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28 ━━━ Storms.

━━━ ❛ HOMINEM VIII ━━━

BEVERLY BLACKWELL



—Tienes que estar jodiéndome —murmuré, en estado de shock.

Thor se echó a reír y movió una cajita que tenía en su mano derecha.

—En realidad sí —se encogió de hombros—. Encontrarte llorando fue el tiro de gracia que necesitaba para tener una entrada triunfal. Vine por otros motivos.

Ay, cómo extrañaba a este jodido dios sinvergüenza. Terminé de enderezarme, con una pereza monumental, y acabé secándome las lágrimas con el dorso de mi mano. Luego, tomé aire y esbocé una muy pequeña sonrisa.

—Pues entonces me alegro que mi miseria te hubiera servido. Siempre tienes que tener una gran entrada, ¿verdad?

Thor se echó una buena carcajada.

—Me estaría defraudando a mí mismo si no fuera así.

—Eres un maldito embaucador, rubio. No has cambiado nada.

—¡Sigues teniendo ese lenguaje que el Cap desaprueba! —negó con la cabeza—. Vamos, Bevs, ven a darme un abrazo que sólo tengo un par de minutos en Midgard.

Otro pequeño atisbo de sonrisa jugueteó con la ligereza en las comisuras de mis labios. Thor se inclinó hacia adelante, con el rostro repentinamente lleno de interés, y abrió los brazos esperando que yo fuera hacia él. Le devolví el abrazo con la misma intensidad, y como solía hacerlo antes, me sobó la espalda con delicadeza.

—¿Qué andas haciendo, fortachon? ¿Qué te trae sólo cinco minutos a Midgard? —le pregunté al separarme. Él hizo una mueca.

—De hecho, he venido por Victoria. En mi búsqueda de información referente a las gemas pasé por Olympia, su planeta de origen, y su madre me pidió que le trajera esto rápidamente —meneó de nuevo la cajita marrón—. Dice que Victoria la ha estado evitando.

Torcí el gesto.

—No tengo información con respecto a eso, así que... Lamento no poder ayudarte. Además, Victoria no ha llegado aún.

El rubio, sacudió la cabeza, restándole importancia. Entonces, me entregó la pequeña caja liviana.

—No hay apuro, sólo entrégale eso. Althea debe estar a punto de mandarme de vuelta a Olympia.

—¿Hay problemas allá arriba? —quise saber, mirando el recado de Victoria. Era muy liviana esa cajita.

—Muchos, de hecho —suspiró y se rascó la nuca—. Llegó una amenaza de muerte a Olympia de parte de Asgard, no tengo ni idea cómo pasó eso, pero ahora tengo que detener una posible guerra. Y no sólo el planeta de Victoria, hay muchos más reinos que están reaccionando contra Asgard... No sé qué demonios está pasando allá arriba con el Padre de Todo.

Ladeé la cabeza mientras hacía una mueca. Le lancé una mirada al rostro, que aún seguía tranquilo, paciente. Él entrecerró los ojos.

—Eso se escucha fatal.

—Bastante. Pero, antes de que la madre de Victoria me succione de vuelta, ¿podrías explicarme eso de que ahora tienes un hijo?

Esta vez fui yo la que se echó a reír, pero se trataba de una risita nerviosa. Cerré los ojos un segundo antes de contestar y le di una palmadita en el brazo derecho.

—Eres tío de nuevo —le dije—. Ya estaba embarazada cuando tú te fuiste y no lo sabía. Se llama Edward. Y... ¿Cómo te enteraste?

—Yo lo sé todo y lo veo todo.

—Mmmm, la madre de Victoria te lo dijo, ¿no es así?

—Sí.

Ambos nos echamos a reír. Por la manera en la que le echó un súbito vistazo al cielo, supuse que ya era hora de regresar a su catástrofe galáctica. Me dio un beso en la frente antes de hacer espacio entre nosotros.

—Tienes la fuerza suficiente para sobreponerte a lo que esté pasando —murmuró.

—Lo pongo en duda —resollé—. Pero supongo que tengo que hacerlo de todas maneras...

—No te presiones tanto, Bevs —me dijo, guiñándome un ojo—. Y tampoco presiones tanto a Stark, estoy seguro de que se está esforzando. Debo irme de nuevo, y no sé cuándo pueda regresar a Midgard, pero quiero asegurarme de que vas a estar bien. ¿Lo estarás?

Inhalé.

—Siempre.

—Esa es mi chica. Vas a ganar esta batalla, Bevs, como siempre. Tienes al equipo de tu lado, manténganse unidos.

—Tienes mucha fe en mí —fruncí los labios—. En serio te extrañé.

Me dedicó una ancha sonrisa.

—Y yo a ti. Pero tengo la impresión de que Stark te ha estado protegiendo bien, así que no debo preocuparme.

Me esforcé por ocultar el matiz personal que había tocado su comentario, así que sorbí por la nariz y me limité a asentir una sola vez.

—Buen viaje, rubio. Cuídate mucho —lo despedí con la mano.

Él volvió a reír.

—No olvides entregarle la caja a Victoria, y dile a todos que les mando saludos. Nos vemos pronto, preciosa, ¡cuida mucho a mi sobrino, cuando regrese le daré un arma!

Y entonces, tras el destello de luz de un rayo, desapareció. No era como el torbellino arcoiris que te succionaba, más bien parecía un chasquido que te desvanecía. Se veía mucho más relajado que ser tragado por un remolino, y mucho más efectivo.




* * *



Había un inusual aire de serenidad en el ambiente cuando regresé al complejo, tras haber ido a alimentar a Edward de nuevo y tomar una ducha corta. La noche, implacable como siempre, nos rodeó con fuerza. Eran las diez de la noche, estaba chispeando afuera en el campo, dando paso a una ligera lluvia.

Sin embargo, todo permanecía en silencio. A excepción de Edward, que llevaba llorando más de una hora sin detenerse. Había intentado de todo, pero no dejaba de llorar.

Victoria, Steve y Natasha ya habían regresado. El rubio había partido directamente en busca de Tony, sin reparar en el resto, mientras que Victoria se dedicó a buscar a Vera, ignorando por completo lo que le había mandado su madre. La pelirroja, por otro lado, se había entretenido con Sam, que le estaba contando todo lo que había pasado en la tarde. Mis abuelos permanecían en la casa, con Harper, pues intuí que debían hablar antes de que yo tuviera una conversación con ellos. Además, muy en el fondo, le rehuía a esa perspectiva.

Pero que Edward siguiera llorando me desesperaba. Lo tenía sostenido contra mi pecho, de pie junto a la encubadora, pero no dejaba de chillar como si alguien le estuviera pegando. Lo mecía con cuidado y lo arrullaba en voz baja, pero él continuaba gritando. Casi parecía que mi hijo se hubiera confabulado en mi contra, dispuesto a expresar el montón de emociones que yo me negaba. Pero no podía dejar que siguiera llorando, porque eso también le hacía mal a él, tenía que encontrar la manera que dejara de hacerlo.

Y si a toda esa presión le sumábamos el grado de culpabilidad que sentía, referente a Tony, teníamos una catástrofe potencial.

Estaba tan arrepentida por haberle dicho que él no era el padre que Edward se merecía. Sobretodo después del montón de cosas que había hecho por él, para cuidarlo, incluso por mí. Me tomó mucho más tiempo del que pensaba comprender que la vaciedad de la realidad era lo único que me dolía. Pensé que, de haber estado en una situación similar, yo también habría hecho hasta lo imposible por proteger a los que quería. Quizás no hubiera tomado las mismas decisiones explícitamente, pero sin duda alguna los habría puesto como prioridad. Tony tomó decisiones fatales, pero me había asegurado tener una buena intención detrás de eso. Y ahora que lo pensaba, al final sí había una explicación razonable para las actitudes extrañas que había tenido en los meses pasados. Era que me resultaba muy difícil pensar que Tony hacia las cosas para lastimarme. No sabía si acaso desde que quedé embarazada terminé desarrollando una afección más profunda hacia él, o si sólo se trataba de un simple sentimiento de cariño, pero cada vez que trataba siquiera de verlo como el malo de la película, no podía.

Al menos toda la culpa no caía sobre él, porque tampoco podía hacerme la desentendida, pues haberme ocultado algo tan trascendental como lo de mi tio era una falta cuestionable. Nunca debió haberse quedado callado, por muchas ganas que tuviera de protegerme. Sin embargo, si trataba de ser honesta conmigo misma, existía un porcentaje de mí que le tenía gratitud por habérmelo ocultado. El miedo y la aversión que sentía por Vladimir era tan grande, que inconscientemente, prefería ser ignorante que estar asustada.

Y Tony me había proporcionado un tiempo libre de estrés durante todo mi embarazo, pensando en mí y en Edward. ¿Cómo podía ser tan insensible y desalmada para culparlo por eso? Yo había cruzado el límite de la insensatez, me había dejado cegar por el pánico y el horror, y había actuado de manera brutal.

Descubrir que Vladimir estaba vivo me había robado toda la paz que había acumulado, y había terminado por descargar todo ese dolor en contra de alguien que sólo intentaba protegerme de mis propias desgracias. Y sólo Dios sabía si acaso podía ser salvada, si no sería más bien el final del camino que me había trazado desde niña.

Todo se me acumuló de manera catastrófica y ahora tendría que hacer un esfuerzo monumental para disculparme con Tony. Y es que él tomaba unas decisiones estúpidas, pero lo hacía con buena intención. ¿Cómo podía culparlo cuando hacía las cosas de buen corazón, pero todo terminaba por volverse en contra de él? Era el padre de mi hijo... Y más allá de eso...

—¿Te molestaría pasarme a Edward? Te ves cansada.

Mi corazón se detuvo cuando Tony se apareció en la puerta del laboratorio. 

—¿Ah?

—Que yo puedo atender a Edward —repitió en un murmuro, con la voz serena y contenida. Estiró los brazos en mi dirección—. Sé que tú no estás teniendo un buen momento ahora mismo. Al menos no con todo esto...

Por eso me merecía arder en las llamas del infierno, porque era una desalmada. No podía concentrarme en mi propia pena, al menos no cuando sabía que detrás de todo eso, Tony también sufría. Porque su sufrimiento me dolía incluso más que el mío propio. Y la razón era aterradora.

Edward soltó otro chillido ensordecedor.

—Oh, no. Edward, por favor... —le pedí en un susurro.

¡Qué situación más desesperante! No sabía a dónde enviar mi atención.

—Por favor, Bevs —volvió a llamarme Tony—. Déjame ayudarte.

Sacudí la cabeza, contrariada.

—Sí, sí... Por supuesto, tómalo.

Tony estiró los brazos listo para cargar a Edward. El niño parecía encajar perfectamente en los brazos de su padre, como si hubiera esto esperándolo todo ese rato. El pelinegro lo abrazó con dulzura, y luego inclinó su cabeza hasta él, empezando a arrullarlo y mecerlo con cuidado.

Por primera vez en una hora, el llanto de Edward cesó.

—Increíble —repuse, tras suspirar de alivio y de sorpresa. El pelinegro se volvió a mirarme—. Estuve de pie una hora entera tratando de hacer que dejara de llorar, y a ti sólo te tomó un par de segundos.

Tony pareció medio avergonzado, pero no me dijo nada. Ay, qué maldito era. ¿Cómo se las apañaba para hacerlo todo tan perfecto, a su manera?

De pronto, me sentí eufórica. Estaba viviendo una verdadera pesadilla con el regreso de Vladimir, pero tener a Tony en frente de mí hacia que el miedo se disipara al menos una milésima de segundo.

En vista de que él decidió guardar silencio, intuí que era momento de disculparme. Tomé una bocanada de aire, inflando mis pulmones con el oxígeno suficiente para empezar a hablar.

—Tony —lo llamé, y de manera inconsciente me llevé una mano al cuello. Mi voz sonó inusualmente estrangulada—. Te debo mucho más de lo que es recomendable, y no sabes lo arrepentida que estoy de lo que te dije hace un rato.

El padre de mi hijo alzó una ceja, incapaz de contener su naturaleza irónica.

—¿Por qué? ¿Por haber dicho que era el peor padre de todos o por gritarme en la cara que no tengo corazón?

Me picaron las manos por darle un pellizco y hacerlo respingar de dolor. Pero, supongo que me merecía eso.

—Ambas. En serio estoy arrepentida, Tony. Lo siento —refunfuñé entre dientes.

—Lo sé.

—Ah...

Qué situación para más incomoda.

Violenta, desvié la mirada. Escuché claramente el suspiro cansado que salió de sus labios, pero no me volví a verlo. Seguramente aún estaría meciendo a Edward, y yo estaba bastante agarrotada. Aún me dolía el cuerpo por lo del veneno, aún estaba muy adolorida y supuse que pasarían unos cuantos días antes de que se me pasara el efecto.

Lo intenté de nuevo:

—Perdóname, Tony —cambié el peso de mi cuerpo de un pie a otro, al mismo tiempo que captaba el sonido del corazón de Tony ir un poco más deprisa detrás de su pecho—. Fui una perra contigo. No hay palabra más acertada que esa, en serio, en serio lo lamento. Sé que sólo tratabas de de evitarme una pena.

Mi garganta ardió en llamas como si hubieran encendido un cerillo en su interior.

—¿Quién se iba a imaginar esto?

Alcé una ceja, y no pude evitar mirarlo.

—¿Qué quieres decir? —le pregunté, cruzándome de brazos.

Tony negó con la cabeza, y me di cuenta que Edward se había dormido. Se inclinó sobre la encubadora para meterlo dentro, y luego sacudió los hombros.

—Tú no eres la única que tiene que disculparse por algo —respondió, cerrando la encubadora y avanzando más hasta mí—. Yo te mentí, dos veces. Quizás más, ya me olvidé. Lo hice para protegerte, sí, pero mentí.

Me mordí el labio inferior.

—La intención es lo que cuenta, ¿o no? Ambos hemos cometido nuestros errores. Me da la impresión que la única cosa buena que nos hemos hecho mutuamente está ahí —señalé a Edward con la cabeza.

El pelinegro tomó aire.

Apenas me daba cuenta de lo perturbado que se veía. Vaya que tenía unas buenas ojeras, y su rostro se veía cansado hasta lo inverosímil. Me pregunté si acaso no existiría más en su cabeza, además de todo esto, si no habría por allí otro problema que lo estuviera atormentando.

—No... Bueno, yo he hecho otra cosa buena —dijo, en un murmuro. Lo miré a la espera.

—¿Qué cosa?

—Protegerte.

Recordé un momento lejano de hace casi un año.

Nosotros encerrados en la habitación de la granja de Clint, el mismo día que habíamos concebido a Edward. Recordé todas y cada una de las sensaciones que Tony me había hecho sentir ese día, desde el terror que experimenté tras contarle mi pasado, hasta la felicidad extrema que me inundó entera cuando él me besaba. De la misma manera que solía pasarme cuando él me besaba, en ese momento todo se sentía muy intenso. Me parecía que habían pasado siglos desde la última vez que lo había besado. Me pareció que transcurrieron mil muertes en todo este tiempo.

Mi corazón se había roto tanto el día que pensé que él había decidido volver con Pepper. Esa había sido la mentira más cruel de todas, una muy despiadada, pero que aparentemente había tomado con la intención de resguardar el secreto de Vladimir. Me sorprendía de forma increíble lo mucho que estuvo Tony dispuesto a sacrificar con tal de ahorrarme una desgracia mayor. Él hacía todo eso, ¿y cómo se suponía que yo evitara sentir todo aquello?

Luché contra el impulso de echarme a sus brazos... Y perdí.

Tony pareció extremadamente sorprendido de ver que lo estaba abrazando, y de seguro pensó que se trataba de una broma. Pero, con precaución, me lo devolvió. Enredó sus brazos alrededor de mi cuerpo en el momento en el que hundí mi cara en su cuello.

¿Cuándo había sido la última vez que lo abracé, que lo sentí así de cerca? Desde lo de Ultron, seguramente. Se sentía como si fuéramos unas personas completamente diferentes la que ahora entrelazaban sus cuerpos juntos, como si hubieran pasado millones de años y eso hubiera sido necesario para hacernos entender el daño mutuo que nos estábamos haciendo. Me hacía sentir que no debí esperar tanto tiempo, que debí haber sido más perceptiva. Me hacía sentir llena de dicha nuevamente, porque había olvidado por completo la manera en la que me hacía sentir el estar con él. Me hacía sentir sin miedo, especialmente eso.

¿Teníamos que atravesar todo este mar de sufrimiento para ser un poco más racionales?

—Lo siento tanto —bisbiseé contra su cuello—. He sido una estúpida en todos los sentidos.

—Tú perdóname a mí. Tomé decisiones terribles, que te rompieron el corazón, que te hicieron perder la fe en mí... En serio quiero enmendarlo todo —me apretó más a él, acariciando mi rostro con su nariz.

Sentí una golpe de dolor lacerante contra mi pecho. Me podría sentir a gusto con él, pero eso no significaba que todo estuviera saldado. Vladimir había regresado de todas maneras.

Resollé.

—Tengo miedo. Por ti, por Edward, por mi familia, por todos...

—Yo temo por por ti —murmuró—. Vamos a encontrar al malnacido.

Saqué la cabeza de su cuello y alcé la vista ante sus ojos. Aún tenía ese aspecto cansado que tanto me turbaba. Él no desenroscó sus brazos de mis caderas.

Puse una mano contra su rostro.

—Habla conmigo —le pedí en voz baja—. ¿Qué más te está atormentando?

Tony inhaló, y desvió la mirada. Sus ojos parecieron volverse un poco más oscuros tras hacer eso.

—La culpa me está comiendo vivo —lo miré extrañada—. Lo de Ultron, lo de Vladimir... Todo es mi culpa. Lo cargo sobre los hombros, siempre hecho a perder.

—¿Qué? No digas tonterías.

—Es la verdad.

—Claro que no —medio le gruñí—. Si la memoria no me falla, y dudo mucho que lo haga, tú no construiste a Ultron sólo. Banner tiene tanta culpa como tú, pero él se desvaneció. Y lo de Vladimir tampoco es tu culpa, ¿o acaso tú lo trajiste de la muerte?

Él hizo una mueca y arrugó la nariz.

—No, pero... —lo interrumpí.

—Pero nada. Deja de achacarte culpas que no te corresponden. No eres responsable del mundo entero.

Esta vez fue él quién puso su cabeza sobre mi hombro. Levanté las manos hasta abrazarlo de nuevo, y ahora fui yo quien dejó escapar una bocanada de aire.

—Cariño, no sabes cuánto eché esto de menos —susurró, subiendo las manos por debajo de la tela de mi suéter blanco—. Tenerte conmigo me llena de paz, te juro que no puedo estar sin ti, muñeca... Pero siento que el riesgo es inminente. Y ahora no sólo somos los dos, ahora también está Edward... Ustedes dos son mi eje. Haré lo que sea necesario con tal de mantenerlos a salvo.

Haremos —lo corregí en voz baja—. Somos un equipo. Los tres.

Él resolló.

—Apenas puedo dormir. Sólo lo logro cuando tú estás en la habitación, cuando sé que debo velarte el sueño.

El corazón se me contrajo de puro dolor. Lo tomé de las mejillas y lo hice mirarme, siendo víctima de una terrible congoja.

—Vamos a encontrar una solución para todo —repuse con cuidado. Él acercó su rostro más al mío, sin dejar de deslizar muy lentamente sus dedos por mi piel.

Me pareció que no pudo encontrar una respuesta, porque sólo atinó a besarme.
¿Sería capaz de notar la forma en la que se me erizó la piel? Probablemente sí, pues me pareció haberlo sentido sonreír sobre mis labios mientras me besaba.

¡Uf! Había olvidado por completo cómo se sentía eso. Y se sentía a gloria pura.



* * *



Medianoche.

Victoria se había ido, pues Vera tenía clase en un par de horas. Wanda, Visión y Sam se habían ido a dormir también, mientras que mis abuelos y Harper seguían en casa, seguramente aguardando que yo volviera. Edward también seguía durmiendo, ya mucho más tranquilo, gracias al cielo.

Steve, Natasha, Tony y yo permanecíamos en la oficina del rubio, discutiendo acerca de lo que había sucedido. Habían llegado a la conclusión de que ahora que Vladimir había hecho una entrada triunfal, tenían un poco más de vía libre para rastrearlo. Natasha sugirió utilizar a Harper para eso, pues sus habilidades mágicas eran compatibles con la energía que había desprendido Vladimir mientras estuvo aquí. O al menos dijo que eso lo había señalado Victoria antes de marcharse a su casa.

Aquello de esperar no me gustaba, pero era obvio que no tenía otra alternativa. ¿Cómo podía encontrarlo? No tenía ninguna pista, en absoluto. Él mismo había arrasado con cualquier persona que pudiera llevarnos en su dirección. Pero la pregunta permanecía: ¿Dónde demonios estaba Nadine? Si ella ya sabía que Vladimir estaba vivo, e incluso lo estaba buscando, ¿en dónde se había metido? Tanto Tony como Steve habían dicho que la buscaron hasta por debajo de las piedras después de lo de Sokovia, y ninguno pudo dar con su paradero.

Ah, porque el rubio patriótico también lo sabía. Y se ganó un zape de mi parte por eso.

A Tony no le causó mucha gracia que me hubiera encontrado con Thor horas antes afuera en el campo, pero Steve y Natasha se emocionaron cuando les conté que les había mandado saludos. Sin embargo, todos teníamos la curiosidad a flote por saber qué era lo que había dentro de aquella cajita marrón que le había traído a Victoria. La castaña se había hecho la desentendida y nos había ignorado por completo, negándose a abrirla. De seguro era algo turbio.

Steve se llevó una cucharada de cereal a la boca.

—La lista de desaparecidos sigue creciendo —dijo, tras tragar—. Rumlow, Nadine, Vladimir...

—Bucky —completó la pelirroja, a lo que el rubio asintió.

—Vamos a tener que dividirnos para cubrir todas las áreas. No podemos concentrarnos en uno sólo, todos son importantes en temas diferentes. Y más nos vale encontrarlos pronto.

Tony torció los ojos, echado en el sillón de enfrente.

—Vamos a tener que empezar a colocarle un GPS a todo el mundo, al parecer en algún momento todos se pierden. Muñeca, te pondré uno en algún lugar de tu cuerpecito que no planeo decir en voz alta porque el Cap está comiendo.

Le lancé un cojín que estaba en la otra silla.

—Cállate, albañil.

Natasha se echó a reír y le dio un mordisco a su manzana, apoltronada en el suelo.

—El Cap tiene razón —concedió sin dejar de masticar—. Tenemos que dividirnos.

Suspiré. En verdad que teníamos muchas áreas que cubrir lo más pronto posible.

Un pitido extraño resonó en la oficina. Todos volvimos la atención al origen de aquella alarma fastidiosa, y provenía de la computadora de Steve. El rubio frunció el ceño, como si estuviera leyendo algo, y luego dejó escapar el aire por la boca.

—Mira estas noticias. Tu contacto también respondió —le dijo a Natasha—. Tenemos una pista de Rumlow, está haciendo todo un espectáculo. No le preocupa que lo vean.

—¿Ahora apareció? —la pelirroja alzó una ceja—. ¿Qué dice el contacto?

—Le va a vender unas armas a unos terroristas. El arma se encuentra en Nigeria.

Natasha se puso de pie y cruzó los brazos, echándole una ojeada a la computadora.

—Es lo mejor que tenemos de Rumlow en meses.

—Tienen que ir —habló Tony, con cara de flojera—. Sácate ese dolor de culo de encima, Steve. De una buena vez.

El rubio suspiró.

—No me siento cómodo dejándolos aquí. Nos fuimos a Hiron por un par de horas y mira lo que pasó.

—Tony tiene razón —intervine—. No has tenido una buena pista de Crossbones en seis meses, si la dejas pasar quién sabe cuándo puedas tener otra. Ve a la misión, lleva a los que necesites. Aún vas a tener un fuerte unido en el complejo.

—Sigues enferma, Bevs. Yo te quería en la misión de Crossbones. Victoria y tú son mi fuerza bruta —Steve se rascó la cabeza—. Voy a tener que llevarme a Wanda. ¿Qué dices, Nat?

La aludida asintió, de acuerdo.

—Victoria, Sam, Wanda, tú y yo. Dejamos a Visión aquí para que ayude a Bevs y a Tony en caso de que sea necesario. Harper también es de ayuda para ellos.

Rogers se puso de pie.

—Entonces está decidido. Iré a llamar a Victoria, partimos a Nigeria a primera hora de la mañana.
















































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