Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capitulo 5

 —Es inútil, no sirve de nada seguir con esto —gimió con desgana, mirando con enojo las runas que se desvanecían suavemente en la piel de su brazo—. He pasado las últimas cinco horas enviando mensajes a todos los que conozco y ni uno me da respuesta. Es increíble....

Bueno, más que increíble, era humillante. Se supone que estas personas eran sus compañeros, sus amigos. Había viajado con la mayoría de ellos, a muchos los conocía desde que era una aprendiz y apenas comenzaba a ganarse su lugar en el Gremio, ¿cómo podían hacerle esto?

—Bueno, era una posibilidad. La amenaza de las Parcas no es una broma, es normal que no se quieran arriesgar —afirmó Julian, sin despegar los ojos del mapa que se extendía ante él sobre el escritorio—. No lo tomes como algo personal niña. Todos allá afuera tienen personas que dependen de ellos, igual que aquí. Solo hacen lo que creen que es correcto.

—Ni siquiera me dejan decirles mi versión de la historia.

Aunque aún ni tengo claro cuál es mi versión. Suspiró, desviando de mala gana la mirada de su brazo (y del claro rechazo de todos sus conocidos, que no eran pocos la verdad), para fijar su atención en las acciones de su maestro. Desde que había aceptado que lo mejor, tanto para su seguridad como para la estabilidad de su corazón, era marcharse y volver con su familia, Julian había pasado casi el mismo tiempo que ella, con la concentración firmemente puesta en aquel mapa.

—¿Qué estas buscando? —preguntó, levantándose de su lugar en la ventana y acercándose al escritorio. Ahora, a pocos pasos de distancia, podía notar con claridad como el poder de Julian viajaba por cada rincón del mapa. Era como si cientos de diminutos caminos se dibujaran una y otra vez sobre el papel.

—No qué, sino a quién —aclaró Julian, aún sin mirarla y moviendo en círculos un talismán de cuarzo, un talismán de rastreo—. Puedo ayudarte mientras estés aquí, pero una vez que salgas no seré de mucha utilidad. Debemos encontrarte un camino seguro y que sea rápido, por lo que lo mejor es tener un aliado.

—Lo más rápido es una piedra Iter y no es como si muchas brujas cargaran una en el bolsillo —refunfuño la chica, maldiciendo por lo bajo—. Dudo que quien la tenga me la vaya a dar por la bondad de su corazón, ya vez lo mucho que me han escuchado mis "aliados".

—Lo sé, las piedras son la única forma de llegar, pero hasta que podamos movernos de forma segura y el Tribunal deje sus amenazas, no quiero utilizar las pocas que tenemos en reserva, en caso de que ocurra una emergencia. Lo siento, niña —se disculpó, apretando los labios con enojo, pero ella solo negó con la cabeza.

Si las cosas se ponían realmente feas y la tensión entre el Gremio y el Tribunal terminaba por romperse, preferiría que sus amigos tuvieran las mejores oportunidades. Y esas piedras eran la mejor de todas.

Las piedras Iter eran objetos mágicos naturales, creadas por los dioses con la capacidad de abrir portales hacia cualquier lugar del mundo, tal y como la magia de las brujas Viajeras, pero con la gran diferencia de que eran viajes de uno solo y la única entrada a lugares como Umbra, la ciudad en donde se encontraban y la sede principal del Gremio, además del sitio al que se dirigía Becca, Myranthis.

Umbra y Myranthis... los dos únicos Mundos Burbuja que existían en el mundo.

Las criaturas sobrenaturales, no siempre habían estado ocultos de los humanos. Hace siglos, miles de años atrás; brujas, hadas, vampiros y hombres lobo... todos vivían en perfecta armonía con el resto de la humanidad.

Los dioses lo habían querido así, desde el momento en que crearon a cada una de las razas y les concedieron sus dones, el mayor deseo de las siete deidades fue que ambos mundos pudieran convivir del mismo modo en que lo hacía el resto de la naturaleza, pacífica y equilibradamente. La mayoría de los sobrenaturales, humanos en sus orígenes y con muchos lazos que los unían aún a su antigua vida, utilizaban sus nuevas habilidades de la mejor forma en que podían, para ayudar a sus contrapartes humanos.

Intentaban transmitir los conocimientos que una vez les dieron a ellos, utilizaban su nueva fuerza y velocidad para los trabajos más difíciles, al mismo tiempo en que ayudaban con su recién descubierta habilidad para la curación. Algunos lo hacían por simple bondad, otros aprovechaban sus poderes para ganarse la vida, pero al final no importaba. Había paz y respeto, todos se apoyaban.

Hasta que ya no fue así.

Tal y como había visto en aquel libro infantil, los humanos comenzaron a temer a sus nuevos vecinos y sus poderes. Empezaron a darse cuenta que la misma fuerza, conocimientos y magia que los podían ayudar hoy, podría dañarlos mañana. 

Aun cuando nadie lo decía en voz alta, aun cuando nadie había dado el primer paso en la dirección equivocada, el sentimiento de vulnerabilidad había plantado la semilla del miedo en sus corazones y echado raíces hasta convertirse en odio. Las masacres y cacerías no tardaron en llegar, la paz se había roto y la supervivencia se convirtió en una necesidad.

De ahí que los dioses tomaron una decisión y crearon los Mundos Burbuja.

Dimensiones diseñadas a partir de la fusión de su magia superior, como un reflejo de lo que una vez fue la tierra que amaron. Fue el máximo regalo que le dieron a los sobrenaturales, salvando a todos de tal crueldad y al mismo tiempo, una forma de darle paz a los humanos, con la esperanza de verlos sanar y volver a su origen gentil.

O bueno, eso es lo que le gustaba creer a Becca. Después de leer aquel libro y ver el actuar de las siete deidades al inicio de su historia, una parte de ella sentía que, pese a la furia que debieron sentir para crear esos monstruos y hacer tanto daño, en el fondo debían tener alguna esperanza para los humanos.

Al fin y al cabo, con el poder de la creación y la destrucción en sus manos ¿qué les impedía borrarlos de la faz de la tierra? ¿No sería eso más simple que crear todo un nuevo mundo? Debían haber visto algo bueno en los humanos, si habían elegido a varios de entre ellos, para darles el poder que hoy portaban.

Becca tenía muchas preguntas, estaba segura que entre más descubriera sobre los dioses y su historia más tendría, pero no sobre esto. Ese libro, la inocencia y amabilidad que vio en esos dibujos... por más rencor que hubiera en el corazón, eso simplemente no desaparecía y ya.

Pero eso no es lo que importa ahora. Se recordó, estudiando las líneas brillantes que viajaban por el mapa.

—No te preocupes por eso, Jul. Prefiero tardar un poco más en llegar sabiendo que tienen una salida, a llegar hoy mismo y que alguien se quede atrás durante una emergencia, solo porque tome una de esas piedras —le aseguró con honestidad.

De repente, la atención de Julian en el mapa se desvió y aunque su poder y el talismán seguían trabajando, ahora sus ojos estaban puestos en ella. La expresión analítica en su rostro, mientras la recorría de pies a cabeza, le hizo tragar grueso ¿qué es lo que estaba viendo?

—A veces, no sé si ese gran corazón tuyo es una virtud o un peligro para ti misma —terminó por decir y definitivamente no era lo que esperaba. Frunciendo el ceño en confusión, espero a que se explicara—. No me malinterpretes, me enorgullece lo generosa que eres, pero a veces esa cualidad puede ser un arma que pueden usar en tu contra. Nunca sabes de lo que eres capaz, de hasta qué punto puedes llegar, hasta que vez a alguien que amas en peligro.

Hasta qué punto puedes llegar...

Su caja de tesoros, los recuerdos preciosos que contenían, vinieron a su mente junto con esas palabras. Sí, sí que sabía muy bien hasta donde era capaz de llegar por quienes amaba.

—Descuida, conozco mis límites, no soy tan imprudente —afirmó con una sonrisa y guiñándole un ojo, pero Julian no mostro signo alguno de que compartía su confianza. En su lugar, un suspiro triste dejo sus labios.

—No, niña. No los conoces todavía —fue lo único que dijo antes de volver a su trabajo, desconcertando a Becca.

No le gustaba cuando su maestro tomaba esa actitud, como si le quisiera dar una lección, pero sin querer realmente que aprendiera algo. Era tal y como cuando recién había llegado al Gremio y la había tomado bajo su tutela, pidiéndole que le explicara cuales eran sus mejores habilidades y cómo las había adquirido.

Su respuesta había sido simple, correr y escabullirse. La forma y el por qué las había adquirido, bueno, ¿acaso necesitaba mucha explicación? Solo necesito recordar el cómo la conoció y entonces le dio la misma expresión de ahora, una mezcla de tristeza y culpa que no le había sentado bien.

Odio cuando me mira así. Decidió de inmediato.

—Aun no me respondiste, ¿a quién buscas? —volvió a preguntar, queriendo dejar esa parte de la conversación a un lado. No se avergonzaba de su pasado y como había logrado sobrevivir por su cuenta hasta que él llego a su vida, pero no quería seguir recibiendo esa mirada. No cuando le sabía tanto a la lástima, algo que no quería ni necesitaba—. Dijiste que necesitamos un aliado, pero ni siquiera las sedes se arriesgan a mover un dedo. Así que dime, ¿quién es tan valiente o estúpido para ir contra las Parcas?

—Alguien que ya ha pasado por esto y fue lo suficientemente inteligente como para evadirlos durante años. Una persona que, literalmente, los mando al carajo desde el primer momento —respondió Julian, con renovado entusiasmo. Era como ver a un cazador a punto de dar con su presa.

—Alguien que ya paso por ¿De quién demonios estas...? —sus ojos se abrieron de par en par por el asombro, en cuanto la realización hizo clic en su cerebro. Mirando entre el mapa y su maestro repetidamente, apenas creyó que en serio estaba considerando esa opción—. Oh, mierda ¿es en serio, Jul? ¡¿Él, precisamente él? ¡Me mandara al infierno antes de ayudarme en nada!

—Es nuestra única alternativa —objetó, con el ceño fruncido.

—¡Egan no es una alternativa! Es alguien a quien abandonamos a su suerte y del cual no hemos sabido nada en casi tres años, porque no tuvimos el valor de dar la cara y protegerlo. Ha estado fuera de nuestro radar desde que se fue, ninguna de las sedes ha tenido alguna señal de él en todo este tiempo —espetó, levantando las manos en frustración. La mano con la que Julian sujetaba el talismán se tensó de forma casi imperceptible ante esto, pero Becca solo lo tomo como su señal para continuar—. Lo conoces Jul, esta es su especialidad. Si no quiere que lo encontremos, no lo haremos y tiene todas las razones para no querer saber de nosotros.

Y vaya que las tenía. Aunque Julian tenía un gran corazón y el Gremio siempre parecía presumir de su unión ante el peligro, su situación y la de Egan eran la prueba de que no siempre era así.

Después de todo, tal y como dijo su maestro, la amenaza de las Parcas no era una broma.

Justicia, Verdad y Verdugo, las tres grandes juezas del Tribunal y su máximo poder. No eran brujas ni seres divinos, al menos hasta donde todos sabían, pero la historia de sus orígenes, así como la fama de su aterrador poder, era conocida desde los tiempos en que los dioses aún vagaban por el mundo y dieron forma a Umbra, por lo que se asumía que tenían cierta conexión.

En Umbra, el poder siempre había estado divido entre el Gremio y el Tribunal. Mientras que el Gremio era una fuerza destinada a dar estabilidad, procurando la seguridad de los sobrenaturales en el mundo humano y cuidando la conexión entre las dimensiones a través de las sedes; el Tribunal se concentraba en mantener el orden y la ley de la forma más imparcial posible.

O tan imparciales como podían ser los viejos jueces, ya corruptos por el poder y el peso que sus palabras tenían en toda Umbra. Era fácil olvidar su verdadero propósito, incluso si este había sido designado por los dioses, cuando te dabas cuenta de que, con una sola orden, podías hacer o destruir la vida de las personas.

Por eso existían las Parcas. Eran completamente imparciales y libre de influencias, las emociones o las ambiciones personales eran algo sin valor para ellas. Solo existía la fría y contundente justicia.

Una justicia que todos temían....

—Tú... ¿recuerdas cuando me presente por primera vez ante ellas? —preguntó Becca, con apenas un hilo de voz, al recordar aquel horrible momento. Por la forma en que Julian detuvo todo movimiento sobre el mapa, supo que lo recordaba tan bien como ella.

Había cumplido su primer año en el Gremio y aunque todavía era considerada una aprendiz, ya tenía cierta reputación entre sus compañeros. En primera, por su terquedad ante los desafíos y las pruebas impuestas durante su entrenamiento con Julian, quien pese al obvio cariño que le tenía, jamás le puso las cosas más fáciles que al resto y en segunda, por ser la única miembro del Gremio en ser llamada como testigo por las propias Parcas...

Las manos le sudaban con nerviosismo y una extraña sensación, una energía peculiar que no lograba identificar, le retorcía las entrañas en un nudo apretado. Desde el momento en que salió de casa con Julian y le explicó a dónde se dirigían, un mal presentimiento la inundo.

Había escuchado varias historias desde que llego al Gremio, algunas buenas y otras malas, pero siempre era la misma cuando se mencionaba al Tribunal. Nunca provoques ni le mientas a las Parcas. Jamás entendió el peso real de esa advertencia, hasta que cruzo las puertas de aquel antiguo edificio y su maestro la guio hasta la sala de audiencias destinada a aquellas tres infames juezas.

—Jul, no lo entiendo ¿por qué estamos aquí? ¿Qué quieren de mí? —le preguntó con cierto temblor en su voz, mientras veía como algunos de los ancianos que viajaban por los pasillos y se adentraban en la sala, miraban con malicia a su maestro— ¿Por qué te miran así? Ellos...

—Niña escúchame, quiero que pongas mucha atención y te olvides de todo lo demás por un momento —le pidió el hombre al que le había tomado gran cariño y respeto, quién la había ayudado tanto y le parecía una de las personas más valientes del mundo. Un valor que por primera vez desde que lo conocía, no veía reflejado en sus ojos—. Estamos aquí por un juicio, mi juicio. Y ellos te quieren como testigo.

Fue entonces cuando le explico como desde hace varios meses, se había abierto una investigación en su contra. Al parecer, un viejo aquelarre de brujas mercenarias, cuyas actividades y ganancias habían disminuido considerablemente por la intervención del Gremio y en especial por las acciones de Julian, habían denunciado a su maestro.

¿La acusación? Según las supuestas pruebas que habían presentado, el Gremio estaba utilizando maldiciones con la excusa de "proteger y salvar", a sobrenaturales que habían sido encontrados hace unos meses, en condiciones de abuso y esclavitud en mercados ilegales de criaturas. Había sido horrible de ver el estado en el que se encontraban mujeres, hombres y niños, cuyas habilidades habían sido suprimidas por brujas esclavistas a base de runas y alquimia.

Vampiros al borde de la inanición, hombres lobos atrapados en su forma bestial y sin posibilidad de regresar a sus yo humanos, para usarlos como entretenimiento o mano de obra y varios niños de diferentes edades, la mayoría brujas, a la espera de ser vendidos como esclavos.

Julian acabo con toda la red por completo y dispuso todos los recursos del Gremio para la sanación de los secuestrados, incluso ofreciendo regresarlos a sus hogares. Fue la primera misión en la que había aceptado involucrarla y nunca se sintió más orgullosa de sí misma, que cuando vio el alivio de esas pobres personas, al saber que eran libres y podían regresar con sus familias.

—¡¿Cómo carajo se atreven? ¡Salvamos... salvaste a decenas de personas! Lo hicimos con esfuerzo y dedicación, los rastreamos por semanas y ellos se atreven... —la indignación y la rabia la invadieron de solo escuchar las absurdas acusaciones, queriendo encontrar a los responsables y darles la golpiza de sus vidas, pero la mano firme de Julian la detuvo.

—¡Becca, concéntrate! No puedes perder la calma, recuerda por qué estamos aquí. No quería involucrarte, pero no hay alternativa niña. Ellos quieren escucharte, porque saben que eres mi sombra y....— las puertas de la sala de audiencias se abrieron, revelando a un anciano encorvado y con una gran túnica, que con una mirada le envió un mensaje claro a su maestro.

El miedo creció dentro de ella y el corazón le subió a la garganta, el coraje que había mostrado hace unos minutos se evaporó de golpe. De repente, lo menos que quería era pasar por esas puertas o dejar a Julian, sabía que algo horrible pasaría si lo hacía y no quería ser parte de eso.

—Jul, ¿qué hago? No sé... no sé si puedo...

—Tranquila niña, no te pasara nada, te lo prometo. No te pasara nada, si solo dices la verdad —le aseguró rápidamente, mientras el anciano se acercaba a ella y comenzaba a empujarla dentro de la habitación, pese a sus protestas—. ¡No escondas nada, solo di la verdad! ¡Di la verdad y te prometo que volveremos juntos a casa!

Las puertas se cerraron de golpe en su cara y luego de un tensó momento, se giró y encaro a los seres más aterradores que había visto en su vida. La energía que no había podido nombrar, el presentimiento que la había invadido, ahora tenía rostro y era abrumador.

—¿Sabes por qué estás aquí? —la voz, distorsionada en diferentes tonos, hombre y mujer, joven y viejo; hizo eco en las paredes y aunque no había visto ningún movimiento de su parte, supo que provenía de uno de los tres espectros frente a ella.

—M-Me dijeron que f-fui solicitada como testigo —ni siquiera supo de donde había sacado el valor para responder. La presencia de esas tres criaturas, su extraña energía, le instaba a correr o ponerse en guardia. Pero no hizo ninguna.

—Es correcto. Te serán hechas varias preguntas y las responderás —continuo el espectro y casi vomito en cuanto vio como una mano, gris y huesuda, casi momificada, emergió debajo de la gran túnica marrón rojizo e hizo una seña hacia otra puerta al otro lado del salón.

—No trates de engañarnos, pues la Verdad siempre encontrara la certeza en tu corazón...

Arrastrando los pies y chasqueando entre sí las cadenas que restringían sus manos y tobillos, un grupo de cinco brujas y hechiceros, fue empujado hasta caer de rodillas ante ella y las tres juezas. Un escalofrío la recorrió al ver el estado mugriento y enfermizo en el que se encontraban ¿cuánto tiempo estuvieron cautivos?

—...que la Justicia medirá con imparcialidad, para darte la libertad... —apenas hizo caso a las voces, cuando uno de los hombres alzo la mirada en su dirección. Un jadeo involuntario la abandono en cuanto vio el mensaje en aquellos ojos llorosos.

—....O entregarte a la mano del Verdugo, para recibir tu castigo.

Esos ojos, gritaban auxilió.

Sus manos se apretaron en puños al recordar la escalofriante experiencia. Había hecho caso a las instrucciones de Julian, no solo porque era lo correcto y no había más que decir, sino porque también una parte de ella, aquella que solo quería huir y esconderse de la presencia de esas criaturas, temía ser la siguiente que estuviera de rodillas, sino les daba lo que querían.

—Creo que jamás olvidare la forma en que ese hombre me miro, una vez que termine de responder sus preguntas —murmuró, con su memoria aun vagando por el perturbador recuerdo—. Estaba aterrado, sabía que no había salida para ninguno de ellos una vez terminara, pero él solo siguió mirándome, pidiéndome ayuda.

—Ojalá nunca hubieses tenido que ver eso, lo que paso fue cruel e innecesario —afirmó Julian con pesar, rememorando a una Becca más joven, con el terror escrito en su rostro, mientras le suplicaba irse de ahí.

Mordiéndose el labio, reconoció para sí misma que, si se concentraba lo suficiente, aún podía sentir el olor a carne quemada en el aire, revolviéndole el estómago y escuchar los gritos de agonía de esas brujas, mientras salía lo más rápido posible de esa sala, antes de caer en un desastre lloroso entre los brazos de Julian.

Aquel juicio había exculpado de todo cargo a su maestro, pero a cambio, había condenado a una muerte agonizante a esos hombres y mujeres. Las Parcas habían visto la honestidad en sus palabras, examinando con cuidado cada respuesta que salía de su boca y comparándolas con los testimonios de aquel aquelarre. El resultado había sido claro.

No solo las supuestas pruebas habían quedado inservibles, sino al mirar dentro de ellos, la Verdad había encontrado evidencia que los señalaba, como cómplices de los crímenes de aquella red de tráfico de personas. El mentirles y acusar falsamente a otras brujas sobre el uso de magia negra, había sido suficiente para que la Justicia los enviara a las manos del Verdugo, quien no dudo en darles un castigo ejemplar.

—Ese hubieses sido tú, de haberse salido ellos con la suya. El final que tuvieron... debían saber el riesgo —fue lo único que logro decir después un tenso silencio. No estaba feliz por lo que paso ese día y jamás lo estaría, pero de solo pensar en lo diferente que pudo haber terminado todo si no hubiese hablado...—. Lamento la forma en terminaron sus vidas y haber sido parte de eso, pero no lamento el haberte salvado ni a las personas de esta casa.

—Nadie merece morir así, Becca. Sin importar lo que hayan hecho o sus razones para hacerlo, lo que paso ese día no fue justicia. Fue un asesinato —espetó Julian con el enojo tiñendo su voz.

—Lo sé y es por eso que Egan se fue, es la razón por la que no nos ayudara. Pudimos haber hecho más, pudimos ayudarlo, pero nos quedamos sentados y ya —le recordó, sin inmutarse por su arrebato, mientras la culpa se abría paso dentro ella—. Todos guardamos silencio en cuanto empezaron a señalarlo, yo la primera y no sabes cuanto lo lamento. El que tu propia gente te dé la espalda.... no nos va a perdonar Jul.

El líder del Gremio no pudo decir nada ante eso, ¿cómo negar la verdad? Egan los había necesitado, había dado mil señales de auxilió, pero ninguno les hizo caso. Ya fuera por miedo o porque no sabían en que creer, la realidad es que en el momento en que la sombra de las Parcas se alzó nuevamente sobre el Gremio, sobre Egan, todos agacharon la cabeza.

El remordimiento, algo con lo que lamentablemente se había acostumbrado en los últimos días, lo azoto una vez más. Nunca olvidara la noche en que tomó por fin la determinación de hablar con el chico, de asegurarle que sin importar lo que otros pensaran, él creía en su inocencia y no dejaría que nada malo le ocurriera; solo para descubrir una habitación vacía y una piedra Iter de menos en sus reservas.

Ni una nota ni una sola señal, cualquier rastro que pudieron seguir se convirtió en un callejón sin salida en cuestión de días y antes de que se hubiesen dado cuenta, habían pasado tres años y Egan seguía igual de perdido.

No, no perdido, sino oculto. Se escondió para salvar su vida, porque actué demasiado tarde. El recordatorio ya no dolía tanto como antes, pero seguía siendo amargo. Que su indecisión provoco que uno de los suyos, alguien a quién juro proteger, huyera porque no podía confiar en ellos.

Bueno, quizás era hora de por fin cambiar las cosas y dejar de agachar la cabeza.

—Tal vez, pero nada está escrito en piedra todavía —afirmó el brujo, alejándose del escritorio y acercándose a la estantería que estaba a pocos pasos detrás de él. Con curiosidad, Becca lo observo abrir uno de los cajones y sacar una simple libreta—. No puedo cambiar el pasado, le falle en aquel momento con mi inacción, pero al menos he intentado arreglar las cosas lo mejor que pude desde entonces.

—¿Qué esto? —le preguntó, cuando Julian le ofreció la libreta y luego de un asentimiento alentador, comenzó a revisarla. Las fechas y lugares mencionados le confundieron, pero las personas...

—La verdad y.... una disculpa, si es que la acepta —respondió, regresando a su búsqueda.

—Carajo, Julian, esto es... —una oleada de respeto y asombro la recorrió al comprender finalmente que era aquella libreta. La sonrisa presumida de su maestro le hizo soltar un resoplido divertido. Osito gruñón y de corazón enorme —. Para aceptar esto, antes tendríamos que encontrarlo y no sé si recuerdas, pero Egan es un Viajero. Es un escapista y uno excelente.

—El chico es talentoso, lo admito, pero no es infalible. Toda magia deja rastros y ni él puede esconderse de esto —dijo mientras señalaba a su otro brazo, donde se ubicaban las runas que todos los miembros del Gremio, compartían para comunicarse. Becca se alarmo el ver como los símbolos, normalmente pequeños y con un brillo suave, parecían arder en la piel de su maestro—. Las runas nos conectan, no importa donde estemos.

—Qué estás haciendo?! No eres un invocador, las runas no deberían actuar así contigo —afirmó, observando con más intriga las acciones de Julian. Las piezas comenzaron a encajar, cuando miro entre los caminos brillantes en el mapa y las runas—. ¿Estás usando las runas para encontrarlo? Pero los hechizos de rastreo no funcionan así, es muchísima distancia.

Una dimensión completa, de hecho.

—Me ofendes con tu falta de confianza, ¿en serio crees que este truco se me ocurrió a mí solo y ya? Soy brillante, claro, pero ni yo hago milagros —respondió, con una sonrisa traviesa—. Resulta que tengo una muy buena amiga rastreadora, que además es una Invocadora. Me enseño un par de trucos la última vez que nos vimos y aunque no soy tan preciso como ella, de algo debe servir tener ciertas libertades ¿no?

Becca rodo los ojos con fastidio, al mismo tiempo en que una ligera sensación de nauseas la llenaba. Sabía que era tonto y aunque no era una niña ni una mojigata, todavía le daba cierto asco escuchar a Julian hablar sobre sus "amigas". Se alegraba de que su maestro disfrutara de su vida y todo, pero el escucharlo, le era tan agradable como pisar vómito.

—Primero, que asco. No quería saber eso, ¡eres como mi papá, puaj! —la carcajada de Julian ante su evidente incomodidad, le valió un gesto indigno de una dama, pero ¿quién dijo que era una en primer lugar?—. Y en segundo, ¿crees qué puedes encontrarlo de verdad? Es posible que se haya borrado la runa.

Y como si alguna fuerza divina hubiese decidido desafiar sus palabras, tanto el talismán como la magia rastreadora, se concentraron en un solo punto del mapa. Fue un enorme "¿qué decías?", que le cerro la boca de inmediato e hizo que Julian prácticamente se lanzara sobre el mapa.

—Pues parece que no lo hizo, Grecia ¿eh? Chico listo, hay suficientes islas ahí como para que sea difícil precisar su ubicación y no es como si hubiésemos frecuentado mucho el país —señaló Julian, su mente ya corriendo mil kilómetros y armando el doble planes, antes de enfocarse en ella—. Pues parece que tenemos un camino niña. Vamos, ve a prepararte, nos vemos abajo. Se discreta.

Tragando grueso (todavía le costaba creer todo lo que había ocurrido en cuestión de horas), asintió y se dirigió a su habitación para comenzar a empacar.

Solo es una misión más, una misión más y ya. Se dijo a sí misma con algo de rudeza, mientras subía las escaleras y atravesaba los pasillos hasta llegar a su habitación. Una vez dentro, la realidad de lo que estaba a punto de hacer, la detuvo en seco.

—Vamos, Becca. Esto es solo una misión, nada nuevo para ti —mirando de un lado a otro, de lo que había sido su lugar en los últimos años, se obligó a poner un pie delante del otro, tomar su mochila de viaje y de forma mecánica, comenzar a reunir sus cosas—. Solo lo necesario, solo lo necesario.

Se repitió esto por algunos minutos, mientras metía (con más fuerza de la necesaria) todo lo que necesitaría en su bolso. Ropa, sus cuchillos, algunas pociones de emergencia; todo fue bastante normal mientras iba de acá para allá e internamente, estaba a punto de felicitarse a sí misma por no flaquear.

Sin embargo, su determinación se tambaleó, en el instante en que sus ojos se encontraron con la foto grupal que mantenía en su mesa de noche. Sentándose lentamente en su cama, tomo el marco y lo estudió con un nudo en la garganta.

Luego de largas semanas donde pensó que no conseguiría el más mínimo progreso, que no estaba a la altura de las expectativas de Julian como mentora, había logrado convencer a los niños de salir un rato y divertirse. Los entrenamientos no habían estado yendo muy bien, algunos todavía la veían con desconfianza y creía que un rato para solo ser niños y relajarse les haría bien.

Más si no era a costa suya, sus nervios ya no soportaban otra de sus bromas pesadas.

El plan había sido más exitoso de lo que pensaba. Los había llevado a una pequeña feria en la ciudad y fue la primera vez que los había visto realmente felices. Casi se había echado a llorar luego de que, después de comprarles unos helados y asegurarles que al día siguiente entrenarían al aire libre, los niños gritaran de alegría mientras le decían un "gracias, maestra".

En su lugar los había atrapado a todos (Sam todavía algo a regañadientes) en un abrazo grupal y conseguido aquella foto. Fue uno de los días más felices de su vida y ahora la idea de dejar a esos pequeños diablillos, le dolía en el alma.

Apretó el marco con fuerza entre sus manos, sintiendo que su decisión de irse pendía de un hilo. Necesitada, no, debía irse de ahí. No solo por su bien, sino por el de todos los demás, pero...

¡Pum!

—¿Eh? —dejando la foto sobre la cama, se levantó para ver de dónde había venido aquel golpe. Asomándose al interior de su armario, se sorprendió cuando vio que la repisa superior había colapsado, dejando por el suelo varias sábanas limpias y... —. Ay, no.

Su cofre de tesoros se había abierto de par en par, con su contenido ahora regado por todas partes. Inclinándose, se dispuso a recogerlo todo y ponerlo de nuevo en su lugar, cuando la nostalgia le hizo detenerse y examinar cada objeto con cuidado y cariño.

Sonriendo con suavidad, acaricio con especial amor el collar que, desde el momento en que lo tuvo entre sus manos, supo que nunca estuvo destinado a terminar en el fondo de una caja. Se trataba de una delicada cadena de plata, de la que colgaba un impresionante diamante negro tallado en forma corazón.

Los diamantes eran gemas hermosas y románticas, eso todos lo sabían, pero los diamantes negros eran otra cosa. No solo eran extremadamente raros y caros, sino que este diamante en particular, tenía un pequeño secreto.

Conjurando una pequeña flama en la punta de su dedo, Becca acerco el diamante hasta estar a un suspiro del fuego y con los ojos brillantes, vio como la joya que una vez era negra, se teñía de azul medianoche y cientos de pequeños puntos luminosos surgían en su interior.

—Así siempre podrás llevar las estrellas contigo, sin importar en donde estés —le dijo con una sonrisa y una suave caricia en su mejilla, mientras le mostraba la pequeña sorpresa que guardaba la joya

—Es hermoso. Ahora no sé qué haré en tu cumpleaños, pusiste el listón muy alto con esto...—su pequeña risa nerviosa murió, en el momento en que le puso un dedo sobre sus labios. No necesitaba un espejo para saber que todo su rostro ardía, en el instante en que sus ojos se encontraron.

—Solo mantenlo contigo y cuando llegue el día, volvamos aquí y mírame como ahora. Si vuelvo a ver lo mismo que en este momento, entonces estamos a mano —le aseguro, inclinándose ligeramente hacia ella.

—¿Y qué es lo que ves? —murmuró, con el corazón latiendo con fuerza en su pecho. Estaba segura de que iba a morir, en cuanto sintió el más leve roce de sus labios sobre su frente. Maldito tramposo, estaba jugando sucio.

—Espera hasta entonces y tal vez te lo diga —susurró junto a su oreja, para luego salir corriendo mientras soltaba una carcajada, dejándola confundida y con las piernas temblorosas. Su rubor yendo en aumento.

El recuerdo le trajo algunas lágrimas (felices, eso sí), pero no evitaron que tomará la pequeña joya y la pusiera sobre su pecho, junto a su propio corazón. Fue una magia muy hermosa en verdad, así como un cumpleaños inolvidable.

Suspirando y luego de unos minutos, decidió arreglar lo mejor posible aquel lío, antes de tomar con delicadeza el cofre junto a sus tesoros. Cerrando la puerta del armario detrás de ella, regreso a su cama y dejo el cofre junto a la foto, tomándose un momento para pensar.

Ahí, frente a su pasado y su presente, Becca reconoció una amarga verdad sobre sí misma, que había tratado de ignorar por mucho tiempo. Ya fuera de forma inconsciente o un producto de su tiempo en el orfanato, la realidad es que siempre le había costado dejar ir las cosas o personas que entraban a su vida.

Su familia y amigos, su magia, Julian, el Gremio... con cada cosa valiosa que encontraba y la hacía feliz, también llegaba un gran miedo de perderlo todo, ya fuera por sus propias acciones o las de otros. Nadie entiende en verdad el valor de las cosas o de las personas, como aquellos que desde un principio no tienen nada.

De ahí que le costara tanto tomar la decisión de marcharse.

—El miedo es un monstruo muy feo —murmuró, evaluando aquellos fragmentos de sí misma, que pesaban tanto sobre su corazón. Dos partes de su alma, a las que deseaba mantener a su lado por siempre... y, sin embargo, no hace mucho dejo una de ellas atrás—. Un monstruo muy feo y que siempre está ahí, sin importar qué.

Acariciando el corazón negro que aún mantenía en su palma, frunció el ceño en concentración, recordando los diferentes significados de aquella piedra. Misterio, elegancia, buena suerte, poder...

Valor y fuerza.

Un destello de azul ilumino sus ojos, en el momento en que tomo finalmente su decisión. Recogiendo su mochila, metió la foto entre sus provisiones, para luego asegurar la cerradura del cofre y hacer lo mismo.

Al diablo con el miedo. Pensó con determinación, tomando ambos extremos del collar y asegurándolo con cuidado alrededor de su cuello. Ese había sido un obsequio con significado, quien se lo dio vio algo en ella. Vio su verdadero valor y no podía olvidar eso. No solo era cariño o respeto, esta piedra era más que eso y ahora más que nunca, debía honrarla y demostrar quién era.

Recogiendo su chaqueta y colgándose la mochila al hombro, le dio una última mirada a su habitación, como un "hasta luego", para luego salir con la cabeza en alto y encontrarse con Julian. El sol ya se estaba ocultando, por lo que sería el mejor momento para irse. En silencio y sin llamar la atención.

—Estoy lista —afirmó, metiendo el collar de forma segura dentro de su camisa, al mismo tiempo en que saltaba los últimos escalones que la separaban de su maestro. Julian la esperaba junto a las últimas escaleras de la casa, a solo unos de la puerta.

—¿Estás segura? —le preguntó, arqueando una ceja ante el nuevo accesorio en su cuello. Mirándola de arriba abajo, busco el más mínimo atisbo de duda en su postura o sus gestos.

—No voy a dar marcha atrás. Ya tuve suficiente de las dudas —aseguró con determinación, mirándolo a los ojos para que estuviera seguro de sus palabras.—. Si me atrase un poco, es solo porque necesitaba encontrar algo importante.

El corazón negro se sintió repentinamente cálido contra su piel.

—Muy bien, entonces vamos. Debemos aprovechar la oscuridad para adentrarnos en el bosque sin interrupciones. También envié algunas patrullas a la ciudad para vigilar a los perros del Tribunal —la mirada que le lanzo al escuchar eso fue fría como el hielo, mientras bajaban las escaleras y se acercaban a la puerta—. Tranquila tigre, les ordene no llamar la atención y retirarse apenas recibieran mi señal. Nadie corre peligro.

—Sigue sin gustarme.

—Todo estará bien, confía en...

—¿Becca? —la vocecita los congeló en el acto a los dos.

Girando la cabeza en su dirección, Becca apretó los labios en cuanto vio a Siana de pie en el pasillo, con Oscar a su lado en una postura más desafiante, seguido de un Libi y Noah nerviosos.

—Chicos, ¿qué están haciendo aquí? Casi es hora de la cena —les regaño, pero ninguno se movió.

—A quién le importa la cena? Te estas marchando ¿verdad? Y no nos ibas a decir nada —espetó Oscar, con el ceño fruncido.

—¿Quién les...? Caran —lanzando una mirada a las escaleras, sin sorprenderse por el pequeño vampiro sentado en la parte superior. Tampoco le sorprendió su expresión hosca—. Es de mala educación escuchar conversaciones ajenas.

—También lo es irse sin despedirse —gruño entre dientes, para luego bajar y unirse a sus compañeros—. Nos enteramos de lo que paso con Sam y queríamos hablar contigo, fue cuando te escuche con el jefe ¿en serio te vas a ir y ya? ¿Qué hay de nosotros?

—Niños, esto no...—pero Becca detuvo a Julian con una mirada, indicándole que ella se encargaría de esto.

Inclinándose hasta quedar en cuclillas, dejo su mochila en el piso con un suspiro, antes de concentrarse una vez más en sus niños. Los pequeños diablillos la miraban con diferentes grados de traición y enojo, lo que le dolió en el corazón, pues sabía que, en el fondo, toda esa bravuconería era solo un escudo para disimular el dolor que les estaba causando.

—No está bien lo que hiciste Caran, puedes meterte en serios problemas por algo así. No vuelvas a hacerlo, a menos que sea por un gran motivo, algo de verdadero peso ¿entiendes? —le indicó al niño, que solo después de un intenso concurso de miradas, asintió en acuerdo. Satisfecha con eso, Becca recorrió al grupo con la mirada antes de finalmente ceder. Merecían la verdad—. En cuanto a sus preguntas, no les voy a mentir. No los insultare de esa forma y creo que son lo suficientemente maduros para entender.

Tragando saliva, les contó (de forma bastante resumida y omitiendo mucho drama) lo que estaba pasando y el motivo de su marcha. Ante sus ojos, vio como sus caras pasaron del enojo a la sorpresa y de la sorpresa a la compresión, para finalmente llegar a expresiones de desanimo y tristeza.

—Que les quede claro, esto lo hago no solo por la seguridad de todos, sino también por mí. Debo descubrir que está sucediendo y para eso debo hablar con mi familia —les explico, en cuanto vio como Siana trataba de esconder sus lágrimas y tanto Oscar como Caran bajaban sus miradas con impotencia. Libi y Noah se mordían los labios, seguramente para esconder algún gemido triste—. Ellos me han esperado por mucho tiempo y como ustedes, merecen que sea honesta con ellos.

—¿No podemos ir contigo? —preguntó Libi por lo bajo.

—No Libi, no pueden. Debo hacer esto por mi cuenta y ustedes deben quedarse aquí, para entrenar y hacerse más fuertes cada día —afirmó, tomando las manos de la niña, para luego lanzar una mirada divertida a Julian—. Además, tienen una responsabilidad muy importante a partir de ahora.

Los niños junto con su maestro la observaron con confusión, a lo que soltó una risita.

—Este gruñón de acá va a necesitar mucha ayuda para mantener el orden por aquí, también necesitara muchos abrazos y mimos, aunque no lo admita. —señaló, con una inclinación de cabeza hacia Julian—. Puede que no se note, pero esto también es difícil para él, es un osito de peluche rudo ¿recuerdan?

—Niña —gimió Julian, con un leve sonrojo en sus mejillas, cuando los cuatro niños comenzaron a reírse a su costa. Becca se limitó a guiñarle un ojo, el pobre ni siquiera pareció notar que no había negado sus palabras.

—Por eso deben quedarse, necesito que lo cuiden y se aseguren de que se mantenga igual que siempre, ¿harían eso por mí? —el orgullo le inundo el pecho en el instante que, aun con los ojos llorosos y algunos pucheros, todos asintieron en confirmación—. Ese es mi equipo, vamos, vengan aquí.

Abrazándolos a todos, en una copia exacta de la imagen de la foto que llevaba consigo, les prometió que tendría cuidado y volvería en cuanto pudiera. Además, les pidió que le dieran el mensaje de su parte a Sam y le ayudaran a sentirse mejor.

Con un último beso en la mejilla para cada uno, se levantó con su bolso en la mano y camino a través de la puerta que Julian mantenía abierta para ella. No se dio cuenta que, mientras salía de los terrenos del Gremio y se adentraba en el bosque con su maestro a su lado, una pequeña figura la observada marchar desde una ventana en la enfermería, con el cariño y el perdón reflejado en sus ojos.

—No estoy seguro de en dónde te encontrarás en cuanto salgas de la Burbuja, pero sé que nos movimos de nuestra última ubicación desde hace días —Julian hablaba a gran velocidad, una vez que llegaron a lo más profundo del bosque, mientras la examinaba y ajustaba su mochila sobre sus hombros. A Becca le recordó a un padre enviando a su hija a su primer día de escuela—. Solo puedo tratar de adivinar, pero creo que no estamos ni en Europa ni en África, ya que nuestras últimas paradas fueron España y Egipto. Tal vez estamos en...

—Jul, tranquilo. Estaré bien, sea a donde sea que estemos, voy a estar bien —le prometió, tomando su rostro entre sus manos y deteniéndolo en su frenesí—. La Burbuja y los Sellos nunca nos han puesto en peligro ¿cierto?

El gris se encontró con el avellana, mientras Becca recorría su rostro y memorizaba sus rasgos. El cabello color chocolate, ligeramente alborotado y rozando sus hombros, que hace tiempo se había soltado del pequeño moño que siempre lo sujetaba en la parte posterior de su cabeza. La barba corta que cubría su barbilla, las arrugas alrededor de la boca por años de sonrisas y algunas muecas, los ojos temerosos que luchaban por mostrar valentía.

Becca lo estudio todo y lo mantuvo firme en su memoria. Quién sabe cuándo lo volvería a ver.

—Siempre estaré a un mensaje de distancia, ¿bien? No importa qué, si estas en peligro o si sientes que ya no puedes más y quieres volver... iré por ti donde sea niña —la fiereza en sus palabras no daba lugar a dudas o discusión. Aquello era una promesa que cumpliría en el instante en que ella lo necesitará. Sin dudarlo, lo abrazo como la niña que siempre la llamaba, aferrándose a él con todo lo que valía—. Cuídate mucho por favor.

—Lo hare, tú cuídalos a todos por mí. Cuídate.

Asintiendo, maestro y alumna se separaron con el corazón apretado y las lágrimas picando en sus ojos. Respirando profundo para tranquilizarse, Julian saco de su bolsillo una de las piedras Iter que mantenía en su reserva. Murmuró algo inaudible cerca de la piedra que resplandecía en tonos violeta, sus labios casi rozándola antes de arrojarla con fuerza hacia los árboles.

Entrecerrando los ojos, sintió como la magia explotaba a su alrededor y la cegaba momentáneamente. Retorciéndose y girando hasta transformarse en un gran círculo brillante, Becca parpadeó para aclarar su visión y ancló los pies con firmeza en el suelo, para no ser arrastrada por aquel torbellino a medio formar.

Solo cuando estuvo segura de que el portal era estable, tomo una respiración para calmar su corazón y con un último apretón a la gema que colgaba de su cuello, se precipitó en una rápida carrera hacía el haz de luz. Cerrando los ojos, salto a su interior y un segundo después, el torbellino de poder se desvaneció en el aire.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro