
Castígame
Ryu
Edad: 19 años
El salón principal reboza de vida, las decoraciones abundan en blanco y dorado, telas caen del suelo, esferas bañadas en oro o hechas de cristal giran en torno a un centro que imita la colocación imaginaria en espiral de una galaxia con sus estrellas.
Hay músicos que tocan en cada esquina, los instrumentos llevan grabado el sello de la triple alianza en un dorado potente que reluce bajo la luz artificial de las farolas, cada objeto usado lo llevaba grabado, como un recordatorio insistente de a quién pertenecen; las copas de licor, los platos de porcelana y el resto de la bajilla, así como las servilletas y pañuelos, todo, absolutamente todo.
He cuidado cada detalle para este momento.
De pie en la entrada, tomo aire y decisión. Antes de que de el primer paso, unos brazos rodean mi cintura. Me siento feliz con ello, satisfecho, completo.
Entrelazo mis manos con las de Daniel, acariciándolas, con cuidado, como si se tratara de una capa delgada de escarcha que puede derretirse en cualquier momento. él se recuesta en mi espalda, regando besitos por encima de la tela.
—Estoy listo. —dice.
—Estamos. —lo hago girar para que quede delante mío, sonríe con picardía, se pone de puntitas para alcanzar mi boca y la atrapa, la enciende con su fuego y la cuida con sus suspiros.
Del otro lado, la música termina y los aplausos llegan.
Cierro los ojos.
Es hora.
Es el comienzo del momento que tanto he estado esperando.
Un paso menos para la libertad.
Un paso menos para el final.
Tomamos distancia, le entrego mi brazo y él se aferra, avanzamos juntos, un paso a la vez, hacia delante.
Recae el silencio cuando entramos, los ojos nos miran y los anhelos se escapan de boca de sus dueños soñadores, son fugaces los suspiros perdidos de la multitud, son efímeros los deseos que reflejan los ojos, deseos que no llegan a concretarse.
Subo a la plataforma especial de la familia, beso la mano de Daniel y le indico con un gesto que ocupe mi lugar en la silla principal.
La silla del líder.
La silla del lord.
Vacila, pero, al ver mi determinación, me hace caso.
Los murmullos aumentan, quieren escapar de las paredes del salón cuando me arrodillo delante de él.
—Ryu...
—No renuncio a mis derechos, pero te coloco a ti por encima de ellos, —recito. —de mi posición, porque eres Daniel Jelavick, mi amor, mi estrella, mi sol, mi corazón. —beso su mano. —Mi todo. ¡Larga sea la vida de nuestro lord! —exclamo, observándolo con los ojos de un enamorado, de un devoto a su Dios y un pecador a su pecado.
Toco una de sus rodillas con la mano, luego con la frente. Por cada movimiento el silencio pesa más.
Que sofocante.
—¡Larga sea la vida de nuestro lord! —dice una voz femenina entre la multitud.
Tivye.
—¡Larga sea la vida de nuestro lord! —le acompaña otra voz, esta vez masculina.
Kian.
—¡Larga sea la vida de nuestro lord! —gritan los demás y el eco que crean parte el mundo.
—¡¿Qué está pasando aquí?! —el viejo aparece, mal vestido y con las agujas de suero inyectadas a sus antebrazos. —¡¿Qué hace ese maricón metido en mi casa?! —dice apuntándole a Daniel, apenas lo ve sentado en su silla, corrección, MI silla.
—"Ese", es el yerno que aceptaste y tu demencia olvidó. —le digo, levantándome sin soltar la mano de Daniel. —¿Qué haces despierto? —pregunto, falsamente interesado en su salud. Veo el reloj en mi muñeca y lo sacudo como si algo anduviera mal con la hora. —Deberías estar descansando. ¿Ya tomaste tu medicina?
Avanza a zancadas, empujando invitados y tirando platos y champagne.
—No juegues conmigo, Neus. ¡¿Te atreves a burlarte?! ¡¿Cómo es posible tanta osadía?! ¡¿Como osas faltarme al respeto?! ¡Mocoso...!
—Es el líder. —Tivye incita al resto, fingiendo también. Fingiendo admiración y respeto. Debo de admitir que es muy buena en lo que hace. —¡Felicidades! —prosigue. —Todos estamos tan conmovidos por su cambio, por aceptar a su yerno y ceder su puesto de líder al heredero que ya hacíamos eterno.
—¡¿Qué?! —el viejo se frena, intercalando sus ojos de hierro entre ella y nosotros.
—Yo no he...
—¡Felicidades! —Lia le sigue el juego a Tivye.
Me siguen el juego.
Ahora, aquí, en este lugar, él está atrapado en mi tablero, jugando una partida que no saber, perderá.
Con ella dos iniciando el fuego, los demás se suman a avivar las llamas.
Explota.
El fuego en el que tanto tiempo vivió ardiendo, lo lleva a ser un hombre de cenizas y recuerdos.
—¡Neus! —exclama, furioso, aunque sus ojos permanecen sumidos en el miedo y la desesperación. —¡Para esto ahora! ¡Detente! ¡Detenlos! ¡Diles que paren!
Dime, viejo, ¿ahora lo comprendes?
¿Comprendes lo que es el miedo?
¿Comprendes lo que es no tener el poder ni el control de tu vida? ¿De tu realidad?
—¿Por qué debería, abuelo? —pregunto. La sorpresa llega a su rostro y le sigue una secuencia precipitada de negaciones. —Solo te están felicitando. —digo. —No tiene nada de malo, deberías aprender a ser más educado.
—Tú... —retrocede temblando, cosa que no ha notado, ya que, si se hubiera percatado lo detendría de inmediato, o lo intentaría. -¡Tú no eres Neus! —apunta hacia mí con un dedo acusador. —¡Impostor! ¡Atrápenlo! ¡Que alguien lo atrape! ¡Es un impostor!
—Abuelo... —empiezo, pero me interrumpe.
—¡Neus jamás me llamaría así! ¡Impostor! ¡Atrápenlo! ¡Alguien! —nadie le obedece. —Alguien...
—Abuelo. —digo, sobándome la cien. —Creo que será mejor que vuelvas a tus aposentos, no te encuentras nada bien y estás provocando un escándalo.
Sostiene su cabeza y estalla en carcajadas, siendo un completo maniaco psicópata.
—¿Yo soy el que hace un espectáculo?
—Sí. —respondo y esa palabra tan simple lo hacer partirse de risa.
—¿De verdad?
—Sí. —reitero.
—Vaya, que gran número, ¿no? —alisa su saco. —¿Arruino el momento?
Entiendo a dónde quiere llegar y evito que terminemos ahí.
Ya fue suficiente.
Ya no tiene control.
Una pena que yo tampoco.
Monstruos.
Monstruo.
—Para nada, —suelto con simpleza, ignorando el odio que burbujea entre nosotros. —siempre eres bienvenido.
—Qué hipócrita de tu parte, Neus. ¿Primero me encierras y ahora me dices que no estorbo?
—Nunca te he encerrado. —miento. —¿Cómo podría hacer algo así cuándo yo te amo?
Daniel aprieta nuestro agarre, su respiración es pesada, se está ahogando con mis palabras, con la facilidad que miento.
Lo entiendo.
Es difícil admitir que el verdadero monstruo aquí soy yo. Aún así lo atesoro y él a mí. Eso me demuestra su firmeza, al seguridad con la que me sostiene y ni se suelta.
No me deja.
Nunca lo ha hecho.
—¡Deja de mentir!
—No miento. —le aseguro y consigo quebrarlo.
¿Qué es lo que más deseó en el mundo?
¿Poder? Sí, pero hubo más.
Era un ambicioso sin remedio, pero, en el fondo todavía esperaba como los humanos, deseaba como los humanos.
¿Dominio? ¿Estatus?
¿Qué quería en realidad?
¿Control? ¿Dinero? ¿Propiedades?
A parte de todo eso, lo que más deseó en el mundo fueron esas dos palabras.
"Te amo".
Más que nada.
Más que su poder y su dinero.
Era simple.
"Te amo"
Quería mi amor.
"Te amo"
Querí mi aceptación.
"Abuelo".
Quería algo tan humano como lo es el efecto.
"Te amo, abuelo".
Veo una lágrima empezar la tormenta desgraciada en sus ojos, veo como nace, como fluye y como muere. Lo entiende sin más intervenciones, sabe que esta realidad está rota, que nuestra relación no existe, que jamás, incluso en mentiras, ese sentimiento llegará a ser real.
Él creerá amarme y y o nunca, ni siquiera en pensamientos, podré imitarlo.
No podré amarlo.
Lo veo llorar por primera y única vez.
Llora.
No de felicidad.
No por tristeza.
Solo llora, sin nada más de por medio, ninguna emoción, ni sentimiento.
Lo que saca es agua con sal, residuos húmedos que drenan lo que queda de su vida.
—Neus. —dice.
—Viejo. —le contesto.
Sonríe y retrocede hasta llegar al estanque con un interior de aguas verdosas, el centro de la fiesta, la cereza de mi pastel. Es hermoso a simple vista, su fondo se percibe, hay pinturas de peces japoneses en el fondo, pero no es lo correcto acercarse tanto y curiosear. Un ruido insistente de chapoteo desesperado y hambriento deja entendido que hay algo peligroso ahí dentro.
Algo que nada y lleva días sin comer, y sabemos que cuando algo tiene hambre come lo que sea, lo primero que encuentre o caiga en sus garras.
Él está consciente.
Yo también.
Es el final.
SU final.
—Eres un jodido monstruo, Neus. —dice, indiferente a sus palabras y mis gestos. —El único bastardo de la alianza al que la palabra perro le sienta como un guante. Es tu otra piel, la de una bestia, la de un monstruo. Nunca lo olvides, y, aunque quisieras, no podrías, porque es parte de ti, es como tu sangre, como tu mente, no puede abandonarte, si pasa... Mueres.
Alzo una ceja y abrazo a Daniel, cubriendo su vista del caos sangriento, producto de la precipitada caída del viejo al agua, a la muerte.
La parca le abrió los brazos y el viejo no dudó en caer directo a ellos.
Se permite tropezar, ceder y caer después de tanto, y las pirañas que nadan en esas aguas tibias y magníficas, se encargan de hacer su trabajo, llenando sus estómagos, destrozando la piel, los vasos sanguíneos, el músculo y los tejidos, hasta limpiarlo todo, dejando los restos blancos y sucios que corrompen el agua.
Hay gritos, gritos de dolor que llaman a la clemencia y la ayuda.
Nadie se apiada.
Algunos voltean y se abrazan, otro intercambian miradas, e incluso hay quienes vomitan de lado, dos se desmayan y en el fondo varios corren en busca de licor para soportar lo que están viendo, pero nadie hace nada.
Nadie lo ayuda.
Y el viejo continúa gritando, rogando, pidiendo.
¿Cuántas veces hice lo mismo?
¿Cuántas veces le supliqué por todos y por mí?
¿Cuántas veces me escuchó?
La respuesta es clara. Ninguna.
—Ryu. —Daniel se aferra a mí, me sorprende que, cuando bajo la mirada, me topo con un rostro blanco, casi cenizo, lleno de lágrimas y dolor. El mismo dolor que atormenta a mi abuelo, llena a mi bello sol que mengua en brillo. —Detén esto, Ryu. Por favor. —se cubre los oídos y empieza a sollozar. —Lo escucho, lo escucho de nuevo... Me está hablando. Así que páralo, Ryu, páralo... ¡No quiero! Por favor... No. Ya no.
Y si él pide yo obedezco.
La pistola abandona su funda y mi dedo presiona el gatillo, la secuencia es consecutiva.
Seis tiros y los gritos se esfuman.
El resto termina en sonidos que dientes y aletas partiendo el agua y la carne.
Suelto el arma y lo abrazo, tan fuerte que temo romperlo, con tanto amor que me duele.
—¿Mejor?
Daniel asiente.
—Gracias. —murmura, y me parte el corazón escuchar el cansancio contaminar su voz. —De verdad, gracias.
Vuelve la cabeza, me abraza con la misma intensidad que yo a él y dice algo que se ahoga en el tumulto de la multitud cuando esta colapsa en aplausos y gritos de euforia.
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