5. El despertar del brillo azul
—Mami, anoche soñé con hadas de muchos colores —decía Naomi con alegría mientras daba pequeños saltos alrededor de su madre—, cantaban y hacían bailes muy graciosos.
Nilsa levantó la mirada de su libro, atraída por las palabras de su pequeña hija.
—¿Solo fue un sueño? —indagó mirándola con atención.
Naomi se detuvo, miraba confundida a su madre meditando aquella pregunta. La mayoría de las veces se preguntaba si de verdad todo lo que veía eran simples sueños, si aquellas criaturas nocturnas eran solo producto de su alocada imaginación, o de lo contrario, eran reales y de verdad la visitaban todas las noches. Su madre le repetía tantas veces que no existían, que hasta ella misma dudaba de lo que veía.
—Naomi, escúchame —continuó Nilsa—, ya tienes 7 años, eres una niña grande que puede cuidarse sola ¿Verdad?
—Claro que sí —contestó emocionada.
—Entonces debes entender esto —explicó Nilsa—, los demás niños creen que esas criaturas que ves en tus sueños y dibujas, solo son reales en los cuentos de hadas. Para ellos no existen, así que procura no mencionárselos, ¿vale?
—Pero mami...
—Es por tu bien, nena —interrumpió Nilsa—. Si te oyen hablando de ese tipo de cosas, creerán que eres una niña diferente y no querrán hablarte o incluso te molestarán.
—¿Ser diferente es malo? —indagó Naomi con tristeza.
—Claro que no, mi amor —acarició con dulzura las mejillas sonrosadas de Naomi—. Ser diferente es muy bueno, pero los demás no lo ven de esa manera. Las personas normales les tienen miedo a lo que no encaja con ellos, porque se niegan a aceptar lo que va más allá de su entendimiento. Prométeme que no dirás nada de esto a nadie, ¿sí?
—Está bien.
—¿Promesa de meñique? —exclamó Nilsa levantando el dedo pequeño de la mano derecha.
—Promesa de meñique —exclamó Naomi risueña.
Cruzaron sus meñiques mientras tocaban las yemas de los pulgares de la misma mano, como señal de una promesa inquebrantable. Desde ese día, Naomi no volvió a mencionar el tema con nadie más. Se guardaba para sí misma todos sus aventuras y fantasías, aquellas que tenía desde los 3 años donde las criaturas mágicas de su jardín le hablaban, la llamaban a media noche y jugaban con ella hasta la llagada del amanecer. Pero ella sabía muy en el fondo que no eran producto de su imaginación, todo era real.
Salió a jugar al jardín, la naturaleza siempre le llamó mucho la atención, los misterios que encerraban las profundidades de los bosques y mares la atraía. Como todos los días, los niños jugaban con alegría en grupos cerca de la acera, pero no se acercaba a ellos por miedo. Muchas veces era despreciada e insultada, en la escuela lo hacían muy a menudo y en casa evitaba dejarse ver, no quería que sus padres supieran esa parte de su vida.
—Ahí está la rarita —susurraban al verla.
—Mejor vámonos, no se nos vaya a pegar su enfermedad —comentaban otros mirándola con asco.
Jamás había mencionado nada sobre aquellas criaturas, por lo que su aislamiento no era por ese motivo. Múltiples veces se lo decían en su cara, mientras la empujaban y tiraban sus cosas al suelo. Pero decidió mejor ignorarlos y no pensar en ello, aún le dolía traer esos recuerdos a su mente. El resto del día se dispuso a leer uno de sus cuentos favoritos, la bella y la bestia.
Durante la noche y antes de acostarse a dormir, hizo un dibujo especial. Un recuerdo lejano llegó a su cabeza de repente, unas hermosas muchachas de rostros delicados y figuras esbeltas, pero con un particular resplandor plateado. Dibujó a una de ellas, la que más le llamó la atención. Una pelirroja de brillantes ojos dorados, su cabello ondeaba como si estuviese sumergida en el agua. Algo en ella le era familiar, tal vez el peculiar color de sus ojos, la forma en que se oscurecían al llegar a la pupila tornándose de un oscuro color rojo. Eran inquietantes, atemorizantes y tan familiares a la vez.
Se dejó llevar por el sueño, la pesadez de sus parpados y la ligereza de sus extremidades. Dormía profundamente, pero como se estaba haciendo normal para ella, un suave toqueteo en su ventana la despertó. Sabiendo de qué se trataba, se colocó su buzo, unos zapatos y en silencio salió al jardín. La luna estaba en su máximo esplendor, lo que le indicó que era media noche como mínimo. Vio a lo lejos, cerca de los arbustos que quedaban hasta el fondo de su patio trasero, varias dríadas floreadas danzando con emoción como siempre.
—Hola —saludó Naomi corriendo hacia ellas—, Zoe, Nuzel, ya llegué.
Ambas cesaron sus divertidos juegos para correr al encuentro con Naomi, riendo y cantando con alegría. Zoe era una dríada con alas moradas brillantes, piel rosada, ojos azul celeste, nariz respingona y ropa hecha de margaritas. Nuzel por su parte, tenía la piel dorada, de grandes ojos verdes esmeralda y ropa hecha de hojas y enredaderas. Su cabello estaba adornado con pétalos y pequeñas raíces, formando una especie de corona multicolor. Tenían la misma estatura que Naomi aparentando ser solo unas niñas, pero en realidad tenían cientos de años de vida. Aun así, eran sus amigas, las únicas que tenía.
—¡Naomi! —exclamaron al unísono.
—¿A qué jugaremos hoy? —preguntó llena de curiosidad.
—Un juego muy especial... —dijo Nuzel.
—Pero antes, te tenemos una sorpresa... —continuó Zoe.
—¿En serio? —emocionada, daba saltitos alegres— ¿Qué es?
—Mira hacia allá —susurró Nuzel.
Señaló aquel gran árbol en el centro del patio trasero, un frondoso y joven almendro en el que suele escalar y leer por horas. Detrás de este y sin entender de donde salían, se asomaban varias siluetas desconocidas.
—¿Quiénes... son? —inquirió Naomi asustada.
—No temas pequeña niña —saludó uno de ellos.
Su voz sonaba suave y tranquila, como una canción de cuna que calmaba las pesadillas más tormentosas. Era una criatura extraña, jamás vista antes. Su cuerpo era de color blanco casi traslucido, vestía una especie de toga del mismo color e incluso parecía solo extensiones de su propia piel, llevaba el cabello largo y liso, color platino brillante ondeando como si estuviese en medio de suaves corrientes de aire. Toda ella parecía hecha de aire.
—Mi nombre es Silfi, soy una elemental de aire —continuó—, no te haremos daño.
—Solo queremos ser tus amigos, mi querida niña —susurró otro de ellos acercándose más.
Este era alto e imponente, su esbelta figura refulgía de energía naranja y brillante, desprendía oleadas de calor de su cuerpo y sus ojos parecían dos esferas de fuego. Su gesto y presencia asustaron a Naomi, quien retrocedió dos pasos por instinto.
—Cuidado Lievens, la asustas —riñó una dulce joven a su lado de cabello castaño, piel color del chocolate con pequeñas motas de verde—. Tranquila Naomi, mi amigo no quería asustarte. Soy Terra, elemental de tierra, protectora de la naturaleza, somos como tú.
—¿Cómo yo? —Naomi los miraba confundida, no entendía cómo podían ser como ella si se veían muy diferentes.
El último de ellos era un chico alto, pero de apariencia tranquila, de piel azul cristalina que reflejaba en ella las estrellas del oscuro firmamento. Sus ojos grises brillaban como piedras preciosas, su cabello negro ondeaba como si fuese agua líquida. Se acercó paso a paso, agachándose para que su rostro quedara a la altura del de ella. Estaba asustada y nerviosa, pero su mirada le transmitía calma y serenidad. Con ternura, acarició sus mejillas. El tacto de su piel contra sus manos la sobresaltó, frío y húmedo.
—Eres a quien estábamos esperando —susurró con dulzura y una gran sonrisa—. Soy Niddeck, elemental de agua, fuente de poder y vitalidad. Quiero ser tu duce spiritu.
Hechizada por su mirada, Naomi solo pudo asentir como respuesta aún sin entender que quería decir. La tomó con suavidad de las manos, colocando palma contra palma y empezó a recitar en el mismo idioma que escuchó en aquella ocasión, un suave cantico con una voz melodiosa y grave a la vez, tierna pero masculina.
«Inocencia y pureza refleja tu alma, poder y valentía serán tus dones. Acepta en tu espíritu la guía de este ser, tu siervo incondicional. Cuidaré tu camino y sanaré tus heridas, energía tendrás y el azul develará la verdad»
A su alrededor, un haz de luz empezó a brillar con intensidad. Las corrientes de aire soplaban con fuerza y su corazón latía a mil por hora. Sentía una energía recorrer su cuerpo, era una sensación conocida de hace pocos años. Recordó a aquella chica de cabellera dorada, su forma de cantar y lo que sucedió después de eso. Al ser tan pequeña, había creído que solo fue un sueño, pero después de esto sabía con seguridad que estaba equivocada.
Un brillo tenue sobre su cabeza la distrajo, era una suave luz azul. Al mirar sobre sus hombros se dio cuenta que era ella, su cabellera negra emitía aquel resplandor por segunda vez. Maravillada y temerosa al tiempo, se dejó llevar por todas esas sensaciones que nacían en su interior, llegando hasta lo más profundo de su alma. Poco a poco, separaron sus manos y de los dedos de Naomi surgieron leves chispas azules.
—Inténtalo linda, sé que puedes —susurró Niddeck.
De sus manos surgieron gotas de agua que poco a poco formaron un pequeño globo, y con cuidado lo colocó en manos de Naomi.
—¿Qué? —indagó sorprendida— ¿Qué hago con esto?
—Tú sabes que hacer.
—¿Cómo?
—Solo déjate llevar, Naomi —se alejó dándole su espacio.
No sabía qué hacer, no entendía a qué se refería con dejarse llevar, pero trató de hacer lo mejor que pudo. Respiró profundo tranquilizando su acelerado corazón, cerró los ojos concentrándose en las sensaciones que recorrían sus manos. Sintió la energía electrizante y visualizó en su mente el globo de agua como si fuese de gelatina, maleable y pegajosa, como una masa que podía mover a su gusto. Al abrir los ojos, sus manos se mecían de un lado a otro, y el globo había crecido el doble de su tamaño creando una espiral de agua cristalina.
Se sorprendió de lo que hacía, le gustó y pareció divertido el ver como se movía el agua a su alrededor, creciendo a cada momento y tomando lindas formas. Pensó en un perrito, y esta se fue moldeando hasta tener la silueta de un San Bernardo. Pero un sonido estruendoso proveniente de su casa la asustó, perdiendo toda concentración por lo que aquel saltarín perrito desapareció.
—Es hora de irnos, pero pronto volveremos —susurró Niddeck.
Volvió a acercarse a Naomi, le dio un suave beso en la frente y desapareció con un fresco rocío. Regresó corriendo a su casa, entrando con sumo silencio para no encontrarse con sea lo que fuese que haya producido aquel estruendo. Estando por completo a salvo, llegó a su habitación y a oscuras quedó pensativa en su cama.
—¿Qué acabo de hacer? —susurró.
Abrió los ojos de forma repentina, las imágenes de aquel recuerdo aún estaban frescas en su mente desubicándola en tiempo y espacio. Miraba con atención el techo, su respiración era acelerada y su pulso desenfrenado. Por un momento de confusión, le pareció distinguir aquellas pequeñas estrellas que su padre había dibujado en el cielo raso de esa habitación, cuando aún era la niña que soñaba con viajar al espacio. Pero no tardó mucho en enfocarse, ya no tenía 5 años, ahora tenía 16 y estaba más centrada en su situación.
Se levantó hasta sentarse en su cama, tenía un leve mareo y una sensación de agotamiento en todo su cuerpo. La luz del sol entraba a través de las cortinas, su reloj digital le indicó que eran las dos de la tarde. Múltiples interrogantes llenaron su cabeza, ¿Qué hace durmiendo a esa hora de la tarde? ¿Por qué su madre no la había despertado aún? ¿Qué pasó anoche?
A borbotones, diversas imágenes iluminaron su fallida memoria. El bosque a la luz de la luna, el enorme roble y su hermosa casita recién construida, la presencia de aquellas criaturas siguiéndola y Jeimmy a punto de ser arrollado por ella. Lo último que recordó fue haberse quedado dormida en sus brazos, mientras la llevaba en su bicicleta directo a casa.
—¡Oh por Dios! —exclamó aterrorizada— Estoy muerta.
Con rapidez se duchó y preparó psicológicamente para el regaño, porque suponía que el que venía en camino sería descomunal. Bajó con temor las escaleras directo a la sala, donde sus padres la esperaban sentados en el sofá con expresión sería y los brazos cruzados sobre el pecho. Sabían que estaba despierta y eso era una mala señal. «Ya valí» pensó.
—Naomi Nosborn —inició Félix—, espero y aspiro a que tengas una muy buena explicación al por qué, por segunda vez, el vecino deba traerte cargada a casa.
—A las 5 de la mañana, completamente dormida y toda sudada —continuó Nilsa exaltada— ¿Dónde demonios estabas a esa hora y qué hacías?
—Te escuchamos.
—Bueno, antes de decir cualquier cosa —titubeó Naomi nerviosa— ¿Puedo saber que les dijo Jeimmy?
—¿Por qué importa si él dijo algo o no? —indagó Nilsa molesta— ¿Crees que vio algo que no debía?
—No, es...
—¿Qué hacías en la calle tan temprano? —interrumpió Félix.
—Soy... sonámbula —murmuró Naomi con la mirada gacha.
—¿Perdón? ¿Dijiste algo? —preguntó su madre con sarcasmo— ¿Escuchaste algo Félix? Porque yo no.
—En absoluto.
—Soy sonámbula, ¿sí? —profirió Naomi algo exaltada— Suena extraño y poco probable, pero lo soy.
Ambos la miraban con dureza, sus expresiones reflejaban entre asombro e incredulidad. Naomi sabía que su versión de los acontecimientos era algo absurda, pero era lo único que podía decir por el simple hecho de no saber qué dijo Jeimmy al traerla.
—Se supone que debemos creer semejante historia, ¿no? —vociferó Nilsa.
—¿Desde cuando eres sonámbula? —indagó Félix pensativo.
—¿En serio lo estas considerando, Félix? —Nilsa lo observó extrañada más que molesta.
Este le dedicó una mirada de soslayo, callando sus réplicas de inmediato. Conocía a la perfección a su esposo como para entender ese tipo de mensajes, había algo detrás de todo eso.
—Yo... la primera vez que recuerdo fue... —Naomi tartamudeaba al hablar, sin poder mirar a los ojos a su padre, no le gustaba cuando lo hacía de esa manera— cuando tenía 7 años.
—¿Cómo pasó? —habló Félix con calma pasmosa.
—Me despertaba a mitad de la noche en diferentes partes de la casa —explicó Naomi—, no le preste atención hasta que empecé a ir más lejos, como el patio o el jardín.
—¿Por qué lo dices hasta ahora? —vociferó esta vez muy molesto— ¿Eres consciente de lo que pudo haberte pasado?
—Sí, pero...
—Pero ¿qué?
—Lo estaba controlando, hace dos años no pasaba, no sé qué sucedió esta vez —lloriqueaba Naomi—. Desperté y estaba fuera con la bicicleta y... —se quedó callada, solo encogiéndose de hombros.
—¿Pensabas ocultarlo para siempre? ¿Por lo menos entiendes la gravedad del asunto? —la frustración y el enojo era evidente en el tono de su voz, Félix muy poco se alteraba por algo, pero el tema lo sacó de sus casillas.
—No creí que fuese tan... serio —susurró Naomi apenada.
—A tu cuarto —exigió Félix.
—Pero...
—Y castigada —interrumpió Nilsa—, por tiempo indefinido.
Solo asintió resignada, regresando al encierro en su habitación donde, por lo visto, estará por un largo tiempo. Escuchó susurros agitados provenir de la sala, sabía que sus padres estarían discutiendo el tema por un largo periodo. Se tumbó en su cama suspirando de angustia, las cosas no habían salido como esperaba. En realidad, salieron peor que si hubiese dicho la verdad. No entendía porque su padre se había alterado de esa manera, y le dolía que fuese por una mentira. O una dicha a medias.
A decir verdad, el sonambulismo era algo que hacía parte de su vida. No mintió cuando dijo que le ocurría desde los 7 y mucho menos en la forma en que se daba. Muchas veces se despertaba por el frio y la incomodidad, para darse cuenta que no estaba en su cuarto. Extrañada, se preguntaba porque se movía de allí por las noches sin tener el control de lo que hacía. Progresivamente iba empeorando, pero se obligó a sí misma a controlarlo tal y como hacía con sus visiones. Una parte de ella creía con fervor que las dos cosas eran paralelas, en el sentido que estaban relacionadas con aquel chico de ojos verde-azules, sin saber con exactitud cómo o el motivo.
Por un lado, entendía la preocupación de su padre. Su sonambulismo podría causar muchos problemas, el primero que se le ocurría era cruzarse con «ellos» durante uno de esos episodios, sin poder defenderse y, por ende, salir herida de gravedad e incluso no poder sobrevivir. Otro sería que, por accidente y llevada por el sueño que estuviese recreando en su cabeza, usara sus habilidades de forma inadecuada llegando a causar daños, o peor, dejarse ver por alguien.
—Eso no puede volver a pasar —susurró con voz quebrada—, nunca debe suceder.
Con el corazón oprimido por la tristeza, recordó aquel día en que todo se salió de control, el inicio de su vida nómada como ella misma lo había llamado.
A solo dos meses de haber conocido aquellas criaturas quienes se hacían llamar elementales, Naomi seguía con sus encuentros nocturnos con sus amigos. Noche tras noche le enseñaban un poco el control de los elementos, el fuego le atemorizaba un poco aún, pero fue familiarizándose con Lievens hasta tenerle la suficiente confianza como para seguir sus pasos. Silfi y Terra eran muy amables con ella, sus suaves voces la calmaban y le daban el valor suficiente que necesitaba para enfrentar sus miedos.
Y estaba Niddeck, aquel hermoso espíritu elemental de agua, cristalino y majestuoso como siempre. Su porte y expresión denotaban sabiduría y longevidad, al igual que los demás. Pero él tenía algo diferente, algo que hacía que Naomi se sintiera atraída hacia él. Tal vez en ese tiempo no se diera cuenta por su corta edad, pero ahora que lo recordaba se pensaba mejor las cosas. Y era esa misma atracción que le permitía poder tener un mejor control del agua, por sobre los demás elementos.
Era mucho más cercana a Niddeck, se sentía cómoda con él, pero de igual forma les tenía mucho cariño a todos. Por esa misma razón mantenía todo oculto de sus padres, porque sabía que no estarían de acuerdo. Pero nada dura para siempre, y todo sale a la luz tarde o temprano. Ese día estaba como de costumbre jugando sola en la acera de su casa, sus carritos de juguete hacían toda clase de maniobras y piruetas que solo pueden ser posibles en su cabeza, inventándose divertidas historias.
—Hola rarita —un niño de unos 10 años se le acercó, y detrás de él otros dos de la misma edad— ¿Por qué juegas con carritos? ¿No sabes que eso es para niños como nosotros?
Aquel niño vivía a solo dos casas de ella, y siempre que tenía oportunidad la molestaba. Nunca iba solo, sus dos amigos respaldaban sus patanerías. Naomi solo trataba de ignorarlo, tal vez así se aburriría y podría dejarla en paz. Casi siempre le funcionaba, pero no aquella vez.
—Contesta mocosa —vociferó pateando sus carritos.
—No hagas eso —se quejó Naomi levantándose para separarlo de sus juguetes.
—Tú no me das ordenes —gritó este empujándola hasta hacerla caer de espalda.
Entre los tres pateaban y pisoteaban sus carritos, dañando la mayoría de ellos, reduciéndolos a un montoncito de plástico retorcido.
—Déjalos —lloriqueaba Naomi.
—¿Por qué? —la empujó una vez más, evitando que se acercara a los otros dos que seguían aplastando sus cosas— Nos estamos divirtiendo mucho.
—No seas aguafiestas —dijo otro de los niños mirándola con burla—, estamos jugando contigo, ¿No te parece?
—¡No! —contestó Naomi tratando de levantarse por tercera vez— Los están destrozando.
—Esa es la idea, boba —exclamó el tercero de ellos, lanzándole uno de los carritos aplastados al rostro.
Ante eso, los tres profirieron risas estridentes burlándose de ella, manteniéndola arrodillada en el suelo contemplado impotente como dañaban sus juguetes favoritos. Lágrimas recorrían sus mejillas, las cuales se tornaban rosadas por la ira y la frustración que estaba conteniendo. Era tanta, que sin poder controlarlo y controlarse ella misma, la tierra bajo sus manos empezó a temblar. Pequeñas piedras empezaron a levitar agrupándose alrededor de ellos tres, quienes habían dejado de reírse y aplastar carritos solo para permanecer petrificados y con expresiones llenas de terror.
—¿Q-qué está pasando? —tartamudeó uno de ellos.
—¿Qué es eso? —susurró otro con voz quebrada por el miedo.
—Tengo miedo —sollozó el tercero.
Con firmeza, Naomi se levantó del suelo para encararlos. Su expresión denotaba mucha rabia contenida, era obvio que estaba harta de todas sus groserías, de las veces que la empujaron y maltrataron sin razón alguna, de los insultos y todas las veces que dañaron sus cosas.
—Ustedes son muy malos conmigo —dijo Naomi con fría calma, pero rostro lleno de lágrimas—, me pegan y dañan mis juguetes, pero ya me cansé. Si quieren jugar rudo, yo también sé hacerlo.
Dio una fuerte pisada al pavimento, y como si reaccionaran ante esa orden implícita, las pequeñas piedras fueron a estrellarse contra los tres niños, quienes aterrados salieron corriendo despavoridos. Sin embargo, desde la ventana de su casa Félix y Nilsa habían presenciado todo. Maravillados y asustados a la vez, no sabían en qué momento su pequeña hija había despertado lo que ellos tanto temían. El momento que ansiaban evitar había llegado de improvisto, lo primero y más importante en ese momento era ocultarlo de la vista de los demás. A toda costa debía mantenerse en secreto.
—¡Naomi! —Nilsa fue la primera en reaccionar, llamándola con urgencia para que entrara a casa.
Salió para recibirla en sus brazos protectores, sintiendo como temblaba y lloraba a cantaros. Félix miraba exaltado en todas las direcciones esperando que nadie haya visto nada, pero sus esperanzas se derrumbaron cuando vio a muchos entrar con rapidez a sus casas, teniendo de ellos un último vistazo de expresiones llenas de sorpresa y miedo.
—La vieron —exclamó Félix desesperado—, muchos la vieron, debemos hacer algo de inmediato o ellos nos encontraran.
—Félix —replicó Nilsa con Naomi en sus brazos—, la estas asustando más.
—Lo siento, mi amor —susurraba mientras se acercaba a su pequeña hija para consolarla—, ya todo está bien, nena.
—Ellos siempre me molestan, me dicen cosas feas y me pegan —sollozaba con fuerza—, dañaron todos mis juguetes.
—¿Por qué no nos habías dicho? —indagó Nilsa dolida.
—Tenía miedo —contestó Naomi, ocultando su rostro en el cuello de su madre.
—Tranquila nena, todo estará bien —le aseguró Félix tranquilizándola.
—Debemos irnos, esta noche —sugirió Nilsa.
Con un poco de té, hicieron que Naomi se durmiera profundamente. Aprovecharon el momento para empacar todas sus cosas, llamando y haciendo el papeleo para trasladar todas ellas a otro lugar. No sabían a donde irían, pero era necesario salir de allí de inmediato. A las 8 de la noche ya tenían todo listo, solo debían esperar un poco más para salir en su coche con sus pertenecías básicas. El camión de la mudanza llegaría al día siguiente para llevar el resto, para ese momento esperaban poder tener una dirección que darles a donde llevar todo.
Se disponían a llevar todas sus maletas al coche cuando Naomi al parecer despertó, aún medio adormilada balbuceaba cosas sin sentido que ellos no comprendían, hasta que de repente pronunció un nombre conocido, Niddeck. Sobresaltados y confundidos, trataron de despertar por completo a la pequeña, pero ella seguía como en una especie de trance. Vieron atónitos como salía de su habitación tambaleante, directo al patio trasero de la casa. Allí, se sentó en el suelo frente al gran árbol de almendro y volvió a decir su nombre.
Sin saber cómo actuar, vieron como aparecía aquel resplandor azul detrás del árbol para transformarse poco a poco en un apuesto joven hecho de agua. Se acercó a Naomi agachándose para quedar a su altura. Acarició sus mejillas para luego recostarla con cuidado en el césped, esta vez volvía a dormir.
—Mis señores —dijo Niddeck levantándose para poder acercarse esta vez a ellos dos—, permítanme disculparme por no saludarlos antes.
Hizo una elegante reverencia delante de ellos, en señal de respeto y admiración.
—Niddeck —profirió Félix— ¿Qué haces aquí?
—Ella me llamó, yo solo respondí —explicó este.
—¿Cómo?
—Su sangre —contestó lleno de orgullo—, es algo impresionante.
—Esto no puede ser posible —manifestó Nilsa llena de angustia—, se supone que debía permanecer dormido.
—Cuando la energía es grande, es difícil contenerla —señaló Niddeck—. Tarde o temprano iba a suceder, ahora deben preocuparse por otras cosas. Naomi ha sido vista, su energía se ha sentido en muchos lugares y él no tardará en enterarse.
—¿A dónde debemos ir? —indagó Félix.
—No podría saberlo, pero ustedes saben a quién acudir en momentos así —sugirió Niddeck—. Kirian los estará esperando.
—Llévanos, por favor —suplicó Nilsa—, le perdimos el rastro al salir de Fedrá. No sabemos cómo encontrarlo.
—No se preocupen, él los encontrará a ustedes —se fue alejando de ellos, dirigiéndose a Naomi para una despedida—. Adiós, mi querida niña.
Le dio un suave y tierno beso en la mejilla, y con un lento movimiento de manos hizo aparecer en su cuello un hermoso collar, una piedra blanca brillante.
—Un regalo como muestra de mi lealtad —susurró—, nos volveremos a ver algún día.
—¿No vendrás con nosotros? —preguntó Nilsa extrañada.
—Debo quedarme, su energía ha quedado impregnada en este lugar por todo el tiempo que han vivido aquí —explicó Niddeck—, desviaré su rastro para que no puedan encontrarlos.
—Te estaremos agradecidos toda la vida —sollozó Nilsa.
—¡Cuídenla, por favor! —susurró antes de desaparecer como un suave rocío.
Félix tomó en sus brazos a la pequeña Naomi, terminaron de subir sus cosas al coche y se marcharon, dejando atrás lo que una vez fue una tranquila vida. Sabían que a partir de ese momento no podrían permanecer demasiado tiempo en un solo lugar, no se arriesgarían a dejarse encontrar.
Al estar dormida, Naomi no pudo presenciar aquel momento. Pero si recordaría como un extraño sueño la forma en que su amigo Niddeck se despedía de ella, prometiendo que se volverían a encontrar en un futuro cercano.
Traer aquellos recuerdos solo terminaba por empeorar su estado de ánimo, rebuscó entre sus cosas aquellos retratos que le decían que todo eso pasó una vez, que nada había sido un sueño. Esperaba poder sentir la calidez que siempre la reconfortaba, porque sabía que en algún lugar estaban sus amigos esperando volver a verla. Pero lastimosamente, eso terminaba por confirmar lo que su corazón no quería admitir, lo que por años se negaba aceptar, pero ya era hora de afrontar la responsabilidad y todas sus consecuencias.
—Todo esto ha sido mi culpa —susurró derramando las primeras lágrimas silenciosas—, siempre lo fue.
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