Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

35 ━━━ Event horizon.

━━━ ❛ HOMINEM XV ━━━

BEVERLY BLACKWELL




—Vamos a perder —musité a Steve, que caminaba a mi lado. El rubio se volvió a mirarme con el escudo en la mano.

Hasta ese momento no me había dado cuenta de lo descompuesto que resultaba su rostro. Supongo que me concentré tanto en mi propio tormento que no me detuve a reparar en que él también estaba pasándola terrible con todo esto.

—¿Por qué dices eso, Bevs? No me estás dando ánimo.

Lo miré de manera obvia.

—¡Ellos tienen a Victoria!

—Eso no significa que vayamos a perder —protestó, tras soltar un suspiro.

—Es una diosa —murmuré sin dejar de caminar—. Tal vez si llamamos a Thor equilibremos las cosas. Aunque dudo mucho que mi fortachón favorito tenga ganas de pasar por aquí.

Steve me puso una mano en el pecho y me hizo detenerme.

—Pensé que yo era tu fortachón favorito.

—Thor me carga a todos lados, intenta competir con eso.

Él terminó ladeando la cabeza, mitad rendido mitad ofendido. No le estaba mintiendo, en realidad.

Mientras andábamos en dirección al helicóptero de Clint, sentí un nudo en el estómago. Steve había trazado uno de sus infalibles planes y se estaba poniendo en marcha, con nosotros dos en la línea del frente y los demás esparcidos en otras áreas del aeropuerto. En cuanto a Vera se refería, la niña estaba aguardando con Clint y Wanda, pues Steve no confió en nadie más la seguridad de su hija. Eso hasta que la madre apareciera, pues estaba segura de que la iba a arrastrar en contra de su voluntad.

Comenzamos a trotar justo cuando nos aproximamos al helicóptero, pero evidentemente no llegamos a tiempo. Miré, de pronto nerviosa, a Iron Man y War Machine bajar del cielo.

—¡Guau! Es curioso con cuánta gente te topas en el aeropuerto, ¿no es raro?

—Sí, definitivamente raro —concedió Rhodes.

El tono sarcástico de Tony me caló los huesos. Tenía un enorme cardenal de color morado rojizo por debajo de su ojo derecho, y esta vez estaba usando el traje. La última vez que se lo había puesto me había atajado de una muerte segura. Me parecía un horrible chiste que en esta ocasión no estuviéramos del mismo lado.

El pelinegro me dedicó una muy mala cara.

—Escúchame antes, Tony —lo interrumpió Steve, que estaba de pie justo a mi lado—. Ese doctor, el psiquiatra, trabaja con Vladimir. Ellos planearon todo esto.

Me tomó por sorpresa el momento en el que un jodido gato apareció allí. Bueno, estaba segura de que se trataba de una pantera, ¿pero y esas orejitas qué? Santa cosa, ellos en serio habían armado su propio equipo.

Y tenían a Victoria, seguramente, así que estábamos jodidos.

—Capitán —saludó el príncipe T'Challa de Wakanda. Antes ya lo había escuchado hablar, y fue muy diferente hacerlo en esta ocasión detrás de la máscara, como si se distorsionara o se trabara detrás de ella.

—Alteza —replicó Steve, con un leve movimiento de cabeza.

Sentí que me clavaron la mirada en la nuca, e instintivamente me cohibí. Con deliberada lentitud, saqué los ojos de la pantera y los clavé en Tony, que me estaba mirando muy fijamente. Insuflé los pulmones con mucho aire.

—¿Dónde está mi hijo, Beverly? —su tono de voz apremiante me dio escalofríos. Estaba segura de que era la primera vez queme hablaba de esa manera, y no me gustó en absoluto.

—Está a salvo, Tony. Te juro que lo está —le aseguré, haciendo un esfuerzo por endulzar mi temple—. Confía en mí en que lo está.

Pensé que la sicera franqueza de mis palabras podría ayudar a suavizar la tensión del momento, pero no sucedió así. Traté de avanzar un poco hacia él. Tony alzó una ceja cuando me aproximé, y balanceó la cabeza de un lado a otro con incredulidad.

—No confío en tu palabra, Beverly Anne. Estás delirando y esto es prueba de eso.

El comentario me dolió, más de lo que era recomendable. Abrí la boca, anonadada, y abrí los brazos con exasperación.

—Nunca pondría a mi hijo en riesgo, ¿de qué demonios estás hablando? —exigí.

—Dejarlo con otras personas ya lo pone en riesgo. Estás siendo imprudente e irresponsable —prácticamente me lo gritó en la cara. Yo luché para tragar saliva, pero tenía la garganta hinchada. Él tomó un poco de aire y entonces comenzó a caminar—: Ross me dio treinta y seis horas para capturarlos. Eso fue hace veinticuatro horas, ¿me podrían ayudar?

—No es a quien buscas, Tony —contestó Steve.

Apreté mis puños con tanta fuerza que temí clavarme las uñas dentro de la piel. El corazón me estaba latiendo con más vehemencia que nunca, y mis nervios estaban disparados en todos los sentidos posibles.

Admiré la calma y el aplomo en la voz de Steve. Yo estaba a punto de ponerme de gritos.

—Ustedes tienen nublado el juicio. Vladimir es una ilusión, no tiene nada que ver con esto, es sólo una excusa —masculló Tony hacia mí, y luego se dirigió a mi compañero—. Y tu viejo amigo asesinó a muchos inocentes.

Steve mantuvo la postura.

—Y hay cinco supersoldados igual que él en el mundo. No dejaré que el doctor o Vladimir los halle primero.

Una voz aterciopelada que ya conocíamos resonó a nuestras espaldas. Ambos giramos en dirección a la dueña, encontrándonos con Natasha. La pelirroja no tenía expresión alguna en el rostro, como era de más habitual, pero su voz estaba bastante tensa.

—Ustedes dos —nos llamó—. Ya saben lo que va a tener que pasar. ¿En serio piensan resolver esto a golpes?

No, pensé de inmediato. Eso era exactamente a lo que me había opuesto desde el principio. Se hizo un mínimo silencio tras las palabras de Natasha, y la tensión era tan palpable como insoportable.

Entonces, una sexta persona cayó en aplomo desde el cielo. Aterrizó sobre sus pies de manera gracil, ágil, y levantó la cabeza hacia nosotros con la más pura expresión de dolor escrita en esos encantadores rasgos.

—Steve —Victoria sólo reparó en él, y tenía la voz quebrada de forma obvia—. ¿Dónde está mi hija?

—Sabes que está a salvo —le respondió él. La aludida frunció los labios con contrariedad, y se posicionó justo junto a Tony.

—Sé que está aquí. ¿Cómo demonios se te ocurrió dejar que viniera, Rogers? —bramó hacia él—. Vera no está bien, y tú lo sabes. No podemos ponerla a pasar por esto. Ella necesita seguridad, estabilidad, y este no es el sitio adecuado para eso. Ya sabes cómo va a terminar esto, ¿realmente piensas dejar que Vera sea testigo de una pelea como esta?

Todo se había jodido, definitivamente. Como madre, entendía a la perfección a Victoria. Porque yo tampoco habría dejado que Edward me viera peleando con Tony. Y sin embargo, la posición de Steve también era un poco entendible. Quería a esa niña tanto como si fuera suya en realidad, y creía que nadie podía cuidarla sino eran ellos. Pero yo misma había sido testigo del estado de Vera, de lo trastornada que estaba, e intuía que esto sólo la pondría peor.

Rogers no contestó.

—Bien, se me acabó la paciencia —Tony suspiró—. ¡Mocoso!

Me descubrí a mí misma aguzando el oído para escuchar el sonido de alguien aproximándose.

Algo semejante a una telaraña se adhirió al escudo del Cap, sacándolo lejos de su brazo y aprisionando las manos del rubio en esa visiblemente asquerosa cosa blanca. El dueño de la telaraña voló por encima de nuestras cabezas, aterrizando justo sobre una camioneta de color blanco y sosteniendo el escudo con su mano.

¿Eso era una pijama?

—Buen trabajo, niño —lo felicitó Tony. Fruncí el ceño, pero antes de que pudiera decir algo, el niño del traje comenzó a parlotear a toda velocidad.

—¡Gracias! —lo que se escuchaba era la voz de un niño, de eso estaba segura—. Aunque pude haber aterrizado un poco mejor. Es por el traje nuevo, eh... ¡No es nada, señor Stark! Es perfecto, gracias.

El aludido pestañeó y le hizo un ademán con la mano para que guardara silencio.

—No es el lugar para comenzar una conversación.

—Ah, está bien —respondió el niño, y luego hizo un ademán militar con la mano—. Capitán. Soy su fan. El hombre araña. ¡Oh, a la señora también la conozco! Señor Stark, ¿esa no es la madre de su hijo? ¿Por qué está en el otro bando?

Steve y yo nos miramos con incredulidad por un segundo. La situación se prestaba para ser graciosa, de verdad, aunque en ese momento lo menos que daban ganas era de echarse a reír.

—Discutiremos esto luego —concluyó Tony—. Bien hecho.

El rubio a mi lado volvió a mirarme antes de concentrarse en Tony nuevamente.

—Estuviste ocupado —observó.

El aludido le dedicó una expresión malhumorada.

—Y tú has sido un completo idiota —siseó—. Le llenaste la cabeza de ideas a Beverly, arrastraste a Clint, rescataste a Wanda de un lugar que no quería dejar, ¡un lugar seguro! ¡Trato de evi... —no completó la oración al instante; tuvo que hacer una pausa, tomar aire y cerrar los para continuar—. Trato de evitar que separes al equipo.

—Lo hiciste al firmar —respondió Rogers, en tono neutral.

Atisbé el momento exacto en el que un espasmo de dolor atravesó el rostro de Tony. Y a mí también me dolió. Victoria también lo notó, y le lanzó una mirada mortífera al rubio.

—Ya me cansé —murmuró Tony, pero luego alzó el tono de voz—. Entregarás a Barnes y vendrás con nosotros porque o es con nosotros, o con un escuadrón de Fuerzas Especiales al que no le interesa ser amable —y entonces, susurró en voz demasiado baja para que alguien normal pudiera oírlo, pero nosotros sí pudimos—: Te lo pido.

Nuevamente, el rubio y yo nos miramos. Ocurrió en una conveniente sincronía en la que pudimos escuchar una voz en los auriculares que teníamos.

Lo encontramos —avisó Sam—. Su quinjet está en el hangar cinco en la pista norte.

Bueno, ahora sí que todo se iría al carajo. No había marcha atrás.

Steve alzó las manos, y en un santiamén una de las flechas de Clint atravesó la telaraña, liberándolo de la presión. Al verse librado, le dio una orden al otro miembro del equipo.

—Ahora, Lang.

Scott pasó de ser casi minúsculo a su tamaño normal en medio segundo. Le atestó una patada al niño del traje rojo y recuperó el escudo, devolviéndolo a su dueño.

—Esto es tuyo, Capitán América —le dijo con orgullo.

—Ah, genial —masculló Tony—. Veo a dos en el estacionamiento, uno de ellos es Maximoff. Déjenmela a mí. Victoria, Vera está con  ellos. Rhodey, ¿te encargas del cap?

—Wilson y Barnes están en la terminal —avisó el moreno.

—¡Barnes es mío! —gritó la pantera.

¿Y acaso aquí pedían a las víctimas? Si era así me pedía a Tony. Él no me iba a golpear, quizás yo le diera un par de patadas, pero nada fuerte. Que por favor no me dejen a Victoria porque ahí sí que estaré muy jodida y muerta, recé para mis adentros.

Steve lanzó su escudo contra la armadura de Rhodes.

—Bevs —me llamó, pero no hacía mucha falta que dijera algo.

Con pereza y flojera, sentí la serpiente del brazalete deslizándose por mi brazo hasta convertirse en mi amado palito. Hace tiempo que no lo usaba, seguro mataba estrés con esto.

—Ya sé. Yo te cuido la espalda, rubio.

Él me sonrió y entonces echó a correr en dirección al jodido gato mutante. Alcé una ceja en dirección a Rhodes, y este movió la cabeza de metal. Sacó un extraño aparato de refulgor dorado brillante y lo blandió en su mano.

—Tony me va a matar si te hago algo —me dijo.

Me encogí de hombros.

—Entonces creo que esto está arreglado.

—¡Fuera de mi camino, Beverly, voy por Rogers!

Cuando intentó volar en dirección al cap, le di un palazo contra una de las botas de su armadura y éste se tambaleó en el aire. Lo agarré por el brazo libre y lo jalé hasta que lo di de bruces contra el suelo, muy amablemente.

Movió el aparato para golpearme con eso pero mi palo lo detuvo en el aire, haciendo que su característica corriente eléctrica se desplegara hasta Rhodes y lo mandara hacia atrás. De reojo me di cuenta que Steve estaba luchando contra el príncipe de Wakanda, mandándolo a volar de una patada. Rhodes masculló algo ininteligible cuando reparó en que su aparato se había quebrado tras el impacto de mi arma.

—¡Hey, Cap usa esto! —lo llamó Scott. Le entregó algo diminuto—. Arrojalo a esto... ¡Ahora!

Steve hizo lo indicado y lo arrojó en el aire. El aparato se transformó en un camión que explotó tras el impacto.

—Ay, no. Creí que era un camión con agua —murmuró Scott, ganándose una mala mirada por parte del Cap—. Ah... Lo siento.

Lo próximo que sentí fue un jalón en mi brazo izquierdo y me encontré a mí misma corriendo junto a Steve y todos los demás. Todos se nos unieron. Wanda, Clint, Sam, Barnes y Scott corrían junto a nosotros en dirección al quinjet que había encontrado Sam. Sin embargo, nuestra apresurada carrera se vio interrumpida por un destello dorado que marcó una línea divisoria frente a nosotros, en el pavimento.

Visión descendió desde el cielo.

—Capitán Rogers —habló—. Sé que cree firmemente que hace lo correcto, pero por el bien colectivo, usted debe rendirse ahora.

Aparecieron alineados en una formación informal, pero no era ninguna ostentación a pesar de lo rígidos que se veían. La escena se asemejaba mucho a una pesadilla, porque del otro lado de la línea estaban nuestros amigos y familiares, aguardando para detenernos a toda costa.

No pude evitar hacer un recuento de su equipo. De derecha a izquierda, T'Challa de Wakanda marcaba el inicio, seguido por Victoria y Tony. Natasha y Visión ocupaban el medio, con el niño de traje rojo y Rhodes en la esquina restante. Los combatientes estaban en números pares, para el pesar de todos. De mi lado, quedé en medio de Steve y Barnes, justo frente a Victoria.

Ay, maldita sea. Ahora sí estaba jodida.

—¿Qué hacemos, Cap? —preguntó Sam, observando como el equipo opuesto nos miraba a la espera.

El Capitán América tomó aire, y luego decidió.

—Pelear.

—Me voy a arrepentir muchísimo de esto —mascullé.

En cuanto el rubio dio el paso inicial hacia el frente, los demás lo seguimos en sincronía. Apreté con fuerza el palo entre mis dedos, como si estuviera buscando un poco de apoyo de esa manera. Y evidentemente no lo encontré.

La caminata acompasada se transformó en trote, y entonces el trote se convirtió en una carrera apresurada hacia el otro equipo. Entonces todo comenzó.

Me pilló desprevenida el efecto apremiante que tuvo el choque de mi palo con la espada de Victoria, como si ambos metales se rechazaran mutuamente. Al tocarse, estos se repelieron de inmediato y una onda, muy parecida a una descarga, nos explotó en la cara. La desgraciada también me dio un duro golpe en la pierna derecha, y me mandó al suelo. El palo salió volando hacia otro lado.

Victoria me puso la punta de la espada a medio milímetro del cuello.

—No seas estúpida y deja esto —me masculló—. Sabes que podemos arreglarlo de otra manera.

—¡Lo mismo te digo, vieja! —y entonces le di un rodillazo en el estómago. Al retroceder, giré sobre mi propio eje y le di una patada que la mandó a volar contra un contenedor que estaba en medio de una camioneta. Los cristales estallaron en mil pedazos por el golpe—. Ay, lo siento. ¿Aún me vas a bautizar a Edward, verdad?

La castaña rodó los ojos.

—Sí, estúpida.

Se abalanzó contra mí de nuevo y me estrelló contra las ruedas de un avión, que terminó por tambalearse por el impacto que le había causado mi cuerpo contra él. Me quejé, silenciosamente, por el dolor que me causó eso. La maldita tenía mucha fuerza, por dios. Yo ni siquiera estaba usando el quince por ciento de la mía.

—Espero que con esto estemos a mano —le dije, desde el suelo, adolorida.

¿No me podía quedar tirada junto a las ruedas del avión hasta que los esposos se quisieran nuevamente y el divorcio no se completara?

Supongo que no.

—¡Levántate, estúpida! —Wanda me puso de pie de un jalón con sus poderes—. Usa la fuerza, no seas cobarde.

La miré, indignada.

—¿¡Por qué ahora todos me dicen así!?

Ella rodó los ojos y se alejó de mí. Tomé aire. En ese mismo momento el brazalete apareció de nuevo en mi muñeca, después de haberlo dejado tirado en otro sitio.

Eché a correr de nuevo hacia la concentración de la pelea, donde en serio se estaban dando con fuerza, y me sentí mucho más inquieta que hasta entonces cuando una persona demasiado familiar para mí me pasó volando por enfrente. Pensé que no había reparado en mí, pero evidentemente me equivoqué, porque dio media vuelta y antes de que yo pudiera correr muy lejos, me tomó por la cintura y me cargó en el aire.

—¡Bájame, Tony! —chillé.

—¡No, no, no me grites! —chilló de vuelta—. Estás loca, desquiciada, desorientada e inoportunamente ardiente en ese traje.

Como me estaba sosteniendo de frente, le veía la cara de metal mientras volábamos. Así que lo miré mal.

—Me estás tomando del trasero.

—Lo sé.

Resoplé y le di un golpe a la cabeza de metal.

—Perdóname por esto —me dijo. Lo miré extrañada, pero entonces me sacó de un tirón el auricular con el que mantenía comunicación con Rogers y el resto del equipo—. Y por esto otro.

—¿Por qué me estás... ¡Ay, maldita sea, ay, me duele!

Solté un fuerte alarido cuando una cuerda se enredó en mí, haciendo presión sobre mis brazos y mi pecho. Pero eso no era nada doloroso en sí, el suplicio vino con la electricidad que desprendía la cuerda. Una descarga de varios voltios me quemó los nervios y me hizo aullar de dolor, al mismo tiempo que Tony me dejaba en el suelo de nuevo. Completamente inmovilizada por la quemazón de la corriente.

—¡Lo siento, pero no me dejas opción! —volvió a decir—. ¡Quédate ahí y ya deja todo este desastre de una vez! Vendré a buscarte cuando esto acabe.

Quise soltarle tres mil maldiciones, pero la quemazón me abrazó con saña y me tuve que morder la lengua. Y durante un lapso que pensé que no se acabaría nunca, eso fue lo que sentí. Una tortura ardiente. Cuando ya no soporté más la quemazón, me mordí el interior de la mejilla tan fuerte que comenzó a sangrarme, y use toda mi fuerza para estirar los brazos tratando de desprenderme de la cuerda. Empujé y empujé tres veces para ser exacta, y a la tercera obtuve un buen resultado. La cuerda se rompió en varios pedazos y pude liberarme de la corriente, incorporándome de inmediato.

Tony estaba de espaldas frente a mí en ese momento. Eché un rápido vistazo a mi alrededor, y lo más cercano que tenía era un auto negro y de tamaño normal.

—¡Albañil! —le grité.

—¿Cómo demo...

Le lancé el auto a la cara.

Pero ese esfuerzo me agotó, así que me tambaleé sobre mis pies. Me saqué el pelo de la cara, e inspiré profundamente. Todo el mundo estaba tan concentrado en esa pelea que nadie se había detenido a mirar el espacio en donde estaba el quinjet, así que me apresuré a correr en esa dirección, dejando a los demás con su desastre armado.

Me llevé una buena sorpresa al encontrarme con Victoria, Vera y Natasha ya dentro del compartimiento.

—¿Están bien o se van a golpear? —preguntó la pequeña pelirroja—. Si se van a golpear apuesto todo lo que tengo por la tía Nat.

—Silencio. Ahora —la instó Victoria, en tono seco.

Vera la miró avergonzada y cruzó los brazos. Al parecer, su madre le había dado una buena reprimenda.

—Oigan... —comencé, deteniéndome con cautela frente a ellas.

—Lo sabemos —me interrumpió Natasha, tomando un poco de aire—. No vamos a detenerlos, a ninguno.

Victoria sacudió la cabeza.

—Me voy a encargar de Steve —se dirigió hacia mí, estrechamente—. Pero te toca razonar con Tony. Beverly, tienes que hacerlo entender que lo que están diciendo ustedes es verdad. Que el psiquiatra planeó todo, que tu tío también está involucrado. Todo.

Con cuidado, avancé un poquito más hacia ellas. Las tres debíamos tener una apariencia terrible, porque Vera nos miró con una mueca de horror.

—¿Cómo se supone que haga eso? —pregunté, en un susurro. Ambas me miraron con pesar, pero Victoria desvió la mirada hacia el frente.

—Te toca averiguarlo.

—Y rápido —completó Natasha.

Cerré los ojos en cuanto escuché como algo se caía detrás de nosotras. Cuando me giré a ver, se trataba de una de las torres del aeropuerto que ahora había sido derribada hasta el suelo. Entre los escombros, Steve y Barnes corrieron para alejarse de ellos y llegar hasta donde estábamos.

Observé a Victoria decirle algo en voz baja a Vera y luego la miré volverse hasta el rubio, con una expresión lívida en el rostro.

—Vámonos —ordenó. El aludido la miró fijamente, sorprendido.

—¿Qué?

—No te vas a detener —susurró Natasha.

El rubio tomó aire.

—No, no lo haré.

—Entonces vámonos —repitió Victoria—. Ahora.

Él no parecía comprender aún la situación, seguro se había quedado pegado por el repentino cambio de actitud de su amiga y su compañera. Incluso a mí me habían pillado desprevenida.

—Ay, me voy a arrepentir —aventuró Natasha, alzando la mano y disparando uno de sus gadgets en dirección a la pantera, que venía dispuesta a atacar a los fugitivos—. Corran, ya.

Antes de correr hacia el quinjet, Steve reparó en Vera, e hizo una rápida parada frente a ella para besarle la frente y susurrarle algo en el oído. Le apretó el rostro y entonces continuó con su carrera hacia la nave, donde Victoria ya lo estaba esperando con Barnes.

Mientras Natasha le lanzaba descargas eléctricas al príncipe, y el quinjet despegaba, Vera se apresuró a llegar hasta mi lado y se escondió detrás de mi cuerpo, rodeándome con sus brazos la cintura.

Entonces, susurró con voz áspera:

—Rhodes se va a caer.

Fruncí el ceño, sin comprenderlo aún. Nos llevó un par de minutos darnos cuenta que Vera en serio se refería a una caída, y el motivo por el que ella lo sabía con antelación nos helaba los nervios a todos.






































Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro