Capítulo 4: Feliz inicio de tu esclavitud.
Un viaje al pasado casi nunca es bueno.
La casa de los Campbell en Corpus Christi ha estado inhabitada por un tiempo. Aunque se encuentra limpia porque alguien debe venir a asear de vez en cuando, el aire que se respira dentro de ella delata su desuso. Algunas moléculas de polvo que hacen estornudar a Savannah mientras recorre su interior, haciéndome fruncir el ceño mientras dejo las bolsas con las compras que hicimos de camino aquí sobre el mesón.
Este sitio me trae muchos recuerdos, un noventa y nueve por ciento de ellos indeseados.
En lo que a mí respecta, hay mejores lugares en los que podrían estar, pero sé que sus gustos son lujosos y sencillos y que ni siquiera pasará por su mente quedarse en otro lado teniendo algún tipo de disponibilidad aquí. También independencia y libertad de mí. A pesar de provenir de una familia de dinero, Savannah nunca ha evidenciado ningún tipo de ambición por demostrarlo. Cuando éramos más jóvenes estaba hambrienta por hacerse su propio nombre y casi nunca mencionaba el estatus que le confería ser la única hija de un matrimonio relativamente exitoso, lo que siempre respeté porque incluso yo recurrí, en cierta parte, al mérito de los Reed para surgir. Destruí a mi padre y construí un imperio a partir de las cenizas, sí, pero conservé su apellido.
Me hubiera gustado hacerlo, pero mi publicista me sugirió no renunciar a él para poder usar la historia de cómo mi abuelo llegó a este país, en un contenedor con una esposa embarazada, como estrategia de marketing. Al parecer su desgracia es atrayente e inspiradora.
─¿Estás segura de que quieres quedarte aquí? ─La mirada que me dirige responde por ella─. Te equivocas. No te estoy invitando a quedarte conmigo. ─Alza las cejas, luciendo ofendida. Su comportamiento me desquicia. Si la invito se indigna, pero si no lo hago también. Aunque lidiar con ella y sus sentimientos siempre fue una experiencia intensa y descontrolada, temo que estando embarazada sea peor. Soy ateo, así que le pediré a mis allegados que recen por mí. A la perra cristiana de Pauline─. Me refiero a que podrías quedarte en un hotel y ser bien atendida. Tener a alguien que te cocine todo el día o esclavos que te masajeen los pies. ─Me encojo de hombros ante su mirada de horror─. Lo que quieras correrá por mi cuenta. Estos meses serán una mierda para ti, así que me haré cargo de lo que pueda. Así eso sea solo pagar las cuentas.
Savannah desciende la mirada hacia su vientre, acariciándolo.
─Te di un padre que se expresa tan cruelmente de los demás. Perdóname, por favor. ─Me mira con recriminación, a lo que las comisuras de mis labios tienen el deseo de levantarse, pero lo contengo. Prefiero lidiar con su drama a tratar con una mirada gris triste y apagada. Por otro lado, ¿desde cuándo es tan políticamente correcta? Creo recordarla un poco más miserable, al igual que yo. Lo que sí no ha cambiado es la facilidad con la que me dice las cosas, con la que me lleva la contraria. La calma. Por lo general todas las personas a mi alrededor son temerosas. Ella no─. Actualización del 1865: no puedes decirle esclavo a otro ser humano, Tanner. Es inhumano de tu parte.
Me encojo de hombros.
─Yo no los esclavicé. Son esclavos del sistema, no mis esclavos.
─Son trabajadores.
─Si tú insistes en darle la razón al bajo salario que reciben a cambio de entregarle tres cuartos de su vida al capitalismo en el que vivimos, está bien.
Pone los ojos en blanco.
─Tú te beneficias de ese capitalismo.
─No lo niego, pero intento compensarlo dando más vacaciones y mejores bonificaciones.
Alza las cejas, acercándose para empezar a guardar lo que compramos en la despensa y en el refrigerador, pero niego y se mantiene lejos. A partir del momento en el que nos bajamos del auto, se asegura de que existan al menos dos metros de distancia entre nosotros. Esta es la primera vez que se acerca tanto. Respeto su espacio, pero rápidamente noto su ausencia y casi me arrepiento de estarme comportando como su esclavo tomando cualquier tipo de esfuerzo físico o tarea por ella porque mi cuerpo la anhela. La prefiere cerca así eso me haga sentir al borde de la muerte.
La cruda verdad es que seré su esclavo, encadenado a sus deseos, antojos y necesidades, hasta que nuestro bebé nazca bien, y después también.
Su bienestar depende de la felicidad de Sav.
Por experiencia propia sé que una madre infeliz se traduce a un niño amargado y más tarde a un adulto detestable que todo el mundo odie, no es que me sienta mal por serlo. Eso no quiere decir, sin embargo, que quiera lo mismo para mi hijo.
─¿A cambio de qué?
Touché.
─De cuatro cuartos de su vida en lugar de tres.
─¡Tanner!
Me encojo de hombros. Era temprano cuando la saqué de Dallas, pero hicimos unas cuantas paradas de camino aquí. Son las cinco. Puede querer una merienda o una cena, así que podría pedirle a mi mayordomo que venga a cocinar o ver algún tutorial en Youtube que me explique cómo preparar algo decente.
─¿Tienes hambre?
Savannah parpadea ante mi cambio de tema, su mirada suavizándose y sus mejillas llenándose de un tierno rubor. Un poco de fragilidad le sienta bien. No tanta, tan solo un poco. Lo suficiente como para permitirle a un idiota como yo cuidarla.
─Sí.
Tomo una honda bocanada de aire, procesando las palabras dentro de mi mente antes de decirlas en voz alta:
─¿Quieres que prepare algo para ti?
Nunca he preparado algo para alguien antes, no con mis propias manos.
Parpadea.
─¿Sabes... cocinar?
─Sí.
Al menos lo suficiente para no morir de hambre.
Aunque no se ve completamente segura balanceándose sobre sus pies, todavía usando una bata de dormir y mi chaqueta, asiente y se sienta en el taburete frente a mí. Sus mejillas están teñidas de rojo, como si le avergonzara tenerme en frente.
─Está bien.
─¿Qué quieres? ─pregunto mientras inspecciono los gabinetes.
Se siente extraño interactuar con ella después de todo por lo que hemos pasado juntos o separados y no sé si es algo que hubiéramos escogido hacer de manera voluntaria, en realidad estoy seguro de que no habría pasado de forma voluntaria, pero ahora estamos en la obligación de hacerlo. Cometimos un error en nuestro peor momento, volvimos a caer en nuestro juego, y estas son las consecuencias.
El problema es que no me molesta para nada enfrentarlas.
A ella, por el contrario, la están destruyendo.
─Galletas. ─Se desinfla─. Pero no compramos, habría que prepararlas desde cero y...
Mantequilla.
Azúcar.
Huevo.
Harina.
Empiezo a buscar los ingredientes, sabiendo el sitio en el que están porque yo los puse ahí. Savannah parpadea mientras me observa, como si no lo creyera, y siento mis mejillas arder en consecuencia. Por lo general no soy capaz de sentir más que ira, desprecio y ambición, pero a su lado todo eso cambia. Me vuelvo un ser humano.
Me vuelvo vulnerable y no lo soporto una maldita mierda.
Me doy la vuelta, evitando que me vea mientras me arremango la camisa y busco la maldita receta en internet. Pasan minutos, casi media hora, hasta que consigo una masa relativamente decente. Estaba tan concentrado en ello que no me di cuenta de si se levantó o no, ni quise saberlo, pero al girarme la descubro mirándome fijamente desde el sitio en el que la dejé. Mi pecho se aprieta, dejándome sin aire.
Hay muchas cosas que quiero decirle, pero que jamás saldrán de mí.
Una de ellas es que no me importa cómo venga al mundo, si será hombre o mujer, su color de piel o su contextura, pero que espero que nuestro hijo herede sus ojos grises. Que internamente se parezca más a ella que a mí. Que no le de miedo sentir, arriesgarse y equivocarse. Perseguir los estúpidos impulsos de su corazón. Porque si yo lo hubiera hecho, la historia hubiera sido completamente diferente para nosotros tres.
No seríamos una familia rota.
─En internet dice que estarán listas en quince minutos. Son de mantequilla porque no tenemos chispas. ─Me inclino sobre el mesón─. ¿Por qué no esperas en el sofá? ─No responde, a lo que mi ceño se frunce con preocupación─. ¿Savannah? ¿Te pasa algo?
Sav parpadea, negando y levantándose del taburete.
─Lo siento, pero ya no tengo hambre. Estoy cansada. Puedes dejarlas en el mesón y me las comeré después. También puedes irte. Debes... debes estar cansado. ─Su voz es un hilo que casi no se escucha─. Podemos almorzar mañana para planificarlo todo. ─Evita mi mirada mientras se gira y se dirige al pasillo en el que se encuentran las habitaciones, su cabeza ligeramente gacha. Antes de entrar a su habitación, sin embargo, la escucho murmurar─: Buenas noches, Tanner. Muchas gracias por... todo.
Un enorme sentimiento de frustración me llena mientras respondo.
─Buenas noches.
Una vez la escucho entrar en su habitación, me tomo el atrevimiento de salir de la casa de playa de los Campbell y de contemplar la playa desde ese mismo maldito lugar de años atrás. El mar en esta parte del pequeño pueblo costero sigue siendo violento y profundo, no navegable, pero también inolvidable.
Como nosotros.
Una vez termino mi sesión de meditación y auto-aborrecimiento, me giro hacia el interior de la casa y maldigo al ver humo escapando del horno. No hay manera en la que vaya a permitir que tanto mi hijo como Sav ingieran bazofia, así que saco el teléfono de mi bolsillo y marco el número de mi mayordomo. Este me responde a los segundos, lo cual lo salva de una amonestación, y soy capaz de escucharlo a pesar de que al sonido de su voz se le añade el de una novela italiana de fondo.
─Hola, querido jefe, ¡¿cómo está?! ¡¿Cómo está el futuro bebé?! ¡Estoy seguro de que será un niño tan amable y agradable como usted!
Pongo los ojos en blanco.
─Smitter, necesito que prepares un menú completo de dulces, sobre todo galletas con chispas de chocolate, y lo tengas listo para enviarlo a una dirección en... ─Reviso mi reloj. Sav probablemente tome una siesta y luego despierte hambrienta. Su cuerpo necesita combustible mientras crea a nuestro hijo─. Más o menos media hora. También algo de cenar que sea saludable y bueno, pero delicioso, para una mujer embarazada.
─¡Señor, es muy poco...!
─Contrata a alguien más si lo necesitas, pero lo quiero en ese tiempo.
─¡Media hora para cocinar y contratar a alguien! ─Se lamenta─. ¡Señor...!
─Te aumentaré el salario si lo logras.
Silencio.
─¡Es tiempo más que suficiente, Señor! ¡Smitter lo logrará! ─Lo escucho aplaudir─. ¡Todo sea por el bebé Reed! ¡Ese pequeño ángel!
Y antes de que pueda decirle algo más, cuelga.
*****
Una vez Smitter y yo terminamos de llenar la cocina de la casa vacacional de los Campbell con comida ya preparada, tanto postres como comida saludable, lo dejo a cargo de la tarea de realizar una exhaustiva limpieza y le escribo una nota a Sav, la cual espero que lea antes de que lo vea y se asuste.
Te mentí. Sí tengo un esclavo. Te lo presto hasta que este lugar sea un entorno apto.
Y antes de que protestes, mi hijo no olerá polvo.
Ni tú harás una mierda.
Si necesitas algo más, pídeselo a él.
O a mí.
Que estés bien.
Mi despedida en la nota es una basura, pero no se me ocurre nada más para decir, así que la dejo de esa manera sobre la mesa. No sería yo si escribo algo como besos o abrazos o con amor. Smitter está limpiando los baños para cuando salgo de la casa y me dirijo a mi auto. Quince minutos después estoy estacionando en uno de los únicos restaurantes decentes de la zona, preparado para una reunión que pensé que terminaría cancelando si Savannah insistía en quedarse en Dallas. Habría sido complicado el traslado de las oficinas principales de Reed Imports allí tomando en consideración que es una ciudad sin acceso al mar, pero lo habría hecho. Si ella se hubiera rehusado a moverse, me habría mudado allí por mi hijo.
Nadie, ni siquiera Savannah, me separará de él.
—Buenas noches —saludo a todos a penas llego, consciente de que estoy cuarenta y cinco minutos tarde cuando me caracterizo por ser alguien puntual o que se iría si mi contraparte se retrasa, incluso si soy quién lo necesita.
Pero mis prioridades han cambiado.
Ahora bebé ébano está primero, Sav y sus emociones fuertes, luego mi muelle.
Luego el resto del mundo.
—¿Buenas noches? ¡Casi buenos días y casi feliz navidad y año nuevo también, Reed! —se queja Benjamin Cox, el alcalde de Corpus Christi, apenas me deslizo en mi asiento.
Le dije a él y a sus amigos políticos y funcionarios que pidieran lo que quisieran mientras llegaba y que todos los gastos de la cena correrían por mi cuenta. Al parecer eso no fue suficiente como para reparar mi ofensa.
La verdad es que no me interesa.
Tampoco tengo ánimos para aparentar que sí. Aunque Savannah está durmiendo en este preciso instante de acuerdo con los informes que le pedí a Smitter que me enviara cada diez minutos, podría estar haciendo algo mucho más valioso que jugar al gato y al ratón con un puñado de imbéciles.
—Espero que tengas una buena excusa para habernos hecho esperar tanto tiempo —prosigue Rex Bailey, uno de los candidatos republicanos para el senado parte de nuestro estado bastante favorecido en las encuestas.
Asiento, pidiendo un trago de whisky de la botella que pidieron y que pagaré con mi dinero, pero que aun así ven como si estuviera robando.
—La tengo.
Bailey alza las cejas.
—¿Y cuál es?
—No es de tu incumbencia.
Sus mejillas se tornan rojas.
—Bien. Si esa es la importancia que le das a tu proyecto, imagino que estarás bien con el hecho de que los permisos que necesitas tomen... su tiempo habitual. —Eso es más lento de lo normal si los hago enojar. Burocracia hija de puta. ¿Por qué simplemente no me dicen cuánto quieren y ya? Se los haré llegar así sea con una paloma mensajera, de billetes de uno en uno, para que no los acusen de corruptos—. Y esta reunión está dada por terminada.
Hace ademán de levantarse, ante lo cual los demás lo siguen, pero los detengo. Bailey, al igual que Sav, proviene de Houston, pero este hace todo lo posible para dejar en claro la familia de clase alta de dónde viene con cada movimiento de su cuerpo. Con cada respiración. Desde su reloj a la punta de sus mocasines, el viejo ya se proyecta a sí mismo en el senado. No puedo culparlo. Su competencia, una mujer y un afroamericano, no es tan buena.
No me malentiendan.
No se trata de que sean una mujer y un afroamericano, sino que estos no tienen las armas correctas para pelear contra alguien como él. No en un siglo dónde la desigualdad de género, el racismo y la xenofobia parecen estar de vuelta y políticos como Bailey saben cómo usar eso a su favor. En comparación, no tienen oportunidad alguna. El sujeto está empezando campañas a favor de la deportación y otros temas relacionados a los inmigrantes que harían que Savannah me dejara de hablar de llegar a enterarse que lidio con tipos como él, pero que son de interés para cierto porcentaje de estadounidenses raza pura, de ojos azules y cabello rubio, con sótanos con altares de Donald Trump.
Lamentablemente soy un empresario y no debo dejarme llevar por ninguna ideología. Los políticos van y vienen, pero mi muelle se quedará aquí por un tiempo mucho más largo del que cualquiera en esta mesa tendrá en la tierra, incluyéndome. Cabe recalcar que todos los políticos, de derecha o izquierda, ven a las personas como carne de cañón. El día que surja alguien a quien realmente le importe el prójimo cambiaré de opinión, pero eso no parece estar a punto de suceder. No desde que Cristo murió crucificado. Mientras tanto, el tener que lidiar con tipos así de desagradables son gajes del oficio.
Tras tomar una honda bocanada de aire, hago que todos se congelen.
—Mi padre murió. —Ojalá—. Por eso no llegué a tiempo. Estaba reconociendo su cuerpo. Lo encontraron descuartizado en un basurero. Los gatos se lo estaban comiendo. Arañando sus vísceras y degustando sus retinas. —Sus miradas pasan de enojadas a llenas de vergüenza y pena. De uno en uno se acercan para darme el pésame y niego, invitándolos a volver a sentarse. Lo hacen con cierta incomodidad e incertidumbre. Para ser políticos son bastantes malos detectando mentiras o manejando situaciones como estas. Bailey es el único que me contempla más de la cuenta, como si no estuviera seguro de si usaría o no la vida de mi padre de esa manera—. Pero no estamos aquí para hablar de mi vida personal, sino de cómo la creación de un muelle puede favorecer a la comunidad de Corpus Christi generando alrededor de trescientos empleos en el primer trimestre posterior a su apertura, más oportunidades de inversión y un exponencial crecimiento del turismo al convertir nuestra pequeña comunidad en un destino para los cruceros.
—¿Cómo planeas que el turismo crezca si contaminas el mar? —pregunta el alcalde, lo cual es válido.
De todos los presentes en la mesa, es a quién más tolero.
Es un tipo regordete y pelirrojo de pecas, cuya fortuna proviene de la pesca de sardinas, por lo que no hay que conmoverse por su preocupación. Ese es motivo por el cual le interesa que no ensucie sus aguas. No la fauna por sí misma u otra especie animal.
—Mis barcos no contaminan. Son de última tecnología. En lugar de tener motores, tienen ballenas tirando de ellos alrededor de todo el Atlántico. —Todos me creen o se mienten a sí mismos para sentirse menos culpables de asesinar al medio ambiente a cambio de aceptar mi dinero, así que aclaro mi sarcasmo—: Creé un canal que no entra en contacto directo con el mar y todos mis desagües tienen una planta purificadora que le devuelve su pureza al agua antes de regresarla al medio ambiente. Puedo añadir comida para los peces si quieren y ya tengo la aprobación de los organismos correspondientes. —Hans, mi viejo dealer, me ayudó a planificarlo. Nos conocemos desde la universidad y en la actualizad dejó de vender drogas para salvar a tortugas en peligro de extinción. Por cada una que rescata, se libera del peso de un muerto por sobredosis—. Solo me hacen falta los permisos para construir el edificio principal sobre tierra. La infraestructura será liviana, así que solo necesitaremos de seis a ocho meses para ponerla en marcha.
Si todo inicia ya, estará listo para cuando mi hijo nazca.
—¿Y qué sacará el partido de todo esto? —pregunta Bailey, a lo que inclino mi cabeza hacia él, agradecido de que acelere esto.
—Mi apoyo silencioso durante tu campaña para el senado.
Sus ojos azules brillan.
—No es suficiente.
—¿Qué quieres?
—Queremos acciones.
Hago una mueca, negando.
—No.
Reed Imports es exclusivamente mío. No tengo socios o inversores.
Y de tenerlos, no serían políticos.
Específicamente, no él.
—Entonces no hay nada que discutir. —Se levanta, abrochando su chaqueta—. Suerte consiguiendo tus permisos en otra parte, Reed. —Sus ojos ríen mientras palmea mi hombro antes de irse—. Y lo lamento por tu padre.
De uno en uno el resto lo sigue, incluido el alcalde.
Mierda.
****
Me levanto de la mesa una vez me termino la botella de mil quinientos dólares que pidieron. La ira no permitió que me fuera sobrio del restaurante, así que me tambaleo un poco de camino al estacionamiento, gruñendo cuando identifico a una multitud caminando en las calles. Todos, niños y adultos, están vestidos de blanco y piden limosna. Una secta católica. Intento entrar a mi auto y arrancar antes de que me alcancen o me encuentre con la perra cristiana de Pauline, pero mis llaves se caen y uno de ellos me intercepta.
—Buenas noches, señor. Estamos recolectando donaciones para modernizar un poco el ala de maternidad del Christus Spohn Hospi...
Es un tipo joven, unos años menor que yo, con todos los botones de su camisa abrochados. Aunque está frente al peor asno del mundo, sus ojos negros contienen ingenuidad y esperanzas sobre mí.
—No me interesa. —Consigo entrar en mi auto y encenderlo, pero él permanece ahí. Estoy retrocediendo para irme a casa, a acampar fuera de la casa de Sav, en realidad, cuando me doy cuenta de algo. Tras soltar una maldición, ruedo con mi auto hacia dónde él ya se encuentra caminando y bajo la ventanilla—. ¿El ala de maternidad del hospital, dijiste? —Él asiente—. Es el único maldito hospital en esta ciudad, ¿no es así? —Asiente de nuevo, a lo que mis manos aprietan fuertemente el volante. Podríamos irnos de aquí durante el último mes, pero eso podría ser estresante. Además, ¿qué sucederá si el parto se adelanta? ¿Mi hijo nacerá en las mismas condiciones que un haitiano pobre? ¿Cómo si sus padres no se hubieran preparado para darle una buena vida?—. ¿Cuánto maldito dinero necesitas para repararla?
El hombre se detiene, pero yo no lo hago, así que trota para alcanzarme.
—Necesitamos... necesitamos doscientos mil dólares al menos, señor.
—Bien —siseo, extendiéndome para tomar mi chequera, pero aún conduciendo—. ¿A nombre de quién?
Palidece y acelero, solo para incentivarlo a hablar rápido.
—A nombre del Hospital Christus Spohn.
—Toma. —Se lo entrego tras firmar—. Adiós.
—¡Pero Señor! —grita—. ¡Al menos necesito saber su nombre!
—¡Satanás!
Jadea una vez lo dejo atrás, arrodillándose en el pavimento para rezar.
—¡Oh, querido Dios, ten en tu gloria a este generoso desconocido y guía a su alma atea por el camino de la misericordia!
A pesar de mi molestia por la cena, sonrío.
Esta alma atea hoy se encuentra... agradecida a pesar de las circunstancias.
¡Feliz año!
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