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Capítulo 12

Joshua no pudo parar de pensar en Sydney durante todo el tiempo que estuvo en el hospital. No tan solo por estar preocupado por él y por su estado mental, sino también por sentirse fascinado, de cierta forma, por sus acciones.

El hombre había sacrificado su propia seguridad y comodidad para rescatarlo.

 Decir eso era poco; había hecho de todo para salvarlo.

Incluso matar al jefe del BEOG.

Aunque esa parte no lo fascinó tanto como lo asustó, si era sincero. Ver al sicario cubierto de sangre, hiriendo sus propios nudillos de tanto golpear el cádaver de aquel sujeto fue... horrible. Joshua entendía sus motivos y los apreciaba por su genuinidad, pero... no podía negar lo obvio. Sydney había perdido la razón. Había dejado que su rabia tomara control sobre su cuerpo y permitido que el demonio que llevaba adentro saliera a la luz. Y dicha aparición fue aterradora.

Cuando Joshua estaba investigando el asesinato de John Grahm, a varios meses atrás, se había preguntado cómo exactamente la sangre del sacerdote había terminado manchando el techo de su casa.

Ahora, esa duda ya no lo perseguía.

Así como la imagen de Sydney aplanando el rostro de Adam Warth a puñetazos, cubriendo todo a su alrededor de rojo, no salía de su cabeza.

Pero en vez de sentirse intimidado por el hombre, en vez de querer recoger sus cosas y desaparecer de su vida de nuevo - y de esta vez, para siempre- Joshua se hallaba... impresionado por sus hazañas. Decidido, más que nunca, a quedarse.

Y eso lo confundía.

No estaba de acuerdo con sus métodos, ni un poco, pero no sería un mentiroso ni un hipócrita; consideraba la determinación de Sydney en vencer a sus enemigos y proteger a sus seres amados admirable. Además, su agilidad y eficiencia como soldado era incuestionable y en ciertos aspectos, reconfortante.

Al estar colgando del techo de un garaje desconocido, perforado por un gancho sangriento, con el hombro destruido, las energías agotadas y el cerebro funcionando a mil pensamientos por segundo, él tuvo esta epifanía: se sentía seguro si el hombre estaba cerca. Se sentía sereno al saber que él haría lo que fuera necesario para protegerlo y cuidarlo. Y feliz por saber que su violencia desmedida no estaba dirigida hacia él, sino hacia sus malhechores.

El veterano era justo lo que le había estado rogando a Dios. Un agente rápido, bruto, resiliente, que no se daría por vencido en su misión hasta completarla. Un ángel que lo rescataría de las garras del diablo y lo mataría con su luz y con sus truenos. Su santo sicario.

Joshua pasó dos horas perdido en su agonía, suspendido en el aire, implorándole al Señor por una muerte rápida. Pero al escuchar los balazos chocar contra las paredes a su alrededor, y descubrir que quien los disparaba era Sydney, se tranquilizó. Su desespero y su terror desaparecieron.

Y fue en ese momento cuando él se acordó de los días que había pasado a su lado, riéndose junto a él, bromeando con él, besándolo y amándolo con la más pura e inocente de las pasiones. Cuando se imaginó a las tardes que habían compartido estudiando, a sus paseos de bicicleta, e incluso de las horas que habían perdido leyendo la biblia lado a lado, para no parecer completos idiotas al visitar su congregación.

La consciencia de un hombre herido y febril hace cosas raras. Porque así que la imagen de Sydney sujetando dicho libro le vino a la mente, un pasaje de Deuteronomio resurgió junto:

"Cuando afile mi espada flameante y mi mano empuñe la justicia, me vengaré de mis adversarios y daré el pago a los que me aborrecen."

Y la voz que recitó estas palabras era la misma del hombre que lo defendió en el suelo abajo, ejecutando a todo y cada uno de sus adversarios para que él al fin estuviera a salvo.

Sydney.

Su salvador.

—Mira, te traje un emparedado —Izzy lo despertó de sus contemplaciones, sentándose en el  sillón al lado de su cama.

Ella lo había traído al hospital y se había negado a irse desde entonces.

—Gracias... pero no quiero comer nada ahora —Joshua suspiró y miró a las bolsas de antibióticos, antiinflamatorios, sangre y otros líquidos desconocidos que colgaban del portasueros. Con la cantidad de cosas que le estaban metiendo a su cuerpo, se preguntaba cómo no había muerto aún—. Estoy mareado... y mi estómago se siente raro.

—Debe ser la cantidad de medicaciones en tu organismo. ¿Quieres que le pida a la enfermera que te administre omeprazol?

—Tú eres la doctora, tú decide.

—No soy tu doctora. Soy una doctora. Hay una diferencia.

—Izzy... —el director volteó su cabeza hacia ella—. Si crees que es buena idea, solo hazlo.

—¿Tú? ¿Dejándome tener la última palabra? ¿Quién eres y qué has hecho con mi hermano?

—Jajaja —él dijo en un tono monótono y luego sonrió, al verla girar los ojos y sacudir la cabeza. Algunos segundos pasaron y la mujer se levantó de su silla para apretar el botón de la enfermera, ya que Joshua no podía moverse tanto así. Pero antes de que pudiera hacerlo él atrapó su muñeca con su mano libre y la detuvo—. Oye... ehm.. te algo que decir.

—¿Hm?

—Gracias por venir a salvarme.

El rostro de su hermana se volvió más serio. Las esquinas de su boca, que habían estado levantadas a poco tiempo atrás, se estiraron en una línea recta.

—No tienes que agradecerme, Josh. No podía dejarte a merced de esos malditos...

—Pero tienes una familia. Un marido, los niños... Te puse en peligro.

—No, tú no tienes la culpa de esto, así que no pienses que lo haces. Tú has puesto al alcalde y su séquito de degenerados detrás de las rejas. Le estás haciendo un favor a nuestra nación. Esos hijos de perra del cartel son los culpables. Si alguien me puso en peligro, fueron ellos, no tú —ella afirmó, con cierta molestia—. Además... el riesgo no fue tan alto con Sydney luchando a mi lado.

—Sí... —el director hizo una mueca arrepentida—. Respecto a eso...

—¿Por qué no me dijiste que él está vivo? ¿Que trabaja para el DPI?

—Sabes que no puedo. Se supone que esto era información clasificada.

—Soy tu hermana y soy del ejército, ¿de veras crees que voy a vender tu info a alguien?

—No, pero... podrías haber intentado hacerme cambiar de opinión sobre contratarlo.

—Primero que todo, Syd me caía bien. Segundo, no me harías caso —ella volvió a sonreír—. Lo amas, a años lo haces... —al oír su acusación, Joshua tragó en seco y asintió, lentamente. En su mirada acuosa, sentimental, Izzy volvió a ver la misma sombra oscura que siempre acompañaba su devoción por el veterano; culpa. Y por eso, siguió hablando:— No fue justo lo que le pasó a ustedes... No fue justo todo lo que le pasó a él. Con su familia, sus padres, con nuestra comunidad... Y no lo culpo por haber matado a Grahm. No lo culpo por haber matado a cualquiera de los desgraciados a los que mató, si te soy sincera. Merecían el final que tuvieron. Solo una muerte me molesta... La de ese niño, Conrad.

—No lo hizo a propósito... No quiso matar a ese chico —el director explicó—. Cuando estaba huyendo de la policía por haber asesinado a Grahm, acabó chocado con el auto donde Conrad estaba, por accidente. No fue intencional.

—¿Estás seguro?

Sí... —Joshua asintió, sin duda alguna—. Tanto que él se entregó en la comisaría por sentirse culpable... Él no le quita la vida a inocentes.

—Y por eso lo contrataste como agente independiente del DPI.

—Sí... por eso.

La médica asintió, comprendiendo al fin su lógica.

—Entiendo... Y le creo a Sydney, si dice que lo siente. Porque nunca concordé con las teorías locas de la policía. El Syd que recuerdo no era un psicópata desalmado. — dijo, y miró al botón de la enfermera otra vez—. Pero en fin... Ahora que ya aclaramos eso, ¿la llamo?

—Sí. Porfa.

La enfermera en cuestión entonces vino, escuchó los reclamos de Joshua, y dentro de quince minutos más una bolsa de Omeprazol estaba colgando en el portasueros. 

—Te tengo una pregunta —Izzy le dijo a su hermano, así que la señora se fue.

—¿Hm?

—¿Ustedes son novios otra vez, o qué?

El director se sonrojó un poco.

—Estamos descubriendo eso.

—Define, "descubriendo"...

—Nos besamos —él confesó—. Pero hemos estado evitando ir más allá de eso por ahora. Creo que ninguno de los dos estabamos listos para cruzar esa línea aún... Lo amo, y él me ha dicho que también me ama, pero...

—Ustedes pasaron mucho tiempo separados.

—Sí —Joshua admitió—. Demasiado. Tenemos que recuperar ese tiempo perdido y conocernos de nuevo...

—¿Y no lo has llevado a tener una cita? ¿Para acelerar el proceso?

—¿Cómo?... Se supone que él está muerto. No puedo llevarlo a cualquier lado.

—Ya, pero siempre puedes organizar algo en tu casa. O en la de él.

Joshua alzó sus cejas.

—Ya le he comprado tacos.

—¿Tacos? ¡¿Tacos?!... ¿Es esa tu definición de cita perfecta? ¿Diarrea y gases?

El director se rio.

—Izzy...

—Sí, eso suena como el pináculo del romance...

—Ya hemos tenido noches de películas.

—Okay... —ella dijo con una expresión burlona—. Eso es un poco mejor... ¿Qué vieron?

—Los Juegos del Hambre.

—Joder, Joshua...

—¿Qué? ¡Yo no soy romántico!...

—Literalmente pasaste catorce años obsesionado con el mismo hombre, tú no me puedes decir eso con una cara seria.

—Oye...

—No, escúchame. Te voy a dar una idea —Izzy se acomodó en su silla—. Me acuerdo que a ustedes les gustaba pasear de bicicleta y explorar la naturaleza juntos... ¿cierto?

—Sí.

—Pues, ¿por qué no lo llevas a vacionar a Playa Rosada?... ¡Hazlo! ¡Al menos por un fin de semana! Hay unas cabañas que se pueden arrendar por allá que son hermosas. Y no hay nadie alrededor. Nadie. Solo serán ustedes y la naturaleza... Fui con John hace unos meses y te lo puedo garantizar, es un lugar precioso, tranquilo, y ambos tendrán total privacidad. Además, tú hablas español... si necesitan hacer algo en la ciudad, estarán bien. Se podrán comunicar con los nativos sin problemas.

—Hey... esa es una buena idea... —Joshua consideró la sugerencia con repentino interés—. Creo que se lo voy a proponer... Pero... solo hay un pequeño problema.

—¿Cuál?

—Syd adoptó a un gato, Salem, y es muy unido a él... Dudo que querrá sacarlo de su departamento para llevarlo a una playa.

—Yo me puedo encagar de él.

Joshua se asombró.

—¿Lo harías?

—Sí.

—Pues entonces... —el director hundió su cabeza en la almohada de su cama y miró al techo—. Supongo que me voy a Playa Rosada. Si Sydney acepta...

—Oh, lo hará —la médica sonrió—. Tú lo amas, pero él te adora. No hubiera matado ese hijo de perra del BEOG con sus propios puños si eso no fue cierto.

—Sí... —Joshua suspiró y cerró los ojos—. Lo sé.


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Nota de la autora: Otra canción más de la playlist que le hice a Joshua y Sydney

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