52 ━━━ Totally fine.
TONY STARK
Esencialmente, todo hubiera sido mucho más fácil de soportar si la parte más sustancial de mi ecuación no estuviera tan... Dios, no encontraba una palabra que la describiera. De hecho, no encontraba ninguna manera de describir lo que estaba pasando. Por momentos se sentía como ir cayendo lentamente hacia un vacío, pero en otros era como sentir la sangre congelarse en tus venas. Respiras por inercia, involuntariamente, pero llega un momento dado en el que tu cerebro se detiene, se apaga, incapaz de lidiar con lo que está sucediendo. Tal vez para no dejarnos sumir en un abismo más profundo que este, tal vez solo trataba de protegernos, ¿quién sabe? Yo no lo sé.
Pero el caso es que, encima de eso, yo estaba completamente bien. En serio. Estaba la villana azul que me ha ayudó, conté con ella para distraerme un rato –los juegos siempre son entretenidos–, y de hecho es con la que he podido sacar esta nave adelante. O bueno, pude sacarla adelante, porque ahora no hay manera de que este pájaro siga volando en medio del vasto espacio.
Aquí, la situación realmente importante era ella. La pelinegra que todo lo que hacía era llorar, que no quería comer, no quería beber agua –tampoco es como si tuviera mucho que ofrecerle, la verdad–, que no quería hablar con nadie y se rehusaba totalmente a sacar la cabeza del hueco entre sus rodillas. Es ella. Es mi muñeca, que estaba cayendo en una espiral de dolor muy deprisa y yo no podía atraparla... porque ella no me permitía hacerlo. Una de las cosas más tristes que había tenido que presenciar –fuera de... bueno, eso, ya saben qué es– definitivamente era verla a ella.
Era el día, ¿veintiuno?, ¿veintidós? No lo sabía, no estaba muy seguro. Irónicamente lo único de lo que tenía certeza era de ese vacío aterrador que se extendía tras las ventanas; de la temida nada. La representación física del terror existencial. Bueno, al menos aún flotábamos, ¿no? Porque las celdas de energía se dañaron durante la batalla, e hicimos unos trabajos y pudimos conseguir cuarenta y ocho horas más de vuelo, pero, ya estábamos a la deriva. La infección por la puñalada cedió un poco, gracias a Nebula, y me hubiera encantado saber cómo estaba la herida de Beverly pero ella se negaba a mostrarme. Mejor dicho: se negaba a moverse.
Pero tendría que hacerlo, ¿verdad? Porque el tiempo se nos agotó. La comida y el agua se acabaron hace cuatro días, y el oxígeno llegará a su fin mañana. Sé que la posibilidad de que ella resista más es plausible, pero no quiero dejarla. No quiero dejarla sabiendo que todo le duele demasiado, sabiendo que, por primera vez desde que la conozco, no es fuerte. Que esto fue demasiado para ella y simplemente no puede soportarlo. Porque también sé que ella teme lo mismo que yo, pero la verdad es que ninguno puede saber a ciencia cierta si Edward aún está allá. Y, oh, Dios, esperamos que sí. De verdad. No necesito que me hable para entenderlo, sé lo que la tiene así... porque es lo mismo que me sucede a mí.
Pero, antes de que el tiempo terminara por agotarse en su totalidad, tenía que hacer un último esfuerzo.
Por eso me moví lentamente en medio del silencio que envolvía la nave, avanzando con cuidado hacia ese rincón cerca del ventanal del que ella nunca se movía. Siempre estaba allí, sentada, con las rodillas alzadas y la mirada perdida en el vacío del espacio. Incluso sus ojos ya no estaban azules; eran oscuros, de la misma manera en la que lo eran la primera vez que la conocí. De eso, sentía que habían pasado diez vidas enteras. Cuatro años completos de ese momento.
—¿Muñeca? —la llamé con voz baja. Ella ladeó la cabeza sobre sus rodillas y me dirigió la mirada, como siempre lo hacía, así que me senté en el suelo junto a ella. Recosté mi espalda del ventanal para estar de frente y con fatiga levanté la mano para tocarle el rostro. Ante mi tacto, sus ojos se llenaron de lágrimas—: No me gusta verte llorando, ¿alguna vez te lo dije?
Ella frunció los labios y sorbió por la nariz.
—Lo siento.
—No, no te disculpes —le acaricié la mejilla—. Yo lo siento, no tú.
Beverly parpadeó, pero en consecuencia las lágrimas que se le habían quedado acumuladas en los bordes de sus ojos terminaron cayendo.
—¿Por qué?
Así era todo con ella; preguntas y respuestas cortas. En algún punto comencé a tener la impresión de que ella simplemente no podía armar una oración más larga porque le dolía demasiado hacerlo.
Pero incluso con todo eso, no sé cómo le hacía para siempre estar al pendiente de lo que yo hacía. No hablaba mucho, y en definitiva se la pasaba llorando, pero hacía a un lado su papel trágico cuando reparaba en mí. Por ejemplo, cuando la sádica villana azul me estaba cerrando la herida de la puñalada y ella, en silencio, se levantó y empezó a curarme. Lloró de forma callada durante todo el proceso, pero lo hizo, y una vez terminó me besó la frente. Por eso sabía que aún se preocupaba, que aún sentía, pero el dolor le había calado más hondo. El luto la había hundido hasta abajo y ella no había podido salir a la superficie.
—Porque te prometí que te cuidaría, que no tendrías que pelear más, y obviamente eso no pasó —contesté mientras hacía un mohín—. Porque tampoco pude sacarte de aquí. Lo siento.
Su labio inferior sobresalió hacia adelante, tembloroso, y entonces la observé inspirar profundamente para tranquilizarse. Allí, en ese efímero instante, hubo un cambio. Cuando se le crispó el rostro y, en lugar de meter la cara en medio de las rodillas, tomó la mano que yo tenía reposada en su mejilla y la apretó con fuerza. Cuando bajó los pies, giró sobre sí misma y empezó a retroceder en mi dirección, hasta recostar su espalda de mi pecho.
Puse mi barbilla sobre su hombro izquierdo y la rodeé con mis brazos —con toda la vaga fuerza que me pudiera quedar.
—¿Tienes miedo? —le pregunté, con mi voz siendo amortiguada por su cabello. Ella negó con la cabeza lentamente.
—Cada vez que me sostienes dejo de tener miedo —murmuró.
—Entonces nunca te voy a soltar, muñeca. Mi muñeca de ojos zafiro, tú siempre vas a ser con lo que sueño al cerrar los ojos. Siempre.
Poco a poco fue volviendo el torso hasta meter la cabeza en medio de mi cuello y acurrucarse contra mi pecho. Y yo la sostuve lo más que pude, porque no quería dejarla sola, y no quería que tuviera miedo.
Usualmente creemos que la inconsciencia es como un hueco oscuro y profundo en el que tus sentidos se duermen, tu cerebro se apaga por completo y, en resumen, parcialmente te mueres. O al menos eso es lo que dicen, porque yo lo sentí diferente. Para mí la inconsciencia fue una mezcla de entumecimiento y dolor; porque no podía sentir nada, y aún así había un pinchazo insoportable de dolor en algún lugar de mi cabeza. No podía sentir mis extremidades y estaba bastante seguro de que tampoco podía respirar, ¿entonces cómo era posible que pudiera sentir ese pinchazo de dolor? ¿Así era la muerte? ¿Iba a tener que sentir eso por toda la eternidad? Porque no me gustaba. Y honestamente esperaba algo mucho mejor de la muerte —después de toda la propaganda que le hacen...
Por eso me sorprendí cuando el dolor se convirtió en calor. Algo caliente contra mi rostro, contra mis ojos cerrados y mis nervios dormidos. Si aún estaba vivo, entonces tenía serios problemas para abrir los ojos, y si acaso ya estaba muerto, esa sensación de calor definitivamente tenía que venir del infierno. Bueno, no es como si en verdad hubiera esperado ir al cielo.
No podía moverme, pero seguía sintiendo el calor. Hice un nuevo esfuerzo e intenté abrir los ojos, pero los párpados me pesaban una tonelada entera. Empujé y empujé, hasta que finalmente mi lánguido esfuerzo dio frutos, pero entonces me percaté de algo más. Si no estaba muerto, ¿dónde estaba Beverly? Si me había dormido con ella en brazos, sosteniéndola, ¿cómo aparecía ahora encima de la silla frente al otro ventanal? Traté de moverme para buscarla pero todo me pesaba demasiado.
Me di cuenta que el calor venía de algo muy brillante; brillaba tanto que tuve que levantar una mano para cubrir el resplandor cegador que se colaba hasta mis ojos y los fundía. ¿Qué era esa cosa? ¿Dios? ¿Jesús? ¿En serio la había regado tanto en mi vida que Dios mismo tenía que venir a informarme que me iba a quemar en el infierno?
Pero entonces, sorprendentemente, la bola de luz me devolvió la mirada. No era Dios, era una rubia con el ceño fruncido.
Es más difícil de lo que creen mantener el equilibrio al bajar las escaleras de una nave espacial cuando no has comido ni bebido agua en cuatro días —mucho más si te estás recuperando de la puñalada que un maníaco genocida te dio en el pecho. Pero hice mi esfuerzo, ¿verdad? Y entre Nebula y Beverly me ayudaron a bajar. Y eso se sintió bien. Se sintió bien poner un pie fuera de la nave, respirar oxígeno terrestre y estar en tierra firme. Tenía que darle las gracias a la bola de luz rubia, haberse cargado una nave en los hombros y hacer el recorrido de millones de años luz merecía una muestra de gratitud.
¿Qué no se sintió bien? No se sintió bien aterrizar y que los rostros pasamanos y anonadados de todos nos interceptaran. No se sintió bien ver la decepción en el rostro de Victoria cuando no vio ninguna cabellera pelirroja bajar de la nave. Y definitivamente no se sintió bien admitir en voz alta, por primera vez desde lo acaecido, que habíamos perdido.
—No lo detuve —jadeé cuando Steve me atrapó antes de que trastabillara al final de las escaleras.
—Ni yo tampoco —contestó sin mirarme.
Me dolió el pecho al girar, pero lo hice, y en consecuencia Steve se detuvo lentamente.
—Perdí a los niños, a ambos.
No debería de haberme sorprendido el espasmo de dolor que le recorrió el rostro, pero me sorprendí. No debió haberse sentido peor que la primera vez que reparé en ese hecho (porque el tiempo sana todas las heridas, ¿no?), pero sí me sentí peor. Y por supuesto que fue decididamente peor cuando escuché un sollozo roto un poco más allá de nosotros. Cuando el cuerpo de Beverly colisionó con el de Victoria y ambas pudieron dejar ir sus penas de la forma más dolorosa posible.
Vi a Steve tragar saliva.
—Tony, todos perdimos...
—Sí, pero...
—¡Papi dindo! ¡Mami dinda!
Sentí que me daba un ataque, un infarto, una aneurisma, todo al mismo tiempo. Ahí estaba el niño pez, el terror de los pájaros. Estaba vivo, sí había sobrevivido. Y de solo ver cómo se abrazaba a su madre con todas sus fuerzas, me sentí un poquito mejor. No me sentí tan miserable después de todo.
***
Nunca me gustaron las agujas y las inyecciones, pero en ese caso no era como si realmente tuviera una opción. Tenía que aceptarlo porque o eso o era la muerte, y como recientemente había estado coquetando con ella de manera muy atrevida me iba a ir muchísimo mejor si nos tomábamos un tiempo y conocíamos a otras personas. En serio.
Finalmente Beverly se dejó revisar la herida, pero sustancialmente no había nada. La cicatriz era casi imperceptible. Su cuerpo había hecho un trabajo estupendo al sanarla por sus propios méritos, o todas las lágrimas que había derramado sirvieron para regarle la piel y que floreciera como nueva. De cualquier manera, además de una deshidratación palpable, ella se encontraba bien. Estaba demacrada y habían unos cuantos moretones aún en su cuerpo, pero estaría bien. Eso me generaba un alivio tremendo, el suficiente como para no oponer resistencia a todo lo que Bruce me hacía.
Pero no estaba muy seguro de cuánto me duraría el sereno ahora que me habían movido hasta la sala de reuniones del complejo y me estaban dando un amplio resumen del estatus global del planeta en ese momento. Y la verdad es que la sala tampoco estaba vacía; me sorprendió ver la cantidad de personas que aún seguían aquí y también me sorprendí por unas caras nuevas que no reconocí de nada.
Halley estaba aquí, y eso era muy bueno. Aunque se trataba de Halley, era imposible que ella muriera por cualquier causa. Ni en el cielo ni en el infierno la quieren, está condenada a vivir eternamente por ese hecho.
Y eso me recordaba a la vampiresa. Maldita sea, Harper. Maldita sea.
Dirigí mis pensamientos hacia otros índoles menos dolorosos. Natasha, Steve, Victoria, Banner, Rhodey, todos estaban bien. Hasta Thor estaba por allá, apartado, pero estaba. Y según había logrado ver un poco, el bebé del rubio patriótico también se encontraba bien, al igual que la bebé del fortachón. Pepper y Happy también estaban bien. Incluso Ariel seguía con nosotros, era bueno verla a salvo.
Los rostros nuevos pertenecían a la rubia de la bola de luz y a la que me pareció era su novia. Una castaña oscura más alta que ella y de apariencia refinada y solícita. Ambas se mantuvieron calladas durante el resumen, pues me pareció que también era la primera vez que lo escuchaban.
El problema no era el resumen en sí, porque era necesario. El problema eran las imágenes que flotaban frente a nosotros y nos recordaban a quiénes habíamos perdido. Beverly tuvo una crisis cuando se enteró que sus abuelos ya no estaban, y yo estaba al borde de tener una cuando me aparecieron las fotos de Peter y Vera, una junto a la otra, como parte de las pérdidas potenciales. Ni siquiera tuve el valor de levantar la mirada para observar a Victoria y a Steve, solo pude cubrirme los ojos con la mano.
—Veintitrés días desde que Thanos vino a la tierra —anunció Rhodey con voz mortecina.
Desde su lugar, Romanoff prosiguió con el breve resumen.
—Los gobiernos mundiales están en pedazos, las partes que aún funcionan tratan de hacer un censo y parece que hizo... —su voz se apagó de pronto, y tuvo que tomar aire para continuar—: Hizo justo lo que dijo que iba a hacer. Thanos eliminó al cincuenta por ciento de todas las criaturas vivas.
—¿Dónde está ahora? —pregunté, sacándome la mano del rostro.
Rogers cruzó los brazos con gesto gélido.
—Nadie sabe. Solo abrió un portal y lo cruzó.
—Los últimos días todo ha sido silencio —contestó Victoria, con las manos sobre la cabeza y con expresión atormentada—. No sabemos nada más lejos de aquí.
Halley suspiró cansada.
—No puedo creer que Harper y Vera se hicieran polvo.
—Harper no se hizo polvo —alargó Beverly, con la voz cavernosa—. Murió antes del chasquido.
—¡Dios! —murmuró Victoria con un tangible dolor en la voz.
—Perdimos demasiado —concedió Rogers en voz baja.
Boté el aire por la boca. Puse las manos a cada lado de la silla de ruedas y empujé hacia adelante —el movimiento me resultó inesperadamente tranquilizante. Luego volví el rostro hacia la derecha.
—¿Y a este qué le pasó? —señalé a Thor.
—Está enojado, cree que falló. Y la verdad es que sí porque también casi mata a su hija pero ajá, no es el único que se siente así.
Me le quedé mirando a la rata peluda con ropa por un largo segundo y sentí como se me desencajaba la quijada de pura impresión.
—Hasta hace un segundo pensé que eras un peluche —lo señalé.
Él se encogió de hombros.
—Tal vez lo soy.
—Llevamos tres semanas buscando a Thanos —agregó Rogers, estrechamente hacia mí—. Por medio de escaneos, satélites, y no hay nada. Ustedes pelearon...
—¿Quién dijo eso? No peleamos. No —me encogí de hombros—. Él me golpeó con un planeta y la apuñaló a ella con una viga mientras que el mago de la calle Flipper le daba lo quería. Eso pasó. No hubo un combate porque es... ¡Invencible!
Rogers asintió.
—¿Te dio algo? ¿Algún indicio, una coordenada, algo?
Hice una maroma con las manos y dejé escapar un sonido obsceno por la boca. Me gané unas buenas torcidas de ojos ante ese hecho, pero no me importó.
—Hace años vi lo que iba a pasar —les recordé con saña—. Fue una visión y no lo creí al principio. Pensé que soñaba.
Rogers dio un salto fuera de la mesa.
—Tony, necesito que pienses...
—Y yo te necesité —lo corté, ladeando la cabeza en su dirección—. Tiempo pasado. Eso le gana a lo que necesites, ya es tarde, amigo. Lo que yo necesito es afeitarme —le di un manotazo a la vajilla que estaba sobre la mesa, y me apoyé de ahí para impulsarme hacia arriba, dispuesto a sacarme los cables de encima.
Escuché a Beverly soltar un alarido.
—Tony, no. No lo hagas.
La ignoré.
—Y creo recordar que les dije a todos cuando aún estaban aquí —me arranqué la vía intravenosa—, que lo que se requería era crear una armadura que cubriera al mundo, ¿¡no fue así!? Así afectara nuestra valiosa libertad o no, eso era lo que se requería.
Al tiempo que Victoria se levantó de la mesa, Rhodey dio un paso hacia mí y Beverly atravesó la habitación dando zancadas largas.
—Pero eso no funcionó, ¿o sí? —repuso Rogers en respuesta.
Mi respiración comenzó a agitarse en ese momento.
—Te dije que nos vencerían, y tú dijiste: "nos vencerán juntos entonces". ¿Y qué crees, Cap? Ellos nos vencieron y no estuviste ahí. Pero eso es lo que hacemos, ¿no? Actuamos después del hecho —traté de dar un paso hacia adelante, pero Rhodey me interceptó e intentó detenerme. A eso se le sumó Beverly, pero, nuevamente los ignoré a ambos—. Somos los Vengadores, ¡Los Vengadores! No los Pre-Vengadores, ¿verdad?
Rhodey inspiró.
—Ya fuiste muy claro, ahora siéntate.
—Tony, ya basta, lo digo en serio —Beverly me jaloneó—. Si no te sientas te siento, a ver cómo te va con eso.
Volví a ignorarla.
—No, no —negué, y señalé a la rubia de la bola de luz, a su novia y a Ariel—: ¡Ariel, se siente tan genial verte de nuevo! Me alegra mucho que estés bien. Y tú, tú eres grandiosa. Tú y tu novia. Eso es lo que necesitamos: sangre nueva. No a estas viejas momias.
—¡Tony! —continúo exclamando Beverly, y me tomó del brazo pero di un manotazo para zafarme. Definitivamente me iba a arrepentir de eso más tarde.
Con el riesgo inminente de tambalearme y caer, di pasos torpes hasta encarar al rubio patriótico.
—No tengo nada para ti, cap. No tengo coordenadas, ni indicios, ni estrategias, ni opciones, nada. Ni confianza en ti, mentiroso —me llevé una mano al pecho y, con dificultad, me arranqué el reactor y se lo puse en la mano—. Si lo encuentras póntelo y luego escóndete.
Y después todo se volvió negro. Para variar.
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