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Capítulo 16

Joshua le dijo a Sydney que se quedarían en Playa Rosada por dos semanas. Pero con toda sinceridad, si el director hubiera decidido extender dicho plazo a meses, años y décadas, el sicario no se hubiera incomodado en lo más mínimo.

Él nunca se había relajado tanto en su vida, ni siquiera cuando era un niño. En su hogar siempre existían tantas reglas estrictas y responsabilidades extenuantes, que la posibilidad de solo ser, sin exigencias u obligaciones, era especial.

Ahora, por lo tanto, él sentía como un gato viejo tendido bajo el sol del mediodía, con las patas extendidas por el suelo y el estómago al descubierto. Cómodo, sereno, feliz... por completo en paz. No tenía que darle explicaciones sobre nada a nadie. No tenía que seguir las órdenes de nadie. Podía existir, sin una razón para ello. Y ese placer de no tener que hacer nada, era divino.

Aún tenía pesadillas. Su pulso aún se aceleraba de la nada. Oía y veía cosas que no existían en verdad. Pero su angustia ya no lo controlaba como antes. Y eso era un tremendo alivio para su mente cansada y corazón herido.

La compañía constante de Joshua fue un bálsamo que lo curó por dentro. Era todo lo que siempre había querido y lo que por muchos años se le fue negado. Era un milagro, en todo el sentido de la palabra. Y por eso, Sydney decidió alabar cada segundo que pasaron juntos con todo su amor y cariño. Porque sabía que, a cualquier momento, lo podía perder de nuevo.

Así que lo complació en todo, por voluntad propia. ¿Quería irse de pesca? De acuerdo, se fueron de pesca. ¿Quería bucear, pese a su cabestrillo? Okay, podían intentarlo. ¿Explorar la maleza y llegar a la cima de un peñasco cercano? Se tragó su miedo de resbalarse y caer al vacío y lo hizo.

¿Abrazos? los dio.

¿Besos? también.

¿Manoseos? ídem.

Pero la línea que a ambos les costó cruzar fue la que más los aproximó cuando jóvenes, sexo.

No había una razón clara de por qué este era el caso. Ambos se querían y deseaban en igual medida. Ambos no se sentían nerviosos al estar juntos. Ninguno temía a su cercanía. Sin embargo, todas las veces que habían estado a punto de rendirse a la fuerza de su atracción, acababan deteniéndose. Porque algo aún no se sentía del todo bien. Algo no estaba correcto.

Y Sydney se dio cuenta de lo que era así que vio al director riéndose bajo los rayos del sol, mientras apuntaba al horizonte con una sonrisa resplandeciente, queriendo compartir con el veterano su entusiasmo de avistar delfines en la costa.

Aquellos ojos claros, brillando con un júbilo jovial que ninguna paliza podía arrebatar, eran los que Sydney quería ver por el resto de su vida.

Aquel cuerpo bronceado, fornido y suave, era el que quería abrazar todas las noches en la que siguiera respirando.

Y aquella risa contagiosa, liviana y melódica, era la que quería oír en todas las horas del día.

No se sentía correcto tener sexo con Joshua, porque lo suyo no sería apenas eso; coito. No sería una forma rápida de encontrar deleite en una existencia solitaria, miserable, llena de sufrimiento y de luto.

Si se acostaba con el director, su atracción no sería lo único dominando su carne y alma. Sería todo el amor que por él guardaba y que aún le faltaba declarar, de manera clara, romántica y sensual.

Tenía que convertir aquel hombre en su novio, formalmente.

No bastaba con tener citas a escondidas en su pequeño departamento.

No bastaba con decirle que lo amaba después de una madrugada de violentas pesadillas.

No bastaba con llorar al lado de su cama de hospital y besarlo como si no tuvieran un mañana.

¡No! ¡Tenía que hacer algo más! No quería comenzar su relación de manera triste. No quería perpetuar la melancolía y la angustia que habían sentido cuando jóvenes. Quería un romance de verdad, transparente y genuino, libre y feliz.

Y por eso, elaboró un plan maestro.

Primero, le mandó un mensaje de S.O.S. a Thadeus y le pidió que, de alguna manera, le trajera algunas compras bastante especificas a la cabaña. Chocolates, frutos secos, una tabla de carne y queso, etcétera. El psicólogo, luego de preguntarle el porqué de la urgencia, aceptó ayudarlo. Sabía que Sydney le pagaría por todo después y que Joshua necesitaba ser un poco consentido ahora.

Con esto hecho, el sicario comenzó a mensajear su futura cuñada, Izzy. De ella, solo le pidió un simple favor; que llamara al celular de Joshua y de alguna manera lo hiciera ir a Piedras Blancas. Necesitaba sacarlo de su actual residencia por unas horas. Y la doctora supo exactamente qué hacer. Le transfirió dinero a su su hermano y le pidió que le comprara unos dulces frutales que le resultaba imposible encontrar en Blueville. Joshua, sabiendo lo mucho que a ella le gustaban, le dijo a Sydney que haría un viaje rápido a la ciudad después del almuerzo para conseguírselos y volvería en una hora.

—¿Quieres que te traiga algo? —hasta le preguntó, mientras se quitaba el cabestrillo contra la orden de su médico y recogía las llaves del auto.

—Sorpréndeme —el veterano le sonrió y lo vio copiarle el gesto antes de marcharse.

Mientras Joshua estaba lejos, un yate apareció en la costa. Era uno de los amigos de Thadeus, que también había sido parte del equipo de rescate del director.

—Thad me dio una lista con las cosas que necesitabas, pero yo decidí agregarle algunos regalillos míos —el capitán, llamado Noah, le dijo a Sydney después atracar su barco en el muelle—. Te traje champaña, un par de salmones que pesqué hoy, y rosas.

—Oooh, eres un salvador de vidas —Sydney le sacudió la mano, luego de soltar una risa contenta—. ¿Cuánto te debo?

—Nada, compadre... Ya te dije, es regalo.

—¿Seguro?

—Bastante —Noah respondió con un tono alegre y le entregó la nevera con toda la comida, más las flores—. Disfruten su noche, eh.

Sydney carcajeó junto al capitán y le dijo adiós, llevando todo de vuelta a su temporario hogar.

Fue entonces cuando comenzó su propia parte del plan. Encendió velas, esparció pétalos de rosas por doquier, puso la mesa, preparó la cena, se ducho, afeitó, vistió con la ropa más bonita que había traído consigo y conectó su celular a los parlantes que tenía en la cabaña. Playlist romántica tocando, abrió una cerveza para calmarse los nervios y se sentó en el sofá a esperar el regreso de Joshua.

Cuando el director efectivamente volvió, cerca de diez minutos más tarde, lo hizo levantando una ceja y caminando con pasos lentos por la choza.

—¿Y esto qué?...

—¡Sorpresa! —Sydney dejó la botella que sostenía a un lado y se levantó.

—¿Esto es para mí?

—¿Para quién más sería?

Joshua alzó sus cejas y soltó una risa impresionada.

—Te pasaste, Syd...

—¿Te gustó?

—¡Me encantó! —exclamó, antes de distraerse—. ¡Oh, chocolate! —corrió hacia la mesa, a devorar el festín. Aprovechó y dejó la bolsa con los dulces que su hermana le había pedido sobre la misma, para que los guardara después en su maletín, junto al regalo que le había comprado a Sydney; su bebida energética favorita—. Te amo —dijo mientras mascaba, y el sicario se rio de sus mejillas de hámster.

—¿Sabes cuál es la fecha de hoy?

—Hm... ¿el 15? —Joshua tragó.

—No, déjame... —Sydney suspiró—. Déjame hacer esta pregunta de nuevo. ¿Sabes lo que celebramos hoy?

El director, como un perro confundido, inclinó su cabeza a un lado mientras pensaba. Hasta que de pronto, la respuesta llegó a su cabeza. Y entonces, él se enderezó. Amplió aún más su sonrisa.

—Es el aniversario del día en que nos besamos por primera vez, ¿no?

—Lo es —el veterano caminó hacia Joshua y usó su pulgar para limpiarle los restos de chocolate derretido que ensuciaba su labio inferior—. Y por eso quise hacer algo especial —añadió, mirándolo derecho a los ojos mientras se lamía el dedo.

El hombre se enrojeció y sus cejas se alzaron aún más.

—Ah, ¿sí?

—Sí... Y también quería aprovechar para hacerte una pregunta muy urgente.

—¿Hm? —la voz del director se afinó al ver a Sydney aproximarse todavía más a él, y rodear su cuello con sus brazos.

El veterano respiró hondo, como si estuviera tomando coraje para hacer algo drástico. Corrió su lengua por su labio inferior antes de morderlo. Y después de un largo segundo de suspenso, dijo:

—¿Quieres ser mi novio?

El director volvió a sonreír.

—¿No que ya lo soy?

—Oficialmente, digo.

—Mi punto sigue de pie —el director dijo y besó la mejilla de Sydney—. ¿No que ya lo soy?

—Josh...

—Pero ya que estás siendo tan romántico, te lo afirmo con todas las letras, para que ya no queden dudas... Soy tu novio. Tú eres mi novio. Somos novios. Esta son vacaciones de novios...

—Okay, okay, ya lo entendí.

Joshua sacudió la cabeza, sonrió y se lanzó adelante, besando a Sydney hasta que su mueca de falsa irritación se desvaneciera. Y por eso el hombre en cuestión, demostrando su real fuerza física, apartó sus brazos del cuello del director y llevó sus manos a sus muslos. Con un movimiento rápido y ágil lo levantó del suelo. Luego, lo cargó a su cama compartida.

Lo acostó lentamente, queriendo proteger su hombro lesionado de cualquier impacto, y luchó contra sus dedos temblorosos para desvestirlo. Joshua ignoró sus nervios e hizo lo mismo. Le quitó la camisa, cinturón, pantalones y ropa interior como si su tiempo estuviera cronometrado. Quería luego ver su cuerpo, más allá de aquellas prendas. Y cuando lo hizo, su mente se fue a blanco. Su novio era tan atractivo que lo dejó sin palabras.

—Estoy tan feliz de tenerte de vuelta... —murmuró, antes de que pudiera contenerse.

Sydney, enternecido por su comentario, llenó su rostro y pecho de besos, mientras los dedos de Joshua se enterraban en su corto cabello.

—No me dejes de nuevo —la plegaria de sicario hizo a los ojos claros del director buscar a sus castaños.

—Nunca más. No me iré a ningún lado —apretó su agarre en el pelo de Sydney y él entendió su indirecta para que se acomodara en la cama y volviera a conectar sus labios—. Eres mío ahora. Y yo soy tuyo.

—Josh...

—Haz lo que quieras conmigo —su palma derecha fue a parar a la mejilla del veterano.

Y ese pedido, para Sydney fue una orden.

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Después de dos horas de pasión pura, los dos se quedaron dormidos, abrazados en un nudo apretado de sábanas, ropas y almohadas. Sus extremidades estaban entrelazadas, sus torsos pegados uno al otro, cabellos sacudidos y piel cubierta de marcas de dientes, labios y uñas. Se veían fatal. Pero estaban felices. Genuinamente alegres. Satisfechos con su vida. Y la calidad de su sueño lo comprobó. Ninguno tuvo pesadillas aquella noche y de verdad pudieron descansar.

Lo que sí, se despertaron más temprano de lo usual. Joshua fue el primero en abrir los ojos, y al mirar al reloj se llevó un tremendo susto. Aún eran las dos de la mañana. Pero bueno, no tenía ningún lugar al que ir y ninguna responsabilidad a la que atender. Podía arruinar su ritmo circadiano cuánto quisiera.

Con un suspiro, se relajó y miró a su novio. Sonriendo ante la belleza de ser humano que tenía a su frente, besó su hombro y después su tez. Él por su parte soltó un gruñido contento, pero siguió con los párpados cerrados y con la consciencia apagada.

Al director le dio pena despertarlo. Así que lo dejó dormir en paz y se levantó. Luego, se vistió su ropa interior y unos shorts, y regresó a la mesa de aperitivos que su novio le había preparado, a comenzar su tardía cena.

El hombre en cuestión se le unió unos quince minutos después, completamente desnudo y con el rostro hinchado por el sueño.

—¿Y así adónde vas, dormilón?

—Te robaste mis bóxers. Esta es mi manera de hacerte pagar.

—No te robé tus...

Sydney levantó su mano y enseñó los calzoncillos blancos de Calvin Klein que a Joshua le encantaba usar.

—Te pusiste mis Cailv Kerini.

—¿Tus qué?

—Es una marca más... económica.

El director se apartó los shorts de la cintura y revisó su ropa interior, soltando una carcajada al ver que Sydney hablaba en serio, y que él tenía razón.

—Debía estar muy aletargado cuando me levanté, porque juro que pensé que me había puesto mis Calvins.

—Bueno, tienes dos opciones, me devuelves los míos o yo me pongo los tuyos.

—No me quiero volver a vestir, así que usa los míos nomás.

—Vaya, que romántico... — Sydney hizo lo indicado. — Sabes, otras parejas se intercambian camisetas, sudaderas... No ropa interior.

—No somos como las otras parejas.

—Ah, ¿no?

—No —Joshua se metió otro trozo de chocolate a la boca. —Somos mejores.

—¿Qué te pasó? Solías ser tan humilde.

—Bueno, uno de nosotros tiene que tener la autoestima alta.

Sydney hizo una mueca ofendida, pero sabía que su novio estaba de broma. Se rio y sacudió la cabeza.

—Eres imposible de soportar, Joshua Davis.

—¿Entonces por qué me trajiste a una playa paradisíaca para estar a solas conmigo?

—Oye, tú fuiste el que sugirió venir aquí.

—Pero podrías haber rechazado la propuesta y te podrías haber ido a cualquier otro lado.

El coronel se le acercó y besó la cima de su cabeza.

—Adonde tú vayas, yo también voy.

—Stalker.

—De verdad eres irritante.

—Aún así me amas — Joshua le guiñó un ojo, sonriendo.

—Lo peor es que lo hago — Sydney le sonrió de vuelta y caminó hacia la nevera que Noah le había traído. Sacó de adentro la champaña y los pescados por él regalados, que ya habían sido laminados y sazonados por el capitán de antemano.

—Oh, eso se ve delicioso.

—Si quieres come unos trozos mientras yo intento hallar la salsa de soya.

—¿Y se puede comer salmón así? ¿Crudo?

—¿Nunca has comido Sashimi?

—Sí, pero siempre en un restaurant, no... proveniente de una nevera sospechosa.

—¿"Nevera sospechosa"? — Sydney se rio.

—Solo quiero estar seguro de que no tendré Salmonella.

—Ah, ¿y no te preocupa tener Salmonella comiendo esos tacos misteriosos que de vez en cuando traes a mi casa?

—¡Oye, dijiste que te gustaron los tacos y burritos que te llevo!

—Nunca dije que no me gustaron, solo digo que el lugar donde los compras es... sospechoso.

—¡Igual los comes!

—Cariño, fui parte del ejército, por si se te olvida. Comemos cualquier cosa en el desierto.

—¿Hasta escorpiones?

Sydney asintió, yendo a buscar la salsa. Joshua hizo una mueca de asco y sacudió la cabeza.

—No puedo creer que he estado besando la boca de un hombre que se comió un escorpión. Huácala.

—¡Tú te comiste pintura!

—¡Cuando tenía como seis años de edad!

—Josh...

Ambos iban a continuar con su divertida discusión, cuando el sonido de vidrio rompiéndose los asustó. De inmediato, sus rostros alegres perdieron su brillo, volviéndose serios y alarmados. El director se levantó. Sydney se le acercó, sujetando la botella de salsa que al fin había encontrado, y miró alrededor, listo para atacar cualquier enemigo que se les apareciera.

El ruido se repitió de nuevo. La ventana a su frente se rompió y de esta vez, una copa de champaña que reposaba sobre la mesa estalló.

—Sniper —el veterano pensó en voz alta y en segundos jaló a su novio al suelo.

Empujó a Joshua hacia la pared más cercana y le dijo que se quedara agachado. Con el corazón golpeando su garganta y una súbita descarga de adrenalina corriendo por sus venas, Sydney se deslizó hacia su habitación, arrastrándose por el suelo con cuidado, y abrió su maletín. Tiró sus pertenencias afuera como pudo y recogió su rifle, al que armó en tiempo récord.

Al volver a la sala, se llevó la sorpresa de su vida. No sabía de dónde su novio la había sacado, pero Joshua también estaba armado con una pistola, preparado para lo que fuera.

—Tengo una idea —el director dijo, con una voz temblorosa, pero actitud tranquila—. Déjame intentar dispararle a ese imbécil desde aquí, y asustarlo un poco. Tal vez eso hará con que nos dispare más y revele su ubicación. Tú ve a la ventana cerca de nuestra cama y observa de dónde vienen las balas.

—Eso es muy arriesgado.

En vez de preguntar si el sicario tenía otro plan, Joshua hizo algo peor:

—¿Confías en mí?

Sydney tragó en seco. Sacudió la cabeza con molestia, pero terminó devolviéndose a la pieza de todas formas, a seguir la sugerencia del director en el que claramente confiaba.

Con un suspiro angustiado, se acomodó en el marco de la ventana. Miró afuera, tratando de encontrar el escondite del francotirador. Estaba demasiado oscuro como para que pudiera hacerlo sin el apoyo de unos binoculares de visión nocturna. Joshua lamentablemente tenía razón, esta era la mejor estrategia que podían adoptar; la distracción.

—¿Listo? —su novio le preguntó desde la sala.

—¡Listo! —le respondió.

Joshua puso su pistola al descubierto, sin enseñar su cabeza, y disparó a ciegas afuera. La respuesta del enemigo fue inmediata. Más disparos perforaron la cabaña. Uno incluso atravesó a la lata de energética que el director le había comprado a su novio, y rompió la televisión. Pero lo importante fue que su estrategia funcionó. Sydney halló al bastardo que estaba intentando matar a su novio y luego de calibrar su arma, jaló el gatillo.

Cinco minutos de silencio y quietud prosiguieron el disparo.

—¿Le doy de nuevo? —Joshua preguntó.

—¡Sí!

De esta vez, los disparos del director no fueron mutuos. Pero los dos prefirieron esperar unos diez minutos más para levantarse, temiendo que aquella pausa fuera una trampa. Pero así que lo hicieron, la paz continuó. O sea que su enemigo probablemente había muerto.

De inmediato, se vistieron y salieron de la cabaña, a inspeccionar el escondite del francotirador, que resultó ser el segundo piso de una choza aledaña. Lo encontraron adentro de una de las habitaciones, caído al lado de su rifle, con un agujero sangriento en su pecho. Sydney le había dado en lleno, pese a la oscuridad del área donde estaban.

—Joder... Ahora entiendo por qué te llamaron para ser parte del equipo NOSTOS. — Joshua comentó con asombro, mientras el sicario le daba vuelta al cuerpo de su contrincante—. Huh. Claro que tenía que ser ese bastardo el que nos vino a interrumpir la paz.

—¿Lo reconoces?

—Tom Falkes. Es el agente del DPI que era parte del esquema de corrupción del alcalde de Wardenville, y al que no logramos hallar... Hasta ahora.

—¿Crees que alguien lo haya enviado aquí?

—No lo sé, pero... creo que no. Todos los otros miembros de su cuadrilla han caído. Creo que solo vino aquí a cobrar venganza —Joshua se sacó su celular nuevo del bolsillo y de inmediato llamó al agente que lo estaba reemplazando como director interino del DPI, Elliot Stewart. Le notificó lo que había ocurrido y pidió que enviara a alguien ahí a recoger el cadáver. Mientras tanto, Sydney revisó las ropas del muerto por pistas y también su equipaje. El sujeto tenía poco dinero consigo, su equipaje olía a sudor y suciedad, a su maleta le faltaba una rueda y su armamento era anticuado.

Así que su novio terminó la llamada, le respondió:

—Sí, creo que tienes razón... Parece que trabajaba solo.

—Bueno, al menos lograste matarlo rápido y ninguno de los dos salimos heridos —Joshua respiró hondo y se frotó el rostro, antes de añadir:— Ahora ven, vámonos a descansar. Esto casi me da un paro cardíaco, y esa no era mi meta estas vacaciones...

—Pero el cuerpo...

—Vendrán a por él. No te preocupes —tomó a Sydney del brazo—. Quiero dormir de nuevo, contigo a mí lado.

—No crees que...

—No te voy a oír. Lo único a lo que escuchó ahora es la dulce voz de nuestra cama, llamándome de vuelta. Vamonos.

El veterano miró al muerto, luego a su agotado y estresado novio.

—Ya... —suspiró. —Como digas.

Volvieron a su cama. Durmieron. El cadáver fue retirado de vista, ningún agente del gobierno los molestó, y ningún otro asesino se les presentó.

Pero Sydney mantuvo a su arma cargada sobre su mesa de noche.

Por si acaso.

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