Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Arréglame


***

https://youtu.be/efImWpBx7-w

***


Ryu


Bajé la guardia, lo siento.

Fui muy descuidado, me lo merezco.

Es mi culpa, no debí de subestimar al viejo.

Incluso con la ayuda de Serius, tardó muy poco en encontrarme. Un nuevo tiempo récord que anotar más tarde. ¡Yay!

Empujo la mano que tapó momentáneamente mi nariz con un trapo húmedo en alcohol y droga, droga que, si no me doy prisa, hará efecto en segundos y terminará con la única oportunidad que pude conseguir. 

Más manos llegan, se aferran a mis brazos y tiran, jalan, rasguñan. Abro la boca intentando gritar, un pañuelo de algodón me ahoga, tapa mi voz, la sumerge en un nuevo silencio que ya es desagradable, intento escupir y la presión se incrementa, una parte del pañuelo roza mi garganta y dejo de intentarlo.

Voy a lastimarme.

No. Ya estoy lastimado. 

Estoy roto.

Algo así no puede volver a romperse, solo destruirse. 

Forcejeo con los guardaespaldas, intento pestañear para que la neblina que empaña mi visión se aleje, sacudo la cabeza y las manchas giran. 

No sé dónde golpear, he perdido la orientación. ¿Dónde termina mi cuerpo? ¿Dónde empieza el de ellos?

Creo que sigo moviéndome, de lo contrario no explicaría porque duele tanto caer contra el piso sin que algo ablande el impacto. 

Okey, acabo de confirmarlo, todavía puedo sentir dolor, todavía estoy vivo.

¿Entonces por qué nadie me recoge?

Hay voces de fondo, sonidos e imágenes que van y vienen. Daniel ya no está llorando en la banca, sus ojos todavía guardan rezagos rojos de su llanto, sin embargo, ya no se acompañan de lágrimas, hay furia natural en ellos, furia y dolor. 

No miedo.

No tranquilidad.

Guerra. Cantan sus golpes definidos y poderosos.

Fuerza. Dicen las patadas que no aturden ni empujan, sino que desmayan por completo a los hombres del abuelo. 

Temblaba delante de diez miembros de la R.R Family, pero, ¿puede contra cinco entrenados de la alianza? ¿Qué clase de idiota es? ¿Quiere morir acaso?

No, corrección, ese soy yo. ¡¿Entonces por qué él...?!

¡Jelavick! ¡Sal de ahí, tonto!

Uno de esos bastardos lo sujeta del brazo, lo somete y Daniel coloca una expresión que lo dice todo. También le duele. También es humano.

Intento levantarme, pero, la droga es absoluta, tiemblo y caigo de nuevo.

¡Maldición!

Yo...

Suéltame. dice. Y siento con claridad el pase de una serpiente reptar a lo largo de mi espalda. ¿Qué es esto? ¿Qué es esta sensación? No tienes permitido tocarme. —Daniel no se mueve, y el hombre encima de él se mofa con una sonrisa repugnante. 

—¿Ah no? ¿Qué me crees? ¿Maricón? 

—Suéltame. 

"Suéltalo". 

Trago saliva y no me muevo. 

"Amigo, por tu propio bien. Suelta a ese loco". 

Es algo que me gustaría decirle, porque, juzgando el tono de voz de Daniel, es obvio que no está jugando. En el mundo hay una única persona que tiene ese mismo tono, esa misma capacidad de advertir sin que sus palabras suenen como una advertencia. Mi abuelo.

No es posible compararlos, ambos son diferentes, y aún así... El poder es el mismo. 

—¿Quién te crees...? —comienza a retar el hombre, y sus palabras se cortan con el potencial nato de Daniel, acompañado de su excelente manejo de llaves. 

—Daniel Jelavick. —gira sus piernas e invierte posiciones. —No lo olvides. 

El choque llega con un sonido sordo. Daniel se pone de pie, lo observa sin reflejar algo, bufa y vuelve a mí, cambiando el vacío en sus ojos por una preocupación explosiva.

—¡Ryu! —llega a mi lado y arrastra mi peso, colocando mi cabeza sobre su regazo. Es suave, es cálido. Es como estar en casa. Toca mi frente y libera un suspiro al notar que mi temperatura es estable. —No tienes fiebre. ¿Te hicieron algo? —toma mi pulso, varios mechones de su cabello se ladean con el viento y mis deseos son tocarlos. Se ven tan suaves...

—Daniel... —digo, y creo que su mirada me sigue.

—Aquí estoy. Aquí estoy. No voy a dejarte.

—Agáchate un poco.

—¿Eh? ¿Así? —alcanzo un lazo de su pelo y su textura me reconforta. —Ryu, ¿qué haces? —pregunta al ver cómo juego con su pelo.

No pasa mucho para que mis dedos se sientan pesados, y mis fuerzas vayan menguando. Me acomodo en su regazo, inhalando su aroma, rodeado de su calor mis barreras caen.

—Tengo sueño. Daniel. Tengo mucho, mucho sueño. —me responde, y no lo escucho. Me acaricia, y es el recuerdo que me llevo al entregarme sin frenos a los brazos extendidos del sueño gris, oscuro, y, por primera vez, tranquilo.


Ryu


Las voces que hablan en susurros me despiertan, mi atención es captada por las tres siluetas que me acompañan en una habitación pequeña que, por supuesto, no me pertenece, y, aun así, me resulta vagamente familiar. 

El aire huele a manzanilla, y al ladear la cabeza me doy cuenta del porqué, un dispersor de aroma se encuentra activo sobre una pila de libros. Es un aroma delicioso, tranquilizador. 

—¡Ay! ¡Tivye! —exclama Daniel, y al instante tiene mis ojos sobre su cuerpo, desnudo del torso para arriba. Paso saliva con dificultad, no entiendo por qué sigue molestándome tanto ver sus cicatrices y no conocer al responsable, y mi sentimiento se expande al notar que, las manos severas de la chica, aferran su brazo, limpiando y aplicando pomadas en las heridas nuevas que se abrieron en un descuido. 

—Calma Daniel. Casi he terminado. 

Lo toca y mis propios dedos se cierran en un puño. 

Lo venda y una desazón invade mi paladar. 

—Oigan chicos. —el hombre que les hace compañía se fija en mí, y, de inmediato, le da palmaditas a la espalda de la chica para que esta le preste atención. —Despertó.

Daniel se pone de pie, su compañera lo jala de regreso, lo mantiene quieto hasta que su vendaje ha sido completado, una vez listo lo examina un par de veces y lo suelta con un bufido.

—Impaciente. —dice la chica, y Daniel la ignora. Se dirige a mí, viene a mí, y por ese simple gesto mi temperatura sube y el palpitar de mi corazón llega a acelerarse. Tengo miedo de que su eco llegue a ser perceptible. 

—Es bueno que hayas despertado, comenzaba a preocuparme. —una de sus manos baja, y yo la atrapo en un agarre ligero antes de que llegue a tocarme. —¿Qué? —parpadea y luego asiente. —¿Es por lo que te dije antes? Yo... Lo siento mucho, fue culpa mía, no debí apartarte de ese modo. Entiendo si estás molesto, pero, necesito comprobar tu temperatura, estás muy rojo.

—Vístete. —digo, y sus ojos se abren con incredulidad. En el fondo hay dos carcajadas y varias burlas.

—Es... ¿Es enserio? Nada más quiero tomar tu temperatura. —insiste, usando su otra mano que termina presa, igual que la primera. —Okey, ya. ¿Qué te molesta de verme? Ni que estuviera desnudo. 

—Vístete. —repito. Y necesito que lo haga, ya he visto suficiente piel.

 El problema no es su desnudez, es que es él; tiene una piel bronceada con ligereza, un abdomen marcado y definido, aunque no pierde en absoluto su contextura delicada. Hay un tatuaje de dragón que viene desde más abajo de su cintura, y crece a lo largo de su costado izquierdo, en matices negros y flores rosadas, y no es todo, dos argollas de flores de loto abrazan sus pezones. Estoy casi seguro de que eso es a lo que se refería la última vez, y no entiendo muy bien cómo sentirme al respecto. 

—Ryu, los dos somos hombres. ¿Qué te apena tanto? —sonríe de lado y me guiñe un ojo. —¿No te gusta lo que ves?

Lo fulmino, y mi gesto le causa gracia. 

—Te gusta. ¿Es eso? Te gusta tanto que ya no quieres apartar la mirada. —yo lo sostengo, mis manos se ciernen con dureza sobre sus muñecas, y sin embargo, él es quien tiene el control. Baja con picardía, baja, cortando el espacio entre ambos, difuminando nuestros alientos y respiraciones, nuestros deseos. —Mírame Leprince. ¿Te gusto?

Se vuelve pesado contenerme, ver la tentación y no caer en ella, ver el pecado y no volverme pecador. 

Parece que estoy en la tierra, y, aún así, el calor que nos rodea es el del infierno. Abrazador, eufórico, llameante. 

—¿No te parece curioso que, siendo tu familia italiana y francesa te hayan puesto un nombre japonés? —Daniel recorre el contorno de mi rostro con la punta de su nariz, suspirando e inhalando mi perfume natural. —Ryu... Significa fuerza de dragón, o dragón simplemente. 

Gira su muñeca y controla la mía, arrastrándola por su cuerpo, desde su cuello hasta la parte llena de tinta. Lo toco, hay calor emanando de cada centímetro; me gusta la forma en la que se encoje con mi tacto, y también como se erizan sus vellos con mi recorrido turístico que llega al final, en su cadera. 

—Siamo il drago che brucia e la fenice che si alza dal fuoco. —recito. 

—¿Qué significa eso? —pregunta. Deteniéndose en mi mentón para verme. 

Alzo una ceja.

—¿De verdad no lo sabes? —Daniel parece desconcertado, así que no, supongo que no. Ahora soy yo el que toma su mano de vuelta, enlazando nuestros dedos, que van de un punto a otro, comenzando en la primera palabra que se funde en un tallo de flor. —Está escrito aquí, es italiano. 

—¿De verdad? No lo había notado. ¿Qué dice?

—Somos el dragón que quema, y el fénix que resurge del fuego. Ese es último punto en el código de la alianza. —acaricio de nuevo la frase y él suelta un suspiro efímero que se pierde al instante. —¿Dónde te tatuaste esto?

—Tivye lo hizo. Tú deberías tener uno también. 

Me paralizo. Daniel se separa de mí, recoge su sudadera del suelo y señala mi lateral contrario al que él tiene tatuado.

—Una flor de loto y una mariposa fantasma. 

—¿Cómo lo...?

—Yo lo dibujé. —sonríe orgulloso y empieza a recoger el instrumental médico que Tivye dejó atrás al salir con cuidado de la habitación minutos antes, llevándose al otro chico consigo. —No son tus flores favoritas, esas son las margaritas, pero, querías una flor de loto. 

—¿Por qué querría una flor de loto si ni siquiera es de mi agrado?

—Porque a mí me gustan. —termina de acomodar y toma asiento en el taburete más cercano, cuya madera está llena de pintura y trazos de rotulador. —Puede que a veces crezcan en el barro, o en estanques algo sucios, y, sin embargo, su flor siempre es pura. 

—Suena triste. 

—Puede que lo sea. —se encoge de hombros. —A veces lo triste también es muy bello. 

—Daniel. No sé dónde estamos, pero, gracias. Gracias por ayudarme, gracias por compartir un poco de tu luz conmigo.

—¿De mi luz? ¿Me ves cara de foco?

—Estoy hablando metafóricamente. 

—Y yo solo bromeo. —alza la mirada al techo e inhala despacio. —Ryu, no me agradezcas, no todavía. Puede que hoy te haya sacado de ahí, ¿Y mañana? Tu abuelo no se quedará quieto al darse cuenta de que su heredero no está, tú y yo sabemos que volcará la ciudad entera con tal de dar contigo. 

Gruño, cubro mi rostro con la parte interna de mi brazo y mascullo entre dientes. 

—No me lo recuerdes. No quiero saber del viejo. 

—Y apuesto a que él no quiere saber de mí. —Daniel hace una mueca divertida ante mi expresión. —Ya, ya. No te esponjes pavorreal. Estamos bien aquí, por ahora. Veamos cuanto tarda en acabarse nuestro tiempo. 

Lo dice con simpleza, pero, en el fondo sé que es mucho más complicado que eso, después de todo, mi abuelo no es otro niño con el que puedas jugar a esconderte y buscar.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro