XXV Soy el hijo desterrado del rey, y que puedo hacer lo que me venga en gana
Un gruñido ronco retumba en el pecho de Velkan y reverbera dentro de mi cuerpo. Un estremecimiento me recorre entera cuando las manos del vampiro se posan en mi cintura y me atrae con fuerza hacia él.
El nudo que siento en el vientre es casi tan abrumador como los sentimientos que colisionan en mi interior. Se siente como si estuviese cayendo al vacío sabiendo que no hay nada debajo de mí para amortiguar el golpe brutal que se avecina. Como si todo dentro de mí se preparase para el impacto.
Entonces, me aparto. Me aparto y, con la respiración temblorosa y entrecortada, digo:
—Por favor, cállate...
—Quisiera odiarte lo suficiente como para, de verdad, hacerte pagar por todo lo que me haces —susurra, con la voz ronca y profunda—. Quisiera poder ser el monstruo que todo el mundo dice que soy, para que me odies en serio.
Niego con la cabeza, uniendo mi frente a la suya.
—Te odio en serio —digo, pese al nudo que siento en la garganta—. Te odio casi tanto como odio el no haber nacido en una cuna de oro; porque así no tendría que odiarte. —Las lágrimas no me permiten continuar, así que me tomo unos instantes para recomponerme. No me importa el sollozo lastimero que me abandona. Tampoco me importa el llanto suave que me moja las mejillas—. Porque así no me sentiría como una estúpida por desearte como lo hago. Por sentir esto que me hace ser una estúpida descuidada cada que te tengo cerca.
—Lyena...
—Porque así no tendría que recordarme a mí misma todos los días que nací siendo una criada, y que alguien como tú jamás podrá mirar a alguien como yo. —Enredo las manos en las hebras de su cabello y planto un beso casto en sus labios, y él gime contra mi boca—. Al menos, no del modo en el que quiero que lo hagas.
Se aparta para verme a los ojos, pero no puedo sostenerle la mirada. Me siento tan avergonzada, que apenas puedo verlo a la cara durante una fracción de segundo antes de desviarla hacia el suelo.
—Mírame, Lyena. —Su voz suena tan ronca y profunda, que apenas puedo reconocerla como suya.
—No... —replico, pero suena como si estuviese rogándole que no me haga enfrentarlo.
—Lyena, por favor... —La súplica en su voz me rompe por completo y aprieto los ojos con fuerza antes de obligarme a encararlo.
Cuando lo hago, lo que veo en sus ojos carmesí me deja sin aliento. La determinación con la que me observa, hace que el corazón se me estruje dentro del pecho.
Me tomo unos instantes para admirarlo. Para observar a detalle el ceño ligero de sus cejas pobladas y la manera en la que el cabello le cae sobre la frente de manera descuidada. La forma en la que su mandíbula angulosa está apretada y cómo el gesto serio que esboza lo hace lucir más hosco que de costumbre.
—Si pudiera ir en contra de todo lo que soy, solo para estar contigo del modo en el que quiero estarlo, lo haría —dice y un estremecimiento me recorre entera—. Si pudiera renunciar a la sangre que me corre por las venas, lo haría, ¿sabes por qué? —Hace una pequeña pausa, pero no espera por una respuesta antes de continuar—: Porque no puedo verte de otro modo que no sea como ese que tú quieres que sea. Porque soy tan estúpido que cometí el error... —vacila, como si no estuviese listo para decir en voz alta lo que tiene en la punta de la lengua. Traga duro. Duda unos instantes más y, finalmente, continúa—: Porque soy tan idiota que cometí la estupidez de enamorarme de alguien a quien no puedo desposar.
Niego con la cabeza.
—No mientas —pido, con la voz entrecortada por las emociones—. No me digas eso que quiero escuchar. Te lo suplico, por favor, no te atrevas a intentar engañarme, porque sé perfectamente que no venimos del mismo lugar. No sentimos lo mismo el uno por el otro. Y, si ahora crees que estás enamorado de mí, puedo asegurarte que no es así. Soy una simple chica de provincia. Una que no conoce otra vida más que la del campo. Que no sabe de mundo y protocolos reales. —La mirada de Velkan se oscurece con cada palabra que pronuncio, pero eso no me impide seguir hablando—: Que jamás se ha leído un libro porque lo único que lee a duras penas, es la lista de aquello que le encargan del mercado. Soy una criada. Una concubina. Y alguien como yo nunca estará a la altura de alguien como tú.
Se hace el silencio.
Velkan parece digerir cada palabra que he dicho, al tiempo que se moja los labios con la punta de la lengua.
—Yo sí soy un hombre de mundo —replica, sin dejar de mirarme con esa intensidad que me eriza los vellos de la nuca, al cabo de unos instantes más—. He viajado y visitado hasta el último rincón del mundo conocido por el hombre, y he conocido a muchísimas personas... hombres y mujeres por igual... Y puedo asegurarte que nunca nadie había provocado en mí eso que tú me provocas, Lyena. —Une su frente a la mía—. ¿Qué importa si eres una mujer de campo o una de mundo? ¿Qué diferencia hace que seas una criada, cuando estar a tu alrededor es lo más interesante que he hecho en los casi dos siglos que tengo de vida? —Cierro los ojos con fuerza—. Eres la criatura más fascinante que he conocido jamás. Y no solo por la forma en la que luces, sino por todo aquello que eres sin darte cuenta.
Se aparta y tengo que abrir los ojos para verlo a la cara. Es en ese momento, que noto lo suave de su gesto y esa emoción aterradora y dulce en su mirada.
—En un mundo repleto de monstruos como yo, has podido pasar desapercibida. Has logrado sobrevivir en una sociedad en la que, cualquiera de los que es como yo, mataría por tenerte. Por poseerte. Has conseguido mezclarte entre los humanos, a sabiendas que no eres enteramente como ellos y que, de enterarse de la verdad de tu condición, te entregarían como carne de carnada al primer soldado que tuviese ganas de experimentar con gente como tú. —Niega con lentitud—. Eso sin tomar en cuenta que, incluso para los humanos, eres una tentación abrumadora. Cualquiera mataría por entregarte a uno de los míos por unas cuantas monedas de oro... —Hace una pausa, antes de seguir—: Y, como si eso no fuera suficiente, eres más habilidosa de lo que esperaba y te has cargado a dos vampiros... solo en el tiempo que tengo conociéndote. —Niega con la cabeza, como si no pudiese creer lo que está diciendo—. Luces tan indefensa como una damisela en apuros, pero eres tan letal como la daga que cargas contigo en todo momento... —Su vista me recorre desde la cima de la cabeza hasta la punta de los pies—. Eres tan fascinante, que no puedo dejar de pensar en ti. Y eres tan hermosa, que no puedo dejar de soñar despierto con todas las cosas que te haría de tener la oportunidad.
Trago duro, al tiempo que le miro la boca durante una fracción de segundo.
—No quiero que esto termine nunca —confieso, con un hilo de voz y él se acerca de nuevo, de modo que siento su nariz rozando la mía.
—No te alejes nunca, entonces... —replica y, entonces, me besa de nuevo.
Cuando me aparto, acuno su rostro entre las manos.
—Sabes que esto no puede ser... —digo, en un susurro tembloroso.
—Y también sé que soy el hijo desterrado del rey, y que puedo hacer lo que me venga en gana. Si quiero que esto sea, será. Ya encontraré el modo. Te lo puedo asegurar.
No me da tiempo de decir nada y me besa una vez más. Esta vez, con más avidez que antes.
En ese momento, se terminan las palabras. Se terminan los discursos y las confesiones, y solo estamos él y yo. Besándonos. Abrazándonos. Deslizando las manos en el otro con urgencia y reticencia al mismo tiempo.
Velkan me empuja en dirección a la cama y yo cedo con facilidad. Deja caer su peso sobre el mío cuando me recuesto sobre ella, y siento cómo sus labios recorren una estela suave por mi cuello, hasta llegar a las clavículas.
Mi boca se abre en un grito silencioso cuando sus manos se deslizan por mis costados, y todo se siente tan distinto a lo que pasó anoche entre nosotros. Tan suave. Tan... dulce. Que no puedo pensar en otra cosa que no sea él y lo que me hace. La forma en la que me acaricia, como si quisiera demostrarme algo. Como si quisiera decirme todo aquello que sus palabras no lograron explicar.
El camisón me abandona el cuerpo y me siento desnuda, pero Velkan rápidamente se encarga de hacerme olvidar de ese destalle. Sus manos están en todos lados. Sus labios siguen los senderos trazados por sus dedos y decido que, al menos esta noche, le creo. Creo que está enamorado de mí y que, de alguna manera, esto no va a terminar en tragedia.
***
—¿De qué te ríes? —inquiero, al tiempo que levanto la cabeza del pecho del vampiro junto al que estoy acurrucada, solo para tener un vistazo de su rostro.
Velkan luce ligero y despreocupado, y la sonrisa torcida que esboza —así como el cabello alborotado y el gesto soñoliento— le da un aspecto desgarbado y juvenil.
Niega con la cabeza.
—Solo pensaba en que, si a Mircea le diera por venir a investigar qué estoy haciendo, se le torcería la cara de la ira o algo por el estilo —dice, al tiempo que me dedica una mirada juguetona.
Entorno los ojos en su dirección.
El sol está saliendo, así que es fácil para mí el notar sus facciones en la penumbra. Hemos pasado la noche entera repitiendo todo aquello que hicimos ayer y, pese a toda la intimidad que hemos compartido, no puedo evitar sentirme cohibida cuando siento cómo su mano se coloca peligrosamente cerca de mi trasero.
—Por suerte para ti, tu hermano jamás ha puesto un pie en mis aposentos.
—Y por suerte para él también —asegura—. Estoy seguro de que lo asesinaría si llegase a intentar invadir tu espacio.
—Mi espacio es un lugar que solo tú puedes invadir, quiero suponer —ironizo y él me mira con fingida molestia.
—Tus suposiciones son correctas —dice, pese a todo y es mi turno de sonreír.
—¿Qué fue lo que pasó con tus hermanos? ¿Están molestos por lo que hice? ¿Esperan que te deshagas de mí?
Velkan se encoge de hombros.
—Lo que Emilian y Mircea esperan de mí, me tiene sin cuidado —dice, arrogante—. Por supuesto que no están nada contentos con lo ocurrido, pero logré convencerlos de que me dejaran encargarme de ti. —Me mira de soslayo—. Les dije que te habías convertido en mi problema y que yo iba a dar con el castigo adecuado para tus faltas.
—¿Y cuál es ese castigo? —inquiero, arqueando una ceja.
—Aún no lo tengo muy claro, pero, para empezar, te voy a encerrar en mis aposentos hasta que me harte de hacerte todo lo que tengo en la cabeza —dice con una seguridad que me hace sonreír—. Luego, iré improvisando sobre la marcha, supongo. —Se encoge de hombros—. No llevo prisa de nada. Me lo voy a tomar con calma.
No puedo evitarlo. La emoción burbujeante que nace en mi pecho y se expande por todo mi cuerpo hasta invadirme por completo, me hace sonreír como una boba.
El silencio que le sigue a sus palabras es cómodo y ligero, y casi creo que se ha quedado dormido hasta que escucho su voz una vez más:
—¿Lyena? —Suena suave y apacible. Casi como si estuviese tratando de mantenerse despierto.
—¿Sí?
—¿Puedo preguntarte algo?
—¿No estás haciéndolo ya?
—No tientes a tu suerte, niña impertinente. —Trata de sonar amenazador, pero fracasa de manera terrible—. Aún puedo mandarte colgar de la torre más alta.
Me levanto de su pecho para mirarlo con una ceja arqueada.
—Creí que ya habíamos superado la etapa en la que tratabas de conseguir mi respeto con amenazas —digo y él entorna los ojos en mi dirección.
—No trataba de conseguir tu respeto —replica—. Trataba de asustarte; para ver si así te mantenías lejos de mí un tiempo.
—Y lo conseguías. Lograbas ahuyentarme algunas veces... —refuto y un destello de tristeza se filtra en sus facciones.
—Y me arrepentía cada vez, Lyena. —La confesión me toma por sorpresa y me estruja el pecho con violencia.
Aparta un mechón de cabello lejos de mi frente y lo pone detrás de mi oreja.
—Pero ya no más, Lyena —dice, casi en un susurro—. Esta vez, voy a dejarme llevar.
Me estiro un poco y planto un beso casto en sus labios.
—¿Qué es eso que quieres saber? —inquiero, concediéndole el capricho.
Me mira a los ojos unos instantes, inseguro de lo que va a decir a continuación, pero, finalmente, dice:
—¿Estás segura de que Bogdan no es tu padre?
Una risa suave y triste me abandona.
—Me encantaría que lo fuera —admito—. La vida sería más sencilla si fuese hija de una criada y de un cochero... pero no es así. Bogdan no es mi padre.
—Le importas demasiado. Nadie se arriesga por alguien como él lo hace por ti —apunta—. Cualquiera pensaría que comparten un lazo más fuerte que una simple amistad.
Dejo escapar un suspiro largo.
—Bogdan me conoce desde siempre —digo—. No tengo un solo recuerdo sin él a mi alrededor. Él y mi madre empezaron a trabajar en el castillo con apenas unas cuantas semanas de diferencia, y pronto se hicieron amigos.
—Tú ya habías nacido —Velkan adivina y yo asiento.
—Mi madre huía de quien sea que es mi padre y Bogdan era un hombre solitario... —Me encojo de hombros—. Me gusta pensar que el destino los hizo encontrarse para ayudarse mutuamente.
—¿Y Bogdan de quién huía? —Velkan inquiere y la pregunta me saca de balance unos instantes. Una vocecilla desconfiada me susurra en la cabeza que no debo decir nada que pueda poner al cochero en peligro, así que me pongo ligeramente alerta.
—No lo sé... —Trato de sonar tan inocente como puedo—. Supongo que de la vida que llevaba. No estoy muy segura de qué era lo que hacía antes de llegar al castillo, pero supongo que quería dejarlo atrás.
Velkan parece digerir lo que le digo.
—Dices que fue él quien te dio la daga que llevas contigo...
Asiento.
—Y, conociendo a la familia a la que pertenecía esa daga, estoy convencido de que se le fue regalada a él.
Frunzo el ceño.
—¿A qué te refieres?
Velkan asiente.
—La familia a la que pertenecía esa daga es muy poderosa. Tanto que, si Bogdan hubiese tomado esa pieza sin permiso de su dueño, no habría podido salir de la capital vivo —explica—. A Bogdan se la obsequiaron. Lo que me lleva a pensar que trabajó para ellos.
Me tenso por completo, solo porque me aterra la facilidad que tiene de atar cabos en su mente. Velkan es una criatura bastante inteligente. Habla muy a menudo de lo brillantes que son sus hermanos mayores, pero no creo que se dé cuenta de lo sagaz que es él mismo.
—Suena bastante posible. Sí. —Le doy la razón, solo para fingir un poco de demencia—. Lógico, incluso.
Velkan asiente.
—Vas a creer que estoy empezando a obsesionarme con él, es solo que... —Niega con la cabeza—. No puedo dejar de pensar en lo poco que sé de él. En lo fácil que ha logrado escabullirse fuera de mi radar.
—Supongo, entonces, que el pasar desapercibida lo aprendí de él —digo, para tratar de desviar la conversación de vuelta hacia nosotros.
Él sonríe y sé, de inmediato, que mi intento ha funcionado.
—Eres imposible —masculla, pero no deja de sonreír y, entonces, planto un beso en sus labios.
***
Emilian y Mircea se han marchado finalmente.
Luego de aquella fatídica cena de despedida en la que terminé atacando a otro noble delante de todo el mundo, los hermanos de Velkan decidieron quedarse unos cuantos días más. A pesar de eso, no volví a verlos desde esa noche.
Velkan se encargó de mantenerme lejos de su alcance durante el resto de su estancia y, pese a que demandaron muchísima de su atención, el vampiro más joven de la familia Muresan siempre tuvo oportunidad de visitarme en mis aposentos. Cuando no podía hacerlo, me mandaba llamar para vernos en los suyos.
Con esto, los rumores acerca de que Velkan está matándome lentamente han ido en aumento. Anca me contó, medio riéndose, que todos los criados del castillo están convencidos de que Velkan está torturándome lentamente. Que está desollándome pedazo a pedazo cada noche. Incluso, me ha dicho que hay algunas chicas que aseguran haberme escuchado lloriquear y gritar.
Y estoy segura de que lo han hecho —escucharme lloriquear y gritar, quiero decir—... el único problema es que no ha sido por el motivo que ellas piensan.
Velkan se ha encargado de, durante la última semana, enseñarme cosas sobre mi propia anatomía que desconocía totalmente. Se ha encargado de explorar conmigo cada rincón de mi cuerpo y ha estado dentro de mí tanto tiempo, que he tenido que pedirle que vayamos un poco más lento.
Anca me dijo, incluso, que ha tenido que hablar con mi madre en un par de ocasiones para que no crea todo lo que se dice en el castillo sobre mí y Velkan. Y, sobre todo, sobre todo aquello que me hace durante nuestras sesiones nocturnas. Ha tenido que asegurarle que nunca permitiría que una de sus chicas pasara por algo tan atroz como lo que se cuenta en el castillo, y que yo me encuentro bien. Aislada por lo que he hecho, pero nada más.
El sonido de la puerta siendo llamada me saca de mis cavilaciones de manera abrupta. La confusión me inunda, solo porque es inusual que alguien venga a buscarme a estas horas. Acaba de ser la hora del almuerzo, así que no cuento con que alguien venga hasta la cena. De cualquier modo, permito que quien sea que haya tocado, pase.
En ese instante, la sangre se me agolpa en los pies.
No soy capaz de pronunciar nada. Ni siquiera de procesar lo que sucede cuando soy envuelta en un abrazo apretado y fuerte.
Mis ojos se cierran, mis brazos se aferran a la figura bajita de la mujer que me estruja con fuerza y solo puedo susurrar una cosa:
—Mamá...
Mi madre se aparta de mí y me acuna el rostro entre las manos para inspeccionarlo. Entonces, me mira de pies a cabeza.
Sé qué es lo que está haciendo. Busca alguna señal de tortura. Algo que indique que Velkan está acabando conmigo de a poco.
—¿Estás bien? —inquiere, y suena a medio camino entre el alivio y la angustia—. ¿Ese monstruo no te ha hecho daño?
Niego, pasando por alto la forma en la que se ha dirigido a Velkan. Sé que, para ella, todos los de su clase son unos monstruos. Unas bestias disfrazadas de ángeles.
—Estoy bien —le aseguro, tratando de esbozar una sonrisa en el proceso—. Te lo prometo.
Es su turno de negar. Ella, sin embargo, lo hace con desesperación. Como si no pudiese creer que estoy entera.
—Todo el mundo dice que...
—Todo el mundo se equivoca —la interrumpo—. Estoy perfectamente, mamá.
Por un momento, se siente como si no me creyera, ya que vuelve a inspeccionarme con urgencia antes de abrazarme una vez más.
Esta vez, el gesto es más largo. Lleno de un alivio que ni siquiera yo misma sabía que sentía.
Cuando se aparta de mí, vuelve a acunarme el rostro y, mirándome fijo a los ojos, dice:
—Escúchame bien. Esta noche, vas a marcharte.
Parpadeo unas cuantas veces. Niego con lentitud.
—Mamá...
—Bogdan y yo lo tenemos todo planeado —me interrumpe—. Podrás irte esta misma noche sin dejar rastro alguno.
Niego una vez más.
—No voy a permitir que Bogdan se arriesgue de esa forma. Que tú lo hagas —replico—. El príncipe me tiene vigilada todo el tiempo. Puedo asegurarte que él sabe que estás aquí. Si no lo sabe, lo sabrá pronto.
—Lyena, ¿es que no lo entiendes? —Mi madre luce cada vez más desesperada—. No puedes quedarte. Es muy arriesgado que lo hagas.
—Mamá, el príncipe no está haciéndome daño. Él no...
—No te hace daño, pero sí te pone en riesgo, Lyena —me corta de tajo—. Tienes que marcharte cuanto antes. No está a discusión.
—Mamá, ¿qué está pasando? ¿A qué se debe todo esto? ¿A qué te refieres con que el príncipe me pone en riesgo?
Ella vacila. Su mirada se llena de una emoción que no logro descifrar del todo, pero que me pone en alerta.
—¿Mamá?
Desvía los ojos lejos de los míos, antes de cerrarlos con fuerza.
Suspira.
—Lyena, no he sido del todo honesta contigo —dice, finalmente, al cabo de lo que se siente como una eternidad.
—¿A qué te refieres?
Se muerde el interior de la mejilla y me encara.
Su gesto está lleno de algo que no reconozco... O quizás sí lo hago, pero no quiero ponerle nombre. Es algo parecido a la... ¿culpa?
—Lyena... —comienza, pero se detiene unos instantes antes de continuar—: Tengo que hablarte acerca de alguien.
Sacudo la cabeza, confundida.
—¿Acerca de quién?
—De tu padre.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro