Ódiame
Ryu
—Serius. Abre, por favor. Serius. —Daniel sigue intentando, frente y puño pegados a la madera de la puerta. —Serius. ¿Estás ahí? Si no sales voy a llamar a la policía. ¡Serius!
—No va a abrirte hasta que quiera que entremos o quiera salir. —digo, recordando las múltiples ocasiones en las que hizo rabiar al viejo hasta la muerte porque no le daba cara luego de una "travesura", o varias.
Daniel es necio.
Serius también.
El primero no deja de tocar durante la hora que sigue, y mi prima ni siquiera murmura un par de palabras desde el interior, indicando que sigue viva y bien.
Si hubiera silencio, tal vez podría escuchar lo que sucede, pero con los golpes y la voz preocupada de Daniel, no logro hayar concentración en medio del alboroto.
Me rindo.
—¿Serius lleva mucho tiempo viniendo aquí? —pregunto, en un intento fallido de que él desvíe su atención de la puerta. No sé aparta, sin embargo, me responde.
—Viene algunas veces. —dice, ojos y puños cerrados, apretados en un punto doloroso que duele incluso verlo. —Creo que a veces necesita escapar de su realidad, necesita paz. Por ello le dijimos que podía quedarse uno de los cuartos vacíos de arriba, pero, ella dijo que elegía el sótano.
—Siempre le han gustado los lugares oscuros. —comento. —Parece un gato.
—¿Quién parece gato? —interroga la voz cansada, que por fin, luego de tantos ruegos, asoma la cabeza de su escondite.
Daniel pega un brinco y retrocede asustado, consecuencia de no separarse de la entrada hasta que fue algo tarde.
—¡Serius! ¿Qué te pasó? ¿Y la sangre? ¿Por qué no respondías?
Serius me ve de reojo y yo entiendo, Daniel no, así que procede a explicarlo con palabras que buscan sonar despreocupadas, pero que, hace tiempo, vienen llenas de una carga que parece ser infinita.
—No fue nada, Daniel. No te preocupes. —empieza a decir, a la par que sale del sótano y cierra la puerta con seguro y una llave que, estoy seguro, solo tiene ella. —Problemas con mi abuelo.
—¿Necesitas ayuda? ¿Quieres qué...?
—No. —es cortante y directa. —Ya me he curado, por eso no podía responderte.
Daniel vacila, y a mí me gustaría poder decirle que la deje en paz. Aunque nuestro deseo sea el de ayudar a Serius, ella no va a permitirlo, hace mucho tiempo que dejó de permitir la ayuda en su vida.
La veo con tristeza; su cabello lacio está mal cortado, y supongo que no fue su mano la que lo niveló así, todavía quedan rastros carbonizados y negros del fuego. Los moretones comienzan a florecer debajo de su mentón, o en sus mejillas, ya hay uno con los pétalos abiertos en su frente. Tiene cortadas y retazos de golpes, la sangre de su nariz no ha dejado de fluir, y tuvo que recurrir a un tapón de papel mal hecho para evitar que su nuevo conjunto de ropa termine empapado de rojo en el cuello.
Su postura recta se encorva un poco, y la dificultad que quiere esconder cuando camina, se hace más notoria cuando avanza con Daniel.
A veces me sorprende lo iguales que podemos llegar a ser.
A veces me sorprende que, incluso siendo humanos que viven un infierno, todavía no queremos rompernos.
No queremos dejar de vivir.
—¿Hay algo de comer?
—Ramen. —Daniel se encoge ante su penetrante acusación. —Puedo hacerte un huevo si quieres.
Serius chasquea la lengua y realiza un ademán determinante.
—Ni lo sueñes. Prefiero comer ramen industrial a un huevo preparado por ti
Me levanto y acudo a su lado en silencio, sin preguntarle si necesita que la sostenga para caminar, su cuerpo habla por sí mismo lo que ella busca callar sin éxito. Al principio se muestra reacia a aceptar mi brazo, pero termina cediendo, termina aceptando que a veces también necesitamos un apoyo.
—Tú te lo pierdes. —le responde Daniel, antes de tomar partido y adelantarse para encender la estufa y poner a calentar un poco de agua.
—Ni loca volvería a comer algo que prepares, Daniel. Ni loca. —masculla Serius, tan fuerte como puede, para que él la escuche perfectamente.
—¿Tan malo es? —le pregunto, y ella asiente al instante.
—¡Ni siquiera puede considerarse comida, Ryu, lo que Daniel prepara es carbón!
Se escucha una risita y Serius se suma a ese cántico armonioso. Entramos a la cocina y la acompaño para que tome asiento, gruñe, sé que no le gusta en absoluto depender de los demás, pero, también es lista, y entiende que su cuerpo tiene un límite que no es bueno alcanzar, o romper.
Daniel tararea mientras espera a que el agua se caliente, Serius y yo lo observamos en silencio, siguiendo sus movimientos algo torpes, que casi consiguen romper la vajilla de porcelana, hasta lo que sé, la favorita de Tivye.
—Él va a encontrarte. —dice de repente. Sin emociones aparentes, sin vacilar.
Suspiro.
—Lo sé, sé que tarde o temprano va a dar conmigo. Es el viejo, nada puede detenerlo si se propone algo. Pero, eso mismo va a condenarlo tarde o temprano.
—¿Qué planeas hacer? —interroga tranquila, demasiado para no denotar preocupación.
—Nada en realidad, cuando se trata de él soy un niño estúpido que no es rival para su intelecto.
—Mientes.
—No lo hago.
Serius se ríe entre dientes y sacude la cabeza, recostándola sobre sus brazos, arriba del tapete que cubre la mesa.
—Cuando mientes evitas mirar a los ojos a quién te habla y tus orejas se colorean de rojo. —dice. De inmediato cubro mis oídos y ella chasquea la lengua. —¿Ya ves? Algo planeas. ¿Qué es?
—Te lo diré si tú también me dices qué estás tramando. —alza una ceja y espera a que prosiga. —No creas que tampoco lo sé, es poco común que, teniendo una mansión para ti sola, decidas ocupar el sótano de la casa de un grupo de adolescentes.
—Así que esto es conocer a la gente. —dice pensativa. —Créeme fratello, me odiarías si te lo dijera.
No digo más, ella tampoco. Daniel llega a dónde nosotros con una charola, un bol de porcelana y un juego de palillos de bambú, con finas y delicadas decoraciones de pétalos y narcisos. Lo deja delante de Serius y toma asiento a mi lado, yo sostengo su mano debajo de la mesa, en un intento de recuperar la calma que va y viene junto a las expresiones maleables de mi prima.
¿Qué planea esta vez?
Es muy obvio que tuvo un encuentro con el viejo, aparte de él, no queda nadie con vida que sea capaz de hacerle eso a su rostro, a su cuerpo, a ella como mujer. Es una fiera si se trata de pelear, y un demonio si la obligas a enfrentarte, sin embargo, a veces olvidamos que en este infierno, al que ya nos hemos acostumbrado, también merodean criaturas a las que los demonios no pueden hacerles más que un mero rasguño, a menos que sepas dónde, cómo y cuándo atacar. A menos que conozcas a los Red River y su punto débil.
Su misión es proteger a la alianza; no puedes combatir fuego con fuego a menos que busques quemar el mundo, y tampoco con agua, ni viento, a veces, la respuesta está en ser paciente y calmado, mantener la paz y la fuerza de la tierra.
Si se trata de puños, el abuelo y su familia nos destazan.
Si se trata de juegos, ellos tienes las mejores partidas.
Pero, si se trata de quebrantar una mente, el potencial yace en la cuna de los Leprince. No por nada somos perros que muerden las manos de aquellos que les dieron de comer. Tanto en Sicilia como en Francia, este mal nos atormentó, y nos persigue desde entonces.
Traidores.
—¿Ryu? —Daniel tira ligeramente de nuestro agarre. —¿Qué le ves a la pared? ¿No te gusta el color?
Serius se atraganta con los fideos, tose un rato con mis palmadas en su espalda y apenas se recompone habla con Daniel, sin esconder su diversión impregnada en cada centímetro de ella.
—¿También lo notaste? Algo planea. —comenta, a la par que abre y cierra sus palillos, dándole mayor énfasis a sus palabras.
—Y no es bueno. —puntualiza Daniel. Lo interrogo con la mirada y él se encoge de hombros, indiferente y con una carita de falsa inocencia que no se la compra ni él mismo.
—¿Cómo sabes que lo que planeo no es bueno?
—No has pestañeado ni una sola vez. —dice.
—Y tampoco dejas de golpear con el dedo índice la madera del banco. —termina Serius. —¿Qué? Es fácil leerte una vez que te conocemos.
—Lo mismo digo sorella, lo mismo digo. —le respondo, acariciando con el pulgar la piel cálida de Daniel. Él hace lo mismo conmigo, y a los segundos, el sonrojo en sus mejillas es prácticamente inevitable.
Serius se atraganta por segunda vez. Evita mi ayuda y se bebe de jalón su vaso de agua, tosiendo más en el proceso.
—Te traeré más agua. —Daniel me suelta y toma el vaso vacío para volver a llenarlo. Contemplo el vacío que dejó su mano detrás, el halo de calor es perceptible en el ambiente que se mezcla con el frío natural de la cocina.
No es agradable soltarlo y dejarlo ir.
No es agradable verlo sostener una baratija de vidrio cuando yo podría ocupar su lugar.
¿Es demasiado que yo esté molesto con un vaso en lugar de una persona?
—Hay gente allá afuera que quiebra vasos con su voz, —Serius limpia los residuos de comida en la mesa. —tú, en cambio, quieres destruir a ese pobre utensilio de cocina con los ojos. Cálmate bruto.
Le gruño y ella me lanza su servilleta.
—No juegues en la mesa. —le reprendo, atrapando el ataque con una mano. —Y practica tu puntería.
—¿Qué eres? ¿Ah? Tanto tiempo viviendo con ese viejo te está convirtiendo en uno. ¡Vamos fratello! Diviértete un poco. Gracias Daniel. —dice, recibiendo de vuelta su vaso, y yo recupero la atención de dos manos heladas por el contacto con el líquido frío. —Debo admitirlo, a pesar de todo, ustedes dos siempre hacen buena pareja.
—No somos...
—Lo sé, Daniel. —Serius da dos sorbos a su bebida y la deja de lado. —Es un comentario para que lo tengan en cuenta. ¿Saben? Hay días en los que me pongo a pensar qué hubiera pasado si mi abuelo no existiera, ustedes podrían haber tenido una relación normal, incluso con los papás de mierda de Daniel, y esto lo digo con toda la intención de ofender a tus señores progenitores. —enfatiza, y Daniel mueve la cabeza, entre divertido y apenado. —Nonna los tendría en la gloría, te aceptó Ryu, aunque no lo recuerdes, y también a Daniel, ella quería que se casaran, y quería que Daniel se integrara a la alianza para que no tuviera que sufrir en su casa, y... —se levanta de la mesa, ocultando su rostro, borrando con dureza las lágrimas que allí nacen. —Discúlpenme. Tengo que retirarme.
—Serius. —la llamo, levantándome sin soltar a Daniel.
Ella se detiene en la puerta y sus ojos, rojos, quebrados, ausentes, plagados con sombras que indican tormentas, y almas que se fueron hace mucho, me devoran sin maldad, pero, cargados con un enorme remordimiento y pena.
—Lo siento Ryu. Lo siento mucho. —murmura, casi rogando, casi suplicando un perdón que no tiene sentido alguno.
—¿Por qué te dis...?
—Perdóname. —agrega, y sin dejarme entender absolutamente nada, una puerta vuelve a interponerse entre ambos.
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