Juégame
¡Advertencia!
Contenido erótico explícito
***
Ryu
Edad: 19 años
Mi primer pensamiento al ver a Daniel dentro del baúl es, ¿cómo una persona casi adulta puede llegar a entrar en un espacio tan reducido?
El segundo no llega a concretarse, del mismo modo que las respuestas a esa anterior interrogante no se hacen presentes, un quejido rompe mi burbuja y me obliga a sentar algo de cabeza, saliendo de las tonterías para afrontar un problema real.
—¿Te atoraste? —le pregunto.
—¿Tú qué crees? —dice, alzando los brazos y sacudiéndolos en el aire, parece desesperado.
—¿Me viste cara de seguir aquí por gusto?
—Pudiese ser. —respondo con calma.
—Jaja, muy gracioso. —estira una mano en mi dirección. —Ya, levántame.
Su piel es cálida cuando la tomo, aunque las puntas de sus dedos permanecen frías, un poco por el ambiente y un poco por la ansiedad.
Me agacho lentamente, bajando su mano para tomar su cadera, lo que me permite cargarlo con mayor facilidad y soltura. Él no reacciona a tiempo, para cuando comprende que es lo que haré, ya lo he hecho.
La madera golpea el suelo, emitiendo un sonido ruidoso y hueco, como un suspiro sin alma que salió detrás de un grito desesperado.
No dura mucho.
Lo bajo antes de que sus ojos me maten y sus puños cerrados terminen estampados en mi rostro, desmayándome al instante.
Daniel se acomoda el traje de bailarina que usó, arranca la peluca de su cabeza y la tira a un rincón, yo sigo cada movimiento que realiza, desde los giros cerrados de sus dedos, hasta las caricias rectas que abrochan y hacen sonar los cascabeles y las monedas doradas, cocidas a su atuendo.
Trago saliva y él sigue mi manzana de Adán, humedeciendo sus labios al mismo tiempo que un alivio empobrecido escapa de mí.
—Hasta aquí me llega tu fuego, dragón. —dice sonriendo.
—Que valiente eres al soportarlo, meig solerumg.
—Soy un sol. —agrega altanero, echando la cabeza hacia atrás, mostrando la piel blanquecina de su cuello, atrapada por el corte cuidadoso de una cinta dorada que hace su papel de gargantilla. —¿qué esperabas? Me alimento de fuego, no me quemo.
—Eso está por verse. —le digo, retrocediendo hasta la pared cuando él avanza al centro de la estancia, con la mirada clavada en los instrumentos silenciosos, que llevan muertos mucho tiempo.
Tengo dificultad para respirar al verlo susurrarle a las cuerdas, compartiendo sonrisas cómplices con las partituras y acariciando la superficie oscura de un piano lleno de recuerdos.
Se sienta en el segundo taburete que acompaña al principal y comienza por levantar la protección, soplando el polvo y los recuerdos que quedaron atrapados entre las ranuras de las techas. Presiona una con cuidado y el mundo se congela, todo deja de existir, a excepción de él.
La melodía empieza lenta y se mantiene así, pasando sobre las montañas y los mares, los cuerpos y las almas. Escapa del salón, propagándose afuera, en el viento y su esencia, en todo lo conocido y aquello que resulta ajeno al raciocinio humano.
Daniel toca, cuidando sus movimientos, no tiembla al trazar las rutas suaves de un pentagrama inexistente, pero comete un error, uno solo en toda la pieza, que resulta un complejo martirio, incluso para los grandes maestros.
Embelesado por esa sonata y el cántico, producto del piano, me acerco, atraído cual mariposa al polen de una flor, siendo el mar que vuelve a la arena. Ocupo el taburete principal, aunque no soy más que un actor secundario en la escena.
Lo contemplo, una joya radiante, con una piel espolvoreada con azúcar morena y tentación.
Mucha tentación.
Sigue tocando, ignorándome a propósito o tal vez, por mera casualidad, Quiero hacer lo mismo con sus dedos y el piano, quiero ignorarlos, pero, la tentación crece y me absorbe.
Y toco.
Y él sonríe de lado, yo gruño, porque, sin querer, he caído de lleno en su juego.
Quería que tocara y toqué.
Quería que lo esperara y esperé.
Quería que viviera y... Aquí estamos.
—No te detengas. —dice suavemente. Se separa del instrumento mientras yo continúo, arrastra su taburete y se pone de pie, para luego hincarse y avanzar agachado hasta quedar metido en el hueco que se forma entre el piano y mis piernas. —¿Puedo? —pregunta, y yo sacudo la cabeza. —Estás molesto, ¿no es así? Te enoja que me haya puesto en peligro y te enoja más que tu abuelo casi me haya...
—No lo digas.
—No lo diré. —recarga el mentón en mi muslo y espera. —¿Puedo? —repite y mi respuesta sigue sin cambiar. —¿Por qué no me dejas?
—Porque no quiero que solucionemos todo con sexo. —respondo.
Sus ojos se abren y su boca se curvea, luego, sin poder contenerse, se carcajea, golpeándose, por accidente, la cabeza con la madera del piano.
Finalizo la pieza y le acaricio la zona afectada, él se sacude y vuelve a colocar mis manos sobre las teclas.
—No te detengas. —pide.
—¿Estás bien?
—Lo estoy, no fue nada grave. —se recuesta otra vez contra mi muslo y suspira. —Ryu, no solucionaremos todo con sexo. Es solo que... ¿Te has visto maldito idiota? De por sí luces bastante bien y ahora, mientras tocas... ¡Joder! Me vuelves loco. Soy necio, tú lo sabes, —prosigue, cambiando su semblante neutro por uno lleno de estrellas y lujuria, lleno de deseo. —por eso lo preguntaré otra vez. ¿pue...?
—Hazlo. —lo interrumpo, inhalando serenidad y exhalando necesidad de él. —Hazlo de una buena vez.
—Gracias. —dice amablemente, depositando un halo de calor con forma de beso sobre mi entrepierna. No es mucho, pero, es él. Basta una sola mirada para llevarme a la ruina y a la gloria.
Las caricias son plumas que van y vienen, transportadas en los vientos primaverales que forman su aliento, sincronizado con su respiración. Sube haciendo escalas de fuego y llamas, hasta alcanzar la cumbre. Ahí se recuesta, contemplándome como si fuera una estrella, mientras tararea la pieza que vuelve a repetirse.
Desabrocha la hebilla de mi cinturón y los botones dorados, también se encarga de deslizar el cierre hasta el tope y de meter una mano detrás de la cortina que se forma por una tela negra y otra gris.
No la saca de inmediato, se mueve con lentitud a la punta y regresa.
Gimo, las teclas se sumen con dureza y cran un sonido estrepitoso, que rompe el patrón tranquilo que llevaba hasta ahora.
—¿Sucede algo? —me pregunta, besando el comienzo endurecido que ya está fuera de sí.
—No... —alcanzo a decirle. —Nada.
—Mmm, es bueno saberlo. —sube sin prisa y traza su descenso igual. Recorre una parte de mí, pero, el escalofrío se extiende por toda mi cuerpo, mi ser y mi alma.
Lo frota contra su mejilla, lo introduce en su boca y succiona.
—Daniel... —me apoyo contra las teclas, creando un sonido peor al que salió antes.
Contestando al llamado, lo saca y vuelve a tomarlo, deleitándose con la nueva melodía que toco con mis labios.
—Da... Niel...
Un hilo transparente nos une cuando se separa, y no sé decidir qué es más maravilloso, si la forma en la que sus mejillas se llenan de color y sus labios de nieve líquida, o la forma en la que las estrellas parecen escaparse cuando me mira.
—¿Si? —cuestiona. —¿Amor mío?
Limpio la suciedad humana en la comisura de sus labios y me posiciono a su lado, empujando mi propio asiento, que se azota al perder su eje de equilibrio.
Reclamo su boca y esta gime algo parecido a mi nombre cuando introduzco mi lengua para que dance junto a la suya.
Vuelve a intentar tomarme, esta vez, mi mano cubre la suya y la detiene.
—¿Qué pasa? —me pregunta.
—Aquí no. —beso la punta de su nariz y acomodo el desastre en mis pantalones. Lo levanto, dejando atrás el recuerdo de las notas, el piano y lo que ocurrió en su presencia.
—¿A dónde me llevas?
—¿A dónde quieres ir?
Acaricia mi cuello, deteniéndose en el comienzo de mis hombros.
—A un lugar en el que te sientas seguro. —responde.
—Contigo, Daniel, cualquier lugar es seguro.
—Entonces, —lo piensa un poco. —un lugar en el que podamos continuar, solos, tú y yo.
Nos encamino a la habitación final en el pasillo, una zona circular, con piscinas y divanes, conectada a un segundo cuarto, cuyo interior resguarda, la que antes era, la cama más lujosa.
Dejo que Daniel escape de mis brazos y comienza a jugar con el agua tibia almacenada en las piscinas.
—¿Me trajiste aquí para tomar un baño? —dice divertido, dejando de lado las prendas que a penas y cubrían algo de su desnudez.
—El agua puede ayudar, —comento. —dolerá menos.
—¿Y me lo dices ahora? ¿Quieres que te recuerde cómo fue nuestra primera vez?
—Por favor no. —digo, él me ignora.
—Creo que tatuarme y perforarme, resultó menos doloroso que eso.
—Lo siento, aunque no lo recuerdo.
Él se encoje de hombros y me moja con una explosión de gotitas.
—No es tu culpa, éramos demasiado inexpertos y estúpidos.
—Permíteme remediarlo entonces. —quito mi saco, la corbata, el reloj y la camisa lo acompañan, también lo hace mi cinturón y todo lo demás.
Mientras tanto, Daniel no me quita la mirada de encima.
—¿Qué? —le pregunto, introduciéndome despacio en el agua.
—Dame un hijo. —suelta de repente.
—¡¿Qué?! Daniel, no podemos...
—¡Pues vamos a intentarlo! —dice, lleno de ánimos y energía, a la par que rodea mi cuello y se pega a mí. La flores metálicas que tiene en sus pezones, dejan marcas en los míos y el frío del metal resulta agradable, tanto como lo fue la perla plateada al excitar mi miembro.
—Se supone que debe ser biológicamente imposible. —le recuerdo, masajeando su cintura y el comienzo de sus glúteos.
—¿Ah, sí? —protesta, bajando pícaramente, con una mano por delante, que atrapa lo que quiere y lo lleva al comienzo de nuestro fin, introduciéndome en él.
Es necio, decidido. No se pierde con rodeos y preparaciones, me lleva a su interior y presiona, y me preocupo cuando, en su rostro, la expresión de picardía se llena momentáneamente de dolor.
—Ryu... —entierra sus dedos en mi piel y jadea mi nombre. —Mierda. —muerde mi hombro. —Había olvidado porqué dolió tanto esa primera vez. Creo que empiezo a entender porqué los juguetes resultaban insuficientes.
Me detengo.
—¿Juguetes?
—Consoladores. —se corrige, y eso queda peor.
—¿Usabas consoladores?
—¿Qué? ¿Celoso?
—No.
Emplea mis hombros de apoyo para elevarse y volver a caer, arrancando un gemido para ambos.
—Tranquilo, violinista. —desenreda mis mechones y besa el lóbulo de mi oreja. —Ningún juguete supera al original... ¡Ay! —exclama. Otra mordida aparece a un lado de la primera. —Justo ahí. ¿Lo sentiste?
—Te sentí.
—Ahí.
—Voy a lastimarte si lo empujo muy fuerte.
—¿Quieres que use...? ¡Ah! ¡Animal!
—¿No fue lo que me pediste? —susurro contra sus labios, rozándolos con los míos. —Llegó ahí.
—Ya no sé si de verdad quieres darme un hijo o es que los juguetes resultaron ser una motivación demasiado buen... ¡Ryu!
—No hice nada esta vez.
—¡Te inflaste ahí adentro! ¿Qué clase de versión es esta? ¿Cuál de todas las actualizaciones trae inflable incluido?
—Tampoco sabía que podía ocurrir eso.
—¿Cuándo fue la última vez que tocaste esa cosa? —enfatiza, moviendo sus caderas con un vaivén que le regala nuevas marcas a mi espalda con el pincel de sus dedos.
—No lo recuerdo. ¿Tal vez años? ¿Cuándo fue la última vez que estuvimos juntos?
—También fue la primera. ¡Y me ofende que no lo recuerdes, aunque no sea tu culpa! Me destrozaste el día que cumpliste dieciséis. Fue terrible, pero, me lo merecía.
—¿Por qué?
—Yo te provoqué. —se ríe bajito y sacude la cabeza.
—Tiene sentido.
—¿Ya vas a moverte?
—¿Ya quieres que lo haga?
—Por favor, oh gran heredero de la... ¡Joder! ¡Que bueno que tienes fuerza suficiente para cargarme después de esto.
Me rio y avanzo. Una vez por un gemido, un impulso por un aumento de succión.
Nos pertenecemos en este gesto de entrega total, nos volvemos uno al compartir algo más que palabras cargadas con un poderoso amor, aunque estas no siempre sean un "te amo".
Los vapores aromáticos que se desprenden del agua nos rodean, nos sirven de cobija cuando las actividades obscenas pasan de nivel, dejando un rastro de agua hasta la cama, de ida y vuelta, dos veces y media.
Daniel está sobre mí, aplastándome contra el colchón de la cama, llevando el mando, mientras mis manos se divierten con los dos adornos florales en su pecho. Es su punto débil, lo he descubierto recientemente, igual que los lunares con los Leprince, sus pechos son algo único en su cuerpo, rojos, deliciosos, exquisitos. Igualando flores bellas en una primavera calurosa, o cerezas rojas en medio de un pastel de crema.
—¡Ryu! —jadea en el final, apoyándose de mi abdomen para no caer por completo, sus piernas que rodean las mías tiemblan, llenas de fluidos que bordean la continuación de su tatuaje de dragón, cuya cola escamosa termina enredada en su tobillo.
Me abro a él y no tarda en llegar, recostándose contra mi pecho con satisfacción y una sonrisa boba grabada en el rostro.
—¿Fue mejor que esa vez? —interrogo.
Entrelaza nuestros dedos y asiente, provocando una oleada mágica de mariposas en mi pecho, en mi cuerpo en general.
—Mucho mejor, pero...
—¿Qué?
Sacude sus caderas y el cielo se hace presente.
—Tenemos que seguir practicando. —termina, volviendo a levantarse para luego dejar que su peso caiga de lleno, tragándose en un bocado lo que debería llevarle minutos digerir.
Ryu
Edad: 19 años
—Daniel. —llamo y el chico a mi lado no reacciona. —Daniel. —repito para asegurarme. El resultado es el mismo.
No esperaba menos, después de haberse desgastado toda la tarde, que siguiera con energía pasada la media noche me sorprendería mucho, incluso yo me siento agotado. Me cuesta un cuarto de hora poder levantarme y arreglarme para no pasear desnudo por los corredores y salones de la mansión, mientras me hago cargo del único asunto que quedó pendiente.
—Ryu... —murmura, aferrándose al corazón dorado que cuelga de su cuello, resaltando radiante por la luz natural de la luna que baña la cama desde arriba. —Ramen con picante... —agrega, volteándose, olvidando que debe cubrirse del frío para no terminar resfriado a causa de su desnudez que se exhibe a las sombras y la luna.
Regreso a la cama y lo cubro, admirando las múltiples partes pintadas con mis manos y mis dientes, así como por la tinta que se junta en formas maravillosas. Lo traigo de regreso a su lugar, beso su cadera y subo lento hasta su pecho, allí dónde ya hay una marca aparece otra un poco más grande, y, arriba, en su mejilla, un último regalo de mis labios queda sellando su pequeño lunar que puede pasar desapercibido a ojos necios.
—Te amo. —digo. —No tardaré.
Ya no se mueve ni dice más, le acomodo sus mechones rebeldes de cabello y avanzo. La puerta se abre con un comando digital, no por completo, apenas un hueco para permitirme salir sin que los hombres que están afuera logren ver el interior.
Los dos guardaespaldas esperan arrodillados y cuando hablan, aparte de obediencia, hay miedo en su voz.
—Amo, esperamos sus órdenes. —dicen.
Cierro la puerta tras de mí, acomodo mi traje y les hago una señal para que se levanten. Obedecen sin alzar la mirada.
—Llévenme con él.
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