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Capítulo 1: Mejores amigas.

Mientras más conocen de ti más información tienen para destruirte.

La mayoría de los que me pueden llamar amigo o hermano durante una borrachera no tienen ni idea de que pasé mi niñez en una mansión en Austin, pero fui enviado a un reformatorio militar en Alemania desde los doce a los diecisiete. Que a los once me enteré de que tenía un hermano que no conocía hijo de la secretaria latina de mi padre, quién incluso entonces siguió vociferando que lo mejor que un alemán podía hacer era mantener la raza aria pura. Que a los nueve me dijeron que cualquier método es válido para enseñarle a una esposa a obedecer. Que a los seis noté que Wagner Reed golpeaba a mi madre. Que a los cinco la vi llorar por primera vez. Que a los cuatro, cuando intenté lavar mi primer plato, me dijeron que son ellas quiénes lo hacen. Que desde los tres Wagner me llevó a escuchar la predicción con sus amigos con tendencias supremacistas.

Fuerte, ¿no?

Y eso que no he profundizado, ni lo haré.

No me gusta que sientan lástima por mí.

La lástima es para los perros hambrientos y los vagabundos en la calle y no soy ninguno de ellos. Tampoco es como si tuviera algún trauma a raíz de mi infancia que lastime a los demás. Cuando no estoy de acuerdo con algo, simplemente me alejo y veo cómo se destruye por sí solo. No le cuento mis asuntos a nadie y así no tengo que soportar a los entrometidos. Nadie aquí ve el mundo de la manera en la que yo lo hago, menos en la universidad, y hace tiempo hice las paces con ese hecho. Mientras cada paso que doy está destinado a un futuro brillante y prometedor, el resto está condenado al fracaso. Es una gran fuente de entretenimiento para mí ver lo débil y vulnerable que son sus mentes ante el consumismo y la sociedad, así que... ¿por qué lo resolvería?

Aprendí a sacar partido de ello.

Aprendí que si eres quién suministra el alcohol, dominas la fiesta.

Que si eres quién tiene a los profesores en la palma de tu mano, consigues acceso a cualquier examen por el que un niño rico desesperado por pasar el período pague cifras de hasta tres y cuatro ceros porque de no ser así sus padres le cortarán el fondo.

Que si no follas a ninguna en el campus, harán de una leyenda tu polla.

Mis labios se curvan hacia arriba.

Ellas se preguntan por qué no las toco.

Ellas se preguntan por qué no las noto.

Ellas se pelean por saber qué es lo que busco y serlo, pero las descarto como zapatos que no me gustan y eso las enloquece porque dentro de sus mentes son más que suficiente y quizás lo sean, solo que no para mí.

La cosa es que ni siquiera yo sabía que lo que buscaba era posible de encontrar en el campus hasta la noche anterior. Dejo caer la barra con peso que alzo y subo pausadamente en su sitio de reposo y aún en el banquillo de ejercicio me extiendo para tomar mi teléfono, el cual dejé junto a mi agua y mi toalla. Parpadeo para alejar el sudor de mis ojos y descubrir si he recibido alguna respuesta importante en el chat grupal de Maleeh, pero lo regreso a su lugar al comprobar que no. Que todas son bromas sobre la futura reina de la UT y sobre cómo he dejado de ser un rey solitario y mi mano tendrá unas merecidas vacaciones.

Pero mi mano no necesita vacaciones.

El sexo no es lo más importante para mí, nunca lo ha sido, por lo que la sola idea de perder el tiempo masturbándome mientras veo la foto de un par de tetas o un coño me parece ridícula. Solo lo hice a los trece para saber cómo se sentía y fue un desperdicio de esperma. También pasé horas vomitando debido a la sensación viscosa en mi mano.

Me detengo de nuevo cuando una sombra se posiciona sobre mí.

Esta no dice nada hasta que me enderezo y le dirijo la palabra primero.

Frederick.

―¿Qué pasa? ―insisto ya que no habla, lo cual es propio de él.

Por eso es el único en el campus al cual soporto.

―La encontré.

Mi ceño se frunce.

―¿Por qué me lo dices hasta ahora? Acabo de preguntarlo en el grupo. 

―Pensé que preferirías asegurarte primero.

Mis cejas se alzan.

―¿Por qué no enviaste un mensaje privado?

Pone los ojos en blanco dentro de la capucha de una sudadera de los Longhorns, viéndose como un zombie porque fue uno de los que más ingirió alcohol anoche y tuve que recoger del suelo de la cocina esta mañana, además de lavar con mis propias manos como si se tratara de un niño pequeño cuando ya tenemos más de dos décadas de vida. Él no ha hecho nada parecido por mí, pero sí ha hecho cosas y hemos hecho un montón de cosas juntos. Casi lo considero un hermano, así que si lo que necesita que haga por él a cambio es lavarle las bolas cuando beba hasta desmayarse, vomitarse y cagarse encima, lo haré.

―Supuse que estarías aquí y quise decírtelo en persona. ―Sus hombros se hunden, viéndose cansado―. ¿En qué parte de nuestra amistad terminan los interrogatorios? ¿También quieres saber con quién me acosté anoche y si le pedí un despistaje de ETS antes?

Niego, una sonrisa invertida tirando de mis labios.

Eso solo lo hice una sola vez y porque oí fuertes rumores sobre la chica.

―No, está bien. Enseñámela. ―Él me muestra la pantalla de su celular. Mi cuerpo se tensa al identificar a la chica que vi anoche en un local de mala muerte cerca del campus universitario, en un concierto en la que ella parece el único punto de luz entre la multitud con su vestido blanco y su cabello rubio rizado, y asiento. Cuando hago esto último una sonrisa egocéntrica se apodera del rostro del silencioso Freck, pero la corto levantándome―. Organiza una búsqueda con los prospectos. La quiero. Quién descubra quién es y me la traiga tendrá un pase VIP a Maleeh.

La mandíbula de Freck cuelga, abierta.

―Pres, ¿qué tan en serio vas con esto? ―pregunta, preocupado―. ¿Todavía estás drogado? ¿Es eso? Cuando me hablaste de ella pensé que debía ser demasiado hermosa si te atrapó, pero ella solo es... una chica rubia bajita de primer año. Su cara es bonita y ya está, pero su amiga... ―Freck traga―. ¿Por qué no sales con su amiga? Se ve más como una reina que ella. Se verían bien juntos, ¿no crees?

Me encojo de hombros, saliendo del gimnasio y apreciando el amanecer desde el ventanal del pasillo de la fraternidad. Solo dormí un par de horas, pero mi cuerpo tiene un despertador incorporado y un estricto horario que seguir. Despertar a las cuatro. Entrenar de cuatro y media a seis. Tomar otra ducha. Ir a clases desde las siete hasta las dos. Tomar otra ducha. Estudiar. Atender los asuntos de la fraternidad. Tomar otra ducha. Entrenar. Tomar otra ducha. Estudiar. Dormir. Despertar.

―Puedes tener a la amiga si quieres. A mí me gusta ella.

Su ceño se frunce.

―Dudo que su amiga quiera algo conmigo.

No puedo evitar soltar una risa mientras le lanzo mi termo vacío y mi toalla para que las lleve a un lugar en el que los prospectos lo laven. Frederick es un receptor, así que lo habría atrapado todo incluso a metros de distancia y con las dos manos ocupadas.

―Su amiga se ve del tipo que está con cualquiera. No te preocupes por eso. Estoy seguro de que podrás convencerla. ―La recuerdo fugazmente y aunque Frederick tiene razón, no es belleza lo que busco en una mujer. Antes de entrar en mi habitación noto que su rostro por alguna razón luce desalentado y como si realmente quisiera que lo tomara en cuenta, así que añado―: No pierdes nada. Después de todo no es una relación lo que estás buscando, ¿no? No después de Sam.

Frederick traga ante la mención de su ex, negando.

―No, claro que no.

Salgo de mi camisa y de mis pantalones para entrar en la ducha mientras me dirijo a él, lo que no haría si sospechara que es gay porque no soy ciego y me miro en el espejo. Sé que me veo bien.

―Úsala. Solo déjale claro los términos desde el inicio. No quiero tener que lidiar con una psicópata obsesiva solo porque la ilusionaste y no supiste mantener tus promesas. Lo más importante de un hombre es su palabra y no vales nada si no puedes mantenerla, incluso con una chica así.

Vuelve a negar, retirándose de mi habitación.

―Lo intentaré, Tan, pero no creo que se fije en mí.

Tan.

Aunque mi rostro se crispa ante el apodo, Frederick es el único que alguna vez me ha llamado de una manera diferente a mi nombre o Pres, lo dejo pasar.

―Bien. Solo no te lo tomes en serio.

No me gustaría tener que decidir entre él y entre mi chica si algo llegara a suceder entre su mejor amiga y Freck. Por mucho que me gusta ella, sé que lo elegiría a él y eso sería una pena ya que es perfecta para mí.

Buscarle un reemplazo podría tomarme otros veinte años, pero encontrar a otro como Freck podría tomarme toda la vida.

*****

Dejo de supervisar el trabajo de los aspirantes a un puesto en nuestra hermandad cuando mi teléfono empieza a vibrar dentro del bolsillo de mis vaqueros. Me alejo de ellos tras hacerle una seña para dar a entender que en un segundo estaré de regreso para comprobar que estén haciendo algo como limpiar la basura de la fiesta de ayer bien ya que tenemos una reunión con nuestros inversionistas en la tarde y mi deber como presidente es que todo se halle en orden después de haber completado mi otro deber organizando las mejores fiestas del campus porque tenemos una reputación que mantener. Si me preguntan por qué soy tan duro y exigentes con ellos, es porque es vital para su futuro causar una buena impresión. El uniforme y la indumentaria de Ibor, una promesa del fútbol de bajos recursos, no se pagarán solos.

Lo mismo sucede con los materiales para la elaboración de planos que exige la carrera de arquitectura de Elliot y que nuestra hermandad costea o todo los libros que debe comprar Simon durante los siguientes años en la escuela de derecho. El sudor de sus culos sangrantes y llenos de resaca es el escaso precio que deben pagar por un buen futuro, por lo que ninguno se queja. Al menos no frente a mí. Tras ir por una limonada a la cocina, me siento en una tumbona a ver nuevamente su foto y a comprobar que es un ángel.

No hay otra forma de describirla.

No cuando se encontraba intentando volar cuando la conocí.

Intenté mantenerla a salvo de los tipos cerca de ella, quiénes la animaban solo para reírse, pero se marchó con ellos mientras iba por un trago para ella y su amiga. La habría buscado por mis propios medios para mantenerla en secreto hasta estar seguro de que es la elegida si hubiera tenido un punto de partida, pero no sé su nombre o su edad. No sé nada de ella. Nadie cercano la conoce, así que Frederick tiene razón al deducir que debe ser nueva y tener alrededor de dieciocho años. Yo tengo veintitrés. Dentro de mi mente no sería tan terrible que me acercara a ella. Mi padre tiene cincuenta y mi madre cuarenta y tres y nadie lo ha llamado un asaltacunas, aunque sí algunas cosas peores.

Pero eso no viene al caso ya que no planeo ser como él.

Mis labios se curvan satisfactoriamente hacia arriba cuando recibo un mensaje de uno de los chicos que envié por ella. Están en medio de su iniciación, así que puse sobre la mesa un pase seguro a Maleeh, la mejor hermandad de Texas para pertenecer, para quién la hallase. Uno de ellos, cuyo nombre desconozco, lo logró, enviándome una foto de ella y de esa amiga que se mantiene a su lado como un chicle que ni siquiera detallo. Su cabello rubio se arremolina alrededor de su rostro de manera desordenada. Sus mejillas se ven igual de encantadoras y rosadas a como las recuerdo. Más importante, se ve dócil y educada. Como un cachorro que puedo adiestrar y moldear a mí.

Eso es lo que importa.

No la belleza.

No la inteligencia.

No el sexo.

Puedo sobrevivir sin sexo, pero no sin lealtad.


Tanner: Tráela aquí.

Desconocido: Ya vamos en camino.


Me incorporo. Tras asegurarme de que todos estén haciendo bien su trabajo, dejando a Frederick a cargo, quién solo me dedica una mirada resentida porque sigue con resaca, me dirijo al piso superior y me cambio de nuevo, seleccionando un polo azul y un pantalón beige del armario. Cuando termino de vestirme le echo un vistazo al espejo mientras peino mi cabello oscuro hacia atrás. Ella sería estúpida si no se da cuenta de la gran oportunidad que tiene.

Nadie como yo volverá a notarla.

Es bonita, pero hay millones de chicas bonitas.

Cuando bajo todavía no han llegado, por lo que me deshago de mis escasos nervios gritándole a los chicos. Quiero dejar de comportarme como un marica, pero por más que me miento a mí mismo diciéndome que no me importa en el fondo esta no es solo otra chica que pasará por mi cama. Es la chica que quiero que se quede en ella por un tiempo. Para siempre son mis expectativas. La mujer que lleve a mis hijos. Quizás suene frío la manera en la que me di cuenta de que encajaría en el papel a penas la vi, pero en mi mundo y en mis planes no tienen cabida los sentimientos. Solo los cálculos. Las opciones.

Las elecciones correctas.

Al momento en el que llegan se encuentran de espaldas hacia mí y no me han visto. Está el perdedor que las reconoció. La rubia que quiero para mí. Su amiga de curvas y tez trigueña. A pesar de que me siento atraído por la que tiene una cabellera dorada en la cima de su cabeza, el hombre en mí no puede evitar darse cuenta de que su compañera tiene mejor cabello. Mejor culo. El problema está en su crianza, en el color de su piel, la cual contrasta con la mía, y en su etnia.

En ese comportamiento libertino característico de las latinas.

Todo lo que desprecio y procuro evitar, ocasionándose un nudo en la garganta la sola idea de interactuar con alguien como ella o que esté cerca de mi futura novia y la envenene con su mala influencia.

―Hola ―las saludo, en realidad saludo a la rubia, pero me toma unos segundos apartar la mirada de la exótica morena, la cual de frente es mucho más hermosa, sus ojos grises siendo unos de los más hermosos que he visto en mi vida, lo cual es una lástima. Tras inclinarme para depositar un beso en el delicado y femenino dorso que huele a flores silvestres, le digo lo que no le he dicho a ninguna mujer hasta ahora porque sencillamente ninguna había despertado mi interés en el momento y en el lugar indicado como ella lo hizo. Como si fuera una señal del destino―. Tanner Reed ―susurro contra su piel, ocasionándole un sonrojo―. A tus servicios.

Como el ser rastrero y envidioso que es, la morena se da la vuelta.

Para ella es demasiado pedir estar feliz por su amiga.

―Mejor espero afuera.

Tras su salida mi atención está completamente puesta en Pauline, en sus risas torpes y en sus sonrojos hacia cada cumplido que le hago durante nuestro paseo por el jardín delantero en el que me aseguro de dejarle claro a todos que me pertenece, pero en especial que yo le pertenezco y que las leyendas sobre mi polla deben acabar. 

―Así que de Lubbock ―comento con las manos metidas en los bolsillos, mi mirada desviándose por un momento al auto en el que veo a Savannah, el nombre de su amiga, coquetear con el prospecto que las trajo aquí y que prácticamente está de rodillas ante ella.

Otro chico se les une y ella también le sonríe.

Mi rostro se crispa.

Freck no merece eso.

Lo mejor que puedo hacer por él habiendo recientemente salido de una relación en la que lo engañaron, es hacerle cambiar de parecer con respecto a ella. Sería diferente si a Freck no le importara, pero si Sam lo destrozó solo por haberse besado con otro bastardo y estoy seguro de que alguien como ella lo hará trizas. Con su cabello largo y lacio hasta la cintura, la chica es la versión femenina de un Latin Lover.

―Sí, Lubbock. Mi familia tiene campos de algodón allí. No tuve la mejor adolescencia. No era de las chicas bonitas y populares y... bueno, no importa. Lo que importa es que estoy aquí ahora ―dice Pauline viendo hacia el mismo punto que yo, sus ojos marrones llenándose de decepción y un poco de resignación―. No soy como Savannah ―susurra de manera triste―. No soy bonita o especial, así que no sabes lo sorprendida que estuve cuando me buscaste a mí y no... a ella.

Extiendo mi mano para colocar un mechón de cabello dorado tras su oreja.

―Ninguna chica como ella se sonroja cuando le dices que es hermosa. Ya se lo han dicho tantas veces que la palabra se convierte en un hola, pero esto... ―Acaricio el rubor de sus mejillas―. Esto es mejor. Saber que es probable que sea el primero en decirte lo bonita que eres, aunque no sé cómo es que lo hicieron antes porque, maldición, eres realmente bonita.

Pauline enrojece como un tomate.

―Gracias, pres.

Niego.

―Tanner para ti.

―Tanner ―repite mi nombre y la manera en la que lo dice suena bien. Tranquila. Como un día de verano en el que podría quedarme cómodamente para siempre―. ¿Qué tal si vamos por un helado más tarde? Iba a ir con Sav, pero podríamos ir los tres.

Mi frente se arruga, pero oculto el disgusto en mi voz.

Las relaciones no son de tres.

―Estoy seguro de que entenderá si tienes una cita.

Los ojos marrones de Pauline brillan con emoción.

―Podemos tener una cita doble, ¿por qué no invitas a alguien para ella?

Mis dientes se aprietan fuertemente en el interior de mi boca.

¿Por qué simplemente no puede captar la indirecta y dejarla?

No son malditas siamesas.

―¿Por qué mejor no vamos solo nosotros dos? ―Su ceño se frunce cuando decido ser más directo―. Tú entenderías si Savannah conociera al amor de su vida, ¿no es así? No te ves como alguien egoísta ―insisto, lo cual hace que su enojo se afloje y que crea que estoy empezando a salirme con la mía―. Puedes ir por ese helado con ella hoy en la tarde, pero luego podemos cenar a solas. Tú y yo. Nadie más. Te llevaré a un sitio tan bonito que no creerás que es real.

Los ojos de Pauline vuelven a llenarse de ilusión.

―Eso suena perfec... ―Su voz se apaga y su mirada se llena de disculpas―. Lo siento, Tanner, pero hoy Sav y yo veremos juntas un maratón de películas en Netflix. Ya está programado en el calendario de mejores amigas, así que no puedo hoy.

―¿El calendario de mejores amigas? ―pregunto sin poder ocultar el horror en mi voz y asiente, haciéndome saber que es real.

El calendario de mejores amigas.

Nunca había escuchado una cosa tan nefasta como esa.

―Sí. Si no estuviera en el calendario podría cancelarlo, pero lo está.

Mis puños se aprietan y empiezo a sentir el pulso en mi cuello cuando noto por el rabillo del ojo que la hiena de su amiga sonríe como si supiera exactamente lo que me está diciendo Pauline, que me está rechazando por su tóxica amistad, pero conservo mi sonrisa.

―Muy bien, ¿y mañana?

Separa los labios como si fuera a decir que sí, pero después niega.

―Tarde de salón y noche de estudio juntas.

―¿Y al día siguiente?

Muerde su labio inferior con fuerza.

―Yoga ―susurra, liberándolo―. Lo siento tanto.

Tomo una respiración profunda, al borde de una crisis.

La enviaría a la mierda si no sintiera esto ya como un asunto personal.

Esa perra no va a ganarme.

―¿Qué hay del sábado? ―propongo.

―El sábado no puedo, pero el domingo... ―Sonríe―. El domingo estoy libre después de las ocho. ―Mi sonrisa se hace más ancha. La victoria se adueña de mis venas. Lo que siento es tan gratificante que no puedo evitar mirar de reojo a Savannah y notar que la sonrisa se va desvaneciendo de su cara a medida que saco mi teléfono y le pido a Pauline que me dé su número para estar en contacto hasta entonces―. Ya recibí tu mensaje ―dice, sorprendida, una vez le escribo para que también registre mi teléfono―. No es una broma ―susurra más para sí misma que para mí, lo que hace que niegue, sin entender.

―Claro que no lo es. ―Debo volver con los prospectos, así que inclino mi cabeza hacia mi Raptor―. ¿Las llevo de regreso? Así tengo tu dirección.

Sonríe, asintiendo.

―Claro.

Sin dejarla pensar en ello, tomo su mano y la arrastro por el jardín hacia ella. En el proceso mis ojos vuelven a cruzarse con los de su amiga e inclino la cabeza hacia mi vehículo, invitándola a unirse a menos que quiera quedarse con los prospectos que están a punto de eyacular en sus pantalones solo viéndola. Por un momento pienso que va a hacer justamente eso solo para desafiarme, pero luego se pone de pie con un salto que hace rebotar sus tetas y a ellos gemir. Camina hacia dónde estamos con un exagerado movimiento de caderas.

Una vez ayudo a Pauline a subirse en el asiento copiloto, dónde pertenece, cierro su puerta pensando que ya Savannah ha entrado en el asiento trasero, pero me sorprendo al descubrir que no es así y que me contempla con la mano en la manija. Cuando descubre que la estoy mirando sus mejillas se sonrojan, lo que hace que mi ceño se frunza al no entender el motivo. Mis ojos viajan a sus labios mientras habla.

―Solo no la ilusiones. Ella no es como el resto de las chicas de por aquí.

Sus palabras suenan sinceras y preocupadas, lo cual es un fuerte contraste con respecto a la desagradable expresión que puso cuando dije que era a su amiga a quién quería y no a ella, así que niego.

―No tengo pensado hacerlo y es exactamente por eso que me gusta.

Bufa, abriendo la puerta.

―Ya veremos.

―Sí ―confirmo caminando hacia donde está y cerrándola por ella, cometiendo el error de pensar que quizás no es tan ruin como aparenta―. Ya verás por ti misma que tu amiga no es un juego para mí, ella no es de esas chicas. 


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