25 de diciembre - Fin
❄sαntα tєll mє❄
En el capítulo anterior de Santa tell me...
"-¡El pene! -gritó Alejandra-. ¡Es el pene!
-¿Me ha llamado alguien? -preguntó Penélope asomando la cabeza desde la puerta del baño."
Tras mi exitoso forzamiento de abandono de personajes magnamente imperceptible a los ojos de vosotros los lectores de nuestra querida tonadillera, la Pantoja, su adorado hijo DJ Paquirrín, Pelayo y su novia Petra la prostituta, me dispuse a hacer lo propio con el resto de personajes sobrantes.
Y así tras una intensa charla en el baño, conseguí que el jomles de Pudri abandonase mi cuento a cambio de un bocata de chorizo que me había pasado por mis preciosos y uniformes güe... Oye, esperad que esto no lo había contado; cuando Pudri saltó por la ventana y calló en los rosales, justo estaba pasando un hombre de esos que certifican los Record Guiness esos. Pues flipadlo, Pudri se ha convertido en "El vagabundo del Mercadona que más espinas de rosa se ha clavado en dos segundos en Nochebuena". Así que, por favor, ¡aplaudidme porque este libro ya tiene un Record Guiness! Ah, para el que le interese el tío ahora está en urgencias y ya le han sacado más de la mitad de las espinas que se clavó, ya solo le quedan doscientas dos mil ciento trece.
Bueno, después de eso, Alejandra mató a la abuela Pilar de un polvoronazo y claro, el tío Pepe y la tía Paloma se la iban a llevar al hospital hasta que no encontraban a sus hijos. Pascual hallábase cagando y Patricia follando, Pascual acabó atascando la tubería y a Patricia Pedro se la estaba desatascando (no sé si sabéis por dónde voy...).
Al final, tras tres o cuatro desmayos de Pepe, toda la familia quedó reunida y se llevaron a la abuela para después tener que volver a su casa, en la que no quedaban ni los enchufes.
Y para terminar, en el vestíbulo se formó revuelo entre los Babidiblú Ledelo originales Paco, Paz, Pablo, Paula, Penélope, Pedro (el cual estaba en ropa interior, pues acababa de mojar el churro) y nuestra amadísima diva, Alejandra y el padre mandó a todos a dormir. Pero lo que no sabían es que la magia de la Navidad se cernía sobre su hogar...
.
-¡Rudolph! -gritó un hombre viejo y gordo que volaba por el cielo en un trineo tirado por renos en la madrugada-. ¡Gira que nos la hostiamos!
Ante el pasotismo del reno, el hombre comenzó a ponerse nervioso.
-¡Rudolph, gira! ¡Rudolph!
Pocos segundos después el trineo se había estampado contra el tejado de una casa y el anciano se encontraba despatarrado en la nívea superficie.
-Pues ya hemos llegado, la casa de los Babidu... Babidible... Bubodabo... de los lerdos estos, coño.
-Deberías transmitir más elegancia Nicolás, eres un referente para los niños -aconsejó Rudolph antipáticamente.
-Perdona pero yo soy muy fisno, perdona que te diga -afirmó Santa acicalándose la barba-. ¡Y no me llames Nicolás, reno asqueroso!
-¡Te fastidias, gordo seboso!
-¡Rodolfo, no me toques las narices que te quitó del mando del trineo y pongo a Prancer a conducir!
-¡Olé! -gritó el otro reno saltando de alegría e imitando a la sevillana del Whatsapp.
-¡No me llames Rodolfo! -gritó-. ¡Y ni se te ocurra quitarme de ese puesto privilegiado para poner a Prancer!
-Pues como sigas así de desagradable te abandono en la primera gasolinera por la que pasemos -amenazó el viejo.
-Está bien... -El reno cerró los ojos y dejo escapar un leve bufido-. Pero danos algo de comer, por favor, que no hemos comido nada desde que salimos a repartir.
-Vale, vale, creo que me queda algo de turrón de la marca esa que anuncio por la tele...
-Pero si tú anuncias los turrones de todas las marcas... -replicó cuando el hombre ya no podía oírle, pues había puesto rumbo al trineo mágico a cortos pero rápidos pasos. Abrió la guantera mágica y encontró un frasco con algunas peladillas y unas pocas almendras garrapiñadas.
-¡No queda turrón! -informó a grito pelado-. ¡Pero tenemos peladillas!
-¿¡Peladillas!? -Rudolph adquirió una mueca de asco.
-¡Y almendras garrapiñadas también!
-¿¡Almendras garrapiñadas!? ¡Pero si me apetece más comerme la chimenea!
Santa rebuscó por debajo de las alfombrillas y dio con una fina caja en la que se podía leer "Turrón"
-¡Ah, aquí hay turrón!
Todos los renos dieron un salto de felicidad y el anciano les acercó el envoltorio.
-Toma -ofreció tendiéndoselo-. Pero creo que es del duro...
-¿Duro por qué? -peguntó ingenuo.
-Por la fecha de caducidad.
-¿Qué le pasa? -El reno de la nariz roja inspeccionó la caja buscándola y leyó en el dorso, al lado de los ingredientes:
"Consumir preferentemente antes de: mirar el lado"
-Joder... -Impaciente, encontró en el lado de la caja la siguiente frase:
"Consumir preferentemente antes de: mirar en el interior".
-Me cago en... -Cansado, el reno abrió la caja dejando la tableta encima de la nieve del tejado y pudo apreciar:
"Consumir preferentemente antes de: lote"
-¿Pero qué cojones es el lote?
-Ni idea -dijo uno de los renos.
Rudolph prosiguió buscando la fecha de caducidad hasta que consiguió dar con ella quince minutos después en los que la desesperación se había apoderado de su mente. "Uno de agosto de dos mil siete" leyó en voz alta". Tras eso, los músculos del reno quedaron paralizados y su ojo derecho comenzó a parpadear violentamente de forma repetida.
-Santa, llama a emergencias, que parece que le está dando un ictus -Le dijo Prancer.
-No, no, espérate. Observa atentamente, seguro que ahora libera toda la tensión acumulada de una forma agresiva y estridente -Todos se quedaron admirando la escena por la curiosidad de presenciar lo que iba a suceder.
-¡Hale, a la puta mierda! -dijo secamente dándole una patada a la tableta de turrón-. Bueno, viejo, ¿bajas ya o qué?
-Aún no... no sé cómo entrar -informó pensativo-. Me da que no cojo por esa chimenea... He engordado demasiado este año.
-Tú inténtalo. Y si ves que no, tengo una idea de cómo puedes entrar en la casa.
.
Una niña pequeña ceñida en un pijama rosa caminaba de puntillas por el pasillo del piso de arriba sigilosamente. Esta entró en una de las habitaciones y entrecerró la puerta.
-Ale -susurró zarandeándola con suavidad. Una dormida Alejandra dejó escapar un suspiro y prosiguió roncando sin despertarse-. ¡Ale, Ale! -Paula agitó de nuevo a su hermana sin éxito alguno-. ¡Alejandra! -La chica giró sobre sí misma dándole la espalda al grito. La pequeña rodeó el colchón situándose de nuevo cara a cara con su hermana mayor-. ¡Mira, bragas en oferta!
-¿¡Qué!? ¿¡Dónde!? ¿Son de marca? -Alejandra despertó de repente mirando a todos lados sin saber en qué lugar estaba.
-Por fin -dijo Paula victoriosa-. Venga, vamos a despertar a los demás, he oído ruidos en el tejado.
Su hermana mayor tomó conciencia de la situación y, tras un extensó bostezo, se levantó para acompañarla a despertar a sus otros hermanos. Obviamente, Alejandra no creía en nada de eso, pero la ilusión que veía en la dulce cara de Paula era suficiente razón como para madrugar en vacaciones. Ambas abandonaron el dormitorio a la vez, sin embargo, tomaron rumbos diferentes.
-Pedro -llamó Alejandra medio dormida. Al no obtener respuesta, la chica agarró el vaso de agua que este tenía en su mesilla y se lo echó en la cara. El chico reaccionó instantáneamente incorporándose y mirando a su alredor, hasta que su mirada se cruzó con una Alejandra de pelos revueltos y despeinados que por un momento consiguió asustar a su hermano.
-Joder, Ale...
-Te llevo llamando casi media hora, no me ha quedado más remedio -mintió desganada.
Los dos salieron de la habitación encontrándose con Paula, a la que se le habían incorporado Pablo y Penélope.
-Ya estamos todos. Bajemos.
Mientras descendían por las escaleras Pedro le dedicó unas palabras a su hermana:
-Anda, que ya podrías haberte alisado un poco el pelo. Un poco de presencia, por favor.
-Cállate no vaya a alisarte yo los huevos.
-Anímate, hermanita, que es Navidad.
Alejandra le dedicó una sonrisa algo forzada y se reunieron junto con sus tres hermanos en el salón, a la espera de una visita que, según el veredicto de Paula, se hallaba en el tejado. A pesar de que los dos hermanos mayores tenían la certeza de que aquella visita no se realizaría.
Hasta que, de repente, un ladrillo rompió en mil pedazos el cristal de la ventana, arrinconando por el miedo a todos los hijos en una esquina del salón.
-Madre mía, la que he armado -dijo Santa mientras atravesaba la entrada que él mismo había creado con nula destreza-. ¡Rudolph, te dije que no era una buena idea!
Los chicos observan la escena perplejos y, mientras los más pequeños lo hacían rebosantes de felicidad, Pedro y Alejandra le dedicaban a aquel hombre una mirada de horror y angustia.
-¡Hola, chicos! -saludó el anciano al verles.
Estos no contestaron, pues seguían paralizados.
-Pedro, trae la escopeta -rompió el hielo Alejandra.
-No, no, no, no, tranquilos, soy yo, Santa Claus, Papa Noel.
-Pedro, trae la escopeta ya -reiteró.
-¡Santa! -gritó Paula, que corrió con los brazos abiertos para abrazar al hombre.
Lo mismo hicieron sus otros dos hermanos menores, los cuales fueron abrazados por Papa Noel ante la ahora mirada de extrañeza de sus hermanos mayores.
-Una cosa, Santa -dijo Penélope-. ¿Por qué te dicen "Santa" si eres hombre?
Nadie supo responder a aquella pregunta excepto Paula.
-Es que en el polo norte "Santa" es unisex -afirmó convencida-. Se puede decir Santa Paula, Santa Pablo o Santa Pedro, ¿verdad?
-Sí, sí, por eso me llaman así, obvio -sentenció sin siquiera saber por qué le decían "Santa" y no "San"-.
Vamos a ver qué tenemos por aquí -El hombre tomó su saco y comenzó a rebuscar. Extrajo a los segundos una gran caja envuelta en un papel rosa chillón que podría cegar a cualquiera que lo mirase más de cinco segundos directamente-. Este regalo es para ti, Paula.
Paula cogió delicadamente la caja y la abrió, dejando ver al final una gran casa de muñecas cuya marca no voy a decir para que no le aumenten las ventas así de gratis y yo no reciba ni una misera moneda por ello.
-Pablo, aquí tienes; un coche teledirigido. No incluye pilas, eh. Cógeselas al mando de la tele porque los del ToysRUs son unos rácanos -dijo entre risas.
-¡Hala! -dijo Penélope-. Un coche tilidirigido, no, telidirigido, no...
-Es telederigido -corrigió Alejandra.
-Vaya dos... -Pedro puso los ojos en blanco-. Es "teledirigido", "Tele" de distancia y "dirigido" de dirigir.
-Ya salió el listo, tú no sabes combinar colores y no me meto contigo, ¿vale? -se defendió.
-Penélope, este es el tuyo -Papa Noel sacó el tercer regalo.
-¿Qué es esto? -preguntó mirándolo con asombro.
-Es una máquina que hace fundas, ¡para el móvil! -exclamó entusiasmado.
-Ah, genial... la usaré cuando tenga móvil y tal.
-¿Y mi regalo?, ¿y mi regalo? -preguntó Pedro acercándose al hombre que afirmaba ser Santa Claus ya sin tener temor alguno.
-Eh... -El anciano se había olvidado del regalo del chico por completo-. Pues... -Este comenzó a hurgar en los bolsillos de su tradicional traje-. Toma.
Pedro extendió la mano y, perplejo, vio como aquel hombre le dejaba en ella unas cuantas peladillas y almendras garrapiñadas.
-¿Qué? ¿Esto es mi regalo? ¿Ni siquiera carbón de reyes ni nada?
-¿¡Como que carbón de reyes!? -Santa Claus le dedicó a Pedro una mirada de odio eterno-. ¿Cómo osas nombrar ante mí a los tres lerdos esos? ¿Eres de la competencia o qué?
-Ay, Pedro, no te quejes que estamos en crisis -Alejandra intervino empujando a un lado a su hermano-. ¿Y mi regalo?, ¿y mi regalo?
Papa Noel sacó una carta sin envolver y se la tendió.
-¿Esto qué es? -Agarró bruscamente y con actitud pesimista-. Como sea una puta mierda como la de mi hermano te hago la cruz y te va a cantar el aguinaldo tu madre en bragas.
La chica abrió el sobre y se encontró con un vale de no recuerdo cuánto dinero pero era mucho, muchísimo (lo que nunca ganaré siendo narrador) para gastar en ropa en el centro comercial más cercano.
-No esta mal -sentenció-. Aunque en realidad puedo tener la ropa que quiera porque la sustraigo sin pagar, pero bueno, por una vez me sentiré legal y podré pasar por caja para que me cobren lo que compro una de las independentistas estas que me miran mal cada vez que voy.
-Dependientas, no independentistas -corrigió Pedro.
-Eso mismo.
-Pues aquí acaba mi misión, chicos. Ha sido un gran placer pero aún tengo que repartir algunos regalos y ya está amaneciendo -Santa volvió a abandonar la casa de los Babidiblú Ledelo por donde había entrado.
-Alejandra... -llamó Pedro preocupado-. ¿Quién crees que era ese hombre?
-No lo sé -respondió-. Pero mejor que papá y mamá no se enteren de esto.
-Difícil...
-¿Por qué?
-Porque tenemos una ventana rota por un ladrillo -informó tragando saliva.
-Ah, bueno eso da igual -restó importancia-. Le echamos la culpa a Pablo y ya está, yo es lo que hago siempre que la cago.
-¡Alejandra¡ ¡Pedro! -Unos gritos retumbaron por toda la casa y estos palidecieron.
Ambos se giraron y alzaron la mirada descubriendo a su madre Paz al final de la escalera observando los trocitos de cristales que estaban repartidos por el suelo.
-Cariño, dejales... -Paco apareció en escena a su lado.
-¿¡Cómo que les deje!? -exclamó indignada.
-Eso me dijiste tú anoche cuando les grité -reprochó el hombre, a lo cual ella respondió con una perceptible mirada de odio.
-¡Está nevando! -gritó Penélope, haciendo que toda la familia se acercase a la rota ventana.
La familia observaba la escana completamente anonadada por la cantidad de nieve que caía del cielo en aquel momento.
-¿Podemos salir? -preguntaron Paula y Pablo haciendo un puchero que solo no habría conmovido a cualquier alma descorazonada.
-Lo que diga vuestra madre -Paco se unió a sus hijos y le dedicó otro puchero a la mujer.
-Está bien...
Toda la familia se alegró rápidamente y los siete corrieron a la puerta. Salieron y se encontraron con un paisaje que, de puro bonito, era indescriptible. Y no, no es que me dé pereza describirlo y ocupar tres líneas contándoos algo que no os importa. Solo es que... bueno, mira, sí, es por eso, ¿qué pasa? Imaginaos un jardín abierto precioso todo nevado. Pero de nieve buena que no ha sido pisada ni nada, eh, que la nieve sucia es asquerosa y muy fea. Prosigo...
Los cinco hijos aun en pijama comenzaron a jugar con la nieve mientras Paz y Paco miraban la tierna estampa abrazados.
-Tened cuidado -advirtió la madre.
-Tranquilízate, mujer -le dijo su marido sonriente-. Disfruta de esta precioso momento.
La Navidad había llegado y había iluminado por completo la vida de los Babidiblú Ledelo. Pues al final, esta sí se ha convertido en otra absurda historia sobre la Navidad que te cuelan todos los años sobre la magia de la nieve y estas fechas tan señaladas...
Paula y Penélope juntaban nieve para hacer un muñeco con el que fotografiarse después, Pablo se rebozaba por todo el jardín haciendo la croqueta bajo la atenta mirada de una madre que pensaba en las lavadoras que iba a tener que poner para limpiar toda esa ropa.
-¡Uy! -exlamó el hermano menor al encontrarse en su camino un envoltorio que medio cubría una tableta de turrón duro, duro, duro-. ¿Y esto?
Pedro y Alejandra. como si de dos niños pequeños se tratase, se lanzaban bolas de nieve rememorando su juventud. Cuando la limpia nieve de la casa se estaba acabando, la hermana mayor cruzó la calle y se asentó en el jardín del vecino de en frente para no quedarse sin munición que lanzarle a su hermano.
-¡Chúpate esta! -bramó Pedro tras lanzar una bola que se coló por el cuello del pijama de Alejandra, recorriéndole todo el torso.
-¡Dios! ¡Qué frío! ¡Me has congelado los pezones, idiota! -vociferó la chica observando como su hermano se reía de ella revolcándose por el suelo-. Te vas a cagar -susurró para sus adentros.
Alejandra tomó la mayor cantidad de nieve que pudo y la compactó entre sus manos. Velozmente, echó a correr en dirección a Pedro para poder estampársela en la cara antes de que pudiese reaccionar y defenderse de su ataque.
-¡Alejandra! -gritó la madre dando un pasa adelante, en un instante en el que el terror se había apoderado de su cuerpo en poco menos de un segundo-. ¡Cuidado!
Pero para Alejandra ya era demasiado tarde. Sus músculos se habían contraído del miedo dejándola completamente paralizada en mitad de la superficie de alquitrán tras haber visto a escasos metros suyos un coche que avanzaba con una extremada rapidez y que, debido al hielo que abundaba en el asfalto, la detención del vehículo quedaba imposibilitada por completo. Ello se había convertido en un hecho meramente utópico.
La chica salió despedida sin remedio alguno acabando de forma violenta inconsciente sobre la carretera con numeras zonas del cuerpo magulladas.
-¡Papá, mamá! Llamad a una ambulancia, ¡rápido! -ordenó Pedro con los ojos llenos de lágrimas, al igual que el resto de su familia.
.
El ritmo constante que iba marcando el electrocardiograma retumbaba por toda la sala haciéndolo casi tangible. Paco, Paz y Pedro llevaban observando el cuerpo vacío de Alejandra durante horas, sin cansarse y con los ojos completamente rojos e hinchados. Esperaban impacientes el veredicto del médico sobre el estado de la joven. Unos nudillos tocaron suavemente la puerta para abrirla acto seguido y acompañarlo de un "¿Pueden salir?" pronunciado por el doctor que portaba el informe de Alejandra. "Solo ustedes dos" añadió señalando a ambos padres. Estos abandonaron la habitación dejando a Pedro con su hermana.
-Díganos, doctor -dijo Paco secamente.
-Seré breve. Su hija se encuentra sumida en un estado de coma debido a un traumatismo craneoencefálico severo.
Paz se llevó sus temblorosas manos a la boca y las piernas le fallaron momentáneamente, algo que habría propiciado una caída de no haber sido por la sujeción que le otorgó su marido ayudándola a sentarse en uno de los bancos del pasillo.
-¿Pero despertará pronto? -preguntó Paco para intentar engañarse con un optimismo inexistente temiendo la respuesta.
-Eso no se puede saber con certeza. Puede durar horas, días, meses... incluso años.
Pedro, que había escuchado todo desde la orilla de la cama, observaba la dormida faz de su hermana acariciándole la mejilla. Se sentía el verdadero culpable de aquella situción pues, al fin y al cabo, si no le hubiese tirado esa bola de nieve, su hermana seguiría completamente normal y estarían disfrutando de la comida de Navidad. El chico se arrodilló en el suelo apoyando los brazos a los pies de la cama y se puso a mirar por la ventana buscando en el cielo una señal o algo parecido que le hiciese ver la luz.
-Santa, por favor -comenzó a decir con dificultad-. No sé si el hombre que esta mañana ha entrado por la ventana eras realmente tú, ni siquiera sé si existes o si eres una leyenda -El chico se sorbió los mocos a falta de pañuelo y siguió su monólgo-. Pero, de verdad, Santa dime, si de verdad estás ahí, cuándo despertará mi hermana, haz que se levante, por favor, porque sin ella... sin ella no puedo... -Pedro rompió a llorar sobre las sábanas del hospital hundiéndose en la más profunda miseria.
Pero, de repente, una luz inundó el pensamiento del chico cuando, inesperadamente, el constante ritmo del electrocardiograma se rompió y Alejandra abrió los ojos.
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