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Detenme


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https://youtu.be/xjsqdditPjk

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Daniel

Edad: 19 años


Las alturas me causan un vértigo terrible, pero, es mejor cualquier cosa antes que seguir perdiendo el control de mi mente a través de los ojos de alguien más, reemplazando mi vida y mi cordura por instantáneas oscuras y sentimientos amargos. 

Dentro, la silueta de un Ryu enfermo me persigue; aparece dentro del espejo cuando acabo de lavarme o quiero cepillar mis dientes, lo encuentro de nuevo en el fondo del vaso de agua y los adornos caros que tanto le gustan a Tivye. 

En todos lados.

Todo el tiempo.

Quizá, después de tanto buscarlo, me he vuelto un loco. 

"Oh vamos, no es para tanto Daniel, siempre has estado loco". Dice una vocecilla en mi cabeza, que pocas veces es bueno ignorar.

Igual, la ignoro.

No necesito sus tontos comentarios ahora, y tal vez nunca. 

No de nuevo.

No después de que hizo mucho daño.

—¿No te han dicho que la soledad nunca es buena? —el rostro de Tivye se asoma por debajo de la pequeña puerta que conecta el interior de la casa con la azotea. —Si no te conociera pensaría que quieres cometer suicidio. 

Le sonrío y espero a que se siente a mi lado. Con los pies colgando al vacío y el aire jugando con sus cabellos azules, me da una vista asombrosa de una luchadora en un momento de paz, todo lo contrario a mí, un alma solitaria que sigue en guerra. 

—Jamás haría eso, Tivye. —le digo, perdiéndome en la luna y el resplandor etéreo que va dejando sobre las casas y avenidas de la ciudad.

—Lo sé, por eso dije "si no te conociera". —murmura. Cierra sus ojos y disfruta de la brisa nocturna y el velo que esta deja sobre su rostro. —Sé que te gusta la vida, te gusta vivir, aunque el mundo y la gente sean una mierda. 

Auch. Me conoce.

—¿Y? —pregunta de pronto, abriendo un solo ojo que me ve de forma pícara. —¿Conseguiste verlo?

Pego un saltito e involuntariamente comienzo a jugar con las mangas de mi sudadera, me coloco la capucha y tiro de las cintas, cerrando mi visión con la tela negra que se mezcla a perfección con el negro de la noche. 

Lo que sigue es su carcajada. Una carcajada vivaz y llena de energía. 

—Sigues siendo demasiado adorable. —suelta entre risas.

—Y él demasiado guapo. —murmuro.

—Daniel, déjame verte. —pide.

Desvío mi rostro.

—No.

—Daniel.

—No. Tivye, no me jales... Tivye. —su risa envuelve el silencio, lo aleja. Caigo al suelo y ella está sobre mí, satisfecha por haber logrado su cometido. 

Mis mejillas arden, queman, y estoy bastante seguro que su coloración ha cambiado de una neutra a una fuera de lo normal, roja, intensa y acalorada.

 —Ese violinista estaría muy celoso justo ahora.

—¡Tivye! —la aparto. Sostengo mi cara entre mis manos y sacudo la cabeza. —No lo provoques. 

—¿Por qué? 

—Tiene un arma.

—Yo tengo dos. 

—¡Tivye! —la reto.

—Ya, lo siento. Es que, —pasa una mano por su fleco, alborotándolo de manera escandalosa. —no quería que siguieras apagado. Kian y yo partiremos a Francia en dos días, esperaba que para entonces tuvieras una sonrisa, así fuera pequeñita. Me iré más tranquila sabiendo que todo salió bien.

No.

No todo está bien.

Ella nota que hay algo, y yo abro la boca para decírselo.

—Tivye, Ryu sufr...

Un segundo inquilino aparece en la puerta, alzando una licuadora y una cuchara. 

—¡Oigan! La cena está lista. —exclama Kian.

—¡Vamos enseguida! —le responde Tivye. —¿Daniel? ¿Algo qué quieras decirme?

"Dile que no".

—No. —me pongo de pie y le tiendo una mano de ayuda. —Nada en realidad.

"Bien. Muy bien".

—¿Seguro? —cuestiona. Poco convencida, poco segura.

"Sí".

—Sí. Entremos, el frío puede hacerte mal de nuevo.

—Daniel. —me detiene, su muñeca envolviéndose en la mía. —Sabes que puedes confiar en nosotros, Kian y yo estaremos dispuestos a escucharte y acompañarte como hasta ahora. 

"No lo entienden".

¡Cállate!

—Lo sé. —libero mi brazo de su agarre. —Son mi familia después de todo.

"Vas a lastimarlos".

¡Cállate!

"Los matarás".

¡No es cierto!

"¡Asesino!"

¡No!

"¡ASESINO!"

—¡Daniel! —Tivye me hace un gesto para que me apresure. —Si no vienes ya, no me responsabilizo si no quedan porciones para ti.

—¡Oh, no! —corro a su lado. —No te los acabarás todos.

—Intenta alcanzarme entonces.

"Tienes las manos limpias, sin embargo los mataste a todos ellos".

Mientes.

"Por tu culpa murieron sus primos. Su abuela, su humanidad. Ryu Leprince tiene un corazón que late, pero hace tiempo que tu lo mataste".

No es cierto...

"¿Ah no? Y dirás que tampoco fue tu culpa que le hayan borrado sus recuerdos".

Yo...

"¿Lo ves?"

No lo digas.

Caigo de rodillas a mitad del pasillo, las manos en los oídos y la vista nublada por una cortina húmeda.

Cállate.

¡Cállate por favor!

"Asesino"

—¡Daniel!

No es verdad.

Yo no lo hice.

No los maté.

"Pero lo amaste. Es tu culpa".

—Daniel. No lo escuches. —Kian superpone sus manos a las mías, calentándolas con los guantes de cocina que todavía no se quita. —Mírame. Mírame Daniel. No lo oigas. La, la, la, la. No dejes que hable. Miau, miau, miau. Wiru, wiru, wiru.

—Kian, ¿qué es ese sonido? —interroga Tivye, regresando de la cocina a toda prisa. 

—De la ambulancia. Vamos, vamos, golpea eso, eso, eso. Así. Bien. Daniel. Escucha el ruido, Daniel, no hagas caso de la voz. No. Daniel. 

—Yo no lo hice. —digo. Kian me abraza, mientras Tivye no deja de golpear un cubierto de plata contra una cacerola. —Yo no lo hice... —repito.

—No, Daniel. No lo hiciste. Shh, shh, está bien. —susurra Kian. Tivye baja los instrumentos de cocina y se une a nosotros.

—¿Qué te dijo esta vez? 

Trabado en esa única frase, la repito como si fuera todo lo que sé.

—Yo no lo hice. —suplico. —No lo hice. 


Ryu


Mi mala manía de regresar de nuevo a los lugares que llevaba evitando a propósito, se ha tornado un hobby problemático. En especial porque, a dónde ingreso sin prisa, no es un salón abandonado por la civilización humana, más bien, se trata de la única unidad de investigación ultra secreta que todavía conservo como tal. 

O al menos es lo que aparento. 

Me costó tres vidas salvar este lugar, y me costó una más conseguir la autorización del viejo para venir. 

Una vida por una vida.

Una vida por tiempo.

Una vida por todo.

Evito los lamentos al llegar, evito la oscuridad y las malas caras. Para ellos debo seguir siendo el mismo adolescente con problemas familiares. 

Empujo la puerta y el primer rostro familiar aparece, escondido detrás de sus computadoras y sistemas, preocupándose de hologramas y tecnología de primer nivel que, aunque lo ignora, es una gran ayuda para el viejo a la hora de retenerme en casa, sobre todo cuando no he obedecido y busca darme una lección.

—¡Maldito seas, jefe! —Shein se levanta de su mesa de trabajo apenas me ve llegar, y ni tardo ni perezoso, suelta su habitual lluvia de reclamos y maldiciones. —¡Creímos que habías muerto!

—Estuve cerca. —respondo.

—¡Hombre! Que frío. Sigues igual de cara dura que siempre. —dice. Se asoma al piso inferior y grita al resto del equipo. —¡Hey chicos! ¡Vengan aquí! ¡Nuestro jefe muerto volvió del más allá para darnos otra tarea que nos costará más que ir al gym!

—¡Jefe! —Lucas se abalanza sobre mí.

—¡Jefecito! —Laurent no demora en imitarlo.

Dos idiotas.

Los abrazo.

Dos compañeros.

—¿Y? —Shein se recarga del escritorio y me sonríe. —¿Qué haremos esta vez? ¿Un sistema desde cero en dos horas? ¿Alarmas? ¿Detectores? ¿Cámaras que capten movimiento, calor, con luz ultravioleta y rayos láser?

—No. —acomodo mi traje. —Es una tarea mucho más sencilla. Quiero que busquen información de una persona para mí.

—Vaya, vaya. —Lucas da una vuelta alrededor de mí, exponiendo un gesto picarón. —¿Vamos a cazar a alguien? Roar, que fuerte. ¿Quién es? ¿Tu novio?

—Daniel Jelavick. —respondo. Y sus risas, acompañadas de fuertes sonidos cómplices, llenan el amplio espacio. 

—Jefe, dinos qué quieres saber y lo tendremos listo para ti en menos de cinco minutos. —Lurent se sienta en el lugar de Shein y abre una carpeta oscura. —¿Entonces? ¿Qué busca nuestro jefecito de su novio?

—Todo. Quiero toda la información que haya sobre él. 

—Dalo por hecho. —agrega, alzando los pulgares.

Espero en silencio, no es un periodo largo de tiempo, ni siquiera me alcanza para parpadear cuando Laurent se levanta de golpe y le hace señas a Shein y Lucas para que corran a su lado. 

Me despego de la pared en la que me acomodé y los miro sin entender. Hay desconcierto en sus ojos y tics nerviosos en los movimientos expertos que ejecutan sus manos.

—¿Pasa algo? —pregunto. Y las tres cabezas pelirrojas se sacuden, negando.

—No, no es... Nada. —se apresura a decir Shein.

—¡Mierda! —suelta Laurent, y Lucas le tapa la boca. 

—Shhh. Tú, mal hablado. 

—¿Qué pasa? —digo de nuevo.

—Bueno, es que... Tal vez sea un fallo en el sistema. —Shein quita a Laurent de su silla y le arrebata el mando. Impaciente, me acerco a la computadora y lo veo; la pantalla cortada por todas partes, con la ficha de información parpadeando, como hace mi mente en esos momentos. Una foto adulta se superpone a otra mucho más joven, más rebelde, el resto de texto se encuentra igual, cambiando y cambiando, sin permitirme terminar de leer algo coherente.

—Creo que está dañado. —opina Lucas, y tanto Shein como yo lo negamos.

—El sistema se encuentra en perfectas condiciones. Acabo de comprobarlo. —dice Shein.

—Envíame esto a mi correo. —la falla persiste, lo que hace más complicado entender y mi mente no está tan lúcida como para jugar a hilar palabras que van y vienen. —Lo revisaré a detalle. 

Con ganas de burlarse en mi cara, justo al finalizar de hablar, el error en la ficha, se detiene, pero, la página llena de letras, queda totalmente en blanco.


Daniel

Edad: 19 años


—¡Y recuerden que el proyecto final se entrega el lunes de la siguiente semana! 

El grito perdido de la profesora Matilde, se pierde conforme me alejo, separándome del grupo de alumnos que va dejando el aula atrás, olvidando las tareas pendientes y las preocupaciones externas, suplantándolas ávidamente por pláticas banales, y otras poco más oscuras. 

Me desagradan sus roces, me desagrada ese entorno que libera la voz que tanto odio, que tanto lucho por contener. 

Camino de prisa, necesitado de aire, buscando una escapatoria de este mundo que no debió ser tan sofocante, tan... Peligroso. Quiero doblar una esquina, escapar de la escuela e ir a casa. No llego lejos, un par de manos me jalan, atrapan mi cintura y cubren mi boca, conduciéndome de reversa, y en contra de mi voluntad, al vacío salón de usos múltiples que hay en el quinto piso de siete. 

No me gusta.

Empujo el cuerpo que me sostiene, sin embargo, la fuerza que ejerce sobre mí es tal que, cuando cae de espaldas, me arrastra consigo al piso. Reconozco su aroma de inmediato, colonia de rosas y cigarro, reconozco la forma de su cuerpo y la tonalidad ronca de su voz.

—Daniel. —gime cerca de mi oído.

Busco liberarme de su agarre, Mateo es igual de rápido, atrapa mi tobillo apenas ve mis intenciones, llevándome de regreso a su lado. 

—Suéltame. —le ordeno. Una de sus cejas se alza.

—Mi buen Daniel. —Acaricia un lateral de mi rostro, pausando centímetro a centímetro, disfrutando con deleite de la expresión que tengo, de mi respiración irregular y la indecisión en mis ojos, ojos que reflejan una lucha interna entre mi voz y la otra, que, con el tiempo, ha comenzado a formar parte de lo que soy.

"Asesino".

Asesino.

—¡Suéltame! —tuerzo mis muñecas y giro sus manos, manejo mis pies con un juego especial. Debajo de mí, Mateo grita, intenta reaccionar, pero, ya es tarde. Su cuerpo se voltea, quedando su rostro contra las losetas blancas; ajusto la presión que ejerzo sobre sus manos y lo presiono hacía abajo. —Te lo pedí. No soy juguete de nadie para que me quieras utilizar como tal. Si tienes un maldito pene con ganas de coger todo lo que se mueve, tal vez deberías cortarlo.

—Maldito. 

—Y más si te atreves a volver a ponerme los ojos encima. —lo libero, recojo mis cosas y salgo del lugar. 

Mi pulso está acelerado y no debido a nuestro encuentro. Siento las palmas de mis manos helarse, y mi cabeza dar vueltas.

"Jamás podrás liberarte de mí, Daniel".

¡CÁLLATE!

"¿Sabes por qué?"

Silencio.

Acelero mi andar y me detengo en el ventanal que está a la mitad de las escaleras que conectan un piso con otrp; mis manos apretando mi cabeza, y mis ojos centrados en un punto muerto del paisaje externo.

Por un momento quiero dejar de oír, de ver.

De vivir.

Uno.

Uno solo.

"Porque soy parte de ti". 

Dice esa voz a la que no hay manera ni forma de callar, de silenciar por completo.

Mientes.

"Soy esa parte que nunca quisiste aceptar, pero, de la que no puedes deshacerte".

No es verdad.

"¿Ah no? ¿Entonces por qué te sientes bien luego de haberlo vencido? ¿Entonces por qué quieres matarlo?"

No quiero hacerlo.

"¡Mientes!"

No.

—¡Daniel! 

No.

Volteo, topándome con el rostro furioso de Mateo; su camisa abierta deja ver la perfección irreal de su torso, de sus operaciones. 

Tiemblo, mis ojos se llenan de lágrimas y mis piernas dejan de obedecer, dejan de moverse.

¡No!

—Aléjate... —murmuro. El tono de voz que tengo es tan bajo, que mi palabra se queda en eso, un murmuro perdido, igual que la orden final de la profesora Matilde. —Aléjate. —le ruego, sabiendo que soy peligroso, sabiendo de lo que soy capaz. 

"No hay nadie. Este lugar quedó vacío luego del toque, y allá afuera no pueden ver lo que ocurre aquí adentro".

No sigas.

"Hazlo, Daniel".

No.

"¡Hazlo!"

—Ven aquí Daniel. —Mateo se detiene al pie de la escalera, extendiendo una mano en mi dirección. —Ven.

Retrocedo dos pasos, quedando pegado al cristal.

—N... No.

—¡Daniel! 

Ocurre rápido. 

Se avienta contra mi cuerpo, olvidando que el cristal no es un material tan resistente como el concreto de las paredes, olvidando que no soy otra víctima sumisa más.

"No. No lo somos".

—Nosotros... —"Dilo". —Nosotros somos Daniel Jelavick. —finalizo en un suspiro, observando el cuerpo romper la pared frágil y caer.

Caer.

Caer por ser un tonto y creer que yo me dejaría manipular, usar. Por creer que no me movería, que estaría en un mismo punto, esperando ser devorado por un lobo que se disfraza de oveja. 

Y, en ese instante, es cuando todo se paraliza. 

El sonido.

La voz.

El mundo.

Lo único que rompe con el patrón en Mateo, cuyo peso lo arrastra al infierno, al final.

.

.

.

"—Nunca vaciles. —Ryu me doblega de la misma manera que yo a Meteo, siendo en exceso piadoso. —Los puntos débiles de tu enemigo pueden reflejar los tuyos propios. Sé consciente de tu fuerza, y explótala. ¿Aún recuerdas los puntos que te enseñé la última vez?

Intento levantarme o tirarlo. Por su peso y la posición en la que me encuentro, la acción se torna imposible.

—Sí. —mascullo. —Los recuerdo.

—¿Entonces?

—Eres más hábil que yo. —me excuso.

—¿Y qué? —me suelta y recoge mi cuerpo, levantándolo como si no tuviera peso. —Allá afuera vas a encontrarte con idiotas peores que yo, con gente que no te tendrá piedad. ¿Dejarás que abusen de ti?"

 —No.

"—No. 

—¿Dejarás que te usen? ¿Qué se crean superiores? Dime, meig solerumg. ¿Vas a permitirles lastimarte?

—No. Jamás. —digo con seguridad. 

—Eso es, Daniel. Es verdad que puedo protegerte, pero, no siempre voy a estar ahí para hacerlo, por mucho que lo desee, habrá momentos en los que te encontrarás solo, en una guerra contra monstruos o leones, fantasmas. Le temes a los fantasmas, ¿no es así? —asiento. —Yo puedo alejarlos, sin embargo, está en ti enfrentarlos. Está en ti protegerte a ti mismo. No te defraudes. 

—¿Y qué pasa si uso mal esto? ¿Qué pasa si mato a alguien?

—Si ocurre, entonces lo tendrá merecido, porque yo puedo matar por órdenes a quién sea, pero tú... Si tú llegaras a dispararme a mí, moriría arrepentido, porque seguro obré tan mal como para alcanzar un punto en el que el alma más bondadosa tuvo que decidir entre su vida y la de un monstruo. 

—¡Ryu! No digas esas cosas bastardo. No te quiero muerto.

—Lo digo enserio, Daniel. Matar no es algo de bien, más, por suerte, somos humanos, habrá veces en las que obrar egoístamente para salvaguardar nuestra integridad, nos traiga más un beneficio que una carga.

—Matar no está bien.

—Pero, si tú lo hicieras yo entendería los motivos."

El recuerdo se corrompe con el sonido brusco que hace el cuerpo de Mateo al estrellarse contra el concreto varios pisos por debajo.

Hay silencio, lúgubre y pesado. 

Entonces... Un grito parte el aire, y la multitud que pasea en los campos verdes se aglomera alrededor de la masa de sangre y huesos.

Una lágrima nace en mí y muere en el infinito blanco.

Ryu... Dime. ¿Cómo es posible que arrojar a tu profesor a su muerte tenga una justificación? ¿Cómo es posible que después de haber matado a alguien yo, pueda seguir viviendo?

¿Cómo detengo esto?

¿Cómo...?

¿Cómo me detengo a mí?

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