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48 ━━━ Return.


BEVERLY BLACKWELL


—¿Cómo te sientes?

Del otro lado de la pantalla, mi hermana suspiró. Vi con suma precisión el espasmo de dolor que atravesó sus facciones y supe de inmediato que ella se sentía igual que yo: desmoronada, destrozada, impotente.

—Creo que puedo sobrellevarlo —sorbió por la nariz. Su rostro no mejoró nada, la verdad. Aún se veía pálida y demacrada, el cabello castaño era prácticamente una maraña y seguía teniendo los ojos llorosos—. E incluso si no puedo, si no podemos, tenemos que hacerlo, Bevs. Ya regresamos... no podemos cambiar el pasado. No podemos cambiar lo que pasó, no podemos salvar Olympia o a mamá... No podemos.

Para cuando terminó de hablar, una lágrima silenciosa se deslizó por su mejilla. Ella se la limpió con suma rapidez y fuerza, pero yo pude verla. Tragué saliva.

—¿Qué hay de Thor? Que tal si él...

—Thor estará bien, sabe cuidarse solo —me cortó de raíz—. Necesitamos detenernos, Beverly. Necesitamos detenernos ahora porque sino, todo esto va a terminar de consumirnos hasta el final. No pienses en Olympia, no pienses en mamá, y por sobretodas las cosas, Beverly, no pienses en Thanos.

Me llevé la mano hasta la garganta cuando de repente me ahogué y me costó respirar. Se decía fácil, ¿verdad? El problema era hacerlo. Era un tremendo problema porque cada vez que cerraba los ojos e intentaba dormir, todo lo que brillaba en mis memorias era la noche que Olympia cayó. El sentimiento de culpa que había estado naciendo en mis entrañas era tan impetuoso que me pesaba sobre la vida de forma terrible, de la misma manera que le estaba pasando a Victoria, porque ella también se sentía mal. Y tenía razón cuando decía que no podía cambiar lo que sucedió, pero, nunca se sabe, ¿no?

La culpa se acrecentaba más porque yo debería estar dedicando el cien de mi atención a lo más importante: a Tony y a Edward, pero no podía mientras todo lo demás aún llenara mi mente. No me sentía como yo misma, y no lo sabía, pero de un modo u otro no se sentía como si todo en verdad hubiera terminado. No veía un cierre ni tampoco el horizonte despejado. En mi corazón lo único que apreciaba era un reloj de arena que contaba el tiempo para que algo terrible sucediera.

Estoy perdiendo la cabeza de a poco, lo sé. Necesito detenerme, eso también lo sé. Necesito un descanso, mi mente lo pide a gritos. No sé cuánto tiempo va a pasar hasta que mi cuerpo no sea capaz de manejar la presión. Y solo habían pasado, ¿qué? ¿Dos semanas? Dos semanas desde que regresamos. Se sentía como si hubieran sido años enteros y, en realidad, solo eran pocos días. Tal vez todo tenía que ver conmigo y como me sentía, o tal vez, no, en este punto había dejado de intentar comprender cosas que estaban completamente fuera de mi alcancé. Eso de no saber nada, de ser un poco ignorante, había nacido conmigo. No había manera que le ganara una.

Se me escapó una exhalación profunda.

—Solo quiero que Thor esté bien —murmuré en voz bajita, y era verdad. Esperaba que ya hubiera podido salir de Sakaar. Me mordí el labio inferior, ansiosa—. ¿Y qué pasa con la profecía? Crystal dijo que...

—No sabemos nada de la profecía, Zafiro. Ni siquiera sabemos si es real, o si habla de ellos. Ya deja de atormentarte con cosas que se nos salen de las manos.

_No pierdas los nervios, no los pierdas. _

Volví a inspirar y me enderecé, esforzándome por mostrar una expresión más serena

—¿Cómo está Grant? ¿Cómo la lleva Steve?

El semblante perturbado de Victoria se serenó automáticamente.

—Está dando pasitos —me contó con una sonrisa sincera—. Steve está hecho un desastre, quiere hacer muchas cosas al mismo tiempo, pero se le olvida que sólo tiene dos manos. Está loco con Vera y Grant, Nat también está complacida. Halley ha estado muy al pendiente de todos, nos consiguió un nuevo lugar donde quedarnos. Es lo suficientemente grande para que estemos bien, así que...

—Me alegra mucho oír eso —le respondí honestamente. Mi hermana me sonrió.

—¿Qué hay de mi pececito?

—El pececito me tiene preocupada por algo —dije, haciendo una mueca—. Vi, no se le olvida nada. Y cuando te digo nada, es nada. Recuerda cosas de mí de cuando aún era bebé y me las dice.

—No te pongas loca, Bevs. Edward es hijo de Tony pero también es tu hijo, es normal si algunos rasgos se salen del margen de lo cotidiano —me recordó con voz calmada—. No me preocuparía por eso, aún está pequeño, puede que se le pase. No te asustes.

Asentí.

—Está bien. Te llamo cualquier cosa, ¿va? Te quiero, Vi.

—Y yo a ti, Bevs. Nos vemos.

Mi hermana colgó la llamada y yo puse el celular sobre el mesón de la cocina. Observé mi reflejo en la nevera y se me escapó un jadeo, estaba hecha un desastre: mi cabello estaba todo mal amarrado en una coleta baja y lo más resaltante de mi rostro eran el par de ojeras malvas que estaban bajo mis ojos, incluso mi piel aún se veía un poquito amoratada y amarillenta por lo sucedido. Me pasé las manos por la cara rápidamente y luego me fijé en el reloj, que marcaba las diez de la noche en punto.

Salí de la cocina arrastrando los pies. Al menos ahora no tenía que pretender que me sentía de diez para que los abuelos no se preocuparan, o para que a Harper no le diera una crisis. A esta hora todo se sentía menos pesado y más en silencio, más tranquilo, porque sabía que aquí solo estábamos Tony, Edward y yo. Era inevitable que no me sintiera más plena con ambos, y supongo que era lo mejor con todo esto que estaba pasando.

En mi corazón había una grieta. Esta venía intrínsecamente conectada a mí desde que era una niña —no tenía que explicar el motivo otra vez—, y con el paso de los años, la grieta se fue llenando, pero nunca cerrando. Siempre estuvo ahí, algunas veces en más carne viva que otras, pero nunca se alteró. En algunos momentos se sedaba, como cuando me sentía feliz, pero en otros me ardía como si acabara de abrirse en mi pecho, que era como me sentía ahora. La grieta se regodeaba cada vez que algo malo sucedía, y me gritaba con euforia que el dolor era algo con lo que estaba destinada a vivir. Sin embargo, esa grieta también se escondía asustada cuando veía a mis abuelos sonreír, cuando mi hijo me llamaba «mamá», y cuando Tony me estrechaba contra sí. Pero irse, no, la grieta nunca se fue.

Tal vez las personas como yo no tenían finales felices. Tal vez las personas como yo solo estaban destinadas a lidiar con lo que sucedía, pero realmente nunca se les otorgaba un respiro. Tal vez.

Cuando llegué a las escaleras me encontré a un polizón trepado sobre los muebles junto a la escalera. Edward se había encaramado sobre ellos y estaba a punto de poner los pies sobre los estantes para llegar a la gran pecera abarrotada de esos animalitos que Tony le había comprado.

—¿Qué estás haciendo fuera de la cama, Edward Steven Stark? —lo llamé desde la entrada. Crucé los brazos sobre mi pecho y lo observé medio divertida cuando dio una voltereta por el susto de mi voz y se cayó de culo sobre el mueble.

Se incorporó de un tirón y se alisó la pijama azul —que para variar tenía muchos peces dibujados en ella—, y me dedicó una sonrisita inocente. Batió las grandes pestañas y sus ojos azules relampaguearon como si fuera el niño más tranquilo del universo entero, cosa que no era cierta.

—Papi dindo dijo que viera mish petetitos —sonrió aún más.

—Sí, claro —me acerqué hasta el y lo tomé en brazos. Edward enredó sus piernas flacuchas alrededor de mi cintura—. Estoy segura de que tu papi dindo no tiene ni idea que estás aquí abajo. Eres como un vampiro, nadie te escucha o te ve.

Él se echó a reír sonoramente.

¡Valpiño!

—No, no valpiño —me reí yo también—. Vampiro.

—Mami, estash mash bonita tuando ti ríes.

—¿Tuando mi río? Eres un niño muy loco. Eso lo sacaste de tu papi dindo —le besé la nariz.

Papi dindo y mami dinda.

Edward se echó a reír de sí mismo, de cómo decía las cosas. Pues sí, tenía un niño muy loco, pero cómo hacía que mi corazón latiera desbocado por él. Estaba tan enamorada de este pequeño pececito que ni siquiera podía comprender cómo era eso posible, o real. Jamás en toda mi vida imaginé que un sentimiento tan demoledor como este iba a abatir mi vida, pero ahora mismo lo agradecía. Y mucho. Me dolía tanto pensar en todo lo que me perdí. En cómo no estuve para su primera palabra, sus primeros pasos, su primer todo. Porque yo hubiera dado mi vida, y más, con tal de no perderme nada de mi hijo.

Pero yo sabía que no había estado solo, que Tony había estado con él y que lo había cuidado igual o mejor que yo. Solo me dolía no haber estado, pero ahora nunca me iría. La única manera en la que iban a separarme de mi hijo llevándose mi cadáver sin vida, solo así.

Cuando llegamos a su habitación, lo dejé sobre la cama, le eché la manta encima y luego me arrodillé a su lado. Entrecerré los ojos hacia él y le piqué la nariz con el dedo.

—Prohíbido levantarse, ¿de acuerdo? Un solo sueño hasta mañana.

Edward asintió.

—Bueno —estiró la mano y me tocó la cara suavemente, pasando los deditos fríos que tenía por mi mejilla—. Siempre dinda, mami.

Me le quedé mirando fijamente al tiempo que un sentimiento ardiente y abrasador explotaba en el fondo de mi pecho, dejándome sin aliento y sin oportunidad a recobrarme. Me dieron ganas de llorar, así que hice de tripas corazón para no hacerlo frente a él. En su lugar, me incliné para besarle la cara y sonreírle.

—¿Tú me recuerdas, pececito? —le pregunté en voz bajita, a lo que él asintió entusiasmado.

—Todo.

—Ve a dormir, ¿de acuerdo? —susurré—. Te amo, pececito.

—Yo ti amu mami dinda. ¡Mash glande que el océano!

—¡Pero eso es muchísimo! —exclamé con exagerada sorpresa, sin dejar de sonreírle, y él se echó a reír con ganas otra vez. Me puse de pie y lo señalé con el dedo—: Nada de levantarse otra vez, te estaré vigilando, vampiro.

¡Valpiño!

Apagué la luz de la habitación y cerré la puerta tras de mí, sacudiendo la cabeza. Ahora me sentía mejor; mucho mejor. Edward tenía un increíble efecto calmante en mis nervios, era impresionante.

Fui apagando las luces de la casa conforme avanzaba, pues iba siendo hora de que me metiera a la cama y tratara de descansar un poco. Se me escapó un bostezo en el proceso, porque de verdad me sentía cansada. Harper había venido en el transcurso del día y había traído a Rachel, la pequeña niña a la que aún le buscaba un hogar, así que eso me había desgastado. Tuve que hablar un montón de cosas con Harper y también reprenderla en ciertos aspectos, porque andaba metiendo la pata hasta el fondo como solo ella lo sabía hacer. Vera había regresado en la mañana porque tenía una excursión en la escuela que no quería perderse al día siguiente, y se encontraba dormida desde temprano puesto que debía madrugar por lo mismo.

Todo estaba... tranquilo. Y no me fiaba de nada, de verdad. Basil mismo me había dicho que no me dejara llevar por una falsa sensación de tranquilidad, y estaba dispuesta a escucharlo y hacerle caso. Por eso no podía relajarme, sentía en mis huesos que algo venía. Y realmente no me importaba mucho si estaba errada (que esperaba estarlo), porque al menos mis sentidos estaban alertas y no me tomaría desprevenida si algo sucedía. Además, había recuperado mi brazalete.

No, no lo había recuperado, porque no era el mismo. Había obtenido uno nuevo. Este era más grueso, más pesado y la forma de la serpiente era mucho más filosa y aterradora que la anterior. Tenía más incrustaciones negras en ella que plateadas y sus ojos brillaban de un resplandeciente color azul, como si en verdad estuvieran observando todo a su alrededor. Me pregunté si acaso la serpiente podía mirarme.

Cuando llegué a la habitación, Tony ya se encontraba metido en las sábanas. Me recosté de la puerta y le sonreí, a lo que él imitó mi acción.

—¿Cómo está la vieja y el viejito? —me preguntó, sabiendo perfectamente que yo me había ido a hablar con Victoria.

Exhalé un suspiro profundo, cerré la puerta y avancé hasta treparme sobre la cama. Me acurruqué junto a su pecho al hacerlo, provocando que él me abrazara con más intensidad. Escondí la cabeza en su cuello y cerré los ojos. Ese era mi lugar feliz.

—Está mejor, eso le toma tiempo —musité en voz muy baja. Vacilé por un largo segundo, preguntándome si debería traer a colación el resto de la conversación. Supuse que era mejor no irme por las ramas, ¿verdad? No quería esconderle nada. Tomé aire y añadí—: Me dijo que tenía que dejarlo ir... Victoria cree que estoy dejando que toda esta situación cale muy hondo en mí...

Mi voz se fue apagando de a poco, lo que lo hizo abrazarme más. El latido de su corazón continuó siendo apacible para mí, calmado, pacífico. Su pecho subió y bajo cuando inspiró profundamente, pero sus manos no dejaron de acariciar mi espalda rítmicamente.

—¿Quieres contarme la historia? —me preguntó en el mismo tono de voz—. ¿Crees que si la dices en voz alta te sientas mejor?

Eran palabras muy difíciles de pronunciar y momentos muy amargos que rememorar. Conforme pasaban los días había tratado de escudarme en que no quería recordar lo que había sucedido, y todos me habían comprendido a la perfección, pero en algún momento iba a tener que hablarlo. Y si no era capaz de hablarlo con Tony, estaba segura de que no lo haría con nadie jamás. En realidad, había albergado la esperanza de no verme en la necesidad de repetirlo todo, pero la cosa es que eso nunca había dejado mis labios. Solo estaba ahí, en mi cabeza. Y Victoria me repetía constantemente que tenía que dejarlo ir, y yo me había esforzado en creer que si lo decía entonces no lo estaba dejando ir.

¿Pero y si era al revés? Existía la posibilidad, ¿cierto? Estaba ahí. No deseaba convertirme un ser moribundo y pesado que solo aportaba preocupación a la vida de los demás. Tenía que empezar a poner de mi parte si quería ver algún cambio.

Organicé en mi mente la historia que me contó Victoria hace mucho tiempo, la junté con pedazos que Althea también me había contado y recordé todas y cada una de las palabras de Basil:

—Esta este... tipo —aquello me quemó la garganta como si hubieran encendido un cerillo en el fondo de ella—, con el que mi madre solía relacionarse hace muchísimos años, incluso antes de que Victoria o yo naciéramos. Ellos tenían «negocios», y aparentemente por un tiempo les fue bien, pero Althea comenzó a retractarse con el paso de los años. Ya no quería involucrarse con él, pero era bastante tarde, porque ya le había prometido muchas cosas. Más o menos en ese mismo tiempo, ella lo traicionó, y tal parece que este tipo es sumamente peligroso allá arriba, en la galaxia. Por eso el padre de Thor se llevó a Victoria, para mantenerla a salvo y alejada de todo el desastre que estaba generando mi madre.

» Mamá perdió a Victoria, sustancialmente, y eso la dejó muy vacía, pero realmente no era un buen momento porque aún seguía en la mira de este tipo. Claro que, le importó un reverendo cacahuete eso a ella, porque con todo y eso decidió tenerme a mí. Mamá me dijo que yo nací de ella solamente, que un destello de luz de su espada me dio vida, así que, básicamente, no tengo padre. En fin, cuando decidió tenerme a mí, la cosa se le complicó más. Le debía mucho, demasiado, al tipo este con el que antes tenía negocios, y lo hizo enojar tanto que quiso desquitarse en sus hijas. Por eso Victoria se quedó en Asgard, me congeló por un tiempo y por eso, después, le pidió a Nadine que me tuviera aquí, en la tierra.

» Supongo que pudo defenderse bien por un tiempo, o tal vez el tipo solamente estaba esperando el momento de su descenso y mayor debilidad para cobrarle lo que le debía. Esa noche, cuando Victoria y yo llegamos a Olympia, todo estaba en caos. Las personas estaban muriendo, había un ejército entero atacando el planeta, y solo éramos ella y yo. Solo estábamos las dos. Tratamos de hacer lo mejor que pudimos, pero eran más que nosotras, eran más fuertes y... Perdimos.

Me quedé en silencio por un segundo, sopesando mis propias palabras. Ahora que me escuchaba a mí misma todo era... ¡Wow! ¿Cómo era eso siquiera posible? Tony me miró dudando durante un momento muy largo antes de contestar.

—Muñeca...

—No, está bien. Estoy bien —le aseguré—. En realidad, no teníamos ninguna oportunidad de ganar. Debimos haberlo sabido en el momento en el que pusimos un pie en Olympia y probablemente debimos haber dado media vuelta y atravesar el portal de regreso, pero no pudimos hacerlo. Mamá se sacrificó porque nosotras viviéramos, y te juro que estoy tan cansada de escuchar a todo el mundo únicamente decirme lo malo que hizo. Sí, era una madre atolondrada y narcisista que estaba tratando de enmendar milenios enteros de egoísmo, pero estaba tratando de redimirse. Trató de hacer las cosas bien, solo que sus oportunidades se agotaron. Se las arrancaron. Se sacrificó porque sabía que solo así nosotras nos podríamos ir, ¿sabes por qué?

» Porque si ella no se hubiera clavado la espada al pecho, Olympia no hubiera estallado y ese destello no hubiera mandado a Victoria por los portales, evitando que la asesinaran. Si no lo hubiera hecho, al tipo no se le hubiera ocurrido hacer lo mismo conmigo. Y menos mal que lo hizo, porque era la espada de Althea, y eso no me asesinó, solo me mandó a dormir. Victoria me lo explicó más tarde, y tiene todo que ver con que ese pedazo de metal fue lo que me dio vida. ¿Pero sabes lo que quiero decir? Si ella no hubiera hecho eso, nosotras estaríamos muertas ahora mismo. No hubiéramos regresado.

» Ella sabía que algo muy malo iba a pasar y se preparó para eso. Me consiguió otro brazalete, y no lo hizo porque me quedara bonito, lo hizo porque sabía que ese solo era el principio de algo más. Victoria ahora tiene una espada tan filosa que te juro es capaz de cortar un átomo, ¿tú crees que se la dejó para que cortara los limones? ¡No! Althea estaba loca, pero no era estúpida. Te juro que algo va a pasar, Tony. Puedo sentirlo aquí —llevé su mano hasta mi corazón.

Estuve a punto de soltar de golpe lo de la profecía de los descendientes de Althea, pero me mordí la lengua para no hacerlo. No podía hacerle eso a él, no podía atormentarlo con algo que yo tampoco terminaba de comprender y de lo que realmente no sabía nada. Tenía que esperar que Thor y Crystal regresaran, que juntaran más información, y entonces sí podríamos todos discutir al respecto. Antes no era recomendable hacerlo, eso solo conseguiría ponernos los nervios de puntas e igual no podríamos hacer nada.

Pero no le mentía cuando decía que sentía que algo iba a suceder, yo sabía que no estaba alucinando. Había un motivo por el que Victoria tampoco tenía descanso, y es que ella sentía lo mismo que yo, incluso un poco más. No sabíamos cuándo, ni dónde, ni cómo, pero iba a pasar. Y cuando sucediera no tenía que sorprenderme, porque desde ya lo estaba advirtiendo.

—No voy a dejar que nada malo te pase otra vez, muñeca —decidió Tony con la voz dura—. Eso es un hecho.

Alcé los ojos para buscar su mirada, y lo encontré mirándome detenidamente. Le acaricié el rostro de forma lenta y se me escapó un suspiro romantizado.

—¿Estamos juntos en esto? —pregunté, sin aliento.

Tony asintió.

—Hasta nuestro último aliento, muñeca. Si luchamos, luchamos juntos, no por separado.

Le sonreí, y él puso su boca sobre la mía y terminé de perder el autocontrol. El corazón me latió desbocado mientras sus labios se movían dulcemente sobre los míos, encajando a la perfección, como si estuvieran hechos para el otro. Sentí sus manos debajo de la tela de mi camisa y también lo sentí apegarse más a mí, sin perder el toque delicado. Me besó con tanta intensidad que pronto mi respiración se transformó en un jadeo frenético imparable, uno que solo aumentaba cuando sus manos se movían de forma codiciosa por todo mi cuerpo.

En ese momento, mientras que me besaba y me apegaba a él, se me ocurrió que todo esto había resultado ser un poco romántico. Y no me refería a la escena en sí, me refería a toda la historia: al como Althea me mantuvo congelada por años, y por algún motivo, decidió descongelarme en el momento preciso para que mi vida coincidiera con la de Tony, para que nos encontraramos. Si lo hubiera hecho en otro momento, todo sería muy diferente, pero lo hizo exactamente en el tiempo que no pudiera evitar enlazar mi vida con la suya. Y no sabía si había sido premeditado, si acaso mi madre sabía lo que me deparaba el futuro, pero eso era algo que eternamente le iba a agradecer. Dejarme existir en el mismo tiempo que Tony Stark, dejarme vivir para experimentar esta clase de amor desenfrenado que llena de colores mis días. Althea hizo cosas buenas, y esta era una de ellas.

Tony metió una mano en medio de nosotros y yo di un respingo impresionado.

—Si quieres tocar ahí vas a tener que...

—¡Oh, mira! —se separó de golpe y exclamó, sorprendido, mientras sacaba algo de dónde acababa de meter la mano—. ¿Qué es esta cosita que convenientemente estaba junto a tu otra cosita?

Pestañeé, incrédula, cuando mis ojos enfocaron lo que sostenía entre los dedos. Una sonrisa expectante tironeó en las comisuras de sus labios y yo me llevé una mano a la boca, ahogando el grito de sorpresa que subía por mi garganta.

Tony destapó la pequeña cajita de color negro y me miró con una expresión enigmática por un prolongado segundo.

—Esto lo planeé mejor, pero, alguien por ahí decidió irse al espacio por dos años. Eso es tu culpa y esto es lo que hay —me señaló—: Muñeca mía de mi corazón, ¿le harías el honor a este pobre ser humano de ser su esposa? Tienes que pagar una multa si dices que no.

No sé qué habré hecho yo, pero él se rió de la expresión dibujada en mi rostro. Tuve que parpadear repetidas veces y echarme aire, pues sentí que estaba a punto de desfallecer. Mis ojos iban al rostro de Tony, y después al imponente anillo que brillaba con luz propia dentro de la cajita negra.

—¿Te vas a desmayar? ¿Eso es un sí, un no, o un «estoy embarazada otra vez»? ¡Necesito traducción, mujer!

—¡Tony! —chillé.

—¡Yo!

Le di un manotazo en el pecho y lloriqueé.

—¡Eso es un sí! Sí me quiero casar contigo.






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