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47 ━━━ Cosmic love.


TONY STARK


—Ya quítate, degenerado. ¿Te parece que conduje hasta aquí solo para ver tu bonito rostro de Playboy? Dame a mi bisnieto —el abuelo Dave me gruñó, quejoso, y me dio un bastonazo en la pantorrilla—. Harper Makenna, ¿dónde demonios está la fulana tabla esa? Yo también quiero felicitar a la zanahoria podrida. ¿¡Ya te entretuviste hablando con el otro degenerado!? ¡Perdición fue lo que se consiguieron mis nietas! El doctorsito y el millonario lo único que tienen es la cara bonita.

¿Conocen el dicho ese de que «el tiempo pasa, el tiempo lo cura todo, el tiempo todo lo mejora»? Bueno, hay una cosa que el tiempo no cambia: el abuelo Dave me sigue odiando, como siempre. Aunque creo que me odia un poquito menos esta semana. Me parece que ha estado concentrando todo el «odio las decisiones sentimentales de mis nietas» hacia el tipo con el que Harper ha estado saliendo. ¿Lo conozco? No, pero sí agradezco su afortunada existencia porque eso me ha quitado de encima todo el peso de la desaprobación del abuelo.

Y al menos no ha nombrado a Barton.

—¿Ustedes creen que si Clinton estuviera aquí me hubiera hecho esperar? ¡Por supuesto que no! Hasta una partida de sudoku hubiéramos jugado ya.

Ah, había hablado antes de tiempo. Me resigné y dejé que el abuelo cargara a Edward.

—¡Bulito! —exclamó el pequeño pelinegro, entusiasmado. Abrió mucho la boca, expresando un asombro bastante exagerado, y después sonrió de manera galante.

—Abuelo, salamandra —lo corrigió el señor.

Bulito.

Dave Blackwell negó con la cabeza e intentó ponerse serio, pero evidentemente no lo logró. Edward le sonrió con diversión y el abuelo acabó por besarle la cabeza, resignado y atontado por los encantos del pequeño granuja.

—Feliz cumpleaños, salamandra. Estás grande, guapo y fuerte como tu madre. Y tienes los millones de tu padre, eso quiere decir que te va a ir bien en la vida.

Halley se echó una carcajada tan ruidosa que se escuchó hasta donde estábamos nosotros, y eso que ella se encontraba en el jardín. Definitivamente había escuchado al abuelo y definitivamente le encantaba saber que estaba de visita. Si Dave Blackwell se llevaba bien con alguien después de Clint Barton, era con Halley Nova. La eufórica rubia se lo había metido en el bolsillo desde la primera vez que lo vio y lo retó a jugar ajedrez en un partido sucio, porque ambos hacían trampa.

Aparentemente tenían mucho en común, sobretodo la cantidad espeluznante de malas palabras que decían en una corta oración.

—¿¡Es esa mi rubia estafadora!? —silbó Dave, alzando la cabeza para buscarla. Cuando la encontró también se echó a reír—. ¡Pero hola, panecillo! ¿Te quieres lanzar un partido de ajedrez o le tienes miedo al fracaso?

—¡Ya te estoy esperando, viejo mañoso! —le gritó Halley de vuelta.

Medio segundo más tarde, Dave Blackwell salió apresuradamente hasta el jardín de la casa en busca de su sucia partida de ajedrez. Edward también salió corriendo detrás de él mientras gritaba el nombre de Harper.

El cumpleaños número dos de Edward había llegado, y junto con él una pequeña celebración de temática marina. Por algún motivo, mi hijo había desarrollado una afición hacia los peces, tiburones, cangrejos y todo lo que viniera de debajo del mar. Se pasaba todo el día hablando de los petetitos (o sea, los pececitos), así que entre Pepper y Harper se habían encargado de convertir todo el jardín en un casi auténtico acuario, por lo que todos los presentes usaban vestimentas playeras. Y el pastel tenía la forma perfecta de un caballito de mar, así que Edward estaba feliz y dichoso de estar en medio de su propio mundo marino. Eso era lo menos que podía hacer por él, lo más mínimo de todo, porque este día le faltaba lo más importante. Le faltaba su mamá.

Sacudí la cabeza. Era mejor para mi casi inexistente salud mental si no sopesaba eso mientras que todos estuvieran aquí. Más tarde, cuando Edward se hubiera dormido y la casa haya quedado sola, me tomaría un trago de la botella de escocés que tenía guardada hace años, y luego me deslizaría lentamente hacia mi pozo personal de sufrimiento. Qué buen plan para un sábado en la noche, ¿no?

Mi plan para sábado en la noche. Suspiré. Hubieron momentos en los que mis fines de semana eran extraordinarios e inimaginables, sin embargo, siempre se sintieron vacíos. Ahora se hubieran sentido completos si no me estuviera faltando una mitad sustancial de mi vida. Y era muy extraño, de verdad, porque era sentir la mitad de mi corazón caer a un abismo de tormentos, pero al mismo tiempo era experimentar la más pura de las dichas. Era sufrir por Beverly y ser feliz por Edward. En toda mi vida hubiera podido imaginar que un par de emociones tan opuestas pudieran compaginarse de esa manera para hacerme sentir miserable... y en paz.

Happy, Pepper, Harper, Halley, los abuelos, todos estaban aquí por el cumpleaños del parásito de mar. El cumpleaños de Vera había sido ayer, y aunque había decidido pasarlo únicamente con su padre ese día, eso no le impidió regresar para celebrar junto a Edward también. Peter Parker también había venido. Y había que destacar que el niño pez que tenía por hijo estaba encantado con ser el centro de atención de todo el mundo.

Me puse de nuevo los lentes de sol y emprendí camino también hacia el jardín. La abuela Hannah estaba hablando animadamente con Pepper bajo uno de los toldos, mientras que Happy estaba tirado sobre una de las largas sillas con un plato lleno de comida sobre el estómago. Los niños estaban en la piscina, y por niños me refiero a Harper, Vera, Peter y Edward. Vislumbré a Halley y al abuelo Dave hacer un brindis con sus cervezas y reírse sobre algo. Me tiré sobre la silla que estaba al lado de Happy y lo miré con una ceja alzada.

—¿Para esto te pago el sueldo? ¿Para que mantengas al día la barriga con la que sostienes el plato?

—Ah, no, no —sacudió la cabeza—, este es mi día libre. Ya déjame ser feliz. Estoy aquí por el parásito, él me valora más que tú.

—Edward ni siquiera sabe pronunciar «Happy», todavía sigue diciéndote «Pappy».

—Me gusta ser su Pappy. Me hace sentir querido.

Sacudí la cabeza para esconder la sonrisa.

—¿Por eso te la vives dándole chocolates cuando me doy la vuelta? —le pregunté, divertido.

—Voy a ser su Willy Wonka si me lo pide —se encogió de hombros—. Y al menos a mí sí me presta atención. Pobre Pepper.

Me eché a reír.

Edward tenía tanto por lo que estar agradecido. Tenía un batallón entero de gente que lo adoraba y estaba dispuesto a hacer lo que sea porque él estuviera contento. Eso era mucho más importante y valía diez veces más que cualquier banalidad material. Y, además, era un hecho que me hacía sentir tranquilo. Sabía que mi hijo nunca iba a estar solo, porque no faltaban las manos que quisieran ayudarlo o estar al pendiente de él. Y eso me recordó otra cosa.

—No le presta atención a Pepper pero sí que adora al que no debe ser nombrado —rodé los ojos ante mi propio comentario.

—Steve Rogers no es Voldemort, Tony.

Alcé la vista para encontrarme con Harper. La vampiresa venía con Edward cargado y envuelto en una toalla naranja. Parecía un muñequito, porque solo se le veía la cara sobresaliendo por el hueco de la toalla.

Procesé la respuesta de Harper. Hace un par de días me había dejado convencer por Halley de algo muy estúpido —pero claro, que más estúpido fui yo porque terminé accediendo. En fin, Halley y Vera se llevaron a Edward por dos días para que el innombrable lo viera, y ahora mi hijo había desarrollado un encanto especial para con él. Mi mala suerte solo aumentaba cada día. Mi repentina amargura se regodeó sombríamente sobre mi pecho cuando recordé que, además, él resultaba ser el padrino de Edward y que, irónicamente, llevaba su nombre en su honor.

—¡Papi dindo! —chilló Edward, removiéndose sobre los brazos de Harper para que yo lo tomara. Me estiré hasta que él acabó por dar un salto en mi dirección, así que tuve que atajarlo en el aire. Luego, reparó en la persona que estaba a mi lado—: ¡Pappy!

—Hola, chico —lo saludó Happy, sonriente. Lo vi rebuscar algo en el bolsillo de sus pantalones cortos, y luego terminó sacando una barra de chocolate—. Toma, niño pez. Feliz cumpleaños.

—¡Yay!

Harper se carcajeó, y yo no pude evitar hacer lo mismo.

Yo estaba tirado sobre la silla y él estaba sentado sobre mi regazo, así que lo ayudé a abrir el envoltorio del chocolate y luego le di un trozo en la boca. Él me sonrió y lo masticó gustoso. Me gustó verlo tan feliz, así que me incliné para darle un beso en la frente, con él aún envuelto como muñeco en esa toalla naranja. Luego, Edward acabó por recostarse sobre mi pecho, escondiendo la cabeza en la hendidura de mi cuello. ¿Estaba todo mojado? Sí. ¿Me importaba? No. Me aferré lo más que pude a él tratando de escapar de la asfixia.

Observé a Harper sentarse en la misma silla que Happy para luego quitarle algo del plato. Lo escuché quejarse y darle un manotazo medio segundo después. Edward estaba hablando solo, ahí con la cabeza metida en mi cuello. No tenía ni idea de qué estaba diciendo, así que paseé la vista por el jardín.

Y me topé justo con el joven Peter dándole un beso a Vera.

—¡Oye, niño! —le grité, haciéndolos dar un respingo a ambos del susto—: ¿Si sabes que para hacer eso tienes que pedirle permiso a cierto fósil patriótico? Y es un maníaco, déjame decirte, seguro te lo niega.

—Déjalos en paz, Tony —Halley torció los ojos—. Tienen diecisiete. Y Steve se puede joder, no todos van a llegar vírgenes al siglo como él.

—Nada de toqueteos hasta después de los dieciocho.

—¡Tú hacías cosas peores a los quince!

—¡Ellos no tienen que saber eso, Hals!

—Deja que el amor joven fluya —me sacó la lengua Harper.

Le puse mala cara.

—Si el innombrable le lanzó un camión encima cuando no eran nada, no quiero saber qué hará ahora cuando sepa que la arañita está besando a su niña. ¡Yo no me voy a meter en eso, niño, estás advertido!

Mientras que Vera me rodó los ojos y estuve seguro de haberle visto murmurar una palabrota en voz baja, el pobre Peter Parker se quedó pálido y con los ojos bien abiertos.

—Yo-y-yo, no-n-no... —balbuceó.

—Ya la besaste, nada de retractarse —lo señalé con el dedo.

No supe en qué momento atravesó el jardín completo, pero Halley me dio un zape en la parte trasera de la cabeza.

—Imagínate si tú tuvieras que pagar por haber toqueteado a Beverly —alzó una ceja—. ¿Cuánto sería eso, eh? Porque tú hiciste mucho más que el par de niños. El resultado lo tienes sobre las piernas.

—Me caías mejor cuando estabas en terapia —rodé los ojos.

Edward alzó la cabeza como el chismoso nato que era. A ese sí que no le gustaba perderse nada. Súbitamente, un despliegue peculiar de serenidad se extendió por todo mi cuerpo. Todos se habían incluido a la conversación, estaban riendo, entretenidos, incluso Vera lo hacía. Miré el rostro de la pelirroja en busca de alguna señal de dolor, y aunque lo encontré en sus ojos, había algo más en sus facciones. Ella estaba genuinamente a gusto.

Me pregunté si acaso mi rostro denotaba lo mismo. Si por encima de mi gesto miserable resaltaba lo que tener a mi hijo conmigo me generaba. No me gustaba que me miraran con lástima por lo que había pasado, no quería que Edward percibiera únicamente tristeza, porque mi muñeca jamás lo hubiera querido así. Y era casi imposible pensar en eso y no deprimirse, pero conforme los días pasaban más me daba cuenta que las posibilidades se agotaban. Nunca dejaría de doler, pero... Supongo que tendría que aprender a vivir con ello.

—¿Mami?

Primero, la voz de Edward se me coló en los nervios como una brisa helada. Lo único que mi cabeza procesó en ese instante fue la rapidez con la que tendría que idear la respuesta del día, pero entonces me percaté de algo más. Edward dio un salto sobre mi regazo, empezó a trepar hacia abajo para soltarse de mi agarre, desesperado.

—¿Qué? —fruncí—. ¿Qué pasa, Ed? Te vas a caer. Te vas a enredar con la toalla, ven acá.

Los demás estaban tan inmersos en su conversación que no se percataron del repentino cambio de humor de Edward. Lo atajé antes de que su trasero tocara el suelo y lo miré serio.

—Te dije que te ibas a caer. Quédate quieto, estás envuelto en esa toalla como muñeco y estás todo mojado —lo regañé.

Él empezó a llorar.

—¡No, no! —pataleó, chilló y me dio manotazos para que lo soltara—. ¡Mami! ¡Es mami!

Lo miré, sin comprenderlo aún. Entonces cambió su ruta de escape, y empezó a trepar por mi camisa para señalar algo detrás de mí.

—¡Mami!

Ese grito fue tan potente que esta vez todos lo escucharon.

La primera advertencia fue la reacción estupefacta de todos los presentes. Fue la manera en la que se quedaron paralizados de la impresión, y el único que reaccionó fue Edward. Cuando giré el rostro para ver qué estaba pasando, yo también me detuve por completo. Solté el agarre de Edward y lo vi saltar como canguro fuera de la silla, para después empezar a correr toda la distancia del jardín a la puerta de entrada.

Y no sé cuánto tiempo pasé detenido en esa posición, porque de repente fue como si todo empezara a suceder en cámara lenta. Como si el universo entero se hubiera paralizado en ese efímero segundo. Cuando mis ojos se encontraron con mi mitad perdida, todo el aire que pudiera haber respirado a lo largo de mi vida se disipó. No quedó ni un poco de el que me pudiera ayudar a moverme. El tiempo dejó de avanzar, se congeló en ese instante únicamente para que yo los viera. Los sentimientos que me invadieron en ese momento fueron tan abrumadores que temí me hicieran sufrir un paro cardíaco, y de nuevo, fueron esas mismas sensaciones las que me recordaron que tenía que moverme.

Porque allá, en la entrada del jardín, comenzó a suscitarse el más esperado de los reencuentros. Allí, Beverly regresó. Y lo primero que hizo fue tomar a Edward en brazos. Lo más sorprendente de todo es que no estaba sola. Victoria estaba detrás de ella, por lo que la segunda en salir corriendo fue Vera. Recorrió toda la distancia en tiempo récord, y pronto también se vio acunada entre los brazos de su madre.

—Muñeca... —jadeé sin aliento—, ¡Muñeca!

Di un salto fuera de la silla y eché a correr hasta ella. Estaba cargando a Edward cuando llegué a su encuentro. Pasé los brazos alrededor de ambos y los apegué a mi pecho, con el corazón latiéndome a mil por hora. La toqué para asegurarme de que no se trataba de un sueño, y entonces la sentí estremecerse bajo mi agarre.

—Lo siento —lloriqueó—. Lo siento, lo siento, no debí haberme ido. ¡Lo siento, tanto, oh, Tony, perdóname!

Pero en se momento no fui capaz de procesar correctamente lo que me dijo, lo único que pude hacer fue verla a ella. Verla llorando, temblando y abrazando a Edward con todas sus fuerzas. La vi desmoronarse de a poco, y temí que a mí me pasara lo mismo.

Apenas me las arreglé para murmurar:

—Regresaste —tragué saliva, inclinándome para besar su frente—. Regresaste.


***


—Tuvieron que sedar a Victoria, Beverly solo está descansando —informó Harper, pasándose una mano por el rostro—. Están muy, muy alteradas. Beverly muestra signos de deshidratación, y eso vendría siendo lo más crucial. Victoria tiene una contusión bastante antigua en la parte de atrás de la cabeza, y las dos tienen una cantidad horrible de hematomas en todo el cuerpo. Tuvieron una pelea fuerte, al parecer.

Vera movió los ojos hacia la castaña.

—¿Alguna pista del origen de esto?

Todos clavamos la vista en ella. El bebé rubio que la pelirroja sostenía estaba profundamente dormido.

—¿En serio? —repuse yo de manera sarcástica—. ¿De dónde crees tú que vienen los bebés?

Ella abrió la boca para decirme algo, pero nos vimos interrumpidos por Halley. La rubia entró a la sala del complejo con el celular pegado a la oreja.

—¿Podrías dejar de gritarme por dos segundos? —le preguntó, bruscamente, a quienquiera que estuviera del otro lado de la línea. Pronto mis dudas se disiparon—: Tómate un té de manzanilla, Steve. Tasha hace unos muy buenos —guardó silencio un segundo e hizo una mueca, como si estuviera recibiendo una reprimenda por sus palabras—. No puedes venir aquí, ¿el hielo te fundió las neuronas? Ella está bien, solo está sedada. Te la llevaré en un quinjet robado tan pronto despierte... Sí, es que, verás, hay otra... —le echó un vistazo al bebé—. Situación que seguro te alterará los nervios... ¡Yo no hice nada! ¿¡Por qué siempre tengo que ser yo!? —resopló—. Sí, sí, te llamo cuando Vicky despierte. Adiós.

Cuando colgó, acabó soltando una bocanada de aire por la boca. 

—Preveo la muerte de un fósil cuando vea eso.

Si yo también estaba al borde de una crisis y un infarto y no era mi hijo, no quería ni imaginar lo que vendría para el innombrable. ¿Cómo era que la vieja senil de Victoria estuvo embarazada y nadie se enteró? Peor aun: ¿En qué carajos estaba pensando ella al lanzarse a una guerra intergaláctica, estando embarazada? De verdad que con los años se perdía la racionalidad por completo.

Pero eso no requería de mi atención momentánea.

Mis ojos estaban pegados en el mismo salón en el que una vez hace dos años nació mi hijo, solo que ahora era la madre la única que se encontraba ahí. Y mi muñeca se veía tan mal. Estaba demacrada, delgada como un fideo, con la nariz rota, hematomas sobre su piel y quién sabe cuántos traumas emocionales. Mi corazón se resquebrajó por completo, una y otra vez, en cada ocasión que la vi llorar. Lloró sin detenerse mientras abrazaba a Edward, volvió a llorar cuando reparó en mí, y siguió llorando al ver a sus abuelos y a su prima. Ni hablar de cuántas veces nos pidió perdón por no haber estado.

¿Pero tenía que disculparse? No. Yo era el que tenía que pedirle perdón. Debía pedirle perdón porque dentro de mi inestable cabeza ya me estaba resignando a su ausencia, me estaba diciendo a mí mismo que debía aprender a vivir sin ella porque no iba a volver. ¿Y qué había pasado? Regresó. Estaba de vuelta... no me había roto la promesa. En serio encontró el camino de regreso a casa.

El nudo que tenía en la garganta me impidió tragar saliva. Mi corazón latió desbocado contra mis costillas y por un segundo me pareció sentir una chispa de calor explotar en mi estómago. Ella en serio estaba ahí. Y estaba tan herida, por dentro y por fuera, que no podía permitirme sentirme aliviado por completo. No me sentiría aliviado hasta que no la viera bien. Hasta que no viera esos ojos azules brillar en todo su esplendor, hasta que no la viera mantenerse de pie y dedicarme mi sonrisa favorita. Hasta entonces, yo me seguiría sintiendo vacío. Porque no había manera en la que mi corazón se sintiera completo si ella no estaba perfecta.

Ahora, mi plan para el sábado en la noche había cambiado. No iba a deslizarme hacia mi pozo personal de sufrimiento como había esperado, en su lugar, haría guardia en la puerta de esa habitación, esperando para verla abrir los ojos. Y era extraño... pero me dio la sensación de que las oleadas de dolor desaparecieron. No como si alguien las hubiera detenido, sino más bien como si nunca hubieran estado ahí.

Era por ella. Estaba muy cerca de mi libertad.

—¿Nos dijo su nombre? —escuché preguntar a Harper. Intuí que se refería al bebé.

Vera asintió.

—Grant Anthony Rogers.

—¡Ah, pero que manía! —alcé los brazos y me puse de pie—. Entre Beverly y Victoria no se dan abasto nombrando a bebés recién nacidos como el innombrable y yo.

—Eso solo te demuestra lo destinados que están, guapo —canturreó Halley.

—No me toques ese vals, rubita —suspiré—. Además, ese bebé tiene cara de Rogers. No lo quiero.

Harper entrecerró los ojos hacia mí.

—Edward tiene tu cara y Steve lo adora.

—Pues porque tiene mi cara es que lo adora.

—Sus problemas maritales no forman parte de esta ecuación —repuso Hals—. Ese bebé está muy grande para ser recién nacido. Tiene pinta de tener un año o un poco más.

Crucé los brazos, pero saqué mi mano derecha para tocarme la barbilla.

—Estás implicando que Victoria ya estaba embarazada al irse de aquí.

—Sí.

Bueno, yo ya lo había pensado. Y en realidad era la única posibilidad plausible dentro de todo esto que concordara con la apariencia del pequeño Rogers.

—Ah, Victoria balbuceó algo antes de caer inconsciente —agregó Harper—. Algo acerca de Thor y una bebé. Parece que tenemos para formar un equipo de mini Vengadores.

—¿¡Thor se embarazó!? —chilló Halley, extasiada.

La miré por encima de los lentes.

—Eso no tiene sentido científico o biológico.

—Yo no estoy hablando contigo.

Inspiré profundamente. Edward estaba con los abuelos, así que no tenía que preocuparme por un remolino hiperactivo perturbando la paz de las enfermas. Aunque estuve seguro de que a Beverly no le habría molestado ni por un segundo el torbellino de vida que generaba su hijo. Nuestro hijo.

Dejé a las tres señoritas discutiendo los orígenes del bebé Rogers-Clare. Luego que me pusieran al día.

Me fui hasta la habitación donde estaba Beverly aún dormida, y me acerqué a ella. Su piel estaba amoratada, pero ella respiraba. Estaba ahí, estaba viva, estaba con nosotros. La escena me recordó por un instante al nacimiento de Edward y cuando también creí haberla perdido. Una risa seca se me atoró en la garganta, y después me encontré depositando un beso sobre su frente. Me estaba riendo para evitar ponerme a llorar. El despliegue de emociones me abrumaba por completo.

—Tú no te cansas, ¿verdad? —repuse, con mis labios contra su frente—. Siempre tienes que hacerme creer que estás muerta. La próxima vez lo haré yo, muñeca, y así estaremos a mano.

—No creo que yo pueda manejar siquiera la simple perspectiva de ti muerto, mi amor. Sería como verme morir a mí misma.

Cerré los ojos cuando la escuché responderme. Su voz estaba muy baja, débil, pero era lo suficientemente entendible para mí. La tomé de las mejillas y recosté su cabeza de mi pecho.

—Firmaste un pacto con el diablo cuando decidiste quedarte conmigo —le respondí, con la voz quebrada—. Yo no tengo planeado dejarte, muñeca de mi corazón. ¿Quién te fastidiaría si no?

La escuché sollozar con fuerza.

—Lo siento tanto...

Los ojos me ardieron, como si las lágrimas estuvieran luchando por salir de ellos. Apreté los dientes y me aferré más a Beverly.

—Regresaste, muñeca. Regresaste. Está bien, ya estás a salvo. No tienes que pensar más en eso.

—No quiero irme otra vez —lloriqueó.

—No lo harás, lo prometo —me separé un poquito de ella para buscar su mirada. Los ojos azules estaban llenos de lágrimas—. No llores. Te ves fea llorando.

Eso la hizo reír un poco.

—Eres un idiota.

—Lo sé, es parte de mi encanto —le sonreí—. Me asustaste como la mierda, Beverly Anne. Ni se te ocurra de nuevo, Dios. Ah, pero qué bonito tienes el pelo. Linda camiseta, por cierto. ¿Por qué nunca usaste una así en casa?

Ella frunció los labios, aún con el semblante lloroso, pero llevó una mano hasta mi rostro y acarició con suavidad. 

—Te amo —susurró.

Besé su nariz.

—Yo te amo a ti. Más que a nada.










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