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XXIII Eres mía

El corazón me late con fuerza contra las costillas, los oídos me zumban y mis labios traicioneros corresponden al beso de Velkan con tanta avidez con la que los suyos demandan. Su lengua busca la mía sin un ápice de delicadeza y el nudo que se aprieta en mi vientre es tan doloroso como abrumador. Cierro las manos en puños sobre el material de la capa que lo viste y quiero empujarlo. Atraerlo más cerca. Golpearlo hasta cansarme y rogarle que me sostenga más fuerte.

Un sonido roto me abandona cuando sus manos pasan de mi rostro a la cintura y tira de mí más y más cerca. Nuestras caderas chocan y el beso es feroz. No puedo respirar. No puedo pensar. No puedo hacer otra cosa más que corresponderle.

Una voz se abre paso en mi cabeza a través de la bruma cálida que ha empezado a llenarme el cuerpo y me dice que debo alejarme. Que no puedo caer. No luego de todo lo que ha pasado.

De pronto, el rechazo, las amenazas lanzadas hacia Bogdan y nuestra última discusión antes de que me dejara en completa oscuridad brotan a la superficie de mis recuerdos, y me aparto con brusquedad antes de empujarlo y dar un par de pasos lejos.

Él, a una velocidad aterradora, me acorrala contra la pared más cercana y me envuelve por la cintura una vez más, de modo que su abdomen está pegado al mío y su rodilla se instala entre mis piernas.

Entonces, intenta besarme de nuevo.

En ese momento, y casi por inercia, me llevo la mano a la falta, tomo el puñal de mi pierna con una rapidez que me sorprende a mí misma y pongo la punta afilada debajo de su barbilla. Justo en el punto en el que la mandíbula se une con el cuello.

Mi respiración aún es entrecortada por la intensidad de nuestro contacto cuando clavo la vista en la suya.

Espero ver terror en su mirada, pero lo único que encuentro es fascinación y algo más. Algo que me eriza los vellos del cuerpo y me hace querer sucumbir ante sus encantos.

—Te odio tanto que podría asesinarte ahora mismo —digo, en voz baja y ronca.

—Mejor que me odies a que no sientas absolutamente nada por mí, Lyena —responde, con la voz igual de enronquecida—. Prefiero saber que me detestas a que me eres completamente indiferente. Y si odio es lo único que tienes para mí, lo tomo gustoso.

Entonces, sin darme tiempo de replicar y sin importarle el hecho de tener una daga contra su cuello, vuelve a besarme.

Un sonido roto se me escapa de los labios cuando su lengua encuentra la mía y, despiadado, me besa sin contemplaciones.

Mi mano se cierra con más fuerza sobre la empuñadura de la daga, pero no puedo obligarme a mí misma a hacerle daño.

La frustración se mezcla con la revolución de sentimientos que me embarga y quiero ponerme a gritar; atraerlo más cerca y atravesarle el cuello con el arma que llevo entre los dedos.

Entonces, se aparta de mí y une su frente a la mía.

—Si vas a usar la daga, que sea ahora mismo, porque si no lo haces, no sé de qué seré capaz de hacerte esta noche —dice, y suena tan desesperado como ansioso.

Empujo un poco el filo hacia arriba, de modo que suelta un gruñido ronco antes de alzar el mentón para evitar que le hiera de gravedad.

Nuestros ojos se encuentran.

—Sabes bien que no puedo utilizarla. Tus hermanos me matarían tan pronto como te hiciera un solo rasguño —digo, con un hilo de voz.

Sus ojos llamean con una emoción poderosa.

—Entonces, si no vas a usarla, vete ahora. Vete o no respondo de lo que voy a hacerte —dice, sin apartar la mirada de la mía.

—¿Qué se supone que vas a hacerme, Velkan? —inquiero, retadora—. Te recuerdo que, quien lleva la daga entre los dedos, soy yo.

Me toma por la muñeca y empuja el puñal un poco más contra la piel de su cuello, de modo que puedo sentir cómo el filo se hunde ligeramente en la piel suave.

—No te tengo miedo, Lyena.

—Deberías.

Esboza una sonrisa que me pone un nudo en el estómago.

—¿Estás amenazándome?

—Jamás me atrevería a amenazar a un príncipe, Su Alteza. Es solo un consejo.

Hunde la daga un poco más y un hilo de sangre corre por su longitud hasta perderse dentro de su ropa.

—Hablo muy en serio, Lyena. Debes utilizar esta daga porque no hay manera alguna en la que yo te permita abandonar estos aposentos sin hacerte mía.

—Creía que no eras un violador como tu hermano.

Su gesto se vuelve serio.

—No lo soy, pero soy perfectamente capaz de convencerte, Lyena. No tienes idea de lo persuasivo que puedo llegar a ser y, si no te marchas ahora, no voy a tentarme el corazón ni un solo segundo. Voy a convencerte de darme todo lo que deseo.

Pongo una mano sobre el cuello de su camisa y tiro de él hacia mí, de modo que nuestros labios apenas se tocan.

—¿Por qué crees que vas a ser tú el que me convenza a mí de darte todo lo que deseas? —inquiero en un susurro—. ¿Acaso crees que eres tú el que me tiene a su merced, Velkan?

Nuestras miradas se encuentran y algo peligroso brilla en la suya. Entonces, es mi turno de besarlo.

El gruñido ronco que abandona su garganta reverbera en mi pecho y me pone la carne de gallina. Su lengua busca la mía en el momento en el que nuestros labios se unen y me permito sucumbir ante sus encantos. Sentir la forma en la que mi cuerpo entero reacciona ante las caricias ávidas de su lengua.

Sus manos se posan en mis caderas y aprovecho esos instantes para empujarlo, sin dejar de besarlo, hasta que chocamos contra la cama y puedo hacerlo sentarse.

Acto seguido, me siento a horcajadas sobre sus piernas, aún con el puñal entre los dedos. Hemos dejado de besarnos y ahora nos miramos a los ojos con fijeza.

—Esto va a pasar bajo mis términos y condiciones —digo, al tiempo que deslizo el filo de mi arma hasta su pecho, el cual sobresale de la camisa medio abotonada que lo viste—. No puedo negarme a cumplir con mis obligaciones, pero te aseguro que me voy a encargar de ser yo quien decida qué va a suceder. Así que aprovéchalo, Velkan, porque no va a volver a pasar. Solo esta noche y se acabó. ¿Estamos?

Un brillo salvaje se apodera de sus ojos.

—Voy a arruinarte para quien sea que se atreva a tocarte después de mí, Lyena —dice, ronco y peligroso—. Voy a encargarme de que no puedas estar con nadie que no sea yo. Que desees con locura repetir lo que voy a hacerte. —Subo la daga hasta su cuello una vez más y él alza el mentón cuando la siente peligrosamente cerca de su mandíbula.

—Primero muerta a repetir nada contigo —digo con desprecio, pero Velkan sonríe.

—Eso ya lo veremos, Lyena —dice y, sin temor a que pueda apuñalarlo, me besa una vez más.

Sus manos se deslizan por mis muslos vestidos con el material del camisón que llevo puesto y se elevan hasta descubrirme la piel pálida y helada de las piernas. La tira de cuero donde siempre guardo la daga es alcanzada por sus dedos largos y se envuelven en ella para tirar de mí en su dirección. En el proceso, Velkan mueve las caderas hacia delante de modo que soy capaz de sentir el bulto creciente entre sus piernas, y un gruñido ronco le abandona al instante.

El movimiento es descarado y carente de pudor alguno. Quiere que le sienta. Que me dé cuenta de lo mucho que me desea. Me aparto, de modo que puedo verlo a los ojos antes de ser yo quien mueva las caderas hacia él, para encontrar mi centro con el suyo.

Algo salvaje se apodera de su expresión cuando repito el movimiento hasta que lo siento tan duro, que me acobardo por lo que estoy haciendo.

—¿Así es como lo quieres? —gruñe—. ¿Arriba de mí? ¿Montándome?

No respondo. Me limito a, de un movimiento que me sorprende a mí misma, guardar la daga sobre la tira de cuero para envolver los dedos entre las hebras de su cabello. Entonces, tiro de él hacia atrás para que su cuello y su boca queden expuestos para mí.

Las manos de Velkan se clavan en mis muslos por dentro de la prenda delgada que me viste cuando me inclino hacia adelante y lamo el delgado hilo de sangre que el filo del cuchillo le hizo. Cuando llego a la herida, succiono con lentitud.

No sale sangre en lo absoluto, pero puedo sentir cómo se estremece ante la caricia inclemente de mi lengua.

Un sonido gutural abandona los labios del vampiro y, justo en ese momento, desliza sus manos hacia el interior de mis piernas para buscar en el pliegue de las enaguas. Cuando sus dedos fríos buscan por la humedad de mi entrepierna, es mi turno de abandonar la tarea impuesta y echar la cabeza hacia atrás de un movimiento brusco.

El sonido que se me escapa es tan vergonzoso como involuntario, pero eso solo hace que, con el pulgar de su mano dominante, Velkan busque mi centro y trace círculos inclementes en el lugar en el que todas mis terminaciones nerviosas convergen.

Casi quiero ponerme a gritar de la frustración cuando introduce uno de sus dedos largos en mi interior y comienza a acariciarme.

Velkan me conoce. Sabe cómo tocarme. De qué manera puede enviarme al borde de mis límites con solo el poder de sus manos.

—Te dije que te arruinaría, Lyena —susurra en voz tan ronca, que apenas puedo reconocerla como suya—. No voy a permitir que nadie te haga sentir lo que sientes por mí.

Mis manos tiran de su cabello y me obligo a mirarlo mientras que reprimo un gemido involuntario.

—Lo único que siento por ti es odio —replico y me sorprende lo acompasada y compuesta que sueno, dadas las circunstancias.

Los ojos del vampiro se oscurecen.

—Ódiame toda la vida, entonces —introduce otro dedo en mi interior y la sensación es tan intensa, que echo la cabeza hacia adelante para recargarla en el hueco entre su cuello y su hombro—. Toda la eternidad, si es necesario...

Su pulgar me presiona con fuerza y sus dedos se curvan en mi interior.

Los movimientos distan mucho de ser delicados, pero tampoco son dolorosos. Ejercen la fuerza suficiente como para hacerme saber que él es el que lleva el control de la situación —pese a que soy yo quien se encuentra a horcajadas sobre él—, pero no tanta como para hacerme daño.

En ese momento, las palabras se terminan. Toda oración congruente se fuga de mi cerebro en el instante en el que sus caricias toman un ritmo constante e intenso.

Pronto, me encuentro moviendo las caderas para encontrar su toque; gimiendo en contra de mi voluntad, aferrándome al fino material de la camisa que lo viste, sintiéndome llegar a ese lugar al que solo él es capaz de llevarme.

Los muslos me tiemblan y quiero cerrar las piernas debido a la abrumadora sensación previa al orgasmo que empieza a invadirme, pero Velkan gruñe una negativa y me sostiene una rodilla con la mano que tiene libre para impedir que lo aparte.

Estoy a punto de desfallecer. Estoy a punto de deshacerme aquí, sobre él; sin embargo, cuando la oleada de placer está a punto de golpearme, se detiene.

Un sonido a mitad de camino entre la frustración y el enojo me abandona, y trato de apartarle la mano que mantiene presionada contra mi feminidad —aún con los dedos en mi interior—, pero me lo impide.

Entonces, reanuda la tortura.

Un sonido roto y entrecortado me abandona y siento cómo sus dientes me raspan el cuello cuando me besa ahí.

Mis manos desesperadas se deshacen de la capa que lo viste y, sin importarme cuán costosa luzca la camisa que lleva encima, tiro de los botones hasta que saltan por toda la habitación y dejan su pecho descubierto.

Mis dedos acarician sus pectorales y llegan hasta su abdomen firme antes de que trabaje en la botonadura de sus pantalones.

Cuando mis manos encuentran con la piel suave de su erección, lo siento estremecerse. Entonces, lo envuelvo y comienzo a acariciarlo con el mismo ahínco con el que él me acaricia a mí.

Puedo sentir el placer haciendo su camino por todo mi cuerpo cuando nuestros ojos se encuentran una vez más, y casi quiero amenazarlo con cortarle el cuello si vuelve a privarme del orgasmo, pero apenas puedo soltar un quejido entrecortado cuando vuelve a detenerse.

Hago amago de bajarme de encima de él, pero no me lo permite. Me sostiene con tanta fuerza, que es imposible moverme.

—No te atrevas a hacerme eso de nuevo —amenazo, cuando reanuda el ritmo de sus caricias.

—Confía en mí, Lyena —ordena, pero suena más a una súplica.

—Nunca —refuto y él curva sus dedos un poco más al tiempo que suelta un gruñido.

—¡Ah! ¡V-Velkan! —Se me escapa, pero no me hace daño. Es solo que la sensación es tan abrumadora, que no puedo evitar suplicarle. Aún no sé qué diablos estoy suplicándole, pero lo hago de todos modos.

—Ya casi, preciosa —susurra—. Déjate llevar. No lo pienses tanto. Voy a llevarte ahí. Lo prometo.

Cambia el ritmo de su caricia y me falta el aliento.

Un balbuceo incoherente me abandona cuando trato de responder y una especie de grito me abandona cuando vuelve a detenerse mientras estoy a punto de llegar. Esta vez, sin embargo, puedo sentir cómo algo corre por mi centro. Entre mis piernas.

—No lo contengas —Velkan gruñe, reanudando su caricia—. Dámelo todo, Lyena.

Esta vez, cuando vuelve a acariciarme, no puedo contenerlo demasiado. No puedo hacer otra cosa más que gimotear algo ininteligible y aferrarme a él con todas mis fuerzas.

Mi primer impulso es el de apartarle la mano y cerrar las piernas con brusquedad, pero él me lo impide justo a tiempo cuando siento la oleada de placer, seguida de la sensación húmeda que me abandona la entrepierna.

La vergüenza es lo siguiente que me embarga cuando, aún sin dejar de temblar de pies a cabeza, me doy cuenta de lo que acaba de pasar.

Velkan trata de seguir acariciándome, pero lo detengo.

—¡No! —suplico—. Lo siento. Y-Yo...

Él niega con la cabeza, al tiempo que saca los dedos de mi interior y se los lleva a la boca para saborear con la lengua lo que acaba de provocarme.

—No te disculpes por esto, Lyena —dice, sin dejar de mirarme a los ojos—. Era justo lo que quería.

Entonces, me pone los dedos sobre la boca para que pruebe mi propio sabor.

Mi lengua se pasea por sus dedos con timidez y veo cómo su mirada se oscurece varios tonos cuando lo hago.

Entonces, introduzco su dedo índice en mi boca, al tiempo que libero su erección de la prisión de sus pantalones para acariciarlo.

Las caderas de Velkan se alzan para encontrar mi caricia y sus ojos se cierran con fuerza cuando utilizo los dientes para raspar la yema de su dedo.

Acto seguido, bajo de su regazo y me instalo entre sus piernas. Me mojo los labios. Lo miro a los ojos... Y lo tomo con la boca.

Velkan echa la cabeza hacia atrás, al tiempo que deja escapar un sonido a la mitad del camino entre un gruñido y un gemido. Puedo sentir cómo sus caderas se alzan cuando lo acaricio con la lengua y siento cómo sus dedos se enredan en la trenza que llevo en el cabello para apartarme... o acercarme. Él tampoco parece tenerlo muy claro.

Una palabrota muy impropia de alguien de su posición social se le escapa cuando, con una mano, le acaricio, mientras que con la boca lo beso, justo como me enseñó que le gustaba hace unas cuantas semanas.

Cambio el ritmo de mi beso, así como el de la forma en la que bombeo su erección y, justo cuando creo que necesitaré apartarme para recuperar el aliento, Velkan gruñe y se aparta con brusquedad.

—No... —apenas puede pronunciar cuando, de un movimiento, me obliga a incorporarme y me tumba sobre la cama—. No voy a correrme en tu boca, Lyena. No hoy.

Entonces, sin darme tiempo de replicar, me besa. Me besa con avidez y profundidad. Me besa con fiereza y enojo mientras que se deshace de la bata, el camisón y la ropa interior que me puse antes de dormir. Me besa hasta que tiene que trabajar en la tira de cuero que sostiene la daga y, cuando llega a ella, se deshace del nudo con mucho cuidado y desenfunda el arma.

—Fue él, ¿no es así? —inquiere, echándole un vistazo al grabado del arma.

Niego con la cabeza, confundida.

—Bogdan te la dio —dice, mirándome a los ojos, pero no suena enojado—. No existió alguien más. Fue Bogdan el que trabajó para la familia Jivan, ¿no es así?

Trago duro.

—¿Importa? —inquiero.

—No —Velkan responde, al cabo de unos instantes de silencio—. No ahora.

Acto seguido, lanza la daga de un movimiento descuidado hacia la mesa de centro de su habitación.

El metal hace un sonido estridente al chocar contra la corona que descansa sobre ella, pero a Velkan no parece importarle en lo absoluto. Es como si, para él, su corona y mi daga estuviesen hechas del mismo material y valieran lo mismo.

El hijo del rey termina de desvestirse sin apartar sus ojos de los míos y, cuando está ahí, completamente desnudo y glorioso delante de mí, se inclina una vez más, de modo que el peso de su cuerpo está sobre el mío y el peso de su erección me cae en la entrepierna.

Nuestros ojos se encuentran.

Los suyos llamean y me observan con una intensidad que me hace ruborizarme por completo.

—A partir de esta noche, Lyena, eres mía —dice, con una seriedad que me eriza los vellos del cuerpo—. No me importa cuántas veces trates de negártelo a ti misma. Tampoco me importa cuánto me odies. Eres mía, Lyena.

Entonces, vuelve a besarme.

Esta vez, mientras lo hace, sus manos se deslizan por todo mi cuerpo. Me acarician el cuello, los brazos, la cintura, los pechos... Se toman su tiempo trazando caricias suaves en mis muslos y, para cuando su boca sigue el trayecto que sus manos trazaron, estoy estremeciéndome entera debido a la cantidad apabullante de sensaciones que me invaden. Estoy suplicándole que vuelva a tocarme. Que vuelva a regalarme otro orgasmo intenso como el que me hizo sentir hace —lo que se siente como— una eternidad.

—Velkan... —pido, cuando su lengua se pasea peligrosamente cerca de mi centro, pero no llega a tocarlo.

Una risa cruel lo abandona y casi le cierro las piernas en la cabeza antes de que, sosteniéndome ahí para él, me bese ahí. En el centro de todas mis terminaciones nerviosas. En el punto más sensible que tengo.

Mi boca se abre en un grito silencioso y arqueo la espalda mientras que alzo las caderas y le permito tomar de mí todo cuanto poseo.

Me siento descarada, impúdica y pecaminosa... pero también me siento plena, confiada y segura de lo que está ocurriendo entre este hombre y yo.

Por primera vez en mucho tiempo, me permito el no pensar en las consecuencias de lo que esto podría traerme y me dejo caer al vacío. A este infinito vacío repleto de sensaciones nuevas y placeres innombrables. De gemidos rotos y caricias que te llevan al borde de la locura.

Mis manos tiran del cabello de Velkan con más fuerza de la que deberían, pero a él no parece importarle. La sensación placentera que me invade es tan atronadora, que ya ni siquiera me importa el intentar mantener la boca cerrada. Estoy dejando escapar cada sonido que las caricias del vampiro me provocan. Estoy dejándome llevar porque no sé cuándo podré volver a hacerlo.

El nudo de placer que se aprieta en mi vientre está a punto de estallar. El corazón me late con violencia contra las costillas y los oídos me zumban debido a la adrenalina intensa que me invade.

Un sonido roto me abandona. Le sigue un gemido ahogado. Las piernas me tiemblan... Y el universo estalla en una espiral de placer que me deja sin aliento y me hace caer en picada.

Siento que voy a desmayarme. Que en cualquier momento voy a desfallecer. Es por eso que ni siquiera me percato de que Velkan ha trepado hasta arriba para besarme antes de incorporarse y colocarse entre mis piernas.

Nuestros ojos se encuentran. Siento su erección en mi entrada y, pese a que aún no termino de recuperarme del orgasmo previo, siento un nudo en el estómago. En el pecho.

Hay duda en su mirada. Está preguntándome si puede hacerlo... Y yo solo puedo regalarle un asentimiento aterrorizado.

Traga duro. Yo también lo hago. Se frota contra mí. Me falta el aliento... Y, entonces... empuja.

Su erección se desvía y hago una mueca. Velkan vuelve a frotarse. Esta vez, lo hace con más lentitud, bañándose a sí mismo en los fluidos de mi cuerpo. Entonces, lo intenta de nuevo.

Los músculos ceden, el dolor repentino me invade, un sonido roto me abandona y, de pronto, todo dentro de mí se entumece. Tomo una inspiración profunda porque la sensación es invasiva. Porque Velkan es más grande de lo que esperaba y mi cuerpo parece intentar adaptarse a su tamaño sin mucho éxito.

Sus labios buscan los míos y lo beso. Lo beso y me aferro a él. A sus brazos. A su pecho fuerte y firme.

Cuando nos apartamos, nuestras respiraciones entrecortadas se mezclan y me obligo a mirarlo cuando me susurra que lo haga.

—Si duele, pararé. Solo tienes que pedirlo —dice, con la voz ronca y entrecortada y asiento porque no confío en la mía para responderle.

Entonces, empieza a moverse.

Quejidos suaves me abandonan, pero no hay dolor. Los envites son lentos y pausados, así que me dan la oportunidad de acostumbrarme a la sensación invasiva que me embarga.

Nuestras caderas chocan y ambos tratamos de acomodarnos de modo que encontremos el ángulo adecuado para nosotros.

Finalmente, cuando lo hacemos y la invasión deja de ser tan abrumadora, empiezo a relajarme. Empiezo a mover las caderas para encontrar a Velkan en el camino.

La incomodidad va abriéndole paso a la sensación placentera que el ritmo de las embestidas empieza a darme, pero me toma unos instantes más el sentirme cómoda con el ritmo que Velkan impone.

No sé cuánto tiempo pasa antes de que cambie el ángulo en el que nos encontramos pero, cuando lo hace, la sensación se vuelve diferente y un gemido lleno de placer me abandona. Entonces, comienza a moverse con mayor intensidad.

De pronto, la fricción empieza a convertirse en algo tan intenso como placentero y me encuentro alzando las caderas para encontrarme con los movimientos del vampiro.

Velkan me besa, me acaricia, me susurra al oído lo mucho que deseaba tenerme de esta manera y, cuando menos lo espero, los movimientos son tan intensos, que apenas puedo pensar con claridad. Apenas puedo mantener a raya los sonidos involuntarios que me abandonan.

Un gemido particularmente ruidoso me abandona y eso es todo lo que Velkan necesita para incrementar el ritmo de los envites. Es todo lo que necesito yo para dejar escapar otro sonido involuntario, producto del extraño nudo de placer que ha empezado a formarse en mi vientre.

Los dedos de Velkan buscan mi centro y me acarician mientras empuja con más fuerza que antes.

Un grito ronco me abandona y arqueo la espalda en el instante en el empieza a trazar círculos en mi centro.

Nuestras caderas chocan con fuerza, pero no duele en lo absoluto. El placer que se construye en mi vientre es atronador y un balbuceo incoherente se me escapa cuando Velkan empieza a embestir en serio.

—Voy a correrme, Lyena —Velkan susurra contra mi oído y la única respuesta que puedo darle es un gemido entrecortado.

Su pulgar presiona con fuerza y la sensación es tan abrumadora e intensa, que apenas puedo contenerla. Apenas puedo alargar unos instantes más el orgasmo intenso que me azota de repente.

Siento cómo todos los músculos de mi cuerpo se contraen antes de explotar. Como las piernas me tiemblan de manera incontrolable mientras que él embiste con brutalidad y gruñe antes de tensarse por completo.

Cuando se desploma sobre mí, sigo sin poder respirar. Sigo sin poder pensar o dejar de temblar de pies a cabeza.

—Dime, por favor, que no te hice daño —Velkan susurra, con la voz rota debido al esfuerzo físico.

No puedo responder, así que niego con la cabeza.

—Dime, por favor, que esto no es todo lo que tienes —respondo, para aligerar el ambiente y él suelta una risotada ronca y profunda.

—Ni siquiera hemos empezado, Lyena —Velkan asegura y, se incorpora ligeramente, de modo que su miembro, aún erecto, se introduce un poco más en mi interior. Un sonido roto me abandona al instante y él suelta otra risa suave que me calienta el pecho.

—Eso espero —digo, pese a que apenas puedo pensar con claridad y, entonces, se inclina para besarme.


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¡Hola! 

Ha pasado un tiempo, ¿no es así? 

Me disculpo un montón por la demora. Les cuento, para aquellas que no me siguen en redes (síganme, así no se pierden de las noticias y avisos), que me enfermé de dengue y estuve indispuesta por alrededor de 2 semanas. ¡Pero ya estoy mucho mejor! Y, en compensación, les he preparado un mini-maratón. 

Este es el primero de 2 capítulos que subiré hoy.  Aquí se los dejo. El segundo, lo subo por la noche, ya que mi pulga inquieta se duerma.

¡Lamento muchísimo la tardanza! Espero que se disfruten mucho estos capítulos. ¡Y pónganle preservativo a Sangre y Niebla porque se viene fuerte! *daba duns* (Mal chiste. Ríanse por favor)

¡Mil gracias por leer!

-Sam.

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