Capítulo 26
Mi estancia en La Madriguera se reduce a un par más de días, donde me atrevo a salir para acompañar a Ginny hasta el andén nueve y tres cuartos para luego escaquearme de vuelta a mi huida constante. Ginny y George se habían dado cuenta de la sonrisa constante de Fred y del anillo que llevaba en la mano derecha, pero ninguno de los dos había dicho nada en voz alta, sabiendo lo que significaba y la estupidez que era. Aunque lo habíamos celebrado por lo alto en la habitación de Percy, lo único que esperaba es él nunca se enterase ya que si no no podría mirar su cama de la misma forma.
Aproveché ese viaje para luego no volver a La Madriguera, y fui de bosque en bosque, acampando entre la nieve y siguiendo mis visiones para encontrar al Trío de Oro. Quería hablar con ellos antes de la Pascua, o al menos estar lo suficientemente cerca para poder liberarlos si hacía falta, pero sabía que teniendo a Hermione de su lado era imposible encontrarlos, la chica era demasiado buena con los hechizos como para poder romper algo de ese tipo. Lo que esperaba era que recordaran de que el nombre de Voldemort era tabú, porque entonces no servirían de nada.
Hacía años, mis amigas me habían pedido detalles de una pedida de mano inexistente, y ahora que había tenido lugar, no tenía posibilidad de contarles todo ya que no sabían donde estaban. Las lechuzas estaban totalmente descartadas ya que el correo era fácilmente interceptado y solo me quedaba lanzar un patronus, algo que siempre evitaba hacer para no ser localizada. Y a pesar de que les había prometido que se lo contaría cuando llegase el momento, me vi en la obligación de faltar a mi promesa.
Había conseguido encontrar una radio mágica y gracias a eso sabía que los gemelos estaban bien porque participaban en Pottervigilancia junto con Lee Jordan, Remus Lupin y Kingsley, que eran los colaboradores habituales. También daban información sobre el estado de la guerra, lo que me hacía no perderme en las continuas visiones que tenía sobre Harry, Ron y Hermione. Mi fin estaba muy cerca, y cada día lo notaba más.
Cada día que pasaba, sentía con más fuerza la llamada del ático de mi casa, a pesar de estar a kilómetros de distancia del centro de Londres. Mis poderes se descontrolaban constantemente, y en lugar de ayudarme a controlar las cosas, lo empeoraba. Cada vez que me desaparecía, lo hacía cerca de algún animal que estaba a punto de morir, y en lugar de ser capaz de salvarlo, mis poderes hacían lo contrario y lo mataba. Las primeras veces fue demasiado duro, a pesar de saber que en realidad le había hecho favores a esos animales que solo estaban en sufrimiento gracias a las trampas que los muggles les ponían para cazarlos. Pero al final me acostumbré, e hice mi misión salvar a esos animalitos.
Pero lo peor fue cuando estaba llegando la Pascua. Me había aparecido en un bosque cercano a Upper Flagley, uno de los pocos pueblos de magos que quedaban en Inglaterra. Pensaba que sería un animal lo que me había llamado la atención al estar allí, pero me sorprendí al ver a un duende, moribundo, al lado de alguien que se me hacía muy familiar y otra persona que no conocía de nada. Dejé que las lágrimas salieran, sin poder pararlas y les toqué, sabiendo que la maldición asesina los había matado. ¿Qué otra cosa podría haber sido si estaban acompañados de un duende? No terminaba de entender por qué había llegado hasta allí, solo sabía que tenía que terminar lo que los mortífagos habían empezado.
— Si ves a Dora, dile que la quiero —dijo una voz cuando toqué el cuerpo del mago que se me hacía familiar, y entonces caí, era el padre de Tonks, Ted.
Levanté la vista rápidamente para ver como el señor Tonks estaba delante de mí, sonriendo y con un aspecto de fantasma. Pero la visión duró unos segundos, ya que rápidamente desapareció y no puede evitar gritar de desesperación. Estaba hasta las narices de todo esto, por lo que no dudé en alejarme un poco de allí, para luego gritar con todas mis fuerzas:
— EN EL MOMENTO EN EL QUE TE ENCUENTRE, LORD VOLDEMORT, ¡TE VAS A ARREPENTIR DE ESTO!
Pasaron segundos hasta que los carroñeros aparecieron, con la pequeña sorpresa de alguien que ya conocía a su lado, Fenrir Greyback. Desde que había salido de La Madriguera, había dejado que mi pelo creciera lo suficiente como para que se me reconociera, al igual que había vuelto a mi color de pelo normal. Necesitaba que se dieran cuenta de que era la misma chica a la que habían intentado secuestrar el año anterior.
— Vaya, vaya, si es la traidora que estaba con un Weasley —le oigo decir en mi oído. —Ahora sí que podré darte un mordisco, nadie me lo impedirá.
— Hazlo, y me encargaré personalmente de matarte —le amenazo, pero no sirve de nada.
Me quitan la varita de las manos, y el mortífago no duda en cogerme del brazo y morder. No puedo evitar gritar de dolor, al igual que lo sigo haciendo mientras que sigue mordiendo por todos los lados que puede. No sé si su idea es transformarme o matarme, pero el dolor me recorre todo el cuerpo y solo quiero morir. Y está a punto de cumplir mi deseo, mordiendo en el cuello cuando de golpe me lanza al suelo.
— ¡Alguien más lo ha pronunciado, atadla con los otros!
Siento que me arrastran por el suelo, y noto como las heridas se me llenan de barro, lo que hace que escuezan. Mi cuerpo insiste en que es mejor que descanse, pero lucho contra ello, incluso cuando siento la familiar sensación de desaparición.
— ¿Stone? —oigo susurrar a mi lado a alguien, y consigo abrir los ojos para ver a Dean Thomas, el ex novio de Ginny. —¿Qué te han hecho?
— Greyback —murmuro, con la poca fuerza que me queda. Quiero guardarla, necesito guardarla para poder ayudarles.
— ¿Alguien conserva su varita? —oigo decir a alguien de espaldas a mí.
— No —dos voces que me suenan muchísimo hablan coordinadas, pero no logro saber de quien son.
— Ha sido culpa mía. He pronunciado el nombre. Lo siento...
— Eh, ¿eres Harry? —pregunta Dean, interrumpiendo la conversación y haciendo que mi cerebro consiga conectar todos los puntos.
— ¡No me digas que eres Dean! —oigo decir a Hermione.
— Yo la tengo en mi bolso, Harry —consigo decir, sin que suene demasiado alto, y a mi derecha noto un respingo.
— ¿¡Abby!? —la voz de Hermione suena aterrorizada, y me muevo un poco para verla. —¿Qué te han hecho?
— No es mal botín para una noche, una sangre sucia, tres novilleros, un duende y una vidente —oigo decir a Greyback. —Nos pagarán bien, estoy seguro.
— ¡Eh, esperad un segundo!
Trato de centrarme en lo que pasa, pero las heridas empiezan a pasarme factura y no logro concentrarme. Oigo los gritos de Hermione, negando ser ella misma, los gritos de júbilo de Greyback al descubrir que tiene a Potter y finalmente, la desaparición conjunta. La cabeza no deja de darme vueltas y sé que en cualquier momento voy a vomitar lo poco que he comido en estos últimos días. Nos llevan sin ningún cuidado hasta que, en un momento, sé que separan a alguien de nosotros y nos obligan a ir andando por lo que parecen unas escaleras. Trato de andar como puedo, para evitar que nos caigamos todos y nos matemos y tengo éxito. Al menos hasta que llego al sótano.
Mi cuerpo no aguanta más y me caigo redonda al suelo, con algo de consciencia, pero sin ser capaz de manejarlo. Al haberme caído, arrastro a los demás conmigo, que caen sin más.
— ¡Hermione! —oigo gritar a Ron. —¡Hermione!
— ¡Cállate! — ordena Harry, pero Ron está fuera de sí.
— ¿Sois Harry y Ron? —una voz suave suena de algún lugar del sótano, y es lo que consigue hacer que Ron pare.
— ¿Luna? —dicen ambos chicos.
— Oh, esperaba que no os capturaran.
— ¿Puedes soltarnos? —pregunta Harry, y oigo como Luna se vuelve a mover a la vez que un nuevo grito llena el ambiente.
— ¡Hermione! ¡Hermione!
— Señor Ollivander, ¿me pasa el clavo? Creo que estaba cerca de la jarra de agua —los pasos vuelven, al igual que los chillidos de Hermione en el piso de arriba y los de Ron a nuestro lado. —Tienes que estarte quieto, Ron, no veo nada.
— ¡Llevo un desiluminador en el bolsillo! —grita él, fuera de sí, y pronto la luz ilumina la sala, dando incluso un poco de calor.
— Así resulta más fácil —dice Luna. —¡Hola, Dean! ¿Quién es la chica que está tirada en el suelo?
— Es Abby, Luna —oigo decir a Harry.
Por fin logro mover un poco el cuerpo, y aunque no es mucho abro los ojos lentamente. Estoy casi muerta, como todos los animales que he ido recogiendo todos estos meses. O los tres últimos humanos.
Saco fuerzas de donde no tengo y consigo ponerme de pie. Estoy a punto de sacar mi monedero cuando las luces del sótano se apagan y entra el señor Malfoy, con la varita en alto. Agarra al duende y volvió a cerrar el sótano, a tiempo para que no viera a Dobby aparecer ya que Ron había vuelto a accionar el desiluminador.
— ¡¡Dob...!! —Ron había estado a punto de gritar, pero Harry fue más rápido y le agarró a tiempo para frenarle. En el piso de arriba estaban tan ocupados con la tortura de Hermione que ni si quiera se habían dado cuenta.
— Harry Potter, Dobby ha venido a rescatarle —dice el elfo con un hilo de voz.
— ¿Puedes desaparecerte en este sótano? —Harry decidió ir al grano al volver a oír los gritos de Hermione, y en cuanto vio que el elfo asentía, siguió. —¿Llevar gente contigo? —Dobby volvió a asentir. —Bien, quiero que cojas a Luna, Dean, el señor Ollivander y a Abby y los lleves a... a...
— El Refugio, en las afueras de Tinworth —dijo Ron, y yo me levanté del todo, negando.
— Yo me quedo a salvar a Hermione, soy la única que tiene varita —digo.
— Y estás a punto de morir, coge la mano a Dobby y vete de aquí —ordena Harry, pero yo niego, así que el chico mira a Dobby suplicante. —Llévatelos, Dobby, y luego vuelves aquí.
El elfo me agarró de la mano en contra de mi voluntad y me llevó hasta el señor Ollivander, que estaba seminconsciente en el suelo. Dean y Luna tampoco querían irse, pero al final Harry los convenció y con un 'crac' nos desaparecimos. No me esperaba oler la playa en el momento en el que apareciéramos de nuevo. Dobby se había aparecido en el jardín de la casa, sobresaltando a Bill Weasley que estaba allí en esos momentos.
— Hola, Bill, cuánto tiempo —saludo, y Dean tiene que agarrarme ya que a pesar de haber conseguido estar de pie, ahora me tiemblan las piernas.
— ¿Qué es esto?
— Estábamos secuestrados en la mansión Malfoy, Harry, Ron y Hermione estaban con nosotros, pero ha llegado Dobby y nos ha salvado —dice Luna, con su voz tranquila. —El señor Ollivander necesita ayuda, al igual que Abby.
— ¡Fleur! —Bill llama a su mujer, y pronto veo aparecer a la rubia que chilla al vernos. —Coge a Abby, llevaré al señor Ollivander a la habitación de invitados.
— Geconozco esas mogdedugas, Abby —dice Fleur en cuanto me coge, y mira a Bill, que con ayuda de Dean tiene al señor Ollivander. —No te quedagan secuelas, pego tengo que tgataglas.
— Es más importante el señor Ollivander, Fleur —le digo, y ella niega. —Además, Harry, Ron y Hermione llegarán en cualquier momento y estaban torturando a Hermione.
— ¡Qué hoggog! —chilla mi amiga rubia, y yo solo asiento.
Camino con su ayuda hasta una cama, donde me deja suavemente y luego me obliga a beberme una poción que no sabe precisamente bien. Y me engaña totalmente para que la beba, ya que, a los pocos segundos, me quedo profundamente dormida.
Despierto desorientada, no sé cuanto tiempo más tarde pero mucho mejor físicamente que cuando Fleur me durmió. Pensaba enfadarme bastante con mi amiga rubia, pero en el momento en el que la vi con un delantal, preparando comida para todos nosotros, se me pasó el enfado y fui a abrazarla.
— Gracias por cuidarnos, Fleur —le digo, una vez que se le ha pasado el susto por abrazarla de improvisto.
— No es nada —dice ella, y vuelve a la cena.
Aproveché para ir al salón a ver si encontraba a Hermione, necesitaba preguntarla como se encontraba, y allí la vi poniendo tenedores en la mesa. No dejaba de negar, mientras que Luna decía algo de un cuerno que se regeneraba solo y lo fantástico que era, pero cambió de tema en cuanto vio al señor Ollivander al lado de Bill.
— Nosotros nos vamos ya —dijo Bill, mientras que le ayudaba a bajar las escaleras.
— Au revoir, señog Ollivandeg —dijo Fleur, y luego sacó un paquete que estaba encima de la chimenea y se lo tendió al señor Ollivander. —¿Podgia hacegme el favog de devolvegle esto a tía Muguiel?
— Es lo mínimo que puedo hacer por vuestra generosa hospitalidad —dice el señor Ollivander, cogiendo el paquete.
Ambos salen de la casa con el viento que hacen, y los demás empezamos a comer, algunos más rápidos que otros. Pero Bill vuelve antes de que hayamos terminado el primer plato, por lo que Fleur puede tranquilizarse de una vez.
— El señor Ollivander ya está instalado en casa de tía Muriel —dice un Bill de pelo revuelto. —Mis padres te envían recuerdos, al igual que Ginny. Fred y George están sacando de quicio a tía Muriel, siguen con el negocio mediante el servicio de envío por lechuza en un cuartito. Aunque por lo menos tía Muriel se ha alegrado al ver la diadema.
— Tu tía es charmante —dice Fleur frunciendo el ceño. Agita su varita en el aire y pronto todos los platos sucios se amontonan, listos para ser llevados a la cocina.
— Mi padre está recreando la diadema de Rowena —interviene Luna, sonriendo. —Aunque parece más una corona, pero ha conseguido identificar todos los elementos fundamentales.
Luna está a punto de nombrarlos cuando un ruido nos sobresalta a todos. Bill sacó la varita rápidamente, Fleur volvió de la cocina, el duende se escondió debajo de la mesa y el trío de Oro también apunto a la puerta.
— ¿Quién anda ahí? —grita Bill.
— ¡Soy Remus John Lupin! —la voz de nuestro antiguo profesor de Defensa contra las artes oscuras suena al otro lado de la puerta, superando al ruido del viento. —¡Hombre lobo casado con Nymphadora Tonks, me revelaste la dirección de El Refugio para que viniera en caso de emergencia! ¡Tú eres el Guardián de los Secretos de este lugar!
— Lupin —murmura Bill, y sale corriendo para abrir la puerta, por donde entró Remus Lupin, envuelto en una capa de viaje y bastante pálido.
— ¡Es un niño! ¡Le hemos puesto Ted, como al padre de Dora!
Mi corazón se para unos instantes al recordar a Ted Tonks y su cuerpo en el bosque, mientras a mi alrededor todos empiezan a festejar el nacimiento del pequeño. Bill sacó el vino, que rechacé tomar y decidí brindar con agua, estaba feliz por el pequeño, claro, pero se iba a quedar huérfano en unos días.
Lupin acabó yéndose, bastante contento y nosotros seguimos festejando en el salón de la casa, calentándonos con el fuego de la chimenea. Al final, decidí abandonar el calor que me proporcionaba para ayudar a recoger la mesa, pero Fleur y Hermione me pararon en el momento en el que me levanté y me llevaron a un rincón.
— ¿Qué es eso, Abbigail? —dijo Fleur cogiendo mi mano derecha, donde llevaba el anillo que me había dado Fred. No pude evitar empezar a ponerme roja, y traté de buscar algo, pero Hermione se dio cuenta de mi reacción y tarda poco en unir los hechos.
— Por las barbas de Merlín, Fred te ha pedido que te cases con él —susurra, y luego se tapa la boca con emoción. Fleur empieza a sonreír de oreja a oreja, y no puedo evitar hacer lo mismo.
— Sois las primeras en enteraros —digo, y las dos vuelven a sonreír.
— Es todo un honog, Abby.
Fleur me da un pequeño abrazo y se va hacia la cocina, mientras yo aprovecho para recoger el mantel que habíamos utilizado para la cena. No sabía de donde lo había sacado Fleur, pero podría peguntarle. Ron se dedico a ordenar todas las sillas que habíamos usado con un movimiento de varita y luego ayudó a Hermione a colocar las camas donde se iban a quedar Harry, Dean y él. Hermione, Luna y yo dormíamos en la misma habitación, con las dos camas que había en ella juntas para tener más espacio.
Al día siguiente no vi al trío de oro más que a las horas de las comidas, como el resto de los días que pasé allí. La mañana del uno de mayo, me desperté demasiado pronto para ser considerada una hora normal, pero pude notar que Hermione ya no estaba en la cama con Luna y conmigo, por lo que supuse que hoy era el día que iban a hacer lo que fuera que fuesen a hacer. No tenía muy buena pinta, pero no era de mi incumbencia, al menos no de momento.
Bill y Fleur aprovecharon que se habían ido para movernos a todos a casa de tía Muriel, donde teníamos la maravillosa comida de la señora Weasley, un olor a anciana y mucho más espacio. A Bill no se le había ocurrido mencionar que yo también estaba en su casa, por lo que cuando la señora Weasley me vio, con las heridas causadas por Greyback, puso el grito en el cielo.
— ¡Bill Weasley por qué no me habías contado esto! —le regañó, y el adulto solo pudo poner los ojos en blanco. —Intentaré hacer que las cicatrices desaparezcan, Abby, al menos las más visibles, pero ya ves cómo está Bill.
— No se preocupe, señora Weasley, no me importa tenerlas, me hace recordar que le tengo que matar en cuanto pueda —mi propia voz sonó demasiado fría incluso para mí, consciente de que sin esforzarme podría matarle si quisiera. —¿Dónde están los gemelos?
— En el cuarto de arriba, muchacha —la voz de tía Muriel seguía siendo tan desagradable como siempre. —¿Eso que llevas es un anillo de compromiso? ¿Con quién de los dos piensas echar tu vida a perder?
Pude oír como la señora Weasley ahogaba un grito de emoción al oír las palabras de Muriel, pero yo la ignoré deliberadamente. Tenía que ver a mi novio y a mi mejor amigo cuanto antes. Subí las escaleras de dos en dos, teniendo cuidado para no caerme y en cuanto llegué al piso de arriba, casi choco con Ginny. Ella sonrió al reconocerme, señaló una puerta en la lejanía y no dudé en ir corriendo hacia ella. Quedaba un día.
— ¡Estamos trabajando! —dijo Fred en cuanto se abrió la puerta, sin levantar la vista de los paquetes que estaba preparando.
— En otra ocasión prestaremos atención, pero tenemos una entrega muy importante entre manos —dijo George, pero a diferencia de su hermano, se giró para ver quien había entrado. — ¡Abby!
George dejó rápidamente el paquete en la silla donde había estado sentado y vino corriendo a abrazarme, mientras que pude ver como Fred se movía también bastante rápido y venía a por mí. En cuanto George me soltó, no pude evitar engancharme a Fred como un koala y dejar salir todas las lágrimas que había estado reteniendo.
— ¿De dónde has salido? —dijo George en cuanto vio que me había calmado un poco.
— De casa de Bill y Fleur, he estado allí estos días con Harry, Ron y Hermione —digo, mientras que Fred sigue abrazándome. Entonces George parece darse cuenta de las cicatrices que tengo por los brazos ya que la túnica se me ha levantado.
— ¿Por qué ahora pareces la melliza de Bill? —dice seriamente, y Fred se separa para verme.
— Pienso matar a Greyback —masculla, mientras que aprieta los puños. A mi no se me ocurre otra cosa que no sea besarle, para distraerle. Y parece que funciona ya que pronto me abraza.
— ¿Podéis no comer delante de los pobres? —dice George, con una gran sonrisa.
— Tengo que besar a mi prometida todo lo que no he podido estos meses —dice Fred, con una sonrisa idéntica a la de su hermano gemelo, y yo no puedo evitar reír. —Creo que con su vuelta podemos tomarnos el día libre.
— Os dejo solos, paso de ver esto —dice George, y sale de la habitación cerrando la puerta. Pero tarda segundos en volver a abrirla. —Me pido contarle a mamá y papá que estáis prometidos.
Vuelve a cerrar la puerta y oímos pasos rápidos, como si George estuviera corriendo hacia el piso de abajo, pero a Fred no parece importarle mucho. O al menos durante unos segundos, que es lo que tarda en procesar lo que ha dicho George.
— ¡NO TE ATREVAS A DECIR NADA, GEORGE! —grita, abre la puerta rápidamente y está a punto de salir corriendo cuando me tiende la mano. —¿Vamos?
— Por supuesto.
Cojo su mano y bajamos tranquilamente hasta donde se encuentra toda la familia, sonriente a pesar de los tiempos que son. Fred decide que lo mejor que puede hacer es levantar mi mano derecha y luego besarme, pero toda su familia parece entenderlo ya que empiezan a festejar, al igual que lo habíamos hecho con el nacimiento de Teddy Lupin.
Fue un último día estupendo, y tanto Fred como yo lo disfrutamos como nunca. Él porque pensaba que iba a morir y yo porque iba a morir. Esa misma tarde, se seguro de despedirse de todos sin que ellos mismos se dieran cuenta, por eso, en el momento en el que cayó la noche y el galeón de Ginny cambió, indicándonos que Harry estaba en Hogwarts. Tardamos poco en desaparecernos en Cabeza de Puerco, donde avisamos que a partir de ahora mucha gente pasaría por ahí y justo en ese momento llegó Lee Jordan, que no dudo en abrazarnos a todos. Ginny nos habló del pasadizo del cuadro de Ariadna Dumbledore, gracias al cual habían estado consiguiendo comida y, por fin, volvimos a Hogwarts.
— Aberforth está un poco mosqueado, iba a venir a ayudar, pero hemos convertido Cabeza de Puerco en una estación de ferrocarril —dice Fred nada más entrar a la sala de los menesteres.
— Bueno, Harry, ¿cuál es tu plan? —pregunta George, totalmente ansioso.
— No tengo ningún plan.
— ¡Genial! Podremos improvisar, me encanta —dice Fred, y no dudo en darle un pequeño golpe en el brazo ya que no se ha dado cuenta de como está Harry.
— ¡Tienes que parar esto! —le dice de repente a Neville. —¿No te has dado cuenta de la locura que es? ¿Por qué les has avisado?
— Hemos venido a luchar, Harry —dice Dean, que había llegado y ni si quiera me había dado cuenta. —Aunque tengo que conseguir una varita.
— ¿No tienes varita? —dice Seamus, pero dejo de prestarles atención para centrarme en intentar escuchar que murmuran Harry, Ron y Hermione.
Los gemelos empiezan a contar chistes a todo el que está cerca, supongo que para tratar de aligerar el ambiente, pero no les escucho ya que sigo intentando descifrar que dice el trío de oro. Me fijo en los labios de Hermione y, a pesar de que nunca he sido una experta en la lectura de labios, entiendo horrocrux. O al menos es lo que creo entender.
— Está bien, escuchad —dice Harry, y toda la sala guarda silencio. —Estamos buscando un objeto que nos ayudará a la caída de Quien-vosotros-sabéis, probablemente de la casa de Ravenclaw, sabemos que está aquí, en Hogwarts, pero no donde. ¿Sabéis alguno que puede ser?
Miré de reojo a Luna, sabiendo que iba a decir, mientras que Harry miró a Cho Chang, Padma Patil, Michael Corner y a mí, esperando por una respuesta que no teníamos. Porque admitir que la diadema perdida de Rowena Ravenclaw existía era demasiado, a pesar de ser perfectamente consciente de que la espada de Gryffindor existía.
— Está la diadema perdida de Ravenclaw —dice Luna, y yo solo puedo suspirar. —Te hable de ella, Harry, ¿te acuerdas?
— Luna, la diadema perdida se perdió, ese es el quid de la cuestión —dice Michael Corner poniendo los ojos en blanco.
— ¿Cuándo se perdió?
— Hace siglos —dice Cho Chang, y veo como a Harry se le pasan todas las esperanzas de encontrar algo de Ravenclaw que pueda ser un horrocrux.
— El profesor Flitwick dice que desapareció cuando lo hizo la propia Rowena —añado, logrando que Harry se hunda un poco más.
Harry vuelve a susurrarle algo a Hermione y Ron, y luego veo como Cho Chang se levanta para acompañar a Harry a la sala común de Ravenclaw, pero Ginny se adelanta y manda a Luna, pero eso no me deja tranquila. Estar con Harry es estar en peligro, y Luna es mi amiga.
En el tiempo en el que estamos allí, esperando a que Harry vuelva, los gemelos deciden que es momento de avisar a los miembros del Ejército de Dumbledore que todavía no han contestado a la llamada y a la Orden del Fénix. Empiezo a morderme las uñas, nerviosa, porque mis amigas no llegan y ya han debido de recibir la noticia de que la guerra empieza. Cada vez que el retrato se abre, mi corazón se para por unos segundos hasta que veo que no son ellas. Llega Angelina, Katie, Alicia, Remus, Kingsley, Bill, Fleur, los señores Weasley e incluso Oliver Wood. Dejo de mirar, para no hacerme ilusiones hasta que los gemelos me dan un codazo y las veo. Tienen mucho mejor aspecto que yo, que sigo teniendo las cicatrices que me hizo Greyback ya que no quería borrarlas hasta que no lo matase.
Salí corriendo a abrazarlas, pisando a unas pocas personas en el proceso y en cuanto ellas me vieron también corrieron, causando que nos chocásemos en mitad de la sala y cayésemos al suelo en una especie de abrazo. Estaban vivas, al menos de momento, y empecé a llorar. Las había echado muchísimo de menos. Tratamos de ponernos al día lo más rápido posible, pero en el momento en el que Claire me dio la mano para ayudarme a levantarme empezó a chillar, al igual que lo hicieron las demás al darse cuenta. A pesar de ser un anillo muy discreto, contrastaba en mis manos ya que nunca había llevado nada de eso.
— ¿Qué es esto? —gritó Harry de pronto, y las cuatro nos giramos para ver que ya había vuelto.
— ¿Qué ha pasado, Harry? —dice Lupin, y luego va a la escalera para escucharle, así que agarro a mis amigas para acercarnos y poder enterarnos.
— Voldemort está en camino, Snape ha huido y los profesores se están encargando de proteger el castillo —dice Harry, que sigue sorprendido al ver a toda la gente en la sala de los menesteres. —¿Cómo lo habéis sabido?
— De los miembros del ED ha salido a la Orden, no hubiera estado bien privarles del espectáculo —dice Fred.
— ¿Qué hacemos? —vuelve a preguntar George.
— Están evacuando a los más jóvenes, ahora hay que reunirse en el Gran Comedor. ¡Vamos a la batalla!
Fred me tendió la mano y justo a tiempo ya que todos empezaron a salir de la sala en multitud, mis amigas incluidas, hasta que solo quedamos los Weasley, Remus, Harry y yo.
— ¡No pienso dejar que te quedes a pelear, eres menor de edad Ginny!
— ¡Soy parte del Ejército de Dumbledore, mamá, una de sus líderes!
— ¡Solo sois una panda de adolescentes!
— ¡Una panda de adolescentes que plantó cara a Quien-tú-sabes cuando nadie más se atrevió! —interviene Fred, defendiendo por todos al ED.
— ¿Cómo se os ha ocurrido traerla? ¡Os digo a los tres! —nos dice la señora Weasley, y veo como los gemelos empiezan a sentir remordimientos por haber traído a su hermana pequeña. Que no morirá hoy, por lo que yo estoy totalmente tranquila.
— Mamá tiene razón, Ginny, todos los menores de edad se van a ir, es lo justo —dice Bill, lo que hace que Ginny estalle en rabia.
— ¡Toda mi familia está aquí, no puedo coger e irme a casa sin saber que está pasando! —vi como me miraba, en busca de apoyo, pero con una mirada de la señora Weasley supe que tenía que cerrar la boca. El siguiente fue Harry, que seguía un poco rezagado, pero también negó, haciendo que Ginny se tranquilizara. —Está bien, me despediré de vosotros ahora y me iré al pub.
Empezó a andar hacia el cuadro, y cuando estaba cerca se volvió a abrir dejando ver a una cabeza pelirroja que se cayó nada más poner un pie en el suelo.
— ¿Llego tarde? Me acabo de enterar y... —Percy Weasley, el gran perro faldero del Ministerio había llegado justo a tiempo para la batalla, y todos los Weasley se habían quedado congelados en el sitio.
— ¿Cómo está Teddy? —preguntó de la nada Fleur, y eso pareció sacar a Lupin de su trance particular, ya que sacó una foto del bolsillo y Harry se acercó a verla, al igual que hice yo.
— Ya ha cambiado el color de pelo a azul turquesa, Tonks está con él ahora en casa de su madre.
— ¡Me porté como un imbécil! —grita Percy de golpe, haciendo que me asuste, al igual que le pasa a Lupin, que casi tira la foto.
— Como un lameculos del Ministerio diría yo —dice Fred.
— ¡También!
— Bueno, me vale —Fred le tiende la mano, pero lo mejor es cuando la señora Weasley le aparta de un empujón para ir a abrazar a su tercer hijo entre lágrimas.
Percy le da unas palmaditas, a la vez que se disculpa con el señor Weasley y luego explica gracias a George porqué se ha dado cuenta de que es un gilipollas integral.
— Así me gusta, nuestros prefectos tienen que estar guiándonos en tiempos difíciles —dice George, y no puedo evitar soltar una carcajada, haciendo Percy se fije en los que estamos más rezagados. —Vamos ya o nos quitarán a los mejores motífagos.
— Ahora somos cuñados, ¿no? —le dice a Fleur mientras que vamos hacia el Gran Comedor, y ella asiente. —¿Y tú con cual de los dos gemelos estás, Abbigail?
— Eres asquerosamente correcto, Percival —gruño, y veo como él sonríe en cierto modo.
— Conmigo —dice Fred, pasando un brazo por encima de mis hombros. —Estás invitado a nuestra boda, por cierto, no habrá etiqueta y mamá llevará un embrujo paralizante hasta que todo esté preparado.
— ¡Ginny! —vuelve a gritar la señora Weasley, y no puedo evitar sonreír al ver como mi amiga intentaba ir a la batalla.
— ¿Y si se queda en la sala de los menesteres? —dice Lupin de pronto, y a todos parece gustarle la idea menos a ella.
Llegamos a tiempo al Gran Comedor como para ver como salían los primeros grupos de niños de primero, y estuve a punto de ir a la mesa de Ravenclaw por la costumbre, pero Fred tiró de mi para llevarme a la mesa de Gryffindor, donde estaba toda la familia. Incluidas mis amigas, que sonrieron al vernos juntos. Pero las sonrisas duraron poco ya que una voz fría resonó por las paredes del Gran Comedor:
— Sé que os estáis preparando para luchar. Pero vuestros esfuerzos son inútiles; no podéis combatirme. No obstante, no quiero mataros. Siento mucho respeto por los profesores de Hogwarts y no pretendo derramar sangre mágica. Entregadme a Harry Potter —dijo la voz de Voldemort—y nadie sufrirá ningún daño. Entregadme a Harry Potter y dejaré el colegio intacto. Entregadme a Harry Potter y seréis recompensados. Tenéis tiempo hasta la medianoche.
— ¡Qué alguien aprese a Potter, está ahí mismo! —la voz sonaba cerca de la mesa de Slytherin, y allí había una chica señalando a Harry, que estaba en mitad del pasillo.
— Gracias, señorita Parkinson, usted será de las primeras en salir —dijo McGonagall. —El resto de su casa puede seguirla si no planean pelear contra Quien-ustedes-saben.
Pronto un caos ordenado llenó todo el Gran Comedor, eran demasiados alumnos que evacuar de todas las casas, aunque más de un Gryffindor menor de edad se quería quedar, lo que ocasionaba peleas entre McGonagall y ellos, que acabó con Kingsley tomando el mando de la batalla. Los profesores y tres grupos a las torres, otro grupo a los jardines con Lupin, el señor Weasley y él mismo, los pasadizos para los gemelos. Mis amigas se hicieron una piña y cada una fue con un profesor de Hogwarts a las torres, los gemelos llevaban un pequeño grupo de gente y el de los jardines era bastante numeroso. Yo seguía sin unirme a ninguno, y al final Kingsley me asignó al grupo de los gemelos, sabiendo perfectamente lo que pasaba por mi cabeza. O al menos intuyéndolo.
En mi camino hacia los pasadizos, pude ver como Harry llamaba a la Dama Gris, el fantasma de mi antigua casa y temí que las leyendas que se contaban fueran reales. Se había demostrado con la cámara de los secretos, la espada de Gryffindor y si ahora aparecía la diadema no sabría muy bien que pensar del mundo mágico. No quería aceptar que La Muerte era tan real como nosotros.
Decidí que lo mejor era salir corriendo en el momento en el que vi como empezaban los hechizos en el exterior, el escudo no tardaría mucho en caer. Y si habían empezado era dos de mayo. Mi casa, la caja, la carta que tiene la señora Weasley. Las escaleras de Hogwarts nunca me habían mareado tanto como en esos momentos, y a pesar de saber que necesitaba seguir corriendo para alcanzar a Fred, tuve que sentarme unos segundos, hasta que mi cabeza dejó de dar vueltas. Mi casa seguía llamándome, la caja que llevaba guardada en mi monedero, todavía colgado en mi cuello también me gritaba que la abriera.
Pero mi varita me da un chispazo leve, haciendo que reaccione por fin y vuelvo a salir corriendo. Al primero que encuentro es a George, que está con unos pocos Gryffindor y Ravenclaw, protegiendo el pasadizo de la bruja tuerta, aquel que habíamos usado tantas veces.
— ¡George! —grito nada más llegar. —¿Dónde está Fred?
— En el pasillo del séptimo piso, cerca de la sala de los menesteres, ya sabes que ahí también hay un pasadizo —asiento rápidamente, y estoy a punto de salir corriendo cuando me agarra del brazo. —Salva a mi hermano.
Me deja ir y ni siquiera le contesto ya que vuelvo a salir corriendo, sé que cada vez me queda menos tiempo para llegar. Y no me he despedido de Fred. Una de las visiones no se había cumplido, no me había llamado prometida y me había besado. Y mucho menos había dicho nada de que yo no debía estar aquí. Quiero chillar de felicidad al darme cuenta de que todo lo que veo se puede evitar, pero no es momento.
Entonces siento la primera muerte, Remus Lupin. Me quedo sin aliento, y de nuevo siento todas las llamadas de golpe, con la diferencia de que ahora, también son los muertos los que me llaman para ayudarles a pasar al otro lado. Muchas voces, de diferentes tonos, piden ayuda para salir de aquí, de esta guerra que no parece tener fin. Grito con todas mis fuerzas, en mitad del pasillo del séptimo piso al que no sé como he conseguido llegar, y me caigo sobre mis rodillas. Olivia es la primera en caer. Le sigue Claire. Sam es a la última que noto.
— ¡Hola señor ministro! —oigo la voz de Percy, cercana, pero a la vez lejana y rápidamente levanto la vista para ver que está luchando contra el actual ministro de magia. —¿Le he comentado que he dimitido?
— ¡Bromeeas, Perce! —la voz de Fred me hace que todas las voces callen por un segundo. — ¡Sí, Perce, estás bromeando! —Me levanto del suelo como puedo, al ver la sonrisa de Fred y salgo corriendo hacia él. —Creo que es la primera vez que te oigo explicar chistes desde que...
— ¡Apártate de ahí, Fred Weasley!
Grito con todas mis fuerzas mientras voy corriendo hacia él, pasando al lado de Harry, Ron y Hermione sin prestarles atención. Tengo milésimas de segundo hasta que todo explote a nuestro alrededor.
Consigo llegar hasta Fred en el momento en el que todo explota.
_______________________________
¿Lo siento?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro