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CAPÍTULO 8 - Retorno

La noche llegará y todo será diferente.
Él vivirá de nuevo y las cosas cambiarán radicalmente.
Ella no entiende nada, no recuerda.
Pero lo que no sabe, es que solo están jugando con su mente.

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—¿Cómo se supone que reviviré a quién tú quieres? —pregunté confundida después de haber comido por horas, ahora estaba por anochecer, Friggia sonrió antes de posar una mano en mi espalda para empujarme y que caminara.

—Ésta noche. Cuando la luz de la luna llena alcance un punto determinado, usarás la piedra como yo te diga.

—¿Luna llena? ¿Eso no es para los hombres lobo? —pregunté y arrugó su nariz con asco.

—Esas bestias no tienen nada que ver con nuestra especie. Solo no te metas en su camino y ellos no se meterán en el tuyo —contestó mientras me llevaba de nuevo a mi habitación—. Dejé un vestido sobre tu cama, para que lo uses en la noche y te veas más hermosa de lo que ya eres —me alagó acariciando mi melena negra. Por un instante tuve deseos de quitarla pero eso desapareció en cuanto miré sus ojos.

—Gracias... Mi señora —las palabras salieron sin que pudiera detenerlas y sonrió satisfecha.

—Es un placer, ahora entra. Radrick vendrá por ti en dos horas.

Y entonces se fue dejándome sola. Aunque una parte de mí se alivió, a esa parte no le agradaba ella y siempre me advertía que no confiara en Friggia ni en nadie. Era como una batalla interior.

Suspiré y pasé asegurando la puerta detrás de mí.

—¿Quién eres tú? —le pregunté a una chica pelirroja que sonrió en cuanto me vio—. ¿Qué haces aquí?

—Yo me ocuparé de arreglarla y vestirla —anunció haciendo una reverencia hacia adelante.

Ése pelo, su rostro... Me recordaban a alguien. Pero no sabía a quién. No podía recordar nada y eso era frustrante.

—¿Te envió Friggia? —pregunté y asintió—. Bueno, visto de esa forma. Prepara la tina, necesito un baño —ordené y agachando la cabeza fue a hacer lo que le había pedido.

Me quité con parsimonia los vaqueros negros y blusa manchados de sangre reseca. Tenía de ese líquido carmesí embarrado en mi pecho y estómago. Toqué mi cabello y fruncí el ceño al sentirlo enmarañado y sucio. Debía tener un aspecto horrible y terrorífico.

La chica entró de nuevo, con una bata color vino en sus manos.

Me deshice de mi ropa interior frente a ella y me puse la prenda que me ofrecía.

Entré en el grande y lujoso baño. Tenía una tina enorme, con el agua lista para meterme.

La chica me ayudó y sentí alivio en cuanto estuve adentro.

—¿Y cómo te llamas? —pregunté mientras me tallaba los brazos.

—Como usted quiera llamarme —respondió antes de hincarse a mi lado para ayudarme con la espalda.

—¿No tienes nombre? —insistí y vi de reojo que se encogió de hombros.

—Kia —susurró un momento después y asentí memorizándolo.

—No tienes cara de Kia —comenté y sonrió débilmente.

—Eso me lo han dicho un par de veces antes —fue lo último que salió de su boca para comenzar a concentrarse en mí y en mi aspecto. El cuál, no era muy bueno.

*     *     *

(Narrador omnisciente)

—Aun no puedo creer la estupidez que Scarlette hizo —bramó Rachel por octava vez en el día.

Anabell estaba en su habitación, empacando armas y cosas para ir al rescate de su hija menor.

—Tu hermana es así, no deberíamos sorprendernos —dijo Anabell molesta y preocupada también.

—Todos iremos con ustedes —anunció Emma entrando de repente al dormitorio.

—¿Estás segura? Porque mira que...

—Sí, además Arthur necesita ir por su sobrina —Emma le cortó las palabras a Rachel —. Yo también quiero ayudar y... Quiero matar chupasangres. No lo he hecho en un largo tiempo.

—Entonces avisa que saldremos en diez minutos —pidió Anabell y Emma salió, seguida de Rachel.

—Sabes que no tienes porqué hacerlo. No es tu obligación —soltó la pelinegra.

—Quiero hacerlo, creeme. Iré y les ayudaré.

—Pues gracias —murmuró y Emma sonrió antes de alejarse.

—¿Lista? —la voz de Arthur la hizo girarse y mirarlo mientras se acercaba con una maleta en las manos.

—Sí —suspiró cansada.

—Las encontraremos y te aseguro que estarán bien.

—No puedes asegurar nada. Con tu sobrina sí, pero mi hermana está con Friggia y mientras esté con ella... No sé si estará bien —dijo frustrada y él la envolvió en un abrazo.

—Te doy mi palabra de que así será, confía en mí, Scarlette es astuta y sabrá ganar tiempo.

—No, Scarlette es tozuda. Si fue para matarlos, no querrá ganar tiempo, ella querrá cumplir su meta aunque le cueste la vida.

—Pero ella hará lo posible por volver. Por ti y tu madre.

—Ya no lo sé Arthur. La persona que amaba murió y tal vez...  Ya no quiera seguir viviendo sin él —dijo con voz asustada—. Además es como si el mundo o universo conspirara para alejarnos una y otra vez.

—No lo creo. Mira, no conozco mucho a tu hermana, pero si es como tú, volverá sana y salva.

—Ahí está el problema, ella no es como yo.

Sus lágrimas estaban a punto de salirse y él besó la coronilla de su cabeza. Quería besarla para que se sintiera mejor. No quería verla así, simplemente no soportaba verla así.

—¿Rachel? ¿Arthur? —la voz de August los hizo separarse.

—¿Qué ocurre?

—El auto está listo, partiremos en cinco —se fue a llamar a Anabell y Rachel suspiró.

—Bien, iremos por ellas y las traeremos de vuelta —dijo confiada y Arthur sonrió débilmente y asintió dándole la razón.

*     *     *

—¿Cómo sonaba? —preguntó Gregory a su hermano.

—Muy molesto —respondió Balthazar.

—Y con toda la razón. Sus sobrinos se escaparon a escondidas para venir a enfrentar a unos vampiros más poderosos que ellos —dijo Danny cruzada de brazos.

—Alto rizada, nadie es más poderoso que yo —dijo el rubio con voz ofendida y ella puso los ojos en blanco.

—Ustedes dos, son unos idiotas. Tú —señaló a Balthazar—, por no decirnos que ella se iba a escapar. Y tú porque simplemente te crees superior a los demás y sé que serás el primero en caer —miró a Gregory y el se carcajeó.

—Como soy gente civilizada, me abstendré de contestarte como te mereces.

—No, no sirve actuar como tu hermano Balthazar. Por cierto, el concepto de "gente", incluye sólo a los humanos y tú mi no querido Gregory, no eres humano.

—Como digas. Ahora cierra la boca que necesito pensar en un plan para sacar a la imprudente Scarlette de ese problema.

—Tú no eres de idear planes, ese siempre era Dwight —habló Balthazar y Gregory apretó la mandíbula.

—Pero ya no está ni estará nunca aquí. Así que haré mi esfuerzo para hacer algo productivo.

—Por fin —masculló ella por lo bajo.

—Oh cierra la boca ya.

—¿Ves? Así es como eres tú siempre. ¿Ves como cansas?

—Bien, lo admito, pero aun así me amas.

—Jamás cambiarás, ¿Cierto? —insinuó ella y él sonrió.

—No contigo, nunca contigo.

*     *     *

(Scarlette)

—Está lista. Se ve muy hermosa —me aduló Kia mientras me posicionaba frente al espejo.

Miré mi cabello (ahora limpio), recogido en un moño alto. El vestido era azul oscuro sin mangas y me llegaba abajo de a rodilla. Me veía mejor que hace rato, debía admitirlo.

Pero no entendía para qué carajos me hacían vestirme de manera tan... Elegante.

—El amo Radrick vendrá por usted en diez minutos —indicó antes de irse y dejarme sola.

Observé de nuevo mi rostro, y añoré mis ojos grises. Friggia me había dicho que cuando uno se transformaba en Sangre Oscura, sus ojos se volvían negros, sin importar el color que tuvieran antes de ello. Al menos no eran rojos.

De pronto una mano en mi hombro me asustó y me giré rápidamente. Era Radrick y su mirada en mí, no me gustaba nada.

—Mi hermana tiene razón, eres hermosa —me alabó educadamente, pero sus ojos eran lascivos y por un corto instante... Quise matarlo. ¿Por qué?

—¿Me llevará a la ceremonia? —pregunté en un intento para irme de aquí y funcionó.

Me hizo un gesto para que lo siguiera y lo hice a una distancia prudente para mí.

Caminamos por largos pasillos y bajamos varias escaleras.

Era un gran sótano. Todos los vampiros de la casa, estaban reunidos aquí. Friggia me dirigió una mirada de aprobación, mientras que Kia se mantenía detrás de ella, con la mirada gacha.

—¡Pero que bella has quedado! —exclamó Friggia llegando hasta mí.

—Gracias —respondí y sonrió.

—Ven, te enseñaré el cuerpo que deberás traer de regreso —dicho esto, me llevó hacia una mesa que tenía un ataúd sobre ella.

Cuando miré quién estaba adentro, me alejé de golpe. Yo lo conocía, no sabía de dónde, pero sabía que lo conocía. Un chico castaño y apuesto con un traje negro.

—¿Qué te pasa querida? —su alegría había desaparecido y negué.

—¿Quién es él? —mi pregunta la hizo sonreír de nuevo.

—Es mi pareja, pero esas bestias del Círculo quisieron matarlo. Por suerte Oklinazz se encargó de mantenerlo... Estable.

—¿Su pareja? —cuestioné un poco decepcionada y asintió—. De acuerdo, ¿qué tengo que hacer?

—Primero que nada, deberás usar esto —me pasó una caja hecha de oro que mantenía una piedra de color negro. Pero eso no me sorprendió, si no que sentía un magnetismo hacia ella y cuando la tomé entre mis manos, supe que me pertenecía, solo a mí.

—¿Lista para la ceremonia de resurrección? —me preguntó un anciano de color que mantenía una extraña daga en su mano derecha.

—Sí —mi voz fue como un susurro, pero aún así audible.

De pronto caí en la cuenta de que arriba, no había techo y la luz de la luna nos iluminaba, aparte de las velas desperdigadas.

El anciano miró hacia el cielo. Fueron veinte minutos en los que nadie se movió, ni para respirar.

Entonces él dirigió su mirada a mí y me indicó que me pusiera a un lado del cuerpo.

—Es hora —anunció, tomó mi mano y sin avisar me cortó con la daga haciendo que mi sangre resbalara hasta caer al suelo. Luego tomó una mano del chico e hizo lo mismo que la mía.

Unió mi mano sangrante con la de él, mezclando ambos líquidos espesos.

—Clávala en su corazón —ordenó dándome la daga y Kia abrió el saco y camisa negra para que yo no despegara mi mano.

Alcé el arma y la cuchilla resplandeció con la luz de la luna, cerré los ojos y simplemente sentí como atravesaba la carne del cuerpo.

Lo miré de nuevo y me odié por estar haciéndole esto.

¿Por qué se empeñaban tanto en regresarlo? ¿Qué no era mejor dejarlo seguir su curso y que muera bien? <No> una voz contestó dentro de mi cabeza y negué tratando de concentrarme en lo que hacía. Ahora había sacado la daga y había puesto la piedra sobre su herida abierta.

—Repite conmigo —pidió él—. Consurge, vires recepit. Corpus anima tua populum tuum iterum. Uirtutem lapidis optamus noctis facere.

Lo miré con cara incrédula tratando de recordar sus palabras y las repitió una por una, hasta que yo pude decirlas todas. Su irritación era notable, pero no tenía la culpa de no hablar latín.

De repente y sin darme cuenta, la piedra comenzó resplandecer y me empezó a quemar la mano. Traté de aguantar pero era demasiado el dolor y me alejé. O más bien la cosa me alejó por que algo me lanzó por el aire y choqué contra la pared de atrás.

Me reincorporé con dolor y miré la luz que salía de la piedra que seguía sobre su pecho.

Su luz se incrementó hasta el punto de cegarnos a todos y de un momento a otro se extinguió.

Todo se quedó en un silencio sepulcral. Pero eso quedó olvidado en cuanto vi al chico sentarse en el ataúd y mirar a todos lados para que por último posar su mirada en mí.

Esa mirada me traspasó y cohibió, yo no pude apartarla, ni siquiera cuando él saltó sobre mí.

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