✤ 'ˎ - Capítulo II - ˏ' ✤
Las flores volaban con ayuda del fuerte viento que parecía poder sacudir hasta las fortalezas más resistentes. De igual manera, la espada negra de bordes plateados se meneaba de un lado a otro mientras su portador la empuñaba contra algún bicho extraño. Chocó contra la dura piel del animal y, después de unos segundos de presión, logró dejar un profundo corte en esta.
Aquel espadachín era imparable en todo tipo de mundos. Aun sin sus recuerdos completos, todas sus habilidades seguían intactas y su dominio de la espada seguía siendo el mismo. Eso le llevó a ganar fama y enemigos en muy poco tiempo. Sólo un día había transcurrido desde que llegó y ya había recompensas por su cabeza.
Sin embargo, todos sabían que cosas como esas no se podían hacer debido a los estándares de un juego normal.
Kirito envainó su espada una vez verificó que el animal estaba muerto. La pizca de realismo que Revival Online tenía lo hacía diferente de Sword Art Online. En este caso, no dejaría ningún artículo. En lugar de eso, la criatura se quedaría en el suelo agonizando de dolor. Si alguien quisiera comérsela, debería cortarla y despedazarla por su cuenta. Claro que esto sólo sucedía con cierto tipo de criaturas.
—Buen trabajo en la cacería de hoy. —Una muchacha de cabellos rojos se acercó al muchacho—. Nos pagarán mucho por esto... Vaya, siempre me pregunté cómo haces para acabar con todo lo que se te interpone.
El de vestiduras negras ignoró los comentarios de la chica y siguió su rumbo. Aquel grupo que iba con ellos se hizo cargo del animal con apariencia de jabalí mientras los dos iban al frente. Ella seguía hablándole al muchacho sobre algo, pero no tenía ganas de escucharla.
—Hotaru, ¿puedes hacer silencio?
—Está bien, está bien —rió la mencionada.
Ambos caminaron hacia algún rumbo desconocido. El único objetivo de Kirito era acabar con todos los jefes y mini-jefes que pudiera, ganar experiencia, y volverse el mejor jugador de todo Revival Online.
Por su parte, Hotaru era una chica a la que conoció asegurando que era su mejor amiga y que se conocían incluso en la vida real. Fue la primera persona a la que vio en ese mundo virtual, así que no tuvo más remedio que creerle. Además, aquella mirada escarlata e inocente no hacía más que darle veracidad a sus palabras.
Sus oscuros ojos se fijaron de repente en el rápido movimiento de algún animal entre los frondosos arbustos que estaban a unos cuantos metros. Sonrió, tratando de ubicar otra vez a su nueva presa. Cuando ésta entró en su campo de visión ya todo estuvo dicho.
El muchacho se precipitó rápido sobre la criatura y movió su espada casi con la misma velocidad. Fue cuestión de segundos que la presa terminara en el suelo, con la sangre esparcida por éste. Victorioso, esbozó una sonrisa de nuevo. Estaba satisfecho con la caza del día, y ya casi atardecía.
— ¿Quieres que volvamos a casa, Hotaru? —cuestionó.
—Si eso te complace, por supuesto, Kirito-sama.
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Luego de un largo viaje acompañados del cielo anaranjado de atardecer, ambos muchachos llegaron por fin a su hogar para servirse una sustanciosa y merecida cena. El arduo trabajo que habían hecho valió la pena porque pudieron comer muy bien.
Hotaru se encontraba afilando las espadas de Kirito, ya que era su trabajo. Aunque tardaba mucho por dedicarse a mirar los hermosos bordes de aquella cuchilla negra que había acompañado al espadachín en sus aventuras durante varios días.
Sonrió, y se dispuso a concentrarse aún más en su trabajo. Poco después, el de cabellos negros apareció en el umbral de su puerta.
— ¿Ya terminaste?
Estaba muy cansado y creía que ya era la hora de dormir, por lo cual no podía esperar a que la chica acabara de provocar ruidos con el choque del metal.
—Falta poco —susurró—. ¡Listo! Mira, quedó como nueva.
Sus ojos rojos, que iban a juego con el color de su cabello, estaban brillando, tal vez por la emoción del momento. Hotaru era muy feliz haciendo lo que hacía, o al menos eso era lo que quería tener en mente todo el tiempo.
—Buenas noches —dijo el exhausto Kirito, apagando las luces y proponiéndose caminar a oscuras por el pasillo hasta llegar a su habitación.
La casa en la que vivían no era precisamente la más grande, pero sí que era muy espaciosa. Podían incluso tener visitantes si así lo deseaban. Claro que esto no era una opción, porque los enemigos que se había ganado el Espadachín negro eran demasiados como para confiar en todo aquello ser que apareciera.
Se acostó en la ordenada cama, y se revolvió un par de veces para encontrar la posición que deseaba. De alguna manera, Hotaru lo había seguido y le dio las buenas noches con una voz demasiado bajita, que no hubiera alcanzado a oír si fuese de día.
Mientras cerraba los ojos, sonrió. La muchacha salió del cuarto, cerrando la puerta, y se marchó al suyo.
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A la mañana siguiente, no fueron los rayos de sol los que despertaron a Kirito, sino los pequeños chillidos que su acompañante estaba pegando. De sus labios brotaba un "¡Tenemos que irnos!" que no lograba entender del todo. Apenas se enteró del peligro inminente cuando se frotó los ojos y descubrió que había despertado una vez más.
— ¿Qué pasó? —cuestionó, aturdido por el ruido.
—Están afuera —murmuró ella—. Los soldados de fuego.
Cuando escuchó tal nombre, reaccionó de inmediato. Dio un brinco para levantarse de la cama y se equipó igual de rápido con sus vestiduras negras, mientras la chica iba a preparar el armamento. Si tenían que pelear, lo harían.
Guardó su negra espada recién afilada en el cinturón que le designó desde que la vio, y se escabulló por varios cuartos de la casa hasta llegar al sótano. Allí abajo había otra puerta que llevaba al exterior por medio de una empolvada escalera que nadie jamás había usado. De hecho, compraron el lugar conociendo su existencia; sabían que lo necesitarían.
— ¿Qué hacemos? —preguntó la muchacha.
—Escapar. ¿O hay otra opción?
Se quedó callada porque no sabía cómo responderle. Cuando estaba alterado él podía ser demasiado directo. Aunque, en realidad siempre era así.
—Espera, ¿y si saben que esta salida existe?
—Lo dudo, queda en medio del bosque —explicó—. Cuando salí por aquí por primera vez, la cubrí con algunas ramas y hojas.
—Eres muy inteligente —rió Hotaru.
—Eso lo pensaría cualquiera. Menos tú, claro.
Subieron por las escaleras hasta que la cabeza de él chocó con la compuerta. La abrió con cuidado, y las imágenes de aquel lugar se aparecieron enseguida en sus recuerdos. Había pasado por ahí unas horas atrás, cuando quería explorar lo que tenía aquella posada.
Con cuidado, ayudó a que la chica saliera, tendiéndole su mano. Sus modales de caballero no se perdían ni en el mundo virtual, de hecho.
—Aquí es cuando corremos, ¿no?
—No será necesario. Podemos caminar tan lento como desees —susurró—. Sólo hay que ser silenciosos.
El sofocante sol no hizo más que retrasar su rumbo hacia la capital. Ese era el único lugar al que querían y podían ir, debido a que era un área protegida y no se podía tener batallas de ningún tipo.
A mitad del camino, Hotaru se apegó mucho a su brazo y apoyó su cabeza en este. Kirito se preguntó porqué lo hizo, aunque luego le restó importancia. Sin dudas su mejor amiga era muy rara.
Un par de horas de viaje después, lograron llegar con éxito a su destino. El de vestiduras negras se había deshecho de su peculiar capa, puesto que tenía mucho calor. Se pasó una mano por el cabello, soltando un desesperado suspiro seguido de un "llegamos".
En ese momento sus ojos se fijaron en cierta belleza que apareció al frente. De cabellera naranja y grandes ojos avellana; la muchacha no lo miró, pero enseguida la declaró hermosa. Sin embargo, ejerció un extraño poder sobre él, llegando a ponerle los pelos de punta y hacerle temblar.
Sentía que conocía a esa chica. Y, aun así, escapó de ella.
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Un rato después, mientras vagaban por las calles más pobladas de la capital, Hotaru encontró un pequeño póster promocional que contenía información sobre un evento que se llevaría a cabo varias horas después.
—Mira, hay buenas recompensas, podríamos participar —dijo, sonriendo.
—Tienes razón —asintió él, mientras leía—. Partiremos hacia el norte enseguida.
Kirito sentía que, de alguna manera, esa batalla lo estaba llamando.
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