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Capítulo 20

Levantarse al día siguiente fue algo totalmente horrible. La señora Weasley vino a despertarnos a las ocho de la mañana, y si mis cálculos eran correctos -y por cómo me dolía la cabeza- no habíamos dormido más de tres horas. El señor Weasley se había tenido que ir corriendo a las seis de la mañana por una emergencia, pero por lo visto iba a preguntar por la supuesta casa que tenía en propiedad por lo que me ahorré un viaje al Ministerio de Magia.

Estuvimos toda la mañana ayudando a la señora Weasley a empaquetar cosas que quería salvar del incendio, aunque algunas las tuvimos que dejar para que no pareciera que estaba deshabitada. Bastante que lo sabíamos con antelación y que podíamos hacer todo esto. Los gemelos se escaparon unos minutos para buscar la manta que se me había caído la noche de antes, y volvieron con ella totalmente rota y una cara bastante seria. No quería preocupar a la señora Weasley, por lo que arreglé la manta disimuladamente y la volví a dejar en el sofá, tal y como la había encontrado la noche de antes.

Tonks vino a comer, y luego las chicas y los gemelos se fueron con ella para poner las nuevas protecciones mientras que yo seguí ayudando a la señora Weasley a recoger todo, incluso había ofrecido hacer algún encantamiento ilusorio solo para que pareciera que todas las cosas estaban allí, pero ella se negó, argumentando que quería cambiar de vajilla y le parecía el momento oportuno.

El señor Weasley fue el primero que volvió, con unas noticias estupendas, sabía dónde estaba la casa y tenía la llave también, por lo que no habría problemas para entrar. Lo único malo, por así decirlo, es que era una casa victoriana en el centro del Londres muggle, al igual que lo había estado Gimmauld Place. Sería mucho más complicado poner las protecciones contra muggles y magos oscuros, pero al menos tendríamos un hogar seguro de manera provisional por si acaso. Moody y Tonks iban a ir a poner las protecciones al lugar, incluso iban a hacer el encantamiento Fidelio para que no se supiera la ubicación de la casa y yo iba a ser la guardiana secreta. No iba a vivir allí ya que consideraban que estaba más segura en La Madriguera o en el apartamento de los gemelos, pero no pensaba quejarme, no quería volver a estar sola en una casa.

Todos volvieron para la cena, incluido Moody. Aunque él solo se pasó para avisarme de que iríamos a mi casa el día que tuviéramos que ir a buscar a Ron, Ginny y Harry a King Cross. La mañana la dedicaríamos a proteger la casa y por la tarde iríamos a buscarlos para llevarlos de forma segura a La Madriguera. La señora Weasley no se mostró muy convencida cuando oyó a Moody decir que tenía que ir sí o sí, así que con una mirada a los gemelos los tres decidimos no decir nada del ataque. Quizá no era lo correcto, pero no quería preocuparla más aún.

Terminamos de cenar tranquilamente, para luego recogerlo todo. La señora Weasley empezó a tejer junto a la chimenea escuchando a Celestina Warbeck y supe que era el momento de salir corriendo de allí. No pensaba escuchar ni una sola canción cantada por esa mujer, y sabía que a las chicas les pasaba lo mismo que yo, por lo que no dudé en irme con ellas a la habitación de Ginny. Hoy sería el último día que dormiríamos aquí ya que en cuanto vinieran los de Hogwarts no tendríamos tanto hueco. Además de que teníamos casa propia e iba siendo hora de que nos independizáramos.

Pasamos muy poco tiempo a solas ya que, a los cinco minutos de subir, los gemelos vinieron con nosotras. Fred, George, Sam y yo estábamos que nos moríamos de sueño, así que a pesar de ser muy pronto, Sam se quedó profundamente dormida sobre las piernas de Claire, que le acariciaba el pelo. Yo recuerdo haber estado sobre las de Olivia, hasta que desperté por los susurros de los gemelos y no notaba las rodillas de mi amiga en ningún lado, por lo que supuse que estaba en la habitación de los gemelos.

— ¿Estás seguro de que estaba muerto? —oigo preguntar a George, y entonces presto atención.

— Sí, George, te lo he dicho ya mil veces —murmura Fred. —¿Deberíamos decírselo?

— Fue en defensa propia, Fred, no tiene nada de malo.

— Ya lo sé, pero el mensaje de la manta y lo de su habitación...

— No podemos perderla de vista, van a intentar secuestrarla por todos los medios —dice George. —Fue buena idea limpiar la manta, no entiendo como se pudo alejar tanto de casa.

— Si no hubiera salido no le hubiera pasado nada —siento como Fred me empieza a acariciar el pelo, lo cual me relaja muchísimo.

— ¿Estáis ya juntos o no?

— No, pero sé que lo estaremos, ella misma me lo ha dicho. O bueno, se puso roja mientras que le preguntaba si había visto nuestra boda o algo así, así que supongo que ha visto algo relacionado.

— Son muchas suposiciones, Freddie.

— Lo sé, Georgie, pero es lo único que me queda.

Ambos hermanos se quedan callados, como si hubieran tenido la conversación más normal del mundo. Básicamente me están ocultando que he matado a alguien. Empiezo a oír la respiración pesada de los gemelos y sé que ya se han dormido, por lo que salgo de la cama de Fred como puedo sin despertarle ya que me tiene abrazada y voy al baño. En cuanto cierro la puerta me apoyo en ella y me dejo resbalar mientras que noto como las lágrimas empiezan a caer sin control. Soy una asesina, por mucho que ese hombre no fuera precisamente un santo, no merecía morir. Soy un peligro andante, ni si quiera controlo mi poder. Unos golpes en la puerta hacen que deje de llorar de golpe, así que finjo que he estado en el baño y tiro de la cadena. Me limpio las lágrimas rápidamente, aunque sé que no hay forma de ocultar que he estado llorando, tengo los ojos completamente rojos. Abro la puerta y trato de volver a la habitación de los gemelos como si estuviera medio dormida, vamos, con los ojos a medio cerrar. Pero cuando choco con alguien y me abraza, sé que sabe que he estado llorando.

— Vamos a la habitación de Percy para no molestar a George —susurra Fred, y yo solo le sigo a la única habitación de la casa en la que no había estado nunca. —¿Cuánto has escuchado?

— Desde que habéis dicho que lo he matado —murmuro y me siento en la cama de Percy, una de las pocas cosas que parece no haberse llevado ya que la habitación está totalmente desierta.

Fred se sienta a mi lado y sencillamente me abraza. No hay mucho que decir en estos casos. Vuelvo a empezar a llorar, sin poderlo evitar y él solo deja que me desahogue, sabiendo que es la única manera en la que puedo estar tranquila.

— ¿Quieres ir a dormir? —susurra, y yo asiento, ahora mismo necesito descansar y tratar de olvidar todo esto. —¿Prefieres quedarte aquí o vienes conmigo?

— Contigo, si no te importa —murmuro, muerta de vergüenza. Antes no me pasaba esto.

— ¿Y cuándo vengáis a casa?

— Supongo que con las chicas, bastante que nos vais a dejar quedarnos allí.

— A mí no me importa que duermas conmigo —me dice al oído antes de abrir la puerta de la habitación de Percy.

Volvemos sin hacer ruido hasta la habitación, y nos acostamos uno al lado del otro, abrazándonos. Sigo teniendo miedo de todo lo que pasó ayer y sé que no se me va a pasar hasta dentro de un tiempo.

— Fred —le llamo, a pesar de que siento como se me cierran los ojos.

— Dime.

— Te quiero —murmuro.

Intento entender lo que me contesta, pero los ojos se me cierran definitivamente y lo que me despierta al día siguiente es la luz. Ninguno de los gemelos está en la habitación, así que supongo que me han dejado dormir por todo lo de anoche. Y lo de los últimos días. Me levanto lentamente ya que estaba demasiado a gusto en la cama y bajo a desayunar. Sé que la señora Weasley no me va a dejar hacerme el desayuno, pero tengo que intentarlo, no puede hacerlo todo ella sola, por mucho que insista.

— Abby, ¿tortitas? —me pregunta nada más verme, y yo asiento al ver que ya están hechas en la mesa.

— Ya se lo he dicho, señora Weasley, podemos prepararnos nosotros el desayuno —desde la mesa y con las mejillas llenas de las tortitas, mis amigas asienten enérgicamente, dándome la razón.

— Y yo te he dicho que me llames Molly y no hay manera, Abby —me dice ella a la vez que me tiende un plato. —Además, eres la novia de uno de mis hijos, creo que las formalidades ya pueden pasar a la historia.

— A Fleur no le has dicho eso —dice George, y cuando su madre le lanza una mirada asesina, él vuelve a mirar el plato de tortitas como si no hubiera hecho nada. Mientras tanto, veo como las orejas de Fred empiezan a ponerse rojas y yo siento mis mejillas calientes. —Anda, mirad la parejita, un poco más y podemos hacer huevos fritos en sus caras rojas como tomates.

— Cállate, George —decimos Fred y yo a la vez, lo cual hace que me ponga más roja aún por algún motivo extraño.

— ¡Eh, eso solo lo hago yo con él, ladrona!

— Ni que Fred fuera tuyo, es una persona, ¿te lo recuerdo? —le regaño por el comentario, sabiendo que es de broma, pero no puedo tolerar esas cosas, si lo hace con su hermano, ¿qué pasaría si luego lo hiciera con una de sus parejas?

— Tienes razón, lo siento, Abby —admite él, y yo sonrío.

— Bueno, como sea, Abby y yo no estamos juntos, mamá —dice Fred, volviendo al tema. Creo que no sabe pillar las indirectas para que lo deje.

— Pero pensé que... —la señora Weasley nos mira a ambos, sentados uno al lado del otro y mucho más pegados de estrictamente necesario, pero no podía evitarlo, me gustaba estar con Fred. Gemma tendía a mandarme a la mierda cuando estaba comiendo, pero Fred me deja así que no pienso desaprovecharlo. Y mucho menos ahora que lo que más necesito es apoyo. —Duermen juntos, no se alejan ni un momento e incluso los he visto besarse.

— Es complicado, mamá —murmura Fred.

Veo una sonrisa triste por parte de la señora Weasley, pero no vuelve a decir nada más. Me gustaría ser normal, tener problemas normales y poder disfrutar de todo lo que me rodea de la mejor forma posible, pero no, tengo que tener una sombra persiguiéndome, mortífagos tratando de secuestrarme y estar obsesionada con el futuro de la gente. Pero soy lo que soy, vidente, por mucho que no me guste el término y nunca me refiera a mi misma de esa manera.

Después de desayunar, volvemos al apartamento de los gemelos ya que tienen que abrir la tienda, a pesar de que casi todos los niños del mundo mágico estén en Hogwarts, siguen teniendo gran afluencia de público. Tampoco puedo trabajar en la tienda, a diferencia de las chicas, por lo que me quedo encerrada en casa todo el día, algo que no me gusta nada. Ni si quiera me dejan bajar al almacén de Sortilegios para preparar todos los pedidos que se envían por lechuza.

A pesar de que me quejo como nunca, no me dejan salir de la casa en ningún momento de la semana, hasta que no les queda otra ya que Moody viene a buscarme. Luego iremos a La Madriguera, donde nos quedaremos a comer -aunque tengo la sensación de que la única que va a quedarse a comer soy yo- e iremos a por Ginny, Ron y Harry.

— Bien, Stone, está es tu casa, lo primero el encantamiento Fidelio, luego me revelarás el lugar y entonces empezaremos a trabajar en las protecciones. ¿Le pondrás nombre? —Niego, y Moody empieza con el encantamiento Fidelio. Y cuando termina, veo que la calle sigue totalmente igual. —¿Piensas desvelarme ya la ubicación?

— ¿Qué?

— Ya está hecho, necesito que me digas donde está.

— Ahí —digo señalando la casa.

— No vale así, ¿sabes al menos que calle es?

— El señor Weasley no me dijo nada, y tú tampoco.

— Esta es la calle Kensington Park Road, ¿el número?

— Eso lo sé, el ochenta y seis —digo, mientras que miro la placa que está puesta al lado de la puerta. —Mi casa está en el número ochenta y seis de la calle Kensington Park Road.

— Vamos a proteger esta casa, niña.

Moody saca una llave de uno de los bolsillos del abrigo y me la tiende para que abra yo la puerta. Estoy tan nerviosa que me tiembla el pulso y no consigo poner la llave en la cerradura. Respiro hondo y cuando lo vuelvo a intentar, lo consigo. Es una casa con unas grandes escaleras justo delante de la puerta, unas de subida y otras de bajada. Puedo ver que está llena de polvo y pelusas, pero es normal cuando no ha habido nadie viviendo en ella por meses. Decido que voy a investigar mi casa y dejo a Moody en la planta baja, para irme al sótano. Nunca me han gustado mucho, pero llevando la varita en alto por si hay algo peligroso no debería haber ningún problema.

Lo que sí que no me esperaba era encontrarme un cuarto con multitud de ingredientes para pociones y un montón de calderos. Seguro que si Hermione viera esto estaría encantada. Probablemente haya que revisar que los ingredientes no estén caducados, pero es lo que menos me importa ahora mismo. En la planta baja hay una cocina, un pequeño salón y un baño, en la primera planta tengo otro baño y la habitación principal, en la segunda hay dos habitaciones y, ¡sorpresa! Un tercer cuarto de baño. Me queda una última planta, el ático, pero la puerta de acceso está cerrada y por mucho que intento abrirla con magia no puedo.

— Stone, deja esa puerta —dice Moody a mis espaldas y yo me sobresalto. —Ya está todo puesto, ahora nos vamos a por Potter y Weasley.

— ¿Qué hay detrás de esta puerta?

— ¿Acaso no te han dado la maldita carta de tu madre?

— El profesor Dumbledore me dio una, pero no menciona nada de esta casa —digo, y Moody empieza a maldecir.

— Nos vamos, ya te daré la carta.

Empieza a bajar las escaleras y yo le sigo hasta que estamos en la calle. Es una estupidez echar la llave, pero aun así lo hago. Nos desaparecemos de forma conjunta para llegar a La Madriguera con el tiempo justo para que yo pueda comer algo y luego nos volvemos a desaparecer para llegar a tiempo a recoger a los chicos y Ginny. Hermione me saluda a lo lejos, y cuando voy a ir a acercarme para hablar con ella, cruza de nuevo la pared para irse con sus padres. Miro a Ginny y ella solo mira mal a Ron, por lo que sé que me he estado perdiendo muchas cosas.

Teniendo en cuenta la edad de los chicos y la amenaza que es Voldemort, los aurores que habían venido para proteger a Harry no dudan en hacer una aparición conjunta con todos nosotros para llegar a La Madriguera de nuevo. Ginny tarda cinco segundos exactos en cogerme de la mano y llevarme hasta su habitación, cerrando la puerta de un portazo.

— ¿Qué demonios te ha pasado en los últimos meses? —me dice enfadada. —Te he escrito muchas cartas y no me has contestado, Hermione ha hecho lo mismo. Escribí a tus amigas y a Fred y George, pero ninguno sabía que te pasaba.

— Intentaron entrar en nuestra casa hace una semana, Ginny —murmuro, y entonces su enfado parece que se le pasa milagrosamente. —Venían a por mí, ahora no puedo salir del apartamento de tus hermanos y empiezo a estar hasta las narices de estar encerrada. Nadie me ha dicho que habías mandado cartas.

— No sabía que había pasado eso —dice ella, y yo solo sonrío, seguro que no les han contado nada.

— ¿Por qué Hermione no viene?

— Está peleada con Ron, ¿sabes quién es Lavender Brown? —asiento, sin terminar de entender que tiene que ver esa chica con Ron y Hermione. —Ron es lo suficientemente gilipollas para salir con ella y no darse cuenta de que Hermione también está colada por él.

— Tu hermano es imbécil.

— Creo que la inteligencia para los hombres de esta familia se agotó en Fred y George —dice, y yo solo puedo darle la razón, esos dos son unos genios. —¿Cómo van las cosas en lo que sea que estudies? En verano no me dio tiempo a preguntarte nada, desapareciste.

— Lo he tenido que dejar, demasiado estrés —digo, y Ginny entiende que no quiero hablar del tema.

Empieza a contarme todo lo que está ocurriendo ahora en Hogwarts, como que Snape es el nuevo profesor de Defensa o que hay un nuevo profesor de pociones que está segura de que me hubiera encantado conocer. La verdad es que no hubiera estado mal tener a alguien que no fuera Snape, a pesar estar en Gyffindor sabía de mi amistad con los gemelos por lo que si podía me perjudicaba. Lo único que me consolaba es que en las pruebas que tenían verdadero valor, no era él quien evaluaba.

Terminé de pasar el día en La Madriguera ya que tenía que esperar pacientemente a que alguien viniera a buscarme. Todos sabíamos que era una completa tontería ya que si quisieran hacer algo no tardarían en ir a por mí, pero aun así aceptaba para que estuvieran más tranquilos. Quería que todo esto acabase cuanto antes para recuperar mi libertad, una que ni si quiera me dejaba comprar los regalos de Navidad, que solo estaba a dos días. Así que decidí algo muy sencillo, escapar al mundo muggle. Por mucho que algunos magos renieguen, ellos tienen cosas a las que nosotros no hemos llegado y que son bastante más útiles y discretas, como los tefélonos, que hacen que ellos no tengan que usar lechuzas.

Gracias a la excusa de limpiar el nuevo piso por si alguien tenía que mudarse ahí, conseguí escabullirme de la vigilancia de mis amigos. Todos confiábamos en que no se atreverían a ir al mundo muggle todavía, y yo sabía que por mucho que me capturasen sobreviviría, aunque a saber con qué consecuencias.

Conseguí encontrar regalos para todos, incluidos los señores Weasley. Teniendo en cuenta de que iban a perder algunas cosas de la casa no dudé en buscar cosas que les fueran de ayuda. Para mis amigas opté por buscarles unos vestidos de fiesta, ideales para la boda de Bill y Fleur y que yo ya había visto que iban a llevar. El de Claire era verde hierba, el de Sam morado y el de Olivia azul noche. Los tres eran vestidos de noche ya que la boda sería por la tarde y el protocolo de vestimenta muggle decía que esa era la regla. No pensaba dejar que se vistieran con túnicas de gala, en cuanto a moda los magos apestamos, al igual que apestaba la túnica que llevaba Ron en el torneo de los tres magos. Había decidido que este año Ron no tendría regalo de Navidad, tanto por lo que le había hecho a Hermione como por lo molesto que estuvo los días del verano que le vi, mientras que para Harry opté por regalarle golosinas muggles, al igual que a los gemelos. Para Ginny y Hermione la cosa fue más difícil, había pensado en buscarles vestidos también, pero al final descarté la idea por poco original. Así que hice dos copias de la llave de mi casa y las metí en un pequeño sobre, junto con una nota para Hermione en la que la citaba en la estación de metro de Notting Hill Gate el día veintiséis a las tres de la tarde. Tenía la sensación de que sería útil para ellas saber la ubicación de mi casa, aunque no tenía muy claro porqué.

Había hechizado los utensilios de limpieza antes de irme, por lo que cuando volví, la casa estaba perfectamente limpia y pude volver tranquilamente a La Madriguera, donde me habían dicho que íbamos a cenar hoy. Mañana sería Navidad, y estaba claro que hoy tendríamos una cena en familia, o al menos es lo que me habían hecho creer. Me había ido tan pronto por la mañana que no me había enterado de que las chicas estaban enfermas, por lo que ellas no podrían venir. Charlie que estaba en Rumanía y Percy era más bien el innombrable, al igual que Voldemort, pero por lo menos estábamos casi todos. Fred, George y Bill dormirían juntos ya que la señora Weasley no soportaba a Fleur, por lo que Ginny y yo dormiríamos con ella. Harry y Ron dormirían en el desván y Remus dormiría en la antigua habitación de Charlie y Bill.

Llegué por la red flu justo a tiempo para ver como un cuchillo salía volando por los aires en dirección a Fred, y no puede evitar dar un grito a pesar de que le veía la varita en la mano. Ron no se merecía ningún regalo de Navidad y me lo acababa de confirmar.

— ¡No quiero volverte a ver lanzando cuchillos de esa manera! —le gritó furiosa la señora Weasley, y solo me pude reír. — ¿Qué tal la limpieza, Abby?

— Muy bien, con los trucos que me dijo toda la porquería de la casa ha salido que da gusto, si alguien necesita algún día vivir ahí podrá hacerlo sin sufrir ninguna muerte por suciedad —miento descaradamente, pero ella parece no notarlo ya que sonríe y sigue a lo suyo.

— Fred, George, tenéis que hacer un hueco a Bill.

— Sin problema —dijo George.

— Entonces, repasando, Harry y Ron en el desván; Abby, Ginny y Fleur juntas...

— Por lo menos Ginny tiene a Abby para que distraiga a Fleur, si no menudas vacaciones le ibas a hacer pasar... —murmuró Fred, pero la señora Weasley lo ignoró.

— Supongo que todos estaremos cómodos así, por lo menos cada uno tiene una cama.

— ¿Al final veremos la fea cara de Percy? —dijo Fred, y la señora Weasley se quedó brevemente congelada en el sitio.

— No, estará ocupado en el Ministerio imagino.

— O es el mayor imbécil del mundo —le contestó él, pero su madre no dijo nada. —En fin, vamos George, Abby.

— ¿Qué estáis tramando? Podríais ayudarnos en un momento con las malditas raíces y todos estaríamos libres, solo es un movimiento de varita.

— Conmigo no cuentes para que te ayude, lo siento por ti Harry —le contesté rápidamente, y él solo sonrió.

— Pelar raíces ayuda a desarrollar el carácter y a apreciar lo que squibs y muggles hacen —dijo Fred.

— Además, si quieres que alguien te ayude, deberías no lanzarle cuchillos —añadió George, y le lanzó el avión de papel que había sido un cuchillo hasta que Fred lo transformó. —Nos vamos al pueblo, hay una chica en la papelería que piensa que mis trucos de cartas son casi magia de verdad.

— ¿Estáis seguros de que puedo ir? —les digo a la vez que Ron vuelve a quejarse por tener que pelar las raíces. —Me habéis tenido encerrada en casa una semana entera.

— No ha sido culpa nuestra, es Moody quien insiste en que te tengamos vigilada —dice Fred, para luego tenderme la mano y agarrar a George del hombro. Nos desaparecemos para llegar a las afueras del pueblo muggle, desde donde vamos andando. —Si por nosotros fuera estarías en la tienda trabajando.

— No sabéis cuanto lo agradecería, la verdad —murmuro.

— Os dejo, tengo una chica que conquistar. ¿Nos vemos en la hora de la cena directamente en casa? —Fred y yo asentimos mientras que vemos como George entra en la papelería y se pone a hablar con la chica muggle, para luego sacar unas cartas de uno de sus bolsillos.

— ¿Cuánto crees que va a tardar en cansarse de ella? —pregunto, y Fred solo se encoge de hombros. —Pensaba que le gustaba Angelina, o al menos que le llamaba la atención.

— No que yo sepa —dice Fred encogiéndose de hombros. —Tampoco es que hablásemos mucho de eso, estábamos hablando siempre de Sortilegios.

— A mí me da igual, mientras que no haga daño a ninguna de mis amigas por liarse con ellas está todo bien —comento mientras que andamos por las pequeñas calles del pueblo. Tampoco es que haya mucho que hacer aquí, pero es mejor que aguantar el estrés de la cena o las quejas de Ron.

— ¿Te apetece ir al pub un rato? —preguntó Fred y asentí, siguiéndole tranquilamente para luego entrar en un sitio con una fachada llena de flores.

— Nunca había estado rodeada de tantos muggles sin estar borracha—le susurro a Fred, y él solo se ríe.

— La verdad es que eso es algo llamativo, quizá deberías revisarte tu problema con el alcohol —dijo entre carcajadas y a mi solo se le ocurrió pegarle un pequeño puñetazo, lo que hizo que se riera más. —¿Quieres la limonada esa que tanto te gusta?

— Sabes que sí —le digo, y veo como Fred se acerca a la barra, pero de todos modos le sigo. —¿Has cogido el dinero?

— Mierda, lo tiene George —el camarero viene con nuestras bebidas y yo saco las libras que me quedan para dárselas. Podía haber trabajado en cafeterías, pero si tenía a alguien que metía prisa no era capaz de dar pie con bola y al final la liaba. Como pasó hoy, que le di de menos al confundir los billetes. Seguía sin tener muy claro el porqué tenían tanto lio entre moneda y billete porque no dejaba de ser un papel con un número pintado, pero si a ellos les gustaba a mi solo me quedaba aceptarlo.

Cogimos las bebidas y encontramos una mesa libre en una de las esquinas del pub, a salvo de las miradas de los muggles y donde podríamos hablar tranquilamente el poco rato que estuviéramos. No solo nosotros teníamos que ir a cenar, todos los que estaban aquí deberían hacerlo ya fuera aquí o en sus casas.

— Has estado en su mundo, ¿verdad? —dice Fred en cuanto nos sentamos en las sillas. —Podrías haber avisado, siempre he querido ver algo más allá de este pueblo.

— Sí, y arriesgarme a que vierais vuestro regalo, ja —aprovecho para beber un poco de la limonada, el primer trago siempre me sabe horrible, pero los siguientes me chiflan. —Tampoco esperes gran cosa, no he tenido tiempo. Y no te atrevas a decirme nada de que lo hubiera tenido si no me hubiera encerrado en la habitación —añado cuando le veo abrir la boca, que enseguida cierra. — Ya he dicho mil veces que siento haber hecho eso, ¿podemos olvidarlo?

— Teniendo en cuenta que casi te matas no hay quien lo olvide.

— Fue para fines científicos, no porque lo quisiera hacer de verdad.

— Aun así, casi te matas, no nos culpes por querer vigilarte ahora un poco más.

— ¡Sabía que Moody no era el único que quiere tenerme vigilada!

— Te lo acabo de decir, nosotros lo hacemos por si acaso te vuelve a dar eso.

— ¿La depresión? — Fred asiente y yo lo suspiro. —Sigue ahí, no se ha ido, la diferencia es que ahora soy capaz de hacer cosas y antes no.

— ¿Cuándo se va a ir?

— No lo sé, Fred.

— ¿Puedo hacer algo?

— El amor no cura nada, y mucho menos las enfermedades mentales, así que lo único que puedes hacer, y se lo puedes decir a todos, es apoyar, incluso cuando no quiera salir de la cama —dije, y sé que está memorizando todo lo que digo. — Sé que será duro verlo para vosotros, pero es lo que hay.

— Te apoyaremos, no te preocupes —dice sonriente, y me tranquiliza saber que van a estar ahí. — No te llegué a preguntar en ningún momento, ¿qué tal la carrera de sanadora?

— Sorprendentemente me gusta —confieso. —Pensaba que lo mío no era nada de eso, pero al final no se me da mal. Aunque también se debe a que no dejaba de estudiar supongo.

— Quizá deberías volver ahora —sugiere Fred, y yo niego. —¿Es por lo que te dije?

— No tiene nada que ver, es solo que es demasiado estresante para mí en estos momentos. No conseguiré sacar la carrera hasta que no termine toda la guerra, así que no voy a perder el tiempo. Además, aunque estuviera bien, es una carrera demasiado exigente, el estrés podrá conmigo de nuevo como ya ha hecho miles de veces.

— Todavía recuerdo como estabas cuando tuvimos los TIMOs, no te alejabas de la enfermería más que para hacer los exámenes.

— No soy muy buena controlando los nervios, como ya sabes, además, Madame Pomfrey insistió en que así podría cuidar de mí mejor.

Fred asiente y luego sonríe, para cambiar de tema a uno algo más alegre, lo bien que va Sortilegios Weasley. Sus ojos brillan con emoción cada vez que habla de la tienda, y yo no puedo evitar emocionarme con él. Se nota que le gusta lo que hace, que le pone pasión y dedicación. Y eso tiene una recompensa.

Nos terminamos nuestras bebidas cuando nos damos cuenta de que faltan unos minutos para la recogida de zanahorias que tenía que hacer Fred, por lo que salimos corriendo y nos desaparecemos en las afueras del pueblo para llegar antes. Lo ideal hubiera sido volver paseando, pero nos hemos despistado de forma muy notable. Cuando llegamos, fui a ayudar a Ginny con las guirnaldas de papel que iban a decorar el salón durante la cena de Nochebuena. Conseguimos llenarlo todo antes de que llegaran los chicos con la zanahoria y un gnomo en el tobillo de Fred, que venía cojeando. George se lo quitó en cuanto me vio cerca, para luego ponerlo en la copa del árbol, como ángel. La verdad es que tenía una pinta bastante curiosa, pero resultaba divertido, así que no dije nada.

Cenamos tranquilamente y luego nos reunimos en el salón de los Weasley, con Celestina de fondo y una emocionada señora Weasley escuchando las canciones. Remus miraba el fuego fijamente, Harry hablaba con el señor Weasley, Bill y Fleur estaban hablando en una esquina en su mundo y los gemelos lanzaban cosas a Ginny. Decidí ponerme a leer tranquilamente hasta que la voz de Fleur, cada vez más alta, me sacó de la lectura. Levanté la vista del libro para ver como la señora Weasley subía el volumen de la radio aún más, y Fleur su voz. Era una batalla en la que no me gustaba estar cerca. Conseguí volver a la lectura del libro durante unos minutos más, hasta que Fleur empezó a imitar a Celestina. Eso fue mi señal para salir corriendo de allí, seguida de todos los demás, que parecían haber visto la expresión de la señora Weasley. Ginny llegó de mal humor, cerrando la puerta en las narices de Fleur y yo no puede evitar soltar una carcajada cuando mi a mi amiga rubia aparecer también con mal humor. Si Ginny intentase ser su amiga entendería que no es tan tonta como parece. Aunque Fleur también tenía que poner un poco de su parte, la verdad, a las dos les hacía falta unas clases de sororidad.

Conseguí dormirme hasta la mañana siguiente, cuando Ginny me despertó con unos saltos encima de mi cama, emocionada. Llevaba la llave colgada al cuello, con el colgante que le había encontrado y parecía un collar, que era lo que todos tenían que pensar que era. Me levanté para abrir los regalos y pude ver que la señora Weasley me había hecho una bufanda de color coral y un jersey a juego que no dudé en ponerme junto a mis amados vaqueros. Los gemelos me habían regalado un enorme libro de sanación mágica, lo cual les agradecía muchísimo. Hermione y Ginny habían optado por unas zapatillas converse de color negro, y yo chillé de emoción al verlas. Las mías se habían roto después de nuestra pequeña excursión al Ministerio y no había podido sustituirlas hasta ahora. Harry y Ron me habían regalado ranas de chocolate y varitas de regaliz, y durante un breve instante me sentí hasta mal por no haber comprado nada para Ron, pero pronto se me pasó.

La comida fue, sin sorpresa alguna, con indirectas por parte de la señora Weasley sobre lo buena que era Tonks, lo cual me hacía muchísima gracia. Era un pésimo intento de alejar a Fleur de Bill, pero estaba claro que no lo iba a conseguir, además de que ella tampoco se había molestado en conocerla. Todo estaba yendo bastante bien, hasta que el grito de la señora Weasley nos sobresaltó a todos.

— ¡Arthur, es Percy!

— ¿Qué? —dijo el señor Weasley, y todos miramos hacia la ventana para ver como cruzaba el patio nevado junto con el ministro de magia. La puerta se abrió pronto, y ambos entraron sin ni siquiera pedir permiso.

— Feliz Navidad, Madre.

— ¡Oh, Percy! —dijo la señora Weasley, y se lanzó a abrazar a su hijo, que parecía que no quería estar aquí.

— Perdonen las molestias en un día como hoy, estábamos trabajando y Percy quiso venir a saludar así que nos pasamos en un momento... No quisiera interrumpir este momento familiar, me daré la vuelta por el jardín, ¿me acompañas muchacho? —dijo el ministro, mirando a Harry, y entonces entendí todo, Percy era la excusa perfecta para poder acercarse a Harry, quien se levantó y salió con él por la puerta.

— ¡Oh Percy! —repitió la señora Weasley, esta vez llorando de emoción, que le duró poco ya que Fred, George y Ginny no dudaron en llenarle las gafas de chirivía molida, con lo que Percy se marchó con un gran enfado que dejó a la señora Weasley sumida en lágrimas de tristeza.

Harry volvió de su charla con el ministro con bastante mal humor, pero se llevó a Ron con él hacia la habitación, supongo que quería contarle que había pasado. Esa noche también nos tuvimos que quedar a dormir en La Madriguera ya que las chicas habían cogido una gripe bastante contagiosa y ninguno queríamos ponernos malos. O al menos yo no quería, tenía muchas cosas que hacer como para estar enferma en la cama.

En contra de lo que la señora Weasley decía, conseguí que nos dejara a Ginny y a mí hacer una salida al mundo muggle con la excusa de ver a Hermione ya que tenía que dejarla unos libros y Ginny quería sus apuntes para los TIMOs. Le había dicho a Hermione que los llevara para que luego la señora Weasley no se diera cuenta de la mentira, pero estaba segura de que no iba a apoyar que le enseñara a su hija mi casa.

Llegamos a la estación de metro con cinco minutos de retraso que Hermione no nos echó en cara de milagro, supongo que estaba demasiado emocionada con verla. Las llevé por la pequeña calle hasta que estuvimos entre los números ochenta y cuatro y ochenta y ocho, y les tendí un papel, como había hecho Dumbledore el día que me llevó a Grimmauld Place.

— La casa de Abby Stone está en el número ochenta y seis de Kensington Park Road —murmuraron ambas, y cuando levantaron la vista supe que podían verlo.

— Tengo el presentimiento de que podía seros útil en algún momento —les digo mientras que entramos, y cuando cerramos la puerta la hechizo para que solo se pueda abrir con las tres llaves que existen.

— Es enorme —dice Ginny, mirando a todos lados. —¿También tiene sótano?

— Es un laboratorio para hacer pociones, algún día lo usaré. Podéis ir por toda la casa, no hay problema.

Hermione decidió bajar las escaleras, mientras que Ginny eligió subirlas. Yo decidí acercarme a la cocina, solo había visto la casa por encima y no estaba muy segura de lo que podría encontrarme en cada sitio. Abrí todos los armarios, encontrando distintos tipos de platos, ollas, sartenes y cubiertos, algunos ni si quiera sabía que existían. Y luego decidí ir a la despensa, quizá había comida que hubiera que tirar por estar caducada y no lo sabía. Como no sabía que había un elfo doméstico muerto en la cocina, así que grité con todas mis fuerzas.

— ¡Señora Allison! —chilló la criatura, y volví a gritar mientras que me empecé a alejar de allí.

— ¡Abby! —oí gritar a Hermione desde el piso de abajo, y luego como subía las escaleras. — ¿¡Estás bien!?

— ¡Estaba muerta en el armario y ahora no!

— ¡Joder! —Hermione y yo oímos el grito de Ginny seguido de un ruido por las escaleras del que apareció Ginny gritando. Pero el elfo llegó antes de que yo pudiera mover mi varita y la cogió antes de que se golpeara la cabeza con el suelo, para luego dejarla sana y salva a nuestros pies. — Gracias, ¿cómo te llamas?

— Honey, señorita —dijo la elfina, y luego me miró fijamente. —Tú no eres la señora Allison, pero pareces ella. ¿Dónde está ella? —sus ojos empezaron a brillar ante la mención de mi madre, y mi voz se rompió, no dejándome decir nada.

— Muerta, Honey, murió el año pasado —le dijo Hermione suavemente al ver que yo era incapaz de decirlo.

— La señora Allison era muy buena con Honey, ¿qué pasará con Honey ahora? —Honey empezó a llorar desconsoladamente, y a pesar de que seguía asustada, traté de consolarla como pude.

— ¿Quieres ser lbre, Honey? Puedo buscarte otra familia, o quizá prefieras ir a las cocinas de Hogwarts —dije, pero eso solo hizo llorar más a la elfina y Hermione me miró mal por haber conseguido que llorase.

— Honey tiene que servir a la familia Stone, pero la última Stone está perdida, Honey está sola y... —consiguió decir para luego volver a llorar de nuevo, lo que me partía el corazón, pero no podía tener una elfina conmigo, por mucho que quisiera adoptarla.

— Honey, Abby es hija de Allison —dijo Ginny, y consiguió que el llanto de la criatura parase de golpe.

— ¿Pequeña Abby? —preguntó Honey aun con lágrimas en los ojos, y yo solo pude asentir. —¡Pequeña Abby! No la había reconocido, solo pude verla y cogerla hasta que la llevamos al orfanato mágico. La señora Allison lo pasó muy mal todo ese tiempo, pero el verano pasado estaba muy contenta porque iba a verla. Me ordenó que preparara toda la casa para usted y que luego fuera a dormir a la despensa hasta que llegases.

— Oh Honey —murmuró Hermione mirando a la elfina con pena, al igual que lo hacía yo. Hasta que me di cuenta de algo, si ella había preparado la casa sabría que habría en el ático.

— Honey, ¿por qué la puerta del ático está cerrada? —pregunté lentamente, temiendo la reacción de la elfina, pero me sorprendió cuando se sentó en el suelo, sin golpearse.

— Honey no debe decirlo, pero su ama le ha preguntado, Honey no sabe que hacer —empezó a murmurar la elfina, así que me acerqué lentamente a ella.

— No soy tu ama, Honey, soy tu amiga —a mi lado oí como Hermione ahogaba un grito y Ginny reía. No me había querido unir a su plataforma de derechos de los elfos hace dos años, y ahora estaba ofreciendo a uno amistad. No es que no creyera en que tienen que tener condiciones justas de trabajo, si no que no veía fruto a la idea de Hermione, empezando por su acrónimo. —Si mi madre te prohibió decir que hay lo entiendo, pero si es algo de importancia necesito saberlo, Honey, quizá ayude al mundo mágico.

— Honey no debe decirlo hasta el dos de mayo de mil novecientos noventa y ocho, cuando vuelva a casa —murmura la elfina y mi corazón da un vuelco. La fecha me persigue, ya sea el día de antes o el siguiente.

— Abby, deberíamos irnos ya, se está haciendo de noche y le prometimos a mamá que volveríamos pronto —dice Ginny, y yo asiento para luego seguirlas.

— Honey, ¿te encargarás de la casa hasta que venga alguien a ocuparla?

Asiente enérgicamente y nos acompaña hasta la puerta, la cual cerramos con una de las llaves. Cada vez queda menos para que llegue ese día, y no deja de perseguirme por todos lados. Acompañamos a Hermione hasta el metro ya que ella volverá a su casa de esa forma y luego me llevo a Ginny hasta un callejón oscuro, donde nos desaparecemos para llegar a La Madriguera, como siempre que me he ido, a tiempo para la cena.

Los gemelos querían volver al apartamento ya que por lo visto las chicas están mejor, y yo pensaba volver hasta que la mirada de Ginny me ha ruega que me quede con ella hasta que se vaya Fleur y ellos aceptan sorprendentemente. Bill y Fleur cogen un traslador justo después de la cena para ir a Francia, a ver a la familia de la rubia y después de recoger, la señora Weasley nos manda a todos a la cama ya que es demasiado tarde para que andemos volviendo a casa.

Pero lo que menos nos esperábamos era despertar a la una de la madrugada porque La Madriguera se estaba quemando. Harry salió corriendo detrás de los mortífagos que habían venido, y Ginny le siguió al igual que Lupin, Ron y Tonks, que también se habían quedado, pero para discutir cosas de la Orden que Harry, Ron y Ginny no podían escuchar y que por algún motivo la señora Weasley no quería que escuchase. Eso o quería impedir que los demás se enterasen de las cosas, algo que sabían que pasaría si yo me enteraba. Estaba totalmente en contra de ocultarles información, pero tampoco es que me dejaran hacer nada.

En el jardín traté de ayudar a los señores Weasley y a los gemelos a apagar el fuego, pero no me esperaba que me fueran a atacar por la espalda en el momento en el que pisé el jardín. Había sido la última en salir de la casa, y todos estaban pendientes del fuego, yo incluida. Conocía la apariencia de Fenrir Greyback de haberle visto en los periódicos, pero esas fotos no le hacían justicia en comparación de cómo se veía en persona. En contra de mi voluntad, me alejé de La Madriguera y me acerqué al bosque cercano, donde lo primero que vi fueron sus ojos y el terror me recorrió todo el cuerpo. Seguía siendo humano, pero eso no me tranquilizaba en absoluto. Sabía que estaba bajo la maldición imperius y que por eso no me había podido resistir a ir hacia allí, pero ahora tenía que hacerlo, pelear contra él antes de que me matara o secuestrara. O incluso mordiera, algo que sin duda sería mucho peor que matarme.

— ¿¡Dónde está Abby!? —oí gritar a Fred a lo lejos y traté de luchar contra la maldición, pero me resultaba imposible.

— Tu noviecito te busca, no entiendo como una sangre pura como tú puede estar con unos traidores a la sangre como esos —dice Greyback, algo que le debió de desconcentrar ya que conseguí empezar a resistirme.

— ¡En el bosque! —consigo gritar, pero me arrepiento al mismo segundo en el que siento como miles de cuchillos me atraviesan todo el cuerpo. Empiezo a gritar sin poder parar, intento utilizar el maldito poder que tengo, pero soy incapaz de invocarlo, estoy totalmente vacía.

— ¡Casi mato a Potter! —oigo decir a mi derecha, seguido de la risa desquiciante de Bellatrix. —¿Nos la llevamos ya o quieres esperar a que la encuentren?

— Primero quiero morderla, tiene una pinta apetitosa —dice Greyback y entonces para la tortura. Quiero tranquilizarme unos segundos, pero sé que si dudo no podré hacer nada así que saco la varita del calcetín, para apuntarle con ella. —¿Crees que eres rival para mí?

— ¡Crucio! —oigo gritar a Bellatrix, y vuelvo a sentir la maldita tortura, algo en lo que es una experta, ya vi como lograba que los padres de Neville llegasen a San Mungo. —¡Es tan divertido!

— Morirás, Bellatrix —trato de decir sin aliento, y su risa para de golpe, pero entonces siento como me agarra del pelo, tirando con fuerza.

— ¿Qué estás diciendo maldita traidora? —dice para luego volver al crucio, y sé que como siga mucho tiempo más así acabará matándome. —¡Habla!

— Vas a morir, igual que Voldemort gilipollas —busco fuerzas donde no tengo y consigo decirlo con la suficiente fuerza como para que me oiga.

— ¿¡Cómo te atreves a decir su nombre!? —chilla, y desde el suelo veo como me vuelve a apuntar con la varita. —Te queríamos para nosotros, olvídate de vivir. ¡Avada ked...

— ¡Confundus! ¡Aléjate de ella, Bellatrix! —le interrumpe Tonks, y nunca había estado tan feliz de ver a alguien, aunque hubiera fallado el hechizo.

Antes de que Tonks vuelva a hacer nada más, Greyback y Bellatrix desaparecen de allí en una nube de humo, y por fin puedo suspirar aliviada. Me duele todo en estos momentos, pero no me importa, me levanto y en el momento en el que Tonks lo ve, no duda en ayudarme. Ahora mismo solo quiero dormir, pero no puedo, tengo que volver a La Madriguera. Tonks me tiende la varita y la guardo en el calcetín para luego empezar a andar con ella de muleta.

— ¡La he encontrado! —grita con todas sus fuerzas, y parece que funciona ya que a los pocos segundos Harry, Ron y Ginny aparecen. Ginny chilla en cuanto me ve, y veo como Harry y Ron se sobresaltan. —Ahora no es el momento, ¿han conseguido apagar el fuego?

— Han dejado la marca —murmura Ron, y Tonks suspira a mi lado. Harry se acerca lentamente y ayuda a Tonks, que en cuanto ve que estoy más o menos sujeta me deja con Harry y sale corriendo. —¿Necesitas ayuda, Harry?

— No estoy tan mal, Ronald —me quejo y trato de soltarme de Harry, pero estoy a punto de caer al suelo si no fuera por ambos chicos, que consiguen sujetarme.

— Tenemos que llevarte lo más cerca que podamos de La Madriguera —dice Ginny. —¡Fred! ¡George! ¡Estamos casi en el estanque!

— ¿De verdad crees que eso es buena idea? ¡Acaban de atacarnos!

— ¿Acaso tienes una mejor, Ro-Ro?

— No es momento de pelear, hay que llevar a Abby a la casa —les interrumpe Harry, y yo se lo agradezco ya que mi cabeza estaba a punto de explotar. —¿No podemos hacer magia para llevarla o algo así?

— Si queréis correr el riesgo de ser expulsados hacerla —dice George a nuestras espaldas, y antes de que pueda girarme alguien me abraza y no puedo evitar dar un grito de dolor. —Fred, cuidado.

— ¿Qué te duele? ¿Te llevo en brazos? —me dice Fred rápidamente al oído, causándome un pequeño escalofrío. No me gusta que pueda causarme esas cosas. — Harry, puedes soltarla, la tengo no te preocupes.

— Oh, sí, es verdad —murmura él, y no puedo evitar ver como mira a Ginny de reojo, como si quisiera saber que ha pensado ella.

— Espera, Harry —le digo antes de que vaya muy lejos, me acerco lentamente a su oreja y empiezo a hablar solo para que me oiga él. —Si te gusta Ginny y quieres ocultárselo a sus hermanos no seas tan obvio.

— ¡Quiero enterarme de lo que cuchicheáis! —dice George y viene corriendo, mientras que Harry empieza a balbucear y se pone rojo.

— Eres un cotilla, George Weasley —le regaño y él sonríe de oreja a oreja para luego abrazarme fuertemente.

— Pensábamos que habían conseguido lo que querían —murmura, y no puedo evitar abrazarle más fuerte, sintiendo que las rodillas se me doblan. Por la espalda, siento que alguien me sujeta y luego me abraza. —Fred es mi turno, tu duermes con ella, déjamela cinco minutos.

— Casi la matan, los cinco minutos en otro momento —dice Fred, y luego vuelve a hablarme al oído. —No sé que haría si os perdiera a alguno de los dos.

— Ojalá tener una cámara para inmortalizar este momento —dice Ginny, y no puedo evitar empezar a reír. Hasta que en algún momento las risas pasan a ser llanto y no puedo contenerme más.

Los gemelos siguen abrazándome, intentando consolarme o algo así. Durante unos segundos se separan y aprovecho para intentar limpiar las lágrimas, pero una mano me lo impide y cuando miro para ver quien de los dos ha sido veo que es Fred. Me limpia las lágrimas suavemente mientras que George me empuja suavemente contra él para que me apoye, y luego ambos vuelven a abrazarme. No sé que haría sin mis mejores amigos.

Consigo calmarme poco a poco, pero lo que nos separa es el grito de la señora Weasley. Los tres nos alejamos un poco para ver como ella viene corriendo, seguida del señor Weasley, y poco le falta para lanzarse encima de los tres, que seguíamos abrazados.

— Oh Abby menos mal que estas bien, lo siento mucho, no hemos podido protegerte —empieza a decir la señora Weasley y luego se pone a llorar. Desde que Percy vino ayer no ha podido hacerlo.

— No es su culpa, señora Weasley —le digo, pero ella niega.

— Es nuestra casa y no hemos podido protegerte, ni a ti ni a Harry, casi os matan a los dos —insiste la señora Weasley, y cuando voy a replicar, noto como los gemelos me aprietan cada uno una mano, por lo que vuelvo a cerrar la boca. —Y menos mal que sabíamos que iban a atacar, si no lo llegamos a saber...

— Molly, no te culpes —dice el señor Weasley y le acaricia la espalda. —No ha habido nada que lamentar, así que todo está bien, ¿sí? Volved a vuestra casa, y llevad a Ginny, Ron y Harry con vosotros.

— Pueden ir a mi casa, señores Weasley, no tardaríamos nada y...

— No, Abby, es en casos de emergencia, no para esto. Nos las apañaremos esta noche —me corta el señor Weasley, y yo solo suspiro.

***

— El sillón es todo vuestro, chicos —dice George nada más entrar por la puerta de la casa, y tanto Harry como Ron no dudan en tirarse en él.

— Tenéis una casa bastante bonita —dice Ginny, y los gemelos sonríen orgullosos de su apartamento. Que parece un hogar de acogida ahora mismo. — Abby, ¿duermes conmigo o con Fred?

— Conmigo —dice Fred antes de que me de tiempo a responder y Ginny sonríe cuando ve como él tira de mi mano para llevarme al dormitorio. Me sigue doliendo todo, pero al menos andar ya no me da tantos problemas. — ¿Quieres hablar de como estás?

— Cansada, creo que podría dormir una semana entera —le digo después de tirarme en la cama.

— Pues vamos a dormir —dice él apagando la luz y tirándose a mi lado.

— Fred —le llamo antes de que se duerma. —¿Tengo algo diferente?

— ¿Por qué lo dices?

— Ginny, Ron y Harry se han asustado al verme, Tonks ha dicho que no era el momento de decírmelo.

— No tienes nada diferente —murmura Fred mientras que se mueve nervioso en la cama, así que vuelvo a encender una luz para mirarle y poder entender donde está la mentira. —No eras tú la que estaba diferente.

— ¿Entonces?

— La sombra estaba cerca de ti, pero esta vez era diferente —me siento en la cama, tratando de entender que es lo que intenta decir. —Eras tú, Abby. Durante un momento la sombra eras tú.

— No estabas allí, estas mintiendo —consigo decir antes de notar como me falta el aire. Llevaba una semana sin tener ningún ataque de ansiedad, pero había vuelto a fastidiarla.

— Estábamos allí, a unos metros, tratando de encontrarles por si no se habían ido —dice Fred acariciándome la espalda, buscando relajarme, pero solo consigue que todo empeore y el aire empieza a faltarme más y más. —Por favor, concéntrate en mi respiración, ¿vale?

Intento hacer lo que me dice Fred, pero no funciona, llevo sin poder respirar bien lo que me está pareciendo una eternidad y empiezo a llorar. Me termino de romper en la cama de Fred, con él abrazándome fuertemente y tratando de tranquilizarme. Dejo de ser capaz de entender lo que dice, dejo de sentir los círculos en la espalda y entonces empiezo a coger aire más rápido, empeorando todo.

Hasta que los labios de Fred chocan con los míos, impidiendo que coja más aire por mucho que mi cuerpo lo intente. Lentamente Fred consigue tranquilizarme de esa forma, dándome él mismo el aire que tanto estaba buscando. Cuando nota que me calmo, se aleja lentamente para apagar la luz y luego tumbarse en la cama, invitándome a que haga lo mismo, así que me tumbo en su pecho, oyendo como late su corazón. Y en ese momento decido que necesito algo que me distraiga de todo lo que ha pasado en las últimas horas, por lo que beso a Fred.

— ¿Estás segura de querer esto? —dice Fred rompiendo el beso.

— Me han torturado y casi me matan, me han hecho tener las ideas algo más claras —digo con la respiración acelerada.

— Se mi novia —murmura Fred con sus labios rozando los míos.

— Es peligroso, irán a por ti —susurro.

— No me importa mientras que esté contigo —dice, y no lo puedo soportar más, le beso por fin.

Tengo el presentimiento de que ambos vamos a sufrir con esto, pero el sentido común desaparece cuando Fred acaricia mi espalda por debajo de la camiseta. Por algún motivo extraño, había decido usar un sujetador esa noche cuando nunca lo hacía para dormir y Fred lo sabía. Así que no tarda mucho en desabrochármelo y quitármelo dejándome la camiseta puesta. Que me quito en cuanto se aleja unos centímetros para coger su varita e insonorizar su habitación. Él tarda poco en quitarse la camiseta y los pantalones para quedar solo en bóxers, y puedo notar según le toco que haber dejado el Quidditch no le ha perjudicado para nada. Sigue teniendo unos brazos fuertes y se le marcan algo los abdominales, que no puedo dejar de acariciar mientras que seguimos besándonos. Fred tampoco puede parar de acariciarme, y al final nuestra ropa interior también sale volando por la habitación.

— ¿Estás segura de seguir? —pregunta rompiendo de nuevo un beso.

— Ni que fuera la primera vez que nos acostamos —le contesto, y él solo ríe.

Vuelve a besarme suavemente, de una forma totalmente nueva para mí. Mi corazón se acelera rápidamente, y empiezo a ponerme terriblemente nerviosa. Hasta que llaman a la puerta:

— ¿Abby? ¿Fred? Sé que estáis despiertos, no se oye absolutamente nada en vuestra habitación así que sé que la habéis hechizado —oímos la voz de Claire al otro lado de la puerta y yo no puedo evitar soltar una carcajada. —¿Podéis explicarme qué hacen Ron y Harry en el sofá?

— Yo me ocupo —le digo a Fred para luego coger mi varita y desencantar la habitación. De alguna manera extraña, hemos conseguido sacar la sábana de la cama así que la cojo para no abrir la puerta a Claire totalmente desnuda. Cosa que hago solo porque Harry y Ron están durmiendo en el salón. — Han atacado La Madriguera, los señores Weasley les han mandado con nosotros aquí, Ginny está con George y acabas de estropear un polvo, ¿algo más?

— ¿Por qué estás llena de moratones? —pregunta sin sorprenderse lo más mínimo de que le haya dicho todo eso.

— Bellatrix —contesto, y entonces ella me aparta de la puerta para entrar y cerrarla. En el suelo encuentra nuestra ropa, y no tarda en lanzarle a Fred sus bóxers. —Oye, ¿no podemos acabar luego? Te repito que has estropeado un polvo, ¡llevo mucho sin uno!

— No es mi problema, Fred, vístete ahora mismo —ordena Claire, y luego tira de la sábana para quitármela. — Joder Abby.

— Puedo curarlo, creo —murmuro, y trato de centrarme en que desaparezca el dolor, pero mi poder parece funcionar al revés y no puedo evitar empezar a gritar de dolor.

Intento dejar de usarlo, pero no puedo, es como si se hubiera bloqueado. Siento lo mismo que cuando Bellatrix estaba torturándome, pero esta vez es peor porque me lo estoy haciendo a mi misma. Sigo gritando, tratando de pararlo, hasta que pierdo la consciencia.

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