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XX Para ti, soy «Su Alteza Real»

No me muevo. No aparto la vista del chico de cabellos oscuros y aspecto peligroso que observa a su hermano mayor como si estuviera dispuesto a arrancarle la cabeza de ser necesario. Me atrevo a decir que ni siquiera respiro como se debe.

Por el rabillo del ojo, veo cómo Mircea esboza una sonrisa lenta y perezosa, pero no hace ademán de moverse o apartarse de mí.

—No sabía que lo tenías en ti, hermanito —pronuncia.

—¿El qué?

—La ira. El fuego. La sangre caliente que corre por la familia Muresan —Mircea replica, al tiempo que se aleja de mí para acercarse a su hermano—. Creí que solo eras... niebla. Como tu madre.

El corazón me da un vuelco furioso cuando noto cuán tenso se pone Velkan ante la mención de su madre.

—Atrévete a decir una sola palabra sobre tu reina y me encargaré de que te cuelguen a las puertas del castillo en Bucarest. —Suena sombrío, pero la sonrisa que el príncipe de ojos carmesí esboza, es tan afable como discordante.

—La reina Ozana era una gran mujer, Velkan —Mircea responde—. Jamás me atrevería a pronunciar algo malo sobre ella, pero... si somos sinceros, ella era más... pragmática. Menos visceral, como padre o Emilian, y más como... . —Hace una pausa—. Inteligente. Prudente... Peligrosa.

—Supongo, entonces, que soy ambos —Velkan responde, encogiéndose de hombros—. Sangre y niebla. Fuego y hielo. Como quieras llamarlo.

—Quizás un poco más fuego y sangre, que niebla y hielo. Tomando en cuenta que, gracias a ella —El príncipe de los cabellos rubios me mira de soslayo—, te has vuelto descuidado.

—Y un poco estúpido. Sí. Lo admito —Velkan sonríe—. Y, de todos modos, me importa un bledo. Te quiero lejos de ella. Lo que sea que desees saber al respecto, háblalo conmigo. Yo te daré las respuestas que buscas.

—¿También me dirás qué con qué clase de veneno atacó a Lord Fane? ¿Qué hacía ella con una sustancia así de peligrosa? ¿Si ha sido o no enviada por alguno de nuestros enemigos en la capital? —Con cada palabra que pronuncia, Mircea suena más molesto—. Necesito hablar con ella, Velkan. Te guste o no.

—Lyena ha trabajado en este lugar toda su vida —Velkan refuta—. Su madre llegó pidiendo trabajo cuando estaba embarazada. Ella no conoce otra vida fuera de este castillo. ¿De verdad crees que forma parte de alguna especie de conspiración?

La risa burlona que suelta, hace que me escueza el pecho, pero no es eso lo que me pone alerta. Es todo lo que sabe sobre mí lo que lo hace. Jamás le he mencionado nada sobre la llegada de mi madre a este lugar. El cómo crecí viéndola trabajar, para después hacerlo yo misma.

Velkan conoce más sobre mí de lo que pensaba, y no puedo evitar preguntarme cuánto sabe sobre cada una de las personas que trabajamos dentro de este castillo.

—Te sorprendería, Velkan, lo sencillo que es comprar la lealtad de alguien. Sobre todo, cuando no se conoce otra cosa más que carencias.

Velkan da un paso más cerca de nosotros.

—¿Por qué estás haciendo esto, Mircea? —Velkan inquiere—. ¿Por qué estás aquí, metiendo las narices en mis asuntos cuando tienes cosas más importantes en las que ocupar el tiempo?

—Lord Fane fue envenenado mientras que padre recibía amenazas de muerte. —Mircea parece perder un poco la compostura, pero sigue sin elevar el tono de su voz—. Por supuesto que tenía qué ocuparme de esto también; ya que, por lo visto, tú no estás pensando con claridad.

—Lord Fane no fue envenenado —Velkan espeta, con violencia.

—Ah, ¿no?

—No —Velkan refuta—. Fue atacado con un crucifijo de plata.

¿Plata?

El príncipe de los ojos carmesí asiente.

—¿De dónde sacó ella un crucifijo de plata?

—De mí. —La declaración de Velkan hace que el corazón se me estruje en el pecho, pero el príncipe luce impasible—. Yo se lo di... Y yo lo saqué del mercado negro.

—¡Velkan, por el amor de Dios, a quién quieres engañar! —Esta vez, Mircea suena desencajado—. ¡¿Para qué diablos necesitas tú un maldito crucifijo de plata?!

—¡Para dárselo a ella! —Velkan estalla—. ¡Para mantenerla a salvo de todos los que son como nosotros! ¡Para eso lo necesito!

Se hace el silencio.

Mircea contempla a su hermano como si hubiese perdido la cabeza. Como si Velkan fuese una abominación o algo por el estilo.

—Yo le di instrucciones de utilizarlo con quien fuera que osara a atentar contra su integridad. —Cuando Velkan vuelve a hablar, suena sereno y acompasado—. Le dije que asumiría las consecuencias de portar plata y así lo he hecho.

—Mintiéndole a tu futuro rey y a su mano derecha.

Silencio.

—Velkan, ¿te das cuenta de lo que podría pasarte si alguien se entera de que has introducido plata a Valaquia? —La voz de Mircea suena ronca e incrédula—. Ni siquiera padre podría protegerte, ¿lo entiendes?

—Por supuesto que lo entiendo, Mircea, no soy un imbécil.

—¡Entonces por qué actúas como uno!

Mircea se lleva las manos a la cabeza y niega con lentitud, tratando de asimilar todo lo que está ocurriendo.

—¿Quién demonios te vendió la plata? —pregunta, al cabo de un largo momento.

—Un traficante Serbio que estaba de paso. —La forma en la que Velkan miente, con una facilidad aterradora, me eriza los vellos de la nuca; pero sigo sin entender por qué está haciendo todo esto. Por qué está protegiéndome del modo que lo hace.

—Te has tomado muchas molestias por una simple criada... —Su hermano apunta y, con sarcasmo, añade—: No me digas que estás enamorado.

Esta vez, el silencio que le sigue a las palabras de Mircea es denso y pesado.

Velkan no responde. Solo mira a su hermano fijamente, mientras que yo, sin darme cuenta, contengo el aliento.

—Me lleva el demonio. ¡Estás enamorado! —Mircea suelta, en medio de una risotada incrédula—. ¡Y de una criada, nada menos!

La forma en la que Velkan mira a su hermano, inexpresivo y estoico, hace que el pecho me arda debido a la colisión de emociones que me embarga en ese momento.

No sé si está mintiendo para salvar su pellejo y el mío, pero, de todos modos, no puedo controlar el latir desbocado de mi corazón.

Mircea niega con la cabeza.

—¿Por eso la convertirse en tu concubina? ¿Para hacerle creer a todo el mundo que estabas castigándola por haber atacado a Lord Fane y, de paso, poder hacer con ella lo que te plazca?

Velkan se encoge de hombros.

—Un movimiento arriesgado, pero que me funcionó como debía.

Mircea niega una vez más.

—No te lo puedo creer —dice—. Eres un idiota, Velkan.

—Y tú un entrometido, Mircea. —Velkan responde—. Ahora, por favor, deja por la paz el asunto de Lyena y enfócate en lo que de verdad nos interesa: el ascenso de Emilian al trono.

—Eres consciente de que lo tuyo con esta chica no puede durar, ¿no es así? —Por primera vez desde que llegó Velkan, Mircea se digna a mirarme—. Por muy enamorado que estés, te debes a la corona y, como tal, debes casarte con alguien de cuna noble.

—Y, llegado el momento, cumpliré con mi deber con el trono. —El príncipe de los ojos carmesí luce serio. Casi molesto—. Deja de preocuparte por mí y ocúpate de lo que debes.

Mircea suspira antes de dirigir su atención hacia mí.

—No te ilusiones demasiado, muchachita ingenua —me dice, antes de hacer un gesto en dirección a la salida del lugar y hacer un gesto en su dirección—. Puedes retirarte.

Yo, sin esperar a que nadie diga nada más, me encamino a toda velocidad a la salida.


No sé cómo llego a mi habitación. Tampoco sé cuánto tiempo pasa antes de que el temblor de mis manos disminuya y el latir desbocado de mi corazón se ralentice. De cualquier modo, la sensación de peligro que me embarga no me deja tranquila.

La conversación con Mircea no deja de taladrarme en la cabeza y lo que presencié entre él y Velkan me preocupa en demasía. No sé en qué posición nos ponga lo que su hermano acaba de descubrir, o qué pasará ahora que Velkan se ha culpado sobre todo lo que le ha pasado a Lord Fane. Mucho menos sé si Mircea ha creído una sola palabra sobre lo que su hermano ha dicho.

Una parte de mí no deja de repetirme una y otra vez que no debí de haber asistido a esa reunión sin antes haber puesto a Velkan sobre aviso, pero otra, no deja de decirme que esa uno era una opción viable.

Cierro los ojos, al tiempo que me siento sobre la cama. Un suspiro entrecortado me abandona y, justo cuando estoy a punto de tirarme sobre el colchón, las puertas de mi habitación se abren con brusquedad.

El corazón me da un vuelco en ese momento y me pongo de pie de inmediato. Por instinto, me llevo la mano al agujero en la falda y tomo la empuñadura de la daga que llevo atada a la pierna solo para descubrir que, quien ha irrumpido de manera abrupta, es Velkan.

El alivio que me invade es casi tan grande como las ganas que tengo de abrazarlo, pero no lo hago; me quedo aquí, quieta, mientras lo observo contemplarme de arriba abajo con expresión severa. Me atrevo a decir que... molesta, incluso.

—¿Se puede saber en qué demonios pensabas? —La voz ronca y furiosa del príncipe es como una bofetada en la cara, pero me mantengo quieta mientras que continúa—: ¡¿Cómo se te ocurre reunirte con Mircea?!

Sacudo la cabeza en una negativa.

—¿Y qué se supone que debía de hacer? —digo y odio la forma en la que me tiembla la voz—. ¿Desobedecerle? Era la orden de un príncipe. Por supuesto que no podía rehusarme a acudir a su llamado.

—¡Y de todos modos debiste de haberme dicho algo antes! —espeta.

—¡¿Cómo?! ¡¿Yendo a buscarte a tus aposentos?! —refuto de vuelta—. En el momento en el que lo hubiera hecho, tu hermano habría sabido más sobre nuestra relación que con cualquier conversación que hubiésemos entablado.

—¡Él ya lo sabía todo! ¡Desde antes de que fueras a verlo! ¡Solo quería confirmarlo! ¡No habría hecho diferencia el que me hubieses buscado antes o no! —Velkan eleva el tono de su voz—. ¡¿Es que acaso no lo entiendes?! Mircea no mueve una sola pieza de su tablero sin saber qué harás tú después. Te metiste en la boca del lobo por puro maldito gusto.

—¡¿Y yo cómo iba a saberlo?! ¡¿Cómo iba a saber que tu hermano ya lo sabía todo?! —Niego una vez más—. Estás acusándome injustamente. Yo no lo conozco como tú.

—¡Precisamente por eso te lo advertí antes! ¡Mircea no es alguien de fiar! ¡Y de todos modos, decidiste que era una maldita buena idea el exponerte de la manera en la que lo hiciste! —Se lleva las manos a la cabeza en un gesto cargado de frustración—. ¡Me hiciste quedar como un pelele debilucho delante de él! ¡Delante de todo el condenado personal del castillo porque tuve que correr desde las caballerizas hasta el estudio para impedir que mi hermano te viera la cara de tonta! ¡¿Tienes una idea de lo que se debe de estar cotilleando en los pasillos?!

Siento las lágrimas picando en mi mirada, pero me las arreglo para contenerlas.

—Para ser alguien que se jacta de ser la oveja negra de la familia, te importa demasiado lo que piensan de ti —digo, con la voz enronquecida por las emociones.

—Lo hace cuando lo que se piensa de mí es debilidad —Velkan responde, igualando mi tono ronco y profundo.

Se hace el silencio.

—Que sea la última vez que me dejas en ridículo, Lyena —suelta, con brusquedad, al cabo de un largo momento.

—¿Yo te dejé en ridículo? —refuto, y sueno más indignada de lo que pretendo—. El que se ridiculizó fuiste tú. En ningún momento te pedí que fueses a ayudarme.

Su mirada se oscurece varios tonos.

—Tienes razón —dice, al cabo de unos instantes de tenso silencio—. El estúpido soy yo. La próxima vez dejo que te torturen y te decapiten por traición a la corona.

No me da tiempo de replicar nada, ya que se gira sobre su eje y se echa a andar en dirección a la salida de la habitación; sin embargo, se detiene antes de abrir las puertas.

Me mira por encima del hombro.

—No quiero verte en un buen rato —dice y, esta vez, suena tan frío, que el corazón se me estruja con violencia—. No te cruces por mi camino. Quedas exenta de tus responsabilidades hacia conmigo hasta nuevo aviso.

—Velkan...

—Para ti, soy «Su Alteza Real» —me corta de tajo—. No olvides tu lugar, Lyena. Tú y yo no somos iguales.

Entonces, sale de la habitación.


***


Esta noche se celebrará otra fiesta en el castillo. Esta, sin embargo, es muy diferente a las que se han llevado a cabo desde la llegada de los hermanos de Velkan.

Es la despedida de los príncipes. Emilian y Mircea regresan a la capital en los próximos días, así que se estará celebrando una despedida para ellos el día de hoy.

El castillo está repleto de los invitados de los príncipes. Toda clase de nobleza ha venido no solo desde Brasovia, sino desde todos aquellos lugares cercanos a Presdet.

Desde hace unas horas, el castillo se ha llenado de movimiento y vitalidad. Tras bambalinas, todo el personal corre de un lado a otro para acomedir a todos los invitados de los hijos de rey y, pese a que todo el mundo parece estar alistándose para la gran velada, yo no he sido informada al respecto.

A estas alturas, empiezo a sospechar que ni siquiera he sido requerida. Estoy casi convencida de que seré confinada a quedarme en mis habitaciones hasta que todo haya terminado y moriré de aburrimiento mientras que todo el mundo celebra allá afuera.

Tampoco es como si la pasara de maravilla alrededor de todas esas criaturas; pero, el hecho de que haya una celebración allá afuera, quiere decir que todo el mundo estará ocupado. Eso incluye a Bogdan y mi madre. No habrá nada ni nadie con quien pueda pasar el rato mientras que todo el barullo termina.

Un suspiro largo se me escapa mientras que salgo de la tina repleta de agua tibia y tomo una bata.

Me digo a mí misma que no debería de seguir esperando por alguna señal de Velkan. Que hace más de una semana que no lo veo para nada y que no debería de guardar esperanzas de aclarar las cosas con él.

Desde aquel fatídico día en el que Mircea me citó en el estudio del ala principal, he sido confinada a los espacios para las concubinas reales. La única diferencia entre ellas y yo, es que, cuando se trata de tomar los alimentos, Anca me pide quedarme en mi habitación.

Sé perfectamente que Velkan ha ordenado que no ponga un pie en el salón comedor en su presencia, así que tiene sentido que no tenga permitido el estar ahí cuando los alimentos son servidos.

Un suspiro largo se me escapa mientras que me siento frente al tocador y observo mi reflejo en el enorme espejo. La imagen que me regresa la mirada es una familiar y diferente al mismo tiempo. La chica que me mira fijo es una a la que conozco a la perfección, pero que no puedo reconocer del todo.

No sé qué ha cambiado en mí. Qué es diferente ahora, pero no puedo dejar de sentirme como si no perteneciera a ningún lado. Nunca lo he hecho, en realidad. Siempre he sido una espectadora. Alguien que observa todo a su alrededor, pero que no logra conectar con nada. Con nadie.

Nunca he tenido una amistad real con nadie. Ruxandra y Daria son lo más cercano que he tenido a una amiga y, de todos modos, sé que para ellas no soy algo ni remotamente parecido a ello. Siempre he podido sentir las barreras altas que pone la gente a mi alrededor, pero nunca he logrado entender el motivo.

Mucho tiempo se lo había achacado al albinismo. A la creencia de la gente de que provengo del averno. Que soy un castigo para mi madre, por haber pecado. Hasta hace poco, creía que la gente me rehuía por eso. El hecho de que Velkan haya visto algo en mí que nadie más lo hacía, me hacía sentir... especial.

De alguna manera, sus atenciones... la forma en la que me hablaba... me hacía sentir que alguien de verdad me miraba a mí. A Lyena. A la simple chica de dieciocho años ataviada con el uniforme de una criada. No a esa criatura peculiar de cabellos blancos y ojos violáceos.

Supongo que ese es el motivo por el cual me aferré a él de la forma en la que lo hice, pese a que sabía que no debía hacerlo. Supongo que ese el motivo por el cual su indiferencia me quema el pecho de la forma en la que lo hace.

Cierro los ojos con fuerza, solo porque las lágrimas comienzan a abrirse camino en mi mirada y, en un intento de ahuyentar los pensamientos tortuosos lejos de mi sistema, me pongo de pie y me encamino hacia el armario.

Mis ojos barren los vestidos preciosos que la modista ha venido a dejarme hace unos días, y el corazón se me estruja solo de pensar que eran para que Velkan me viese en ellos.

Alguien llama a la puerta. Supongo que es la cena.

—Adelante —digo, esperando encontrarme a Jenica o a Daria con mis alimentos.

—Vas tarde para la cena. —La voz de Anca me hace mirar hacia la entrada y, durante un instante, me siento descolocada.

—No he sido requerida para la cena —replico, rebuscando algún camisón para dormir y quitarme la bata de baño.

—Todo el personal ha sido requerido para la cena de esta noche —Anca replica—. Eso, por supuesto, nos incluye a nosotras. A todas.

Niego con la cabeza, sintiéndome un poco aturdida y confundida.

—El príncipe Velkan no quiere verme. Él me dijo que...

—Y el heredero al trono ha ordenado que todo el mundo esté presente en su despedida —Anca me corta de tajo—. Debes darte prisa, porque la cena no debe de tardar en empezar.

Tomo una inspiración profunda, al tiempo que cierro los ojos con fuerza.

De nuevo, me siento entre la espada y la pared. Dividida entre aquello que Velkan me ordenó y eso que uno de sus hermanos ha requerido. ¿Cómo se supone que debo de reaccionar a esto? ¿A quién debo de ignorar?

Dejo escapar el aire con lentitud antes de encarar a Anca.

—Si el príncipe Velkan me manda a cortar la cabeza, solo tú serás la culpable —digo, con cierto reproche en mi tono.

Una sonrisa lobuna se desliza en sus labios.

—Anda ya. Alístate, que tenemos poco tiempo para prepararnos —dice—. Te veo en el comedor.

Entonces, sin darme tiempo de decir nada, sale de la estancia; dejándome aquí, de pie frente al armario, con el corazón hecho un nudo y la cabeza una maraña de pensamientos encontrados.

Trato de no darle muchas vueltas al asunto y me concentro en buscar un vestido. Quiero lo más sobrio que pueda encontrarme, pero lo único que me convence, es un vestido del color del vino.

Lleva el escote pronunciado repleto de encajes negros y cuentas del mismo tono. Las mangas ligeramente abultadas en los hombros se ciñen a mis brazos hasta terminar en las muñecas y el corsé es tan marcado, que da la ilusión de que tengo una figura más estilizada de la que en realidad poseo; y la falda no es tan amplia como las del resto de los vestidos del armario.

Para no tardarme demasiado, me amarro el cabello en un moño en la base de la nuca y dejo caer un par de mechones del frente. Entonces, me aplico un poco de maquillaje antes de echarme un último vistazo en el espejo.

Me digo a mí misma que me veía mucho peor antes y, con ese pensamiento en la cabeza, me encamino fuera de mis habitaciones.


El olor de la comida y las fragancias caras de todo el mundo se mezcla de una manera extraña en el salón principal, y la música festiva no hace más que darle un aura amena a la noche.

La cantidad de vampiros presentes en el castillo es abrumadora, pero me las arreglo para escabullirme entre ellos hasta llegar a donde Anca y el resto de las concubinas se encuentran.

—Tengan mucho cuidado esta noche —escucho a Anca decir—. No se confíen por estar bajo el manto de los príncipes de Valaquia. Nuestro trabajo es arriesgado, nunca lo olviden.

Todas asienten al unísono antes de que la mujer me eche un vistazo rápido.

—Qué bueno que estás aquí —me dice—. El príncipe ha ordenado que te sientes cerca de la mesa principal.

Frunzo el entrecejo.

—¿Velkan ha ordenado eso?

Ella niega.

—Mircea —dice y el corazón se me estruja con fuerza.

—¿Estás diciéndome que ha sido Mircea el que te ha dicho que debo estar aquí? —inquiero, sintiéndome horrorizada y agobiada en partes iguales.

Anca asiente.

—Me dijo que el príncipe Emilian ha pedido que todo el personal del castillo se encuentre aquí. Eso te incluye —resuelve—. También, ha dicho que todas ustedes, las concubinas de su hermano Velkan, deben de estar sentadas cerca de la mesa principal, y pidió que tú, específicamente, estés cerca por si te necesitan.

De pronto, me falta el aliento. Las palabras de Velkan no dejan de hacer eco en mi cabeza y el pánico me atenaza las entrañas cuando me doy cuenta de lo que está pasando.

Mircea está planeando algo y no debe de ser nada bueno.





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