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Santa Blue

La Navidad.

Blue nunca había oído hablar de ella, o por lo menos no lo recordaba. Por lo que le habían contado, se trataba de una fiesta en la que se juntaba la familia, a veces los amigos, y celebraban el nacimiento de un niño llamado Jesús, la noche de fin de año y el día de Año Nuevo. También se decoraban las calles y las casas, se comían dulces y platos deliciosos, y se entregaban regalos.

Pero en Beldamar, no sabía como sería en el resto del país, esas fechas solo existían dentro de las casas desde que el "Gran Adriano" tomó el cargo de dirigente con mano de hierro.

—Si no sueltan dinero para arreglar las farolas más cercanas a este sitio, mucho menos para decorar desde mediados de noviembre cada calle de la ciudad —se rio amargamente Sebastian cuando preguntó con inocencia si al menos se colocaban luces en las avenidas.

Cuando se enteró de que en los suburbios nadie podía celebrar la Navidad, porque no había ganas ni recursos, y que la mayoría de niños no sabían lo que era, la invadió una profunda tristeza que le hizo manipular sin querer las luces de la habitación en la que estaban hablando.

Era muy triste porque ella no había tenido una vida que le permitiera siquiera conocer la Navidad, y no le importaba mucho porque tampoco tenía familia con la que celebrar, pero esos niños sí. Sus padres les ocultaban la existencia de esa fiesta para que no se sintieran mal por no poder disfrutarla.

—Tenemos que buscar algún modo de alegrar a esta gente —musitó en la primera noche nevada de diciembre, metida en su cama.

Se puso manos a la obra al día siguiente. Le explicó su plan a Sebastian, Shana y Max, y aunque primero no se creían que hablara en serio, cuando vieron la convicción brillando en sus curiosos ojos color azul eléctrico, no pudieron negarse.

Lo primero que hizo fue pedirles consejo sobre el tipo de decoración, los colores más apropiados, y hasta la música. Shana apenas pudo aportar nada, pero los chicos eran tres años más mayores que ellas, y habían pasado más tiempo fuera de los suburbios, lo que significaba que tenían cierta idea sobre el tema. Cuando tuvo toda una lista, se repartieron las variadas tareas que podían llevar a cabo antes de la fecha indicada.

Compraron ganchos adhesivos, lucecitas de colores baratas, un sinfín de rollos de cintas de colores, arcilla infantil y témperas variadas con parte de sus ahorros conjuntos y del trabajo de Sebastian como ayudante de mecánico en la ciudad.

Pensaron en decorar las calles más cercanas, pero con el mal tiempo de esa época tan fría no era una buena idea, así que optaron por engalanar el gran almacén. Lo tenían todo para ellos cuatro solos. Espacio les sobraba. Por eso, el día de Navidad como tal, celebrarían una cena con platos caseros hechos personalmente, e invitarían a todo aquel que viviese en las calles aledañas. Colocaron los ganchos para crear siluetas con las luces, colgaron las cintas por las paredes, de lado a lado o medio sueltas, y dieron forma a la arcilla para hacer todo tipo de objetos navideños y muñequitos.

El resto de la gente no prestó atención a su comportamiento, porque seguían acudiendo a ayudar a quién lo pidiese, como siempre hacían. No fue hasta que les vieron montar lo que pretendían que fuera un árbol de Navidad con un perchero viejo y un puñado de perchas de metal rotas, con sus manos, mejillas y narices rojas, que se dieron cuenta de que algo raro estaba pasando. Para entonces, habían hecho regalos suficientes para los niños a los que se pudieran encontrar, confeccionados a mano por la propia Shana durante las largas charlas después de cenar. Y un niño llamado Julius y su hermana Thea fueron los primeros en beneficiarse.

—¿Qué hacéis? —preguntó el chiquillo con desconfianza.

—Un árbol de Navidad —contestó Sebastian, doblando un alambre para darle forma de rama.

—¿Qué es Navidad? —se extrañó la pequeña, sacando el pulgar de su boca. No dejaba de mirar la caja de metal que contenía los pequeños pero importantes regalos.

—Es una fiesta que yo no conocía —Blue se incorporó y cogió dos de los paquetes para dárselos—, pero que es muy divertida si la celebras con la gente a la que quieres. Y se dan regalos, como estos.

Ambos niños dudaron en si aceptar lo que les tendía aquella chica de ojos raros, pero les transmitía tanta confianza que al final alargaron los brazos y los cogieron, para abrirlos casi al instante. El papel marrón envolvía de manera tosca unos animalillos de tela que iluminaron de alegría la cara de los hermanos, y junto a estos una invitación escrita a mano por la propia Blue para los adultos.

—Los peluches son para vosotros, y esos papeles para vuestros papás.

—Vivimos con nuestros abuelos —la corrigió el menor.

Se le encogió el corazón, pero les regaló otra sonrisa y les instó a que se lo contaran a sus abuelos y a sus amigos.

Esa misma tarde les rodeó un ejército de niños expectantes que también querían un regalo para ellos, y así se propagó la noticia de que aquellos cuatro jóvenes les estaban preparando a todos una cena de Navidad. Gracias a eso, según pasaban los días, en la puerta de la nave o el garaje aparecían objetos con notas firmadas que decían "Hace mucho que no uso esto, tal vez le sea útil a otro" o "Encontré esto en un contenedor de la ciudad. Está en perfecto estado. Podría servirle a alguien", así como dulces típicos navideños, comida, champán del barato y hasta dinero. Esos gestos tan bonitos por parte de los adultos les animó todavía más, y la mañana del día indicado cocinaron hasta no poder más, con todo el cariño y entusiasmo que pudieron.

Sobre las ocho, los invitados empezaron a llegar al almacén, y se maravillaron nada más entrar. Era como un mundo que hacía mucho que no veían, lleno de luz, esperanza y comida en abundancia. El improvisado árbol estaba en una esquina, hábilmente decorado con cintas y figuras de arcilla policromadas. Alrededor, los regalos que habían ido dejando en la entrada, envueltos y con la nota firmada pegada para que nadie recibiese lo que había dado. En el centro de la enorme sala, una mesa alargada hecha con cajas y planchas de madera, salpicada de velas y con platos de comida, dulces y bebidas.

—¿Cómo es que habéis hecho todo esto? —preguntó un anciano, acercándose al cuarteto. Le seguían Julius y Thea, así como su esposa, y todos vestían lo que debían de ser sus ropas más elegantes. Prácticamente todos los asistentes habían rescatado sus mejores galas del fondo de alguna caja o armario.

—Enseguida lo sabrán, señor —Shana le señaló la mesa, dónde se estaban reuniendo los demás—. Ustedes vayan y disfruten de la cena. Es buffet libre.

Mientras los comensales comían y compartían por primera vez historias de Navidad con los más jóvenes, Blue y los demás se dividieron. Max se subió a unas cajas, frente a la mesa pero un poco alejado, mientras que Blue permaneció junto al árbol y Sebastian se preparó junto al interruptor de las luces del mismo para encenderlas. Shana fue dando saltitos hasta un equipo de música viejo pero todavía operativo y le dio al play. El primer villancico empezó a sonar, y con él, todos los adultos, acompañados después por los niños, comenzaron a aplaudir.

—Atención, por favor —les llamó Max, sumiendo el almacén en un relativo silencio roto únicamente por la música—. Seguro que muchos os estaréis preguntando la razón por la que estamos celebrando el día de Navidad todos juntos hoy. Pues ha sido gracias a nuestra buena amiga Blue.

La aludida sintió que las mejillas le comenzaban a arder cuando todos aquellos pares de ojos se clavaron en ella llenos de agradecimiento, pero mantuvo la compostura y solo sonrió tímida.

»Hasta hace muy poco, Blue no conocía la Navidad. Le explicamos lo que era y su situación en esta ciudad y en esta zona, y decidió que quería devolveros esa alegría, aunque fuera por una noche. Nosotros tres sólo hemos ayudado a montarlo todo. ¡Así que démosle un fuerte aplauso!

Esa vez, la joven solo pudo taparse la cara, muerta de vergüenza, porque los villancicos se vieron ahogados por un ensordecedor coro de aplausos que asustó a más de un niño.

La cena pasó despacio, y llegado un momento, se decidió por unanimidad que era hora de elegir los regalos.

Thea se acercó a Blue con el dedo en la boca y la miró.

—El árbol no tiene estrella. Abu dice que los árboles navideños tienen una estrella en la puntita.

Blue sonrió y sacó una brillante estrella azul que Max y Shana habían hecho juntos para que se iluminase.

—Te estaba esperando para ponerla.

Y así, la Navidad regresó a los suburbios.

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