe dejar de importarme.
Aunque, puede ser que, realmente nunca me haya importado lo suficiente. Ni siquiera lo necesario.
Bajo el ramo de flores que me recuerda a la vida por el simple hecho de que se marchita igual que ella; los colores brillantes hacen ver al pálido mármol un poco más vivo, un poco menos glacial. La tumba de mi abuela es de las más bonitas, y no por ser presuntuoso, sino porque, en realidad, lo es. El abuelo demostró ser más compartido con los muertos que con los vivos, dejando que la abuela tenga una tumba tallada en el mármol más blanco, esculpido sobre una superficie plana y rectangular, con la figura de ella en su juventud, sentada en el pedestal de su salón de dibujo, con la mirada perdida en el horizonte, y telas cubriendo su belleza.
No sé si se debe a esa ancla humanoide el hecho de venir siempre que necesito un abrazo, que la necesito a ella.
Y últimamente la he necesitado demasiado.
Estar solo no es fácil; así me haya preparado una vida para mi papel, para que sea un Leprince, un heredero, no puedo hacerlo... No sin ella.
Una de mis rodillas toca el pasto, que cubre el suelo como un tapete bien ceñido, húmedo por la reciente llovizna y las gotitas pegadas a los tallos verdes, que crecen por doquier a una altura pareja. Cuando mi segunda rodilla llega al mismo nivel, el sonido de pasos a través del camino de piedra, ya es, para mí, inconfundible.
Pasos torpes para ser un Red River, pasos inseguros y furiosos. Pasos de él.
Otra bestia.
Otro animal.
Otro títere más en el baúl usado de nuestro dueño.
Otro peón puesto en un blanco vulnerable, que, de seguro, le garantizará una muerte inminente y muy dolorosa.
Eso si sigue metiéndose con las personas incorrectas, si sigue metiéndose conmigo.
Cierro los ojos para no verlo, perderé los estribos más rápido si lo hago. Me aferro a la mano de mi abuela, fría e irreal, me aferro a la humanidad que todavía conservo en ella, o en los vestigios que dejó atrás.
Por esta vez no lo logro.
O es que ya vengo demasiado susceptible, o es que un alma maldita ya no encuentra consuelo de la mano de su dios, igual a los creyentes devotos que obran en contra de la palabra de su señor. ¿Puede que el pecado me corrompa tanto cómo para dejar de sentir humanidad y reemplazar eso con un destello rojo que no es de este mundo?
Si fuera religioso me preocuparía, pero, por desgracia o mala fortuna, soy un Leprince. Ya no puedo creer en nada, ni siquiera en mí mismo.
Tomo aire, y este arrastra una desazón pútrida, seca y parecida a las cenizas, similar a lo que inundaba mis pulmones el día en el que ella murió.
Ignoraré eso por ahora. Es mal augurio, y, por hoy, ya he visto suficiente sangre.
—Diré esto una vez y de la mejor manera que puedo en mi condición actual. —que no es muy buena y no te favorece ignorar. Digo, todavía sin abrir los ojos, sin separarme de lo que me queda. —Vete de aquí. No estoy de humor, no quiero lastimarte y mucho menos pelear delante de ella. Si tienes algo de respeto por nona, comprenderás y dejarás tu odio por una vez.
—¿Ella? —la voz altisonante de un adolescente, chilla con exaltación, revolviendo mi remolino interno. —Sigues hablando como si estuviera viva, Ryu. Engáñate a ti mismo si quieres, pero, a mí me gusta afrontar las cosas como son. ¿Qué no quieres pelear aquí? ¿Qué? ¿Temes que te vea siendo un perro y pierda la fe que tenía en ti? Oh vamos. Todos en las familias sabemos que tu humanidad ya no existe... Perro.
—Kill... —advierto. Es el ultimátum que le doy, es la humanidad que me queda.
Porque tiene razón. Porque ya no soy nadie ni nada más que eso.
Perro.
ASESINO.
—¿Qué me harás si no me callo? ¿Vas a golpearme como al hermano de nuestra tercera dama? Puede que Lia Wang te perdone por golpear a su estúpido mellizo, pero yo todavía recuerdo la expresión de su rostro.
—¡Kill!
—¡Te veía como a un monstruo! ¡A ti! Al gran Leprince. ¡Al futuro de la alianza! ¡El orgullo de la familia, de nona! —me escupe y es lo único que no me importa. —¿Qué diría ella ahora?
Lo miro y no veo arrepentimiento en ese rostro marcado con cicatrices y el paso del tiempo, un tiempo cruel, un tiempo duro, que no perdona, ni siquiera a los más jóvenes. Ni siquiera a los inocentes.
Nos corroe.
Nos corrompe.
—Cállate. —gruño. Y hay que admitir que mi paciencia ha jugado a extenderse de una forma especial.
Tal vez porque ya lo conozco, o tal vez porque, aunque él no me quiera, yo lo atesoro por ser uno de los pocos que se mantiene aquí, vivo, conmigo, independientemente de las emociones de odio y rencor que me guarda.
Yo siento lo mismo hacía mí. No lo culpo.
No es fácil volverle a sonreír al asesino de tu abuela.
PeiPei no merecía mi traición, pero yo necesitaba que mis padres siguieran vivos... NECESITABA.
El salvar personas y mantenerlas en mi círculo ya no es algo habitual, es ahora una necesidad con precio caro. Con precio en vidas.
—Me dijiste algo ese día Ryu, —retoma. Sus ojos rojos por contener el llanto que ya no piensa soltar delante mío. —algo que no voy a olvidar.
—Vete. —mi último intento. Así se trate de cobrar una nueva vida, cargaré con el peso de las consecuencias que sigan después.
—Una vida por una vida. ¿Lo recuerdas?
—No quiero que este lugar sea manchado con sangre, Kill. —digo. Me pongo de pie, sacudo la suciedad adherida a mi traje y continúo sin despegarle la mirada. —No es el mejor día, de verdad. De hermano a hermano, te lo digo por tu bien, no por el mío. Vuelve por donde viniste, o tu tumba será la que acompañe a la de nona.
—Yo... ¡No soy tu hermano! —exclama. Sus movimientos han mejorado bastante, el puñetazo limpio que consigue asestar en mi mejilla lo demuestra, aunque se lo permití, porque me lo merezco, porque lo entiendo.
Siento la fuerza de su odio en una patada que me pone de rodillas, su ira florece con la sangre que escurre de mis labios apretados con determinación y la magnitud de su rencor es palpable a través de su desquite constante.
En mi mente se activa un conteo por costumbre.
¿Cuánto vale una vida?
¿Cuánto vale MI vida?
Dieciséis.
No tiene reparos en contenerse, llevando contra mí lo mejor de su entrenamiento.
Diecisiete.
Instantáneas de PeiPei educándonos junto a nona, trituran un corazón que nada más sirve para bombear sangre, pero no para sentir.
Kill sonriente me espera en los pasillos, con una jabalina o una katana. Con entusiasmo.
Dieciocho.
Con amor.
Atrapo su siguiente movimiento y lo derribo, usando su fuerza de ataque para devolverlo a la tierra. Trago el bocado de sangre, acumulado dentro de mi boca, y apenas y reparo en las gotitas libres a lo largo de mi mentón.
—Fue suficiente. Continuáremos otro día. —digo, volviendo a lo importante. Volviendo a la lápida.
—Te odio. —masculla arrastrándose. —¡Te odio! —grita irguiéndose. —¡Te odio gay de mierda! Si tan solo tú no te hubieras enrollado con la zorra de Daniel, nada de esto habría pasado. ¡Si no tuvieras gusto por putas baratas mis dos abuelas seguirían respirando! ¡Seguirían vivas! ¡Todo esto es tu culpa! ¡Tu culpa!
—Retráctate. —mis puños se cierran y se abren, vuelvo a repasar las letras doradas, buscando desesperadamente la razón. Es imposible. ¡Es imposible! Giro en su dirección y lo agarro por las solapas de su traje, llenas de lodo y pasto. Es sorprendente su templanza ante mi ira, es sorprendente su descaro ante la amenaza. —¡Kill, retráctate!
Sonríe, dejándome en claro que no lo hará. No de la forma en la que yo quiero.
—¿De qué quieres que me retracte? ¿De la verdad? Si es cierto, Ryu, todo esto es tu culpa.
—Eso no... ¡Retráctate sobre lo que dijiste de él! ¡Sabes perfectamente que no tienes permitido...!
—Fue mi error, lo siento. No es una puta barata, es puto. —acto seguido se enrolla en uno de mis brazos, haciendo fuerza y presión para dislocarlo. Suelto mi agarre y él se abalanza de nuevo.
Está intentando de todo para herirme, para lastimarme. Y sé de lo que soy capaz si lo dejo continuar por ese camino, así que no me arrepiento al tomar una de sus extremidades y zafarla en una fractura limpia.
Grita, aunque no es por el dolor. Grita maldiciendo mi nombre, y el de él, que es lo que en realidad me molesta.
—Te odio Ryu. Te odio tanto. ¡Destruiste a nuestras familias! ¡Las hiciste pedazos! ¿Pero sabes qué? Lo odio más a él. ¡POR QUE FUE SU CULPA! ¡Si no te hubiera seducido no estaríamos aquí! —golpea el suelo y lo lava con sus lágrimas de impotencia. —Quiero matarte hermano, pero no desearía hacerlo si supiera dónde está él. Entonces tu vida la cambiaría satisfactoriamente por la suya.
—Deja de hablar.
—¿Lo ves? Sigues protegiéndolo. ¡Por su culpa te volviste el perro del abuelo! ¡Fue Daniel quién te hizo olvidar! Y tú... No puedes culparlo. ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué siempre lo pones por encima de la familia?! ¡¿Por qué nos haces esto?!
No lo sé.
El par de ojos que ven alegría y color dónde yo encuentro sombras, aparecen de repente, y se esfuman igual.
"—Te amo."
Su voz...
"—Príncipe azul..."
Sus palabras.
"—¿Ryu? ¿Estás bien? Te ocurrió de nuevo, ¿no es así?"
Su preocupación.
Y, por encima de todo... Ese maldito recuerdo.
"—Te amo violinista.
—Te amo Mei solerumg.
Un rostro difuminado que conozco tan bien por visiones ajenas, y una sonrisa especial y más brillante, lo acompañan, adorados desde atrás por el brillo sofocante de un sol en júbilo.
—¿En esta vida? —cuestiona con perversión, una mano en mi mejilla y la otra contorneando el delineado de mi pecho.
—Y en todas ellas. —respondo. Conociendo de memoria las líneas que se repiten tanto como el nombre de mi abuela.
—¿Y si me pierdo? —continúa, poniendo un puchero adorable.
—Siempre, sin importar el tiempo o el lugar, voy a encontrarte.
Dice una voz desesperada, que promete mucho.
"Voy a encontrarte".
Tal vez demasiado.
"¿Por qué tardas tanto entonces?"
"¿Por qué soy yo quien no te busca?"
"¿Por qué tengo miedo de encontrarte?"
—Es extraño que yo lo diga. —respondo. —Sin embargo... ¿Cómo culpas a alguien que quiere encontrarte incluso cuando tú no quieres hacerlo? No sé si conozco a la persona de quien hablas, pero sé que me gusta de algún modo. Y algo dentro de mí me dice que lo proteja.
—Un perro no protege a nadie.
—Error, los canes son los animales más fieles, y por ello, creo que es la primera vez que me alegro de que me compares con uno.
—Si tan feliz estás siendo un perro, entonces muérete como uno. —dice. Con la derecha rota, su mano izquierda tiembla al sostener el arma y se sacude con violencia cuando el gatillo es jalado y la bala escapa, rozando uno de mis brazos, causando un desgarre que saca a relucir lo escandalosa que puede resultar la sangre.
Me siento cansado.
Quedo eclipsado unos segundos con el río rojo que mana de un surco en horizontal; dos de mis dedos tocan la sustancia, y son esos mismos dedos los encargados de tirar de la cuerda final, sacando mi propia arma y dejando en un tiro lo que iba a costarle a él en dos.
El sonido es imperceptible, a comparación del bullicio que se generó con su primer ataque; y no es que no emita ruido, sino que mis oídos han dejado de oírlo.
Un pitido lejano, que se pierde paulatinamente, es lo que rompe la calma total y el baño de muerte. Lo sigue una nueva secuencia de pasos, más coordinada, más silenciosa.
—Fratello. —dice una voz que hace tiempo desconozco. Como a todos, como a mí.
—Serius.
—Dimmi cosa hai fatto? (Dime, ¿Qué cosa has hecho?)
Lentamente, al tiempo que enfundo mi arma, giro para quedar cara a cara con el rostro neutral de un fantasma enfundado en seda y cuero negro.
—Ho premuto il grilletto. (Apreté el gatillo) —respondo. Y sus ojos distantes regresan con una niebla nostálgica que me recorre con pesar.
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