Capítulo 6. Poseyendo a Mary.⛧
«Satán representa consideración hacia el responsable, en lugar de vampiros psíquicos».
La biblia satánica. Las nueve declaraciones satánicas.
Anton Szandor LaVey
(1930-1997).
Cuando a Satanás se le metía una idea en la cabeza necesitaba llevarla a cabo sin la menor dilación. Le costaba postergar la búsqueda de un capricho. Y más en este caso, en el que percibía que con Brooke no avanzaba. «¿A que parezco un niño que espera, ansioso, al inexistente y gordinflón Santa Claus?», se burló de sí mismo. Pero, por desgracia, a él no le correspondía ningún fascinante obsequio, sino una insípida mortal. Aunque, ¿cómo permitir que Dios, el enemigo ancestral, lo venciera antes de comenzar el juego?
Por los gemidos apasionados que se escuchaban en el pasillo —y que provenían del baño de los hombres— confirmaba, una vez más, que era excelente al juzgar a las personas. Él solo se limitó a crear la situación inicial que propiciaba que esos tres se dejaran arrasar por los deseos más ocultos, pero no intervenía para nada en el desarrollo posterior. Comprendió que una estrategia similar debía seguir con Mary a fin de convertirla en su aliada, pues esta sería la única manera de llegar hasta Brooke Payton y seducirla. Intuía que si no empleaba esta maniobra perdería la partida.
Por este motivo se acercó lo suficiente hasta el sitio donde se encontraban sus acompañantes, aunque de modo en el que ninguno pudiese verlo ni Quasimodo sentirlo. No permitió que la multitud que bailaba a los saltos y que se reía sin control lo distrajese, sino que se concentró en la rubia muchacha. Solo la presencia de Mary Walsh le llenaba el campo visual e impregnaba sus emociones.
La joven observó alrededor, buscaba la fuente de este poder. Satanás permitió que el llamado se extendiese con la mayor de las energías, igual que el canto de las ballenas o que el eco de un grito en una montaña colmada de riscos. Y después pensó: «Ven a mí, Mary».
Ella se excusó:
—Vengo enseguida, tengo que ir rápido al servicio. Lo siento.
—¿Quieres que te acompañe? —le preguntó Brooke, solícita.
—No, mejor quédate con Sheldon —repuso al instante—. No podemos dejarlo solo y abandonado.
—Sí, Stan se retrasa. —Brooke frunció el entrecejo.
—Seguro que hay una larga cola para conseguir bebidas —le explicó Mary sin darle importancia al asunto.
Y los dejó. Marchó con lentitud hacia donde se hallaba Satanás, igual que un solitario caminante al seguir el brillo del Lucero del Alba en medio del desierto y de la noche más oscura. Y lo observaba sin parpadear. Mientras, zigzagueaba entre los cuerpos de los bailarines y evitaba que le tiraran encima las copas que bebían con despreocupación.
Cuando llegó hasta el Señor del Mal le preguntó:
—¿Quieres algo de mí, Stan? Siento que seguir tu voluntad me dará una dicha indescriptible.
—Por supuesto, Mary, quiero algo muy importante de ti. Ven conmigo hasta el servicio. —Y caminaron de la mano en dirección al baño de las mujeres.
Había varias muchachas ahí, así que Satanás les ordenó:
—Por favor, idos. Os ruego, eso sí, que olvidéis mi pedido.
Obedecieron enseguida y sin hacer preguntas. Luego el Diablo pasó el pestillo —actuaba con parsimonia— y se dedicó por entero a Mary, quien lo contemplaba arrobada.
—¿Puedo besarte? —le preguntó ella, ansiosa.
—No esperaba esto de ti, pero ¡por supuesto! Ven, Mary, bésame —aceptó Satanás, complacido—. ¡Eres tan hermosa!
Mary Walsh caminó hasta el Diablo, le rozó la boca y se recreó con el contacto. Actuaba minuciosa, pues degustaba los labios llenos del demonio. Y rápido la pasión se desató, no tenía suficiente de él. Frenética, le desabrochó los botones de la camisa. Satanás le acarició los pechos por encima de la ropa y bajó la cabeza. Luego apartó el vestido para rozar las aureolas con la lengua.
—¿Te gusta? —Reía a carcajadas, sorprendido por el cariz que tomaba la noche.
—¡Claro que sí! —le contestó ella al momento—. ¡Eres perfecto, Stan!
Se sintió muy halagado y como premio le levantó la falda. Colocó la mano dentro de la tanga de encaje y la acarició. Y Mary gimió descontrolada. El pelo rubio le brillaba al estar en contacto con él, el cuerpo esbelto le vibraba de placer y los ojos celestes se suavizaban al clavarse en los suyos. Así —deseosa y con el efluvio típico del goce extremo— tenía un ligero parecido con Danielle, la hermosa bruja de Da Mo. Y, lo primordial, lo hacía sentirse poderoso, único, el Rey del Infierno otra vez. Lo sacaba de la insignificancia en la que se encontraba desde que lo había abandonado el personal femenino.
Movió los dedos dentro de ella con cuidado y de manera rítmica. Incrementó poco a poco la intensidad, sin despegar la vista ni un segundo de los enormes ojos, que ahora se volvían grises. Disfrutó al apreciar —casi en cámara lenta— cómo Mary llegaba al orgasmo. El Diablo aspiró el aire que contenía el aroma dulzón de la joven y se sintió irresistible. Bebió hasta el último de sus suspiros. Y se deleitó con los blancos dientes al morderse el labio inferior, fascinada por las sensaciones que el demonio le despertaba. Pensó que sería interesante conocer la opinión de Brooke para saber si se arrepentía de haberlo rechazado. ¿Qué diría si comprobaba cómo retozaba con su amiga y que esta se lo daba todo?
Luego retiró la mano, y, ante las protestas femeninas, le explicó:
—Espera un segundo, Mary, sé cuánto me deseas, pero primero necesito algo de ti.
—Después, Stan, ahora yo te preciso dentro de mí con desesperación, sentir que soy totalmente tuya. ¿Puedo quitarme la ropa y recibirte en mi interior? —le preguntó como si Satanás fuese el Sol y ella Mercurio mientras giraba alrededor y la devoraba el fuego de la estrella—. Quiero que me veas, que me encuentres guapa. ¡Solo deseo ser de tu propiedad!
—Hazlo si te apetece, Mary. —Tanta devoción le recordaba a épocas pretéritas y resultaba muy reconfortante—. Deseo conocerte de modo íntimo, ¡eres guapísima!
La chica le efectuó un guiño sensual —eufórica por la respuesta positiva— y comenzó a desabotonarse el vestido azul por delante. Luego lo dejó caer sobre el suelo. Se quedó tan solo con el sujetador y con la tanga, ambos en tono negro. El encaje le acariciaba las curvas y la tersa piel. Casi desnuda al Diablo le recordó de nuevo a la protegida de Da Mo —con la que tuvo sexo, aunque no completo— y sintió que en cierta forma este encuentro significaba la revancha sobre ambos.
—¡Quítate la ropa interior! —E inhaló con los ojos entrecerrados la dulce miel de la excitación que ella desprendía.
Mary, muy lento, dejó caer el sostén. Contemplaba al demonio como si fuese el manjar más exquisito. Deseaba acariciarlo y aspirarle el aroma a azufre del cuello, que cada vez se hacía más intenso. Y anhelaba envolverse con él en la luz roja y ardiente que desprendía, pues Satanás no se reservaba nada ni le ocultaba su verdadera naturaleza. Poco a poco se bajó la tanga y quedó expuesta ante él. Sentía que el Diablo era su dios y se le ofrendaba de forma voluntaria.
—Ven a mí, hermosa mujer, y haz conmigo lo que desees. —Le concedió el permiso, se sentía generoso y más caliente que el desierto del Sahara.
Mary caminó hasta Satanás y le sacó el cinturón y le bajó la cremallera. Le quitó el pantalón y la ropa interior lo suficiente como para llegarle al miembro y acariciarlo. Pero no tenía bastante con esta acción, por lo que cogió al Diablo de la mano y tiró de él hasta la mesada. Luego se sentó sobre el mármol, abrió las piernas y se lo introdujo dentro.
Clavó los ojos en los suyos y le rogó:
—¡Dame placer, Stan!
Satanás necesitaba desfogarse después de la rabia acumulada contra Brooke y de las semanas de celibato forzado. ¿A alguien se le podía ocurrir una venganza más dulce que follarse a la mejor amiga? Se movió dentro de Mary con acometidas contundentes, lentas al principio para volverla loca de deseo. Entraba y salía, rozaba cada pequeña porción. La llenaba de lujuria, la colmaba de pasión y la convertía en sensaciones cálidas sin pensamiento, en puro aroma a azufre también. Pretendía que conociera el placer intenso que despertaba en el género femenino desde los albores del tiempo y que se rindiese a él en cuerpo y alma.
Se sintió fuerte y poderoso —invencible como antes— porque repleto de energía embestía a Mary una y otra vez y se llenaba de su húmeda calidez. El reflejo de ambos en el espejo le corroboraba que la joven nunca había tenido una experiencia tan intensa como esta. Lo notaba porque gemía igual que un animal herido, se retorcía para buscarlo cuando se retiraba un poco y respondía a las estocadas con el mismo vigor.
—¿Cambiamos de posición, Stan?
Mary lo retiró de dentro con delicadeza y saltó sobre el suelo. Se puso de espaldas a él y apoyó las manos sobre la mesada, de forma tal que ahora lo escrutaba gracias al espejo.
Satanás volvió a colocarle el enorme miembro, al tiempo que le confesaba:
—Mírame bien porque a partir de ahora jamás me perderás de vista. Necesito que me ayudes a conseguir un objetivo y por eso recuerda siempre cuánto te he hecho disfrutar hoy. Esta pasión será nuestro secreto, un pecado en el que nos consumiremos cada vez que nos apetezca.
Y se introdujo con fuerza una y otra vez. La hacía chillar, gemir, pedirle más, decirle que lo amaba porque era la razón de su existencia, que estaba ahí para servirle durante toda la eternidad si él se lo solicitaba, que le entregaría el alma si se lo pedía. Por momentos —cuando ella lo contemplaba con los ojos azules brillantes a través del cristal, los sentidos agudizados— era Mary, Brooke, Danielle. Satanás sentía que pujaba dentro de todas ellas y que las poseía con su irresistible falo. Y de esta forma triunfante llegó al clímax, con el pleno convencimiento de que recobraba los poderes y de que los meses de abatimiento habían quedado para siempre atrás.
—Has estado genial, Mary, he disfrutado muchísimo. —Salió de ella y le rozó las aureolas con la lengua.
—¿Seguro que podremos hacerlo de nuevo? —lo interrogó la muchacha, expectante.
—Por supuesto que sí, Mary, pero no le digas nada a Brooke. —La analizaba con detenimiento.
—¡Te lo prometo! —La chica movió de arriba abajo la cabeza—. ¡Pero necesito estar de nuevo contigo! ¡Prométeme que pronto volverás a hacerme tuya!
Y Satanás, condescendiente, efectuó un gesto con la mano. De la nada se materializó una cama con doseles, enfundada en sábanas rojas. El baño se agrandó para proporcionarle espacio y sobre la mesada aparecieron velas encendidas en el mismo tono. Las luces eléctricas se apagaron solas.
Minucioso, el demonio se desabrochó los botones de la camisa que Mary aún no le había desabotonado. Luego se quitó del todo el pantalón y el bóxer. Ella se lo comía con los ojos. Y suspiraba y el corazón le latía con rapidez.
Se acostó sobre el lecho y la invitó:
—¡Ven a mí, belleza! Hoy me has servido bien, Mary, así que vuelve a hacer conmigo lo que te apetezca.
Y, sin que se lo tuviera que repetir, la muchacha se zambulló sobre la cama y culebreó hacia el demonio en un rapto de dicha. Extasiada, lo recorrió con la lengua. Empezó por la clavícula y luego prosiguió hacia el pecho, sin sorprenderse porque debajo del oído no hubiera un corazón que latía.
Mary le bajó por el abdomen. Lo besaba, lo acariciaba, dejaba que la lengua jugase sobre la piel ardiente de Satanás. Él solo la contemplaba, contento mientras disfrutaba del contacto. Y después pensó que sería interesante que Brooke los sorprendiese ahora, justo cuando le efectuaba un inigualable cunnilingus a la amiga.
—Estoy preparado de nuevo para ti. ¿Te das cuenta de cuánto me gustas? —Señalaba con la cabeza su falo, tan erecto como el Himalaya.
—¡Sí, Stan, te necesito ahora mismo! —Los genitales se aproximaron y él le demostró su exquisita habilidad al ensartarla al vuelo.
Luego Mary ejecutó sobre el Diablo un baile sensual, que seguía el ritmo de la música que en esos momentos se escuchaba en la sala. Con cada nota de I don't wanna live forever, además de gemir y de que la penetrase más profundo, lo apretaba entre las piernas y lograba que Satanás se felicitara por permitirle regodearse con él. Porque ambos suspiraban sin poder contenerse.
El éxtasis era tan intenso que con voz ronca exclamó:
—¡Tú sí que vivirás para siempre si me ayudas, Mary, te lo prometo! ¡Y querrás ser inmortal por encima de cualquier antigua amistad!
Cuando arribaron al segundo clímax permanecieron un rato así, tirados sobre el mágico lecho. La mano del demonio apretaba con suavidad los senos de la chica. A Satanás le costó ponerse de pie, quería continuar dentro de Mary, pero la ayudó a erguirse. Hizo desaparecer los objetos que había convocado, y, ante la mirada calma y satisfecha de la joven, volvió a convertirse en humo espeso.
—No te asustes, Mary. —Su voz salía de la niebla gris similar a la del caño de escape de los coches antiguos, pero mucho más densa y con aroma a azufre—. Sé cuánto necesitas volver a sentirme, así que te daré mi número de teléfono para que lo uses cuando quieras. O me llamas con el pensamiento e iré. O puedes venir a mi habitación de la residencia cuando me desees. Sabes que mi nombre real es Satanás, convócame y allí estaré. Es más, me encontraré encantado de dejar que te diviertas de nuevo con mi cuerpo... Pero ahora mismo entraré en ti y sentirás que al lado de esta experiencia lo anterior no ha sido nada. Te fascinará y nos volverá un solo ser, resulta imposible una mayor intimidad. Di: «aaaaaa». —Mary siguió las indicaciones, y, ante su mirada serena y confiada, accedió dentro de ella a través de la boca abierta mientras pronunciaba la vocal.
Una vez en el interior se movió cuidadoso —los huesos y la estructura femenina eran más delicados que los de un hombre— hasta instalarse y sentirse cómodo. Llevaba siglos de entrenamiento y la tarea lo divertía. Se regocijaba, sobre todo, cuando poseía a alguien con un alma del color del betún y que iría de cabeza al Infierno. Como el mafioso que era amante de la bruja Danielle, de nombre Willem Van de Walle.
Fuera de cómo se había entregado esta noche, el alma de Mary le parecía bastante lineal. No existían allí pecados capitales y solo pensaba en que se había enamorado hasta las trancas de él. El Diablo era su única perversión.
Recogió la ropa, desparramada por el suelo, y se la colocó. Sonrió satisfecho y se examinó en el espejo. Después se retocó con el labial que había encima de la mesada y se acomodó el pelo rubio. Se preparaba para ir hacia Brooke y tomarse la revancha. Los ojos celestes le brillaban y emitían latigazos rojos, como si el Fuego del Infierno iluminara un profundo mar.
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