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nineteen


xix.
( icarus falls pt.1 )


Suspendieron a Harry.

Eso fue lo primero que Albus Dumbledore dijo a James Potter a penas colocó un pie dentro de la oficina de su antiguo director.

James sabía que su hijo había heredado la vena problemática y atrae desastres que él mismo poseía, incluso siendo un adulto. Pero, aquí el problema es que, a James jamás lo suspendieron. Y él sí que hizo muchas cosas caóticas. Es más, James ni siquiera sabía de alguien que fuera suspendido de Hogwarts con anterioridad, el castigo más grande del que oyó alguna vez fue el de limpiar la Torre de Astronomía entera sin magia, y ese fue un castigo dado a Sirius por llenar de tinta de calamar la sala común de Slytherin.

¿Qué había hecho Harry para obtener aquella suspensión?

Cuando James entró a la oficina, lo primero que vio fue a su hijo sentado frente al escritorio del director, con las manos entrelazadas, la espalda encorvada y el cuerpo paralizado en esa posición; la vista fija en el suelo, la mejilla rasguñada y las gafas deslizándose por el tabique de su nariz.

James jamás había visto a Harry de esa manera, y mucho menos había visto tal vacío en esos orbes esmeraldas, proveniente de él.

La última vez, y la primera vez, fueron en los ojos de su esposa, luego de pasar 11 años secuestrada y torturada.

¿Qué demonios le había pasado a su hijo?

James no prestó atención a las formalidades de Dumbledore, totalmente pendiente de algún cambio en la postura de Harry o algún indicio de notar que él estaba allí, más allá del leve estremecimiento de sus hombros al escuchar sus pasos acercarse o cuando apoyó la mano izquierda en el respaldo de la silla que Harry ocupaba. En ningún momento alzó la mirada o hizo algún comentario parecido a "las arrugas ya se te notan, anciano" que habrían sido lo bastante tranquilizante viniendo de Harry, que aunque nunca fue especialmente hablador, siempre tenía una manera diferente para intentar sacarlo de sus casillas.

— Serán 3 semanas, James.

James salió de su ensoñación al instante, asintiendo vagamente al director para hacerle saber que lo escuchaba. Dumbledore suspiró, mirando sobre las gafas de media luna a Harry, con esa particular mirada que siempre lo hacía sentir bajo veritaserum.

— ¿Deseas decir algo, Harry?

No respondió, solo movió la cabeza en forma negativa y volvió a su postura anterior, incapaz de enfrentar los ojos azules de Dumbledore o los desconcertados de James.

— ¿Nada más, Albus?

El anciano director negó, su mirada analítica puesta sobre el adolescente encorvado, que se levantó de la silla como si le doliera y caminó a la chimenea arrastrando los pies, tomando un poco de polvos flu del tazón antes de desaparecer en las llamas verdes.

— James, debes saber...

— Quisiera que Harry me dijera la razón de todo esto — James negó, tomando él también un poco de los polvos sobre la chimenea de Dumbledore — Si no te importa, Albus.

El inquietante retorcijón de estómago no paró en ningún momento mientras James viajaba por la chimenea, hasta terminar en la propia, sacudiéndose el polvo sobre la túnica y limpiando el cristal de las gafas cuadradas con el hombro de la camisa. Harry estaba a su lado, la mirada aún en el suelo.

— ¿Puedo irme a mi habitación? —pidió, en un hilo de voz.

A James le preocupo más el hecho de que preguntara que incluso el tono que empleo en la petición. Quiso decir algo, algo que no fuera tan obvio como qué demonios paso en Hogwarts y que de seguro haría que Harry se cerrará aún más con el asunto que tan trastornado lo tenía, pero las palabras no le salieron, por lo que solo pudo respirar hondo y desviar el tema:

— Claro, Harry, enviaré a Clovi a buscarte cuando la cena este lista.

James vio a su hijo marchar escaleras arriba con el vacío de la impotencia expandiéndose desde sus entrañas hasta su corazón.

James Potter no era un padre perfecto, por mucho que procurara serlo por el bien de su familia. Cometía errores y se mantenía ausente en aspectos de la vida de Harry solo porque sus propios traumas no del todo superados no le permitían la indiferencia requerida con la nigromancia y establecer como importante la preocupación por lo que su hijo podía arriesgar en aquellas prácticas extraescolares.

Él no era el más experto en el tema de los padres, por mucho que bromeó a Sirius y Atlas cuando estos recibieron a Damon y no tenían la más mínima idea de como calmar el llanto de un bebé; James estuvo bastante aterrado (aunque lo disimulo bien, si le preguntan) cuando nació Harry, sabía que el ejemplo de crianza que tenía de sus propios padres no había sido el mejor, sabía que no podía cometer los mismos errores y volver a Harry un James Potter 2.0 porque el mundo ya tenía suficiente con uno.

Pero esperaba, Merlín que lo hacía, no haber cometido tantos errores durante la crianza de su hijo como su psiquis preocupada de padre paranoico en las sombras le hacía creer, porque quería, Morgana bendita, que a pesar de que su rechazo por todo el asunto de los muertos no fuera un secreto Harry confiara en su padre lo suficiente, al menos, para hablar de esto con él si acaso todo el tema de la suspensión tenía que ver.

James quería, por una vez, que sus traumas no se interpusieran en sus decisiones para el bienestar de su hijo.

Lyra lo notó pensativo en la cena, cuando la ausencia de Harry en la mesa es bastante obvia y James no ha dicho ni una sola palabra desde que ella se sentó junto a él.

— ¿Cariño? — llama la pelirroja, tomando la mano de su esposo con el ceño levemente fruncido.

James sale de su ensoñación, alzando la mano de Lyra a la altura de su boca para plantar un suave beso en el dorso pálido, componiendo una sonrisa dulce a la preocupada mujer.

— Estoy bien — asegura, leyendo a la perfección la expresión de su esposa — Solo... Es Harry.

— ¿Qué sucedió? — inmediatamente, desvía la mirada hacia el techo, como si intentara mirar a través del concreto y la madera, en busca del chico que ha permanecido encerrado en su habitación desde que llegaron —No me has dicho que quería hablar Dumbledore contigo. ¿Pasa algo con Harry? ¿Él está bien?

—Lo suspendieron de Hogwarts — podrá ser un adulto, Jefe de aurores y padre del chico más problemático del mundo mágico, pero James sigue y seguirá siendo James, algo imprudente y soltando las cosas de sopetón, solo porque así le parecía más fácil enfrentar la situación que andarse con rodeos — No sé porque; estoy esperando que Harry decida hablar con nosotros, Ly...

— Lo hará, amor — Lyra sonrió con ternura, tomando la otra mano de James y juntándolas bajo las propias — Hay que darle tiempo a que se calme. ¿Cómo se lo tomo? ¿Lo viste enojado?

— Más bien... asustado —James cerro los ojos, recargando la frente en el agarre que tiene con su esposa — ¿Cuándo fue la última vez que vimos a Harry asustado, pelirroja? Ni siquiera me miró a los ojos cuando llegue. Es como si... estuviera avergonzado. O como si creyera que lo juzgaré. Harry sabe que no lo juzgo. Yo nunca lo juzgo. ¿Cómo voy a juzgarlo? Casi hago explotar Hogwarts varias veces. ¿Por qué...?

— Han pasado 17 años, James Potter, y sigues parloteando como la primera vez —y ella se ríe, se ríe de él, una risa corta pero dulce que a pesar de los años agita el corazón de James de la misma manera que lo hacía cuando se conocieron — Habla con él, James. Lo que sea que tiene, te lo dirá. Estoy segura.

— ¿Y si hablas tú con él?

— Yo siempre hablo con él.

— ¡Porque tú eres la prudente de los dos!

Lyra levantó la ceja izquierda, en una clara orden que haría a James torcer los ojos de mala manera si no se supone que es un adulto y ya no hacía esas cosas. En su lugar, prefirió poner los ojitos de ciervo bajo la lluvia a los que Lyra nunca se resistía.

Sorprendentemente, ésta vez sí lo hizo.

— Habla con él. — ordenó, enfatizando cada una de las palabras que salían de sus labios.

— Oh, bien — James se levantó de la mesa con resignación, inclinándose para dejar un beso sobre la boca de Lyra y murmurar: — Sí lo empeoro, es tu culpa.

— Si lo empeoras, nos iremos a Gales.

Uhm, Gales suena bien. —aceptó, abandonando el comedor a pasos inseguros mientras Lyra se ríe de su expresión.

James no es el padre más comprensivo, está seguro de que si no fuera por su esposa y cuñados (Sirius es el hermano que nunca pidió, no tiene sentido negarlo), el que Harry fuera Slytherin hubiera sido para él una patada en el orgullo peor de lo que ya lo fue de por sí. Aún así, James lo intenta, y lo intenta bastante, pero Lyra es más moldeable y en su mayoría, James confía en que ella sabrá tratar con un adolescente como lo es su hijo, y James se podría tener de ejemplo, si no fuera por el hecho de que siendo adolescente tampoco pudo tratar consigo mismo.

Si no pudo con él ¿cómo podría con Harry?

Eso es todo en lo que puede pensar parado frente a la puerta de madera que reza, en una placa de oro, el nombre de su hijo, encima de un póster rojo de esos muggles que dice en blanco WARNING, y escrito debajo con un rotulador negro, las palabras toca antes de entrar o dormirás en la cripta familiar un mes, que era la advertencia favorita de Harry para que no se acercaran a su habitación.

Tocó la puerta.

— No tengo hambre —se escucha la voz de Harry, algo ahogada por la madera que los separa.

James frunce el ceño.

— De todas formas no había traído —se encogió de hombros, recargando su mano izquierda sobre su cuello, pegando su oído a la puerta para tratar de escuchar lo que pasa al otro lado —¿Puedo pasar, Harry?

No hay respuesta. James comienza a impacientarse con el paso de los segundos. Está a punto de sacar la varita y volar el pomo dorado cuando éste gira, lentamente, y James puede entrar a la habitación.

Harry está acostado sobre la cama matrimonial que tiene para él solo, con la mirada fija sobre el techo, sin prestar atención a James, que camina indeciso hacia él y toma asiento en la silla giratoria junto al escritorio.

— Oi, Harry — James se agacha y levita una caja de dudosa procedencia, mirando de ésta a su hijo, que gira los ojos hacia él y espera a que continúe —¿Y esto de dónde salió?

— Es de Damon.

Eso es más que suficiente para dejarla caer al suelo de nuevo, pateándola debajo del escritorio y acercando la silla hacia la cama, donde Harry ha dejado de prestarle atención y sigue hundiéndose en la miseria mental.

— Harry...

— No quiero hablar, papá.

Hasta ahí llegó él, quedándose sin palabras con solo ese papá saliendo de los labios de su hijo. Harry dejó de llamarlo papá para cualquier cosa a la edad de 11 años. Si lo llamaba así, era en situaciones muy raras, o muy serias, lo que nunca era bueno cuando se trataba de Harry.

James hizo un gran esfuerzo para que las frases salieran coherentemente de su boca.

— Bien, no hables. Hablaré yo. Y tu madre dice que hablo mucho — lo cual, James no cree, aunque al parecer es un rasgo suyo con el que todos concuerdan como característica típica de James — Cuando era niño mis padres decían que molestaba mucho...

— Me pregunto por qué.

— ¿No qué no ibas a hablar? Haz silencio, me he inspirado.

» Como decía antes de que groseramente interrumpieras: molestaba mucho. Mis padres nunca me pusieron un alto, si te soy sincero. Ya sabes, Sammie y yo eramos sus pequeños milagros— rió un poco al final, cerrando los ojos unos segundos mientras rememoraba aquella época — Pero, de todas formas, como nunca pusieron un alto, yo creía que estaba bien molestar tanto. Y prácticamente llegué a Hogwarts molestando igual. De hecho, el segundo día ya tenía un castigo con Minnie. Que buenos tiempos eran esos...

— Ya, pero nunca heriste a alguien — murmuró Harry, amargamente.

James lo miró con fijeza. ¿Había sido eso? ¿Hirió a alguien? ¿A quién? Alejando su curiosidad por el momento, James dejo escapar el aire que estuvo reteniendo por la boca, luchando por decir lo que estaba a punto de decir.

En 36 años, James jamás lo había aceptado en voz alta.

Su hijo lo valía.

— En realidad... —Harry lo miró casi al instante, sorprendido. James se agradeció internamente el haber abierto la boca, al menos Harry ya pareció salir de su miseria — ¿Por qué crees que Snape nos odia tanto, Harry? A Sirius y a mi.

— Pero nunca... — Harry se atragantó con sus palabras, como si tuviera una pelea con recuerdos particularmente difíciles que preferiría ignorar —Nunca hicieron... nunca hicieron lo que... lo que le hice a Blaise.

— No sé quien es este Blaise, o qué le hiciste, pero no creo que sea peor que las cosas que tu padrino y yo le hacíamos a Snape. —James se rascó la mejilla —No mientras te arrepientas tanto, Harry. Yo tuve que pasar por una guerra y la perdida de Sam y... Holly... —odiaba lo sentimental que lo llegaba a poner este tema, incluso luego de 16 años cargando ese peso tras él — para arrepentirme completamente de lo que hice siendo adolescente. No me siento orgulloso, bambi, no ahora al menos. ¿Eso qué te dice, viendo que tan arrepentido estás de esto?

Harry se quedó mirando la manta bajo con él fijamente, sin intentar responder, jugando con la tela de la sabana en un vano intento por distraerse.

Entonces, tocan a la puerta, y la cabeza pelirroja de Lyra se asoma por el hueco de ésta, sonriendo encantadoramente a padre e hijo, entrando a la habitación sin borrar la nota de felicidad en su cara, a pesar del claro aire de incomodidad que rodea a Harry y de resignación por parte de James.

— ¿Cancelo el viaje a Gales?

Harry brilla como una supernova al escuchar tal cosa, alzando la mirada de inmediato y cambiándola de su padre a su madre, mientras James deja escapar una fuerte carcajada y Lyra mantiene la calma, dejándose inundar del entusiasmo ascendente de Harry.

— Nah —James cruza los brazos tras su cabeza y se inclina hacia atrás en la silla, sonriendo a Harry que lo mira incrédulo — ¿Hace cuánto no vamos a Gales? Creo que es hora de un viaje familiar.

— ¿Ahora? — repite Harry, más incrédulo pero al mismo tiempo más brillante.

— Siempre es tiempo de un viaje familiar —afirma Lyra, acercándose hacia ellos con pisadas delicadas que Harry miró atentamente —¿No crees?

— Pero...

— Tal vez los acantilados de Pembrokeshire tengan algo nuevo que ofrecer, bambi —comenta James, guiñando un ojo traviesamente al adolescente, que cierra y abre la boca sin saber que decir a la repentina decisión que él y Lyra habían tomado.

— ¿Me dejas tirarme del acantilado? —Harry se emocionó más, ésta vez mirando a su madre que no tarda en hacer una mueca, ignorando las risas de James que oculta en una falsa tos.

— Puede ser... ¡Pero! —Harry detiene el salto que está a punto de dar, en espera de las condiciones de su madre para cumplir el sueño que tenía desde que visitaron los acantilados de Pembrokeshire por primera vez, cuando él tenía 8 años—Si tu padre se desbarata cuando choque con el agua tú te vas a hacer cargo.

—Hecho—Harry asintió, ahora sí saltando fuera de la cama.

James tardó unos segundos en procesarlo.

—¡Eh!

El límite marítimo de Gales era de uno de los lugares favoritos de Harry, la calma que le ofrecía la marea chocando contra la costa, las rocas y los acantilados no se comparaba con ninguna otra y Harry, a los 8 años, ya había decidido que cada vez que algo mínimamente problemático se hiciera presente en su vida, Harry iría allí sin dudarlo y dejaría que olor a mar y el sonido de las olas le despejara la mente para encontrar la respuesta que más necesitaba.

Era lamentable que últimamente Harry no tenía ni tiempo para respirar, mucho menos para ir a Gales.

Es más, y después de todo lo que ha pasado, Harry se esperaba cualquier cosa menos la sonrisa de su madre y la risa de su padre y la orden de empaca para estás tres semanas, iremos a Pembrokeshire.

Pembrokeshire era, para Harry, lo que el castigo en la biblioteca del sábado 24 de Marzo de 1984 se convirtió para The Brat Pack*, un simple escape de los estereotipos. Harry sabía que lo que pasaba en Pembrokeshire se quedaría allí, entre el mar de Irlanda y el Celta, pero no le importa, mientras se mantenga ahí. Sabía que aquel camino, aunque pretenciosamente largo, era una de las mejores experiencias que podría tener jamás en su corta vida.

Incluso con todo lo que ha pasado.

Se instala en su vieja habitación dentro de la propiedad de los Potter en Pembroke, metiendo bajo la cama su baúl encogido, dejando sobre el colchón lo que llevaría a aquel recorrido, tarareando una melodía que con el pasar de los segundos se da cuenta de que en realidad no está en su mente, la melodía viene de alguna parte de la casa que Harry reconoce como la antigua sala de estar.

Baja las escaleras de dos en dos, disfrutando de la voz de Elvis Presley que viaja por la propiedad a una velocidad impresionante digna del Rey del Rock N' Roll, subiendo la temperatura a punta de amores ardientes* con las palabras que el icono alguna vez berreo al micrófono.

Girl, girl, girl, you gonna set me on fire.

Una nueva voz se mezcla con la de Elvis y desafina a propósito donde no se puede desafinar, y Harry tiene que reprimir una sonrisa al identificar el canto intruso como el de su padre.

My brain is flaming, I don't know which way to go.

Harry llega a la vieja sala, parándose debajo del arco hecho de piedra en la entrada y observando a sus padres con los brazos cruzados, mientras su padre utiliza un cucharon de madera como micrófono, y su madre se ríe de las ocurrencias ridículas de su padre, pero aún así, le sigue el juego, cantando la otra parte de la canción sin reparar en la presencia de más en la habitación.

Your kisses lift me higher, like the sweet song of a choir.

You light my morning sky; with burning love ambos cantan, girando en sus lugares y riendo a sueltas carcajadas, mientras la sombra de dos adolescentes que nunca pudieron encontrarse se desliza en las paredes, tras ellos, en un paralelo de vidas que Harry estaba seguro no necesitaban.

— ¡Eh, engendro! —el primero en notarlo es James, dando otra vuelta a Lyra y componiendo una sonrisa al adolescente, que trata de ocultar su diversión con una tos fingida y falso escepticismo, de que sus padres siguieran comportándose como niños — No le temas al Rey. ¡Venga!

Harry está a nada de decir que no, de verdad. Era ridículo. Pero entonces lo recuerda, la razón por la que él tanto amaba los viajes a Gales, la razón por la que decidió que aquel sería la zona neutral que lo sacaría de las dudas más profundas que podría tener.

Lo que pasa en Pembroke, se queda en Pembroke. Así como la amistad de Claire, John, Allison, Andrew y Brian nunca salió de aquella biblioteca y aquella carta firmada por el cerebro, el atleta, el caso clínico, la princesa y el criminal.

Salta sobre el sofá junto a sus padres y chilla la letra, abriendo los brazos como si fuera a dar un abrazo y aceptando el utensilio de cocina que James le tiende completamente divertido.

Ooh, ooh, ooh, I feel my temperature rising.

Lyra gira en su lugar, levantando los pliegues del vestido floreado que utiliza, moviendo su cabeza al ritmo de la música.

Help me, I'm flaming, I must be a hundred and nine.

James de nuevo, bailando en una imitación perfecta de Elvis, que saca carcajadas por igual de Lyra y Harry.

Burning, burning, burning and nothing can cool me.

Harry sacude sus hombros sin pena alguna, cerrando los ojos y dejando que lo guíe la voz del Rey.

I just might turn into smoke but I feel fine. Cause your kisses lift me higher, like the sweet song of a choir and you light my morning sky; with burning love.

Y pasan toda la tarde cantando a Elvis, y se divierten más de lo que podrían hacerlo en Inglaterra, y disfrutan de la tranquilidad de la vida lejos de la mirada de un mago tenebroso psicótico y psicópata, y Harry olvida sus problemas por completo y James y Lyra la razón por la que la suspensión fue elegida como castigo a la situación de su hijo.

Y no importa, porque lo que pasa en Pembroke se queda en Pembroke, y de ahí no saldrán nada más que recuerdos lejanos de James robando besos a una desprevenida Lyra y Harry fingiendo tocar una guitarra invisible con su pierna.



























*: "The Brat Pack" es como los medios de comunicación llaman a los 5 protagonistas de la película de comedia adolescente de 1985; The Breakfast Club, conocida mayormente en latinoamerica como El Club de los 5.

*: La canción que James canta a Lyra y que Harry escucha de lejos es Burning Love de Elvis Presley. Un fun fact es que, a pesar de que sea Jyra quien canta en un inicio, Burning Love es una canción que define a la perfección la relación entre Nyxiara y Harry.

Porque, claramente, Can't Help Falling In Love es la canción Jyra por excelencia.

Otro fun fact es que el momento donde los tres cantan a Elvis está inspirada en la escena de los créditos de Entrenando a Papá, donde Joe, Peyton y Monique cantan, justamente, Burning Love.

*: La segunda referencia a The Breakfast Club. El cerebro (Brian Johnson), el atleta (Andrew Clark), el caso clínico (Allison Reynolds), la princesa (Claire Standish) y el criminal (John Bender) son cada uno de los estereotipos que cumplen los 5 protagonistas, y la manera en que el director al que Brian dirige la carta al final, los define a cada uno.

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