Capítulo 8
CUANDO LLEGÓ DE VUELTA A CASA, se encontró con la gran sorpresa de que había globos en las paredes y Juliann la estaba esperando con un enorme ramo de rosas en sus manos. Ella abrió los ojos de par en par, asombrada. No porque le regalase rosas, sino porque lo hiciera cuando se suponía que estaban enojados el uno con el otro.
—¡Felicidades, amor! ¡Me hacés tan feliz! —exclamó él, abrazándola mientras le daba el ramo de rosas.
—¿Felicidades por qué? —preguntó, confundida. De tantos recuerdos que había recuperado, se había olvidado de que había dejado la prueba de embarazo en el baño.
—¡Vamos a ser padres! —exclamó él con felicidad—. Volví a casa y no estabas. Fui al baño y encontré la prueba con resultado positivo. Supuse que habrías ido al médico. Iba a esperar que me lo dijeses, pero no tuve la paciencia suficiente. Estoy... ¡Estoy tan feliz!
«¡Mierda!», pensó Alejandra, mientras lo abrazaba. No había sido lo suficientemente cuidadosa y ahora debería decirle adiós a los planes de esperar a que él recordase todo antes de contarle todo.
—La verdad es que aún me cuesta creerlo —dijo. Era verdad; no podía creer que se había dejado embarazar. ¿Cómo había sido tan tonta? ¿Cómo lo había permitido su corazón? Algo debería haberle impedido tener relaciones con él. ¿Por qué no lo hizo?
Sentía ganas de gritar y llorar. Deseaba estar con Nikolav. ¡No con Juliann! Sí, era cierto que tenía sentimientos por él también, pero no de la misma forma. Y solo habían tenido relaciones porque no recordaba a su vampiro. De otro modo, nunca lo habría hecho. «Ni en mil años», pensó, sintiendo una opresión en su pecho.
«¿Qué hago ahora?», se preguntó, «¿Cómo hago para que Juliann recuerde todo?»
—Juliann —le dijo, al ocurrírsele una idea sorprendente—, quiero mostrarte algo.
—¿Qué? —inquirió él, aún emocionado.
—Mi trabajo. Los cuadros con los que estuve ocupada.
—¿Tenés fotos de ellos? —quiso saber él, demostrando su interés.
—No. Quiero llevarte a la galería.
—Pero aún no están en exposición y a esta hora la galería solo abre para las exposiciones. ¿Por qué me querés mostrar eso cuando lo que deberíamos hacer es celebrar?
—¿Qué te parece si vamos a la galería, vemos las exposiciones que hay ahora, te muestro los cuadros y luego nos vamos a cenar? —sugirió ella, pensando que lo mejor sería hacer como si todo estuviese bien y no decirle que lo que quería hacer era ayudarlo a recordar.
—Bueno —aceptó él—. Me parece una buena idea, preciosa. Voy a vestirme.
Ambos se cambiaron. Alejandra notó que ya tenía un pequeño bulto en el abdomen cuando se puso su vestido blanco. No era mucho, pero ya se le notaba un poco hinchado. «Este embarazo será demasiado rápido», pensó, sin saber cómo sentirse al respecto.
Amaba al hijo que tendría, pero esperaba que ser madre no le impidiese estar con Nikolav.
¿Qué pensaría él cuando le dijese que estaba embarazada? ¿Cómo reaccionaría Juliann cuando lo recordase todo? ¿La dejaría volver con el vampiro o la obligaría a casarse con él ahora que sería el padre de su hijo? Alejandra no quería ni siquiera pensar en ello.
—¿Vamos? —dijo ella, pensando que Juliann realmente se veía bien de traje. Nunca lo había visto así de formal, excepto en sus recuerdos falsos, por supuesto, recuerdos que aún mantenía, pero que sabía diferenciar de los reales.
—Claro —estuvo de acuerdo él, ofreciéndole su brazo.
Caminaron juntos hasta la calle, donde los esperaba una limusina barata que él había pedido mientras ella se cambiaba, para que los llevase a todas partes esa noche. Se metieron en el vehículo y conversaron mientras se dirigían a la galería. Juliann ya estaba pensando en nombres para el bebé y Alejandra debía mostrarse interesada en el tema para no levantar sospechas.
Cuando llegaron a destino, ella no demoró en llevarlo a la sección restringida, donde se ubicaban las salas que no estaban abiertas al público en ese momento. El guardia la conocía, por lo que la dejó pasar sin cuestionar. El que estaba a punto de realizar preguntas era Juliann, dado que eso no estaba en los planes, pero ella no le dio lugar.
La puerta de la sala estaba cerrada, por supuesto y como era de esperarse. Alejandra no poseía la llave, aunque estaba segura de que la llave mágica abriría también esa puerta. Podía abrir cualquier cosa y eso estaba más que comprobado.
—¿Tenés llave? —preguntó su falso esposo, desconcertado, mientras ella sacaba la llave dorada de adentro de su cartera.
—Ya vas a ver —le dijo, e insertó la llave en la cerradura, que inmediatamente cedió. Una vez adentro, cerró la puerta para que nadie viera lo que estaban a punto de hacer.
—¡Wow! —exclamó Juliann, mirando los nueve cuadros—. Son realmente magníficos. No tengo palabras.
—Y lo mejor está por venir —le dijo ella, sonriente. Dicho esto, acercó su llave al cuadro representativo del mundo de las hadas. El lugar destinado como cerradura se iluminó y, cuando Alejandra insertó la llave, un portal se abrió—. Vamos, vení conmigo —le indicó a un Juliann que no podía creer lo que veían sus ojos, pero que la siguió de todas formas, anonadado.
Ella esperaba que lo que fuera a mostrarle resultase suficiente como para hacerlo recordar. Si no lo conseguía, no sabía qué haría, ya que su ayuda era de vital importancia para derrotar al dragón y salvar a Nikolav de su fatal destino. Debía lograr que el apuesto rubio recordase, sin importar los métodos que tuviera que utilizar para ese fin.
El portal se cerró una vez que ambos se encontraron dentro de la dimensión de las hadas. Estaban a cielo abierto, a unos cien metros del hermoso lago azul. Un poco más adelante se hallaba Crísalis, el enorme castillo de cristal de las hadas.
—¡Mi Dios! —exclamó Juliann, con los ojos enormes como platos— Yo esto lo he visto antes.
—Claro que sí, Juliann —respondió Alejandra—. Acá naciste y acá creciste. Sos un hada al igual que yo, y este es nuestro hogar. ¿Te acordás? Por favor, decime que te acordás.
—No... no lo sé —dijo él. Lucía confundido.
—Mirá —le explicó ella con seriedad—. Es necesario que te acuerdes de todo, y la mejor manera que se me ha ocurrido es mostrándote esto. Intentá, intentalo, por favor.
Juliann la miró con el rostro inundado por la tristeza. Alejandra sabía que él no quería recordar porque no deseaba volver a ser aquel con el que ella estaba resentida por haberla abandonado en el pasado. Él quería seguir siendo su marido y por eso luchaba por no acordarse. Si no fuese por ello, hubiese sido el primero en rememorar todo; estaba segura de ello. Él era quien había sido hada toda su vida. Ella no era más que una humana aprendiendo a no serlo.
Él la tomó de la mano, contemplando los ojos de su amada con agonía en su mirar.
—Ale, no quiero dejar de amarte, no quiero que dejes de amarme ni que lo nuestro se termine. Y me temo que lo que está allí, esperando a ser desenterrado, no nos ayudará en nuestra relación. — Ella tomó su cara entre sus manos, mirándolo con intensidad.
—Intentalo. Es de suma importancia —le suplicó.
—Primero quiero que me hagas una promesa —pidió él.
—¿Qué? —preguntó ella, dispuesta a casi cualquier cosa.
—Nunca, nunca me dejes.
Ella lo miró perpleja. Eso era algo que ella no podía prometer. ¿Cómo dar su palabra de que no lo abandonaría cuando lo que ella más quería en el mundo era estar con Nikolav? No, no podía hacerlo. Se quedó en silencio, mientras él esperaba su respuesta.
—Si no podés prometerme eso —expuso él—, mejor es que volvamos ahora a casa.
Una lágrima rodó por la mejilla de Alejandra. ¿Cómo podía ser tan egoísta? Tal vez él cambiaría de opinión cuando lo recordase todo; quizás la liberaría de su promesa una vez que todo hubiese pasado. Sin él no podrían contra el dragón. Lo necesitaba, no le quedaba opción.
—Lo prometo —dijo ella, sintiendo que su pecho se contraía.
El brazalete de plata antigua brilló con fuerza. Ella abrió sus ojos bien grandes, sorprendida ante lo que acababa de ver. Intentó quitárselo, pero no podía. Unos segundos después, este volvió a la normalidad, aunque aun así no conseguía quitárselo.
—Esto no es normal —señaló, sospechando que algo estaba mal con ese objeto—. ¿Dónde lo compraste?
Él también estaba sorprendido, sin embargo, le parecía recordar que esta joya había brillado antes, aunque con menor intensidad.
—Lo compré en una casa de antigüedades —explicó—. El que me lo vendió me dijo algo extraño, ahora lo recuerdo.
—¿Qué? —indagó ella, cada vez más segura de que estaba ante un objeto mágico.
—Que te mandara saludos... de parte de Ildwin.
—¡Santo cielo! —exclamó ella— ¿Te encontraste con Ildwin?
—¿Lo conocés? —preguntó él.
Alejandra asintió. Pero no valía la pena hacerle reproches por no haber reconocido al dragón. Después de todo, él había estaba desmayado cuando este había cobrado forma humana, no podría haberlo visto y, además, ¿cómo iba a recordarlo?
—Esto no es nada bueno —suspiró—, pero prosigamos. Dejá de resistirte a recordar. Ya tenés tu promesa. No me voy a ir a ninguna parte.
Juliann asintió, y se alejó unos pasos.
—Vayamos hacia el lago —pidió, a la vez que comenzaba a caminar en dirección a ese sitio. Ella lo siguió, mirando a su alrededor. Innumerables haditas curiosas aparecían para mirarlos, aunque no se atrevían a hablarles. Seguramente lo tenían prohibido.
Caminaron por el sendero de piedras celestes hasta llegar al borde del lago. Él se sentó allí, mirando su reflejo. Comenzó a tocarse sus orejas mientras lo hacía. De pronto, miró más de cerca, como si no pudiese creer lo que estaba viendo en su reflejo: allí se le presentaba su forma real y no la forma con la que los guardianes los habían disfrazado para que pudiesen vivir entre los humanos.
—Realmente soy un hada —reconoció, mirando hacia el castillo, viendo a Lilum descender desde allí. Ella venía a su encuentro, sonriente. Él la miró, como reconociéndola. Alejandra sabía que Lilum movía una parte profunda en él, tanto o casi tanto como Nikolav lo hacía en ella.
—Juliann, Alejandra —los saludó la pelirroja cuando se detuvo, observándolos de cerca—, ¿qué hacen aquí?
—He traído a Juliann para que recuerde —le explicó Alejandra con un suspiro, esperando que su compañero recordase todo de inmediato.
Él miraba fijamente a Lilum, sus ojos poniéndose un tanto llorosos, cuando de pronto cayó de rodillas y quedó inconsciente.
—¡Juliann! —exclamó Alejandra, yendo a su lado y sacudiéndole el brazo.
—Déjalo —le ordenó Lilum—. Lo está recordando todo. Le llevará unos momentos. Pero, ¿por qué has malgastado tu precioso tiempo viniendo aquí?
—No estoy malgastando tiempo —se defendió Alejandra—. ¿Por qué lo haría? Necesito que Juliann recuerde. Esta es la forma más rápida de que lo haga.
—Claro... ¿cómo vas a saberlo? —comentó su prima, sacudiendo la cabeza.
—¿Saber qué? —quiso saber ella.
—Esta es la parte del año en que el tiempo corre más rápidamente en este plano que en el mundo humano. Luego se revierte. Ya sabías que el tiempo era diferente aquí que allí, que es irregular.
A Alejandra se le había pasado por alto ese detalle. Sabía que había ocupado cuatro días de los treinta que los guardianes les habían dado para capturar al dragón, y tendrían veintiséis más para moverse con soltura, para planear cada detalle.
—¿Y eso qué quiere decir? —preguntó, con miedo.
—Que cuanto más tiempo se queden aquí, más tiempo pasará en el mundo humano... más días. Y el tiempo es valioso.
Alejandra estaba realmente preocupada. ¿Cuánto tiempo perderían allí? Debían marcharse pronto. Pero primero Juliann debía despertar. Se sentó a su lado, mirándolo, hasta que finalmente abrió los ojos.
—Juli... Juliann, ¿estás bien? —preguntó, observándolo con detenimiento.
—Sí, todo está bien Alejandra —le aseguró él.
La había llamado Alejandra y no con uno de sus nombres cariñosos. Eso significaba que había recuperado la memoria.
—Tenemos que hablar —dijo él mientras se ponía de pie.
—Lo sé —reconoció ella—, pero primero debemos salir de aquí. El tiempo está pasando más rápido en el mundo humano. Tendremos suerte si salimos antes de que haya transcurrido una semana.
—¡Diablos! Tienes razón —soltó él, hablando nuevamente con su acento normal. La ayudó a levantarse y luego sonriéndole a Lilum con ternura por un segundo—. Lilum, te hemos extrañado —le dijo a la pelirroja—. Pronto volveremos. Nos vemos.
Lilum le devolvió la tierna sonrisa.
—Tengan cuidado... los dos —les advirtió—. Mejor dicho, los tres.
Tanto Alejandra como Juliann asintieron, y comenzaron a caminar hacia el lugar por donde habían entrado. No había tiempo para hablar sobre las cosas que habían pasado mientras creían estar casados, ni sobre el embarazo, del cual Lilum obviamente estaba ya al tanto. Debían volver pronto. Nikolav estaría sumamente preocupado si había pasado muchos días sin saber nada de ella. Seguro estaría buscándola por todas partes.
«No le rompas el corazón», escuchó Alejandra dentro de su mente. Era su prima, comunicándose con ella. No le respondió, era su propio corazón el cual le preocupaba más que el de Juliann.
Habían llegado al portal y debían apurarse para escapar de allí de una vez. Alejandra tomó rápidamente la llave y lo abrió, pero cuando salieron, ya no se encontraban en la sala de la galería de arte donde ella trabajaba, sino que estaban en una amplia habitación decorada con arte gótico. Incluso había una enorme cama con sábanas de seda negra. El modo en que se encontraba todo traía una sola persona a su mente: Nikolav.
—¿Dónde estamos? —quiso saber Juliann, mirando a su alrededor como para orientarse. Ella cerró el portal y confirmó que en la habitación estaban colgados los nueve cuadros; ni uno más, ni uno menos.
—Creo que le hemos dado el tiempo suficiente a Nikolav para buscar los cuadros —teorizó, sorprendida.
—Así es —los sorprendió el vampiro, entrando por la puerta—. Han estado desaparecidos por diez días.
—¡¿Qué?! —exclamó ella— ¡¿Tanto?! Nikolav asintió.
—Me imagino que no ha sido más que una hora para ustedes, pero yo me he preocupado mucho.
Alejandra le sonrió, deseaba correr hacia él, abrazarlo y besarlo, pero no podía hacerlo en presencia de Juliann, a pesar de que quería que todo volviera a ser como antes de haber perdido su memoria.
—Ya hemos perdido dos semanas, entonces —indicó Juliann, sentándose en un cómodo sillón color carmesí.
—Así es —le confirmó Nikolav, mirando a Alejandra en vez de a Juliann. Sus ojos demostraban que algo no le gustaba nada. Se mostraba un tanto confundido.
—¿Cómo supiste que estaríamos en otra dimensión? —inquirió ella.
—Porque los estaba espiando.
—¿Espiando? ¿Cómo? —preguntó Juliann.
—Ese día fui al edificio frente al de ustedes y estuve mirándolos desde allí. Fue así que me di cuenta de que salieron rumbo a la galería de arte. Los seguí y esperé afuera. Pero la galería cerró y ustedes no salieron. Entonces forcé una cerradura y entré. Usé mi olfato para ir hasta el lugar hasta donde habían llegado. El rastro finalizaba en la sala donde estaban estos nueve cuadros. Supe que debían ser portales. Entonces los robé y los traje hasta aquí.
—¿Qué es este lugar? —indagó Alejandra, sabiendo que no se trataba del bar.
—Una mansión que he conseguido —explicó Nikolav—. Una vez que recuperé mis recuerdos, ya no tenía la necesidad de trabajar en el bar ni de estar bajo las órdenes de nadie. Ahora estoy por mi cuenta.
—De eso me di cuenta —dijo ella, mirando el lujo a su alrededor.
—Pero tenemos un par de problemas —prosiguió el vampiro—. Para empezar, a ustedes los busca la policía.
—¿Cómo? ¿Por qué? —preguntó Juliann exasperado.
—Ambos se esfumaron, a la vez que desaparecieron estos nueve cuadros valuados en millones de dólares. Además, un guardia los había visto ir rumbo a la sala donde estos estaban... Lo siento, pero son los únicos sospechosos.
—¡Mierda! —profirió Alejandra—. Justo lo que necesitábamos.
—¿Qué otro problema hay? —preguntó Juliann, seriamente.
—Son dos más —contestó Nikolav—. Uno es que no he podido encontrar al dragón, aunque he estado buscándolo durante esos días que ustedes estuvieron desaparecidos..
—Juliann sabe dónde está —lo interrumpió ella—, así que no es un problema. ¿Cuál es el otro?
—Bien —dijo Nikolav—. Al menos un problema menos. El otro es que... he perdido la poción que me diste.
—¡¿Qué?! —chilló Alejandra. Esa poción era su única esperanza de quedarse con él. ¿Qué harían sin ella?
—Lo siento, Ale. Una vampira con sangre de bruja me la ha quitado... Hablé con Patrick para que la convenciera de dármela, pero se ha negado. Es más, ha abandonado el trabajo.
Alejandra deseaba largarse a llorar.
—Entonces obligala a que te la devuelva. Podés hacerlo —expresó.
—¿Qué parte de que tiene sangre de bruja no entiendes? Eso le da poderes extra. Créeme que lo he intentado. Esa perra me ha pateado el trasero.
—¿Una mujer te ha pateado el trasero? ¡Wow! —se burló Juliann.
—No es gracioso —espetó Nikolav, frunciendo el ceño—. Tiene poderes telequinésicos más potentes que los míos y puede voltearme en el aire sin siquiera tocarme. Supongo que deberé encontrar otra bruja para que me ayude, o al vampiro que la convirtió y convencerlo para que la obligue a entregarme la poción.
—¿Puedo preguntarte por qué quiere esa vampira tu poción? —preguntó Juliann. Nikolav se puso un poco incómodo.
—Lo hizo por venganza.
—¿Venganza por qué? —preguntó Alejandra con curiosidad.
Nikolav no podía mantener sus ojos fijos en los de ella de la vergüenza que sentía.
—Porque me acosté con ella, pero fue solo una noche, y luego no quise saber nada más de esa vampira... porque aunque aún no recordaba, solamente me interesabas tú.
Alejandra estaba totalmente celosa; tenía ganas de matar a esa perra vampira por haberle puesto sus garras encima a su preciado Nikolav.
—¿Por qué te vas a poner celosa si tú has hecho lo mismo? —soltó Juliann, cruzándose de piernas.
«¡Maldición! Tiene razón», pensó ella y se puso pálida.
—Ya lo sé todo sobre ustedes dos —expuso Nikolav—. Y aunque no me guste para nada, debo admitir que era natural que sucediese ya que pensaban que estaban casados... Ahora dime Alejandra, ¿por qué siento otro latido dentro de ti?
Ella respiró profundo, preparándose para darle la respuesta, pero el que contestó fue Juliann.
—Porque está embarazada, con mi hijo.
La mirada del vampiro se tornó sombría. Alejandra ahora sabía que lo perdería. Primero porque no tenía la poción y, segundo, porque estaba embarazada. ¿Cómo hacer para convencer a Juliann de que le permitiese quedarse con su amor si él no tenía esa poción? Era la única forma de asegurarse de que no la mataría si bebía de ella. Sin eso, el hada jamás la dejaría ir; y ella estaba segura de una cosa: ese brazalete había brillado cuando le había hecho la promesa de quedarse con él. Solo Juliann podría liberarla de esta. Hasta el momento en que lo hiciera, ella debería quedarse con él aunque no quisiera.
—Veo —dijo Nikolav, con una mirada triste. ¿Él también sabía que la estaba perdiendo?
—Vamos a casa, Ale —le pidió Juliann—. Debemos descansar. Mañana podremos planear cómo atrapar a ese dragón. Por ahora ha sido suficiente.
—¿Adónde iremos? —preguntó ella.
—No pueden volver a su departamento —les explicó Nikolav—. La policía lo está vigilando por si regresan. Deberán quedarse aquí, en mi mansión.
—Está bien —aceptó el rubio—. Muéstranos nuestra habitación. Alejandra se quedó mirándolo:
—Nuestras habitaciones, querrás decir. No pienso dormir con vos —dijo. Juliann estaba obviamente desilusionado.
—Por supuesto —se corrigió—. Muéstranos nuestras habitaciones.
—Alejandra puede dormir aquí —dijo Nikolav—. Esta habitación no es la mía, yo duermo en una sin ventanas. Juliann, tú puedes utilizar la que está enfrente, cruzando el pasillo. —Juliann asintió.
—Gracias. Ahora, ¿puedes dejarnos a solas, por favor? Quiero hablar con ella.
—Bien —aceptó Nikolav—. Mañana podremos hablar. Traten de no salir de la mansión durante el día. Nos vemos.
Una vez que el vampiro se había retirado, Alejandra fue hasta el armario a buscar ropa adecuada para dormir. Sabía que él debía haberlo llenado.
—Hasta mañana, Juliann —se despidió del rubio, quien ahora estaba en la puerta.
—Debemos hablar —insistió él.
—Mañana. Ahora estoy demasiado cansada. —En realidad se sentía ofendida. No estaba para nada conforme con la manera en que él se había portado delante de Nikolav.
—Alejandra... —suspiró Juliann— Sé que aún lo quieres y no voy a forzarte para que me ames. Pero yo soy el padre de tu hijo y merezco respeto. Además, no quiero a un vampiro cerca tuyo ni del bebé. Es demasiado peligroso.
—Por supuesto —aceptó ella con desgano. Ya se lo imaginaba. Juliann quería protegerlos a ella y al bebé. No le permitiría estar próxima a Nikolav. Nunca—. Ahora vete, por favor.
—Mañana seguimos hablando. Hasta mañana.
Ella asintió. Luego esperó hasta que él hubiera salido de su habitación para derrumbarse en la cama y romper en llanto. No quería hacer nada más que llorar; y lloró amargas lágrimas de tristeza, por lo que amaba y ahora no podría tener.
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