Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

2. Conociendo Betania y algo más

Despertó sobresaltada, sin saber en qué momento se quedó profundamente dormida. La ventana de su cuarto seguía abierta de par en par, con las cortinas cerradas tal y como las había dejado antes de bajar. La suave brisa las removía de un lado a otro, dejando entrar el frescor del exterior. Podía ver entre ellas el tono rosa del cielo, indicándole que estuvo desconectada de este mundo un par horas como mínimo. Se levantó con pesadez para acercarse y cerrarlas de una buena vez, pero algo en la tranquilidad que vio por fuera de ellas la sedujo.

Despacio, se sentó en el alfeizar decorado con algunos cojines, con la vista perdida en el horizonte y la mente navegando junto a las nubes que cambiaban de forma con el viento. Recordar a Ciro le traía demasiado dolor a su corazón, mucho más del que le causaba el haber perdido a quien había considerado su único y mejor amigo, Elías. A diferencia de este, su ausencia no era algo a lo quería acostumbrarse ni estaba planeado, pero que de igual forma solo sucedió. Ciro ya no estaba con ella.

—Naomi, linda —llamó Félix del otro lado de la puerta, dando pequeños golpes— ¿Estás despierta?

—Sí, papá —contestó aún medio distraída—, estoy despierta.

—Ven a cenar cariño, ya está lista la comida.

—Enseguida bajo.

Escuchó con atención como los pesados y lentos pasos de su padre se alejaba de la puerta, señal que reconocía a la perfección indicándole que no quería irse y dejarla sola. Era algo que había aprendido con el tiempo, una costumbre que había tomado Félix cada vez que ella se sentía deprimida. Hubo un tiempo en qué sin poder resistirlo, regresaba y entraba a su habitación para abrazarla y consolarla hasta quedarse dormida en sus brazos. Pero los tiempos cambian, Naomi ya no era una niña y necesitaba enfrentar sus miedos y tristezas por sí misma.

La cena y el resto de la noche estuvieron relativamente normales, en completo silencio. Notó las miradas de soslayo que le dedicaban sus padres, pero optó por hacerse la ciega. No quería volver a tocar el tema, ni traer malos recuerdos a su mente. Decidió calmarse viendo sus películas favoritas, la comedia, acción y humor negro de muchas de ellas ayudaban a tranquilizar sus nervios. Se quedó dormida viendo como una horda de zombies perseguían a la protagonista, torpes pero rápidos y en especial, decididos a no dejar escapar su cena.

Despertó echa un ovillo, enredada entre las sábanas y almohadas esparcidas por doquier. La Tv estaba apagada y desconectada, aunque no recordaba haberlo hecho antes de dormirse. Se levantó con una extraña sensación de energía recorrer su cuerpo, como una corriente eléctrica que navegaba a través de su torrente sanguíneo. Se duchó y bajó a desayunar con calma, sentándose en el sofá de la sala viendo las caricaturas típicas de un fin de semana.

—Buenos días —saludó Nilsa con sarcasmo— ¿A la princesita se le antoja algo, unas galleticas o un cafecito?

—El café no estaría mal —respondió Naomi llena de inocencia, pero reteniendo una carcajada.

—Hazte la graciosa —riñó con rostro serio— ¿No piensas hacer nada o qué?

—Déjame desayunar con calma, mujer —replicó entre risas—. Termino aquí y voy a ordenar mi habitación. ¿Hay algo más que pueda hacer?

—Ordenar la cocina, lavar los trastes y sacar la basura.

—Madre, me veo en la penosa obligación de rechazar tu oferta —anunció Naomi—. Para la tarde de hoy se tenía planeado, según mi apretada agenda, la inspección de los alrededores para conocer los lugares clave, como el centro comercial, por ejemplo, o la dulcería.

Nilsa miraba a su hija boquiabierta, perpleja por la diplomacia de sus palabras.

—¿No me digas? Si así hicieras tus ensayos para la escuela tendrías las mejores calificaciones —se quejó Nilsa.

—¿Pero tengo razón?

—Claro que no, harás lo que te dije y después veremos —se marchó dejando a Naomi quejarse hasta el cansancio.

Hizo lo que su madre le encargó, al terminar decidió ducharse y salir un rato en su bicicleta. Era su tercer día en aquella casa y no había colocado un pie fuera, no sabía dónde quedaba la tienda más cercana, si había algún centro comercial o una dulcería. «Necesito mi dosis diaria de azúcar, o moriré» pensó con dramatismo.

—¡Ya me voy! —anunció Naomi mientras se ajustaba una pequeña mochila que siempre cargaba, yendo directo a la puerta.

—Bueno, ¿y tú para dónde vas? —indagó Félix, cruzándose de brazos entre ella y la puerta.

—A inspeccionar la zona —contestó Nilsa, justo detrás de ella.

—¿Con permiso de quién? —Félix la miraba con intensidad, arqueando una ceja.

—¿De mi mamá...? —dijo Naomi señalando a Nilsa.

—Yo no he autorizado nada —replicó esta.

—¿Mío? —Naomi se señaló a sí misma, dándole una dulce sonrisa a su padre, la cual siempre usaba para salirse con la suya.

—No te puedes dar permiso a ti misma —objetó Félix.

—¿Por qué no? —preguntó haciendo un puchero.

—Porque no —contestó Félix riendo por la expresión de su hija— ¿A dónde quieres ir?

—Por ahí, no muy lejos —explicó como hacía cada año al llegar a un lugar nuevo—, solo quiero ver que hay cerca que sea interesante.

—¿Prometes no ir demasiado lejos?

—Lo prometo —abrazó fuerte a sus padres, asegurándoles de forma implícita que estaría bien.

Se dirigió al garaje donde guardaba su objeto más preciado, su bicicleta. Había sido un regalo de su padre hace dos años, después que la primera se hiciera demasiado pequeña para ella. Su color morado metálico y las calcomanías de sus héroes favoritos, le daban ese toque personal y rudo que siempre quiso.

—Naomi —Nilsa la llamó desde el umbral de la puerta con gesto preocupado— ¿Lo llevas?

—Siempre —se llevó la mano al pecho, tocando el collar que ha llevado consigo en todo momento—, jamás me lo quito.

Vio el alivio reflejarse en sus ojos, y con una sonrisa se despidieron desde lejos. El collar era solo un trozo irregular de piedra, tal vez cuarzo de un color blanco brillante. Lo usa desde que tiene 7 años y según sus padres, fue un obsequio de su abuela paterna antes de morir cuando aún era un bebé. El cómo llegó a tenerlo era todavía un misterio, solo apareció en su cuello y jamás se desprendió de él. Según su madre, era un amuleto de protección que repele las malas energías y al ser Naomi tan pequeña, necesitaba quien la cuidara día y noche. Le hicieron prometer muchas veces jamás quitárselo, para nada en el mundo debía alejarse de aquel collar. Fue demasiado raro, pero decidió no pensar mucho en eso y solo seguir la orden al pie de la letra.

Acomodó sus auriculares, reproduciendo su playlist hecha especialmente para esos momentos de distracción. Empezó a pedalear mientras cantaba para sí misma rumbo a cualquier lugar, solo quería ver y hacerse una idea de cómo era Betania, si es tan hermosa y tranquila como describió su padre antes de llegar allí. A solo dos cuadras de su casa, había una gran tienda en la esquina. Se detuvo con cautela, ubicando su bicicleta en un parqueadero cercano, el aire acondicionado y el característico olor a vainilla inundó sus fosas nasales. Recorrió los pasillos detallando cada estantería, reconociendo las marcas de cremas favoritas de su madre, el Shampoo que suele usar su padre y sus dulces favoritos.

—Buenas tardes, ¿puedo ayudarte en algo? —un femenina pero fuerte voz la sobresaltó, dejando caer una lata que tenía en las manos.

—Dios, lo siento —exclamó Naomi avergonzada—, lo pagaré.

—No te preocupes, la culpa es mía por asustarte —contestó igual de apenada—. Mucho gusto, soy Vilma, trabajo aquí.

La chica era simpática, de estatura baja, piel morena y ojos café oscuros, tenía un rostro dulce y amable, pero su voz era lo que no cuadraba en su aspecto, muy fuerte y algo brusco.

—Soy Naomi, el gusto es mío.

—¿Puedo ayudarte en algo?

—Pues, solo estaba viendo y conociendo el lugar —contestó Naomi—, aunque si quisiera comprar un par de cosas, pero no las he visto.

—Eres nueva en Betania, ¿cierto? No recuerdo haberte visto antes por aquí.

—Sí, llegamos hace tres días apenas y pues... —titubeó nerviosa, no acostumbraba hablar demasiado con desconocidos— no conozco los alrededores y eso.

—Si quieres puedo ayudarte, indicarte donde quedan algunos lugares —Vilma sonreía con amabilidad— ¿Qué querías comprar?

—Chocolates Toblerone, Hershey, Doritos y Pringles.

Vilma la guio por los pasillos, indicándole el tipo de productos que podría encontrar en cada uno de ellos. Le señaló y ayudó a elegir los que compraría, en su mayoría dulces y comida chatarra, su mayor adicción. Después de pagar, se encargó de indicarle como llegar a otros lugares, como la librería local, una papelería y tienda de discos y películas. Decide seguir su camino en bicicleta, solo para ojear aquellos lugares y cerciorarse haber entendido bien su explicación.

Estando cerca de la librería, sintió un cosquilleo en su nuca. Esa sensación siempre la mantenía alerta, escrutando el lugar a su alrededor. Presentía que la estaban siguiendo, pero no logró ver nada fuera de lo normal, solo personas comunes caminando a lugares comunes, nada extraño.

Cerró por un segundo sus ojos, respirando profundo para poder concentrarse. Sentía la energía vital de las personas más cercanas, su «radar interno» tenía cobertura de hasta 10 metros a la redonda. Había aprendido a diferenciar cada tipo de aura, las humanas eran delgadas y colores suaves. La de su padre al ser un mago, era muy diferente. Un aro resplandeciente de color morado intenso, bastante grande teniendo en cuenta el poder de este.

Volvió a abrir sus ojos, respirando con alivio al no sentir aquellas presencias que tanto la atormentaba. Dejó a un lado aquellos recuerdos y siguió su camino, terminando el recorrido al llegar a un hermoso parque lleno de niños que jugaban llenos de alegría. Regresó por el mismo camino que había tomado, recordando las ubicaciones que más le interesaba de todo lo que había visto. Ya no se sentía tan decepcionada de haber llegado allí, el lugar sí era tal y como lo había descrito su padre, solo esperaba que también fuese igual de tranquilo. «Eso sí lo veo difícil» pensó con ironía.

Al llegar a casa, guardó su bicicleta en el garaje, cerrándola con fuerza tras de sí. Al girarse, vio a los mismos chicos entrar a la casa de enfrente, la de la señora Nieves. Los tres le dedicaron una mirada escrutadora con la cual se sintió un poco incomoda, pero el menor de los tres cambió su expresión por una enorme y dulce sonrisa, saludándola con la mano desde la distancia quedándose detrás de los demás.

No pudo evitar sonreír en respuesta a su gesto, le pareció gracioso y amable de su parte. Sin embargo, el chico más alto de expresión amargada se percató de aquella escena, obligando a su hermano a entrar a casa sin mirar atrás. «Ok, ese chico de verdad que es extraño... y grosero» pensó con cierta indiferencia.

—¿Qué tal la excursión? —indagó Félix en tono burlón al verla entrar— ¿Estamos a salvo de los aliens?

—¡Ay padre! —exclamó Naomi con un suspiro— A ti los aliens te devuelven por feo, así que estas a salvo en cualquier parte.

Las risas de su madre no se hicieron esperar, resonaron por toda la sala desde la cocina donde se encontraba.

—Mejor ve a bañarte para cenar antes que me arrepienta y te castigue —riñó Félix, con gesto entre ofendido y divertido.

—Sí señor.

Subió las escaleras riendo por lo bajo, escuchando aún las risas de su madre y los reclamos de su padre. Guardó sus dulces en una mini nevera personal en su habitación, preparó la ducha y se relajó después de una tarde de pedaleos. Sentada en su cama, se dedicó a peinar su cabello tratando de alisarlo por completo o que tomara la forma de risos definidos. Pero nada de lo que hacía daba efecto, era como si tuviese personalidad propia, rebelde y sin definir su esencia. Era en apariencia liso, pero con ciertas ondas que sacaban de quicio a Naomi.

Optó, como casi siempre, envolverlo en un moño alto con su liga favorita de tela elástica color violeta con calaveras en miniatura. Ya lista para bajar, sintió la necesidad de mirar a través de la ventana, la vista panorámica de la calle estaba empezando a gustarle bastante. Movimientos bruscos de la ventana justo enfrente de la suya llamaron su atención. Entrando por la puerta de aquella habitación estaba el mismo chico gruñón de hace un rato, sentándose en su cama mirando la lejanía frente a él. Aparentemente ofuscado, se pasó ambas manos a través de su cabello, se levantó para quitarse la camisa quedando con el torso desnudo.

Medio embobada por el espectáculo, Naomi no podía evitar quitar sus ojos de aquel muchacho. Sus bien cuidados pectorales y el movimiento de los músculos de sus brazos al moverlos la hipnotizó, viendo la escena como en cámara lenta.

—Naomi, baja a cenar.

Gritó su madre desde el comedor, provocando que diera un salto por la sorpresa y casi tropezara con su cama. Se levantó con rapidez, colocándose sus sandalias y mirándose por última vez en el espejo pegado en una de las puertas del closet.

—Ya voy.

Contestó con un pequeño grito, y antes de llegar a la puerta devolvió la mirada a la ventana.

—¡Oh por Dios! —susurró atónita.

Apoyado de costado en el alfeizar de su ventana y con los brazos cruzados sobre el pecho, estaba aquel chico con la mirada fija en ella. Sus ojos la analizaban de pies a cabeza, para luego darle una sonrisa ladeada y coqueta. Muy nerviosa y ruborizada por lo extraño de la situación, fue caminando paso a paso de espaldas hacia su puerta hasta tocar la manivela. La giró como pudo sin poder apartar sus ojos de aquel muchacho y con fingido gesto casual, como quien no está pasando la mayor vergüenza de su vida, salió por fin de su habitación.

Al estar fuera de su mirada escrutadora, dejó escapar el aire contenido de sus pulmones, el rubor se atenuó un poco pero su corazón no dejaba de latir con rapidez.

—Trágame tierra y escúpeme en Hawái —susurró.

Respiró profundo y bajó estando más calmada. No quería que sus padres notaran nada raro en ella, dar explicaciones sobre su breve periodo de acoso es lo que menos quería en ese momento. Cenaron tranquilos, conversando de temas triviales como siempre.

—He hablado varias veces con la señora Nieves —comentó Nilsa—, es muy agradable.

—¿Qué tanto has hablado con ella? —indagó Félix.

—Solo en dos ocasiones, me la he cruzado en la tienda de la esquina —desvió la mirada a Naomi sonriente— ¿Has visto a sus nietos? Están viviendo con ella.

—Creo que sí —contestó con cierta indiferencia—, son tres ¿No?

—Sí, son tres chicos y están muy simpáticos —dijo Nilsa con una sonrisa pícara en su rostro—. Deberías hablarles, se ve que son buenos niños.

Perpleja por las palabras de su madre, la miraba con atención tratando de identificar el verdadero significado de ello. Desvió la mirada a su padre, buscando en él algo de apoyo.

—Pá, estás viendo sus oscuras intenciones, ¿verdad? —dijo Naomi con toda la seriedad del mundo— ¿Vas a dejar que me venda a los vecinos?

—No te estoy vendiendo —replicó su madre carcajeándose—, solo es una sugerencia.

—Papá, ¿podrías decirle algo? —insistió Naomi.

—Nilsa —suspiró Félix—, ¿podrías por favor no hacer ese tipo de sugerencias? La niña no tendrá novio hasta los 30 años.

—Waw ¡Vamo a calmarno! —Exclamó— ¿Cómo que 30?

—Tú te lo buscas —Nilsa reía sin parar al ver la expresión de su hija.

—¿35 está mejor? —indagó Félix con aire pensativo.

—Ninguna de las dos —replicó haciendo un puchero de molestia—, no me ayudes tanto, gracias.

A pesar de las «sugerencias» e insinuaciones de su madre, Naomi se limitaba a realizar las tareas que le encomendaban, escuchar música, bailar como loca en su habitación y salir a explorar el lugar. Conocer y hacer su propio mapa mental de Betania era muy importante, no se sabía a ciencia cierta si en algún momento dado tendría que desviar «visitantes inesperados» a zonas más despejadas lejos de cualquiera que pueda resultar herido.

Tan solo 8 días habían pasado desde la mudanza, seguía observando desde lejos a sus atractivos vecinos sin la menor intención de algo más. Y no solo a ellos, su querida vecina Mara rondaba su calle muy a menudo. Demasiado, a decir verdad. Vivía a 3 cuadras de su casa, un poco alejada para estar «casualmente» caminando mientras les lanzaba miradas sugerentes y provocativas a los chicos de enfrente. Después de dos días de observaciones accidentales, se aventuró a ir más lejos. Se acercaba cada vez más, en especial al mayor de ellos. Pero tal y como lo pensó Naomi, solo la apartaba con su típico gesto amargado e indiferente. Pero de nada servía, casi todos los días estaba allí detrás de los tres.

—Ha de estar bien desesperada la pobre —comentó Naomi para sí misma.

—Sí que es lanzada la niña, ¿no crees? —dijo Nilsa sorprendiendo a su hija.

Estaba sentada en la banca situada en la terraza de su casa, donde el fresco de la tarde y la tranquilidad del ambiente, hacían de aquel lugar el ideal para leer.

—¡Mamá! —exclamó Naomi con dramatismo— ¿Podrías no volver hacer eso?

—¿Qué cosa? —preguntó con inocencia.

—Aparecerte de la nada o me matarás de un infarto —explicó con seriedad—, no quieres quedarte sin tu dulce y única hija, ¿Cierto?

—Lo siento, cariño —dijo entre risas— ¿Saldrás hoy?

—Sí, la tranquilidad de este lugar está siendo aniquilada por una rubia desesperada.

Guardó su libro y se dispuso a manejar su bicicleta, no sin antes cruzar su mirada con la de aquella chica, tan presumida y creída como siempre.

—No he empezado la escuela y ya me cae mal una persona —murmuró con fastidio—, que buen inicio de año.

Había recorrido varias calles, ya se le hacía más fácil encontrar ciertos lugares, poco a poco estaba empezando a ubicarse con mayor precisión. Estaba por calles nuevas un poco alejadas de su casa, observando y deleitándose con el aspecto pintoresco de las viviendas. Algunas sencillas, pero muy bonitas y otras mucho más pomposas, pero con mucho estilo y buen gusto. Un cosquilleo en su nuca la sacó de su distracción, deteniéndose para observar con cautela todo a su alrededor. Presentía que la seguían, pero por segunda vez no sintió aquellas presencias que tanto temía.

Sintió algo de alivio, pero los nervios de aquella sensación permanecían. Puede que fallara una vez, pero dos veces casi seguidas era extraño. Había perfeccionado una especie de sexto sentido al que llamaba «El radar», con el cual podía detectar toda clase de criaturas como una especie de detector de movimiento, con la variante de poder saber quién viene a por ella. Los veía, desde lejos podía sentirlos.

—Sigue Naomi, por aquí no hay nada que ver —trató de tranquilizarse—, solo necesitas concentrarte más.

Respiró profundo y siguió su andar, atenta y alerta a lo que veía. Encontró un pequeño parque alejado y solitario, detrás del cual se expandía un bosque de enormes árboles.

—Creo que acabo de encontrar mi refugio.

Decidida, entró a la espesura de aquel bosque encontrando un sendero de tierra medio oculto por la hojarasca. Siguió su pedalear por varios minutos, marcando los árboles como guía para su camino de vuelta. A lo lejos, divisó un hermoso y enorme árbol de roble con el tallo tan grueso y firme que lo eligió de inmediato.

—Eres perfecto —exclamó emocionada.

Estacionó como pudo su bicicleta, sacó su pequeño mp3, colocó sus audífonos y con la dulce voz de Adele sonando en sus oídos empezó a escalar. Se apoyó de varios huecos y pequeños bultos que sobresalían de la madera, pero llegó a un punto donde aún lejos de las ramas no tenía modo de seguir.

—Bien —susurró un poco agitada por el esfuerzo—, esto será como un entrenamiento.

Con ambas manos aun apoyadas en el árbol, y su cuerpo bien posicionado creando toda la fricción posible para no caer, cerró los ojos para concentrarse. Sintió a través de sus dedos la energía natural de aquel viejo roble, transmitiendo de la misma manera sus intenciones como si este pudiera entenderla. Le tomó un par de segundos hacerlo, pero lo logró.

«Ramas» pensó, y poco a poco con un leve estremecimiento, ramas gruesas y fuertes aparecieron a través del tallo, formando un pequeño camino hasta arriba donde se encontraban las más largas y firmes. El árbol era tan viejo que por fuera se veía frondoso y verde, pero por dentro de su copa estaba casi vacío con ramas limpias. La base de esta estaba formada por seis de ellas, extendiéndose para formar una especia de sombrilla con sus hojas en los extremos.

Llegó a la base tarareando una canción de Morat, su grupo favorito. Se sentó en la rama más grande para descansar un rato, detallando la vista desde lo alto donde estaba. Un leve movimiento a unos cinco metros de su bicicleta la alarmó, pero se tranquilizó al notar que solo era un conejo saltando por el lugar.

—Deja la paranoia Naomi, cálmate —se reprendió—, empecemos la construcción.

Se fue acercando lenta y cuidadosamente a cada extremo de las ramas, dibujando en ellas unos símbolos aprendidos del antiguo libro de magia de su padre. Protección, refugio, invisible eran las runas necesarias para crear lo que para ella será su lugar favorito, donde esconderse y protegerse de «ellos».

Solo bastaba con hacer los últimos dos dibujos y decir el hechizo correcto, para que surgieran extensiones del mismo árbol creando una imitación de choza llenando el espacio vacío dentro de este. Sin embargo, una familiar y paralizante sensación la arrolló.

—No —exclamó con voz temblorosa—, ahora no, aquí no.

Su cabeza daba vueltas, su visión se nubló y se vio envuelta en una nube oscura transportándola a un lugar diferente, extraño y a la vez familiar de una forma demasiado preocupante. Estaba caminando sobre una calle de adoquines, era de noche y hacía mucho frío. Pasaba por casas y tiendas de estilo antiguo, como si estuviese en el siglo pasado. Veía a los transeúntes caminado con rapidez abrazándose a sí mismos para mantener el calor. De no ser por sus expresiones lúgubres y aterradas, diría que estaba en un maravilloso lugar al estilo cuento de hadas. Pero en aquel sitio, la felicidad no era más que un vago recuerdo muy lejano.

—Estas de vuelta en casa —susurraron a su oído.

Temerosa, giró con lentitud para encarar aquella voz conocida, encontrándose frente a frente con aquel chico que aparecía en sus pesadillas. Alto, de piel morena, cuerpo esculpido y torneado, cabello negro y liso, sin duda alguna muy atractivo. Pero sus ojos, aquellas esferas verde-azules destellaban la mayor frialdad que jamás había sentido, provocándole escalofríos y miedo.

Al verlo de frente, notó algo diferente el él. Lo había visto antes, pero a diferencia de aquella ocasión el cambio era demasiado notorio. El color de sus ojos había cambiado por un azul suave y cálido, la expresión en su rostro antes rígida, ahora era dulce y amable. Incluso la forma de hablarle era diferente, sin gestos retorcidos ni mensaje ocultos, como si fuese una persona diferente.

—¿Quién eres? —susurró Naomi asustada— ¿Dónde estamos?

—No te preocupes, aquí no te pasara nada malo, no mientras estés conmigo —dijo aquel chico—, pero debes saber una cosa, debes cuidarte de él.

—¿Quién y de qué me hablas?

—Haakon.

Señaló detrás de ella a un alto y musculoso hombre, en su piel blanca resaltaban marcas de color negro como tatuajes marcados a fuego. Su cabeza, sin rastro de cabello, estaba marcada por varios símbolos. No los había visto jamás, pero producían un cosquilleo en su memoria que no le gustaba. Sus ojos negros como la noche contenían maldad pura, frialdad y odio.

—No lo dejes entrar Naomi —susurraba en su oído.

—¿Cómo?

—Recuerda esto, el azul es real, no te dejes engañar —su voz se fue apagando, alejándose de ella.

Quedó en medio de la calle vacía, frente a aquel sujeto a quien había llamado Haakon.

—Pronto te encontraré.

Un estremecimiento y corriente eléctrica atravesó su espalda, una fría sensación de caída la trajo de vuelta a la realidad. Volvía a estar en el bosque, en lo más alto de las ramas, y de verdad estaba cayendo.

—¡Mierda!

Trató de sostenerse de alguna manera, pero sus fuerzas menguaron después de haber tenido una visión tan realista como aquella. Se golpeaba rama tras rama, sin poder agarrarse de ninguna. Un fuerte golpe en la sien derecha de su cabeza la dejó sin aliento.

Casi inconsciente,veía el suelo acercarse demasiado rápido. Rendida ante su destino, se dejaba llevar por la oscura inconciencia para no sentir el dolor del golpe. Sinembargo, antes de cerrar por completo sus ojos, logró atisbar una figura corpulenta acercarse a gran velocidad. Ojos cafés la miraban preocupados, y conuna extraña sensación de alivio creciendo dentro de ella, se dejó ir a las profundidades de su propia mente.

¿What's up, mis pulguitas?

¿Cómo ven la historia hasta aquí?

Acabo de darme cuenta que está chingada madre de Wattpad me pegó muchas palabras, joder.

Pero buee...

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro