Capítulo 3: Ladrona de flores.
Pauline Hardwicke.
En pleno siglo XXI encontrar información sobre alguien tomando en cuenta la facilidad que brindan las redes sociales no debería ser difícil, pero en su caso lo es. Pauline no tiene Instagram, Twitter o Facebook y eso me llevó a viajar a su pueblo natal para hacer una búsqueda más profunda sobre ella. Lubbock. Seis horas de conducción después, confirmé su historia de que es hija de una de las familias más ricas de la zona, y que ni siquiera apareció en las fotografías del anuario de su graduación. Es como si no existiera. Como si no la quisieran. En la oficina principal del pueblo tampoco encontraron su acta de nacimiento. En la policía, cuando pedí su expediente criminal para obtener un vistazo de sus antecedentes, los oficiales se rieron y me preguntaron si Paul Hardwicke tenía una hija llamada Pauline ya que esta no es con la que siempre los Hardwicke son vistos, sino con Charlotte.
De acuerdo a los registros del único centro médico en Lubbock, dónde finalmente encontré la ficha de nacimiento de la rubia, Charlotte es la hermana menor, moribunda y al borde de la muerte de Pauline, quién por lo visto acaparó la atención de todos a su alrededor, incluida la que debió haber sido de su hermana mayor, debido a su enfermedad, pero solo tuve que obtener un vistazo de ella desde mi camioneta para darme cuenta de cuán podrida por dentro.
Los Hardwicke son extremadamente religiosos y su hija menor, Charlotte, se estaba cogiendo a un sacerdote en un auto a la orilla de la carretera que daba con su la entrada de su hogar, por lo que no pude acercarme y obtener un vistazo de la casa en la que ella y Pauline crecieron. Cuando el tipo acabó con ella, la acompañó a través del sendero que conducía a su hogar tomándole de la mano. Se querían o, según mi traducción, estaban en esa etapa de las relaciones humanas dónde las hormonas tienen el control, haciéndonos creer que cosas como el amor existen.
Ella lo veía fijamente mientras caminaban.
Él inclinaba la cabeza hacia abajo y le sonreía.
Mi ceño se frunce al recordar la imagen mientras me alisto para mi primera cita con Pauline. Sé que puedo imitar la actitud del tipo, exceptuando la túnica de sacerdote, pero no estoy seguro sobre la vulnerabilidad que gira en torno a eso. Cómo dar la impresión de que todo mi mundo gira alrededor de una persona cuando en mi caso nunca me lo permitiría. Nunca me olvidaría de mis planes, de mis ambiciones, de mis intereses.
Nunca me olvidaría de mí miso por alguien.
Lo bueno de Pauline es que puedo entender por qué se fue de Lubbock. Por qué vino a estudiar a Austin y por qué no mencionó más detalladamente a sus padres o a su hermana. Está empezando de cero. Es como un pizarrón en blanco y lo único que debo hacer es ofrecerle algo mejor a lo que tenía antes para que acceda a estar conmigo para siempre, lo cual no será difícil tomando en cuenta lo que descubrí.
Termino de alistarme, abotonando los gemelos en los puños de mi camisa, y me dirijo a su edificio en el campus en mi camioneta. Antes de salir de ella en el estacionamiento le escribo un mensaje a Frederick para asegurarme de que todo esté yendo bien con los preparativos de la cena, a lo que contesta con dos pulgares arriba, y guardo mi teléfono en el bolsillo de mis pantalones de vestir antes de extenderme hacia el piso del asiento copiloto para alcanzar un ramo de rosas rojas. Tras echarme un último vistazo en el espejo retrovisor y meter una menta en mi boca, me bajo y camino hacia el ascensor. Varias de las otras chicas que viven aquí me echan vistazos de reojo, pero las ignoro. Hago caso omiso de la porrista que me dirige la palabra mientras ascendemos al piso de Pauline y Savannah.
—Capitán, ¿a dónde vas? —pregunta, pero no respondo, mirando hacia el frente y saliendo del ascensor al instante en el que las puertas se abren. Antes de que me aleje lo suficiente, la escucho decir—: Si no tienes suerte con ella esta noche, sabes dónde encontrarme.
Me detengo, negando.
No, no lo sé. Ni siquiera sé su maldito nombre, ni quiero.
—Muchas gracias por la oferta, pero no estoy interesado.
Al igual que no lo estuve la última vez que lo propuso.
Ni la anterior a esa.
Su ceño se frunce, sus mejillas rojas, mientras sale del elevador y se asoma en el pasillo para ver hacia dónde me dirijo, a lo que continúo caminando. La próxima vez le pediré a Pauline que me espere abajo aunque pierda algunos puntos por eso. Prefiero compensarlos de otra manera a hacer de esto un show mediático. Aunque me frustró no poder indagar en su pasado de esa manera, una de las razones por las que me alegra que no tenga redes sociales es porque disfruto de mi privacidad.
—¿Quién es ella? —pregunta la porrista a mis espaldas, pero no respondo—. No puede ser. No puedo creer que vayas a salir con una novata. ¡Tienen dieciocho! ¡Acaban de salir de la preparatoria! No te darán todo lo que quieres, pres.
Ignoro su molesta voz mientras toco la puerta de Pauline al final del pasillo, consciente de la manera en la que todas las habitantes de este se han asomado desde su habitación para ver y comentar entre ellas. Un par incluso me toma fotos y aunque todo mi cuerpo se tensa, mantengo una sonrisa en mi cara y elevo el ramo con rosas frente a mi pecho.
Pero no es Pauline quién abre la puerta.
Es su compañera.
El relámpago de una emoción intensa, molestia, se adueña de mí cuando se inclina y toma las flores de mis manos.
—¿Son para Pauline? —pregunta, lo que hace que mi frente se arrugue y de repente alce la vista hacia mí, sus ojos grises llenos de vergüenza. Es como si acabara de darse cuenta de lo que hizo, tomar las flores que traje para su amiga, y estuviera abochornada. Debe estarlo. Asiento—. Las pondré en agua. —Termina de abrir la puerta—. Pasa. Pauline está terminando de alistarse, pero puedes esperar por ella dentro.
Niego, guardando distancia.
—Prefiero esperarla aquí.
Savannah echa un vistazo más allá de mí, hacia el pasillo dónde continúan viéndonos y tomándonos fotos, y se encoje de hombros.
—Como quieras.
Dicho esto empieza a cerrar la puerta de nuevo, pero el reflejo de un flash y el sonido de una chica disculpándose por eso hace que termine impidiendo que se cierre del todo. Savannah, que estaba a solo unos centímetros de la entrada de su dormitorio, me contempla fijamente mientras entro a él. Hay algo en sus ojos grises que me hace sentir incómodo. Casi tan incómodo como lo hace su escasa vestimenta de short y sostén deportivo blancos.
Su olor.
Su olor a caramelo salado y sudor es tan desagradable que me mareo, pero esto no solo me pasa por su olor. Cada centímetro de ella me enferma desde el momento en el que la vi por primera vez, pero no es como si pudiera ordenarle desaparecer. Tras unos segundos viéndome sin decir nada, se dirige con las rosas al pequeño mesón de su diminuta cocina y toma un vaso de vidrio. No dice nada, por lo que mi limito a observar el espacio a mi alrededor en el que convive con Pauline y a mirar el movimiento de sus manos mientras corta los tallos para colocar las rosas en agua. Estos están llenos de espinas, pero Savannah no se pincha con ninguna de ellas. Es como si estuviera acostumbrada a ello, como si fuer una profesional recibiendo flores y colocándolas en agua después.
A pesar de que no es de mi agrado, es amiga de Pauline e intento ser amable.
—Eres buena con las flores.
Alza su vista hacia mí por unos segundos, pero luego vuelve a ponerla en las rosas.
—Mi madre me enseñó. Es jardinera. —Cuando termina deja su improvisado jarrón en el centro del mesón, lo cual le da color a todo el espacio a su alrededor—. Son hermosas.
—Sí, lo son. —Me apoyo en una de las paredes del dormitorio, en el cual por alguna razón me siento como un intruso—. ¿En qué otras cosas eres buena?
Claramente viene a mi mente la manera en la que siempre parece estar rodeada de chicos. En la que siempre llama la atención a dónde quiera que va, y parece disfrutarlo.
—En eso.
Mi ceño se frunce y me acerco al escritorio que señala para observar de qué se trata, pero antes de que pueda alcanzarlo la puerta del baño se abre y Pauline sale de él utilizando un lindo vestido amarillo. Me obligo a sonreír cuando gira sobre sí misma, haciendo volar su falda unos centímetros, y me mira de forma dulce y entusiasmada.
—Estoy lista.
—Te ves hermosa —comento alcanzándola, mi mano buscando la suya. Una gran satisfacción me recorre cuando entrelaza torpemente sus dedos con los míos—. ¿Nos vamos?
Aunque las traje para ella, no comento nada sobre las flores.
Se siente incorrecto hacerlo después de que su compañera las robó.
Pauline asiente y tira de mí hacia la salida, pero una vez la alcanzamos se deshace de mi agarre para ir a despedirse de su amiga. Las contemplo desde el pasillo, evitando dejar en evidencia la ansiedad que me genera no estar de camino al restaurante ya. Si nos tardamos más no llegaremos a tiempo para la reservación.
—Gracias por el vestido —la escucho decir antes de que ambas empiecen a cuchichear y a reír. Cuando terminan camina hacia mí como un cachorro emocionado—. Ahora sí. Soy tuya.
Tomo su mano en la mía, consciente de la manera en la que las chicas del pasillo nos miran. Ellas lo hacen con indignación, puesto que por algún motivo esperaban que saliera con Savannah y no con Pauline, pero me importa una mierda su opinión. Soy yo quién está escogiendo con quién pasar su vida. No ellas.
Pauline puede ser un cero para todos, pero a mí me funciona como un diez.
—Todo tuyo —respondo lo suficientemente alto como para que todas escuchen, incluyendo a la roba-flores.
******
Llegamos tarde al restaurante y casi perdimos nuestra reservación, pero debido a que organicé nuestra primera cita como un acontecimiento especial y el personal gastó un par de horas bajo la supervisión de Freck para adornar todo con flores, velas y esas cosas que hicieron parecer nuestra mesa una carroza de San Valentín, nos esperaron. Nuestra comida estuvo hecha a la hora en la que se suponía que debimos haber llegado, así que estuvo fría para cuando la sirvieron. Pauline no pareció prestarle atención a ello mientras comía. Ya que ella disfrutara era lo importante, no devolví los platos a la cocina.
Pero yo ni siquiera toqué lo que me sirvieron.
Aunque me haga ver como un imbécil, la frustración y el malestar que me ocasionó pagar casi mil dólares por una comida fría me impidió probarla y mucho menos disfrutar de la velada. Sonreí toda la maldita noche, sonreí tanto que mis mejillas dolieron, y me limité a escuchar con atención todo lo que la rubia tenía que decir sobre la Iglesia y salvar a los animales. Cuando terminamos y salimos del restaurante la escolté a mi camioneta y cerré la puerta tras ella, acción que hice en reversa cuando llegamos de nuevo al estacionamiento de su dormitorio. El único gesto que tuvo hacia mí durante la noche fue enredar mis dedos con los suyos, lo que me resultó cómodo y fácil de manejar, por lo que solo busqué su mano mientras caminábamos por la planta inferior del edificio y la atraje hacia mí mientras ascendíamos en el ascensor.
—Tanner —dice, deshaciéndose de mi agarre sobre ella—. La pasé muy bien hoy. Fue un lindo de tu parte preparar todo esto. —Su barbilla tiembla—. Necesito que sepas que nunca nadie se había molestado tanto por mí, mucho menos un chico.
Lo sé, digo para mis adentros, colocando una de mis manos en el metal sobre ella.
—Puede volver a repetirse.
Pauline sonríe.
—Haré ajustes en el calendario de mejores amigas para los siguientes días y encontraré la manera de tener tiempo para ti y para Savannah. —Su mirada se torna triste y apagada—. De todas formas ella lo cambia siempre sin avisar y yo no me enojo, entonces no creo... que ella vaya a enojarse.
Afirmo, emocionado ante la idea de que ignore el maldito calendario de una maldita vez. Su amiga no merece que le exprese devoción de esa manera si además de mirarme como un jamón que quisiera devorar, la deja plantada.
—¿Entonces cuándo nos vemos?
—¿Mañana?
Sonrío, la victoria corriendo a través de mis venas, y me inclino hacia abajo para presionar un beso sobre su frente antes de que las puertas del ascensor se abran. Esto ocasiona que Pauline pierda el equilibrio debido a que se encontraba apoyada en ellas y que tenga que adelantarme para sujetarla, nuestros labios rozándose, pero rápidamente nos hago caminar hacia el pasillo. Su rostro se torna confundido mientras lo hace, como si esperara que reaccionara de otra manera, pero no soy como el resto de los idiotas que se mueren por sexo. No quiero estar en su cama, la quiero a ella como mi compañera y eso se cultiva con paciencia, no con sexo.
—Oh, no —dice, sus mejillas rojas, cuando alcanzamos su puerta. Entiendo su reacción cuando escucho los sonidos que provienen del otro lado. Sonidos claramente emitidos por un hombre. Me mira—. Sav debe estar haciendo ejercicio. Esperaré aquí a que termine porque se concentra demasiado en ellos y no quiero arruinar su rutina —miente, intentando ocultar las acciones de su compañera, y se sienta en el suelo, su espalda apoyada contra la pared. Sus ojos se amplían cuando me siento junto a ella—. Tanner, puedes irte. Es lindo que quieras acompañarme, pero esto puede tomar tiempo.
Giro el rostro hacia ella, luchando por concentrarme en hallar algo que decirle cuando estoy tan lleno de incredulidad que apenas puedo pensar. No puedo creer que su compañera sea tan egoísta, obligando a Pauline a permanecer fuera de su dormitorio hasta que termine de follarse a cualquiera.
Estoy... en shock.
Pensé que ese era un comportamiento solo de hombres.
—No me molesta perder mi tiempo mientras sea contigo.
Al momento en el que las palabras salen de mi boca, se sienten como una vil mentira, pero lo ignoro. Pauline suspira y separa los labios para replicar, pero otra voz se lo impide y no puedo evitar que la vena en mi frente palpite.
—Maldita sea, hermosa, ¡soy tuyo! —grita el tipo antes de colapsar sobre una superficie, lo cual también escuchamos, y que la odiosa risa traviesa de su amiga llene mis oídos.
—Debe ser su entrenador —susurra Pauline, todavía intentando cubrirla, y sus palabras me parecen tan adorables que no puedo evitar dejarme llevar por el fuego en mi pecho e inclinarme hacia abajo, yendo contra mis planes de no ir tan rápido al besarla.
Pauline jadea, tomada por sorpresa, y algo dentro de mí me lleva a pasar una mano por su cadera, animándola a montarse en mi regazo. Separo su boca con mis labios y mi lengua, descubriendo con desagrado que la suya sabe a su cena, pero lo mismo que me llevó a hacer una demostración de afecto de manera tan pública logra hacer que lo ignore mientras deslizo mis manos por su pequeño, curvilíneo y dulce cuerpo.
Me alejo de ella, observándola, cuando jadea debido a la manera en la que enredo mis dedos en su cabello y tiro de él.
—No... no aquí. No así —susurra, sus ojos llenos de lágrimas mientras rodea mis muñecas con sus manos y su expresión se vuelve suplicante—. Aún no sé si es una trampa.
Parpadeo.
—¿Una trampa?
Asiente.
—¿Por qué querrías a una chica como yo?
No sé si lo que le digo a continuación se debe a lo que deduje de mi visita a Lubbock o a la desconsideración de su compañera por ella, pero hay una desazón dentro de mí de la cual quiero liberarme y que tiene que ver con ellas.
—¿Cómo es una chica como tú? —pregunto—. ¿De buenos sentimientos? ¿De buen corazón? ¿Inocente y calmada? ¿Alguien en quién pueda malditamente confiar? Porque si es así, Pauline, eres justo lo que necesito, pero para que esto surja debes metértelo en la cabeza. Debes creerlo. Debes aceptar que no eres ninguna apuesta o juego. Que eres digna de recibir mi atención porque eso es lo que espero de quién sea mi compañera. Que le quede pequeño el papel de reina. Que me haga desear a mí, Tanner Reed, ponerme de rodillas ante ella. —Me levanto con ella en brazos y Pauline jadea, aferrándose a mi cuello. Me contempla fijamente, con incredulidad, cuando abro la puerta de la habitación que comparte con Savannah y me dirijo hacia su cama como si en la otra su amiga no estuviera follando de nuevo con uno de los jugadores del equipo que nunca sale de la banca, ni lo hará. Savannah cubre su desnudez con una manta y el tipo se levanta al reconocerme, pero no les presto atención. Toda mi atención la enfoco en Pauline mientras me posiciono sobre ella y me inclino sobre su boca, besándola—. Eso es —susurro en su oído cuando empieza a gemir, mis manos acariciando su cintura, a lo que su compañera finalmente sigue a su amante y se va.
Pero con su ausencia la rabia desaparece y mi cordura vuelve.
—Tanner —susurra Pauline, viéndose confundida, cuando me separo de ella de golpe.
Eso no estaba en el plan.
Esa desesperación, ese arrebato, esa intensidad.
—Muchas gracias por la cita de esta noche. Paso por ti mañana a siete para dejarte en clases y decidir qué haremos para nuestra segunda cita.
Dicho esto salgo de la habitación, topándome con Savannah y Carl sentados en el mismo sitio en el que antes estuve con Pauline. La diferencia entre nosotros y ellos es que ellos... ninguna. Él la mira como si quisiera conquistar el mundo solo para dárselo y ella como si estuviera dispuesto a recibirlo, pero está claro que es una coleccionista de corazones rotos. Sus ojos se cruzan con los míos mientras ríe debido a algo que él le dice, pero me ignora de la misma manera en la que la ignoré cuando entré a su habitación, así que me voy.
Me siento mal.
Me siento mal por haberlo jodido todo esta noche actuando como un animal o y la prueba de ello es la manera en la que me inclino sobre el contenedor de basura de la entrada de su edificio y vomito sin tener la menor idea de lo que sucede conmigo.
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