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Capitulo 4

Necesito que vuelvas a tu hogar. Aquello fue como si un cuchillo, recién afilado y al rojo vivo, le hubiese atravesado el pecho justo en el lugar donde latía su corazón.

—Olvídalo —fue su contundente respuesta, una vez que salió de su aturdimiento y alejándose de Julian como si el simple hecho de permanecer al alcance de su mano, le quemara la piel. Era traición, reconoció. Se sentía traicionada por aquella horrible petición—. Si esa es tu condición, prefiero quedarme aquí. Enfrentare al Tribunal yo misma, no me importa, no voy a involucrar a otros. Pero no lo hare.

—Niña usa la cabeza, es la mejor solución. Es la única solución —enfatizó Julian, manteniendo su tono gentil, sabiendo que estaba en la cuerda floja y cualquier paso en falso o palabra mal dicha, podría espantarla—. Irías directo a la boca del lobo si te enfrentas al Tribunal, las Parcas no te darán ninguna oportunidad de defenderte. Se que no será fácil, pero...

—Tú no sabes nada —le espetó, fulminándolo con la mirada, mientras un torbellino de magia y emociones que desde hace años había mantenido bajo llave, luchaban por liberarse justo debajo de su piel.

—Se lo suficiente para saber que lo que habla ahora es el miedo y no tú. Lo suficiente para reconocer cuando estas dispuesta a ser una estupidez, con tal de evitar la verdad —le devolvió, sin inmutarse ante el rastro de fuego que veía en sus ojos.

Conocía su ira, la conocía mejor que todos ahí y estaba seguro cuando decía que aquel fuego no era alimentado por la rabia, sino por el miedo.

Al igual que un animal acorralado, Becca atacaría ante la posibilidad de que su miedo, todo lo que había guardado en su interior en los últimos años, se desbordara y comenzara a abrir las grietas que con tanto esfuerzo había luchado por arreglar.

Arreglar, más no borrar. Una pequeña pero importante diferencia, que la chica no terminaba por aceptar. Otra de las razones para hacer esto.

—La única verdad aquí, es que si mi bienestar te preocupa realmente, ese es el último lugar al que me pedirías volver —le gruño, sin notar como leves destellos de chispas azules, brotaban de sus dedos temblorosos—. No hay ninguna seguridad ahí, solo mentiras y personas falsas, que te apuñalan por la espalda cuando menos te lo esperas.

Ay, esto se estaba poniendo feo, muy feo. Y más rápido de lo que imagino. Si ya estaba hablando de engaños y traiciones, la conversación (mejor dicho, el intento de contener a la fiera) se iría por el barranco muy pronto.

—Niña, lo entiendo, te juro que sí. Es algo muy difícil de pedir y aunque mi opinión siempre ha sido la de que debes resolver las cosas, no quiero obligarte a nada...

—Entonces no lo hagas —le corto, las chispas convirtiéndose rápidamente en pequeñas y peligrosas llamas que danzaban en la punta de sus dedos. Llamas muy difíciles de extinguir—. Jul, por favor, haré lo que sea, iré a donde tú quieras... pero no me pidas volver a ese lugar.

Dioses, se sentía como una mierda. Esa suplica, el dolor que se escondía bajo la fachada ruda, le dolía en el corazón....

Y aun así, el hombre no retrocedió. No importa cuánto la enojara, cuanto detestara oírle rogar o incluso si terminaba odiándolo (cosa que rogaba que no ocurriera), Julian no cedería de nuevo en este punto. No iba a dejarla evadir más el asunto.

—Son tu familia y es tu casa, por lo tanto...

—¡ESA NO ES MI CASA! —gritó Becca a todo pulmón, con el fuego explotando a su alrededor en ráfagas furiosas, que golpearon las paredes y el techo, encendiéndolos de inmediato.

Abriendo los ojos con sorpresa, Julian se cubrió solo por medio segundo, antes de moverse y utilizar su poder para desviar el fuego, conteniéndolo lo mejor que pudo. Era algo complicado, su magia elemental tendía a ser más afín a la tierra y no había ni rastro de piedra o tierra ahí, por lo que en este caso, lo único que podía hacer era suprimir el fuego a base de poder puro.

No había problema con pequeños incendios, ya lo había hecho antes cuando la chica era más joven y sus emociones habían estado demasiado revueltas y ligadas a su poder.

Nada podía apagar las llamas de Becca. Ninguna de las demás brujas que tenían afinidad con el fuego dentro del Gremio ni el propio Julian podían explicarlo, pese a los muchos intentos y las largas sesiones de entrenamiento y meditación.

Al final, lo único que habían con seguido era desperdiciar magia, tiempo y mucha agua, por lo que la siguiente mejor opción que se les ocurrió fue contenerlas lo mejor que pudieran, hasta que la energía de la niña se agotara o ella misma se calmara.

Era agotador, pero el fuego siempre terminaba por apagarse, él haría control de daños, le daría un sermón y la vida seguiría.

Pero ya no era tan sencillo. Ahora no estaba tratando con una adolescente con muchos cambios de humor, sino con una adulta joven enojada y asustada, con mayor resistencia y poder. Esta vez, no podía darse el lujo de esperar, debía apagar ese fuego ya.

—¡Rebecca! —el simple sonido de su nombre, fue una orden directa. Con un jadeo y mirando con temor lo que había hecho, Becca se apresuró a extender las manos hacia la habitación y se concentró.

Gruñendo por el esfuerzo de usar poder en bruto, Julian aflojo la presión que había estado ejerciendo sobre las llamas y la dejo actuar. La calma y autocontrol eran la clave principal para la magia elemental, ya que se trataba de entrelazar la energía de la persona con la innata del elemento, para así guiarlo a voluntad.

Todo en la naturaleza tenía su propia magia y poder, era parte de su equilibrio y lo que daba armonía a todo. Sin embargo, a diferencia de las plantas o los animales, los elementos tenían un poder más salvaje e indómito, que jamás podría ser doblegado más si guiado. El agua y el fuego eran los más complicados debido a su esencia libre y arrasadora.

Otra de las razones por las que la habilidad de Becca para dominar el fuego era tan peculiar y curiosa. Mientras que para otras brujas, aquel elemento era algo a lo que temer y respetar, teniendo un estricto cuidado cuando lo manejaban, para ella era tan fácil como respirar.

O bueno, al menos la mayor parte del tiempo. Justo ahora, la mejor forma de describir el estado de Becca, era sufrimiento.

—Vamos, por favor, por favor.... —murmuraba entre dientes la joven, mientras observaba con desesperación como las llamas azules, se extendían de forma lenta pero segura por la habitación. El humo los estaba rodeando poco a poco, el ardor en los pulmones y los ojos no se hizo esperar—. Yo puedo hacerlo, puedo hacerlo....

Pero no había confianza en sus palabras. En su lugar, había miedo y mil pensamientos, uno más oscuro que el anterior, agolpándose dentro de ella y haciendo temblar su corazón. Recuerdos del dolor que abrumaba su cuerpo, del frío de las cadenas y la sangre escurriendo de sus heridas....

Del vacío en su corazón y el terror de no poder salir de ese lugar.

—¡No! —exclamó, con la mirada perdida y años lejos del presente, en un agujero oscuro y oculto en lo más profundo de sus pesadillas. No se dio cuenta de cómo todo su cuerpo temblaba ni de como las llamas, antes un incendio menor, se habían alzado hasta ser un verdadero peligro.

—Jamás serás uno de ellos... —un nuevo golpe en su cabeza le nublo la vista...

—Pequeña cosita frágil, será tan divertido jugar contigo... —las palabras la asquearon lo suficiente, como para distraerla hasta el momento en que sintió como el siguiente hueso de su cuerpo era roto y sanado...

¡Basta, basta, basta!, pero su suplica era en vano, sus recuerdos viajaban en un bucle agonizante. Pues de nada servía pelear y pedir piedad, a monstruos que solo están en tu cabeza.

Una tos violenta le lleno los pulmones, sus ojos picaban y apenas pudo mantenerlos abiertos lo suficiente, como para notar que Julian había vuelto a usar su poder para contener el incendió solo en su oficina.

Lo estas matando, los terminaras matando a todos. Susurró con crueldad la voz de sus pesadillas. Sacudiendo la cabeza en negación, lucho por ignorarla y volver a concentrarse una vez más. El fuego, debía concentrarse en parar el fuego.

No dejare que nadie salga herido. No están aquí, no pueden hacerme daño ¡ninguno de ustedes puede hacerme daño!

¿Y entonces por qué tiemblas? ¿Por qué no puedes parar lo que comenzaste?, se burló la voz, que poco a poco había comenzado a dar forma a un rostro muy familiar frente a ella. Un rostro que hasta el día de hoy le aterraba. Acéptalo, engendro. Nunca escaparas de nosotros, no importa donde estes...

—¡Niña, no!

Pero la advertencia llego demasiado tarde.

Como si una grieta se hubiese abierto en su interior, Becca cayo de rodillas en medio de toda la destrucción, con un grito que pareció contener todo el miedo y dolor del mundo. En el momento en que su cuerpo toco el suelo, todas las llamas que rodeaban la habitación fueron atraídas a un torbellino su alrededor, como si el mismo fuego buscara defenderla de aquel mal invisible.

Pero el fuego no se puede contener y menos luchar contra lo que no se puede ver. Fue el último pensamiento racional de Julian, antes de que todo ocurriera.

Tirándose rápidamente hacia el suelo, cubriéndose lo mejor que pudo con su poder e ignorando el pequeño hilo de sangre que corría por su nariz, Julian escucho como el torbellino aumentaba en fuerza y poder, para que un segundo después se hiciera el silencio y estallara como una bomba.

Una bomba pequeña, pero extremadamente peligrosa, que termino por chocar contra la puerta y reventarla en miles de pedazos.

La explosión, junto con la ola de poder que recorrió todo a su alrededor, lo aturdió el tiempo suficiente como para perderse los pequeños gritos de pánico y el chillido agudo de dolor que los acompaño.

—Oh, no... ¿qué fue lo hice? —claramente no fue el mismo caso de Becca, quien luego de protegerse de la explosión y mirar con horror las consecuencias, salto de inmediato hacia los restos destrozados de la puerta.

Lo que vio, le borro todo el color del rostro y le helo la sangre. Sangrando, con el rostro surcado de lágrimas y sujetando su brazo derecho con un claro dolor, un brazo que tenía una gran y fea quemadura desde el codo hasta la muñeca, estaba Sam. Su Sam.

—S-Sam.... perdón yo.... no quise... no fue mi intención, yo nunca... ¿puedo ver...? —pero en el momento en que se arrodillo frente al niño e hizo el intento de estirar la mano para revisar su herida, este se echó atrás como un venadillo asustado, mirándola con aprensión. Aquella mirada fue como un gran "¡Aléjate!" y Becca lo sintió como una apuñalada—. Sam, por favor, déjame ver la herida. Lo siento muchísimo, sé que duele y jamás fue mi intención hacerte daño, así que por favor....

Pero Sam solo se alejó más de ella y siguió sollozando, aun cuando en su brazo comenzaban a formarse ampollas y la piel se tornaba de un intenso color rojo, el niño no dejo que se acercara.

Me tiene miedo. La comprensión le dolió en lo más profundo de su alma y fue gracias a que se mordió el labio con tal fuerza, hasta casi sangrar, que no rompió llanto una vez más mientras veía como todo el alboroto y los quejidos de Sam, atrajeron a una pequeña multitud entre las escaleras y pasillos.

—¿Pero que carajo...? —fue lo primero que escucho. Muy apropiado, la verdad.

—¿Están todos bien?

No, casi destruyo la oficina del jefe y queme a uno de mis estudiantes cuando explote una puerta sobre él.

—¿Dónde está Julian? ¿Qué paso aquí? —la pregunta del millón no tardo en pasar de boca en boca, entre más gente se acercaba.

Adentro, espero que de una pieza. En cuanto a lo otro...

De repente tuvo el impulso de irse a algún rincón y hacerse muy, muy pequeña.

—¡Llamen a un sanador! —gritó un chico en cuanto capto al niño sollozante y quemado en el suelo. No vio quien era, realmente no estaba prestando mucha atención a los demás, tenía cosas más importantes de las que ocuparse.

Como sentirme miserable y dejar que la culpa me aplaste. Se dijo así misma, una vez que noto como todos, luego de finalmente comprobar que no había más heridos y el incendio había sido finalmente sofocado, la miraban con cuidado.

Y es, ¿quién más habría podido hacer semejante desastre en apenas unos minutos? Su voz debió haberse escuchado alto y claro por toda la casa y muchos conocían su poder. Oh, sí, definitivamente quería que la tierra se la tragara.

—Oye, ¿acaso tú...?

—Muy bien, suficiente. Este no es lugar para que se estén acumulando ¡acaba de ocurrir un accidente muy peligroso, despejen el lugar de una buena vez! —nunca en su vida sintió tanto alivio de escuchar la voz gruñona de Duncan, mientras sus duros y pesados pasos se abrían camino entre la multitud—. En lugar de hacer preguntas y solo dar vueltas como moscas, ¿por qué no mejor llevan a este niño a la enfermería con los sanadores y se ponen hacer algo útil? Estos escombros no se van a levantar solos y hay mucho que reparar.

—Duncan tiene razón, aquí hay mucho por hacer y no debemos perder tiempo, especialmente con los heridos —el escuchar y ver como Julian emergía de aquel desastre, con solo un rastro de ceniza en la cara y una pequeña cojera (Becca internamente hizo una mueca por esto), hizo que un suspiro colectivo de alivio viajara entre la multitud. Las miradas de alarma y las preguntas fueron dejadas en un segundo plano, para seguir las instrucciones de su líder sin rechistar—. Lo primero es llevar a Sam a la enfermería, que alguien lo acompañe.

—Yo iré con él —se ofreció una chica, antes de que Becca pudiera abrir la boca. Al ver el rostro de Sam, entendió que tal vez era lo mejor, aunque no dejaba de doler.

—Gracias, en cuanto a ustedes tres —señalo Julian, apuntando a tres de los chicos más altos y fornidos en el lugar, quienes de inmediato se pusieron firmes—. Ayuden a mover los escombros y asegúrense de que todo sea seguro. No quiero a nadie caminando por este pasillo hasta que la zona este limpia.

—¡De acuerdo jefe! —aceptaron sin protestar, al mismo tiempo en que el resto de la multitud comenzaba a dispersarse.

Esa fue su señal para también salir del camino, por lo que tratando de ser lo más discreta posible, regreso al interior de la oficina con la cabeza baja y se acurruco en el asiento bajo la ventana al otro lado de la habitación.

Afortunadamente, no había sufrido ningún daño y los cojines junto con la manta que Julian mantenía ahí las veces en que se quedaba a dormir por el trabajo, solo tenían un leve olor a humo que no le molesto, por lo que solo se giró para ver hacia afuera.

Habría sido mejor ir a su habitación, pero eso significaba subir las escaleras y travesar al menos cuatro pasillos, cruzándose con quien sabe cuántas personas y realmente no quería ver a nadie en ese momento. Mejor dicho, no quería que nadie la viera así.

Se sentía tan... pérdida.

—En cuanto todo este despejado, pediré que traigan a alguien para arreglar la puerta. Seguro que una de las invocadoras podrá resolverlo —escucho a Duncan decirle a Julian y una pequeña parte de su mente, la única que parecía no estar embotada en una nube de confusión, se recordó que debía agradecerle. Puede que no hubiese sido su intención, pero el hombre la había ayudado con su intervención—. Gracias a los dioses, el daño no fue mayor y es fácil de arreglar. Actuaste rápido.

—Apenas hice nada, mi poder solo logro contener el fuego por un tiempo. No soy un brujo de barreras —afirmó Julian con una ligera mueca, mientras cambiaba su peso para no afectar a su pierna lastimada. Pasando un dedo por debajo de su nariz, ignoro la mirada que Duncan le lanzo ante el ligero temblor de su mano y en su lugar suspiro de alivio, al ver que no había ningún rastro de sangre. Estaría bien—. Lo creas o no, para la cantidad de fuerza que tenía la explosión y las circunstancias...

—¿Tuvimos suerte? —preguntó el hombre lobo con el ceño fruncido y lanzando una breve mirada al interior de la oficina. Sabía que la chica era poderosa, pero nunca se detuvo a pensar en que tanto. Si el propio Julian estaba preocupado, eso significaba que este "pequeño" accidente, realmente pudo convertirse en mucho más— ¿Debemos preocuparnos Julian?

—No —fue su contundente respuesta, al mismo tiempo en que le lanzaba una mirada de advertencia a Duncan, quien sabiamente retrocedió—. Lo que paso no se repetirá, te lo aseguro. Y si alguien tiene dudas, que venga hablar conmigo directamente. Esto solo fue... un momento complicado, no lo supimos manejar.

Supimos... Julian se había incluido en aquella afirmación y ese pequeño gesto, le apretó el corazón. Había sido ella quien perdió el control, la que causo un incendio. La que lastimo a uno de sus niños. Y aun así, él se mantuvo a su lado.

—Hablare con ella, necesito saber cómo esta. Me encargaré de lo demás en cuanto termine —le aseguró Julian, luego de mirar en dirección a su alumna sin que ella lo notara, para volver a enfocarse en Duncan—. Gracias por tu ayuda Duncan.

—No hay nada que agradecer, poner algo de orden no es para tanto. Estos chicos solo necesitan que les pongan los pies en la tierra de vez en cuando y recordarles no meter la nariz donde no deben —afirmó, restándole importancia al asunto y girándose hacia las escaleras para marcharse.

Asintiendo, Julian tomo eso como el fin de la conversación y también se dio la vuelta para regresar de la oficina, hasta que la voz de Duncan, en un tono sorprendentemente suave para el brusco hombre, le llego una vez más por encima de su hombro.

—Dile que no se preocupe, yo estaré atento al estado del cachorro. Lo vigilare y tratare de hablar un poco con él hasta que esté lista para verlo —prometió el hombre lobo sin mirarlo y con una pequeña, casi imperceptible, sonrisa en la esquina de su boca. Fue ese detalle el que más sorprendió a Julian, quien apenas pudo mantener la boca cerrada por el impacto—. Entiendo que no debe ser fácil ver a uno de tu manada herido, más si estuviste involucrado.

—Sam no es un lobo —fue lo único que se le ocurrió decir, ganándose una risa divertida del otro hombre.

—Y tú tampoco ¿verdad? —señalo, lanzándole por fin una mirada que decía más de lo que se veía. Sonriendo como si no hubiese demostrado ser más perceptivo de lo que todos pensaban, continuo su descenso por las escaleras—. Aun así, hay instintos que no se pueden negar, seas lobo o no. Anda, ve con tu cachorro, que yo me encargo del otro.

Aún sin saber cómo tomar las últimas afirmaciones, Julian se tomó un minuto para poner en orden sus ideas, antes de adentrarse en su oficina. El aire olía a humo y había ligeros rastros de ceniza en la alfombra en medio de la habitación, pero todo eso quedo en segundo plano en cuanto vio el estado de la joven bruja.

Becca estaba haciendo un gran esfuerzo por fusionarse con los cojines del sillón bajo la ventana. Su largo y bonito cabello dorado (más platinado que rubio la verdad), le caía alrededor del rostro como una triste cortina y sus brazos envolvían sus piernas, levantadas sobre el sillón e inclinadas hacia la ventana, en un agarre flojo pero protector.

—Niña —le llamó con cuidado, sentándose a su lado y tratando de mirarla a los ojos.

—Lo jodí todo. Tenías razón, estaba, no, estoy asustada —murmuró mirando al exterior a través de su cabello, con el cansancio llenando su voz. Un suspiro tembloroso escapo de sus labios, para luego apretar sus dedos entrelazados sobre sus rodillas—. Fui tan necia y causé todo este desastre sin motivo, todo porque no quise reconocerlo.

—Fue un accidente y yo no debí presionarte tanto, pude tocar el tema con más tacto....

—Un accidente que pudo convertirse en algo mucho peor, tú mismo lo sabes. Pude herir a muchas personas, no solo a Sam —un deje de enojo hacia si misma broto al decir el nombre del niño, al mismo tiempo en que una punzada de culpa le golpeaba una vez más el corazón— ¿Y más tacto, Jul? Has intentado hacerme hablar de esto durante años y siempre me negué.

La verdad caía dura y contundente de su boca, pero no dejaba de ser menos cierta. Julian había tocado el tema miles de veces y mil veces lo había evadido, creyendo ingenuamente que si no hablaba del asunto, tarde o temprano dejaría de atormentarla. Que si no lo decía en voz alta, entonces no sería real.

Pero si lo había sido y si le asustaba. Era una verdad de la que no se podía esconder y ahora más que nunca, necesitaba enfrentarla.

Y solo fue necesario quemar a uno de mis estudiantes y casi volar la casa para aceptarlo. Brillante como siempre Rebecca. Una sonrisa amarga se formó en sus labios ante el absurdo pensamiento.

—Así que no digas que algo de esto es tu culpa, porque no lo es. Todo es obra mía —afirmó con pesadez y desviando la mirada de la vista afuera de la ventana, para girarse hacia a él. Todavía no lo miraba, pero al menos ya no escondía su rostro—. Fui una tonta.

—¿Una tonta? Niña, eres testaruda, rebelde y has puesto a prueba mi paciencia más veces de las que puedes imaginar, pero de tonta no tienes nada —le aseguró Julian con vehemencia, logrando llamar su atención y que lo viera finalmente. Como siempre, en sus ojos no había castigo ni acusación, solo comprensión y tal vez, algo de alivio—. Requiere mucho valor reconocer que algo nos asusta y más después de lo que te ocurrió. No eres menos por admitirlo niña, así que dime ¿a qué le temes?

Julian le pregunto aquello casi en un susurro, colocando una mano sobre la suya en señal de apoyo. No la presionaría más para hablar, ya de por si sentía que había logrado un gran avance con solo escucharla reconocer su situación, después de tanto tiempo evadiéndola, pero no negaría que le gustaría verla abrirse más.

Aun así, aceptaría lo que ella quisiera. Ya fuera hablar o dejar el tema para otro momento, quería que supiera que estaba ahí para apoyarla.

—Antes, podía escuchar sus voces y ver sus rostros cada vez que cerraba los ojos, las pesadillas no dejaban de perseguirme. Eventualmente y con tu ayuda, pude manejarlo e incluso creí superarlo —comenzó, luego de un largo silencio y dejando que la parte posterior de su cabeza se apoyara contra la pared a sus espaldas. Cerrando los ojos por un momento, respiro profundo antes de seguir—. Pero luego del ataque y de despertar sin apenas sentir mis poderes, también he podido sentirlos dando vueltas en mi cabeza, aunque tenga los ojos abiertos.

La confesión le apretó la garganta y le dio un ligero escalofrío que le termino por erizar la piel, pero una vez que comenzó y luego de tomar unas cuantas respiraciones, se sintió extrañamente liberadora.

—El frío del suelo, el dolor agonizante en mi cuerpo, la sangre corriendo por mi rostro, las cadenas sacudiéndose cada vez que intentaba liberarme, mis gritos... todo se mezcla con sus risas, insultos y amenazas —apretó la mandíbula y sintió como el pulgar de Julian frotaba círculos tranquilizadores sobre su mano, animándola a continuar, manteniéndola firme—. Incluso creo que he llegado a imaginar cosas nuevas que nunca dijeron, pero todo se repite en bucle y me paraliza.

¿Y por qué nunca me dijiste nada?

La pregunta colgaba en la punta de la lengua de Julian, quien entre enojado y preocupado, resistía la tentación de sacudir a la chica para tratar de comprender sus motivos. Sabía sobre sus pesadillas y el trauma que las causo, había hecho todo lo posible por ayudarla a superar ese tormento, pero ¿cómo podía ayudarla si no hablaba con él? A veces era tan frustrante esta niña...

—Pero, aunque me mata el pensar que no importa lo que haga, nunca podre liberarme de ellos, no es eso lo que más me asusta —admitió, abriendo los ojos hacia el techo y pensando en aquel pequeño cofre que guardaba en la parte superior de su armario.

Lo mantenía en el fondo y debajo de varias sabanas, prácticamente oculto del mundo y con solo Julian como conocedor de su existencia. Era su mayor tesoro, la fuente de varias risas y lágrimas dependiendo del ánimo con el que lo abría, las veces en que la nostalgia y el valor le ganaban a su culpa.

Era donde con amor y cuidado, había guardado los pequeños fragmentos de su antigua vida, incapaz de olvidarla del todo por más que tratara.

Un libro de poemas que solían leerle antes de dormir, donde en medio de sus páginas, había mantenido un pequeño ramillete de flores, las más bellas y las primeras que había aprendido a cultivar.

Algunos dibujos, desgastados por el tiempo, pero igual de hermosos que cuando se los regalaron la primera vez. Algunos retratos de ella mientras leía, hacia algún hechizo o jugaba. Otros, eran retratos de otras personas o de diferentes partes de una enorme casa.

Su favorito era el de un hombre con una gran sonrisa, mil veces más feliz que cuando lo conoció por primera vez, mientras tenía atrapada a una versión de doce años de sí misma, en un gran abrazo. Todavía recordaba lo mucho que se reía ese día.

Y luego estaba aquel collar...

—Tengo miedo de que si regreso, de que si los vuelvo a ver, no pueda enfrentarlos. Que ni siquiera quieran verme o escucharme —terminó, bajando de repente la cabeza y escondiendo su rostro entre sus brazos cruzados—. Temo ver desprecio en sus ojos, que el daño que les hice haya sido tan grande que ya no me quieran cerca. No quiero estar sola.

Ahí está, lo dijo. Después de cinco años, finalmente lo dijo.

—Lo que ocurrió no fue tu culpa. Las acciones que tomaste, no fueron porque tú lo quisiste. Si sufrieron, no puedes culparte por eso, cuando tú también lo hiciste —le dijo Julian luego de lo varios minutos de silencio. Se había acercado lo suficiente para que la punta de sus zapatos tocara el costado de su pierna.

—Pude haber tomado otro camino, pude decirles lo que paso en ese momento. Contarles la verdad —murmuró, ahogando un sollozo. Era un pensamiento que le había venido con frecuencia, en especial en los últimos días.

—Eras una niña, habías pasado por algo horrible. Estabas asustada e hiciste lo que pensaste que era mejor. No puedes vivir para siempre pensando en los "que hubiese pasado si", niña —afirmó el hombre, dándole un suave apretón en su brazo para que volviera a mirarlo. Agradeció a los dioses no haber llorado más, no creía que le quedaran más lagrimas por ese día. La fiereza que encontró en el rostro de su maestro, ayudo más a su determinación—. Tienes que avanzar y sanar esas heridas, parte de esa sanación es verlos de nuevo. Al fin y al cabo, ellos también merecen saber que ocurrió.

Bajando los brazos y cruzando las piernas, se colocó el cabello detrás de las orejas e intento mostrar algo de fortaleza, mientras prestaba atención a las palabras de Julian.

Ya había asumido que ante las circunstancias que había vivido, era imposible que de alguna manera tomara la decisión "correcta". No quería vivir con culpa, pero siempre que pensaba en el pasado, le era muy difícil el no sentirse responsable por cualquier daño que su partida hubiera causado.

Pero ¿acaso eso era justo? ¿Cómo una niña, una niña herida y asustada, podía asumir semejante cargo de conciencia cuando tenía que lidiar con su propio dolor? No, esa jamás debió ser su responsabilidad.

Ahora lo entiendo. Si bien nunca quise hacerles daño, tampoco tengo la culpa de lo que paso. La compresión le dio una reconfortante sensación de alivio.

No diría que estaba "bien", todavía sentía mal por lo ocurrido con sus poderes y su corazón estaba haciendo mucho trabajo extra, al intentar procesar todos estos sentimientos que había estado acumulando con respecto a su familia, pero al menos ya estaba decidida.

Ya no dejaría que la culpa la consumiera, no permitiría que dictara su vida. Tenía que enfrentar el pasado, asumirlo y contar la verdad, pero...

—¿Y si no sirve? ¿Y si al final, el daño fue más grande de lo que pensé? —preguntó, sintiéndose insegura. La repentina risa de Julian le hizo fruncir el ceño.

—Eso no pasara, no eres la misma de ese entonces. Eres fuerte y podrás salir de esto, aunque ahora las cosas parezcan tan difíciles —le aseguró, acariciando su mejilla con una sonrisa alentadora—. Ellos son tu familia, Becca, te aman. Y si al final resulta que eso no es suficiente, aquí siempre tendrás un hogar. Podremos encontrar otra manera.

Con el corazón lleno de calidez por sus palabras y una gran sonrisa, abrazo a su maestro con cariño y se aferró a esa confianza que tenía, tanto en ella como en los sentimientos de sus seres queridos.

Puedo hacer esto, puedo hacer esto...

—Bueno, supongo que debemos planear un viaje, ¿por dónde empezamos? —preguntó luego de unos minutos, alejándose un poco de su abrazo y algo inquieta, pero manteniendo su sonrisa.

—Primero, buscamos a un amigo y luego... luego me aseguro de que salgas de aquí sin que ninguno de esos bastardos lo sepa.

******************

A mundos de distancia, en medio de la noche y un sueño inquieto, una figura se retorcía en medio de las sábanas por las imágenes inesperadas que conjuraba su mente.

Estaba acostumbrado a no poder conciliar el sueño, manteniéndose alerta aun cuando sus compañeros le aseguraban que estaban a salvo y le rogaban descansar. Las pesadillas no paraban de perseguirlo, al igual que la culpa y la ira por las decisiones que se veía obligado a tomar día tras día.

Pero no eran las pesadillas las que impedían su sueño aquella noche, sino recuerdos. Recuerdos de risas durante entrenamientos que se convirtieron en pequeñas batallas traviesas, de miradas nerviosas en la biblioteca, de hermosos ojos grises llenos de timidez y alegría mientras miraban un collar...

Se despertó con un sobresalto ante esto último, sus ojos brillando como dos gotas de oro fundido en la oscuridad y su cuerpo bañado en sudor, mientras trataba de comprender que había sido aquello.

No había pensado en eso... no había pensado en ella desde...

—¡General, tenemos una situación! ¡Parece que ha ocurrido de nuevo, esta vez a una hora de la frontera! —le informó repentinamente uno de sus hombres, entrando de golpe en su habitación.

Mierda...

—¡Que todos se preparen, nos marchamos en diez minutos! ¡Quien no pueda seguir el ritmo, se queda! —ordenó, sin molestarse en ver la afirmación del hombre, mientras el mismo iba a alistarse.

No había tiempo para sueños ni recuerdos, ya no más. El pasado no volvería y aferrarse a esos sentimientos, solo sería una distracción. No podía distraerse, ya no lo tenía permitido nunca más.

Mucho dependía de él, vidas dependían de él. No importaba cuanto deseara algo diferente. Ahora esto era lo que era su vida.


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