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Grábame


¡Advertencia!

Contenido erótico explícito.

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https://youtu.be/d7ZdPeWR1AY

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Ryu

Edad:19 años


Empiezo con círculos trazados sobre la piel desnuda de su hombro, siempre comienzo por ahí, es un buen punto que me tienta a ser pecador por toda una eternidad, lo cual quizá me haga merecedor de un gran castigo por haber profanado el dulce cuerpo de un ángel que reposa entre sábanas y almohadas.

Daniel es una obra divina, la única prueba de que, tal vez, un dios o ser poderoso, ajeno a esta vida mundana, existe, de lo contrario no llegaría a explicarme el porqué es tan perfecto, tan divino.

Su luz baña cuerpos y vida, desprendiéndose de manera natural de cada centímetro de él, acompaña con la entonada melodía que es su voz, cada amanecer y anochecer, brindando consuelo a un pobre idiota desamparado, alejado y ajeno a Dios.

Se me hace injusto no exaltar también la belleza que posee de nacimiento, un cabello semilargo, regado en mechones lacios en el ahora, tiene pecas, muy bien escondidas y matizadas en su piel, pero pecas al fin y al cabo.

Paso mis manos por la abertura de su bata, acariciando el pecho de un atleta entrenado que, más que defenderse por sí mismo, puede vivir solo sin ningún problema.

Es valiente, de eso no hay duda.

—¿Ryu? —interroga al ver qué me detengo demasiado en su pecho. Mi nombre en sus labios es otro gran pecado, otro gran capricho. Me gusta que lo pronuncie así, me vuelve loco que lo suelte sin ningún problema, dándole un tinte matizado de deseo y preocupación.

Por eso solo Ryu.

Por eso solo él.

Desciendo con cuidado, preparándome para saborear su sabor, y el calor plácido que desprende al estar excitado.

Acaricio su pecho y el gime.

Muy excitado.

—Ryu. —ya no hay preocupación, queda únicamente un ruego.

Y yo odio que ruegue.

Llevo mi boca a uno de sus pezones, mientras el otro sufre atención excesiva de mis dedos.

Círculos con las yemas, círculos con la boca. Círculos húmedos que traen en un vaivén humedad y gemidos. Se tensan cómo nunca antes, endureciéndose hasta un punto que parece doloroso.

Daniel se arquea, apretando en puños las telas y gimiendo mi nombre.

—Ruu... —en un suspiro. —¡Ryu! —en un gemido inesperado. —Ryu. —en un llamado  firme.

Me acerco a su rostro otra vez, repartiendo besitos mariposa en las flores rojas de sus mejillas. Uno tras otro, una secuencia, un desfile.

—Aquí estoy, meig solerumg, aquí estoy.

Entrelazo nuestras manos para confirmar mis palabras, lo sostengo para que esté momento perdure y no se acabe jamás.

Necesito atesorarlo.

Necesito recordarlo.

Escapo de su mirada o lloraré, me deslizo, sin soltarlo, de vuelta a la zona baja de su cuerpo, recurriendo a los suspiros y las caricias con mi boca para producirle placer y arrebatos de éxtasis puro.

No quito la bata por completo cuando alcanzo el interior de sus muslos, dejándome ir en ellos como un niño pequeño, que se desliza con inocencia entre los brazos abiertos y cálidos de su madre.

Aunque, claramente no existe comparación.

—¿Quieres que te suelte? —pregunta de pronto, tan rojo que su color natural ya es irreconocible entre el nuevo matiz. —Para que puedas usar tus manos. —aclara, al percatarse de mi confusión.

Sacudo la cabeza.

—No hace falta Daniel —afirmo, apretando más nuestro agarre que él sostiene por igual. —, usaré mi boca.

—¡¿Qué?! No, Ryu, eso... —muerde su labio inferior cuando paso mi lengua por la zona más sensible en su cuerpo, probando de primera mano el flujo transparente que nace y muere ahí. —¿No te parece deshonroso?

Me detengo.

—¿Por qué debería?

—Porque eres un Leprince al final de cuentas y yo soy... Creado.

Arrugo el entrecejo y le respondo succionándolo todo, hasta el fondo, hasta que mi nombre quede grabado en su piel y su sabor prevalezca tatuado en mi boca.

Aquí y ahora.

Aquí y siempre.

Su gemido se ahoga con el ritmo de chapoteo, pero, me encargo de que no sea él único; subo y bajo, con cuidado al principio y con más seguridad al final.

Mientras eso ocurre el flujo empieza a concentrarse en ese punto, saliendo despacio, como si Daniel no quisiera terminar, o se negara a hacerlo en mi boca.

Lo miro desde abajo y él se esconde, poniendo su antebrazo sobre sus ojos.

—Te ves muy bien ahí. —dice.

Yo lo chupo, y está vez no se contiene. Explota en mi boca, llenándola y dejando que chorree un poco por mi barbilla, hasta sus muslos. Lo libero, me ve con ojos desenfocados, le sonrío.

Vuelvo a agacharme, recorro sus muslos con la lengua, recuperando las partes blancas y translúcidas del flujo que escurrió. Tiembla con cada avance, se retuerce de placer, sus vellos se alzan, como si tuviera miedo o frío, aunque el placer es el único que habita dentro de él, avanzando por su piel sin problemas.

Paso mi lengua de nuevo por él y su dureza se recupera enseguida, rápidamente me fulmina y yo suelto una risita.

—¿Lo hice bien? —pregunto.

—Sí.

—¿No crees entonces que merezco mi premio? —sugiero, divirtiéndome con besar la punta y el comienzo, algo que lo enloquece.

—Suéltame. —pide.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Por favor.

—Pero, Daniel...

—¿Quieres tu premio o no? —interroga determinado. Obedezco su petición de inmediato.

Desliza sus dedos fuera de los míos, y aleja su cuerpo de la cercanía que antes teníamos, baja la bata hasta que esta termina en el suelo y él desnudo por completo.

La sola escena de sus pezones levantados y duros, su boca entreabierta, liberando jadeos en cada suspiro, así como el punto crítico y húmedo en sus entrepiernas, me lleva al límite.

Daniel lo sabe.

Lo aprovecha.

Se gira despacio, con tanta lentitud que los segundos transcurren cómo años en los que yo ni siquiera respiro, ni siquiera pienso. Me da la espalda y se recuesta, abrazando mi almohada, al mismo tiempo que alza sus caderas; usa una de sus manos para abriste a sí mismo y dejar que lo vea, que lo desee.

Introduce uno de sus dedos y gime, lo bombea para darse placer y no tarda en llevar otro más. Juntos, desatan una corriente húmeda que resulta más atrayente para mí.

—Ryu. —gime, abrazando la almohada que me pertenece y jugando con tres dedos en su interior.

Me posiciono detrás, saco su mano y la cambio por la mía. La ventaja de tener dedos ligeramente más largos, es que pueden llegar a lugares más profundos.

Daniel se paraliza cuando es así.

—Ahí. —dice. —Tócame de nuevo ahí.

Lo presiono, tal y como ordenó, pero es todo, retiro mis dedos antes de que pueda exigirme más. Me incorporo despacio, rozando mi miembro con su abertura, lo que provoca en él nuevas oleadas de gemidos involuntarios, que van deteniéndose conforme entro.

—¿Esta vez si vas a darme un hijo? —bromea. —Porque de verdad que quiero uno. —me toma de jalón, pegando sus glúteos a mi cadera, comienza a moverse y la tentación nuevamente me puede cuando soy yo quien nos lleva, sosteniendo sus caderas y masajeando de vez en cuando la masa maleable que se forma en sus muslos. —No me gustan los niños, pero quiero llevar dentro de mí algo tuyo. ¿No te gustaría? ¡Ah! Un... Un bebé con tus rasgos. Tus bellos ojos, y tu... Mmm, grande potencial sexual en forma de pene.

—¿Tenías que ponerlo así? —le digo.

—Solo piénsalo... Ah... Sería un niño bien dotado y si fuera chica, podría heredar mis grandes pechos. Bueno, iguales a los que tenía antes.

—Daniel. —lo llamo, y él voltea de reojo. —te amo.

—Yo también te amo.

Y en su rostro rojo, lleno de sudor, solo puedo ver a un chico.

A Daniel.

A él.

—Ryu... ¿Por qué te detuviste?

—¿Sabes que eres el hombre más hermoso que he conocido?

—Obviamente. —hecha su cabello hacia atrás y sonríe. —¿Quién crees que soy?

—Mi futuro esposo y el padre de nuestro hijo.

—¿Qué dic...? ¡Ay, mierda! —gime, y por un rato, hasta el final, es todo lo que hace.


No recuerdo la primera vez que nos vimos, pero sí la primera vez que me habló en público, tal vez como una mala broma que dejó atrás el viejo para que tuviera en cuenta quién realmente era Daniel Jelavick.

Un error ante sus ojos.

Un chico jodidamente hermoso a los míos.

Ocurrió durante una celebración de cumpleaños de mi abuela, en ese entonces todavía no era él, todavía pertenecía a los Jelavick, como su primogénita, como su heredera.

—Hola. —la joven delante de mí extendió una mano enguantada en mi dirección. Llevaba mucho tiempo viéndome y yo no iba a admitir que llevaba todavía más tiempo viéndola.

—Hola. —respondí, besando su mano cuando creo pensar que esperaba que la estrechara.

Era una criatura menuda, delgada en exceso, algo que se notaba en la ropa que llevaba, un modelo negro de seda, y en la pequeñez de sus muñecas.

Parecía de porcelana.

Parecía que iba a romperse en cualquier instante.

—¿Su excelencia baila? —pregunté antes que ella gesticular algo más que ese "hola". Viendo a lo lejos a mi abuelo, pidiendo a Lia, seguro para mí.

Odiaba que hiciera eso.

Odiaba que me forzara.

Lo odiaba.

—De maravilla por lo que me dicen. —respondió orgullosa. Dio un giro sobre sí misma y terminó con una delicada reverencia. —¿Quiere que les muestre?

—Por favor.

—Espero pueda seguirme el paso, eminencia. —dijo, arrastrándome a la pista, a la vista de todos.

Bailamos la primera pieza principal, y la que siguió después de esa. Fue un golpe grande en mi orgullo el tener que parar cuando ella todavía permanecía con bastante energía, tanta que le dio por ir bailando conforme nos alejábamos del centro.

Me gustaba eso, su energía y la sonrisa que siempre curveaba sus labios.

Nos detuvimos en uno de los balcones, admirando el paisaje debajo y recibiendo la cálida compañía del viento de verano.

Ella se subió a los barrotes y abrió los brazos, intentando volar o recrear la escena del Titanic.

—No me he presentado formalmente, eminencia. —dijo, volviendo a sentar los pies en la tierra. —Soy Daniel, Daniel Jelavick. —otra reverencia. —A su servicio.

—¿Daniel? —pregunté, recargándome en la pared para poder verle de frente. —¿Tu nombre no era Dana?

—Por eso estoy aquí, quizá sea un motivo egoísta e interesado, pero, escuché que su familia maneja una tecnología especial que ayuda a las personas como yo, que buscan cambiar su género. No es como los procesos comunes; escuché que aparte de inyectar testosterona pueden... Hacer cambios en mi cuerpo. Me gustaría ofrecerme voluntario para ser un sujeto de pruebas.

—Ya veo. ¿Es porque tú padre siempre quiso un heredero varón?

—No me malentienda, es porque yo me siento un varón. Mi padre no tuvo absolutamente nada que ver, inclusive, estará molesto conmigo cuando vea lo que hice... Jamás aceptaría lo que soy.

—¿Quieres que lo golpeé entonces?

Soltó una risita y negó con un gesto que seguro ensayó mil veces delante del espejo, más por obligación que por gusto.

—No, prefiero que me ayudes.

—¿Y si te beso?

—Inténtalo si quieres, no creo que alguien hetero sienta atracción por mi persona.

—Uno, —comencé, acercándome a él. —Jamás supongas algo de alguien hasta que esta persona te lo diga.

—¿Y dos?

—Eres tan hermoso que sería un pecado no besarte. —acto seguido lo tomé de la cintura y nos uní en un lazo que terminaría con la necesidad de aire, pero daría comienzo a una historia cuyo final todavía no estaba escrito.

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