Grítame
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https://youtu.be/5p8GQbD-ats
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Daniel
Edad: 19 años
Mis piernas me conducen al baño más cercano, agradezco que este se encuentre vacío, aunque el silencio es una condena, no aguanto la quietud de un eco en calma y una realidad tan pesada. Llego al lavamanos y dejo que un chorro de agua fría descienda por varios segundos antes de tener el valor de tomar un poco entre mis manos y salpicar con ella mi rostro.
Tiemblo.
Hace frío. Veo escarcha y patrones nublados por todos lados, pegados en el piso y trepando a las paredes cual enredaderas de cristal. Se adhieren a todo, se adhieren a mí.
¡Reacciona!
Golpeo mi mejilla una vez.
Necesito salir de aquí.
Necesito salir de esta pesadilla.
Necesito acabar con este infierno.
Afuera escucho voces, y el tumulto acalorado de estudiantes y profesores que vieron el cuerpo caer.
"Si tenemos suerte este lugar se vaciará en breve". Opina la voz molesta que no ha parado de reírse en mi cara, porque, de nuevo, obtuvo lo que quiso.
Obtuvo el control.
Entonces hay que irnos, será sospechoso seguir aquí luego de que este lugar quede solo. Musito, sin saber bien por qué le sigo el juego. Después de todo...
Después de tanto...
"Somos iguales".
Se burla, y no lo contradigo, porque es la verdad.
"Ah, mi buen Daniel. Veo que entiendes".
Las garras invisibles acarician de forma imaginaria mi mentón, las cicatrices que ahí se esconden, las pruebas en carne de todas aquellas veces que intenté deshacerme de lo que soy, sin tener éxito alguno, queman con su tacto de sombras y viento. El chico atrapado en el espejo me sonríe y desconozco quién soy en ese gesto.
"Sabes que hacer". Dice confiado y yo me conformo con maldecirlo, porque es verdad.
Su risa se expande y el silencio va desapareciendo, tragado por aquella burla sin frenos.
Recupero el control sobre mi cuerpo, sobre mis pensamientos, sobre mis acciones... Trabajo como uno con él, su voz es la mía y la mía es la de él, sus manos me pertenecen y me obedecen, y nuestro propósito se unifica por breves minutos que nos salvarán a ambos.
Ya no lo escucho, y él no puede escucharme tampoco. Al menos por un rato.
No me interesa cooperar en su propósito, y él tampoco parece interesado en el mío, y aún así...
Nos pertenecemos.
Nos igualamos.
Respiro hondo, liberando el pánico inicial.
Sé que hacer.
Libero la estructura del lavabo de mi agarre, cierro el grifo y tomo algunas toallas de papel desechable para secar mis manos y mi rostro, parte de mi preocupación termina en la basura cuando suelto el residuo orgánico en el cesto correspondiente. Es bastante tonto y absurdo, pero, hay veces que lo que más nos asusta es lo que más seguridad puede darnos, y con él siempre ha sido así, es por ello que no debo temer.
Estará bien.
Estaremos bien.
Tranquilo Daniel, nadie de vio, nadie sabe qué ocurrió, y, si tengo suerte, es posible que lo tomen como un suicido. Sea como sea, no pierdas la calma, no pierdas la "normalidad".
Abandono este pequeño momento, este pequeño resguardo, dejo atrás al adolescente con miedo y saco a andar, en su lugar, a la parte que no necesita ayuda para fingir.
Quién es culpable buscará siempre la mejor manera para ocultar su crimen, es por eso que huir tan pronto de la escena, es lo peor que se puede hacer, entraría en la lista de sospechoso sin dudar. Tengo que mezclarme con ellos, con la multitud que aún no se ha enterado de nada en las facultades adyacentes o el edificio de cafetería, así, si alguien me ve, será más fácil tener testigos que verifiquen el lugar y la hora aproximada, liberándome de una lupa y un yugo que pesa ya sobre mis hombros.
Mis manos sudan dentro de las mangas de la sudadera, me muevo sin prisa, pero con inseguridad.
¿Me están viendo?
Esas personas de allá... ¿Me están viendo?
Sus ojos...
Paso de largo y entro a la cafetería; un grupo considerable de personas se arremolinan en las mesas, y lo peor es que, entre todos los rostros, solo tres se me hacen conocidos, cosa que no es sorprendente, luego de la graduación de Tivye y Kian, no quedó nadie más para mí, y tampoco me molesté en crear nuevas relaciones.
Sería peligroso.
Llego a la barra, ignorando a propósito al pequeño grupo de chicas sentadas cerca de la segunda entrada, compañeras mías, muy extravagantes y bastante polémicas. A Tivye le agradaban, pero en este mundo a Tivye le agrada todo el mundo, y yo no puedo ser ella, incluso pensar en intentarlo me da dolor de cabeza.
—Un batido de frutos rojos. —ordeno. Dándome cuenta demasiado tarde que el batido en cuestión es más del agrado de Tivye, por el exceso de calorías y azúcares, que del mío. Puede ser que el nerviosismo y la presión del momento me estén jugando una terrible pasada.
Recojo la orden, y no me atrevo a beber ni un sorbo, al percatarme de la enorme cantidad de chantillí y chispas que cubren la superficie.
Tal vez... ¿Deba guardarlo para ella?
La estridente llegada del caos, en forma de un estudiante paranoico de la carrera de teatro, empuja mi decisión para más tarde, y aviva mis nervios sin necesidad de leña.
Reconozco su rostro, debe ir en primero, segundo como máximo, ya que Kian lo tomó bajo su manto para instruirlo en las dotes del dramatismo y conseguir que su pase a la universidad fuera más sencillo, todavía puedo recordar las veces que ambos jugaban a los disfraces en la sala de la casa, argumentando que era "escenografía" y "vestuario", y no un montón de disfraces infantiles y botargas viejas. Si hablo con franqueza, ni Tivye ni yo pensábamos que él chico quedaría, Kian era el único que le tenía algo de fe.
—¡Todos escuchen! —exclama con un timbre que busca reventarme un tímpano.
La música de fondo se detiene y las miradas curiosas y algunas fastidiadas, lo hunden.
Casi me da algo de lástima.
Pobre chico.
—Por favor, se les pide evacuar el área y la facultad en orden y con cuidado. Acaba de reportarse un incidente en uno de los edificios principales y las autoridades de seguridad, así como la decano, ordenaron cerrar las actividades por hoy. Se les agradece su atención y comprensión, pueden contactar a sus respectivos líderes de facultad o jefes, para más información.
—¿Cómo? —una de mis compañeras se levanta, abandonando sus cuadernos y comida sobre la mesa. —¿Qué es lo que pasó?
—No puedo decirles, lo que acabo de decirles es toda la información que... ¡Oigan no se levanten! ¡Escuchen! ¡Vayan a casa, no afuera! ¡Hey.
Sus advertencias se esfuman sin valor, el mundo entero entra en movimiento con la incitación de que "algo" está ocurriendo.
Quiero aprovechar la distracción masiva para escabullirme, cuando las chicas de mi clase me sujetan por el vuelo de la capucha, arrastrándome junto a los demás hacía un destino incierto que hace que mi estómago se revuelva.
—Daniel, venga hombre, vayamos a ver qué sucede. ¿Tú no sabes algo? Cuando salimos de clase no había nada fuera de lugar.
—Podrías... —pido, atragantándome con las palabras y la falta de aire. Su agarre se incrementa, y tengo que seguirlas a regañadientes para no ahorcarme con la suavidad del terciopelo oscuro.
—¡Allá! —grita de repente. —Allá hay algo.
—¿No es nuestra facultad? —cuestiona su segunda, poco más alta y sensata al parecer, ya que es ella quién le indica a su compañera que me suelte y me deje libre.
Gracias.
No sabía si esa loca quería ahorcarme o llevarme.
—Con más razón debemos ir. —la primera nos jala a ambos del brazo y va camino abajo. —¿Qué crees que haya pasado? No recuerdo nada extraño... ¡Oh, Dios santo! —se detiene en seco y cubre su rostro. —¿Qué es eso que se ve en medio? No me digan que es...
—Sangre. —digo. Paralizado, con el cuerpo siendo recorrido por corrientes bruscas y miedo, miedo, ya no es el lugar el que me causa esa sensación, soy yo él que la desprende. Trago saliva y las dejo seguir adelante.
Sí.
Miedo.
Ahora... Tengo miedo.
El viento sopla y no puedo sentirlo, no puedo... Veo mis manos, extremidades borrosas a través de una pantalla de lágrimas y pánico.
—Yo... ¿Yo hice esto?
Un grito desgarrador rompe el aire, rompe el mundo. Inseguro de querer continuar, doy un paso al frente y luego otro y otro más, cada vez más rápido, empujo los cuerpos aglomerados al rededor y avanzo.
"Adelante".
¡No!
"Adelante".
¡No lo hagas!
"ADELANTE".
¡NO LO VEAS!
La última persona que bloquea mi visión, se aparta, más bien, yo la aparto, dejando al descubierto la escena sangrienta y real.
El mareo me vence y mis fuerzas vacilan, caigo de rodillas contra el pavimento, aturdido. como un niño que recibe su primer castigo, embobado como un artista que contempla su obra y...
Temeroso como un asesino que es consciente de lo que hizo. De lo que estaba huyendo.
No me importa llorar al verlo, no me importa que me vean, necesito sacarlo, olvidarlo, enterrarlo, lanzarlo lejos, muy lejos, dónde no pueda alcanzarme, o herirme, o lastimarme.
El charco de sangre se vuelve un mar, en dónde flotan trozos de piel y huesos rotos. La mitad de sus huesos están en ese estado, rotos, y el resto sale de su carne en astillas dolorosas, y eso ni siquiera es lo peor. Su cara, su rostro... Su cráneo aplastado en su totalidad no deja espacio para ver su última emoción, su último ruego.
"Eres un monstruo, Jelavick".
Yo... ¿Yo hice esto?
—Les pediremos por favor que se retiren, no queremos contaminar la escena. —dice la profesora Rosse, llegando junto a la Decano. —Eviten las fotos y grabaciones, jóvenes y docentes. —esto último lo agrega al ver al profesor Zaegan sacar con cuidado su aparato móvil. —Este es un asunto delicado. Por hoy, todas las labores académicas y eventos relacionados quedan suspendidas hasta nuevo aviso. Pueden irse.
Sin embargo, pocos son los que acatan la orden y se alejan, los demás permanecen quietos, pidiendo... No, exigiendo explicaciones y abriendo transmisiones en vivo.
Es seguro que para mañana este evento ocupará el primer lugar en las noticias de la prensa local y algunos reportajes en blogs de internet.
No me importa, solo quiero ir a casa.
Me levanto, recupero mis cosas y corro.
Corro porque ya no puedo más.
Corro porque quiero huir, perderme.
Corro porque yo lo hice.
Yo lo maté.
Y esa culpa me persigue, llena mi consciencia de remordimientos.
Freno en el estacionamiento que está cerca de la salida para limpiar mis problemáticas lágrimas.
No puedo.
De verdad, yo ya no...
—Estás muy pálido hoy, Jelavick. —dice una voz confiada y cargada de algo más que no llego a detectar, o que prefiero ignorar. Olvido mi desastre interno y lo miro. Él se despega del cofre de un auto que ni siquiera le pertenece y sigue hablando sin pensar, sin saber nada. —Tienes cara de haber matado a alguien. —dice con una media sonrisa que no llega a ser correspondida.
Sé que su intención no es mala, pero Ryu desata una tempestad en dónde antes ya llovía. Nota el cambio y busca acercarse, yo retrocedo.
¿Qué pensará de mí si se entera?
¿Qué me dirá si sabe que yo lo maté?
"Asesino".
—¡No me toques! —digo. Golpeando su mano que buscaba limpiar mis mejillas. —No me toques...
—¿Por qué?
—Porque no merezco que lo hagas.
Sus ojos se cargan de predicciones y su nariz de un aroma a sangre que se transporta con el viento. Hay un nuevo destello y sé que lo sabe.
El maldito lo sabe.
—Tú... —comienza. Y yo corro con todas mis fuerzas antes de que logre terminar su pensamiento.
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