17. Nuevos descubrimientos más confusión
Naomi estaba absorta en su trabajo, concentrada al máximo mientras que, con una sonrisa bobalicona, repasaba a lápiz algunos detalles del rostro de Jeimmy, esa sonrisa dulce que le dedicaba al mirarla y el brillo de sus ojos. Le estaba quedando mejor de lo que pensaba y tal como quería que sucediera, solo faltaba agregar el color y algunos accesorios alrededor para complementar la escena. Lo había dibujado apoyado de costado en el alfeizar de su ventana con la mirada fija hacia el frente, los brazos cruzados sobre el pecho y expresión risueña. Se centró en la textura de sus labios, quería darle tanto realismo como pudiera al igual que al resto del dibujo, pero sintió la necesidad de empeñarse mucho más en esa zona.
—Cariño, es hora de.... —Nilsa había entrado a la habitación de forma inesperada, quedándose perpleja ante lo que hacía su hija— Con que Jeimmy, ¿eh?
—¡Mamá! —exclamó Naomi sobresaltada por la sorpresa— ¿Por qué no tocas antes de entrar?
—Solo venía a decirte que es hora de cenar —anunciaba sonriente—, pero veo que estas ocupadita.
—No pienses cosas raras, mamá —advirtió con seriedad—, es solo un trabajo, no es nada especial así que no te hagas ilusiones.
—¿Solo un trabajo? —indagó incrédula.
—Sí, solo eso.
—De acuerdo —dijo con sarcasmo divertido—. Te esperamos abajo, y por cierto... te está quedando estupendo. ¿Tienes buena inspiración?
—¡Mamá! —exclamó frustrada.
Nilsa salió del cuarto riendo a carcajadas sonoras, por lo que guardó el boceto para bajar al comedor antes que contara su versión a Félix. Los encontró charlando sentados en el comedor con la comida ya servida, no se fijaron en ella siquiera. Los miraba con reproche a ambos, en especial a su madre quien seguía con expresión risueña, mientras su padre mantenía un semblante igual al de ella, serio.
—¿Solo un trabajo? —indagó Félix enarcando una ceja.
—Solo eso, un trabajo —explicó Naomi con firmeza—, me lo pidió amablemente como todos los demás, así que no pude negarme como con cualquier otra persona.
—Está bien.
Cenaron tranquilos aún con miradas sospechosas por parte de Nilsa, quien observaba sin disimulo a su hija con expresión burlona. No pudo enojarse con ella, era su madre y sabía que quería solo lo mejor para su futuro, aunque a veces eso implicaba dejarse llevar por sus manipulaciones. Al terminar lavó la loza que ensuciaron, se duchó para sentirse más fresca y continuó con su arduo trabajo.
A pesar de todo, Nilsa había dicho algo que era muy cierto: el retrato estaba quedando estupendo, y todo gracias a la maravillosa inspiración que el mismo protagonista de aquel dibujo le facilitaba. Alistó sus colores eligiendo los mejores de todos, los que guardaba para dar mayor realce y vida a sus creaciones. Un suave tintineo la distrajo, provenía de la ventana. Se acercó pensando que encontraría a Luke debajo de ella, pero no fue así. Su sorpresa fue mayúscula al darse cuenta que Jeimmy, sin saber cómo, estaba apoyado sobre el barandal de su balcón. De forma apresurada, abrió la ventana para dejarlo entrar, el miedo a que cayera y se hiciera daño la empujó a moverse.
—¿Qué crees que estás haciendo? —indagó Naomi en susurros— ¿Estás loco?
—Solo un poquito —contestó en voz baja sentado en el alfeizar de la ventana con expresión inocente.
—¿Cómo subiste? —preguntó asombrada.
—Subiendo —dijo divertido.
Naomi lo miró con cara de pocos amigos, sus bromas en esos momentos no le parecían graciosas debido a la extraña y delicada situación. Un chico mayor que ella estaba dentro de su habitación, sin conocimiento o autorización de sus padres y que, además, ese mismo chico la volvía completamente loca. De entrar alguno de sus padres en ese momento, podría darse por muerta y de paso él también.
—No es gracioso —sentenció con seriedad—, en serio.
—Relájate —dijo entre risas—, solo vine a darte lo que te debía.
De su espalda se quitó un maletín negro que parecía conocido, sacó de uno de sus bolsillos una foto reciente donde podía apreciar su hermosa sonrisa, su liso y sedoso cabello ondeando con las corrientes de aire.
—Servirá —dijo con falsa indiferencia tratando de ocultar sus nervios.
Se acercó a su dibujo, sentándose en su cama para apreciar y comparar las posibles modificaciones que podría hacerle.
—¡No está nada mal! —susurró Jeimmy a su lado.
—¿Nada mal? —indagó indignada mirándolo con asombro.
—Lo veo muy normal —comentó con fingida seriedad— ¿Estás segura que puedes resaltar toda mi belleza en un dibujo?
—¿Cuál belleza? —preguntó a punto de reírse a carcajadas— Además, apenas lo estoy iniciando así que no presiones.
—Está bien, confiaré en tus habilidades.
—No tienes de otra —se quejó entre risas—, grandísimo baboso.
Se dispuso a realizar los cambios que creía pertinentes, sobre todo en el cabello. Le gustó ese efecto que el viento causó en sus mechones descontrolados, dándole vida y movimiento a la foto. Estaba tratando de concentrase, pero le era imposible el ignorar su presencia, más estando a su lado mirándola con tanta intensidad.
—¿Eso es todo lo que viniste hacer? —preguntó nerviosa.
—¿Me estás echando? —inquirió coqueto.
—Definitivamente, mi mamá podría entrar en cualquier momento y si te ve aquí —hizo una pausa con gesto obvio—, me... o más bien, nos mata.
—¿Por qué siempre exageras todo? —acercó un poco más su rostro al de ella, viendo con satisfacción como sus mejillas se tornaban rosa.
—No exagero —replicó.
—Está bien, pero antes —colocó el maletín sobre sus piernas—, tu pago.
Incrédula, miraba con curiosidad aquel bolso negro entre sus manos para después centrar su atención en su rostro, sonriente y satisfecho. Recordó donde lo había visto, era el mismo que había comprado para Luke, o eso le había dicho a ella aquella vez que la acompañó a comprar sus útiles escolares.
—¿Me estás pagando con un maletín? —aún escéptica, lo miraba con ojos entornados.
—Sí —dijo con inocencia.
—Con uno que habías comprado para Luke —recalcó— ¿Es en serio?
—En realidad no lo compre para él —explicó sin dejar de sonreír.
—O sea, ¿cómo? ¿para quién entonces?
—Ábrelo.
Llena de curiosidad, decidió analizar mejor aquel maletín sintiéndolo un poco pesado, y lentamente abrió la cremallera ahogando un grito de sorpresa al ver su contenido.
—Es una broma, ¿verdad? —exclamó con creciente emoción.
—Claro que no, es todo tuyo.
Se levantó con rapidez para sacarlo del maletín y acomodarlo sobre el colchón, siguiendo Jeimmy sus pasos permaneciendo a su lado. Estaba asombrada, era una de las cosas que más quería tener en esos días.
—La paleta completa de colores que vimos en la papelería —susurró emocionada— ¿Cuándo lo compraste?
—Ese mismo día mientras ibas por los libros —explicó sin dejar de mirarla a los ojos—, pero no había encontrado el momento para dártelo.
—O sea que...
—Ese es el último que tenían disponible —interrumpió Jeimmy terminando la frase— ¿Aún sigues odiándome?
Con una enorme y boba sonrisa en su rostro, Naomi se dejó llevar por la emoción abrazando con fuerza a Jeimmy. Estaba de verdad agradecida con él, aunque también un poco apenada sabiendo el precio que tenía. Sus dibujos eran buenos y cobraba cierta cantidad por ellos, pero de igual forma no se equilibraban los precios.
—¡Gracias! —susurraba sobre su pecho, sintiendo sus brazos rodearla respondiendo a su abrazo— De verdad me encanta.
—Es todo un placer, con tal de verte feliz —susurró sobre su oído.
Idiotizada por la sensación que recorrió su cuerpo al escuchar su voz masculina tan cerca, susurrándole y acariciando su piel, actuó sin penar. Con algo de timidez, levantó los ojos para mirarlo directamente, y con toda la suavidad que era capaz tomó su rostro entre sus manos.
—¡Gracias! —susurró conmovida para luego plantar un dulce y largo beso sobre su mejilla.
Se deleitó con la suavidad de su piel sobre su boca, el calor de su cuerpo y las sensaciones que eso despertaba en el suyo. Se separó a regañadientes viendo con emoción y ternura el gesto complacido en el rostro de Jimmy, sus ojos cerrados y el sonrojo en sus mejillas. Con lentitud los abrió, encontrándose con ese brillo intenso que tanto le gustaba.
—Lo siento —susurró nerviosa—, se me chispoteó.
—Te faltó uno —susurró con voz ronca señalando la otra mejilla—, para emparejar.
Una suave risa broto de sus labios, su comentario y su expresión se le hacía irresistible. No pudo ni quiso negarse ante su solicitud, una vez más tomó su rostro con ambas manos acariciando sus mejillas sin dejar de mirarlo a los ojos. Fue acercándose poco a poco manteniéndolo a la expectativa, desviándose por poco de sus labios para besarlo en la mejilla.
—¿Por qué haces esto? —susurró a su oído con un suave gruñido al dejar de sentir sus labios sobre él.
—Es divertido —susurró con voz queda.
Con tortuosa lentitud, Naomi sentía como recorría la sensible piel de su cuello con los labios, deseando que no solo fuese una caricia. Quería sentir la presión de un beso cálido no solo allí, esperaba casi que con desesperación probarlos por primera vez. Con gran deleite, disfrutó del recorrido hasta sus mejillas acercándose peligrosamente a su boca. Estaba segura que lo haría, esperaba y quería que lo hiciera. Un suave y dulce beso se instauró muy cerca a la comisura de sus labios, dejándola con expectativas y deseando mucho más.
—¿Naomi? —preguntó Nilsa desde la sala.
La burbuja de ensueño en la que se habían encerrado fue rota por Nilsa, trayéndolos de vuelta a la realidad.
—¿Señora? —gritó de vuelta, aparentando normalidad.
—¿Todo bien allá arriba? —preguntó esta vez su padre.
—Todo bien —contestó sin dejar que el miedo se escapara en su voz— ¿Por?
—Nada, ya duerme —anunció Nilsa—, mañana madrugas.
—Sí señora.
Aún entre sus brazos, dejó caer el rostro sobre su pecho con un suspiro de alivio. Era un milagro que no hayan subido y entrado como si nada, en especial después de haber sentido sea lo que sea que los incitó a llamarla.
—Sí, fue divertido —susurró Jeimmy burlón.
—Cállate, ¿quieres? —murmuró con el corazón aún acelerado— Y ya vete, puede entrar en cualquier momento. No hay que confiarse.
—Bien, me iré, pero... —dicho esto, volvió a besarla en la mejilla muy cerca de la comisura de sus labios— Hasta mañana.
Se alejó dejándola casi sin aliento, saliendo por la ventana de la misma forma misteriosa que subió. Solo vio cómo se lanzó al vacío sin más nada en que sostenerse, ahogando un grito de sorpresa. Se asomó para ver cómo estaba, dándose cuenta que estaba sano y salvo mirando con diversión hacia arriba.
—¿Estás demente? —preguntó entre risas.
—Un poco no más —contestó entre risas.
—Me vas a enseñar a hacer eso —exigió con fervor.
—Pero no tanto, así que sueña.
Se alejó caminando con tranquilidad sin quitar esa sonrisa de su rostro, entrando a su casa dedicándole una última mirada a Naomi. Esta, cerró la ventana y se preparó para dormir, un día de aseo pesado la esperaba. Guardó el retrato y sus nuevos colores esperando poder terminarlo tan pronto como sea posible, y si podía antes de empezar una nueva semana.
Se acostó recreando en su cabeza aquel momento con Jeimmy, convencida de que si no hubiese sido por su madre la habría besado, e imaginaba como hubiese sido de haber sucedido. El revoloteo en su estómago era muy intenso, su rostro estaba ardiendo de la emoción y no dejaba de sonreír con emoción. Se durmió con aquellas imágenes en su memoria, llegando a soñar con las suaves caricias recorriendo su cuello y mejillas mientras ella, con sumo deleite, respondía de la misma manera, hasta que por fin sus labios se unían en una misma sinfonía de ansias y deseo.
Pero una extraña sensación despejó aquellas imágenes de su memoria, transformando su sueño en una pesadilla. Se veía a sí misma sentada en su cama mirando la lejanía, por fuera de su ventana veía el cielo oscuro y estrellado. Otra vez sintió aquellas presencias, las que se acercaban a su guariada cuando estaba Jeimmy. Eran las misma oscuras y llenas de maldad, solo que esta vez estaban más cerca de su casa. Asustada, se levantó con rapidez y salió de su habitación. Buscó con desesperación a sus padres, pero ninguno de los dos estaba cerca.
Se encontraba sola.
De repente, escucha que tocan la puerta casi a golpes. Con lentitud, se acerca y observa a través de la perilla para saber quiénes eran sus nuevos perseguidores, su corazón martillaba su pecho sin control y la respiración se estaba haciendo dificultosa. A medida que se aproximaba la sensación aumentaba considerablemente, estaba segura que detrás de la puerta estarían ellos y aun así no podía dejar de caminar hacia allí. Los toques aumentaban en intensidad y fuerza, haciendo vibrar la madera con cada golpe.
Al mirar a través de la perilla, no distinguió nada. La oscura noche no le permitía ver con claridad, pero los toques seguían escuchándose con mayor intensidad. No entendía que estaba sucediendo, estaba confundida y muy asustada. Sin embargo, decidió terminar con la espera y abrió la puerta con brusquedad. Un grito de terror se escapó de su boca, sacando el poco aire que quedaba en sus pulmones.
Con un grito ahogado, abrió los ojos levantándose de forma acelerada de la cama. Había sido un sueño vívido pero inexplicable, y aun así no alcanzó a ver o recordar quien se encontraba detrás de la puerta, salvo por un brillo verde-azul de gran intensidad que la cegó. Respiró más tranquila al notar que estaba segura bajo el techo de su casa, los vestigios del miedo producidos por aquella pesadilla fueron desapareciendo poco a poco. El sueño no volvió a ella, y solo eran las 12 de la noche.
Decidió vestirse y salir al bosque, aún necesitaba ver lo que no pudo encontrar estando Jeimmy en su guarida. Tomó la ruta alterna que había creado para no ser vista por sus vecinos, en especial, siendo preciso él con quien ha tenido que cruzarse al regresar de sus escapadas nocturnas. Según su radar estaba sola, solo sentía la energía vital de las personas dentro de sus casas.
Llegó para encontrarse con algo demasiado extraño, algunos árboles cerca de su guarida estaban marcados con algún tipo de símbolo que no alcanzaba a reconocer, pero que al igual que otros causaban un cosquilleo en su cabeza como si de alguna forma debiera identificarlos. Siguió aquel rastro llegando hasta el lago donde sabía vivían algunas hadas y otras criaturas mágicas, viendo con gran pesar y rabia todo el lugar casi destruido. Los árboles se habían convertido en astillas y troncos regadas por el suelo, los arbustos deshojados por completo hasta ser simples ramas desnudas, y todo lo que pudiese ser usado por ellas como refugio fue destrozado.
Entre el reguero encontró un pequeño trozo de tela gruesa, su color negro con verde y la textura de la misma le recordó el estilo de los uniformes militares. Un mal presentimiento empezó aprisionar su pecho, concentrándose el doble para poner en marcha su radar. Pero por más que lo extendió y aumentó su sensibilidad, no halló ningún rastro de ninguna de ellas. Todas y cada una de ellas habían desaparecido.
—¿Qué rayos pasó aquí? —se dijo a sí misma.
Bajo sus pies, algo crujió. Oculto bajo montones de hojas y astillas encontró una punta de un arma desconocida, era diferente a las que sabía usaban los sabuesos infernales. Esta era metálica y pulida, bastante afilada. Estaba manchada con sangre, pero no humana. La sangre de hada era de color rojo brillante, fácil de distinguir.
—¡Mierda! —exclamó aterrada.
Más símbolos adornaban aquel objeto, estaba resplandecientes y sentía energía refulgir de allí. Decidió guardarla para buscar más información sobre ella, tomó más fotografías para dibujar aquellos símbolos con más calma y de esa forma, tal vez y con un poco de suerte lograr encontrar algo de utilidad. Algo que le ayude a desentrañar todo el enredo detrás de toda su vida, sus perseguidores y por qué la buscan a ella.
Necesitaba saber si aquellas personas seguían cerca, pero su radar no detectaba nada. Decidida, recordó un símbolo de rastreo que vio en el libro de hechizos de su padre. Tomó entre sus manos el trozo de tela, con una pequeña mordida en su dedo dibujo con su propia sangre aquella runa en la palma de su mano. Si algo había aprendido bien, era que la sangre aumentaba el poder y efectividad de cualquier hechizo, pero con ello tenía menor control sobre la energía que liberaba.
—Entre cielo y tierra —susurraba Naomi—, en las profundidades del mar, hasta los más recónditos lugares, busca su esencia de quién profanó mí hogar y muéstrame su rostro cruel.
Era uno de los pocos hechizos que lograba hacer en español debido a que no pertenecía del todo al libro, era una hoja extra añadida por su padre. Lo había aprendido igual que los demás, colocado en práctica una vez cuando su pequeño Ciro había desaparecido sin explicación alguna, y había funcionado a la perfección.
Salvo esta vez.
Lo intentó una y otra vez hasta el cansancio, desperdiciando su energía sin obtener resultado alguno. La pesadez del agotamiento y la sangre perdida con cada hechizo fallido la tenía mareada, notando que el tiempo se le estaba pasando de largo. Una fina línea de cielo azul sobresalía en la lejanía, el amanecer estaba demasiado cerca y sus padres despertarían en cualquier momento. Con paso acelerado y algo tambaleante, caminó por la misma ruta de regreso a casa esperando no sea demasiado tarde.
Llegó por la puerta de atrás, cruzando la valla que separaba la casa de sus vecinos de la suya. Con cuidado, observó a través de la ventana antes de entrar viendo todo despejado. Con sigilo y lo más silenciosa que pudo, entró cerrando la puerta con seguro tal y como la había encontrado antes de salir.
—¡Félix! —llamó Nilsa bajando las escaleras— ¿Ya saliste del baño?
Escuchó los murmullos de su padre, alarmada por la proximidad de su madre a la cocina donde preciso se encontraba ella. Con rapidez, se escondió dentro de una de las alacenas que se mantenían vacías, esperando que no tardara mucho para poder ir a su habitación sin ser descubierta.
—Apresúrate —contestó su madre entrando a la cocina—, prepararé algo para el viaje mientras tanto.
Escuchó a su madre tararear una de sus cancones favoritas, su voz estaba un poco temblorosa y movía frenéticamente una de sus piernas. La observaba con atención desde una de las aberturas de la puertecita, notando su excesivo nerviosismo.
—¡Listo! —anunció su padre.
Dejó lo que estaba haciendo a medias, ensalada de frutas y algunos sándwiches empacados en varios recipientes de colores. Aprovechó el momento para salir de su escondite y subir las escaleras despacio, procurando no hacer ningún ruido o todo se iría a pique. Pasó justo por el frente de su habitación, escuchando los cuchicheos nerviosos de ambos.
—¿Estás seguro de esto? —preguntaba su madre nerviosa.
—No tenemos de otra —contestó Félix con un suspiro—, ellos están cada vez más cerca y no voy a permitir que la encuentren.
—Ninguno de los dos quiere eso, pero... —Nilsa hizo una pausa— tampoco quiero dejarla sola todo el día, podría pasar cualquier cosa.
—Estará bien, amor —susurró tranquilizador—. No estará sola y está más segura que con nosotros, por eso no vamos a llevarla.
—Pero él quiere conocerla —aseguró Nilsa con tristeza.
—Y lo hará —confirmó con voz firme—, pero no ahora, aún es peligroso.
—Está bien —escuchó movimientos dentro—, me voy a bañar, ya se está haciendo tarde. Podrías...
No escuchó aquella última frase, su prioridad era llegar a su habitación sin ser vista o escuchada por ellos. Con un suspiro de alivio, se dejó caer en la cama pensando aún en el posible significado de aquella conversación de sus padres. El sueño la envolvió llevándola a los confines de la inconsciencia, solo que esta vez y para su buena suerte, su mente estaba en blanco.
El sonar de su alarma la despertó, solo habían pasado dos horas de sueño y ya debía empezar su día de aseo. Aún se sentía cansada y con el cuerpo adolorido, la energía perdida no la recuperó con solo ese corto tiempo durmiendo, necesitaba algo de verdad que la revitalizara.
—Desearía saber de qué era ese jugo tan sabroso que me dio Peter —susurró para sí misma—, eso me vendría de maravilla en este preciso momento.
Se levantó y duchó con lentitud, la falta de energía le estaban pasando factura y el hambre le hacía rugir el estómago. Fue directo a la cocina donde encontró un tazón con manzana y mango picado, y un par de sándwiches listos para calentar. Desayunó viendo la televisión, al ser domingo tan temprano estaban pasando uno de los programas favoritos de su infancia, Cuentos de los hermanos Grimm. Su historia favorita siempre fue Nieve blanca y Rosa roja, le encantaba como ninguna otra, incluso por encima de La Bella y la Bestia, que es otra de sus episodios preferidos.
Terminado el programa y desayuno, encendió el equipo de sonido como tanto le gustaba, a todo volumen sonando sus canciones elegidas para momentos como ese, en que le tocaba asear hasta el alma de la casa. Empezó con la cocina al son los grandes éxitos de Queen, limpiando los pocos trastes sucios, mesón y suelo. Continuó con el comedor, el estudio y por último la sala para terminar con el primer piso. Mientras barría y trapeaba se deleitaba cantando a todo pulmón usando cualquier cosa como micrófono, incluyendo el mismo palo de la escoba.
Le relajaba y divertía hacerlo de esa manera, se reía de sus propias payasadas y despejaba el estrés que muchas veces acumulaba. Y sin darse cuenta, no era la única que se reía de tal espectáculo, frente a su casa dos chicos miraban embobados la «presentación casera» de Naomi.
—Se dice buenas para la próxima —dijo Naomi con sarcasmo asomándose a la ventana— ¿Se les perdió algo?
—Las palomitas no más —contestó Peter entre risas—, para acompañar el espectáculo, ¿No crees?
—Y limonada —añadió Luke risueño—, como la que prepara tu mamá, refrescante.
—No me extraña de ti, Luke, siempre has sido un acosador —comentó Naomi con fingida seriedad—, pero no me lo esperaba de ti, Peter. Me decepcionas.
—Es contagioso —se encogió de hombros con inocencia.
—Me hieres —expresó con fingida indignación—, largo de aquí, chismosos. Estoy muy ocupada. Juchele.
—Igual debemos salir, así que vendremos a molestar más tarde —anunció Luke.
—Recuerdo haberte dicho «hablamos el lunes» —resaltó Naomi—, hoy es domingo, así que, hasta mañana vecino. ¡Bye!
Entre carcajadas por parte de Peter y quejas de Luke, ambos chicos se alejaron con paso lento haciendo señas en dirección a Naomi, quien respondía a su extraña forma de comunicación de la misma manera hasta perderlos de vista. Y por inercia, desvió su mirada a la ventana del segundo piso de la casa de enfrente, apreciando una dulce sonrisa en el rostro de Jeimmy. Se veía tan cómodo, apoyado en el alfeizar con la mirada clavada en ella, al parecer también había disfrutado del show privado y a distancia. Muy a su pesar se limitó a solo corresponder con una amplia y boba sonrisa, recordando con un sonrojo en sus mejillas lo que estuvo a punto de suceder entre los dos la noche anterior.
Continuó con el aseo tomando el segundo piso, allí le esperaba el baño, la habitación de huéspedes y su propia habitación. A las 12 del medio día estaba casi todo listo, le falta su habitación que siempre dejaba de último y preparar el almuerzo, sin embargo, la energía se le estaba agotando. Se sentía muy cansada, el cuerpo le dolía y el mareo solo iba en aumento. Además, el desayuno había pasado de largo y estaba demasiado hambrienta.
—Espero no arrepentirme de esto —suspiró resignada.
Se preparó para realizar uno de sus hechizos favoritos, el que más usaba en casos de extrema flojera a escondidas de sus padres, «Orden». Era un encantamiento sumamente básico, no requería demasiada energía y era muy efectivo. A pesar de eso, tenía la leve sospecha de poder desmayarse debido a que no tenía mucha en ese momento. De todas formas, no tendría problemas ya que estaba en casa y sola, nadie la vería ni regañaría por ello.
Miró por la ventana de su habitación, había niños caminando y gritando por la calle, pero ninguno prestaba mucha atención a su alrededor, estaban centrados en sus juegos y conversaciones. Se alejó de allí solo por si acaso, tomando posición firme sobre sus pies en el umbral de la puerta, respiró profundo un par de veces tratando de normalizar su acelerado corazón, concentró la energía suficiente para el hechizo en sus manos y la liberó con una sola palabra:
—Orden —exclamó con firmeza.
De forma automática, todas las cosas empezaron a buscar su lugar dentro de la habitación, ropa sucia caía dentro del cesto y la limpia se acomodaba y ubicaba dentro del escaparate, ordenándose por color y tipo de vestimenta. Los libros se agruparon según el alfabeto, separando los correspondientes a la escuela de los de literatura, y, por último, una nube de polvo y restos de suciedad fueron a parar a una bolsa para basura, la cual por efectos del hechizo salió levitando de la habitación hasta llegar a la puerta trasera. Sacarla de la casa ya sería trabajo manual, a no ser que quiera que los vecinos vean espantados una bolsa negra flotar en el aire.
—Perfecto —susurró casi sin aliento y una gran sonrisa de satisfacción.
Estaba creída que había exagerado como siempre, que todo había salido de maravilla hasta que la vista empezó a nublarse por completo, sus piernas flanquearon y el mareo volvió con todo su peso. Poco a poco fue perdiendo el equilibrio y las fuerzas para mantenerse de pie.
—¡Carajo! —susurró antes de caer desmayada al suelo.
Un dolor punzante en su cabeza la obligó a abrir los ojos, veía borroso y estaba adolorida. Debajo de ella sintió el suelo húmedo lleno de arena y hojas, un olor a vegetación le llenó las fosas nasales. Se percató de algo muy extraño, no estaba en su casa ni de cerca. Se encontraba de nuevo en el bosque cerca del lago, aún estaba todo en perfectas condiciones y veía algunas hadas conocidas jugueteando por el lugar. Como pudo, se levantó soltando quejidos de dolor, apoyada sobre sus codos y sujetándose de uno de los árboles.
—¿Cómo llegué aquí? —preguntó con voz temblorosa y cansada.
Las hadas seguían como si nada, no la miraban ni la notaban siquiera, como si ella no estuviese allí.
—¿Hola? —llamó confundida.
Se acercó a una de las hadas, la que estaba más próxima a ella. Su sorpresa y confusión se hicieron aún más grandes cuando, habiéndose acercado lo suficiente a ella, su mano atravesó su pequeño cuerpo como si fuese algún tipo de holograma.
—¿Qué... demonios? —exclamó asustada.
De un momento a otro, las risas y conversaciones de las hadas cesaron. Miraban en todas las direcciones aterradas, como buscando algo y donde esconderse. Algunas lograron meterse a sus casas dentro de los árboles huecos, algunas en sus pequeñas cuevas debajo de las rocas más grandes y arbustos, y muchas se metieron al lago. No entendía por qué el cambio en su comportamiento, hasta que los vio llegar.
Un grupo de cinco chicos, dos hombres y tres mujeres llegaron armados con uniformes militares negro con verde. Tenían lanzas que brillaban de energía de diferentes colores, arcos y carcaj llenos de flechas con símbolos en ellos. Uno de ellos, al parecer el líder de aquel escuadrón, llevaba una gran espada colgada a la espalda y algunas dagas en su cinturón.
—¡Búsquenlas!
—¡Entendido! —respondieron los demás al unísono.
Reconoció una de las voces, aquella chica rubia de ojos de un azul frío con tonalidades amarillas hacía la pupila, llevaba el arco preparado para disparar buscando entre los arbustos sin mucho cuidado, deshojándolo y rompiendo ramas por doquier. Ella, con su voz potente y firme le recordó a quien llamó a Kaled por su nombre en esa última visión que casi la mata. Sabía que era ella y eso la puso aún más nerviosa de lo que ya estaba.
Aquellos chicos destrozaron todo el lugar, obligando a las hadas y dríadas a salir despavoridas de sus escondites. Algunas trataban de defenderse usando su magia natural, siendo reprimidas por hechizos de contrataque. Muchas perecieron en el intento, siendo vilmente torturadas mientras ellos solo reían de su dolor y agonía. Aquellas que sobrevivieron fueron encerradas en jaulas selladas con magia, las que no lo lograron fueron introducidas en frascos llenos de líquidos multicolores y brillantes, como los que vio en ese laboratorio clandestino. Uno de ellos, el líder, creó un carruaje de madera a base de las mismas astillas de los árboles destruidos. Se marcharon riendo con sorna, torturando a las criaturas que aún estaba con vida dentro de las jaulas.
Recordó el pequeño trozo de tela que encontró, la punta de aquella arma y los rastros de magia en el lugar, sabía que esto no era más que una visión del pasado y que no podía cambiarlo por más que quisiera. Trató de seguirlos para saber a donde las habían llevado, pero por más que trataba de correr su imagen se alejaba con mayor rapidez haciéndose borroso. Tuvo un último vistazo de ellos, todos tenía el mismo color de ojos: azul-amarillo, fríos y llenos de maldad, muy parecidos y a la vez diferentes de aquellos que la atormentaban.
Pero eso no fue todo, en la nuca de aquellos soldados logró divisar un símbolo que le resultó conocido. Este a diferencia de los demás sabía que lo había visto en alguna parte, pero su memoria no quería colaborar con ella. Además, había una marca sutil y casi translucida casi como un lunar en algunos de ellos. No sabía si todos la poseían por lo que cambiaba de lugar según el portador, era una media luna sombreada rodeada por una estrella de cuatro puntas, superpuesta una figura sobre la otra. Era la misma que Kaled le mostró en su muñeca, aquella chica rubia la tenía en la clavícula y el líder del grupo la tenía en el dorso de la mano izquierda.
Despertó con un fuerte dolor de cabeza, al parecer, al caer desmayada se había golpeado muy fuerte. Un regusto metálico en su boca la asqueaba produciéndole arcadas, jamás le gustó el sabor de la sangre. Estaba acostada en su cama con una venda en la frente, húmeda y tibia justo donde se habría golpeado. Se levantó tambaleante para meterse en la ducha, su cuerpo estaba empapado en sudor y necesitaba cepillarse la boca con urgencia, de lo contrario vomitaría.
Se sentía muy mal como para ponerse a pensar demasiado las cosas, pero aquella visión la dejó demasiado preocupada como para no hacerlo. La conversación de sus padres esa mañana le llegó a la memoria como un baldado de agua fría, su padre lo había dicho con claridad, ellos estaban cerca. Su intuición le dijo que aquellos chicos eran mestizos, no podía pensar nada más que no fuese eso. Podían hacer magia igual que ella, el color de sus ojos le transmitía sensaciones perturbadoras y lo peor de todo, tenían la marca de nacimiento idéntica a la de Kaled y muy parecida a la suya.
Se miró en el espejo aún en ropa interior, por encima de su ombligo estaba aquella marca que la acompañaba desde su nacimiento. Era la misma media luna sombreada, con la diferencia de estar rodeada por una estrella no de cuatro sino de ocho puntas, tres a cada lado, una arriba y otra abajo. Era extraño, en ellos se veía un poco clara casi translucida, pero en ella era oscura e incluso podría decir que parecía un simple tatuaje. No había considerado esa posibilidad desde la última visión, pero ahora que lo veía en más personas sabía que de alguna manera, tanto ellos como Kaled, estaban relacionados con ella y tal vez por eso la seguían con tanta desesperación.
Pero algo no encajaba, si estaban tan cerca de ella, ¿por qué no la habían encontrado? ¿Para qué llevarse solo a las criaturas mágicas del bosque? Esa última pregunta tal vez tuviese respuesta: experimentos en aquel laboratorio clandestino. Sabía que había encontrado información importante, pero en vez de aclarar alguna de sus dudas solo empeoró su confusión y aumentó su temor.
Más fresca y relajada salió de la ducha, por el momento dejaría de lado todo eso, su malestar había mitigado solo un poco y aún le faltaban cosas por hacer. Escuchó ruidos provenir del primer piso, alguien estaba en su casa. No creía que fuesen sus padres, ellos dijeron que regresarían muy tarde en la noche, y estaba segura que así sería. Habían vivido en Villa San Pablo hace un par de años y sabía que quedaba muy lejos. Pero entonces, ¿Quién entró a su casa? Con cuidado bajó las escaleras, lenta y sosteniéndose con fuerza del barandal, el mareo le dificultaba mantenerse equilibrada.
El sonido provenía de la cocina, pero también percibió un delicioso aroma a comida. En total estado de alerta, se asomó con cuidado apoyada en el umbral de la entrada deleitándose y asombrándose con lo que sus ojos veían.
Jeimmy estaba de espaldas a ella muy concentrado en lo que cocinaba, sus brazos se movían con destreza y caminaba con total tranquilidad de un lado a otro como si hubiese estado allí antes.
—Por fin despiertas, bella durmiente —comentó divertido girando para verla directo a los ojos— ¿Cuantas horas crees que has dormido?
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#NilsaMadreSonsacasora
#PeterElMasWapo
Empiecen a votar, también aceptamos nominaciones
Beso!
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