Capítulo 14
—¿Cómo te sientes? —Sydney preguntó, acercándose a la cama.
—Preocupado.
—Lo entiendo... El DPI está un caos y mucha gente ha sido arrestada...
—No me preocupa el DPI, Syd.
—Tu salud, ¿entonces?...
—Tú —Joshua lo cortó—. Tú eres lo que me preocupa.
—¿Yo? ¡Pero si estoy bien!...
—Mataste al director del BEOG a golpes. Perdiste el control sobre tu ira. No lograste ni reconocerme, cuando te intenté apartar de él.
—Era la adrenalina...
—No me mientas, Sydney. Perdiste la cabeza.
Silencio. El sicario respiró hondo para no contestarle de mala manera a Joshua, y se quitó la mascarilla del rostro, al fin.
—¿Cómo se supone que no lo hiciera? —indagó, entre aprensivo, ofendido y herido—. Desapareciste, después de decirme que te estaban espiando. Y cuando te encontré, estabas rodeado de criminales, colgando del techo por un gancho. Sangrando, exhausto, febril, completamente miserable... Hasta ahora no logro sacarme de la cabeza tus gritos de dolor —se aproximó a la cama—. Dime, ¿cómo carajos se supone que podría haber mantenido la calma?
El director se quedó callado, pero su mirada habló bien alto. Él podría no tener un argumento con el que contradecir a Sydney ahora, pero su preocupación no se desvanecería en breve.
—¿Cómo te sientes? —decidió preguntarle a cambio, luego de tragar saliva.
—¿Quieres oír la verdad?... Exhausto. Dormí y no tuve pesadillas, pero no he descansado. Mi cuerpo entero está pesado. Todos mis músculos están rígidos... y no puedo deshacerme de mi culpa. Llegué muy tarde para salvarte...
—No. No, quédate callado, por el amor de Dios —el director lo interrumpió de nuevo—. ¿De qué carajos hablas? ¿"Llegar tarde"?... Me encontraste, Syd. Me sacaste de ese infierno. Mataste a todos mis captores. Llegaste justo a tiempo, porque yo sigo vivo...
—Pero estás lesionado. Tu hombro...
—Sanará —Joshua insistió—. Ya me metieron al pabellón y suturaron todo. No lo podré usar en breve, pero eventualmente mejorará. Así que no te culpes, porque yo no lo hago. Hiciste un excelente trabajo ayer.
—Yo no...
—Organizaste una misión de rescate por cuenta propia, examinaste rutas de escape por cuenta propia, fuiste líder de un escuadrón de agentes que no conocías y venciste la batalla, en cuestión de horas. No hubo casualidades de nuestro lado. Nadie más podría haber hecho algo así de extraordinario...
—Casi te pierdo. No hay nada de extraordinario en eso —los ojos de Sydney brillaron con su tristeza.
—Me repito, tú me salvaste. Eso es extraordinario para mí —el director le hizo una seña para que él se acercara aún más a la cama, y el sicario no tuvo otra opción a no ser obedecer.
Con sus rostros a meros centímetros uno del otro, tampoco pudo evitar llorar.
—Estaba aterrado de perderte de nuevo, Josh —el veterano murmuró, con una voz fina, característica de quien intenta reprimir su llanto—. Y no quería que de esta vez fuera para siempre.
—¿Fue por eso que moliste ese hombre a golpes, entonces?
—¿Tú qué crees? —Sydney preguntó, con un pequeño tono de ironía, que no logró ser del todo cómico considerando su actual fragilidad—. Él te quiso apartar de mí... Quiso quitarte de mi vida. Pagó el precio por ello.
—No puedes asesinar a todos los que quieran herirme.
—Obsérvame entonces.
Los propios ojos de Joshua se llenaron de lágrimas. Pero a diferencia del sicario, su rostro no estaba cubierto por una mueca de arrepentimiento, temor y agonía. Sino de amor y adoración.
—Sé que ya me has hecho muchos favores en las últimas veinticuatro horas, pero ¿me harías uno más? —el director le dijo, con una sonrisa diminuta.
—Haré lo que quieras.
—Bésame.
Sydney abrió la boca para contradecirlo. Para decirle que este no era un buen momento. Que ninguno de los dos estaba en condiciones de hacerlo. Pero recordar que Joshua casi se había muerto a su frente lo calló, al instante. Recordar sus alaridos, sus sollozos, su desespero, lo hizo obedecer sus órdenes, una vez más.
Se inclinó abajo y cuidadosamente pegó sus labios a los del director, que estaban partidos, hinchados, y resecos. Lo besó con una delicadeza y un cariño que no demostraba a nadie más que él. Una de sus manos tocó la mejilla áspera de Joshua y la acarició, apreciando el valioso tesoro que casi había perdido.
—Esto no es una buena idea...
—¿Por qué?
—Porque yo soy un sicario, y tú... eres tú. Un hombre con morales. Con autocontrol...
—No me interesa.
—Josh...
—Repite el favor que te pedí — el director dijo, con una voz que no dejaba espacio para más argumentos. Sydney dudó de todas formas, antes de hacerlo. Pero así que sus bocas se encontraron, su hesitación fue reprimida por el amor que sentía hacia aquel precioso hombre. Y Joshua, indispuesto a dejarlo caer en una nueva espiral de aprensión e incertidumbre, alargó el beso lo más que pudo, hasta que ambos perdieran el aliento y sus rostros se enrojecieran—. Creo que me voy a quedar en deuda contigo...
—No me debes nada —las esquinas de la boca de Sydney se curvaron un poco—. Pero... ¿Está seguro de que quiere más favores míos señor director?
Joshua le sonrió de vuelta.
—Obvio que sí, coronel.
Sydney asintió y se volvió a entregar a él, con toda la pasión que podía darle. Pero su serenidad fue momentánea.
Cuando se separó de Joshua, ya no pudo seguir aguantando más sus ganas de llorar. La realidad de todo lo que había sucedido en la madrugada lo volvió a golpear con fuerza, y él no fue capaz de soportar semejante angustia. Sus cejas presionaron a sus ojos, su ceño se arrugó, y su postura se hundió.
Pero no estaba solo. Y el director era el hombre más paciente y compasivo que conocía.
Pese a estar moreteado, adolorido, cansado y bastante drogado por sus medicaciones, no se irritó por su colapso. Tan solo usó su brazo sano para jalarlo abajo y sostenerlo.
—Todo estará bien, Syd... Lo peor ya pasó.
—P-Prométemelo...
—Lo prometo —Joshua suspiró—. En nombre de todo lo que es sagrado, te lo prometo... No me iré a ningún lado, y tampoco quiero que tú te vayas. Así que quédate conmigo. No le temo a tus sombras, me siento seguro en ellas. No le temo a tu pasado, te reverencio por él. Y no me asustas en lo absoluto... solo me fascinas.
—N-No quiero ser tu perdición... — Sydney murmuró, evidenciando un temor que él cargaba consigo desde su juventud.
—¿Cómo vas a ser mi perdición si cada segundo que pasé lejos de ti fue un infierno? — el director indagó, mientras el sicario seguía llorando—. Te amo. Y no importa cuántas veces te lo tenga que decir, de aquí en adelante lo haré.
—También t-te amo, Josh.
—Entonces deja de dudar de lo que sientes, y de lo que yo siento. ¿Okay?
El coronel asintió, débilmente.
—Okay.
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