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Capítulo 11

Cuando llego a mi sala común estoy sin aliento, pero no me importa, solo necesito tranquilizarme y pensar fríamente lo que acababa de pasar. El único problema es que no podía pensar, por mucho que lo intentara lo único que venía a mi mente era el puñetero beso.

— Mldt Frd. — Murmuro contra la almohada lo suficientemente bajo para oírme yo, pero no mis compañeras de cuarto, que ya están profundamente dormidas, como debería estar yo.

Pienso en ponerme el pijama, pero tras un par de bostezos y que se me empiecen a cerrar los ojos del sueño decido que lo mejor que puedo hacer es quedarme en la cama. Mientras que mañana me cambie para ir a las clases no tendré ningún problema, así que caigo profundamente dormida hasta que la alarma de Claire empieza a sonar a todo volumen, preparándonos para nuestro último día antes de las vacaciones de Navidad. Uno en el que yo evito a Fred y él me evita a mí, en un mutuo acuerdo para el que no hemos necesitado más que una mirada. 

La noche llega demasiado pronto al castillo, y pensando en que mañana podría hablar con Fred en el viaje de regreso a Londres no le digo nada, y mis amigas tampoco lo hacen conmigo. Ño que ninguna de nosotras nos esperábamos es que los Weasley y Harry tuvieran que irse en mitad de la noche porque habían atacado a Arthur Weasley. En el momento en el que Hermione nos lo contó en el Expreso, las chicas me miraron fijamente y lo único que pude hacer fue sacar la libreta roja y dársela a Hermione para que lo leyera, queriendo que la tierra me tragase en esos mismos momentos.

— ¿Desde cuándo lo sabes? — pregunta con cautela, y tengo verdadero miedo de responder.

— Lo vi en las nubes estando borracha en la primera salida a Hogsmeade — murmuro, y Hermione ahoga un grito. — Espera, que es mucho peor, en el partido en el que suspendieron a los gemelos y a Harry también lo vi en las nubes.

— Te desmayaste cuando estabas sujetando a George — dice Hermione, y yo asiento. — Quizá no deberías contarlo, conozco a Ron y sé que tardará en perdonarte y si los gemelos siguen el mismo carácter... 

— Hermione, me lo he callado y mira lo que ha pasado.

— Tú sabrás que haces, Abby, yo solo te digo que va a ser lo mejor para ti. — Hermione se levanta del asiento y sale a hacer su ronda de prefecta con Claire a su lado, que normalmente ignora sus deberes como prefecta.

Olivia y Sam no dicen nada durante todo el trayecto, aunque estoy casi segura de que piensan como Hermione y que debería callármelo. Pero bastante mal me siento ya como para que encima tenga la culpa carcomiéndome por no contarlo.

En la estación me encuentro con que Tonks ha venido a recogernos a Hermione y a mí y yo se lo agradezco con una sonrisa para despedirme rápidamente de mis amigas, a las que sus padres han venido a buscar. Nos desaparecemos para llegar al número doce de Gimmauld Place, el cuartel de la Orden y donde se encuentran mis amigos preocupados por su padre. Quien podría estar en su casa tranquilamente y no en San Mungo. Me van a odiar de por vida.

Cuando entramos a la casa, Tonks tropieza con el paragüero y el cuadro de la madre de Sirius empieza a gritar, así que todos vienen a ver qué ha pasado. Para nuestra suerte, la señora Black no llega a ver a Hermione, por lo que nos ahorramos unos cuantos comentarios sobre su sangre. Tonks intenta callar al retrato, pero hasta que no llega Sirius no consigue parar los gritos. Hermione y yo aprovechamos para ir hasta el salón, donde los gemelos no dudan en abrazarme fuertemente cuando me ven.

— Lo siento, de verdad que lo siento — empiezo a decir y las lágrimas empiezan a salir solas. — Pensaba que tenía más tiempo, que no iba a ser tan pronto. Creía que llegaría para avisarles en Navidades y que no sería necesario mandar una carta que los asustaría.

— ¿De qué estás hablando? — dice Ron y se pone de pie, dejando de abrazar a Ginny. Los gemelos se separan lentamente y veo a Hermione diciéndome que me calle, mientras que Harry mira con curiosidad lo que pasa.

— Lo vi. — Para Fred y George no hace falta que diga nada más, veo como las expresiones faciales de ambos cambian de tristeza a enfado.

— ¿Viste el qué? — Pregunta Ron, y cuando voy a responder Fred se adelanta.

— Como atacaban a papá. —Ginny se levanta rápidamente del sofá, poniéndose al lado de sus hermanos. Al menos es la única que no me mira como si quisiera matarme. —¿Desde hace cuánto lo sabes?

— Desde que os expulsaron del quidditch —murmuro, y noto como el enfado en los gemelos aumenta, sobre todo el de Fred. —Pensaba que quedaba más tiempo, de verdad.

— ¿Cuántas cosas más nos ocultas? — Preguntó Fred, y por como se estaba acercando sé que vamos a pelear de una manera muy brusca. — ¡Contesta, joder!

— ¡Hay cosas que no se pueden contar, imbécil! — Le grito de vuelta. — ¡Te crees el puto culo del mundo!

— ¡Por lo menos yo no salgo corriendo cada vez que algo no me gusta!

— ¡No salí corriendo porque no me gustara!

— ¡No, tienes razón, saliste corriendo para seguir ocultando todo!

— ¡Si tantas ganas tienes de saber todo lo que he visto toma! — No me controlo cuando le lanzo la libreta roja a la cara.  —Si alguna vez has valorado nuestra amistad, vas a darme la libreta sin mirarla.

— ¿Acaso le llamas amistad a esto? Has dejado que nuestro padre se esté muriendo en San Mungo.

— ¡Por las barbas de Merlín, no se va a morir!

— ¿De verdad? — pregunta Ginny, y yo asiento lentamente, respirando profundamente para calmarme. Veo como Ron y George se relajan, pero Fred sigue igual.

— Seguramente os esté mintiendo, como siempre hace.

— Mira quien fue a hablar, el santo.

— Parad, los dos. — Sirius decide intervenir en la pelea, pero ahora no hay vuelta atrás. —Id a vuestras habitaciones y descansad, Molly llegará pronto y podréis ir a San Mungo.

— Ella no viene — dice Fred tajantemente, así que aprovecho y le quito la libreta que todavía no ha leído. — ¡Devuélvemela!

— No. —Me doy la vuelta y me dirijo hacia la puerta, pero Sirius me corta el paso. — Quítate del medio, me largo.

— Tú no te vas a ningún sitio, me da igual como te pongas.

— No eres nadie para mandarme, Black.

— En realidad, sí. — Le miro fijamente, esperando a que siga. — Soy el dueño de esta casa y...

— Como si eres el dueño de una perrera, me largo.

Le aparto y abro la puerta, para luego cerrarla con fuerza, esperando que el cuadro haya vuelto a gritar. Pero mi huida dura tres pasos ya que Molly Weasley aparece en Grimmauld Place, haciendo que tenga que volver. De ella sí que no tiene sentido huir.

— Te vas a resfriar, Abby, vuelve a la casa vamos — me dice nada más verme, y no me queda otra.

— ¿Cómo está el señor Weasley, señora Weasley?

— Cariño, te he dicho mil veces que nos llames por nuestros nombres, nos conocemos desde hace ya bastante.

— No me siento cómoda, lo siento señora Weasley — Molly abre la puerta y vemos como Sirius está peleándose con el cuadro de nuevo.

— ¿Ya has decidido volver? — Le ignoro y me voy hacia las escaleras de la casa, esperando encontrar la habitación donde me voy a quedar. — ¡Segunda planta, habitación de la derecha!

Como supongo que lo que me ha dicho es la habitación donde voy a dormir, le hago caso. Tampoco es que pueda hacer mucho, seguramente me quede aquí todas las vacaciones, encerrada con Sirius, en lugar de pasar unas buenas vacaciones con mis amigos. Pero no les culpo, así que cuando me ven en el pasillo Fred no duda en chocarse conmigo, y me giro rápidamente para darle en uno de los pies, logrando que tropiece. Podrá estar enfadado, pero no pienso dejar que me pisotee. Abro la puerta de la habitación y allí está el magnífico trío de oro con Ginny, los cuatros sentados en la cama.

— ¿Estás mejor? — pregunta Hermione, y yo asiento.

— Vuestra madre ya está en casa — Ginny y Ron respiran aliviados y salen de la habitación, seguidos por Harry y Hermione, que me mira desde la puerta.

— Nuestra habitación es la del primer piso, ¿te enseño cuál?

— ¿De quién es esta habitación?

— De los gemelos.

— Le voy a matar con mis propias manos, Voldemort va a parecer inocente en comparación — murmuro y sigo a Hermione, que me señala la habitación cuando llegamos al rellano, pero ambas seguimos bajando. Ella porque quiere enterarse de cómo está el señor Weasley y yo porque no me quiero encerrar ya.

— Esta tarde iremos a ver a vuestro padre, ¿entendido? Os quiero a todos a las cuatro y media preparados para irnos — oigo decir a Molly en la cocina, justo cuando Hermione y yo entramos. — Oh, chicas, estáis ahí, ¿habéis oído lo que acabo de decir?

— Sí, señora Weasley, por nosotras no se preocupe, ya estamos preparadas.

— Abbigail no va a venir, mamá — dice Fred, y su madre se gira hacia él. — Lleva meses sabiendo que papá iba a ser atacado por una serpiente, y no ha dicho nada.

— Ya te he dicho que pensaba que había tiempo y que no sucedería hasta el año que viene — digo, tratando de controlar el enfado. De reojo veo que la señora Weasley no sabe que decir, así que me giro hacia ella. — Lo siento por no haber avisado, señora Weasley.

— No te preocupes, cielo, no es tu culpa. —Me dice mientras que me abraza, dándome justo lo que necesito.

— Sí que lo es mamá, no la defiendas.

— Fred Weasley, como vuelva a oírte decir que es su culpa me aseguraré personalmente de que estés castigado para el resto de tu vida. — Molly se separa de mí y se pone delante de Fred, señalándole con un dedo, la pose más amenazadora que puede existir.

—Ochocientos sesenta y un días — murmuro y en la cocina se hace un silencio sepulcral.

— ¿Qué? — pregunta Fred, mirándome fijamente. 

— No he dicho nada.

— Sí lo has dicho. 

— Ya empiezan, yo me voy — dice Ginny, y la puerta de la cocina se abre para que salga junto a Harry, Ron, Hermione y George. Mientras tanto, la señora Weasley no deja de mirarnos a ambos como si fuera un partido de ping pong.

— ¿Acaso sabes que es algo que va a pasar en el futuro? No todo lo que digo tiene que ver con ello.

— En agosto de hace dos años no paso absolutamente nada.

— Que tú sepas.

— ¿Cuántas cosas más me has ocultado, mejor amiga?

— ¡Fred, vale ya! — Nos para Molly, justo cuando estaba preparada para empezar una pelea a lo muggle. — ¡Abby, tú también! Ahora mismo os quiero en el salón, a los dos, en el mismo sofá.

— No pienso sentarme con ella.

Fred me mira con asco y entonces se desaparece. Molly suspira, pero le deja irse, sabe que su hijo es un cabezota y que no va a dar el brazo a torcer. Es fácil diferenciar a los gemelos en cuanto los conoces un poco, Fred es brusco y no tiene ni filtro ni limitaciones, mientras que George es más tranquilo y le frena. Aunque si ambos se apasionan o quieren defender algo son imposibles de distinguir. Ahora no es el caso ya que Fred está demasiado cabreado y George sin embargo está tranquilo a pesar de no hablarme. Ojalá me hablara.

Subo a mi habitación para buscar la cazadora de Fred, que debe estar guardada en el baúl. No pienso tenerla más tiempo conmigo, por mucho que ya la empezara a estar considerando como mía. Así que cuando entro lo primero que hago es ir hacia mi baúl, que está a los pies de una de las tres camas que hay dentro. Hermione está leyendo en su cama mientras que Ginny se cambia, así que empiezo a dudar si es buena idea que me vean sacando la cazadora de Fred. No quiero que piensen nada que no es. Pero al final las ganas de deshacerme de ella ganan.

— ¿Esa es la cazadora de Fred? — pregunta Ginny que, como buena seguidora del equipo de quidditch de Gryffindor sabe que el número de la cazadora es el de Fred.

— Sí.

— ¿Se la vas a devolver?

— Sí.

— ¿Solo vas a contestar con monosílabos?

— No.

— Lo acabas de hacer — dice Hermione, y yo me encojo de hombros. Tampoco es que quiera hablar. — No es tu culpa, te lo vuelvo a decir. Si me hubieras hecho caso ahora mismo esto no estaría pasando.

— Pues yo agradezco que lo haya dicho — dice Ginny mientras que mete la cabeza por el jersey de lana que ha decidido ponerse. — Hubiera sido peor si los gemelos se hubieran enterado dentro de unos años, seguramente sí que no te hubieran vuelto a hablar nunca.

— Tampoco es que me hablen ahora.

— Dale a George un poco de tiempo y a Fred aproximadamente... unas cinco veces más, calculo. Cuando George te hable te lo confirmo. — Se sienta en mi cama y me mira fijamente. — No se la devuelvas, le va a doler aún más todo esto, de verdad. Eres su mejor amiga y se siente dolido porque no se lo has contado.

— A mi me duele verla. — Murmuro, mientras que la sujeto. Cada vez queda menos tiempo para que se vaya.

— Abby, ¿puedo preguntarte una cosa? — Dice Hermione dejando su libro sobre la cama y viniendo a la mía. — Bueno, dos.

— Sí, ¿por qué no ibas a poder?

— ¿Me prometes que vas a contestar con la verdad?

— Te prometo que te contestaré con lo que pueda contarte.

— Me vale — Hermione asiente y luego mira a Ginny. — No sé si vas a querer oír esto, Ginny, quizá es mejor que te...

— Me quedo — Ginny la corta en seco y Hermione suspira, para luego girarse hacia mí.

— ¿Fred va a morir en ochocientos sesenta y un días?

Ginny ahoga un grito y yo saco mi varita del bolsillo para encantar la habitación. No quiero que nadie oiga nada de lo que diga ahora mismo. Aunque no sepa muy bien que voy a decir.

— ¿Cómo lo sabes? — Es lo primero que se me cruza por la mente, y me maldigo a mi misma cuando veo la lágrima que le cae por la mejilla — Lo siento mucho, Ginny.

— ¿Por eso sabes que papá va a vivir? — Como no tiene sentido negarlo, asiento, y ella se limpia rápidamente la lágrima que ha dejado salir. 

— Cuando la señora Weasley ha dicho que iba a castigar a Fred lo que le quedaba de vida solo he tenido que atar cabos con tu respuesta.

— No ha sido muy inteligente por mi parte.

— ¿Desde hace cuánto que lo sabes? — pregunta Ginny, volviendo a ser la chica segura que todos conocemos.

— Cuando entré a Hogwarts pensé que lo que había visto era mi muerte, pero a principio de este curso descubrí que yo solo abrazaba su cuerpo. ¿Cuál era la otra pregunta, Hermione?

— Después de esto tengo muchas más.

— ¡Ginny, Hermione, Abby, nos vamos en cinco minutos! — Oímos a la señora Weasley al otro lado de la puerta y lo primero que hago es desencantar la habitación para que pueda oírnos.

— ¡Ya vamos, señora Weasley! — Grito de vuelta, sabiendo que ya se ha debido ir a avisar a los demás. — Cuando volvamos os cuento todo.

— No sé porqué no la llamas Molly, Abby, es prácticamente tu suegra.

— ¿Qué?

— ¿No te has dado cuenta? Hasta Hermione lo sabe. — Ambas se ríen de mi cara de desconcierto y yo sigo sin saber de que hablan. — Oímos los rumores de que Fred se te había declarado en clase de Umbridge.

— Pero es mentira, no lo hizo, la nota que me pasó hablaba de que Hermione estaba pensando en como defendernos, lo otro fue para despistar.

— Claro, Fred es mucho de guardar cartas de confesión en sus bolsillos. El otro día me dio una, fíjate — dice Hermione de una manera muy irónica cuando estamos saliendo de la habitación.

— ¿Quién te dio qué, Hermione? — pregunta Ron, visiblemente celoso. Debería hablar con él sobre lo malo que son los celos en una relación. — Harry era la serpiente, Abby, no podemos culparte. Aunque deberías haberlo dicho, por mucho que asustara.

— ¡Ron! — dice Harry, y descubro como no sabe guardar ni un mísero secreto.

— ¡Harry eso es muy serio! — dice Hermione, y yo la apoyo. —Tienes que hablar con Dumbledore cuando volvamos a Hogwarts.

— Él ya lo sabe, Hermione, por eso el señor Weasley está vivo y en el hospital —dice Harry y en el segundo en el que lo dice se da cuenta. — Abby, no quería decir que es tu culpa, lo siento.

— Lo es, no te preocupes.

Se oyó un crac y los gemelos aparecieron justo en el último escalón, sobresaltando a Hermione y a mí. Ya entendía porque todos estaban hartos de que pudieran usar magia fuera de Hogwarts, y menos mal que no había pasado el verano con ellos.

— En eso estamos de acuerdo, Stone, sí que es tu culpa. — Dijo Fred, sin sorprenderme ni un ápice. Sin embargo, la expresión de George sí que me asombró, no parecía estar de acuerdo con su hermano y también parecía que iba a contradecirle, pero la señora Weasley apareció y decidió que era mejor cerrar la boca.

— ¿Estáis todos preparados? Nos vamos ya.

El viaje a San Mungo se me hizo eterno, el metro no era uno de mis lugares favoritos ya que me solía marear, así que llegué con ganas de vomitar, por lo que lo primero que hice fue pedir la dirección del baño. Hermione me acompañó amablemente después de enterarse de la planta donde estaba el señor Weasley ingresado, y se dedicó a alejar a los medimagos que insistían en hacerme una revisión para ver si estaba todo en orden.

Cuando llegamos, vi a un señor Weasley mucho más animado de lo que puede estar alguien cuando ha estado tan cerca de la muerte. No dejaba de hablar de remedios muggles que había probado para intentar sanar las heridas, y en el momento en el que vi que la señora Weasley lo oía salí corriendo de la habitación.

— ¿Tú también huyes de mi madre? — Bill Weasley, a quien no había visto desde los mundiales del año pasado, llegó con un café por el pasillo. — Creo que se ha debido enterar ya de que papá ha intentado probar los puntos muggles.

— Le estaba empezando a regañar cuando he salido. — Sonrío sin poder evitarlo. Puede ser que, durante algunos meses de mi vida, hubiera tenido un pequeño crush en Bill. Aunque para ser honestos, también lo había tenido con Charlie. — ¿Cómo has estado?

— Bastante bien, ahora trabajo en Gringotts. ¿Qué tal te va Hogwarts? ¿Consigues hacer algo con mis hermanos cerca?

— Sí, aunque ahora que no me hablan voy a poder hacer muchas cosas más.

— ¿Los gemelos no te hablan? — Bill estaba sorprendido, y yo asentí, no había mucho más que decir. — ¿Fred y tú habéis roto o qué?

— ¡Fred y yo no salimos! — Chillo, y una de las enfermeras que está al otro lado del pasillo me mira mal. Realmente mal.

— Pensaba que sí. De hecho, juraría que Freddie está completamente enamorado de ti.

— Deshacer tantas maldiciones te ha frito el celebro, Bill.

— Puede ser—me concede, encogiéndose de hombros.— ¿Qué es lo que ha pasado entonces?

— Bueno, es un poco largo de contar y...

— No te preocupes, la bronca de mamá durará bastante tiempo. —Empieza a andar hacia la pequeña sala de espera que hay en la planta y yo le sigo. —Cuando quieras puedes empezar.

— Vi como a tu padre le atacaba la serpiente, hace dos meses. — Decido que lo mejor que puedo hacer es ser sincera e ir al grano. Y viendo la cara de Bill, quizá me he pasado.

— ¿Qué? — El café de Bill se cae al suelo, salpicando todo así que, para evitar molestar a las enfermeras, saco la varita y limpio el estropicio que he liado de manera indirecta.

— Oh, sí, se me olvidaba, veo el futuro. — Veo la máquina de café mágico al otro lado de la sala y aprovecho para ir a por uno, dejando un poco de tiempo para que Bill asimile lo que acabo de decir. En cuanto vuelvo, sigue mirándome, sorprendido.

— ¿Eres vidente?

— Se me podría llamar así, supongo. No me siento muy cómoda con el termino si te digo la verdad. — Le tiendo el nuevo café y el lo coge para beberlo de un trago.

— ¿Por qué no dijiste nada? Tiene que haber una explicación, te conozco, sé que no te hubieras quedado quieta dejando que mi padre sufriera — dice Bill, y da justo en el clavo, había sabido conocerme a pesar de habernos visto pocas veces durante los veranos.

— Bueno, enviar una carta que diga "Hola señor Weasley, va a ser atacado por una serpiente en un pasillo, tenga mucho cuidado no vaya a ser que muera. Saluda a la señora Weasley de mi parte, Abby" no da muy buenas vibraciones. 

— No es tu culpa, ignora a mis hermanos, pronto se les pasará y podréis volver a ser los tres mejores amigos que erais — Bill me abraza y se levanta de la silla para tirar el vaso de papel. Luego me tiende una mano para que vaya con él hasta la habitación, donde Molly sigue teniendo cara de enfado, pero al menos está más tranquila.

— Oye, mamá, papá, Abby tiene algo que explicaros — dice Bill, que me vuelve a abrazar para darme ánimos y se va.

— ¿Qué pasa, cielo? —La voz amable de Molly hace que me rompa, pero trato de evitar que las lágrimas salgan.— ¿Es por lo de que lo habías visto todo?

— Es mi culpa que esté aquí señor Weasley, lo vi hace meses y no dije nada. — Mi voz se rompe cuando llego a la última frase y la señora Weasley solo suspira, mientras que el señor Weasley se mantiene serio y callado. — Pensaba que tenía más tiempo, estas Navidades se lo iba a contar en persona, no quería que fueran asustados por una carta.

— Oh, cielo, ¿te lo has guardado para ti misma todo este tiempo? —pregunta la señora Weasley, y cuando me ve asentir me abraza.

— Molly, déjala respirar, estaba a punto de llorar cuando lo ha dicho — dice el señor Weasley, y Molly me suelta. —Por mucho que nos lo hubieras avisado, no sabíamos la fecha exacta así que si no hubiera sido yo podría haber sido cualquier otro que estuviera haciendo guardia esa noche. Además, me has hecho experimentar la medicina muggle y creo que no lo voy a repetir.

— ¡Ten por seguro que no lo vas a hacer! — La señora Weasley levanta la voz, pero cuando ve como el señor Weasley sonríe, no puede evitar sonreír ella también.

— Sabía que iba a vivir, señor Weasley, eso fue otro de los factores que me hicieron no enviar la carta. De nuevo, lo siento mucho, si no hubiera sido por mi estupidez seguro que ahora estaría bien y en casa por Navidad.

— Bueno, va siendo hora de que nos vayamos de vuelta a casa — interrumpe la señora Weasley, limpiando mis lágrimas lentamente mientras que el señor Weasley sonríe amablemente. —Creo que Bill se va a quedar de nuevo esta noche, le preguntaré. Si no vendré yo después de que deje a todos en la casa con una cena decente, no confío en las habilidades de Canuto para cocinar.

La señora Weasley se despide del señor Weasley y yo la sigo hacia la salida. Bill está fuera hablando con los gemelos y cuando Molly le ve, ambos empiezan a hablar sobre qué van a hacer esta noche. Al final, Bill es quien se quedará durmiendo en el hospital de nuevo mientras que los demás volveremos a Gimmauld Place.

Llegar es, de nuevo, un horror para mí, pero por lo menos esta vez no vomito. Ayudo a la señora Weasley junto con Ginny a preparar la mesa, mientras que Harry, Ron y Hermione se dedican a pelar patatas y los gemelos a cortar verduras. Aunque de nuevo intentan hacerlo con magia y la señora Weasley les grita y después les confisca las varitas. Todos sabemos que en un rato las tendrán de vuelta, pero por lo menos ya no tendremos que preocuparnos por los cuchillos voladores.

Sirius aparece cuando casi hemos terminado de cenar. Coge un plato y entonces vuelve a desaparecer. Harry trata de seguirle, pero cuando se va a levantar de la mesa una mirada de la señora Weasley vale para que vuelva a sentarse, aunque a los pocos segundos todos terminamos y los gemelos dicen que van a fregar los platos, así que yo me escaqueo escaleras arriba junto con Hermione y Ginny, que no olvidaban que todavía tenía muchas cosas que contarles.

— ¿Cuántas muertes has visto? — pregunta Hermione en cuanto la puerta está cerrada.

— Solo sé cómo va a morir exactamente Fred.

— Sabes a qué me refiero.

— Sé que van a morir más de cincuenta personas —murmuro, tratando de que sea demasiado bajo como para que no se me oiga, pero en el silencio de la habitación parece que retumba.

— ¿Ganaremos? —pregunta Ginny, y yo me encojo de hombros. Que muera Voldemort no significa que vayamos a ganar, sobre todo con tantas perdidas.—¿Y Harry? ¿Qué va a pasar con él?

— No lo sé Ginny, mucha gente va a morir, no sé si eso es ganar. 

— ¿Por qué no confías en nosotras para contar las cosas?

— No puedo contároslas, os afectarían demasiado, querríais cambiar las cosas y...

— ¿Se lo cuentas a alguien? — me interrumpe Ginny, y yo asiento. — ¿Tus amigas de Ravenclaw? ¿Qué tienen ellas que no tengamos nosotras?

— Van a morir — murmura Hermione, y da justo en el clavo. — Por eso lo haces, confías en ellas a ese nivel porque has visto sus muertes.

— ¿Y te rindes y se lo cuentas? — dice Ginny de pronto, haciendo gala de su carácter combativo.

— ¿Qué me rindo? ¿Tienes alguna idea de lo que supone ver las muertes de personas que quieres? ¡No todos somos valientes Gryffindor dispuestos a dar su vida por miles de personas y aun así voy a dar la mía por tu hermano! — Cojo mi libreta negra y le arranco las dos páginas con los nombres de los que van a morir para luego lanzársela a Ginny. —Corre, busca la muerte de tu hermano, está marcada con las esquinas dobladas. ¡Mira las malditas anotaciones que tiene!

Cojo la cazadora de Fred y salgo de la habitación dando un portazo. No puede decir que me he rendido, no lo he hecho y nunca lo voy a hacer. Me guardo las hojas rápidamente en el bolsillo y decido que voy a dar una vuelta nocturna ya que necesito despejarme. En Hogwarts salía a la sala común y me asomaba por la ventana, pero el cuartel de la orden no las tiene, así que la única opción posible es salir por la puerta, evitando hacer ruido para que el retrato no despierte a todo el mundo. Pero Sirius Black está en el rellano, mirando la puerta.

— No te recomiendo salir ahora, Abbigail, lo más probable es que en cuanto se abra la puerta mi madre empiece a chillar —dice Sirius, sin girarse, así que suspiro y me voy al salón. Odio estar encerrada. Odio que me llamen por mi nombre completo y no el diminutivo. — Eres igual que tu madre.

— ¿Por qué no me dijisteis nada?

— Estuve con ella cuando tuvo la visión sobre ti, justo después de que nacieras.

— ¿Vio mi vida? —Sirius asintió y solté el aire que había estado conteniendo. — ¿Y mi padre?

— Me gustaría decirte que lo sé, pero sería mentira. Allison nunca nos dijo nada, y tampoco quisimos preguntar.

— ¿Quiénes?

— Lily, James, Remus y yo. — La noticia me pilla por sorpresa cuando oigo los nombres de los padres de Harry y el de Remus, aunque no pasa desaparecibido como evita decir el nombre de Peter. — ¿Nunca te contó que nos conocía?

— No hablaba mucho con ella. Pensaba que solo era una misión de la Orden, no que era mi madre.

— Ella no quiso que te lo contásemos, dijo algo de que era demasiado peligroso. ¿Hubieras vuelto a Hogwarts sabiendo que tu madre estaba en peligro de muerte? — pregunta Sirius, y yo niego, aunque supongo que él ya sabía la respuesta. — Tu madre quería que terminases Hogwarts, con las mejores notas si era posible.

— Tampoco creo que tenga que preocuparme por las notas, ¿no? Ya sabes como va a ser mi vida, supongo que sabrás que moriré pronto.

— ¿Qué quieres decir?

— Bueno, no veo más allá de una fecha en concreto, así que supongo que moriré. — Me encojo de hombros y entonces Sirius empieza a reír. — ¿Qué es tan gracioso?

— La manera en la que, incluso muerta, Allison trata de protegerte. —Me quedo callada, tratando de entender lo que está diciendo, pero él sigue hablando. —Te oculto de tus propias visiones.

— Pero me veo en ellas — digo, confusa, y Sirius se levanta del sofá donde estaba sentado.

— ¡Es imposible! —Su pequeño grito logra despertar a la casa entera, haciendo que todos salgan a la escalera a ver qué pasa.

— ¿Ha pasado algo? —Se oye gritar a Ron, mientras que se oyen pasos en las escaleras.

— ¡Sirius ha gritado! — contesta Ginny desde la primera planta. — ¿Alguien ha visto a Abby?

— ¿Cómo que si hemos visto a Abby, Ginny? — Oigo la voz de la señora Weasley, y pronto aparece en la escalera, junto con e inconfundible sonido de una aparición que resultan ser los gemelos.

— ¿Vamos a tener que pelear contra algo? —dice Fred, con la varita en alto.

— ¿Qué es lo que ha pasado, Sirius? —dice Molly, tratando de mantener una calma que sé que no tiene. — ¡Todos a vuestras habitaciones, ninguno sois parte de la Orden!

— ¿Por qué se queda ella? —pregunta Fred, señalándome.

— Señalar es de mala educación —le contesto, y veo como viene hacia mí.

— Ocultar información también.

— ¿Sigues con lo mismo?

— Seguiré con lo mismo hasta el día que me muera. — Quiero contestarle, pero me muerdo la lengua con fuerza, parando justo a tiempo y evitando que la boca me sepa a sangre.

— Vete al infierno.

— Con solo estar cerca de ti lo estoy.

— Los dos, parad. Fred, a tu habitación, Abby, al salón. —Ordena la señora Weasley, pero ninguno de los dos nos movemos. — ¡Ahora mismo!

Fred se desaparece y yo me giro para volver al salón, donde Sirius está sentado de nuevo, frotándose las sienes con los dedos. Me siento a su lado de mala gana, sigo molesta por lo de Ginny, y ahora por lo de Fred. Encima resulta que es imposible que vea mi futuro y creo que me voy a quedar sin saber el motivo.

— ¿Qué es lo que ha pasado?

— Abbigail ve su futuro, Molly.

— ¡Por las barbas de Merlín, deja de llamarme Abbigail! —grito, descargando mi mal humor sobre Sirius, que lo único que ha hecho es no contarme qué pasa conmigo.

— Eso no es posible, Allison lo dijo.

— Dice que lo ve. Sé que es imposible, yo estaba allí cuando hizo el hechizo, este verano debería haberlo repetido.

— Abby, cielo, ¿qué es lo que has visto? —pregunta con miedo la señora Weasley.

Me quedo callada, sin saber como contestar. No puedo decirle que he visto a uno de sus hijos muerto. Tampoco quiero decirles que he visto a gente muerta. No puedo mencionar a Tonks o al profesor Lupin. Solo me quedan mis amigas.

— A mis amigas, muertas. Hermione consolándome —murmuro, y la señora Weasley me abraza como me hubiera gustado que lo hubiera hecho mi madre. —¿Por qué no debería ver mi futuro?

— Tú madre lo vio, no quería que sufrieras todo lo que ibas a sufrir, así que trató de protegerte — dice Sirius lentamente, como si midiera sus palabras sobre lo que iba a decir.

— No sigas, ya sabe bastante.

— Molly, es su vida y ya no es una niña. 

— ¡Me da igual! Allison me dijo que la cuidase, y es lo que pienso hacer, Sirius.

— ¡No puedes proteger a todos!

Me levanto del sofá y salgo corriendo escaleras arriba. No quiero ir con Ginny y Hermione, no puedo ir con los gemelos y Ron y Harry son descartados automáticamente. Ir a la habitación del hipogrifo tampoco es una opción, desde que los vi a lo lejos solo sentí terror hacia ellos, así que me escondo en una habitación con una decoración demasiado verde para mi gusto y que está cerrada con llave, pero no hay nada que un buen alohomora no pueda abrir.

— Maldita sangre sucia, si la ama lo viera. Y esos traidores ensuciando todo lo que pisan...

— Kreacher, cierra la boca — murmuro desde la cama, pero él no se inmuta y sigue murmurando y cogiendo cosas de la habitación. — ¡LARGO!

— Ve a otro lado de la casa, Kreacher. — Dice Sirius cuando abre la puerta, y al elfo no le queda otra que hacer caso, por lo que desaparece con un chasquido y un montón de cosas en sus brazos. —Sal de aquí, vamos.

— No me da la gana.

— Deja de ser una cría.

— Es como me estabais tratando.

— Ha sido Molly.

— Mira quien es el crío ahora.

— Abbigail, de verdad, sal de aquí ahora mismo. No te puedo contar más de lo que me ha dejado Molly, pero te prometo que te contaré todo lo que sospecho.

— Primero me lo cuentas, luego me voy — Sirius suspira, pero entra dentro de la habitación y se sienta en la cama, así que yo hago lo mismo.

— Esta era la habitación de mi hermano Regulus, se unió a los mortífagos cuando tenía dieciseis años— empieza a contar Sirius. — Tu madre me dijo que confiara en mi hermano, que sabía lo que había pero nunca me explicó nada y ahora él está muerto, al igual que tu madre. Ella vio algo en él y nunca no los contó, pero confiaba en mi hermano, se hizo su amigo hasta que él desapareció, supongo que estará muerto. 

  — ¿Por qué me cuentas esa historia?  

— Pensaba que te gustaría saber más cosas sobre ella y su forma de utilizar las visiones— dice, pero le miro fijamente y él solo suspira. —Creo que el hechizo que puso tu madre no sirvió para nada.

— Eso ya lo sabía, capitán obvio.

— Eres más poderosa de lo que vio tu madre. — Sirius sigue sin haberme resuelto nada, eso ya lo tenía claro, me lo dijo ella misma. — Escucha, de verdad que quiero decirte lo que sé, pero no puedo, tu madre me hizo prometer que no te lo contaría.

— Mi madre está muerta —le recuerdo, y veo como hace una mueca. —Si yo tuviera una hija así, por mucho que le hubiera dicho a todo el mundo que no le contara nada, esperaría que no me hicieran caso y la ayudaran.

— Por eso no te lo cuento, no te va a ayudar, Abbigail.

— ¡Que no me llames Abbigail!

Una vez cuando tenía cinco años me enfadé tanto con uno de mis compañeros en el orfanato que hice estallar una ventana por la magia descontrolada. Desde ese momento evité enfadarme todo lo posible para no tener que volver a pasar por eso. No quería volver a ver a nadie cubierto de cristales. Ahora, con casi dieciocho años había hecho estallar la ventana que había en esa habitación, haciendo que los cristales saltaran en todas direcciones. Algunos acabaron en mis brazos e incluso uno llegó a cortarme la ceja, pero el único que salió realmente perjudicado fue Sirius. O, mejor dicho, su mejilla izquierda.

— ¿Qué ha explotado? — La señora Weasley aparece en la puerta, con todos los demás detrás. — ¡Al salón, los dos! No os quitéis los cristales, las heridas podrían empezar a sangrar más.

— Tienes que estar llamando la atención de forma constante, ¿verdad?

Oigo las palabras de Fred a los lejos, pero sigo andando hacia el salón, aunque cada paso me va costando más y más. Empiezo a notar como la sangre me baja por los brazos, y cuando pongo el pie en el primer escalón, sé que voy a bajar las escaleras rodando. 

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