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Capítulo 2: Cumple fallido


Todos sabemos qué es un crush, porque hasta mi papá que es un ángel y tiene todos los años del mundo, lo sabe. Porque sí, le hablé a mi padre de él.

Y sí, me había olvidado por completo de Aitor. 

¡Santos Dominus!

Aunque, esa expresión no queda acá. Puesto que soy la única Dominus. Sería "Santa Domi..."

Me estoy desvirtuando del tema. 

Sus hermosos ojos verdes, casi transparentes me observan desde la pizarra. Dónde la profesora lo está haciendo llenar una hoja de qué se yo. Pudiera saberlo aumentando mi visión o leyendo sus mentes, pero por alguna extraña razón, al verlo... Soy más humana que nunca. Me siento tan débil. Tan mortal...

<<¿Ese no es tu crush?>>

Fulmino a Daria con la mirada.

<<¡Confirmado, es su crush!>>

Ahora se dirige a Agustín como si de un chisme se tratase, el cuál por poco olvido que sigue acá. Me acomodo en mi asiento, ya que no quisiera que Agus se sintiera incómodo por mi estúpida culpa. Porque sé que todavía le gusto. Lo puedo oler. Y eso que no soy un lobo, como él.

—¡Hey! —escucho ese tono de voz que hacía tanto no traspasaba mis tímpanos.

Pero solamente le dedico una sonrisa.

Aitor toma asiento a mi izquierda, entonces tomo un lápiz y garabateo cualquier tipo de que sé yo.

Debería dejar de decir "qué sé yo".

<<Lo que deberías es dejar de estar tan nerviosa, tus ojos están naranja. De nuevo>>

Y no sé cómo, pero siento que estoy sonrojada.

Levanto la mano.

—¿Aeris? —cuestiona la profe.

—¿Puedo ir al baño?

En cualquier segundo mis pulmones olvidarán como respirar.  

La profesora frunce el ceño, pero asiente.

Torpemente me levanto del asiento y salgo de allí.

Me recuesto en la pared de afuera del aula de clases y me deslizo por ella dejándome caer al suelo. Algunos estudiantes que se dirigen a sus labores me observan extrañados, y hasta piensan sí me encuentro bien. Yo solamente abrazo mis rodillas y coloco mi cabeza escondida en mis brazos. Quiero llorar.

¡Qué cumpleaños más desdichado!

  —¿Estás bien? —de nuevo él.

Tardo unos segundos, pero subo el rostro y ahí está. El sonriente y hermoso Aitor. 

Me tiende su mano derecha, y la sostengo poniéndome de pie.

—Estoy bien... Solo... Tuve una mala noche —sorbo de mi nariz.

 —¿Quieres beber algo?

Niego.

—Debo ir al baño.

Y allí lo dejo, de pie. Un poco confundido. Mis oídos escuchan sus pasos detrás de mi, y aquello sí me perturba un poco. 

Me detengo justo cuando voy a entrar al baño de chicas y le hablo:

—¿Qué quieres? —no me doy vuelta, es que si lo veo caigo.

—Hablarte...

—¿Por qué ahora? —bufo.

—Es el tiempo.

Sostengo el pomo de la puerta con mucha fuerza y la abro, antes de perderme de su visión añado:

—El tiempo pasó hace mucho, Aitor.

Cierro de un portazo y me siento en el retrete a llorar, de nuevo.

Y ustedes dirán, pero si ella no hacía más que quererlo a él. Y pensar en él, y bla, bla.

Bien pues, me decepcionó. Prometió que escribiría y nunca más lo hizo. Yo siempre era quien escribía. Y no debe ser así, las cosas deben recíprocas.

La puerta del baño se abre y Daria aparece, con su mochila y la mía.

—Ten, la profe nos dejó salir antes.

Se ubica de frente a uno de los espejos, y aunque se refleja su verdadera alma demoníaca de lobo, se arregla como si esa figura negra y maléfica no estuviera frente a ella. 

—¡Gracias a Dios! Entonces debería aparecerme en casa.

Ella se da vuelta hasta mi con una expresión seria en el rostro.

—¿Qué sucede?—reclamo.

—Aitor está afuera, esperándote. 

—¿Qué?

—Sí, y deberías arreglarte.

—¿Cómo?

—Así como lo oyes, ten —toma de su bolso polvo compacto y algo de labial— te los presto.

Con mi mano derecha se los devuelvo rechazando aquello.

—¿Por qué debería arreglarme? —estoy bien, creo.

Lo certifico mirándome al espejo, y no. Estoy terriblemente desaliñada. Es por andar llorando como nena de cinco años. Estás cumpliendo diecisiete, no cinco.  

—El chico te tiene una sorpresa, no lo arruines.

Niego con la cabeza.

—¡NO! —me altero— ES QUE NO...

Trago saliva. Debo calmarme y no dejar que me afecte, ya me veo en el espejo los ojos con ese tono naranja que me molesta tanto ya. Creo que el naranja dejará de ser mi color favorito. 

—No puede venir acá y hacer como si no han pasado años desde que nos vimos, desde que hablamos. No. Él se fue, sin aviso y ahora pretende que todo está normal. 

—Debe tener alguna explicación...—intenta defenderlo.

Con un ademán de mi mano le indico que no hable más.

—Mira... Daria, el que quiere puede. Y él ni siquiera se molestó en enviarme un mensaje diciéndome que estaba vivo, y menos para saber si yo vivía. Así que no creo que haya explicación que justifique eso.

Daria agacha la cabeza.

—Lo siento... Es que...—sus ojos se humedecen— Es lo que me quiero hacer creer, que para todo esto existe una explicación. ¿Sabes? Yo tampoco sé nada de Kyle, eso me mata. Me gustaría pensar que lo tuyo sí tiene solución. 

Me acerco hasta ella para abrazarla, y también bloqueando mis pensamientos. Sí llega a saber lo que sucedió anoche con él...

—Hueles...—ella se separa de mi— Quieres decirme algo, hueles a culpa.

¡MALDITOS LOBOS!

Te ordeno que me dejes sola.

Y en contra de su voluntad y fulminándome con la mirada, Daria toma sus cosas y sale. 

Me sostengo con fuerza del lavabo, sin percatarme de que tengo trozos de cerámica en mis manos. Mejor salgo de aquí antes de que queme la escuela.

Los pasillos lucen callados, y tranquilos. Todos deben estar en el estacionamiento. Camino hasta una de las salidas, y me doy cuenta de que he pasado por el aula dónde ocurrió lo de Emma. Regreso para fijarme en lo que hay dentro. Ojalá su alma esté descansando en paz. No me perdonaría saber que está en el infierno, porque hasta su muerte inesperada fue mi culpa. Todo lo malo que les ha sucedido a quiénes me rodean es por mi. 

—Eres la Dominus —escucho una dulce y tierna voz a mis espaldas, dejo de observar adentro del aula clausurada y me volteo.

Es una nena de unos trece años observándome con sus enormes ojos de color avellana. Tiene una mochila y mejillas coloradas, su cabello está húmedo y ceñido a su cuello como si hubiera corrido una maratón.

—Sí, soy el Dominus. ¿Y tú eres?

La niña se encoge de hombros.

—Quién tu quieras que sea.

—¿Perdón? —expreso confundida.

La niña permanece de pie frente a mi sin articular palabra. Quiero leer su mente, pero no puedo. No hay nada en ella. Es como si...

De inmediato tomo el sarcófago y al verme en esto, la dulce y tierna niña, voltea sus ojos haciendo que queden completamente en blanco. Ya me lo esperaba. 

  —Eres un demonio de rapiña, maldito mataste a esa niña.

La risa del ser maligno invade la sala, y las pocas luces que quedaban encendidas en los pasillos se apagan. 

Tipo película de terror, pero lo que no sabe es que puedo ver perfectamente en la oscuridad.

—No funcionará nada de lo que hagas, ¡Te ordeno qué te reveles y me digas tu nombre!

Escucho un chillido ensordecedor, como si estuvieran pasando uñas afiladas por una pizarra. Lo más preciado de un demonio, es su nombre. Si sabes eso, tienes el poder de destruirlo o de manipularlo a tu antojo. 

—¡Vamos, te lo ordeno! —ya me estoy alterando.

Quiero ir a dormir.

El ser comienza a balbucear palabras en latín, que al principio me cuesta interpretar, pero luego traspasan mis oídos de la forma más sutil y clara. Es como si yo conociera dicho lenguaje. A veces me pregunto, ¿Habrá algo qué yo no sepa?

El demonio dice su nombre entre tantos balbuceos y de inmediato lo llamo por el mismo, ordenándole que entre al sarcófago de una buena vez. 

Ya quiero dormir, mierda.

Costó mucho que se dejara introducir al sarcófago, pero después de mucho esfuerzo y miles de improperios, pude.

Me peino y desaparezco de aquí. 

💥

En casa hay completa paz. Todos deben estar en la secundaria, esperando a que salga para irnos. Pero lo que no saben es que yo me adelanté a los hechos. Me vine a casa sin avisar. 

Me tumbo en la cama y me arropo con mi cobija azul. Es de Patrick, pero como no está la utilizo para tener el aroma de mi tonto y abandonador hermano. 

¡Patrick!

Cierro los ojos y recuerdo todos esos cumpleaños en familia, que aunque mamá y papá tuvieran ya algún tiempo separados, siempre fueron lindos momentos. Me habían dicho una vez, que cuando uno muere es eso lo que se lleva. Los recuerdos, bien sean buenos, malos o regulares. Todos se van contigo al otro plano. Y quiero creer que es así. La pregunta que me hago es...

¿Acaso yo puedo morir?

—Aquí estás —escucho a Agus del otro lado de la puerta.

—¿Dónde más iba a estar? —expreso con desdén, todavía tendida en la cama.

Estoy hecha un ovillo, qué cumpleaños tan terrible. Qué vida tan horrenda.

—Pues últimamente te la pasas en la tumba de Abdón, eso me hizo pensar que ibas a estar allá.

—Pues ya ves, aquí estoy.

Me acomodo en la cama, cierro los ojos intentando dormir. 

—¿Tu amargura se debe a ese chico, verdad? —ya me lo puedo imaginar recostado del umbral de la puerta.

—Termina de pasar, ya que quieres chismear como comadre en desgracia—a éste chico le encanta el chisme. 

La puerta se abre y Agustín toma asiento en la orilla de mi enorme cama. Cruza las piernas como un viejito el cual quiere escuchar algo, muy atento. 

—¿Por qué huyes? No parecen cosas tuyas —por fin rompe el silencio.

—¡Ay, por Dios! ¿Qué más puedo hacer? No quiero ser la loca maniática que le reclama por haberme dejado sola, deduzco que él sabe lo que hizo mal. No tengo porqué repetírselo. ¡Debe saberlo!—recalco. 

Suena sus dientes.

—Te equivocas, los hombres somos muy tarados. 

Frunzo el ceño y me siento de golpe en la cama para poder verlo mejor. Quizás tenga una razón lógica de todo esto. 

—Explica —mi voz suena ansiosa.

—Tal vez él no ha notado que el hecho de que no te haya escrito en todo éste tiempo, te hizo daño. Así de idiotas somos. Lo vemos como algo normal, quizás el asumió que como tu no le escribiste... No querías saber nada de él —concluye.

—¿Qué? ¡Eso es absurdo! —refuto— Él sabe que me importa... Yo hasta incluso le iba a dar mi...

Pero me detengo, no es algo que deba hablar con él. Quiero decir, no es mi mejor amigo. Aunque con todo éste tiempo cuidándome se podría decir que ocupa un lugar muy especial en mi vida. Pero igual, no es un tema que debería estar tocando con él. 

—Tu primera vez —se coloca una mano sobre el mentón— no deberías... Es tu crush, tu primer amor. La mayoría de las veces esos amores no llegan a nada. Te lo dice alguien que tiene más de seiscientos años de vida.

Me guiña el ojo.

—Ahora—, se estira en la cama a mi lado —hazte a un lado, quiero dormir.  

Me tenso un poco, pero me arrimo. Dejo que se ponga como a mi costado y en definitiva el cansancio no es algo que me ayude a dormir. No puedo pegar el ojo. Y apenas son las cuatro de la tarde.

—¿Qué quieres hacer?—murmura.

Me giro a observarlo, extrañada.

—Tus pensamientos... Tu olor. Estás ansiosa, Aeris—. Añade. 

—Bien, pues... Quisiera intentar invocar a papá, o hablar con Kristy para que me deje ver a Patrick... Es que...

Me quedo callada, siento ese nudo en el cuello. Ese que aparece cuando estás a microsegundos de llorar.

—¿Te sientes sola aún con nosotros a tu lado?

Se gira para poderme ver.

Y como él no lo esperaba... 

Asiento.

Suspira y coloca su mano sobre mi mejilla, consolándome.

—No deberías, ese hechicero te podría ayudar con tus pesares. Se dice que las brujas y magos son excelentes amando.

Pero no comprendo lo que dice.

—¿Mago? ¿Cuál mago?—frunzo el ceño y las lágrimas que tentaban con caer, desaparecen de mi organismo.

Como si las hubiera absorbido. 

—El chico de hoy—, insiste—el nuevo. Es un mago. Creí que lo habías notado.

Doy un salto en la cama de golpe.

—¿Aitor?

Agustín asiente con fastidio en su rostro.

—Sí. Tiene las marcas, creí que podrías verlas...

—¿Marcas? ¿Qué marcas? 

Aparece en la puerta de mi habitación, que nunca se cerró, Daria. Con sus ojos brillando como nunca. Me adelanto a lo que sea que vaya a decir, estoy segura de que éste estúpido cumpleaños se trae algo más.

—¿Qué sucede ahora? ¿Hay un duende en mi puerta? 

Ella se coloca una mano en la cadera y levanta una ceja.

—Ahm... No. Algo mejor.

—¿Qué?—espeto.

Nada de lo que me diga podría mejorar éste fail birthday

—¡Huy! Parece que estás cumpliendo treinta y que morirás sola con ochenta gatos.

—Sabes que odio los gatos.

—Por eso lo digo.

—Al grano, Daria.

Me volteo hasta el escritorio de mi habitación, donde todavía se encuentra el pastel que me regalaron ésta mañana mis amigos. 

Paso el dedo índice por el glaseado de chocolate blanco y lo introduzco a mi boca.

—Tienes visita.

Me giro hasta la puerta para encararla.

—¡Habla ya!

Sonríe como nena con juguete nuevo. No comprendo cómo puede estar tan feliz, y yo aquí... Tan amargada y seca. 

—Tu padre—ya comprendo el porqué del brillo en sus ojos. 



N/A

Capítulo corto... Buenas noticias... Ahm...

*huye*


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