Entre Medusas y Confesiones
Comenzaron a moverse, intentando escapar de aquella oscuridad, y cuando lo hicieron, vieron que por encima de ellos medusas descendían con una belleza hipnótica. Sara, ahora que lo pensaba, nunca vio las medusas cuando transitó ese camino con su mamá y sus abuelos.
¿Por qué?, se preguntó, si eran hermosas.
Estas eran iluminadas por la luz del sol que se filtrada a través de las aguas cristalinas. Parecían bailar en el agua, moviéndose con gracia y elegancia mientras sus tentáculos ondulaban como algas. Veía en ella colores desde el azul eléctrico hasta el rosa pálido, creando un espectáculo de colores deslumbrante y mágico.
Parecían tener cuerpos gelatinosos como sus golosinas, y se preguntó si eran dulces como ellas. A pesar de la tensión en el aire y la amenaza del pulpo, se sintieron transportados a un mundo de asombro, donde la magia del océano se manifestaba en toda su gloria.
—¿Has visto alguna vez algo así? —preguntó Sara, con la mirada aún fija en las medusas que descendían como bailarinas desde la superficie.
Rucius sacudió la cabeza, sus ojos brillaban con asombro y temor:
—Nunca en mi vida —respondió—. Es... hermoso, pero aterrador al mismo tiempo.
Sara frunció el ceño, pensativa.
—¿Y tu papá te ha dicho algo sobre las medusas? —inquirió, desviando la mirada hacia el joven mantarraya a su lado.
Rucius asintió con solemnidad.
—Sí, me dijo que nunca debemos tocarlas —contestó—. Dijo que son criaturas peligrosas y que debemos mantenernos alejados de ellas. Ven, sígueme con cuidado y nademos despacio, lo más cerca del suelo para evitar molestarlas.
Con cuidado extremo, Sara y Rucius se deslizaban a través del campo de medusas, manteniéndose pegados al fondo marino para evitar molestar a las criaturas venenosas. Cada movimiento era calculado y preciso, con la respiración contenida y los ojos vigilantes en busca de cualquier peligro. Mientras avanzaban, un zumbido eléctrico resonaba por encima de ellos, emanando de las medusas que flotaban en el agua como lámparas fantasmales.
—¿Qué haces sola por aquí, Sara? —preguntó Rucius en un susurro, rompiendo el silencio tenso que los rodeaba.
Sara, con la mirada fija en las medusas, respondió en un tono tranquilo pero firme:
—Voy a casa de mi papito en el bosque de algas. Necesito verlo.
—Es un lugar peligroso para una niña como tú. Deberías tener más cuidado —contestó preocupado, con el ceño fruncido.
La respuesta de Rucius provocó un chispazo de indignación en Sara, por lo que respondió con un toque de sarcasmo:
—¿Y tú quién eres para decirme qué hacer? Eres solo una cría de mantarraya, igual que yo.
La tensión entre ellos creció, mientras continuaban avanzando entre las medusas, intercambiando miradas de enojo. Sin embargo, la curiosidad finalmente se apoderó de Sara, y con un suspiro, decidió romper el hielo:
—Bueno, ¿y tú? ¿Por qué estás solo?
Rucius se detuvo por un momento antes de responder, recordando su propósito original:
—Se suponía que hacía mi primera incursión como una mantarraya joven casi adulta. Mi padre me estaba esperando aquí en el campo de medusas, pero parece que se adelantó cuando vio que no llegaba a tiempo. Supongo que la hora de las medusas se acercaba, y él no querría estar atrapado aquí cuando llegara. Solo tenía que cruzar el hogar de los pulpos astutos, pero ese pulpo me atrapo y... bueno, ya sabes el resto.
—No pareces contento —dijo Sara, al verlo tan triste—. Además, parece que no era bueno ir por ese camino, el señor Narval me lo dijo, pero no le hice caso.
—Es bueno aprender a escuchar a los adultos —respondió Rucius—. Si no te hubiera dicho lo que mi papá nos dijo, seguro serías la comida de ese pulpo o la presa de estas medusas.
Sara no quería aceptarlo, pero Rucius tenía razón. Al final, todo el mundo le habían advertido sobre recorrer el camino sola, pero ella no había escuchado.
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