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FINAL DE LA TERCERA PARTE
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Ser una Diosa no te exonera de sentir cosas de las que cualquier otro ser pudiera ser preso. E incluso aunque no fuera fan de dicho hecho, Althea sabía que habían tres ocasiones muy precisas en las que experimentó de manera muy insoportable emociones que siempre quiso enterrar en lo más profundo de sí misma.
El miedo era una de ellas.
La primera vez que sintió miedo fue en el nacimiento de su primera hija, Victoria. Mientras que ella daba a luz su preciado planeta, Olympia, se encontró bajo el repentino ataque de fuerzas desconocidas. Debilitada por la situación y siendo ella misma el principal sustento de energía de Olympia, el parto de Victoria se complicó más de lo debido y la vida de la niña estuvo en peligro la mayor parte de él.
La segunda vez venía ligada a una complicada historia, directamente en conjunto con la primera vez. Con su primogénita en riesgo de muerte, ella debilitada y Olympia al borde de una crisis, cierto ser se apareció frente a Althea ofreciendo una solución a sus problemas.
Thanos sabía luchar sus batallas. Con el tiempo aprendió a desarrollar un inquebrantable don para la estrategia y la astucia, además de buena paciencia. Habiéndolo perdido todo en el pasado, Thanos sabía que su conocimiento adquirido por la experiencia lo hacían un ser sabio y de infinita voluntad. Creía firmemente en un destino que debía cumplir a toda costa, a cualquier precio, y sabía muy bien que en ocasiones los caminos a tomar para lograrlo no eran del todo los más sanos. Pero tenía la fuerza, el tiempo y la voluntad para hacerlo. Tenía que hacerlo. Así que escogía cuidadosamente los sitios a los que se acercaba y los seres con los que se involucraba, a sabiendas de que entre más poderosos fueran más beneficios podrían brindarle. Así que cuando a sus oídos llegó la noticia de que la Diosa de las Almas se encontraba en una situación comprometedora, no dudó en ir a ofrecerle su ayuda... sabiendo muy bien todo lo que obtendría a cambio.
El llamado Titán Loco y sus hijos fueron quiénes despejaron las calles de Olympia y acabaron con la guerra que consumía al precioso planeta utópico. Y aunque a Althea no le gustaba estar a la merced de la salvación, la deuda que tenía con él tras salvar la vida de su hija era enorme. Así que en medio de todo eso, ella decidió creer que el destino que Thanos ansiaba cumplir era imparable.
Y lo ayudó.
Probablemente para evitar un mal más grande, para resguardar la seguridad de su única hija o simplemente por arrogancia desmedida. Althea terminó depositando su confianza en el equivocado, y fueron esas acciones las que orillaron al Padre de Todo a arrancarle de sus brazos a la pequeña Victoria. Después de todo, la niña había nacido de Olympia, pero su corazón estaba ligado a Asgard gracias a la profunda relación que guardaban los guardianes de ambos planetas. Separada de su primogénita y con sus enemigos preparándose para atacarla, decidió que quizás no debía estar del todo sola. No fue la mejor en la primera oportunidad, pero le gustaba ser madre, así que, ¿por qué no intentarlo de nuevo? Una nueva oportunidad, esta vez con un alma nacida únicamente de ella misma y no de nadie más. Únicamente hija de Althea.
Lo que no esperó jamás fue que en el momento que Thanos se enteró que estaba a la espera de un bebé, él lo solicitara. Aclamando que estaría mejor en sus manos —y es que para él, la perspectiva de tener otro hijo nacido de una verdadera diosa antigua era algo que no pensaba desaprovechar.
Esa fue la segunda vez que Althea experimentó el miedo, cuando estuvo a punto de perder a su hija menor a manos del Titán Loco.
Y por eso lo traicionó.
Tomó todo lo que le había entregado, lo desvaneció y se encargó de resguardar un último tesoro en lo más profundo y lejano del cosmos. A Victoria la dejó permanecer en Asgard, bajo el cuidado de Odín, a sabiendas de que cuando creciera en su destino estaba bajar a la tierra. A Zafiro la congeló por más de un siglo, la detuvo en su santuario hasta que llegó el momento adecuado para resguardarla lejos de allí. La confinó a la tierra, con una mortal, sabiendo muy bien que la ignorancia a la que la estaba condenando terminaría por costarle la vida más tarde.
Y ahora, la tercera vez que estaba experimentando miedo, de nuevo era por sus hijas. Pero en esta ocasión estaban todas juntas.
—No deben temer. No hay motivo alguno por el que deba asustarles seguir el camino de la luz —la voz de terciopelo de Ebony Maw inundó los oídos de todos los presentes. Se escuchó por encima de llantos, de gemidos, de murmullos y de los gritos que provenían de las inconsolables gargantas de la población de Olympia. Población que ahora se encontraba dividida; los que vivían, y los que no—: Sean agradecidos. Levanten el rostro y miren al cielo, disfruten con gozo y aléjense de la agonía porque incluso en la muerte... ustedes han sido proclamados hijos de Thanos.
El planeta era un caos. Las naves Chitauri sobrevolaban sobre todos, sus soldados acorralaban a las personas... Mientras que su reina, Althea, yacía malherida a la merced del Titán. Y sus hijas retenidas, con armas apuntando a sus cabezas y de manos atadas.
—Bevs, ¿te encuentras bien? —Victoria cuchicheó. Tan pronto como lo hizo, Corvus Glaive presionó la punta de su arma contra su espalda. La castaña soltó un alarido de puro dolor.
La pelinegra resopló, pero Proxima Midnight le dio una patada al hacerlo. Victoria le gruñó a la aludida y se removió entre sus ataduras, sin mucho éxito.
Beverly tenía la garganta reseca, le dolían todos los huesos de su cuerpo y estaba segura de que en algún punto estaba sangrando. Tanto ella como su hermana habían sido derrotadas; las habían vencido como si de un juego se tratase, las tomaron como un par de muñecas de porcelana y las partieron a la mitad. Todo lo que sabían, todo lo que entrenaron y todo lo que podían hacer quedó en segundo plano en el momento en que se les ocurrió enfrentarse a los hijos de Thanos, a la Orden Negra. Incluso su madre había perdido la batalla contra Thanos, y ahora el pueblo de Olympia estaba a punto de pagar el precio de su derrota.
—Mientras más muevas tus manos más fuerte se hará el agarre, Zafiro —Neptune Auberon se puso de cuclillas frente a la aludida, que acabó lanzándole una mirada que prometía violencia—: No me mires así, tú sola te metiste en este lío. No es como si no lo hubieras podido prever, llevas semanas soñando con padre y para él ha llegado el momento de cumplir con su condena.
—Yo no me metí en esto, nunca pedí esto y ciertamente tampoco es mi culpa. No me lo achaques —masculló entre dientes la ojiazul.
Neptune Auberon le sonrió con gentileza, estiró la palma de su mano derecha y con sus dedos acarició la piel rasguñada de la mejilla de Beverly.
—Stark es un hombre con suerte. No tanto como Rogers, honestamente —murmuró y le echó un súbito vistazo a Victoria—. Es una terrible tragedia que ninguno de los dos pueda ver de nuevo este par de preciosos ojos.
El corazón de la muchacha de ojos color zafiro latió con furia detrás de sus costillas.
Estaba incluso más asustada que en las ocasiones anteriores de su vida. Más asustada que cuando ocurrían los incidentes con su tío, más asustada que cuando se creyó morir al dar a luz a su hijo. Las ocasiones eran tan diferentes, por varios motivos; en la primera sabía que aunque por mucho que deseara morir, no lo haría. Allí la fuerte era ella, la voluntad era suya y aún había vida en su pecho. En la segunda sólo le asustaba la posibilidad de no poder ver el rostro de su hijo al menos una vez antes de cerrar los ojos, pero si hubiera sido el caso se habría marchado tranquila sabiendo que tendría a alguien que velaría por él.
Ahora mismo no albergaba ninguna esperanza a futuro. Su mente estaba cerrada, sus ojos no veían nada más que el ahora y sabía de forma muy dolorosa que no habría un después. Aquí empezó y aquí terminó, entonó para sí misma. Esta vez sabía muy bien el final que tendría la historia, y no había nada ni nadie para evitarlo. Porque cada vez que se metió en un lío ella era lo suficientemente fuerte para salirse de él, o se rodeó de personas más fuertes para que la ayudaran. Ahora no era así... porque el más fuerte era el que estaba poniendo la condena.
Y en lo único que podía pensar era en el rostro de su hijo y en la voz de Tony Stark, sabiendo que esos recuerdos serían los últimos que tendría.
—Te equivocas.
En ese momento se dio cuenta que no prestó atención a la conversación alrededor de ella. Cuando las palabras dejaron los labios de Victoria, su rostro se dirigió bruscamente hacia su hermana mayor. La miró, de rodillas y con las manos atadas, con una expresión helada en su semblante pero un par de lágrimas silenciosas acumuladas en las orillas de sus ojos avellana. Corvus Glaive presionaba violentamente la punta de su arma contra la espalda de la súper mujer.
Ella estaba hablando con Thanos.
—Sin hacer alusión a tu terrible juicio, mi niña —le contestó el Titán. La luna de Olympia se vio reflejada en la armadura del hombre de rostro purpúreo conforme avanzaba al encuentro con la mayor de las hijas de la diosa. Althea era la única que se encontraba de pie, con la armadura rasgada y el rostro ensangrentado, observando fijamente los movimientos de Thanos. Él se dirigió a ella cuando continuó hablando—. Lo sé. Sé lo que te duele perder, Althea, pero escapaste de tu destino durante muchos años. Te dije que eventualmente tendrías que enfrentarlo, que eventualmente yo te encontraría con las defensas abajo de nuevo. Sola... como la primera vez. Sin protección de Asgard, sin aliados de otros mundos. Nos volvemos a encontrar.
—Te encanta regodearte sobre ti mismo —Althea farfulló.
Thanos detuvo su caminar y volvió el rostro hacia la rubia.
—Me cansé de discutir contigo, de que menospreciaras todo lo que hice por ti. Esta vez vengo por lo que me pertenece y a cumplir con nuestro destino.
—Oh, cariño, me halagas, pero no me gusta el color morado.
Tanto Victoria como Beverly resoplaron de pura indignación. ¿Acaso Althea era así de incorregible incluso en su lecho de muerte? La respuesta era sí.
El Titán le sonrió.
—Admiro que conserves tu sentido del humor dadas las circunstancias y la manera en la que estás a punto de perder lo que tanto cuidaste.
Aquello fue como una puñalada directo al corazón de la diosa. Tragó saliva y su expresión burlona se borró en un santiamén, lo que ocasionó una sensación de regocijo en el Titán.
—Tu benevolencia es totalmente cambiante —continuó diciendo Thanos a la rubia—. Y siempre tienes preferencias, Althea, así que porqué no terminas de decirme... ¿Dónde escondiste la Gema del Alma?
Como una ráfaga de luz, Beverly recordó un momento que antes parecía lejano. La noche que acompañó a Thor a la Cueva Norn y los espíritus del agua le proporcionaron la información de la Gema de la Mente que ahora reposaba sobre la cabeza de Visión. Ella recordaba que aquellos espíritus habían hablado a través de Thor, y que habían nombrado otra cantidad de Gemas del Infinito, el nombre de las mismas lo desconocía.
Althea tragó saliva.
—No sé de qué estás hablando.
—¿No lo sabes?
—No... pero Gamora sí.
Thanos le sonrió de nuevo antes de posar su mirada en sus hijos. Se dirigió específicamente hacia Ebony Maw, quién al recibir la mirada por parte de su padre se enderezó.
—Termínalo —ordenó.
Tan pronto como las palabras dejaron sus labios, Ebony Maw levantó su mano derecha en dirección hacia los Chitauri que estaban frente a las filas divisorias del pueblo de Olympia. En medio segundo, un centenar de descargas provenientes de sus armas arremetieron contra la mitad de los habitantes, acabando con su vida en segundos.
—¡No! —gritó Victoria, observando de forma estupefacta como acababan con la mitad de su pueblo. Los aullidos de dolor, los gritos desgarradores de las personas que estaban siendo masacradas inundaron sus oídos y también su campo de visión. Beverly miró horrorizada la escena, sin poder soltar palabra alguna. De pronto le dio la impresión de que le hubieran inyectado agua helada en las venas—: ¡Vas a pagar por eso!
El Titán no se volvió a verla cuando respondió:
—Mi niña, no soy yo el que pagará algo esta noche.
Al mismo tiempo que él hablaba, Neptune Auberon se agachaba de nuevo a la altura de la pelinegra para susurrar en su oído.
—Ríndete —su voz, tan suave como la seda, se escurrió por los tímpanos de la ojiazul. Esta vez no le hablaba con sorna, con burla o arrogancia. Se dirigió a ella con la más pura de la intención, como si incluso aquel ser abominable pudiera mostrar benevolencia—. Padre es capaz de ser misericordioso contigo si ve que estás realmente arrepentida. No des más pelea, has luchado lo suficiente a lo largo de tu vida... Te mereces descansar, Zafiro.
Beverly ladeó el rostro para buscar los ojos del hijo de Thanos. Lo encontró mirándole fijamente.
—No me hables de misericordia cuando acabas de masacrar a gente inocente —musitó en un hilo de voz.
—Aún puedes hacer lo correcto, tú lo sabes. Padre conoce la verdad, sabe que Althea te exilió por años, que tú no tenías ni idea...
—No es a mí a quien quiere. Nos va a asesinar de cualquier manera, no te esfuerces mucho por disfrazarlo.
Neptune Auberon acarició su mejilla otra vez.
—Tal vez no puedas salvar a tu madre, pero aún puedes hacer algo por tu hermana. Y quizás un día, si sigue con vida después del ajuste de cuentas, puedas ver a tu hijo otra vez —susurró.
Es mentira, se dijo a sí misma. Tenía que serlo, ¿o acaso ella ya había perdido la esperanza por completo? ¿Ya había renunciado a cualquier posibilidad que pudiera llevarla a su hijo de nuevo, ya lo había dado todo por perdido y había sucumbido al miedo?
Lo escudriñó en silencio, hasta que alguien más interrumpió la reciente tertulia.
—No hagas ofertas insensatas, Auberon —exclamó Thanos.
El aludido se puso de pie de inmediato.
—Lo siento, Padre.
Por primera vez en todo el rato que llevaban ahí, la mirada del Titán se encontró con la de la ojiazul. Los atemorizantes recuerdos de sus pesadillas inundaron su cabeza, pero ésta vez era mucho más tétrico. La estaba mirando con su habitual armadura, con la habitual expresión helada en su rostro... pero con su madre delante de él. Los ojos de Althea parecían inquietos, como si a través de los mismos tratara de decir algo que sus hijas no eran capaces de comprender. Él la estaba sosteniendo por los hombros, para no dejarla escapar.
—Hola, Zafiro —la saludó—. Llevan ahí mucho tiempo... es hora de terminarlo. Tengo una tarea especial para ti y para tu hermana —concluyó con una expresión horrorífica antes de ordenarle a sus hijos—: Levántenlas.
Al recibir la orden, tanto Victoria como Beverly fueron levantadas de manera brusca por Corvus Glaive y Proxima Midnight. Empezaron a caminar por encima de los escombros que habían en el suelo, escuchando los llantos de las personas y tratando de esquivar los sitios que estaban en llamas.
Mientras caminaban, Beverly sólo podía pensar en una cosa: en su hijo. No había nada que le doliera más en ese momento que él, ni siquiera el recuerdo de Tony Stark era lo suficientemente poderoso como para eclipsar el sentimiento de agonía que ahora quemaba su pecho. Y lo extraño de todo era la manera en la que su rostro no reflejaba ninguna de las emociones anteriores; estaba pálida, pero nada más. Sus facciones parecían calmadas, no había nada fuera de lo ordinario además de las cortadas y la sangre que había en ella.
Todo lo contrario a su hermana, cuyo rostro mostraba a la perfección todo el dolor por el que estaba atravesando. El arrepentimiento era lo que más le quemaba las venas. Victoria pensaba que después de pasar siglos criticando a su madre, acabó convertida en exactamente lo mismo. Mintiendo, muchas veces.
—Lo siento —le susurró a Beverly cuando quedaron de pie de lado a lado. La pelinegra la observó sin comprenderlo aún—. Durante la batalla de Nueva York me enteré que eras mi hermana... y no te lo dije. Pensé que... pensé que si no te lo decía entonces te estaba protegiendo, que te estaba alejando de las constantes peleas que yo debía librar, pero... no hizo mucha diferencia al final. Lo siento tanto... ¿No vas a decirme nada, en serio?
Victoria se percató de que Beverly no la estaba escuchando, muchos menos le estaba prestando atención. La ojiazul estaba mirando con excesiva fijación a su madre
La caminata tuvo su fin frente al santuario en el que las hermanas habían aterrizado momentos antes. Thanos abrió la puerta del mismo y se adentró primero con la rubia, aunque para ese momento la razón de la repentina visita no quedaba suelta. El hombre púrpura estaba en busca de la mítica espada de la diosa, la Espada Alma, y no porque la quisiese o la necesitase... sino porque quería acabar con la vida de Althea usando su propio tesoro.
Madre e hijas fueron detenidas a mitad de santuario. Thanos avanzó alrededor de la espada, observándola y diciéndole algo a uno de sus hijos, cuando Althea aprovechó para murmurar.
—Tienes que ser fuerte —miró cortarme a Beverly, sólo para posar su vista en Victoria segundos más tarde—. Y tú tienes que ser sabia. Lamento haberlas arrastrado conmigo, lamento no haber sido la madre que ambas merecían... pero les aseguro, mis hijas, que su tiempo no ha llegado a su fin.
Fue la castaña la primera en reaccionar.
—Podemos arreglar esto —murmuró con voz acongojada—. Siempre lo arreglamos.
Pasó lentamente otro segundo, y de pronto sintieron como aquello que presionaba sus manos en orden de inmovilizarlas desapareció. Las muñecas de Beverly casi dieron un suspiro de alivio al liberarse del dolor, pero las de Victoria fueron a parar directamente en las de su madre.
A Beverly casi le parecía imposible de creer eso. ¿Por qué no podía moverse como quería, por qué no podía hablar como debería? Porque estaba muerta de miedo, y por primera vez el miedo la había paralizado desde la cabeza hasta los pies. Por primera vez no había sido capaz de dar una respuesta efectiva o un ataque exitoso. Era presa de sus propios sentimientos, y era peor porque era incapaz de quitar la vista del dueño de todos esos temores. Se descubrió a sí misma observando detenidamente al Titán mientras su madre y hermana hablaban en silencio, se dio cuenta de que quería avanzar pero no podía. Se dio cuenta de que sus músculos se agarrotaron y que le dolió el corazón.
Sin arriesgarse a echar una mirada hacia su familia, Beverly sintió como alguien alargaba su mano y entrelazaba sus dedos. Althea la apretó con suavidad, y la obligó a mirarla en un segundo de silencio.
La desesperanza pesaba en el ambiente, aplastándolas con mucha fuerza.
—Tienes que ser fuerte, mi Zafiro —bisbiseó. A Beverly le dio la impresión de haberla visto envejecer de prisa, con los ojos azules cansados y el rostro golpeado, con el alma hecha pedazos—. Tú tienes que ser muy fuerte. Por ti y por tu hermana. Lo siento tanto, mi Zafiro. Lo siento tanto.
A la pelinegra le quemó la garganta las palabras que soltó después.
—Mamá...
Una pequeña sonrisa iluminó el demacrado rostro de la diosa. Esa fue la primera vez que su hija menor la llamó mamá. Le había dicho madre, con desdén y con sarcasmo, pero jamás le había dicho mamá. Y mirarla ahora, con sus grandes ojos azules aterrados e indefensos, partía mucho más el corazón de Althea. Peor aún sabiendo lo que sucedería a continuación.
—Tu sentimentalismo realmente me sorprende —habló Thanos en dirección a Althea. La diosa soltó el rostro de su hija y se volvió hacia el Titán.
—Por otro lado tú no has logrado sorprenderme a mí —le dijo—. Predecible hasta los huesos.
—Si ya sabes lo que está escrito en el destino no hay espacio para la sorpresa, especialmente cuando es el resultado de tus propias decisiones.
La simple formulación de palabras hizo que Althea diera un paso frente a sus hijas y le sonriera al Titán.
—Es una lástima para ti que no esté dispuesta a sacrificar a mis hijas por ti —le dijo. Antes de proceder, susurró en voz muy baja—: Las amo, mis hijas.
Thanos siseó.
—¿Qué...
Y entonces, ante la repentina confusión por sus palabras, todo pasó muy rápido.
Althea alzó la palma de su mano derecha y la Espada Alma salió volando desde su sitio hasta ella. Allí sucedió lo más inesperado de todos, porque la diosa no atacó al Titán, ni tampoco a la Orden Negra. Ella utilizó la espada para atravesar su propio corazón.
Cuando la brillante hoja dorada de la Espada Alma atravesó el pecho de Althea, la primera en reaccionar fue Beverly. Echó a correr hacia el cuerpo de su madre que estaba cayendo, pero Victoria la atrapó antes de que llegara a éste. La empujó y la lanzó al suelo, posicionándose sobre ella y cubriéndola con su cuerpo. Porque el impacto que ocasionó el choque de la espada y la entidad divina generó una enorme explosión que no sólo acabó con la vida de la diosa, sino que deterioró los cimientos del planeta, llevándose a toda su población consigo. Sin embargo, el improvisado plan de protección por parte de Victoria se vio arruinado cuando Thanos la tomó por un brazo y la levantó con muchísima fuerza, lanzándola al remolino donde comenzaba la explosión.
Y cuando se deshizo de la hermana mayor, se dirigió a la menor que aún no se recuperaba del impacto. Sacó la espada aún incrustada en el pecho de Althea...
... y la clavó en el corazón de Beverly Blackwell.
Cuando todo se vio negro, allí fue donde recobró la conciencia. Se sintió a la deriva al principio, y le dio la impresión de estar flotando sobre algo.
Su cuerpo estaba agarrotado pero su mente estaba insoportable, por segundos lograba ver todo con lucidez y en otros se confundía. Los párpados le pesaban, tenía la garganta muy seca y sintió una tenue brisa fría azotar su rostro. Le pareció no estar al mando de los controles de su propio cuerpo, pero entonces el dolor regresó. Y se levantó sobresaltada, aullando, con el grito desgarrador en el que llamaba a su hermana inundando la habitación. Sintió el dolor de la puñalada en el pecho, así que se llevó una mano ahí sin abrir los ojos... y no sintió nada.
Inhaló profundamente para tranquilizarse, y poco a poco se esforzó para abrir los ojos. Primero uno y después del otro. Al hacerlo, se sintió mucho más conmocionada que hasta entonces.
Estaba acostada sobre una enrome cama, en una habitación desconocida y vestía una pijama de corazones. A su alrededor todo se veía brillante, como si hubieran un montón de faros blancos iluminándolo todo, cuando no era así. Todo estaba pulcro, todo estaba perfecto, todo se veía bien. La experiencia le dijo que no debía confiarse, el instinto la hizo enderezarse y la desconfianza la hizo estirar la mano para buscar un arma. Pero no había nada más que la fina tela de las sábanas azules y el montón de almohadas a su alrededor. Con sumo cuidado quitó la sábana de encima de su cuerpo y puso un pie fuera de la cama. Piso las frías baldosas blancas bajo sus pies y le dio un escalofrío mientras se dirigía al espejo que estaba en la pared sur de la habitación.
Se miró al espejo y no se reconoció. Sus ojos no eran azules, estaban marrones como el lodo. Su pelo no era lacio, estaba bastante ondulado y despeinado. Su cuerpo parecía el mismo, pero no estaba segura, así que levantó la tela de su camisa y le echó un vistazo a su abdomen. Durante el parto de Edward la doctora Cho la había cortado para extraer el veneno, así que buscó la cicatriz.
Y el pánico la inundó cuando no la encontró.
Se tocó a sí misma para asegurarse de no estar soñando, de que no fuera una ilusión, y se sintió viva. Volvió a tocar su pecho, donde Thanos había incrustado la espada, y tampoco había nada. En su rostro centelló la más pura de las expresiones de pánico y ansiedad, y cuando comenzó a hiperventilar como consecuencia del ataque que estaba a punto de sufrir, alguien abrió la puerta de la habitación.
Nadine Volkova le sonrió encantadoramente, y fue allí donde Beverly supo que algo iba mal. Porque usaba un vestido blanco, y junto a este un delantal de flores rosa. Su cara estaba manchada con harina y el cabello oscuro perfectamente peinado. No parecía la asesina a sangre fría que era, tampoco la maestra del Cuarto Rojo o la terrible madre que fue... Parecía una ama de casa normal.
—Cielo, ya despertaste —le dijo sin dejar de sonreír—. Llevas dormida más de doce horas, Beverly Anne. Por eso no me agrada que salgas con Jess y Kate a clubes en día de semana, luego no te levantas más. Ve a ducharte, estoy preparando panecillos.
La pelinegra retrocedido aterrorizada.
—¿Qué... qu... qué es esto? —balbuceó, mirando energéticamente a su alrededor.
—Cariño, ¿acaso tuviste una pesadilla? —Nadine frunció el ceño—. Oh, vamos, ven con mamá. Ya no pasa nada. Ve a asearte, cielo, no está pasando nada. Sólo fue un sueño.
El desconcierto se apoderó de cada fibra de su cuerpo, y estuvo segura de estar a punto de echarse a llorar.
—No fue un sueño, fue real —lloriqueó—. Todo fue real.
Nadine Volkova inclinó la cabeza sin dejar de sonreír.
—Beverly, algunos sueños parecen reales... pero todos acaban siendo mentira.
SAPPHIRE WILL RETURN Y THANOS LE DARÁ EN LA MADRE DE NUEVO
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