07 ━━━ Rock 'N' Roll Damnation.
━━━ ❛ MOMENTUM VII ❜ ━━━
TONY STARK
¿Alguna vez les dije que Beverly era el diablo? Porque ese era un diminutivo insustancial para tratar de envolver todo lo que representaba. Era necia, respondona, sabelotodo, insufrible y tan guapa que te daban ganas de vomitar. El cuerpo te lo descompensaba en automático, porque decididamente hay que tener muy poco nivel de compensación para lidiar con ella de manera voluntaria. También estaba llena de grietas, pero no unas visibles o mucho menos tangibles. Eran el tipo de grietas que sientes, que sabes que están ahí, que si tratas de caminarles por encima te van a hacer tropezar de boca al suelo. Ella era una jodida grieta, y como todas las grietas no venía en singular, la acompañaban muchísimas más. Demasiadas.
Ella era algo que no podía terminar de comprender, no podía ver su principio y me era muy difícil atisbar dónde terminaba. También era una condenación, de una manera muy rara.
Y yo le daba más crédito del que probablemente merecía, eso seguro.
Sin embargo, la cosa no pintaba nada bien para mi guapa pelinegra. ¿Quién iba a decirlo? La madre era igual o más enigmática que la hija. Yo no era el único altamente sorprendido de esa aparición inusual, sobretodo porque la manera en la que había hecho su entrada triunfal era todo menos encantadora. Aunque, si lo pensábamos un poco, eso resolvía un misterio: ya sabíamos quién le había enseñado a Beverly a pelear.
Pero ella se veía excepcionalmente perturbada y yo no fui el único que lo notó.
—¿Qué está pasando allá adentro? —me preguntó Thor en voz baja, tomando asiento en una silla del laboratorio. Bruce balbuceó sin despegar la vista del microscopio.
—La hermana de Beverly está aquí.
—No es su hermana —lo corregí, dándole unos golpecitos a la mesa en la que estaba recostado—. Es su madre.
El asgardiano abrió los ojos sorprendido.
—¿Todos tienen los mismos genes? Barton, ¿la abuela también es así de atractiva?
—Si te gustan las señoras de sesenta años, sí —contestó Clint, sin ocultar su sonrisa socarrona.
Me eché a reír y negué con la cabeza. Cómo dije, yo no había sido el único sorprendido por la aparición de mamá Blackwell. Anoche en el hospital, después de que ella apareciera y prácticamente dejara a Beverly paralizada de la impresión, regresamos a la torre. Y cuando digo regresamos, me refiero a Beverly, su madre, y yo. Clint y Victoria ya se habían ido para cuando eso pasó.
Todos estábamos en el laboratorio, hablando de lo más casual, mientras que Beverly y su madre tenían una acalorada conversación al otro lado, en una de las oficinas.
—¿Vas a decirme por qué tienes esa cara? —le pregunté a Romanoff, la cual me miró con suma seriedad, pero al final terminó alzando una de sus muy pelirrojas cejas, y tratando de esconder un atisbo de sonrisa.
Ella no había dicho ni una sola palabra al respecto, pero era obvio que sabía algo más que todos.
—Gracias —musitó Rogers—. Pensé que tendría que ser yo el que le insistiera.
—Conozco a la señora Blackwell —respondió, enderezándose y poniendo los codos sobre la mesa. Ladeó la cabeza y se mojó los labios antes de continuar—: Pero su nombre no es Brianna Blackwell.
Alcé ambas cejas.
—¿Dónde la conociste? ¿En la peluquería?
—No, Tony —me sonrió con profunda sorna—. No nos conocimos en la peluquería.
—Si tú estás involucrada entonces debe haber algo de sangre en la historia.
Rogers negó con la cabeza, pero hasta para él fue imposible contener la risa. Thor y Clint se echaron a reír con ganas, y Banner se mantuvo al margen.
—Se llama Nadine Volkova, y fue una de mis profesoras de ballet en Rusia.
—Maldición —mascullé—. ¿Me estás diciendo que la mamá de no-puedo-vivir-sin-mi-brazalete es una asesina rusa de la KGB?
—Ella no ha dicho eso —intervino Victoria. Estaba sentada en uno de los muebles cerca de la puerta, y la zanahoria que tiene por hija estaba durmiendo en su regazo, mientras le acariciaba con suavidad su cabello naranja casi fluorescente.
—Exactamente. Tony, ¿me vas a dejar terminar? Sólo yo me conozco la historia.
—Sí, Tony, cállate —añadió Clint, con una manifiesta mueca de fastidio desde su silla. Rodé los ojos.
—Adelante.
—Gracias —asintió Romanoff—. Ella fue la que me enseñó el combate cuerpo a cuerpo. Era buena en lo que hacía, era despiadada, sin sentimientos y, maldición, sí que tenía un buen gancho derecho.
—¿Te entrenó? —preguntó Steve, con cuidado y en voz baja.
—No completamente. Sólo me enseñó una que otra cosa, yo no era parte de su trabajo. Volkova era la mano derecha de la directora. Madame B, y a eso se dedicaba por completo, hasta que un día desapareció. Nadie más volvió a saber de ella, casi parecía que Nadine Volkova había muerto, o que se la había tragado la tierra.
Me crucé de brazos.
—Aparentemente se embarazó y se retiró al campo a cuidar de su bebé —dije.
—Esa es la parte de la historia que no comprendo —Natasha hizo un mohín de disgusto—. Esas mujeres... No pueden tener hijos, bajo ninguna circunstancia. Me refiero a que no pueden, no a que no quieran o no lo deseen. Entonces, ¿de dónde salió Beverly? De lo que recuerdo, Nadine Volkova no es una mujer a la que el corazón le pueda y adopte y se haga cargo de una bebé.
—Y no lo ha hecho —agregó Rogers—. La muchacha ha vivido con sus abuelos toda su vida. Se suponía que sólo visitaba a su madre una vez al año.
—Probablemente porque su madre es una asesina rusa que le enseñó a desmembrar personas —continuó Victoria, encogiéndose de hombros.
—Supongo que sólo ellas conocen la verdad, ¿o no? —inquirí, mirando a Rogers.
Thor se rió por lo bajo.
—Ustedes, midgardianos, tienen una historia para todo.
—Mira quién habla, grandote —Clint le dio un leve golpe en los músculos, a lo que él le sonrió.
—¿Esto afecta al equipo? —quiso saber Bruce—. Porque parece más un tema familiar.
—Aún no lo sabemos —sentenció Steve.
Ladeé la cabeza. Vaya información para más interesante y perturbadora. ¿Qué más había sin descubrir de Beverly? Parecía que su historia de vida era mucho más interesante ahora, y por supuesto que me moría de ganas por revelar todos esos oscuros secretos suyos. Mucho mejor si era ella quien, voluntariamente, me los decía. Aunque dudaba que sucediera de ese modo, pero no perdía nada con dar el intento. Quizás tenía suerte.
Se escuchó un portazo. Nadine Volkova salió echando humo de la oficina de al lado y ni siquiera se inmutó en dirigirnos una mirada, ella solamente siguió su camino, dando grandes zancadas hasta la salida.
—¿Vamos a dejar que se vaya?
—Sí, Tony —respondió Steve—. ¿Por qué motivo la vas a retener?
—¿Asesinato de tres hombres?
Clint bufó.
—Beverly asesinó a diez y le regalamos a Tony.
Steve lo miró curioso, pero yo experimenté algo muy similar a la aprensión.
La puerta del laboratorio se abrió, mostrando a una Beverly con expresión sombría. Contuve el aliento en cuanto la vi. Se había quitado el uniforme del hospital, en su lugar se había puesto unos ajustados jeans negros y una camisa de color rojo que casi parecía bata, pero ese no era el punto. El punto era su gesto taciturno, que verdaderamente denotaba un cambio trascendental si lo comparábamos con sus frecuentes rasgos de diablo.
—¿Me puedo ir ya? —le preguntó, en voz sumamente baja y cansina.
El rubio asintió levemente.
—Descansa, Beverly.
Aquello me hizo entrecerrar los ojos con sospecha y un poco de criticismo, aunque no lo verbalicé en voz alta. Justamente yo era la persona menos indicada para hacer un señalamiento referente a problemas parentales, que era lo que ella tenía. De eso seguro.
💎💎💎
—Siento que me vas a soltar un golpe por la bocina.
La rubia rojiza soltó un sonoro bufido a través del teléfono.
—Suenas horrible, en plan el monstruo del Lago Ness o algo así, ¿siquiera has tratado de dormir un poco?
—Cuando encontremos el cetro dormiré.
—Oh, ¿en serio? —se rió sarcásticamente—. No vas a dormir nunca entonces.
Cerré mis ojos con fuerza y me recosté más de la pared de la habitación.
—Qué buena manera de subirle los ánimos al equipo —solté, evidentemente irritado—. No te llame para que me sermonees.
—Me llamaste porque, como siempre, ya te sofocó la presencia del resto de los Vengadores.
—Ah, tú sí que me conoces bien.
Al menos había un lado positivo entre todas las decepciones laborales que estaba teniendo últimamente: Pepper me había mandado de manera muy efectiva al demonio pero seguía por aquí. Era un alivio, porque eso significaba que no me odiaba. Ella podía hacerlo muchísimo mejor que yo.
—Esto va más allá, Pepper. No puedo, ni pienso, dejarlos solos en esto.
Pepper guardó silencio por lo que me pareció una eternidad.
—Sigo preocupada, ¿sabes? Pero tú sabrás. Adiós, Tony —colgó.
—Adiós, Pep.
Pero continuaba consternado con respecto al cetro, eso era lo que miraba. Estadísticas y más estadísticas de un mismo punto sin retorno en el que no encontrábamos absolutamente nada.
Poco más y me ponía a rugir como Thor.
Me estaba quedando sin ideas. No sabía qué hacer con respecto al cetro, habíamos probado todas las alternativas posibles y nada parecía funcionar para nadie. Me estaba partiendo la espalda para hacer que las cosas fluyeran, pero parecía que no era suficiente. Estaba ofuscado, estresado e irritado, y realmente necesitaba un escape al respecto, de otro modo terminaría por perder la cabeza. Pero al mismo tiempo no quería que Pepper sintiera que no estaba haciendo nada por ella, así que la llamé. Pero eso no terminó exactamente bien.
Vaya noche de mierda.
Suspiré. Pegué la mirada al techo por varios segundos, hasta que escuché el sonido de algo siendo tirado al piso. Beverly se estaba quedando en la habitación del final del pasillo, en uno de esos espacios anexos que Bruce muy amablemente había sugerido cuando comenzó la renovación después de la venida de los Chitauri. No era como si nosotros realmente durmiéramos algo aquí, rara vez alguno cerraba los ojos y la torre era más un sitio lleno de oficinas, pero tenía sus espacios especiales. También recordé que no tenía buen aspecto cuando se fue su madre, así que una parte muy irracional de mí mismo, decidió que sería una buena idea ir a ver cómo se encontraba.
Me refugié en ese pensamiento, porque realmente no quería ni imaginar la razón por la que estaba caminando al cuarto de la muñeca casi a la medianoche.
—¿Beverly? —la llamé, tocando tres veces. Ella me abrió casi al instante.
Me miró fijamente, ladeando la cabeza y pestañeando. Tenía expresión enfurruñada, tanta que casi me dieron ganas de decirle que el rostro se le iba a torcer así de manera permanente si no cambiaba la mueca.
—¿Qué?
Hice una mueca. Estaba totalmente ronca.
—¿Todo bien, Bevs? —ella asintió, y se hizo a un lado para dejarme entrar a la habitación—. Escuchamos...
—Lo sé —me interrumpió de inmediato—. Lo escuché.
—¿Y cómo te sientes?
Aquello fue genuino. Sólo le pregunté si se encontraba bien. Y a ella pareció sorprenderle, porque me miró por un segundo como si esperara que dijera algo más, y en vista de que no sucedió, se aclaró la garganta antes de contestar.
—Estoy bien. Ya no soy ninguna niña pequeña, antes me afectaba todo esto, ahora no lo hace —frunció los labios—. Nadine no es material de madre, como pudiste observar.
—¿Qué quería tu mamá?
Ella sacudió la cabeza.
—Yo no tuve una mamá. Tuve una entrenadora, hay una diferencia. Ella no tiene ese título de ninguna manera —corrigió—. Y realmente no me siento dispuesta para conversar eso ahora mismo.
No esperé que aquello me pegara tanto como lo hizo, quizás porque sin enterarse, tocó el matiz personal de la historia. Pero al fin y al cabo, no estábamos hablando de mí, y era ella la que la estaba pasando mal. De pronto, tuve un deseo de tomarle la mano y decirle que respirara. Pero evidentemente no lo hice.
—No hay problema —fue lo que terminé por decirle—. Puedes hablar cuando desees hacerlo.
Beverly dejó escapar un sonoro suspiro, lo suficiente como para que yo la mirara más atento.
—Sé lo que estás pensando —sonrió de lado.
—Ah, ¿sí? ¿Qué estoy pensando?
—Te preguntas cómo puede ser posible que Nadine se comporte así.
Un atisbo de sonrisa se abrió paso entre mis labios. Ella lo notó, porque en respuesta me dedicó una amplia sonrisa. Se sentó en el borde de la cama y esperó.
—¿Me responderías eso? —pregunté, acercándome un poco más. Beverly asintió, pensativa. Vaciló por un momento pero al final contestó.
—La única persona a la que Nadine amó alguna vez fue a mi padre, y él está muerto. Espero que eso aclare tus dudas.
No lo hace, pensé. Pero eso no se lo diría a ella. Tampoco le respondí, me quedé en silencio, mirándole la cara, aunque ella no me estuviera viendo. Clavó la vista en un punto fijo de la pared sin decir nada más al respecto. Nos sumimos en un silencio que se prolongó por lo que parecieron minutos, pero que sin embargo no se volvió para nada incómodo. Esa era su respuesta. Esa era su manera de manifestar el hecho de que sí le dolía. Por supuesto que ella era lo suficientemente engreída como para admitirle eso a alguien en voz alta, pero no eran sus palabras lo que importaban ahora. Era lo que no decía. Y su silencio era incluso más fuerte que ese agarre inhumano que ella poseía.
Me pregunté si no era mejor que la dejara sola, si acaso lo que ella quería no era procesar esa pena en silencio y sin nadie a su lado. Era frustrante como su rostro no la delataba con profundidad, no mostraba nada más de lo superficial. Quise preguntarle por su padre, pero no estuve seguro de que quisiera hablar de ello. Se veía humana, no como un diablo.
—Siempre estás escrutándome —murmuró.
Entrecerré los ojos.
—¿Lo has pillado?
—Tengo buenos reflejos, Tony.
La manera en la que pronunciaba mi nombre era diferente, un poco más seca, más ahogada, más desganada. Su voz era baja y rasposa, lo que hacía que sus palabras salieran como una ventisca helada.
Eso no era algo bueno, yo lo interioricé de inmedito.
—Bueno —me aclaré la garganta—. Será mejor que te deje dormir. Buenas noches, Beverly.
Ella no contestó, así que procedí a hacer mi camino hasta la puerta. Sin embargo, lo próximo que sentí fue su agarre en mi mano. La sensación me dio escalofríos, así que me volví para mirarla curioso.
—¿Beverly? —enarqué una ceja, confundido.
—¿Quieres quedarte?
No reaccioné debidamente, por lo que no me dio tiempo de analizar la situación. Lo único que retumbaba en mis oídos era que ella me estaba pidiendo que no me fuera de su habitación, y para mí eso sonaba como una grandísima alerta.
—¿A qué te refieres? —pregunté, en voz baja. Ella abrió la boca ligeramente, y me fue imposible no dirigir mi vista hacia ese gesto.
—Hay una parte de mí que quiere hacer algo que no debe —murmuró—. No sé por qué quiero hacerlo.
—Beverly, no creo que...
Me interrumpió. Me besó. Presionó sus labios contra los míos con fuerza, y aunque yo me quedé paralizado el primer segundo, fui capaz de reaccionar a tiempo para cerrar los ojos, tomarla por las mejillas y devolverle el beso con un ritmo similar.
Eso también era diferente, e impulsivo. Sobretodo impulsivo.
Pero se sentía... bien. Sus labios contra los míos. Era algo que no era capaz de comprender, porque sencillamente no había una ciencia detrás de eso. Ninguno hizo algo que le hiciera creer al otro que este era el camino que debíamos tomar. Vamos, sí, ésta mujer hacía que me erizara y parecía que la tensión entre nosotros siempre estaba a punto de reventar, ¿Pero en qué momento aclaramos algún tipo de conexión de este calibre? Nunca lo hicimos. No me estaba quejando, pero no quería tener que pagar un precio por esto luego.
Sus labios fueron de mis labios a mi barbilla, y fue cuando pude entrar en razón.
—Beverly —la tomé de los hombros—. Si quieres hacer esto vas a tener que decirlo. No voy a hacer nada hasta que no lo digas.
Ella negó con la cabeza, dejando una suave línea de besos desde mi barbilla hasta mi cuello. Sentí el calor subir por todas mis piernas hasta mi garganta.
—Mmmhmmm —murmuró sin dejar de besar mi cuello. Luego, me soltó y me miró con esos preciosos ojos oscuros fijamente—. Lo quiero, ¿lo quieres?
—Permíteme mostrarte.
La tomé de las mejillas y la estampé contra la pared de la habitación sin dejar de besarla. Ella abrió ligeramente su boca, permitiendo que yo me diera el gusto de explorarla por completo. Sus manos fueron de mi pecho al borde de mi camisa, lo tomó de forma juguetona, empezando a subirlo de a poco. Mis manos viajaron desde sus mejillas hasta la parte baja de su espalda, apegándola más a mí y sintiendo como el calor empezaba a crecer entre nosotros de a poco.
Se separó de mis labios y comenzó a dejar unos húmedos besos en mi cuello, subiendo la camisa por completo y alejándose un segundo para sacarla. Pronto yo hice lo mismo con la suya, trazando su torso con las yemas de mis dedos, desde su clavícula hasta los alrededores de su ombligo. Sentí como su piel se erizaba bajo mi tacto, lo que ocasionó que yo esbozara una sonrisa.
—Última oportunidad de salir corriendo —le dije, con mis labios pegados a su cuello. Ella soltó una ronca risa y un jadeó se escapó de su boca cuando mordisqueé levemente su cuello.
—¿Por qué habría de salir corriendo? —gimió—. En todo caso eres tú el que habría de hacerlo.
Mis ojos viajaron directamente hasta sus pechos. Parecía que ellos estuvieran mirándome directamente, llamándome detrás de esa fina tela del sujetador negro. Ella me sonrió eufórica y no dejó de verme cuando mis manos viajaron lentamente desde su cintura hasta su espalda, tomando el broche del sujetador entre mis dedos. Un mínimo click y este se vio abierto ante mis ojos, mostrándome dos muy buenas razones para inclinarme un rato.
Acercó su rostro al mío y comenzó a besarme con ferocidad, acariciando mi labio inferior con su lengua antes de adentrarse por completo. Enredó sus dedos en mi cabello, apegándonos mucho más, y arqueó su espalda en el momento en el que yo ladeé mi cabeza hacia un lado para tener mejor profundidad. Beverly continuó besándome, sin detenerse por un segundo, y no pude evitar sentir como su pecho desnudo hacia fricción con el mío. Tomé a Beverly por las caderas y procedí a empujarla suavemente hasta la cama. Ella quedó medianamente expuesta ante mis ojos. Acostada, con ambos brazos a cada lado de su cabeza, su pecho completamente desnudo y la respiración agitada. Ese es el tipo de vista por la que un hombre pierde la cabeza, y yo no fui la excepción. Arremetí contra su pecho derecho, y no pude evitar sonreír en el momento en el que un leve gemido se escapó de sus labios. Con mis manos busqué el botón de su pantalón, desabrochándolo, y procediendo a bajarlo sin ningún tipo de pudor. Beverly se estaba retorciendo bajo mi tacto, con los ojos cerrados y la boca abierta, sin nada más que suaves suspiros saliendo de ella.
Cuando mi boca dejó su pecho, ella se incorporó de forma rápida, y en lo que me pareció un abrir y cerrar de ojos, se deshizo de mi pantalón. Comenzó a besarme desde el inicio de mi pecho, bajando poco a poco, dejando un rastro húmedo de besos. Se encargó de besar cada parte de mi pecho, no hubo ningún sitio en el que sus labios no estuvieran, y estaba agradecido por ello.
Quedamos completamente descubiertos el uno frente al otro. Ahora sí no había nada de nosotros que no hubiéramos visto. Ella retrocedió en la cama, y me hizo un ademán con la mano para que me acercara. No dudé ni por un instante.
Me posicioné en medio de sus piernas, pero antes de hacer cualquier cosa, me aseguré de besarla con fuerza mientras las yemas de mis dedos recorrían cada extremo de su cuerpo desnudo, haciendo severas paradas en sus pechos, a los cuales dediqué una atención especial que ella parecía disfrutar.
—Beverly —la llamé, sin dejar de besarla. Ella me miró con ojos curiosos—. De nuevo, ¿estás segura de que quieres hacer esto?
Asintió suavemente y me dio un lento beso.
—Es de lo único de lo que estoy segura en este momento.
Y eso fue lo que tomé como bandera para seguir adelante. Beverly enredó sus piernas alrededor de mi cintura, y sin dejar de besarla, me adentré en ella con cuidado. Poco a poco, sintiendo en cada poro de mi piel el momento, sin intención alguna de dejar pasar algo como esto. Ella soltó un ruidoso gemido en el instante en el que empujé hasta la profundidad.
Ella jadeó entonces.
No pude evitar soltar una ronca risa. Beverly aferró sus uñas a mi espalda y sus piernas a mi cintura mientras yo empezaba la frenética tarea de entrar y salir de ella. Al principio me tomé mi tiempo, decidido a disfrutar todas y cada una de las sensaciones que la unión de nuestros cuerpos me transmitía, pero al cabo de un rato sólo quería más, por lo que la intensidad de mis movimientos se incrementó. Estuvimos así, sin detenernos, por lo que me pareció que fueron horas, pero no era así. En algún momento de la noche nos detuvimos después de alcanzar la cima.
Y, ¿quién lo diría? Terminé pasando la noche junto a Beverly Blackwell. Pero más allá de lo que había pasado, lo más sorprendente fue el hecho de que de verdad pudimos dormir juntos.
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