3. Azul, tranquilidad y poder
Seguía viéndolo, lo escuchaba reír a lo lejos y el frío de su mirada la atormentaba. No podía sacarse de la cabeza aquel rostro, su expresión y la sensación que le produjeron sus palabras. Su mente aún vagaba en la oscuridad de la inconsciencia, pero lograba escuchar leves murmullos provenir de algún lado, solo que no alcanzaba a entender quién y qué era lo que decía.
Poco a poco su mente fue aclarándose, y poco a poco fue recobrando la consciencia. Su visión estaba borrosa y la brillante luz del atardecer la cegaba, aumentando el fuerte dolor en su cabeza. Los murmullos aumentaron de volumen, pero seguía sin identificar aquella voz.
—... Tranquila, estarás bien.
Ojos cafés claros, labios rosados y carnosos, cabello negro y liso. Con expresión preocupada, un rostro desconocido y masculino se erguía sobre ella. Asustada, abrió los ojos de inmediato encontrándose de frente con su vecino, el chico amargado y atractivo de enfrente.
—¡Waw! —exclamó sorprendida, levantándose de la hojarasca para, a duras penas, poder arrastrase hacia atrás lejos del muchacho— ¿Qué... quién? Yo... ¡Auch!
Balbuceaba, su respiración se aceleró al igual que su corazón. El dolor en su cabeza se hizo más fuerte, dándose cuenta que sangraba al tocar su herida. Entonces lo recordó, la visión y después el suelo acercándose a gran velocidad.
—Tranquila, no te voy a hacer daño —vio atónita como su mano se acercaba a su rostro, por lo que por instinto cerró los ojos sin saber que esperar—. Puedes abrir los ojos.
Al hacerlo, notó algo frio en su frente. Había colocado gasa y algún menjurje en su herida. Inspeccionó el resto de su cuerpo, le dolía casi todo, sus brazos y manos tenían raspones ya curados y desinfectados, su ropa estaba sucia y algo rota. Su mirada se posó sobre aquel chico, quien la observaba curioso esperando alguna reacción de ella.
—¿Tú eres...?
—Jeimmy, tu vecino —una sonrisa ladeada la dejó sin habla.
Era aquel chico amargado, de expresión ruda y siempre de mal humor, pero al tenerlo de cerca podía notar otras cosas las cuales no iban con el concepto que se estaba haciendo de él. La piel blanca de su rostro estaba adornada por pequeñas y suaves pecas, dándole un toque dulce y tal vez tierno.
—¿Vecino? —indagó confundida— ¿De enfrente?
—Sí, nos hemos visto un par de veces —contestó en tono juguetón.
Le hubiese encantado seguirle el juego, pero aquella situación solo la preocupó demasiado. «¿Me vio?» pensó aterrada. Miraba exaltada todo a su alrededor, esperando encontrar algún indicio del momento de su llegada.
—¿En qué momento llegaste? —preguntó preocupada— ¿Qué pasó?
—Esperaba que tú misma me contestaras eso —respondió arqueando una ceja, produciendo un terror frío recorrer los nervios de Naomi—, caminaba por aquí y vi justo el momento en que caías de ese árbol, ¿Qué hacías allá arriba?
El alivio y la tranquilidad llegó por fin, había estado preocupada y sopesando la posibilidad de tener que volver a mudarse. Una de las cosas que sus padres le repetían casi todo el tiempo era eso, nunca jamás dejar que nadie vea lo que es capaz de hacer. «La gente diferente muchas veces es rechazada, no por lo que hagan sino por el simple hecho de no ser como los demás» le había dicho su madre una vez.
—¡Ahmm! Me gusta escalar —se excusó, sin poder inventar otra cosa.
—¿Escalar? ¿Arboles? —la confusión se dibujaba en su rostro— ¿No deberías tener algún equipo para eso? ¿Cómo llegaste tan arriba?
—Muchas preguntas, ¿no crees? —dijo Naomi, analizando más de cerca sus heridas.
—Curiosidad —contestó con gesto indiferente—, tú eres Naomi, ¿cierto?
—¿Cómo sabes mi nombre? —preguntó con desconfianza.
—¿Es malo saber tu nombre? —hizo una mueca sarcástica.
Desvió su mirada a la parte de arriba de aquel árbol, pensado en que tuvo mucha suerte que él llegara en el momento justo, porque de no ser por eso, habría muerto debido a la gran altura que separaba aquellas ramas con el suelo. Apenada, reconoció que ese amargado y huraño chico le había salvado la vida, y ella solo había actuado como una loca sin modales.
—Lo siento —suspiró, calmando sus impulsos—, agradezco tu ayuda, es solo que me sorprendió que aparecieras de la nada sin siquiera conocerte y, pues... Naomi, me llamo Naomi Nosborn.
Con una sonrisa de disculpa, tendió con amabilidad su maltrecha mano en son de paz.
—De acuerdo, disculpa aceptada —una radiante sonrisa asomó en su rostro, estrechando de igual forma su mano—. Por cierto, deberíamos irnos, está oscureciendo.
—Claro, pero antes... —comentó con expresión suplicante— Si mis papás preguntan, me caí de la bicicleta.
—¡Perdón! ¿Por qué debería mentir? —preguntó Jeimmy en tono burlón.
—Por favor, si la caída no me mató lo harán ellos si se enteran —hizo un puchero, el mismo que le hacía a su padre para ganar discusiones— ¿Podrías?
—Mmmm... —Jeimmy la miraba entre divertido y tierno— está bien. Pero que sea solo esta vez, no volveré a mentir por ti, ¿entendido?
—Fuerte y claro —sonrió de vuelta.
Intentó ponerse de pie, pero al tratar de apoyar su pie izquierdo en el suelo una fuerte punzada de dolor le atravesó la pierna entera, trastabillando con un grito ahogado. Por segunda vez, Jeimmy fue lo suficientemente rápido para sujetarla antes de caer. La tomó entre sus brazos levantándola del suelo, para no lastimarla.
—¿Estás bien? —la miraba preocupado, con sus rostros a solo centímetros.
—No —respondió con una mueca de dolor—, me lastimé el tobillo.
—¿Eres propensa a las caídas? —indagó curioso.
—Ahmm... solo hoy —Naomi sentía su rostro arder, y al ver la expresión divertida de Jeimmy, supo que estaba sonrojada.
—Es hora de volver —dijo entre risas.
Con sumo cuidado, la ubicó en la barra de su bicicleta a medio lado, teniendo todas las precauciones con su tobillo herido.
—Espera, ¿Qué vas hacer? —preguntó nerviosa.
—Llevarte a casa —susurró en su oído, subiendo al asiento del conductor, produciendo un estremecimiento interno en Naomi.
En completo silencio, se alejaron de aquel bosque pedaleando. Naomi estaba incomoda, no por la posición del viaje sino por su presencia. No estaba acostumbrada a tener tanta cercanía con alguien a quien no conocía, y mucho menos con un chico. Sentía su calor corporal, el rose de sus fuertes brazos a sus costados, su cálido aliento en su nuca, la firmeza de su musculoso pecho, eso la ponía demasiado nerviosa y no le gustaba. Llegaron a su casa, siendo cargada una vez más entre sus brazos aumentando sus nervios.
—Ya sabes, me caí de la bicicleta —susurró sin mirarlo.
No fue necesario tocar la puerta o el timbre, su madre abrió la puerta con expresión horrorizada.
—¡Félix! —llamó a voz en grito— Entren.
Sin decir nada aún, Jeimmy entró dejando con delicadeza a Naomi sobre el sofá de la sala.
—¡Cielos! ¿Qué te pasó? —preguntó igual de horrorizado y preocupado.
—Me caí de la bicicleta, pero no es nada, ya estoy...
—Se lastimó el tobillo —interrumpió Jeimmy con firmeza, ignorando las miradas de reproche de Naomi—, no puede apoyar el pie izquierdo, tal vez solo sea una torcedura, pero igual deben revisarlo.
Naomi no dejaba de mirarlo con los ojos entornados, pero él seguía empeñado en ignorar sus reclamos silenciosos.
—¿Solo se cayó? —indagó Félix incrédulo— ¿De la bicicleta?
—Sí, solo eso —de soslayo y con la ceja enarcada, le dio una mirada con un claro mensaje, «¿Contenta?».
—En serio, gracias por ayudar a la niña —dijo Nilsa, estrechando la mano de Jeimmy.
Sin decir nada más, Jeimmy se dirigía a la salida para dejar a los adultos encargarse de su hija. Giró para darle una última mirada a Naomi, sus ojos se encontraron y con una sutil sonrisa, agradeció una vez más el salvarle la vida por segunda vez en el mimo día.
Después que Nilsa la ayudara a bañarse y vestirse, Félix se encargó de atender sus heridas con sus famosos ungüentos. Naomi sabía que su padre prefería no hablar con ella sobre su vida de hechicero, pero ella tenía claro que su fuerte era la magia curativa y pociones. Sintió un gran alivio al disminuir su dolor, pero seguía con una pequeña molestia al apoyar el pie, por lo que aún tendría que cojear al caminar.
—Uff, funcionó —exclamó Naomi sonriente—, ya no duele tanto como antes...
Se interrumpió al ver las expresiones serias y molestas de sus padres, sabía la bronca que se le venía encima y, a decir verdad, la esperaba.
—¿Puedes decirnos que estabas haciendo? —preguntó su madre con los brazos cruzados sobre su pecho.
—¿De verdad te caíste de la bicicleta? —esta vez habló su padre igual de molesto, aún sin creer su versión de los hechos.
—Fue un accidente, ¿sí? —se excusó Naomi— Iba manejando cerca del bosque y un conejo salió de la nada, para evitar atropellarlo me desvié muy rápido y perdí el control de la bicicleta, por eso caí.
Sin cambiar sus expresiones de enfado, miraban a Naomi tratando de ver el fallo en su versión.
—No estabas haciendo nada «raro» antes de que ese chico llegara a ayudarte, ¿cierto? —un deje de advertencia se coló en el tono de voz de su padre.
—Claro que no, sé muy bien que no debo usar mis poderes a la vista de cualquiera, siempre me lo repiten —exclamó con fastidio.
—Y siempre te lo recordaremos —comentó su madre con un tono de voz más suave, se sentó a su lado tomando sus manos entre las suyas—, no porque desconfiemos, sabemos que no lo harás y eres precavida, pero nunca está de más recordarlo. Ellos no son el único inconveniente cuando de tus habilidades se trata, ¿sabes a lo que me refiero?
—Sí, mamá —suspiró en señal de resignación.
—Lo siento, cariño —Félix se arrodilló frente a su hija, acariciando con ternura sus mejillas—, es solo que me asusté al verte así, creía que te habrían encontrado.
—¿En serio debo dejar de usar mis poderes? —su voz sonó afligida, más de lo que quería demostrar.
—Por ahora es lo mejor —contestó Félix—, debemos dar tiempo para que tu rastro se disipe, y prepararnos para cualquier eventualidad. No queremos que se repita lo del año pasado.
—Claro, nadie quiere eso.
La llevaron de vuelta a su habitación aun cojeando, reposar el pie y esperar a que el ungüento hiciera efecto toda la noche, eran sus planes por el resto del día. Recostada en su cama fijando su mirada el techo, trataba de evitar pensar de nuevo en aquel día en qué tuvo que abandonar antes de tiempo el único lugar en el que se había sentido cómoda en los últimos años, dejando atrás los momentos más felices de su vida y a Elías con ellos. Lo que más le dolía de eso, era Ciro. Aquello pudo ser de otra manera, si ella hubiese hecho algo diferente.
Frustrada, se dio por vencida. El sueño no llegaba y su mente no hacía más que martirizarla. Sacó su mesa desplegable y sus materiales de dibujo, y se dispuso a hacer el retrato de aquel sujeto aprovechando tener aún el recuerdo fresco en su memoria. Hacerlo le ayudaba a distraerse, sus manos se movían con agilidad sobre el lienzo, dejándose llevar por la imagen grabada en su cabeza. Los dibujos a blanco y negro siempre se le daban mejor, emplear sombras y matices oscuros les daba a sus retratos un toque espectral. Habiendo terminado con él, se fijó aún más en las marcas que adornaban su piel, tanto en brazos como en su cabeza. No eran runas que reconociera, pero se les hacía tan familiar como aterradoras.
Miró el reloj, solo eran las 12 de la noche y el sueño aún no llegaba, así que decidió seguir su labor artística. Esta vez dibujaría al misterioso chico, le intrigaba la forma en que se expresó, la diferencia en su mirada y su rostro. Puso más empeño en este dibujo, no era la primera vez que tenía una visión de ese tipo, ni mucho menos el primer dibujo que hacía de él. Resaltó los detalles que más le llamaron la atención, trató de plasmar la calidez de su expresión, de su mirada y se atrevió a usar algo de color en sus ojos. Comparó este nuevo con uno anterior, notando con más claridad los cambios.
—¿Quién demonios eres? —exclamó confundida.
No tenía un nombre, no lo recordaba de ningún lado, no sabía siquiera si alguna vez lo había tenido enfrente, pero al parecer y según sus visiones, él sabía a la perfección quién era ella y la estaba buscando. Con un bostezo lastimero, por fin llegó el cansancio y el sueño, quedándose profundamente dormida a eso de las 3 de la mañana. «Menos mal falta mucho para entrar a clases» pensó con ironía.
Al despertar, notaba un leve cosquilleo en su tobillo. Estaba limpio, lo que indicaba que su padre habría estado allí atendiendo sus heridas. Apoyo con suavidad el pie, sintiendo solo una pequeña molestia que no le impediría caminar o pedalear. Se duchó y vistió, bajó para tomar el desayuno y disponerse a realizar los deberes del día.
—Hola nena, ¿Cómo sigues? —saludó su padre con un beso en la frente.
—Ya no duele, gracias pá —regresó el gesto como un cálido abrazo.
—El desayuno está esperándote...
—Y el aseo también —gritó su madre desde la cocina.
—No puede ver a un pobre enfermo cómodo, ¿verdad? —susurró a su padre.
—Para nada.
—Los escuché —replicó Nilsa.
Riendo por lo bajo, Naomi desayunó y lavó los pocos trastes que estaban esperándola en el lavaplatos. Empezó con la sala, lo que siempre le tocaba. Limpió y ordenó todo lo que veía, caminando de aquí para allá con baldes y agua para trapear. Tanto movimiento fue aumentando su molestia, convirtiéndose otra vez en un pequeño dolor por lo que entre veces cojeaba. Trataba de disimular en frente de sus padres, que la vieran así no haría más que preocuparlos de más.
Después de almorzar, fue directo a su habitación para hacer el respectivo «ordenamiento», lo último en su lista de tareas del día. Allí sí podía hacerlo a su manera, con música y la ventana abierta para dejar entrar el aire fresco de la tarde. Aún con su dolor en el tobillo, limpiaba y a la vez trataba de seguir los pasos de baile de sus canciones favoritas. La danza era una de sus pasiones, en sus tiempos libre se dedicaba a crear y repetir coreografías que más le llamaban la atención. Llevaba ya cierto tiempo sin hacerlo, y ya le estaba haciendo falta. Con torpeza bailaba parando entre veces para descansar su maltrecho pie, sin darse cuenta aún que estaba siendo vigilada desde fuera.
—Ya terminé —suspiró aliviada enfrente de sus padres para hacerse notar—, dejé todo limpio y reluciente, y ya no me duele el pie. ¡Confirmado!
Ambos la miraban entornando los ojos, la conocían tan bien como para saber que tantos detalles solo significaba una cosa: algo quería.
—¿Qué quieres, Naomi Patricia? —indagó Nilsa.
—Primero, querida madre —inició con su retahíla—, según mi registro de nacimiento y actual documento de identidad, ese nombre de Patricia no figura por ningún lado, así que gracias, pero me gusta mi nombre tal cual es.
—¿De dónde habrá sacado tanta palabrería esta niña? —preguntó Félix divertido.
—¿Eso fue una pregunta capciosa o de verdad esperas una respuesta? —se dirigió a su padre, luciendo toda la seriedad que era capaz.
—¿Ya di que quieres? —preguntaron los dos al tiempo.
—Bueno, pero no se enojen —contestó con tranquilidad, tratando de no reírse a carcajadas—. Solo quería comprar un par de cosas, eso es todo.
—¿Pretendes que te dejemos salir después que —replicó su madre perpleja— «accidentalmente» cayeras de tu bicicleta, obligando al vecino a traerte cargada hasta acá porque no podías siquiera apoyar el pie?
Pensativa, Naomi sopesaba cada palabra, todas las posibles opciones de respuesta a dar ante tal cuestionamiento, de ello dependía si le daban el permiso o no.
—Sí —se limitó a decir.
—Tu hija es el colmo —Nilsa se quejó con Félix—, de verdad que lo es.
Félix no pudo aguantar, estalló en sonoras risas provocando miradas de reproche por parte de su esposa, Nilsa. Esta los miraba a ambos intercaladamente, Félix estaba rojo como un tomate por tanta risa, y Naomi, por su parte, la miraba con la expresión más inocente y dulce que tenía.
—Mira niña, tus artimañas no funcionan conmigo —replicó Nilsa con seriedad—, ni pienses que te dejaré salir.
«Es hora de usar mi arma secreta» pensó decidida. Cambió su expresión de niña buena, a la carita de perro regañado haciendo los pucheros que encantaba a su papá cuando estaba más pequeña.
—Prometo tener mucho cuidado, ¿sí?
—¿Qué vas a comprar? —preguntó Nilsa con un suspiro de derrota.
—Lienzos de dibujo, algunos lápices, algo de tempera —enumeraba Naomi emocionada—, y helado... de Brownie.
—Tu si tragas dulces, vas a morir diabética —replicó Nilsa poniendo los ojos en blanco.
—Pero feliz.
Después de ducharse una vez más, peinarse y vestirse decente, recibió algo de dinero de su padre aún sin habérselo pedido. Lo agradecía de corazón, pero le gustaba ganarse su propio dinero y ahorrar. En todas las escuelas a las que había asistido, cobraba por hacer trabajos artísticos, vendía sus retratos y también los hacía por encargo. De esa manera podía darse los gustos que quisiera, como comprar montones de dulces y materiales para seguir con su trabajo. Antes de salir, reposó un rato el pie disminuyendo el dolor. Tenía pensado manejar hasta la heladería cerca de la biblioteca, por lo que debía aguantar un buen trayecto en bicicleta.
Segura de no cojear, salió de casa rumbo a la papelería primero. Se distrajo apreciando las mil y una maravillas de productos que ofrecía aquel almacén, deteniéndose más de la cuenta en una paleta completa de colores de buena calidad, pero demasiado caros para su bolsillo.
—Serás mío algún día —susurró para sí misma.
Salió del local ya entrando la noche, por lo que se apresuró a ir a la heladería. Pasó por aquel parque que daba al bosque, recordando lo que intentaba hacer antes que aquella visión casi la matara. «Debo volver y terminar mi trabajo» pensó con determinación. Más adelante a solo un par de cuadras de la biblioteca, se detuvo en seco ante una desviación que daba a una zona de aquel bosque que aún no conocía. «El radar» había detectado una serie de energías no humanas, muchas pequeñas energías que reconocía. Miró a su alrededor, asegurándose estar sola por completo.
—¡Niña, niña!
Suaves siseos provenientes del bosque la llamaban. Detrás de los primeros árboles, se asomaban pequeñas dríadas aladas. Tenían el aspecto de una hermosa mariposa multicolor, pero vistas de cerca se podían apreciar bien sus detalles. Enormes alas de diferentes colores cubrían su espalda, ojos grandes y nariz pequeña, su ropaje era hecho a base de flores y hojas, resaltando el color rosa pastel de sus pieles. Eran hermosas e inofensivas. Eran sus amigas.
—¡Ven con nosotras! —sisearon, alejándose de la orilla para adentrase con rapidez.
Era un comportamiento normal, ellas detestaban ser vistas por los humanos por eso se camuflaban en la naturaleza. Las siguió por un buen tramo de bosque, teniendo el cuidado de marcar la salida tal y como siempre hacía. El pie volvía a dolerle, el esfuerzo de seguirles el ritmo lastimó su herida.
—¡Es aquí! —susurraron varias al tiempo— ¡Mira a través del espejo azul!
Habían llegado a la orilla de un lago de aguas tranquilas y cristalinas, se veía azul oscuro al reflejar el color del cielo estrellado. Se arrodilló ante él contemplando la hermosura del paisaje, sintiendo la energía electrizante fluir a través de aquel líquido. Se dejó llevar por las sensaciones, introduciendo solo sus manos en el agua. Un brillo intenso refulgió desde su interior, propagándose a través de sus manos cubriendo todo su cuerpo.
Murmullos sonaron a su alrededor, mientras que Naomi solo se centraba en el hormigueo que llegaba a cada rincón de su ser. El dolor de su tobillo desapareció por completo, vio atónita como sus heridas se cerraban sin dejar marcas y como su energía mágica se restauraba en su interior. Poco a poco el brillo desapareció dejándola casi a oscuras, solo iluminada por la luna.
A toda marcha, regresaba pedaleando a casa. El tiempo se le había ido volando y sabía que era demasiado tarde, esperaba como mínimo un castigo por parte de sus padres.
—¿Por qué demoraste tanto? —preguntó su padre molesto, con los brazos en jarra.
—Me distraje viendo algunos libros en la biblioteca, por eso no me dio ni tiempo de comprar el helado —se excusó con rapidez.
—La próxima vez lleva el teléfono por lo menos —le riñó—, ve a dormir.
Sin retar a su suerte, se apresuró a subir a su habitación. Algo extrañada, se preguntaba por qué no la habían castigado. No es que quisiera, pero sabiendo que sus padres siempre lo hacían cuando se demoraba demasiado tiempo en la calle, en especial con la situación que estaban viviendo, no dejaba de ser raro. Además, su madre estaba alarmantemente calmada siendo ella la primera en preocupase de más. «Demasiado bello para ser verdad, ¿Qué estarán tramando?» meditó sobre la almohada, «Aunque ese es el menor de mis problemas ahora mismo».
Recordó con gran temor las palabras de aquellas criaturas.
Dríadas, ninfas del lago y algunas hadas pequeñas se fueron acercando poco a poco a Naomi, rodeándola en un pequeño círculo. Murmuraban palabras desconocidas en un idioma que había escuchado innumerables veces en su infancia, pero que lograba entender solo la mitad de las frases.
—Es ella —susurraban unas.
—Por fin está aquí —murmuraban otras.
—Eres tú, la única que puede ayudarnos —dijo una pequeña hada de brillo azul.
—¿Yo? —preguntó Naomi sin entender que sucedía.
—Necesitamos tu ayuda, estamos en peligro, todos lo estamos... —decía el hada asustada.
—Él nos quiere, te quiere a ti... —continuó una dríada floreada.
—Tiene muchos de ellos... —susurró con gran terror una pequeña dríada del lago.
—¿Quién? ¿Quiénes son ellos? —preguntó Naomi asustada.
—Haakon... —exclamó el hada azul.
—Mestizos... —vociferó otra hada.
Un murmullo de miedo desesperado se apoderó de todas las criaturas que la rodeaban, revoloteando por todas partes.
—¿Yo qué puedo hacer? ¿Qué tengo que ver?
—Eres nuestra amiga, las hadas de otros pueblos nos han hablado de ti... —comentó el hada azul.
—Tu sangre, tu poder... —continuó la dríada del agua, acercándose a Naomi hasta tocar una de sus manos— es la clave y la...
Se interrumpió en seco, todas ellas empezaron a mirar en todas las direcciones, algunas empezaron gritar y salir corriendo o volando despavoridas.
—¡Está aquí! —gritó el hada azul antes de desaparecer en un brillo escarchado del mismo color.
—¡Vete, desvíalo de aquí, sálvanos, por favor! —exclamó la dríada antes de saltar de vuelta al agua.
Estando en la seguridad de su habitación no lograba entender a que se referían, quien o que las había asustado de esa manera. Había puesto en marcha su radar, pero no detectó nada en absoluto; ni humanos, ni presencias oscuras, nada. Por segunda vez, había escuchado ese nombre, Haakon. No sabía quién era o que papel jugaba en todo esto, pero ya tenía claro algo: si las criaturas y aquel chico estaban en lo correcto, ese sujeto representaba un grave peligro, solo que aún no sabía para quienes exactamente y por qué.
Aun así, lo que más le aterraba, lo que la tenía tan asustada era una sola palabra: mestizos.
No sabía a ciencia cierta a que se referían, pero tenía la leve sospecha de lo que trataban de explicar. Siempre lo estuvo pensando, indagando sobre el origen de sus habilidades, y no fue hasta que cumplió los 7 años que se enteró que su padre era un hechicero. Su madre seguía siendo humana y al tener la recombinación del ADN de ambos, supuso muy en sus adentros que ella sería mitad hechicera mitad humana, una mestiza.
—Hay más como yo —susurró con la mirada fija en el techo—, más mestizos, pero... ¿Por qué querían hacerles daño a esas criaturas?
Miles de preguntas rodaban su cabeza, dejándole un mal sabor de boca y un leve mareo. Decidió desistir y dejar a un lado aquellos pensamientos, ya tendría tiempo más adelanta para sacar sus teorías. Pero una pregunta surgió de repente aumentando su malestar.
«¿Son ellos los que están detrás de nosotros?»
De forma voluntaria trajo a su mente recuerdos de su infancia, recuerdos que por varios años creía habían sido solo sueños o imaginación de una niña pequeña, pero que resultaron ser ciertos. Rebuscó entre sus dibujos, los tenía todos separados y ordenados según su motivo. Hadas, dríadas, elfos y muchas criaturas más figuraban en ellos, se había dibujado a sí misma jugando en el jardín con aquellas pequeñas y risueñas figuras. Desde que tiene memoria recuerda poder verlas, interactuar e incluso hablar con ellas en su idioma, pero sus padres siempre intervenían ahuyentándolas y diciéndole que no eran reales.
Pero estaba más que convencida que no era así. Cuando empezó a dibujar, sus primeros bocetos fueron sobre ellas, sus hermosos rostros y coloridos vestidos. Si eran o no reales no le interesaba mucho en ese entonces, solo quería plasmar su belleza en el papel. Innumerables veces salía bien entrada la noche cuando sus padres dormían profundamente, y las buscaba por todas partes. Casi siempre respondían, al inicio con timidez y salían corriendo. Pero a medida que se hacía frecuente, empezaron a confiar en ella, hasta dejarse ver y jugar.
Una vez más, necesitaba despejar su cabeza para poder dormir, así que sacó su material de dibujo y puso manos a la obra. Empezó por dibujar esa sección del boque y el lago, usando los colores más vivos que tenía. Se sentía emocionada, excitada por dibujar, quería plasmar cada detalle del lugar, el brillo del agua al entrar en contacto con sus manos y el poder que refulgía hacia ella.
Continuó con un retrato a vivo color de cada criatura observada, en particular el de aquella dríada del agua. Su presencia y su toque habían producido una extraña sensación en ella, una que había sentido antes con otras criaturas, pero en situaciones diferentes, unas que aún no entendía.
Había demasiadas cosas que no comprendía cuando de sus habilidades y su origen se trataba, pero se esmeraba por leer y estudiar todo lo que pudiera encontrar, sin importar que sea solo un mito o una leyenda. A decir verdad, creía que todas y cada una de esas historias tenían algo de cierto en ellas, solo que contadas de diferentes maneras.
Primer bombonazo encontrado, pase al siguiente nivel
Opiniones de Jeimmy cara de culo Beltrán?!
Que tal ese misterioso de ojos verde-azul?
Sera real o solo pesadillas de la pobre Naomi alma en desgracia Nosborn?
Los leo, mis pulguitas
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro