Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Ayúdame



Daniel Jelavick

Edad: 19 años


El calor que me rodeaba en forma de abrazo se pierde, la caída se hace inminente, y, cuando creo que vamos a terminar estrellándonos contra el suelo de alguna carretera, nos detenemos, aunque parece que soy solo yo, no veo a Serius a mi lado, ni arriba, intento voltear, pero tampoco doy con su silueta. 

¿En qué momento la perdí?

¿Acaso se quedó atrapada en algún lugar?

Entonces todo gira, el blanco se hunde en el negro intenso, que me escupe sin consideración sobre el pasto húmedo de un parque conocido. 

—Auch. —mascullo. 

Colores pastel pintan el cielo, me es curioso el atardecer, mezclado en la base con el negro profundo de sombras nocturnas. Se acerca la noche y en el cielo no se ve ni una estrella, ni siquiera las pocas que podían apreciarse antes.

Rezongando, me pongo de pie. Hay un dolor agudo y molesto en mi cadera, otro más fuerte y terrible en mis articulaciones a lo largo de mis brazos, parece que me ejercité por días sin cuidado o calentamiento. Estoy a punto de caer por mi mal equilibrio, así que agarro en el último momento la rama de un árbol y el resultado termina peor, conmigo en el suelo y un pedazo de madera sobre mi cabeza. 

—Daniel...

Esa voz consigue lo imposible. Ignorando el dolor, la rama y las punzadas que parecen alfileres candentes entrando en mi piel, me repongo, y en un parpadeo ya estoy delante de la figura arrodillada a unos cuantos metros de mi caída inicial. 

—Ryu. ¿Qué...? ¿Qué te pasó? —pregunto tartamudeando, encontrando incoherente el hilo de pensamientos que nacen de una teoría loca con poco razonamiento. 

Se le ve abatido, triste, melancólico, confundido... Hay tantas emociones que no logro identificarlas todas. 

Doy un paso para correr, pero entonces ocurre. Primero grita y se retuerce, apretando con ambas manos sus oídos y su cabeza, se golpea una vez contra el concreto y me asusta que se haga daño, así que me precipito para levantarlo; un hilo de sangre escurre de una herida leve en su frente, bajando recto a lo largo de una cicatriz vertical que parte su ojo derecho. Es una línea perfecta, trazada por un cuchillo, una herida antigua que nunca debió estar ahí. 

¿Qué está pasando?

Ryu solloza en mis brazos, sin despegar su agarre de sus oídos, como si buscara ignorar un sonido inexistente que le tortura sin piedad. 

—¿Ryu? ¡¿Ryu?! 

Mis llamadas se quedan congeladas cuando su vestimenta sufre, también, un inexplicable cambio; de ser un traje formal oscuro, las telas se convierten en un sobretodo militar. Sin bordados, negro, igual que la noche que nos acompaña, igual que las sombras que nos rodean, a excepción de una alianza triple colocada en su pecho, justo por encima de su corazón. 

Es una controversial imagen representativa de tres estrellas encapsuladas en una alambre de púas, con rosas talladas en rubí, y una gota que no representa agua, sino un fluido oscuro y metálico, con sabor a óxido y temor.

—Daniel, —el agarre de Ryu aprisiona con fuerza mi brazo, lo dejo porque sé que está pedido y necesita esa fortaleza, necesita sentir que estoy ahí, aunque su presión me lastime en el proceso. —hay algo en mi cabeza. ¿Puedes sacarlo? 

—¿Qué es lo que está en tu cabeza? —agarro sus manos, uniendo nuestros dedos para que pueda separarlos de sus oídos y dejar de hacerse más daño. 

Cede, pero el horror no lo abandona.

—Muchas cosas. Veo muchas cosas, Daniel. Hay recuerdos que no deberían estar, hay cosas que antes no existían... No sé que me pasa. 

—¿Quieres contarme?

—Yo... —traga saliva varias veces e inhala aire con dificultad, atrayendo un aura pesada que comienza a aplastarnos a ambos por igual. —Soy el heredero de la tripe alianza, ya no es solo D'Angello Leprince, hay... Se unió la R.R Family. 

—Imposible.

—No lo es.

—Pero, si eso está ocurriendo, significaría que Serius... —me ahogo con las palabras y el llanto. Me ahogo con el recuerdo de ese último "lo siento", pronunciado por sus labios, y el tormentoso "yo también", dicho por aquella igual que no le dejó alternativa alguna más allá que la muerte.

—No hay ninguna Serius en mis memorias más recientes. —se pega a mi pecho y lo humedece. —No tengo su rostro, Daniel, no puedo recordarla... Lo único que me queda es el nombre de una bebé que debió ser la heredera, pero, falleció antes de cumplir el primer año, después de eso, la R.R Family no volvió a tener ningún heredero. La alianza tampoco, solo estoy yo... Yo.

—Ryu...

—No quiero esto Daniel, no quiero ser yo. Ya no quiero sufrir. Ya no quiero vivir.

—Ryu, no puedes decir eso, tú... Nosotros, ya veremos como salimos de esto. Sin embargo, no puedes darte por vencido, no justo ahora que acabamos de regresar y estamos vivos. ¿Crees que verte muerto es lo que ella querría?

—Ella ya no está, Daniel, ese es el problema. Ya no está aquí. Ya no hay nadie. Ya no tengo a nadie en ese mundo. 

Estoy a punto de contradecir sus palabras, cuando el sonido de unos neumáticos se hace presente, todavía están lejos, pero el alboroto se va a cercando. Pitidos de claxon, gritos eufóricos de transeúntes y peatones, multitudes enfurecidas que claman palabrotas a la secuencia alocada de vehículos que hacen uso de las calles para transitar con vehemencia y descontrol.

—Vete. —pide Ryu, mirando el panorama gris sobre mi hombro. —Vete antes de que el viejo se acerque demasiado y logre verte.

—¡¿Qué?! ¡No voy a dejarte!

—Y no no te estoy preguntando si quieres, tienes que irte Daniel, o va a matarte. 

—No puedo dejarte. —le espeto, algo enfurecido por su actitud necia.

—Daniel.

—No, Ryu, esta vez no te dejaré solo.

—¡Esta vez ya no es como antes, Daniel! —se separa de mí y toca un punto en su cuello, mostrándome la instalación circular que tiene a la vista, como un recuerdo y una advertencia. —Tengo un rastreador de primer nivel implantado en el cuerpo, y una bomba conectada a un marcapasos en el corazón, si nos ve... Con solo presionar un botón va a hacerme volar en pedazos, y tú terminarías igual. —me sostiene y obliga a mi cuerpo a obedecerle y levantarse. —No me hagas esto, por favor. Vete.

Una ráfaga de dramatismo vuela entre ambos, agitando mis cabellos y revolviendo los suyos. Humedezco mis labios con el recuerdo de las lágrimas y asiento, por fin me suelta y palmea mi hombro para que avance por la dirección contraria. 

Doy el primer paso cuando él ya ha dado cinco hacía la banca maldita que tantas veces me ha visto llorar y quejarme del mundo.

Es una tarea difícil.

Imposible.

—¡Ryu! —grito, volviendo sobre ese único paso para recorrer el camino que él ya lleva avanzado. Gira con intenciones de reprenderme, pero, antes de que sus palabras salgan y el reproche se concrete, mis labios ya han sellado los suyos y nuestros caminos han vuelto a unirse sin remedio.

Porque yo soy un masoquista peor que él.

Porque no quiero alejarme sin antes tener la condena de haber probado el sabor maldito de sus labios.

No me lanzo porque mis piernas son torpes, y más fácil llego a romperle la boca que a besarlo, sin embargo, sí me precipito, consiguiendo que la sorpresa se atore junto a la ligera molestia que le causó mi desobediencia. 

Apoya sus manos en mi cadera y la moldea con detenimiento, a la par que yo sigo el contorno de aquel rastreador con forma de luna llena. Sus labios demandan, y los míos entregan, su lengua reclama y la mía cede, sus gemidos transmiten y los míos se apropian. 

Es un escándalo.

Es una maldición.

—Te amo. —digo contra su boca. —Así que no mueras. —juntos nuestras frentes y me permito ser un náufrago de esa sensación exuberante que entrelaza el gris con las explosiones doradas de gloria y satisfacción, de esperanza. —Espérame. Buscaré la manera de volver a ti. 

Ryu se agacha con lentitud, separa el terciopelo de mi hombro y muerde, entierra los dientes en esa piel profana que conoce sin saberlo. Se está ahí por unos segundos, y, al separarse, el recuerdo plasmado en rojos y morados, ya ha quedado sellado por un tiempo, que espero, llegue a ser suficiente para volver a estar juntos.

—Esperaré. —me suelta, besando de último mi mano, antes de liberarla también. —También te amo, así que, tampoco mueras. 

Le sonrío y no digo adiós, no hace falta, porque no me gustan las despedidas y a él tampoco. 

"Adiós", es una palabra demasiado definitiva, y, en su lugar, tal vez estaría mejor sustituirla por un simple "hasta luego". Pero ya no hay tiempo, el ruido se acerca y sus ojos se llenan de inquietud, así que es el momento.

Me alejo, y cuando sé que, al voltear hacía atrás ya no podré verlo, ni siquiera como una sombra más del paisaje oscuro, me detengo y lloro.

De nuevo.

Por todo lo que es, fue y será. 

Por ella, por él, y por nosotros. 

Lloro, y se me hace irónico que justo en ese maldito momento, al estúpido cielo se le ocurra hacer lo mismo.


Ryu

Edad: 18 años


No esperaba un buen saludo por parte del viejo, pero, que lo primero que haga al verme sea mover su mano diestra y propinar, con una cantidad considerable de fuerza y precisión, una cachetada en mi mejilla, me deja como a un niño tonto que esperaba que con decir la verdad el problema quedara hasta ahí, sin castigo ni reprimenda.

Que estúpido. 

Por supuesto que habría castigo, por supuesto que habría reprimenda.

Y si nos guiamos por sus ojos y la intensidad maldita en ellos, es obvio que esta vez es grave.

—¡Neus! —grita.

—Viejo. —respondo sin ganas, obteniendo una segunda cachetada para emparejar el rojo intenso en mis cachetes y el sangrado insistente de mi nariz.

—Volviste a desobedecerme, Neus. Saliste de nuevo sin mi permiso. ¡Te escapaste eludiendo tus deberes!

¿Por qué esta plática me resulta tan familiar?

—¿Lo hice? —pregunto.

Otra cachetada.

—¡Tus tiempos son terribles para ser mi heredero! ¡Has faltado esta semana a todas tus prácticas! ¡Y tus porcentajes bajaron a cero!

—¿Y qué quieres que haga?

Y otra más.

—¡Deja de responderme! ¡Eres cada vez más irritante! No es un comportamiento apto para alguien de tu nivel. ¡Deberías estar estudiando, no perdiendo el tiempo con maricones como ese Jelavick! ¡Y no te atrevas a negarlo o contradecirme porque lo sé, Neus! —se ajusta el traje y masculla entre dientes. —Que bueno que lo mandaste lejos o lo habría matado. 

—No le hagas nada. —pido. Suplico.

—No lo haré si te comportas. Ahora ven, hijo, —extiende su mano hacía mí y espera. —volvamos a casa.

Dejo la comodidad de la banca y acepto esa arrugada extremidad que lleva la palabra "diablo" escrita con rojo sangre.

No digo nada cuando tira de mí, no me quejo, no hablo.

No existo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro