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27 ━━━ California love.

━━━ ❛ HOMINEM VII ━━━

BEVERLY BLACKWELL



Un escalofrío me recorrió el cuerpo. Leí el mensaje dos veces, aturdida y desorientada, antes de caer en cuenta del significado que tenía. Recorrí con los ojos la habitación donde estaba Edward con Tony, en busca de cualquier peligro. Ese impulso fue automático, ni siquiera tuve que pensarlo demasiado. Mi mente se desviaba de forma instintiva a ellos.

Pero no era eso lo que debía mirar.

Mis sentidos agudos se dispararon en cuanto estudié el borde del complejo, aquel que conducía a la maleza de los árboles. El sol se estaba poniendo, con la noche pisándole los talones, así que todo se veía opaco. Sin embargo, había una silueta masculina en medio de toda esa maleza, tan distante que una persona normal no habría sido capaz de verlo.

Me quedé observándolo, mientras contenía la respiración.

En ese preciso momento, el auto de Sam aparcó en la entrada del complejo. Alcancé a distinguir el sonido característico que hacían los corazones de mis abuelos al repicar, más lentos, más calmos que cualquier otra persona. Y una sensación de pánico me cubrió toda la garganta.

—Harper, mira el borde.

La castaña alzó la cabeza tan rápido que temí se le fuera a desprender del cuello. Tiré al suelo el teléfono que estaba en mis manos, y sin dejar de mirar hacia la linde que separaba el complejo de la maleza de los árboles, vi a la silueta agacharse, depositando algo en el piso.

—¿Acaso es... —la voz de mi prima se desvaneció conforme hablaba.

Asentí una sola vez, tan entumecida que me creí incapaz de articular alguna palabra coherente. Entonces, ambas nos miramos por una milésima de segundo, y echamos a correr en dirección a la figura que permanecía de pie en medio de los árboles. Mientras corría, una descarga eléctrica me subió por la columna, haciendo que fuera mucho más rápido de lo habitual. Recorrí los varios metros que ponían la distancia en segundos, y estuve segura de que al vernos correr, Sam también había echado a andar detrás de nosotras.

El corazón se me aceleró como si estuviera a punto de descomponerse.

—¡Qué cosa tan horrible! —jadeó Harper, retrocediendo ante la horrorosa escena que estábamos presenciando.

La silueta de Vladimir se había disipado mágicamente. Sin embargo, en el suelo bajo los árboles, reposaban cinco cadáveres diferentes. Todos bañados en sangre y cada uno con una bolsa de color rojo encima sus pechos inmóviles. Sobre el césped, también reposaba una foto. Me dio un escalofrío mientras me agachaba a recogerla, actuando de forma monótona, como si estuviera en piloto automático. Sentí la mirada de Harper en mi espalda, porque se había quedado detrás. Seguramente esa escena le resultaba demasiado perturbadora para verla de cerca, por eso no la llamé.

La foto sólo era una alusión a la vida de los muertos. Y por supuesto que yo reconocía esos cadáveres. Eran los antiguos trabajadores de Vladimir, los mismos que lo ayudaron y acompañaron en todas y cada una de sus perversiones. En la foto estaba él, mi tío, en compañía de todos ellos. El estómago me llegó a los pies cuando, aún agazapada en el suelo, me estiré para tomar una de las bolsas rojas que estaba sobre uno de ellos.

Grité, horrorizada.

Se me cayó en cuanto vi su contenido. De pronto, toda la desesperación que estaba sintiendo se vio momentáneamente disipada y reemplazada por la más pura de las iras. Un instinto homicida me hizo hervir la sangre en las venas.

—¿Qué hay en las bolsas, Beverly? —preguntó Harper, como si estuviera temblando de miedo. Intuí que ella también reconocía a los muertitos.

Una risa histérica y terrorífica salió de mi garganta. Entonces, le di una patada a la jodida bolsa que antes estaba sosteniendo en mis manos.

—Sus malditos miembros viriles —escupí, moviendo los brazos hasta llevarme ambas manos detrás de la cabeza—. Les cortó los testículos y todo lo que estuviera por ahí, y me los mandó de regalo.

La furia fue suficientemente grande como para evitarme sopesar la situación de manera adecuada. Pero no había mucho que pensar, ¿o sí? El mensaje era claro, y ahora yo estaba muerta de miedo. Hice un esfuerzo por respirar, pero me dio la impresión de estar asfixiándome. En mi mente, los recuerdos que involucraban a Vladimir comenzaron a abatirme con fuerza, como si un caleidoscopio estuviera frente a mis ojos. Era sólo el recuerdo distante de una realidad que había dejado en el pasado, tenue, transparente, como si de pronto estuviera vagando alrededor del espacio sin nada que me mantuviera sujeta al suelo. Necesité de un segundo para ponerlo todo en orden.

El fantasma de mi pesadilla, aquel que creía olvidado, no estaba muerto. Había regresado por mí.

Me dieron ganas de gritar, de romper algo, pero vino otro sentimiento mucho más fuerte y de mayor importancia en ese momento. Edward también estaba en peligro.

Ignorando la conversación que se suscitó entre Harper y Sam, salí disparada en dirección al complejo, otra vez. Ni siquiera reparé en mis abuelos, que estaban de pie intentando distinguir qué era lo que mi prima y el moreno observaban con tanta atención. El pulso se me redujo a un ritmo normal cuando entré al laboratorio y Tony, al ver la cara de espanto que seguramente traía, se acercó con Edward a mi encuentro.

—Beverly, ¿qué te está...

—Dámelo, por favor dámelo —le pedí, jadeante. Él me miró confundido por un segundo, pero después me pasó al bebé.

Lo tomé en mis brazos, y me dieron ganas de esconderlo bajo mi pelo, protegerlo con mi cuerpo y con todo lo que pudiera, pero en cuanto lo abracé, me dio la impresión de haberme convertido en hielo. Me quedé pasmada con Edward contra mi pecho, sintiendo como mi corazón latía de forma desbocada y mi respiración era intermitente.  Cuando por fin pude reaccionar, me apresuré a revisarlo con cuidado, cerciorándome de que todo estuviera en orden y él se encontrara bien.

Pude respirar de nuevo cuando me percaté de que era así.

—Muñeca —me volvió a llamar Tony. Alcé la cabeza hacia él, dándome cuenta que Pepper seguía en la habitación, pero pronto se nos unió más gente—. ¿Qué está pasando?

—Creo que deberías ver esto, Tony —le dijo Sam, asomándose en el umbral de la puerta.

El pelinegro se volvió a mirarlo con el ceño fruncido.

—¿Qué tienes ahí, Sam?

El moreno le extendió un celular. El mío, por supuesto. Continué meciendo a Edward mientras observaba detenidamente el rostro de Tony a medida que leía el mensaje. Esperé ver un montón de emociones atravesarlo, pero no hubo ninguna. Permaneció con el rostro inexpresivo mientras lo leía.

Aquello no me gustó ni un pelo.

—Tony —alcé la voz, y me sorprendí de lo estrangulada que se escuchó.

No hubo más que silencio procedente de Sam y Pepper. Afuera del laboratorio estaban mis abuelos, confundidos y asustados por mi reacción. Wanda también había salido de la habitación, con apariencia somnolienta. ¿Y Harper dónde estaba?

—¿Cuándo te mandaron esto?

—No creo que deberías concentrarte en el mensaje —intervino Sam—. Mira el borde del complejo.

El aludido hizo caso a lo que le dijeron. Giró el torso por completo hacia la entrada, pero al no ser capaz de ver nada, tuvo que salir del complejo. Pepper Potts salió detrás de él, pisándole los talones.

Me quedé inmóvil, estudiando los movimientos de Tony en silencio. Esa no era una reacción apropiada de él, no lo era en absoluto. ¿Por qué se veía tan calmado, tan ausente, tan... enterado? Daba la impresión de que estuviera al tanto de todo y sólo hubiera estado esperando un movimiento de la otra parte que le confirmara sus dudas.  Mi cerebro trabajaba de forma muy rápida, y mis sentidos eran demasiado agudos, era imposible para mí no prestar atención a los pequeños detalles en la postura de una persona. Mucho más si estaba acostumbrada a ver a esa persona. Entonces, ¿qué había cambiado en el semblante de Tony? ¿Por qué su corazón latía de forma tan lenta que casi parecía estar a punto de detenerse?

Un pensamiento ilógico me cruzó la cabeza. ¿Era posible que él ya estuviera al tanto de la situación?

Eché a andar fuera del laboratorio, sin despegarle la mirada a Tony. Mis abuelos aparecieron también en mi campo de visión. Hacia una semana que no los veía, y supuse que ellos estaban conmocionados con el nacimiento de Edward que se había presentado antes de lo previsto.

—Cielo, ¿qué está pasando? —me preguntó mi abuela, con un ligero temblor en la voz. Su rostro arrugado se contrajo en un espasmo de dolor—. Hay cinco cadáveres allá afuera. Y algo muy extraño nos pasó en Hawaii.

Su relato se desvió en cuanto se percató del bulto entre mis brazos. Una sonrisa cansada se abrió paso por su rostro y extendió los brazos para que le pasara a Edward.

—¿Este es Edward? Es tan hermoso como tú cuando eras una bebé —comentó con anhelo. Le sonreí a medias.

—Abuelo —lo llamé para que girara, puesto que seguía con los ojos pegados a la entrada—. ¿Qué cosa extraña les pasó en Hawaii?

El abuelo Dave dejó escapar una exhalación. Entonces me di cuenta de lo que estaba observando con tanto cuidado. A Harper.

—¿Crees en los fantasmas, princesa? —inquirió, en medio de otro suspiro—. Porque nosotros vimos uno en Hawaii. Y estoy seguro de que ahora mismo estoy viendo uno.

Hice una mueca.

—Sí, sobre Harper hay que conversar. ¿Cómo que vieron un fantasma?

El abuelo me ignoró la pregunta.

—¿Harper? No, claro que no. Esa es Rochelle Schwartz, la ex novia de tu tío Vladimir.

—No, abuelo —me incliné para hacerlo girar—. Esa es Harper. La hija de Rochelle. La hija de...

—Vladimir —completó, en tono ahogado.

Mi abuela jadeó cuando él pronunció esas palabras. Sacudió la cabeza con los hombros hundidos y también fijó su atención en Edward, pero entonces murmuró:

—El fantasma que vimos en Hawaii era el de Vladimir. Pero intuyo que no se trataba de ninguna alucinación, ¿no es así, Zafiro?

Cómo me enervaba que me llamaran Zafiro. Sí, también era mi nombre, pero no uno que estuviera en el registro civil. Era mi nombre por decisión de mi padre, pero no es ese con el que aparezco en mis documentos de identidad, así que, ¿qué tanta insistencia con llamarme así? Por supuesto que eran los ojos, no había otra opción.

Pero el hecho de que Vladimir hubiera sido tan descarado de ir a hacerle una visita a mis abuelos hacia que toda la rabia incrementara hasta lo inverosímil. Me había esforzado hasta el final por salvar sus corazones de los trágicos sentimientos que acarrearía el conocer la verdad sobre lo que hacían sus dos hijos, pero me pregunté si acaso no sería mejor que lo supieran de una vez. Era mejor tenerlos asustados que ignorantes por más tiempo.

—Creo que tenemos que hablar de muchas cosas —avisé, en tono suave. Ellos me miraron, esperando la más terrible de las noticias, pero asintieron una sola vez—. ¿Les molestaría echarle un vistazo a Edward mientras veo qué ocurre allá afuera? Hablaremos cuando esté de vuelta.

—Ve, mi niña. Aquí te esperamos —replicó la abuela.

Asentí con cuidado y me apresuré a andar lejos de ahí. Todos se habían aglomerado. Tony, Sam, Visión, Wanda y Pepper. ¿Qué se suponía que hacía la rubia todavía ahí? Fuera del complejo, la noche terminó cayendo. Harper estaba a un par de centímetros de los cadáveres, que ahora estaban amontonados unos con otros más adelante, y movía sus manos de forma lenta mientras que una bruma negra emanaba de ellas.

Los presentes se giraron a verme con expresiones heladas.

—Tu tío es un demente —me dijo Sam, como si no acabara de creerse lo que estaba pasando—. ¿Qué clase de loco le mutila las partes íntimas a un hombre? Les arrancó el orgullo.

Miré a los cinco cadáveres, y luego a ellos otra vez.

Esto —los señalé, con una evidente muestra de enfado—, es su venganza contra mí. Pero lo que no entiendo es cómo demonios está vivo, creí haberlo matado yo misma.

Detrás de mí, Harper gruñó.

—Los cuerpos están cubiertos con energía de Hiron. Alguien lo está ayudando, es obvio que no volvió sólo de la muerte.

Pepper Potts hizo una mueca de horror. Pero no me fijé en eso, más bien, miré directamente dentro de los ojos de Tony. El pelinegro no fue capaz de sostenerme la mirada. Estaba inusualmente callado.

—¿Están todos en peligro? —murmuró la rubia rojiza. Sam asintió.

—Más específicamente Beverly... Y tú también, Harper bonita.

La castaña lo ignoró magistralmente. Wanda y Visión hablaron por primera vez en todo ese rato:

—Llamé al señor Rogers —avisó el rojo—. Le informé de la situación aquí y, de hecho, ya venían en camino. Deben estar muy cerca.

—¿Cuántos motivos perversos tiene tu tío detrás de esto? —continuó la sokoviana, con el ceño fruncido en dirección a los cadáveres que Harper seguía revisando.

Levanté la cabeza bruscamente, con la mirada tan dura como un pedernal. Apreté los dientes antes de contestar su pregunta.

—Tiene sus motivos para venir por mí —crucé los brazos, ligeramente dubitativa—. Fui yo la que lo asesinó, o al menos eso creí. Le hice la vida imposible antes de hacer eso, pero... Harper, ¿qué cosa maquiavélica le hiciste a tu papá para que te esté buscando a ti también?

—Uh... No fui yo.

Giré sobre mis talones, buscándola con la mirada. Ella ya se había volteado hacia nosotros, y tenía una mueca en el rostro que incluso parecía graciosa. Se comenzó a rascar la nuca y arrugó la nariz.

—Harper —repetí—. ¿Qué le hiciste?

—En realidad no fui yo. Fue mi mamá. Verán, cuando ella se enteró acerca de lo que me estaba haciendo mi papá... Bueno, pues... Básicamente...

—Termina de hablar por el amor de Dios —masculló Tony, alzando la voz por primera vez. Lo miré mal, pues el tono que había empleado me resultó extraño. Él no hablaba así.

Volví a detenerme en mi prima, súbitamente recelosa.

—¿Qué hizo, Harper?

La castaña contuvo el aliento.

—Lo castró.

Los párpados se me abrieron de sopetón al escuchar eso. Entonces, ¿esa era la razón por la que él había hecho exactamente lo mismo con sus ex compañeros? Eso era. Pero, ¿por qué motivo? Más allá de lo que la madre de Harper le había hecho, ¿por qué atacar a sus propios trabajadores? ¿Acaso no eran sus aliados?

Intenté ser razonable y pensar con cuidado toda la situación.

—Tu mamá no tiene esquizofrenia, ¿verdad?

Harper negó con la cabeza.

—Nop. En realidad, es parte del consejo real de Hiron. No podía decirles eso antes, pero ahora que conocen toda la verdad, ¿para qué seguir mintiendo?

Se me escapó una bocanada de aire que se sintió extremadamente pesada. ¿En qué momento llegamos a tanto? Pensé que mi tormento más espantoso había pasado, que jamás iba a tener que pasar por eso de nuevo, ni siquiera recordarlo, pero parecía que no era así. El fantasma de mi pesadilla más profunda siempre iba a estar ahí, acechándome en las sombras, a la espera de encontrarme desamparada de nuevo. Me dieron náuseas, cuando inevitablemente comencé a rememorar todo lo que Vladimir me hacía.

Sam resolló.

—Lucharemos contra él —dijo con calma.

—Esta no es su lucha —murmuré, presa de una asfixia terrible—. Vino por mí, por Harper, posiblemente por Nadine... Me parece que es un problema de familia. No quiero que ninguno salga herido por esa causa.

—¿Herido? —Wanda soltó un bufido—. ¿En serio te parece que podemos salir heridos por un humano regular?

Mi cabeza se volvió con lentitud al oír aquello.

—Me temo que ya no se trate de un humano regular...

Mi voz acabó por desvanecerse. Continué con la vista pegada en la lejanía, viendo la noche implacable que nos rodeaba. Nadie más dijo nada durante un buen rato, así que sólo fui consciente del sonido de sus corazones, y también de sus respiraciones acompasadas.

Me tomó por sorpresa el momento en el que Tony se dignó a hablar.

—Necesito estar a solas con Beverly —sentenció en tono solemne. Alcé una ceja, pero no lo miré.

—Pero, Tony... —comenzó Pepper.

—A solas.

Qué tontería tan innecesaria. Oh, Tony, ¿qué no me estás contando?

Los demás terminaron por alejarse en silencio. Esperé por un largo y eterno segundo a que Tony se dignara a decirme algo decente, a mí, pues en todo el rato lo que hacía era evitar mi mirada. Me dio pánico que aquella idea descabellada que había tenido resultara ser cierta. Si Tony realmente lo sabía, y me lo había ocultado... No quería ni siquiera pensar en eso.

El pelinegro dio un par de pasos hasta quedar delante de mí. Me tomó del brazo y me alejó lo suficiente de la pila de cuerpos. Alguien tendría que recoger eso más tarde. Me sentí peor cuando le vi el rostro, por alguna razón se notaba descompuesto y envejecido. Un aire de pánico me inundó el alma, porque tenía un presentimiento fatal con respecto a eso.

Quería tanto, pero tanto, estar equivocada.

—Tony, ¿por qué no me cuentas qué pasa? —murmuré, tras tragar saliva. El pelinegro vagó con la mirada, incapaz de mirarme a los ojos.

—Muñeca, tenemos que hablar de algo.

Sentí frío. Me concentré en sus facciones, tan hermosas como siempre me resultaban, aunque ahora estuvieran ensombrecidas de manera triste. No fui capaz de hallar un motivo aparente que explicara ese cambio de actitud. En realidad sí, sí pude hacerlo, pero la sola perspectiva me causaba un dolor tremendo. Traté de huirle al sentimiento, pero no pude. La peor parte no era descubrir que Vladimir estaba vivo... La peor parte era darme cuenta que Tony lo sabía y lo ocultó.   

Me abracé a mí misma, intentando calmar la gelidez de mi cuerpo.

—Dime la verdad, Tony Stark. Me va a doler menos si lo escucho de ti.

—Te amo, Beverly, te juro que lo hago.

Fui demasiado rápida, para mi propio gusto, en comprender el significado oculto detrás de aquella declaración. En ese instante lo último que me importó fue que me dijera que me amaba. Aquello no era nada más que una mentira demasiado cruel y vil, incluso tan grande como la que me acababa de ocultar. Esa era la confirmación de mis miedos. No hacía falta que lo dijera en voz alta, porque yo ya lo sabía. Lo había intuido desde que vi su expresión al leer el mensaje. Sólo pasaron dos segundos, nada más, ni nada menos, pero en ese breve lapso de tiempo fui capaz de distinguir con una lucidez insoportable todos los sentimientos que atravesé:

Sorpresa. Dolor. Ira. Sospecha. Más dolor. Más ira.

Mi corazón latió con una fuerza inimaginable detrás de mi pecho.

—Lo sabías desde el principio. Siempre lo supiste, por eso no te conmocionó —apunté con dureza, con la voz tan quebradiza como el cristal.

Tony asintió, con lentitud. Y continuaba sin mirarme a la cara, lo que sólo ocasionaba que mi dolor creciera mucho más. Hice un esfuerzo por no romperme de inmediato, pero no lo logré. Estallé contra él.

—¿¡En qué demonios estabas pensando al ocultarme algo así!?

El aludido retrocedió un paso cuando escuchó el gruñido terrorífico que salió de mis labios. Incluso yo misma me sorprendí del tono de voz que había empleado, pero en ese momento, toda la ira que había estado sintiendo se disipó automáticamente, siendo reemplazada por un dolor tan grande como punzante. Me pareció escuchar el sonido de un hielo astillarse, sólo que no era eso, era algo más. Era mi corazón.

—Por favor escúchame, Beverly... —murmuró. Me llevé ambas manos a la cara, tratando de contener el llanto que comenzaba a subir por mi garganta.

—¿Por qué? ¿Por qué, maldita sea, tengo que escucharte? Cada vez que te doy una jodida oportunidad la deshechas. Has pisoteado y aplastado mi corazón demasiadas veces, pero esto... —sacudí la cabeza frenéticamente, sintiendo un sabor ácido en la boca—. Esto ya fue demasiado.

—¡Estaba tratando de protegerte! A ambos —me gritó de vuelta, con el rostro lleno de cólera.

Inflé los pulmones con aire y lo miré con ojos desorbitados por la incredulidad.

—¿Protegerme? —repetí la palabra, sintiendo como comenzaba a temblar. Me sentí hirviendo en ese momento—. ¿Ese era tu plan? ¿Volver con Pepper porque querías protegerme? ¡Deja tu ego de lado un maldito segundo! No soy yo sola la que está en juego, ni siquiera tú, ¿por un momento te detuviste a pensar en Edward?

Escuché el rápido jadeo entrecortado del aire saliendo mis labios, como si me costara muchísimo respirar. A mi alrededor todo comenzó a dar vueltas, pero no era como si estuviera a punto de desmayarme, era lo mucho que estaba temblando en ese momento.

Tony me miró sin dar crédito a lo que le dije.

—¿Cómo puedes decir que no pensé en ustedes? ¡Todo lo que he hecho ha sido por ambos, pensando en su seguridad! Nunca volví con Pepper, nunca dejé de pensar en ti, nunca dejé de preocuparme...

Una horrible risa sarcástica se me escapó.

—¿Y cómo, eh? ¿Cómo? Hubiera preferido un millón de veces saber la verdad acerca de Vladimir, pero estando contigo, a vivir una mentira que no solamente me afectó a mí, sino también a Edward.

—Así no son las cosas —masculló entre dientes. Me mordí el labio inferior cuando me picaron las manos para darle un golpe.

—¿Cómo demonios crees que son? ¡Aterriza, Tony, entra en la realidad! Me mentiste de la manera más cruel, me rompiste el corazón aún sabiendo que estaba embarazada de tu hijo, todo bajo la excusa de que me estabas protegiendo. Mira dónde estamos ahora, a dónde nos han llevado tus decisiones... Estamos incluso más condenados que antes. Vladimir está más cerca que nunca, poniendo en riesgo a Edward, ¿y nosotros? Nosotros ya nunca lo vamos a ser. Nosotros somos el resultado de las decisiones que tú tomaste.

Tony pareció quedarse en blanco. ¡Por favor! ¿Ahora sí no tenía nada qué decir? Aquello me llenó de una frustración tremenda, porque él siempre estaba parloteando un montón de sandeces, pero ahora que se trataba de un tema de vida o muerte, se callaba.

Entonces, lo que hizo fue repetir algo que ya había dicho:

—Te amo, Beverly, en serio...

—¡No, no lo digas, no! —me volví a llevar las manos a la cara cuando sentí que el sollozo era inminente—. Tú no tienes ni idea de lo que eso significa. Una persona que ama no miente, no engaña, no le rompe el corazón a la otra de esa manera.

Tony sacudió la cabeza.

—Ahora no lo ves, pero todo lo que hice fue por ti. Dime, ¿cómo te sientes? Eso es exactamente lo que estaba tratando de evitar. Estaba tratando de evitarte un suplicio de este tamaño, pensé que... —lo interrumpí.

—No lo pensaste.

Inspiró hondo.

—Tal vez no —concedió—. Pero no puedes crucificarme, porque nunca lo hice para lastimarte. De seguro que actué mal, pero en cada momento, en cada decisión que tomé, fue pensando en el bienestar de ustedes dos. Los antepuse antes que a nada.

Lo miré fijamente, con los ojos bien abiertos, y después me puse a hiperventilar.

—Una verdad dolorosa es más fácil de soportar que una mentira disfrazada de buena voluntad.

—No sólo a ti te duele. ¿Tienes idea de lo doloroso que fue soportar todo ese tiempo alejado de ti, tratando de buscar una manera de evitarte otro sufrimiento, y fallando de todas maneras? Apenas ayer pensé que estabas muerta, y la culpa me estaba comiendo vivo. Míranos ahora, estás viva, pero de seguro me estás odiando más que nunca. La culpa nunca va a disminuir.

Miré el cielo estrellado, como si estuviera buscando un poco de fuerza en él. 

—¿Sabes? —me mordí el interior de la mejilla—. Puedo entender el hecho de que quisieras esconderme lo de Vladimir, porque eso tiene mucho sentido e incluso es factible... ¿Pero lo otro? No me estabas protegiendo a mí. No fingiste volver con Pepper porque me quisieras cuidar. Te estabas protegiendo a ti mismo, porque lamentablemente estás tan inmiscuido en ti mismo que no pudiste abrir los ojos y darte de cuenta de lo mucho que me dolía no estar contigo.

—No digas eso...

—No... Mi pobre Edward. No se merece el padre que le tocó —me lamenté.

En cuanto las palabras dejaron mi boca, una punzada de culpabilidad me carcomió entera. Vi claramente el espasmo de dolor que cruzó el rostro de Tony. Pero supongo que ya era tarde para arrepentirme de lo que había dicho.

Me sequé bruscamente las lágrimas que comenzaron a brotar de mis ojos, y entonces, dije:

—Largo de mi vista.

Tony me miró incrédulo.

—¿Qué? —murmuró.

—¡LARGO DE MI VISTA! ¡AHORA!

No tuve la fuerza suficiente para verlo partir. Se me rompió el alma en ese momento, y ya no fui capaz de contener el llanto espantoso que salió de mí.

Enojada como estaba, el dolor fue mucho más grande. Terminé en el suelo, con las rodillas dobladas, mientras los sollozos desesperados salían de mis labios. Todo era demasiado grande, demasiado espantoso... La cosa más maquiavélica de todas, a lo que más le había temido durante toda mi vida, estaba de vuelta. Había vuelto por mí. Cuando pensé que todo estaba resuelto, que por fin iba a tener un poco de paz y tranquilidad, aparecía de nuevo para arrancármela. Y no podía mentir, porque le tenía miedo, le tenía muchísimo miedo a Vladimir. Estaba débil y sola.

Estaba completamente sola.

No pude reaccionar. Cerré los ojos, con la mínima esperanza de que el llanto cesara, pero no pasó así. Luché contra el dolor en mi pecho, pero sólo aumentaba con cada respiración. Me sentía inútil. No era la digna de hija de Maximus, el gran guerrero de Althea, ni siquiera podía llamarme hija de Nadine, porque de seguro ella no se hubiera quebrado de esa manera. No había manera en el infierno en la que pudiera ser una buena madre para Edward, y acababa de mandar al infierno a su padre. No podía ser nada bueno mientras que el fantasma de Vladimir siguiera rondándome, cazándome en silencio. Recordándome con cada segundo que pasaba que él me había marcado para toda la vida y jamás me dejaría olvidarlo.

Ya no tenía ningún tipo de poder. Era débil, me faltaba fortaleza... Y estaba sola.

—Pensé que había sido bastante específico cuando me fui —habló alguien detrás de mí—. Te dije que no podías derramar más lágrimas.

Me levanté de golpe del suelo al escuchar esa voz tosca. Giré sobre mi eje, víctima de un entumecimiento repentino, y observé con sorpresa al hombre que ahora se encontraba frente a mí. Abrí la boca, intentando decir algo, pero no salió nada. En respuesta a eso, una sonrisa enigmática iluminó su rostro divino.

—No mentí cuando te dije que siempre estaría contigo cuando más me necesitaras —murmuró Thor.



















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